En las sabanas de un Telesco

By FlorenciaTom

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Evangeline Brown se ve obligada junto a su familia vivir en un pueblo enfermo en donde la belleza es un arma... More

En las sabanas de un Telesco.
Prólogo.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capitulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
SEGUNDA PARTE.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Epílogo.

Capítulo 53

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By FlorenciaTom

CAPÍTULO 53.

EVANGELINE BROWN.

Al abrir los ojos, me recibe la suave luz matutina que se filtra a través de las cortinas de encaje, pintando destellos dorados en la habitación.

El canto de los pájaros y el susurro de las hojas en el viento se mezclan en una sinfonía natural que da inicio al nuevo día.

La naturaleza está viva y despierta, y yo, en mi refugio entre las sábanas, siento cómo la promesa de un día lleno de posibilidades se cierne justo al otro lado de la ventana.

He adoptado la costumbre de levantarme temprano, cuando el mundo aún está tranquilo y el sol apenas comienza a dorar el horizonte.

El parque del palacio se ha convertido en mi refugio secreto, un rincón de serenidad en este pueblo que, a pesar de sus encantos, me hace extrañar profundamente la costa de California.

La rutina matutina comienza con el ritual de cuidado facial, un momento que he convertido en un acto de amor propio.

Me cepillo los dientes, me lavo el rostro y me sujeto el cabello, y al mirarme en el espejo, encuentro una parte de mí que, poco a poco, está aceptando la vida en este pueblo de tradiciones arraigadas y paisajes encantadores.

No obstante, la belleza del entorno se ve empañada por las sombras que lo rodean.

El maltrato de algunos postulantes, el acoso implacable en las redes sociales y la presión de casarse antes de los treinta años son espinas que atraviesan la idílica fachada de este lugar.

La puerta de mi habitación se abrió de golpe, rompiendo la paz matutina que había disfrutado hasta ese momento.

Me sobresalto del susto.

Nathan y Darya irrumpieron en la habitación, sus rostros llenos de angustia y sus miradas buscando desesperadamente la mía.

Me quedé estupefacta al ver su expresión.

Darya tenía los ojos llenos de lágrimas y su piel estaba pálida como el mármol, mientras que Nathan, aunque intentaba disimularlo, no podía ocultar la preocupación que nublaba sus ojos.

—¿Qué pasa? —les pregunté a ambos.

Mi estómago se retorcía con una creciente sensación de angustia mientras los hermanos Telesco intercambiaban miradas, como si estuvieran sopesando cómo decirme lo que venían a contar. Los segundos se estiraron como horas mientras esperaba una respuesta que temía recibir.

—¿Me pueden decir qué pasa? —insistí, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza y el miedo se apoderaba de mi mente. La expresión preocupada en sus rostros me decía que era algo grave.

Nathan parecía luchar con las palabras, su voz apenas un susurro mientras me hacía una pregunta crucial.

—¿No miraste tu móvil, Evangeline? —preguntó con un nudo en la garganta que le impedía hablar más alto.

Sacudí la cabeza, confundida y nerviosa, y luego noté que ambos hermanos miraban mi teléfono, que estaba cargando en mi mesita de noche. Me dirigí hacia él, pero Darya, con los ojos llenos de lágrimas, me agarró de la muñeca y me detuvo.

La miré con ansiedad y una creciente sensación de terror.

—Evangeline —la voz de mi amiga se quebró—. Acaban de anunciar que tu madre murió en un accidente de coche.

Las palabras resonaron en mis oídos como un martillazo.

Una oleada de dolor me atrapó de inmediato. Mi corazón parecía apretarse con fuerza en mi pecho, como si alguien lo hubiera sujetado con garras frías. Sentí un nudo en la garganta que me impedía respirar con normalidad, y las lágrimas comenzaron a empañar mis ojos, nublando mi visión. Cada bocanada de aire era un esfuerzo doloroso y agónico.

Darya seguía sosteniendo mi muñeca, como si temiera que, si me soltaba, me derrumbaría en el suelo. La miré, sus ojos llenos de lágrimas reflejaban el mismo dolor que sentía en mi interior. Sabía que era cierto, pero al mismo tiempo, mi mente luchaba por aceptar la terrible realidad.

Darya se abalanzó sobre mí con un abrazo y Nathan le siguió, estaba entre los dos.

Entonces veo a mi padre entrar con prisa a la habitación, se frena en seco al vernos a los tres abrazados.

—Ay, hija... —susurró mi padre con la voz quebrada, y me separé de mis amigos para correr hacia él.

Sus brazos se abrieron para recibirme, y nos abrazamos con fuerza, los sollozos de ambos llenando la habitación.

***

Los resultados de la autopsia llegaron al día siguiente, arrojando una verdad amarga que cortó aún más profundo en mi corazón destrozado. Lo poco que pudieron rescatar de esa noche fatídica era que mi madre había estado conduciendo en estado de ebriedad en medio de la madrugada.

Nadie supo decir de dónde venía ni qué demonios hacía conduciendo en ese estado.

Mamá bebía cuando estaba triste.

Era su manera de enfrentar el dolor, de lidiar con los momentos difíciles que la vida le presentaba.

Lo supe durante años, pero nunca imaginé que su tristeza la llevaría a este trágico desenlace.

La culpa comenzó a arrastrarse sobre mí, como un peso insoportable que se apoderó de mi pecho.

¿Por qué no pude estar allí para ayudarla? ¿Por qué no pude ser el apoyo que necesitaba en sus momentos de tristeza? ¿Por qué no pude evitar que tomara ese fatídico camino?

Mis pensamientos se volvieron un torbellino de autorreproches y confusión.

Mi madre había estado luchando en silencio, y yo, atrapada en mi propia vida en este pintoresco pueblo, no pude verlo, no pude estar allí para ella cuando más me necesitaba.

El dolor y la tristeza se mezclaron con una profunda sensación de culpa mientras reflexionaba sobre lo que había sucedido.

Mi madre había partido debido a su tristeza, a su lucha interna que había tratado de esconder detrás del alcohol.

Ahora, me encontraba en un lugar oscuro, tratando de entender la magnitud de la pérdida y cómo seguir adelante sin la mujer que había sido mi guía y mi apoyo a lo largo de toda mi vida.

Dejé tres rosas encima del ataúd de mi madre mientras este descendía. No queria que la enterraran en este pueblo de mierda. Ella debería ser enterrada junto a su padre.

El día del funeral de mi madre, todo el pueblo se había reunido para darle el último adiós.

Me sorprendió ver a tantos rostros desconocidos, personas que nunca había visto antes, ofreciendo sus condolencias y despidiéndose de una mujer que, para muchos de ellos, era una completa desconocida.

En la distancia, pude divisar a la familia Telesco, pero noté la ausencia de una figura importante: Dan.

Su silla vacía en medio de la familia me llamó la atención, y me pregunté por qué no estaba allí para despedir a mi madre. La inquietud se mezcló con el dolor mientras continuaba observando la escena.

Mi mirada se posó en la madre de los gemelos Telesco, una mujer que llevaba un atuendo negro impecable, lentes oscuros y un gran sombrero que le daba un aire de misterio y distinción.

Su cabello pelirrojo caía en bucles perfectamente definidos.

No pude evitar pensar que parecía la típica mujer adinerada que asiste a un funeral con lágrimas falsas y palabras de consuelo vacías.

Sin embargo, era evidente que no iba a llorar de verdad; ni siquiera conocía a mi madre.

A su lado, un hombre rubio de ojos grises parecía igualmente distante de la situación. La presencia de ambos en ese momento solemne solo aumentó mi sensación de extrañeza y desconexión con el pueblo y sus habitantes.

La ceremonia había llegado a su fin, y mientras observaba a la multitud dispersándose lentamente, fue Adiele quien se acercó a mí con una sinceridad que me tomó por sorpresa.

Sus palabras eran un bálsamo en medio de toda la confusión y el dolor.

—Fuera de la rivalidad, quiero darte mi pésame, Evangeline —me dijo, sus ojos encontrando los míos con un gesto de empatía genuina—. No debe ser fácil estar en un pueblo extraño con gente que no conoces y enterrando a tu madre.

—Gracias, Adiele —susurré con gratitud mientras ella puso su mano en mi hombro en un gesto de consuelo.

La vi alejarse y unirse a los Telesco, tomando el brazo de Nathan y entrelazándose entre los dos antes de dirigirse a sus coches.

Mi padre se acercó a mí, su rostro reflejando el mismo dolor que sentía en mi interior. Su voz temblorosa me trajo de vuelta a la realidad.

—Las personas del palacio te han dado dos días por duelo. Quieren que vayas a casa a tomarte ese tiempo —me informó, y pude ver la preocupación en sus ojos.

Mientras caminábamos hacia nuestro coche, le envié otro mensaje a Dan: 

"¿Dónde estás? Te necesito, Dan"

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