Todos los lugares que mantuvi...

By InmaaRv

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«Me aprendí el nombre completo de Maeve, su canción favorita y todas las cosas que la hacían reír mucho antes... More

Prólogo
1 | Todo lo que yo sí he olvidado
2 | Luka y Connor
3 | La vida es una oportunidad
4 | Viejos amigos
5 | La casa de Amelia
6 | La lista
7 | Revontulet
8 | Avanto
9 | Familia
10 | De mal a peor
11 | El concierto
12 | Lo que de verdad importa
13 | El país de los mil lagos
14 | El viaje
15 | La primera cita
16 | Al día siguiente
17 | La fiesta
19 | Confesiones
20 | La lista de Connor
21 | Fecha de caducidad
22 | La boda
23 | Algo que se sintiera como esto
24 | Pesadilla
25 | El regreso
26 | Mamá
27 | Ellos
Las listas de Maeve y Connor
EN PAPEL
PUBLICACIÓN EN LATINOAMÉRICA

18 | Adorarte

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By InmaaRv

¿quién echaba de menos a Maeve y a Connor?

feliz día del lector, amigas. Disfrutad del capítulo <3


18 | Adorarte

Connor

A la mañana siguiente, me despierto con las piernas de Maeve enredadas entre las mías.

Bostezo, adormilado. No tengo ni idea de qué hora es, pero no debe de ser muy temprano, porque fuera oigo el suave murmullo de la casa ya en marcha. Los rayos de sol se cuelan por la ventana y crean sombras en la pared. A mi lado, Maeve sigue profundamente dormida. Tiene la cabeza sobre mi hombro y el brazo estirado sobre mi estómago. Su pelo oscuro se desperdiga en ondas sobre la almohada. Me estiro, porque noto los músculos engarrotados, y, al notar que me muevo debajo de ella, Maeve gruñe bajito y se arrima más a mí. Una sonrisa perezosa tira de mis comisuras. No recuerdo que nos durmiéramos en esta posición, por lo que tiene que haberse acercado en algún momento durante la noche. Quién iba a decir que fuera a ser tan cariñosa.

Utilizo la mano que tengo detrás de ella para acariciarle el pelo. Luego me lo pienso mejor y la meto por debajo de su camiseta. De mi camiseta. Abro los dedos sobre su espalda para abarcarla entera. Me encanta esta chica. Todo en ella me parece sexy a más no poder. Sus labios carnosos. El delicado camino de pecas que puebla su nariz. El lunar que descubrí anoche en su hombro. No me entra en la cabeza que una mujer así pueda llegar a dudar de que es espectacular. Yo podría quedarme mirándola embobado durante horas.

Bajo un poco más, hasta el lateral de su cadera. Está helada, por lo que tiro de la sábana para taparla. Eso, junto a los pasos que se oyen al otro lado de la puerta, hace que Maeve se revuelva en sueños.

—Buenos días —susurro cuando, al cabo de un rato, por fin abre los ojos. Me sorprende lo ronca que me sale la voz.

En un primer momento, parece algo desorientada. Suelta un bostezo y todo su rostro se arruga cuando frunce el ceño. Después se percata de la postura en la que estamos. Da un respingo y se aparta a toda prisa.

—Mierda, lo siento. Me muevo mucho mientras duermo. No pretendía...

—No seas tonta. No me molesta. —Para darle más énfasis, la agarro de la muñeca y tiro de ella para que vuelva a tumbarse sobre mí. Maeve obedece, aunque todavía leo la duda en sus ojos—. No sé si te lo he dicho alguna vez, pero una de mis fantasías siempre ha sido que una chica guapa me aborde mientras duermo.

—Eres un imbécil. —Pero ahora parece mucho más relajada, y es lo único que necesito para cantar victoria.

Mike era un capullo. Uno que no supo aprovechar su oportunidad.

Y, por desgracia para él, yo no pienso desperdiciar la mía.

—Es parte de mi encanto.

—Si tú lo dices.

Vuelve a acurrucarse contra mí, esta vez sin ni una pizca de timidez, y yo me recoloco para que esté más cómoda y espero a sentir esos nervios desagradables en el estómago. Espero que el corazón se me acelere solo por tenerla cerca. Pero no ocurre. Todo lo que siento es calma. Paz. Como si ya hubiéramos hecho esto muchas veces antes. O como si, de alguna forma, mi cuerpo supiera que estoy en el lugar correcto. Que aquí no hay nada de lo que uno deba preocuparse.

Deslizo los dedos hasta la suave curva de su estómago. Mientras tanto, Maeve sigue en silencio, como si estuviera dándole vueltas a algo.

—¿En qué piensas?

—Me daba un poco de miedo este momento —revela. Da la impresión de que está pensando en voz alta; que he tirado del hilo y ahora no puede hacer nada más que decírmelo—. Creía que me sentiría... incómoda al despertarme contigo después de lo que pasó anoche. Que sería extraño.

—¿Y lo es? —Trato de disimular la inquietud que me han generado sus palabras.

—No. Al contrario. Es fácil.

—Supongo que eso es buena señal.

Tuerce el cuello para mirarme. Ahora el corazón sí que se me acelera un poco, porque hay algo en esos ojos oscuros que sortea todas mis barreras. Parecen sinceros, justo como anoche, cuando me confesó que quería estar conmigo. A pesar de los malentendidos. De mis miedos y mis errores.

—Me gustas mucho, Connor —repite—. Todo lo que dije ayer iba en serio. Podemos intentarlo, si tú quieres.

—¿Eso me daría vía libre para besarte cada vez que me apetezca?

Consigo hacerla sonreír. Es una sonrisa brillante, genuina, de esas que tanto le costaba esbozar cuando llegó aquí.

—Podrías besarme todo el rato.

—En ese caso, acepto. Me parece un buen plan.

—A mí también.

Y se echa hacia adelante y me besa. Y, como ella misma ha dicho, es fácil. Me enreda una mano en el pelo para atraerme hacia sí y abre su boca sobre la mía, y yo pienso que ahora mismo le daría todo lo que quisiera; me da igual si es solo esto o si busca mucho más. Nuestras piernas se enredan bajo las sábanas cuando me coloco encima de ella y le acaricio las piernas, las costillas, las caderas.

—¿Habías dormido antes con alguna chica? —me pregunta.

—¿Quieres que diga que eres la primera?

—¿Lo soy?

—¿Por qué me da la sensación de que te encantará saber que sí?

—Porque es verdad. Soy codiciosa. —Me perfila la nuca con las uñas y sonríe en mis labios—. No me gusta compartir.

—Y hace dos semanas decías que no me soportabas... —susurro con aire burlón—. ¿Te has tragado tus palabras o son solo imaginaciones mías?

—Lo segundo. Sigo pensando que eres insoportable.

—Eso explica por qué te has abalanzado sobre mí de madrugada.

—No me he abalanzado sobre ti.

—No te preocupes por nada, tipa dura. Te guardaré el secreto.

—Solo tenía frío.

—Seguro.

—Hablo en serio. Duermes con las ventanas abiertas. Y ni siquiera tienes mantas. Me inquieta seriamente lo desnivelado que tienes el termómetro corporal.

—Buscaré una forma de solucionarlo para esta noche —le aseguro, porque, aunque estábamos de broma, sí que es verdad que cuando la he tocado esta mañana estaba destemplada.

—¿Esta noche?

—Cuando vuelvas a dormir conmigo.

Me aparto para mirarla. Maeve enarca las cejas. Tiene los ojos brillantes. Deslumbra. Toda ella.

—¿Quién te ha dicho que eso vaya a pasar? —cuestiona, solo para jugar conmigo.

—Bueno, estas son mis dos únicas opciones: o bien tú duermes aquí, o bien yo subo a dormir contigo. Pero los dos sabemos que en tu habitación estaremos peor. Básicamente porque tendríamos público.

Entiende enseguida a lo que me refiero y resopla con irritación.

—Te juro que odio a ese gato.

No puedo evitarlo, me echo a reír. Maeve me agarra los brazos, como si quisiera apartarme de ella, pero acaba clavándome los dedos en la piel cuando le doy un beso en el cuello. Deslizo las manos hasta sus caderas y las subo, llevándome su camiseta conmigo. Un segundo más tarde, he apartado la sábana y tengo los labios sobre la línea de su ombligo. Maeve deja escapar un suspiro mientras mis besos suben hasta su pecho.

Después, tiro de los laterales de su ropa interior, los aparto y acaricio las marcas rojizas de las que me habló anoche, primero con los dedos y luego con la boca.

—¿Qué haces?

—Adorarte.

Se queda quieta al oírme. Yo continúo con mi tarea; la recorro con los labios hasta que llego de nuevo al borde de su camiseta y escondo la cara en su cuello. Maeve tarda un momento en reaccionar, pero acaba moviendo el brazo para acariciarme la espalda, con la respiración temblorosa. Me doy cuenta de que es un paso importante para ella, lo de haberme dejado hacer esto. Haberse sincerado conmigo ayer. Sé que es un proceso en el que yo solo puedo colaborar hasta cierto punto; que es ella la que tiene la mayor parte del trabajo, pero pienso hacer todo lo que esté en mi mano para que le resulte más fácil. O para que al menos se sienta cómoda conmigo.

—Eres espectacular —reitero, por si acaso, en el pequeño lapso de tiempo que ha transcurrido desde que le dije algo similar anoche, lo había olvidado.

—¿Estás intentando comprarme con halagos solo para que no salga de la cama?

Los dos sabemos que no, que lo digo en serio, pero sé que este tema es difícil para ella y que necesita suavizar el ambiente, así que decido seguirle el rollo.

—Depende. ¿Va a funcionar?

—Puede ser.

Sonrío.

—Me quedaría aquí contigo todo el día, preciosa, pero no creo que a mis padres vaya a hacerles mucha gracia.

Eso la hace reaccionar de golpe.

—Mierda. Tus padres.

Justo en ese momento, como si los hubiésemos invocado, se oyen unos golpes leves en la puerta.

—¿Connor? —Es mamá—. ¿Estás despierto? Son más de las diez. Se te va a pasar la hora del desayuno.

—Mierda, mierda, mierda. —Maeve me empuja para que me quite de encima y se levanta a toda prisa de la cama.

Conteniendo la risa, me estiro para agarrarla del brazo y hacer que vuelva conmigo. Se resiste, pero termina cayendo de rodillas sobre el colchón.

—Connor —me advierte.

—Ya no tengo dieciséis años.

—Pero son tus padres. Y me están hospedando en su casa. No puedo...

Deja de hablar, sorprendida, cuando le pongo un dedo en los labios para advertirle que está haciendo demasiado ruido. De alguna forma, ha acabado sentada en mi regazo, lo que seguro que está poniéndola de los nervios, pero a mí no podría gustarme más.

No debería estar disfrutando tanto de la situación.

Oímos más golpes.

—¿Connor? —insiste mamá.

Maeve sale de su estupor y me da en el estómago con el reverso de la mano.

—¡Contéstale! —susurra.

—¿Qué se supone que voy a decirle?

—¡Cualquier cosa! Va a abrir la puerta.

—Claro que no. —Pero no estoy del todo seguro, así que, por si acaso, subo la voz—: Estoy despierto, mamá. Lo siento, ayer volvimos tarde del pub. Ahora mismo salgo.

Sueno lo bastante convincente como para que Maeve se relaje encima de mí. Como siempre que la tengo cerca, mis manos cobran vida propia. Le acaricio la parte exterior de los muslos, rozándola solo con las yemas de los dedos.

Mientras tanto, mi madre sigue hablando:

—¿Con quién saliste, al final? ¿Con Markus y los demás?

—Ajá. —Me echo hacia adelante y apoyo la barbilla en el hombro de Maeve. Ella vuelve a darme un golpecito, y es entonces cuando entiendo que mi madre necesita que verbalice una respuesta—. Sí, estuve con ellos.

—¿Te lo pasaste bien?

—Muy bien.

Casi puedo sentir su alivio a través de la puerta. Últimamente papá y ella insisten mucho en que vea a los chicos. Sé que están preocupados por mí; aunque intentan disimularlo, lo he notado, y lo peor es que no puedo culparlos. Me he pasado los últimos meses aislado, centrándome en estudiar, en ayudar en la tienda y en pasar tiempo con mi familia. Antes de la noche del concierto, habían pasado siglos desde la última vez que vi a mis amigos. Me alejé de todo a raíz de la muerte de Riley. Pero ya han pasado ocho meses, y entiendo que mis padres crean que va siendo hora de volver a la normalidad.

El problema es que da igual cuánto me esfuerce, no siento lo mismo. Aprecio a Markus, pero la amistad que teníamos Riley, Luka y yo era distinta. Éramos inseparables. Y ahora mi hermano y yo casi no nos hablamos y Riley ya no está. No creo que me quede ninguna «normalidad» a la que volver.

Sin embargo, no le digo eso a mi madre.

No necesita más preocupaciones.

—Me alegro mucho, cariño —responde, ajena a todo lo que decido guardarme para mí—. Te preparé algo para desayunar. ¿Sabes si las chicas ya estaban dormidas cuando volviste? No han bajado todavía.

Maeve se aleja para mirarme, alarmada. De primeras me desconcierta que hable en plural, y entonces recuerdo que se suponía que Nora dormía aquí con ella esta noche. Joder, lo había olvidado por completo. Vamos a tener que dar muchas explicaciones.

—Ni idea. Pero, conociéndolas, no me extrañaría que se quedaran hablando hasta las tantas. Bajarán en cuanto se despierten.

La mentira debe de ser lo bastante creíble para mamá, puesto que suspira y se limita a responder:

—Tu hermano tampoco ha salido de su cuarto. Seguro que se pasó toda la noche molestándolas.

—Sí, seguro.

—Es incorregible.

Y con eso da la conversación por terminada. Oímos sus pasos alejándose de la puerta. Maeve se muerde el labio.

—Ha estado cerca —menciona.

Yo le doy una palmada suave en la cintura.

—Arriba, vamos.

Aunque soy quien toma la iniciativa, necesito toda mi fuerza de voluntad para dejarla salir de la cama. Maeve se pone de pie y recorre la habitación para buscar su vestido y sus tacones. Justo cuando voy a levantarme también, la miro y cambio de opinión. Me recuesto de nuevo contra el cabecero para observarla. No lleva nada de ropa encima, a excepción de la camiseta que le dejé anoche y que ahora se arremolina en su cintura, dejando sus preciosas piernas al descubierto. Me pregunto si sería muy descarado pedirle que a partir de ahora la use siempre para dormir.

—¿Vas a quedarte ahí parado, mirándome sin hacer nada?

—¿Te parece un problema?

Sus ojos conectan con los míos y percibo el momento exacto en el que entiende el trasfondo de la pregunta. No quiero que se sienta insegura conmigo, pero tampoco voy a presionarla. Así que dejo la decisión en sus manos. Y espero que vacile. Que me diga que estoy yendo demasiado rápido y que prefiere que me dé la vuelta para poder cambiarse.

Sin embargo, Maeve niega con la cabeza.

—No —contesta.

Sonrío.

—Bien.

Lo siguiente que sé es que se ha sacado la camiseta por la cabeza. Me la lanza a la cara antes de que me dé tiempo a ver nada y yo me echo a reír.

—Déjame al menos disfrutar de las vistas.

—Eres un capullo.

—Te gusto así.

—No me lo recuerdes.

Estoy de muy buen humor cuando me incorporo y voy al armario para buscar algo que ponerme. En cualquier otra ocasión habría ido a desayunar en pijama, pero ya es tarde, necesito una excusa que justique por qué he tardado tanto en salir de mi cuarto y, si no recuerdo mal, hoy me toca a mí repartir los pedidos. Acabo enfundándome unos vaqueros y una camiseta negra. Por el rabillo del ojo veo que Maeve se alisa el vestido y se recoge el pelo en una coleta.

—¿Lista? —le pregunto.

Me dirijo a la puerta, pero ella se interpone en mi camino, apretando los labios con inquietud.

—No creo que sea buena idea que tus padres se enteren de esto —comenta con cuidado.

—Sí, pienso lo mismo. Lo mejor será que lo mantengamos en secreto.

—¿En serio? ¿Por qué?

Un ápice de inseguridad se adueña de sus ojos, como si no esperara que fuera a ceder con tanta facilidad y mi reacción le hubiera generado desconfianza. Alargo la mano para apartarle un mechón rebelde de la cara.

—Maeve, ayer me dijiste que querías ir despacio. Y me parece bien. Quiero darte tiempo, que vayamos a tu ritmo. Estoy convencido de que mis padres no tendrían ningún problema con esto. Al contrario. Pero ya los conoces. A veces mi familia puede ser intensa. Sobre todo mi madre. —La diversión tira de mis comisuras—. Es encantadora, pero te aseguro que el término «tomarse las cosas con calma» no encaja en su vocabulario.

Relaja los hombros y asiente.

—¿Así que esto queda entre nosotros?

—De momento, y si te parece bien, sí.

—De acuerdo.

Le doy un beso en la cabeza.

—Déjame salir primero. A estas horas mi padre ya debe de estar en la tienda. Distraeré a mi madre y te daré una señal cuando puedas salir sin que te vea para subir a tu habitación.

Suelta una risa leve.

—Esto no va a salir bien.

—Mujer de poca fe —replico yo, con aire burlón—. Si se me da genial disimular.


*


Maeve

Me quedo en la habitación de Connor, escuchando junto a la puerta, mientras él va a la cocina e intercambia unas palabras con su madre en finés. Al cabo de un rato, cuando los nervios están a punto de acabar conmigo, cambia radicalmente de idioma y me da la señal:

—Mamá, ¿no te parece que está todo despejado?

—¿A qué te refieres? —se extraña ella.

—No sé. Era solo un comentario. Luz verde. Está todo bajo control. Tú ya me entiendes.

Es un imbécil.

Con sumo cuidado, y sin poder contener la sonrisa, salgo de su dormitorio y cierro la puerta silenciosamente a mis espaldas. El corazón me late con fuerza en los oídos mientras cruzo el pasillo de puntillas, con los tacones en la mano. Oigo las voces de Hanna y Niko en la cocina junto a la de Connor. La situación no podría ser más ridícula: voy despeinada y descalza y tengo el vestido arrugado, y me siento como una niña que intenta ocultarle a sus padres que ha hecho algo mal solo para no meterse en un lío. Pero Connor tiene razón. Su familia no puede enterarse de esto. No ahora, al menos. Y definitivamente no de esta manera. Si hubiera sido más sensata, habría vuelto a mi habitación anoche, antes de que ellos regresaran, pero hay algo en Connor que me impide pensar con racionalidad. Y estas son las consecuencias.

Me invade una oleada de alivio cuando por fin alcanzo la escalera. Subo a toda prisa, ansiosa por llegar a mi habitación. No me doy cuenta de que hay una persona más en la casa hasta que ya es demasiado tarde.

Freno bruscamente en medio del pasillo.

Al verme, Sienna arquea las cejas.

Mierda.

Abro y cierro la boca, pero no consigo decir nada. El silencio se alarga durante unos segundos que se me hacen eternos.

—¿Connor? —pregunta ella, como si quisiera asegurarse. Asiento como una idiota. Eso la hace sonreír—. Bueno, ya iba siendo hora.

—No digas nada —le suplico—. Por favor.

—¿Qué voy a decir? Hasta donde yo sé, acabo de verte salir en pijama de tu habitación y me has dicho que ibas a darte una ducha. Y resulta que tu amiga, Nora...

—Se ha ido esta mañana. Temprano —termino por ella.

—Imposible. La habríamos visto al llegar. Se marchó de madrugada. Tuvo una... emergencia familiar.

—Su familia vive en España.

—Entonces se fue y ya está.

Asiento con rapidez. Sigo teniendo el corazón acelerado, pero no parece que Sienna vaya a delatarme, y es todo un alivio.

—Gracias —le digo con sinceridad.

—Me aposté veinte pavos con Albert a que Connor y tú os liabais anoche. Y pienso pasarme meses burlándome de mi hermano por esto. Gracias a ti —replica ella. Su sonrisa se vuelve más sincera, más amable. Veo en sus ojos que está de acuerdo con la situación—. Id con cuidado.

Baja la escalera y yo me meto en mi cuarto, cierro la puerta y dejo escapar el aire que contenía en un suspiro. Como sospechaba, lo primero que veo al entrar es que Onni ha aprovechado de mi ausencia para dormir en la cama. Levanta la cabeza al recaer en mi presencia. Parece sorprendido, como si acabara de acordarse de que existo.

Odio a este gato.

Pero hoy estoy de tan buen humor que ni siquiera tengo ganas de insultarlo.

—No dejes pelo en la almohada —le advierto, sin más. Después recuerdo todo lo sucedido en las últimas horas, me muerdo el labio para no reírme y cojo ropa limpia del armario.

Un rato más tarde, he terminado de ducharme y bajo la escalera vestida con unos pantalones cortos y una sudadera ancha. Me cruzo con Sienna en el recibidor, que se despide de mí con un gesto burlón antes de salir de la casa, y luego voy a la cocina. Connor está preparándose el desayuno sobre la encimera mientras Hanna y Niko charlan en la mesa. Apoyo la cabeza contra el marco de la puerta.

—Buenos días —los saludo a los tres.

Connor me mira por encima del hombro. Sus ojos prestan especial atención a la piel que deja al descubierto mi pantalón corto antes de clavarse en los míos.

—Buenos días —contesta como si nada.

—Maeve, cariño, ¿qué tal has dormido? Y ¿cómo está Nora? Sienna me ha dicho que anoche tuvo que marcharse. Es una lástima. Sé que os lo pasáis bien juntas. —Hanna suena tan preocupada y es tan buena y cariñosa conmigo que de pronto me siento terriblemente culpable por tener que mentirle.

—Nora está bien —la tranquilizo con tono amable—. Al final fue solo una tontería.

—Oh, ¿en serio? ¡Menos mal! ¿Te apetece desayunar? ¿Quieres que te prepare unas tostadas? Puedo...

Va a levantarse, pero Connor le planta una mano en el hombro para obligarla a sentarse otra vez.

—Hasta donde yo sé, Maeve tiene dos manos perfectamente funcionales —le recuerda, posando sus ojos sobre los míos.

Contengo la sonrisa. Pero bueno.

Hanna le da un manotazo.

—No seas desagradable con ella.

—Tiene razón, Hanna. Yo me ocupo —intervengo—. No te preocupes por nada.

Cruzo la cocina mientras Connor vuelve a sumergirse en su tarea. Al pasar junto a Niko, me inclino para darle un beso en la coronilla. Se ríe cuando le clavo los dedos en el estómago para hacerle cosquillas.

Hei —lo saludo en finés.

—Se dice Hyvää huomenta, Maeve.

—¿Qué significa eso?

—Buenos días.

Hyvää huomenta, entonces.

Hanna deja de leer el periódico para mirarnos, divertida, por encima de sus gafas. Saco el zumo del frigorífico y cojo un vaso para servírmelo. Connor se había movido hacia la derecha para dejarme espacio, pero no tarda en regresar. De repente, se coloca detrás de mí, se inclina hacia adelante y levanta el brazo para rebuscar en uno de los armarios superiores. Al notar el calor de su cuerpo contra el mío, noto un tirón en el estómago.

—¿Qué haces? —susurro.

—Buscar la mantequilla, Maeve. ¿Qué voy a hacer? —responde él, también en voz baja. Su tono socarrón revela que no son precisamente esas sus intenciones.

Está jugando conmigo. Le doy un codazo lo bastante fuerte como para que lo note y lo suficientemente flojo como para que se ría entre dientes en vez de gemir de dolor.

—Largo de aquí —ordeno.

—Qué violenta —se burla, pero me hace caso.

—¿Cómo fue la cena de ayer? —les pregunto a Hanna y a Niko que, por suerte, no se han percatado de nada. Mientras tanto, Connor sigue revoloteando a mi alrededor. Busca cualquier excusa para tocarme o acercarse; abrir un armario, buscar algo en un cajón, alargar la mano hacia el organizador de cuchillos.

—Bastante bien. Los padres de Albert son encantadores —me cuenta Hanna.

—Mamá criticó como se vestían —la acusa Niko.

—No es verdad —replica ella, ofendida. Chasquea la lengua y da un sorbo de su café—. Solo mencioné que el color gris no combina con el marrón. Sería una lástima que se les ocurriese ir así a la boda y arruinaran todas las fotos.

Suelto una risita.

—Si eso ocurre, te prometo que las pondré todas en blanco y negro.

—Qué buena idea, Maeve. Gracias. Por cierto, ¿sabías que ya casi he terminado tu vestido?

Esta vez soy yo la que abre el armario superior, solo porque necesito coger mis galletas favoritas. Sin embargo, Connor es más rápido y las pilla antes que yo. Voy a ponerme a discutir con él porque el paquete está casi vacío, pero se da cuenta y lo deja caer en mi mano sin vacilar. Le sonrío. Él me da otra palmadita disimulada en la cintura antes de apartarse.

—¿De qué color es al final? —me intereso mientras llevo mi desayuno a la mesa. Me siento frente a Niko, que está coloreando con sus rotuladores, como de costumbre.

—Violeta. Te dije que te sentaría bien. Además, guardaba uno de los diseños que hice para tu madre. Podrás probártelo a finales de semana. ¿Qué zapatos te vas a poner? Necesito saberlo para ajustar el bajo. Ojalá hubiera tenido más tiempo para perfeccionar el patronaje, pero ha sido todo muy apresurado y...

—Hanna —la interrumpo, y se calla de golpe. He notado que, cuando está nerviosa, se pone a hablar sin parar. Me recuerda a Leah en momentos así. A ella siempre le pasa lo mismo. Es adorable—. Estará perfecto. Confío en ti. De verdad.

Debe de notar la sinceridad en mi voz, porque se relaja. Me ofrece una de sus sonrisas familiares. Le sale un hoyuelo en cada mejilla, como a Connor.

—Estarás preciosa. Ya lo verás. —Acto seguido, su mirada pasa a su hijo, que acaba de llegar a mi lado—. Y tú, ¿te has probado el traje que te compré?

Connor se deja caer en la silla con un suspiro. Por debajo de la mesa, su rodilla roza la mía.

—¿Por qué no puedo usar el viejo?

—Sabes por qué. Te queda pequeño.

—Cubre todo lo importante.

—Ese traje tiene muchos años, ahora eres más alto y el pantalón te queda corto. Se te ven los tobillos. No puedes ir así a una boda.

—Entiendo. Sería una blasfemia.

—Connor —le advierte ella.

—Está bien. Me lo probaré.

—Así me gusta. Y, por lo que más quieras, no hagas ninguna tontería. Es el día especial de tu hermana. Ni se te ocurra teñirte el pelo de rosa. Ni de ningún otro color. Solo quedan tres semanas. Confío en que podrás comportarte. —Hanna se vuelve hacia mí—. Mantén sus malas ideas a raya, Maeve, por favor.

—Quédate tranquila —le respondo, a sabiendas de que Connor me está mirando—. Yo me encargo.

Él vuelve a chocar su rodilla contra la mía y me veo obligada a reprimir la sonrisa.

—Yo me quiero teñir el pelo de verde —anuncia Niko. Levanta su rotulador—. O de azul eléctrico. Sí. Justo de este color.

—No te vas a teñir el pelo —decreta Hanna. Se levanta de la mesa y se lleva consigo su taza de café.

Niko frunce el ceño.

—Pero Connor lo hizo.

—Sí, y fue una mala idea.

El susodicho se encoge de hombros.

—A mí me pareció divertido.

—¿Ves? —insiste Niko, mirando a su madre—. ¿Cuántos años tengo que tener para que me dejes hacerlo?

—Dieciocho. Como mínimo.

—Pero con dieciocho años ya seré tan viejo que seguro que me habré muerto. —El niño hace un mohín. Luego se gira hacia mí—. ¿De qué color quieres que me tiña el pelo cuando sea mayor, Maeve? ¿De verde, de azul eléctrico o de rosa como mi hermano?

—De ninguno —contesto—. A mí me gusta el tuyo.

—Pero eso es aburrido. Me lo teñiré de todos los colores. O, mejor, me lo voy a teñir de negro.

—¿De negro? —me sorprendo.

—Sí, porque así será como el tuyo. Y la gente pensará que somos... sukulaisia, sí, eso. Parientes. Familia. ¿No es una idea genial?

No sabría decir por qué oír eso me afecta tanto. Quizá porque nunca he vivido lo que es tener una familia. O porque, si en algún momento lo viví, ya ha pasado tanto tiempo que no me acuerdo. Pero sus palabras me provocan un nudo en la garganta.

Hanna lo nota y, como si quisiera ayudarme a salir del paso, posa las manos sobre los pequeños hombros de Niko.

—Creo que va siendo hora de que vayas a ponerte las zapatillas para ir a la academia —le indica con ternura.

Él deja de colorear para mirarla extrañado.

—Pero siempre es Maeve quien me lleva a la academia.

—Hoy lo haré yo. Así dejamos a Maeve descansar. —Le da un apretón suave—. Vamos, ve a ponértelas o llegaremos tarde.

Niko deja escapar un suspiro prolongado, de esos que sueltan los niños cuando creen que obedecer a sus padres es la mayor tortura a la que podrían someterse, pero acaba haciéndole caso. Sale correteando de la cocina. Lo sigo con la mirada hasta que una mano se posa sobre mi rodilla.

—¿Estás bien? —Cuando me giro hacia Connor, veo que sus ojos me observan con preocupación—. Niko puede ser un poco intenso a veces.

Me obligo a asentir.

—Sí, tranquilo. Estoy bien.

No me percato de la intimidad que hay en el gesto, en su mirada, hasta que tuerzo la cabeza y descubro que Hanna está pendiente de nosotros. Me aclaro la garganta y me vuelvo hacia el frente para apartarme de Connor.

—No me importa llevar a Niko a clase —digo. Apenas he comido, pero se me ha pasado el apetitito, de forma que me levanto para recoger mi desayuno.

—Hoy me encargo yo. Ya haces demasiado por nosotros acompañándolo todas las semanas en autobús. —Aunque es imposible que no se haya dado cuenta de lo que acaba de pasar, Hanna mantiene su tono amable.

—No es ninguna molestia, en serio. Además, ahora tendré que ir más a la ciudad, así que podré llevarlo sin falta a todas las clases.

—Maeve va a apuntarse a clases de finés —explica Connor al ver la cara de confusión de su madre—. Pensamos que sería buena idea.

—Entiendo. —Hanna vuelve a alternar la mirada entre nosotros, como si supiera algo que tanto su hijo como yo aún ignoramos. Deja su taza en el fregadero y se dirige a la puerta—. Acuérdate de que hoy te toca hacer el reparto —le dice a Connor—. Y asegúrate de que tu padre le echa un vistazo a los vídeos de ese youtuber al que se ha aficionado tu hermano. ¿Cómo decías que se llamaba?

—¿Liam Harper?

—Sí, ese. No quiero que Niko vea sus vídeos si dice malas palabras. Nos vemos luego, chicos.

Esperamos hasta que oímos que Niko y ella salen de la vivienda. Después, Connor echa su silla hacia atrás.

—Ven aquí —me pide.

Le hago caso. Me coloco entre la mesa y él, con la parte trasera de los muslos contra la madera. Recuerdo que también estuvimos en esta misma posición aquel día, cuando le curé el moratón del ojo después de que su hermano y él se metiesen en esa estúpida pelea. Por aquel entonces ya le bastaba con rozarme con los dedos para acelerarme el corazón.

Ahora ocurre más o menos lo mismo. Su mano baja por mi brazo y acaba entrelazándose con la mía. Siento un cosquilleo en el estómago, aunque es agradable.

—¿Qué pasa? —inquiere, porque, al igual que siempre, es capaz de leerme muy bien.

—Me da la sensación de que es imposible ocultarle nada a tu madre.

—Bueno, en eso tienes razón. Tiene una especie de súper poder. —Me sonríe y yo trato de devolverle el gesto, pero no me sale demasiado bien.

—¿Crees que se enfadará conmigo? No quiero que piense que me he metido en su casa y después...

—¿... has acabado metiéndote también en mi cama?

Le doy un empujón.

—Cállate.

Connor se echa a reír.

—Es la verdad.

—No quiero que ellos lo sepan.

—Se enterarán tarde o temprano. Y, como te he dicho antes, les parecerá bien. Mis padres te adoran, Maeve. Te lo digo en serio. Deja de preocuparte. —Suena sincero, así que asiento y trato de sacarme esos pensamientos incómodos de la cabeza. Connor tira de mí para que me coloque entre sus piernas y me pone las manos en la cintura—. Acompáñame a hacer el reparto —me pide bajando la voz.

Su mirada sube de mis labios y a mis ojos y, esta vez sí, la sonrisa que tira de mis comisuras es de verdad.

—Me temo que, si lo hago, solo te voy a distraer.

—No estoy de acuerdo.

—¿Ah, no?

—Si no vienes, estaré todo el día pensando en las ganas que tengo de terminar para volver aquí contigo. Eso sí que sería una distracción.

Me duelen las mejillas.

—Entiendo.

—Además, podemos parar en el bosque para que puedas sacar algunas fotos. Me dijiste que te apetecía hacerlo, ¿no?

—¿Crees que podríamos pasar también por una tienda de zapatos o algo así? Necesito unos tacones para la boda. Y no voy a dejar que tu madre venga a comprarlos conmigo. Insistirá en pagarlos. —Tengo una pelea constante con Hanna y John por el tema del dinero porque no dejan de invitarme a cosas y no pienso ceder en esto. De hecho, la idea de tener que comprarme unos me da incluso un poco de pereza, pero no puedo ir a la boda con botas de montaña. Ojalá me hubiera traído unos zapatos bonitos y decentes de Florida.

Connor enarca una ceja.

—Mi madre no se cabreará cuando sepa que estamos... juntos, pero te aseguro que va a querer matarme si se entera de que te he llevado de compras sin ella.

—No le diremos nada.

—Demasiados secretos. Soy un hombre débil.

—Vaya, así que habéis follado. Menuda sorpresa de buena mañana. Ver para creer.  —De repente, la voz de Luka suena a mi espalda. Doy un respingo y me giro a toda prisa para verlo entrar en la cocina. Sus ojos azules se fijan un momento en los míos antes de encontrarse con los de su hermano—. Por si ella no te lo dijo anoche, eres un puto imbécil.

Recorre la estancia y saca una taza del armario para ponerla bajo la cafetera. En cuanto pone la máquina en funcionamiento, el ruido me llena los oídos. Luka se da la vuelta y se apoya contra la encimera para mirarnos. Al ver que no nos hemos movido, hace un gesto rápido con la mano.

—Vamos, separaos —nos insta—. Un mínimo de respeto por la familia. Me vais a producir arcadas.

—Te he visto en situaciones peores —le recuerda Connor y, como si quisiera dejar claro su postura frente a su hermano, afianza su agarre en torno a mi cintura.

Luka sonríe y se cruza de brazos.

—Bueno, en eso tienes razón. —Entonces, su atención vuelve a recaer sobre mí. Analiza mi rostro, como si estuviera tratando de averiguar cómo me siento yo con toda esta situación. Por si acaso, pregunta—: ¿Todo bien?

Asiento.

Eso parece dejarlo conforme.

—Te lo dije —se limita a contestar.

—¿Qué tal con Nora ayer?

—Empecé a disfrutar de la noche en el momento en el que la dejé en la puerta de su casa. —Ya sabía que Luka la había acompañado hasta allí; Nora me lo contó cuando la llamé antes de acostarme para asegurarme de que estaba bien, pero aun así es raro oírlo de su boca. Incluso aunque utilice ese tono amargo para hablar del tema, fue un buen gesto. Uno que no pega en absoluto con su carácter.

Quién iba a decir que habría una pizca de decencia y educación dentro de él.

—Creía que esa chica te odiaba —comenta Connor.

—Y me odia, créeme. —Luka resopla y por fin coge su café. Da un sorbo antes de volver a dirigirse a mí—. Hablando de odio eterno, te recuerdo que estás en deuda conmigo. Me debes una petaca.

Connor frunce el ceño.

—¿Una petaca?

—Tiré la suya por la ventana —le cuento.

—Con el coche en marcha —especifica Luka.

—Me dijo que no quería beber.

—Y su forma de responder a mis buenas intenciones fue deshacerse de mi bien más preciado y venderle mi alma al demonio de su amiga. Ese es el tipo de persona al que estás metiendo en tu cama, hermano.

Pongo los ojos en blanco. Mientras tanto, Connor nos observa a ambos, entre confuso, divertido y muerto de la curiosidad.

—¿A qué se refiere con lo de que le vendiste su alma a Nora?

—Le di su cartera. Luka me prometió que no iba a beber nada y necesitaba asegurarme de que cumplía su palabra. Y salió bien —remarco solo para fastidiar—. No bebió en toda la noche. No alcohol, al menos. ¿Qué tal el zumo de frambuesa, por cierto?

—Caro y vomitivo.

Aprieto los labios para no reírme.

—No me digas que te obligó a pagarlo.

—Te lo dije. Es el demonio hecho mujer. —Da otro sorbo a su café. En cuanto nota que Connor lo sigue observando, se pone a la defensiva—. ¿Qué pasa?

Su hermano se encoge de hombros.

—No he dicho nada.

—Conozco esa mirada. Y te equivocas. No va a pasar —sentencia Luka. Tardo un momento en entender a qué se refieren.

—¿Nora y él? —pronuncio. Solo de decirlo en voz alta ya me hace gracia lo absurdo que suena. Sacudo la cabeza—. No, claro que no va a pasar.

—¿Por qué no?

—Sí, eso, Maeve, ¿por qué no? —Luka sujeta la taza con una mano y apoya la otra en la encimera, mirándome fijamente—. Vamos, ahora tengo curiosidad.

Lo observo como si hubiera perdido la cabeza.

—Para empezar, porque te odia.

—Lo sé. Es mutuo.

—Y ella es genial y tú eres...

—Yo soy, ¿qué?

—Sabes a lo que me refiero.

—Destruyes un poco más nuestra amistad cada vez que abres la boca.

—Lo que tú digas. ¿Vas a largarte de una vez o piensas quedarte mirando mientras me enrollo con tu hermano?

—En realidad, venía a hablar con él. —Se vuelve hacia Connor, que parece estar disfrutando de lo lindo de esta conversación—. Quería preguntarte si te apetecía que uno de estos días fuésemos a pescar. Podemos sacar la antigua barca de papá y pasar la mañana en el lago, aprovechando que ahora hace sol. Como en los viejos tiempos, ya sabes.

Connor siempre me ha parecido muy hermético; sin embargo, lo conozco lo suficiente como para saber que su hermano acaba de tomarlo por sorpresa. Abre la boca para responder, pero no parece saber qué decir, así que yo me adelanto:

—No sabía que teníais una barca. —Alterno la mirada entre los dos.

Connor traga saliva.

—Sí. Era de nuestro padre. —Su voz sale un poco ronca, como si estuviese forzándose a hablar—. Solíamos ir a pescar con él todos los veranos cuando éramos pequeños.

—No creo que ahora vayamos a caber los tres, pero podemos ir nosotros —insiste Luka, sin despegar la vista de su hermano. Al notar que él sigue un tanto confundido, levanta un hombro—. Me he propuesto mantenerme sobrio de ahora en adelante y Joona me ha echado de la banda. Necesito una nueva forma de entretenerme.

—Me sorprendería que siguieras siendo capaz de poner el cebo.

—¿Acaso quieres apostar?

—Depende. ¿Estás preparado para perder?

Eso le arranca a Luka una sonrisa.

—Así que ¿te apuntas?

Connor asiente.

—Me apunto.

—Bien. Tú lo has querido. —Los ojos de Luka centellean, burlones—. Voy a darte una paliza.

Y, mientras lo dice, noto algo diferente en él. Parece mucho más relajado, como si acabara de quitarse un peso enorme de los hombros. Me pregunto cuánto habrá tardado en animarse a salir de su habitación y venir a hacerle esta propuesta a Connor. Al parecer, la conversación que tuvimos ayer sí que sirvió para algo; de alguna forma, ha hecho que Luka preste más atención a su relación con su hermano. Pensarlo hace que note un calor agradable en el estómago. Aún tiene mucho que arreglar. Pero este es el primer paso.

Estoy casi convencida de que a partir de ahora va a dejar de portarse como un imbécil. Al menos, hasta que se gira hacia mí y me suelta:

—Lo siento, nena, pero tú no estás invitada. Hay que respetar las reglas de la pesca. Nada de novias en el barco.

Justo cuando voy a mandarlo al infierno, veo la expresión de su rostro y entiendo que ha utilizado ese término de forma completamente intencionada. Frente a mí, Connor hace el ademán de replicar, pero se lo piensa mejor, y al final no dice nada.

Me cuesta horrores contener la sonrisa.

Si él no lo niega, yo tampoco lo pienso hacer.

—Sabes que también soy vuestra amiga, ¿no? —me limito a contestar.

Luka hace un mohín.

—Cuestionable.

—Que te jodan.

Apura la taza y la deja en el fregadero.

—Voy a ver si papá necesita ayuda con la tienda. ¿Quién se encarga hoy de los pedidos?

—Es sábado. Me toca a mí —responde Connor.

—Tómate el día libre. Yo me encargo.

—¿Estás seguro?

—Claro. Tampoco tengo nada mejor que hacer, ¿no? Y tú tienes que... estudiar y hacer lo que sea que hagas en tu tiempo libre. Y prepararte para el torneo de pesca, claro. Porque te voy a destrozar. Además, me vendrá bien pasar tiempo a solas con papá. Hace siglos que no me paso a echar una mano por allí. —Nota cómo lo miramos y hace un gesto para restarle importancia—. Es una gilipollez. He dicho que me ocupo yo. No le deis más vueltas al tema —insiste, dirigiéndose a la puerta.

—Luka. —Connor lo llama justo cuando su hermano está a punto de salir de la cocina. El rubio retrocede y lo mira expectante—. Gracias.

Y sé que no lo dice solo por el tema del reparto; que es también por todo lo demás, por la vuelta a sus mañanas de pesca, porque ayer Luka me animara a salir de la fiesta para hablar con él, porque haya tomado la decisión de intentar alejarse del alcohol y porque esté dispuesto a arreglar todo lo que tantas veces ha roto. Se miran el uno al otro y yo me siento como una intrusa. Este momento es suyo.

El silencio se alarga hasta que, finalmente, Luka asiente con la cabeza.

Después nos deja solos en la cocina.





primer capítulo sin drama de toda la novela????? estaré yo madurando????


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