Colisión

By Vale_Roes

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Todo empieza en el instante que sus miradas colisionan en un encuentro inevitable. Ana no se permite a sí mi... More

Dedicatoria
Prefacio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Epílogo
Nota del autor

Capítulo 17

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By Vale_Roes

—Tenemos que celebrar jugando básquetbol en la casa de Seb.

¿Es una buena propuesta? Para Anh sí. Con la excepción de qué no tiene idea de cómo se supone se juega el básquet.

Matt y Seb asienten. Les gusta el plan.

¿Tirar una pelota a un aro? Debería ser fácil. En teoría.

El problema es que de la teoría a la práctica hay un mundo de diferencia.

Y lo termina entendiendo al lanzar el balón y que este termine rebotando contra la pared y saliendo disparado lejos de su alcance. En dirección opuesta al aro.

Seb suelta una risita y Anh lo fulmina con la mirada. Matías está a su lado, y ella suspira.

Recuerda las palabras de Josh.

"Nadie nace siendo un experto".

Vuelve a intentarlo.

El balón rebota en el borde del aro y sale disparado. Anh gruñe por lo bajo, corre a tomar el balón y se lo lanza a Seb. Acierta sin siquiera pestañear, sigue Matt. Él falla el tiro.

Anh se alegra de no ser la única principiante al menos.

Es su turno de lanzar otra vez. Vuelve a fallar. Lo intenta una vez más. Vuelve a fallar. Lo intenta otra vez. Vuelve a fallar. Seb le pasa el balón de nuevo y lo vuelve a intentar.

"Para lograrlo necesitas intentarlo. Necesitas fracasar. Necesitas caerte de la tabla más de cien veces para luego lograr subir una ola al menos una vez."

Le lanza el balón a Seb y de nuevo un tiro perfecto. Sigue Matt, está vez acierta.

Llega su turno. Toma una bocanada de aire y observa el aro. Luego el balón. Las palabras de Josh vuelven a resonar dentro de ella.

Lanza el balón.

Cae adentro del aro.

La chica salta de alegría y chilla, Seb sonríe.

—¡No puedo creer que seas mejor que yo en esto!

Protesta Matt. Anh solo ríe.

Lanza el balón múltiples veces al aro y acierta. Más de diez veces. Las veces que fracasa siguen siendo más que las que gana. ¿Eso le quita mérito al logro? No. En absoluto. Lo hace más emocionante. Y ella disfruta cada segundo. Matt se queja de que tiene mejor puntería que la de él. Seb parece orgulloso y la enseña a driblar, no logra dominar la técnica pero al menos logra reírse de lo mala que es.

Sigue siendo su primera vez, y ambos le repiten que lo hace bien a pesar de ello.

Siente su corazón acelerado por el esfuerzo. En algún punto empiezan un juego, debe de atrapar el balón y desde donde lo atrape debe lanzar. Es por turno. Salta en el aire para atraparlo no tan lejos del aro. Lo alcanca y desde ahí lo lanza, acierta dos veces. Siente la emoción florecer en su interior con cada tiro. Sus piernas duelen, todo duele. Y aún así quiere más, siente que rezuma energía. Se siente viva.

En el fondo, no lo atribuye del todo al juego. Más bien a la compañía.

Un 50/50.

Regresa exhausta a su casa. Ya ha empezado a anochecer. Matt y Seb se fueron a las clases de música.

Se encuentra caminando con parsimonia, con sus audífonos puestos reproduciendo Jesus Can de Austin French. Se mueve con la música, canta le letra en susurros con la intención de no llamar demasiado la atención.

Piensa en que le encantaría jugar básquetbol con el castaño arrogante.

Hoy no hablo casi con él durante el receso, le permitió descansar así que no recibió tutorías. Se olvidó por completo de darle el peluche del hombre araña. Mañana es su próxima prueba de matemáticas y podrá ver que tanto ha aprendido, y si de verdad el castaño es tan buen maestro como proclama ser. Además, le dará el pequeño regalo.

Sigue con el cuerpo lleno de energía, aunque cada uno de sus músculos protesta con cada paso que da. Nunca pensó que jugar por tan escasas horas pudiera agotarla tanto. Mucho menos pensó que quedaría con ganas de más.

La próxima le gustaría jugar un partido de básquetbol como tal. Lo único que hizo fue lanzar la pelota a un aro, saltar para alcanzarla y correr. Visto en perspectiva no es jugar en todo el sentido de la palabra.

Le agradaría probar jugando en alguna ocasión un partido de voleibol con Matt. Él sí que es bueno en eso, así que no tendrá oportunidad. Y ahí está lo divertido.

La música sigue resonando en sus audífonos y la reproduce desde el principio dado que por andar pérdida en sus pensamientos no la disfruto como debía.

Esa canción siempre llegar a un lugar muy profundo de su alma.

La forma en que Yeshúa puede transformarte por completo y volverte alguien diferente, incluso cuándo tú pensabas que de una historia como la tuya, de una vida como la tuya no podía salir nada bueno.

Supone que, los humanos nos equivocamos demasiado a menudo. Incluso al juzgarnos a nosotros mismos. A veces, solo Yeshúa es capaz de ver que más allá de toda la suciedad, arrepentimiento y errores del pasado que nos cubre hay algo que merece la pena ser rescatado.

Hay algo que merece la pena ser rescatado para que reflejemos su luz a la humanidad.

Suspira, alza la vista para encontrar que ya ha llegado a su casa. Abre la puerta y la cierra con llave, sus pasos resuenan en el vacío y rebotan en las paredes. Se encuentra sola.

Se dirige a la cocina con pasos lentos y empieza a sacar en automático todo lo que necesita para preparar la cena. Una notificación llega a su celular. Lo revisa de reojo, un mensaje. De Josh.

Se relame los labios, se asegura de que todo está en orden y no hay riesgo alguna de que termine quemando su cena. Calcula las posibilidades y no hay manera posible de que ocurra, con la excepción que se termine entreteniendo en la conversación con el castaño y se olvide por completo de que su cena aún se cocina.

¿Solo por responder un mensaje? No cree que eso suceda.

Josh: Hola, sabelotodo.

Yo: Hola, arrogante.

Responde.

Una notificación vuelve a sonar en el momento en que deja su celular en la mesa de la cocina para centrarse en la comida.

Josh: ¿Es tu forma de decirme que soy el amor de tu vida?

Yo: Que lo pienses dice mucho de ti, ¿No te parece?

Josh: ¿Es tu forma de evadir mi pregunta porque en el fondo sabes que la respuesta es afirmativa?

Anh suspira y niega con la cabeza con una sonrisa sutil.

Yo: Incluso si lo niego seguirás pensando lo mismo. No tiene caso.

Josh: No. Si tus argumentos y las evidencias que me presentas son irrefutables, te daré la razón.

Yo: Claro.

Yo: ¡Ah, por cierto!

Yo: Se me olvidó mencionarlo, tengo algo para ti.

Josh: ¿Ah, sí? ¿Puedo verlo?

Yo: No. Es sorpresa.

Josh: ¡Ana!

Yo: No. Lo sabrás mañana.

Josh: ¿Y me vas a dejar con la intriga?

Yo: Sí, ese es el plan.

Josh: Eres cruel.

Josh: ¿Puedo llamarte?

Yo: No pienses que con eso vas a conseguir que te muestre qué es.

Josh: Me estás acusando de algo injusto. Mi intención no era esa.

Yo: Claro.

Josh: Okey, quizá en parte.

Anh sonríe.

Josh: Y quiero verte.

Ella niega con la cabeza.

Anh: Más tarde. Estoy cocinando.

Josh: Yo igual. Podemos cocinar juntos mientras conversamos.

Anh se queda con el celular paralizado un segundo cuando un leve olor a quemado llena la estancia. Aprieta los párpados. Ay, no.

Apaga la cocina de inmediato, y sí, su cena se ha quemado.

Al menos, tiene tiempo para hacerla antes de que su papá llegue.

Y como si lo hubiese invocado, escucha la puerta rechinar. Y luego cerrarse de golpe. No necesita deducir por los pasos que no está de buen humor.

Se muerde el labio inferior, conteniendose de soltar unas cuantas palabras consideradas vocabulario inadecuado.

Cierra los ojos y se prepara para las palabras hirientes y los gritos. Ni siquiera dice nada cuando llega a la cocina.

—Huele a quemado.

Ella se encoge.

—Si, sin querer se me quemó la cena. Fue un accidente

Balbucea con torpeza.

No intenta justificarse. No vale la pena. El resultado será el mismo. Siempre lo es.

Los gritos empiezan. Desde inútil hasta que van subiendo de tono, poco a poco hasta que se vuelve una retahíla de palabrotas.

Esa voz está susurrando que permanezca callada, que solo lo soporte un poco más, que terminará rápido y él volverá a comportarse de manera encantadora con ella. Como siempre ha sido. La rutina a la que se ha acostumbrado.

Esta vez, es diferente. La voz pierde fuerza, hasta que se silencia por completo. Ella la calla.

Algo cambia. El ambiente se tensa, esta vez escucha algo romperse.

No sabe qué.

Solo que se encuentra dentro de ella.

Una decisión.

Una cuerda que se tensa todos los días.

Un vaso al que han llenado gota a gota.

En ese preciso instante, algo resuena en su mente, una voz grita, y en esa fracción de segunda ella decide escucharla. Así que hace lo mismo.

Comprende que la expresión de "La gota que derramo el vaso" era una mentira. Muchísimas veces antes, las gotas rebasaban y ella solo se quedaba llorando en un rincón de su habitación.

Esta vez, ella toma el vaso y lo derrama, antes de hacerlo añicos contra el suelo.

Ella decidió que esa sería la última gota.

—¿Por qué todo te molesta? ¿Acaso es mi problema que tengas un día terrible y no sepas regular tus emociones?

No hay lágrimas. Solo ira. Ira reprimida, rencor vibrando en cada centímetro de su piel y siendo destilado con cada palabra. Su padre intenta gritar pero ella lo hace más alto.

—¡Siempre! ¡Siempre es lo mismo! ¡Estoy harta! ¿Acaso no te das cuenta de lo que haces? ¿ACASO CREES QUE QUIERO ESCUCHARTE HABLAR  HASTA EL CANSACIO?

Sabe que está actuando como él. Está gritando. No sabe que dice. Cada vez que le dice algo ella grita más alto.

Una parte de ella siente asco de sí misma. Su corazón late con fiereza dentro de sí y por alguna razón, quiere llorar. Quiere llorar por todo el tiempo que ha aguantado cada palabra inmerecida y ha creído que si era buena pararían.

—¿QUÉ MÁS QUIERES DE MI? ¡LO HE HECHO TODO Y SIGUES CREYENDOTE CON EL DERECHO DE RECLAMAR POR CADA MÍNIMO ERROR!

Exhala con brusquedad y se acerca de forma precipitada hacia Anh. Ella no se detiene, aún escuchando una amenaza. Quizá que si sigue gritando le reventará la boca.

A ella, ya no le importa.

Ya no más.

—¡NO PUEDO HACER ALGO MAL POR QUE PARA TI ES LA EXCUSA PERFECTA PARA DESAHOGAR TU AMARGURA!

Y sin previo aviso. Siente el contacto de la piel contra piel, el dolor reventando en su labio y al segundo siguiente, dejándola en el suelo.

Inspira y exhala con brusquedad.

La golpeó.

Sus ojos se abren, su mano sostiene su labio, temblando, siente algo caliente deslizándose por el. Barre su pulgar por debajo de su labio inferior, y ve el líquido rojo.

Está sangrando.

Escucha los pasos resonando, seguidos de un portazo.

Se queda en el suelo, paralizada. Con sus ojos abiertos. No sabe si a causa del miedo, la adrenalina o el desconcierto.

Todo sus músculos se contraen con espasmos que ella no es capaz de controlar, se levanta, sintiendo su corazón aporreando sus costillas. Toma su celular de la mesa y sube a su habitación con pasos silenciosos.

No tiene hambre. Antes de entrar a su habitación va hacia el baño, y ve su reflejo de ojos oscuros y húmedos devolviendole la mirada. Una herida en el labio. No es tan grande. Y su boca roja. Además de parte de su mejilla. Cierra los ojos. ¿Dejará un moratón? Espera que no. Necesita asistir mañana.

De todas formas, lo hará.

Limpia con cuidado su labio, siente el ardor y el sabor metálico en su lengua, lo examina mejor. Alcanza a ver un notorio corte, es probable que sus dientes hayan cortado su labio durante el golpe. Ya empezó a hincharse un poco. Se lava el rostro con agua helada.

Sigue temblando, sus ojos vuelven a humedecerse y ella mira hacia el techo. Parpadea y respira con parsimonia.

Siempre funciona, al menos para ahuyentar las lágrimas. Sale del baño. Se dirige a su habitación. Cierra la puerta con llave. Deja el celular en la mesa.

Se tira en la cama, esperando a su corazón calmarse a medida que los temblores se desvanecen.

En algún punto, los ojos de la pelinegra se cierran, los latidos de su corazón se relajan lo suficiente como para permitirle dormir.

Su celular sigue encendido. Resonando con notificación tras notificación.

Una voz en su cabeza le susurra:

—Le demostraste que eres igual. O peor que él.

Y en sus sueños esa voz la sigue atormentando. Persiguiendo.

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