Cuando te dé un beso © ✔ (1 y...

By -MadelynGarcia

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Paul y Esteban crecieron los primeros años de su vida como hermanos, aunque uno no veía al otro de esa manera... More

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Parte 2 |37|

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By -MadelynGarcia

Luego de ducharme y ponerme algo cómodo, bajé y me senté en la mesa del comedor, junto a papá. Estaba comiendo tranquilamente, sosteniendo el tenedor con su mano derecha, y su teléfono en la izquierda. Deslizaba la pantalla con su pulgar.

—La comida se ve deliciosa — comenté, ignorando el hecho de que había otro plato justo en frente suyo. Como para que la persona faltante no quedara a mi lado, ni me viese a los ojos directamente.

Él me miró de reojo, y continuó en lo suyo, dándome a entender que no me respondería, porque aún seguía enojado.

No pensaba disculparme por querer marcharme. Además, no estaba dentro de los planes.

A los pocos segundos, apareció Paul. Llevaba unos jeans oscuros y una camiseta sin mangas de color blanco, que dejaba ver sus brazos fuertes.

Me puse un poco nervioso, y en mi intento por mantener la compostura, dejé caer unos granos de arroz de mi boca, lo que me llevó a limpiarlos apresuradamente.

—Hola, buenos días —saludó, rompiendo el silencio que nos había envuelto.

Me enderecé y le brindé una sonrisa.

—Buenos días —respondí.

—Son las doce —nos dijo de una manera cortante, mostrándonos el reloj en su mano derecha. Justo acababa de marcar esa hora.

Ambos carraspeamos, entendiendo el mensaje, y nos concentramos en comer.

La atmosfera se volvió tensa. Mis ojos recorrían los platos, pero en realidad, estaba más concentrado en encontrar una forma de romper el hielo.

Justo cuando el silencio se volvía más pesado, sonó el timbre. Vi la oportunidad perfecta para escapar.

—¡Voy yo! — exclamé, levantándome con calma.

Giré el pomo de la puerta y la abrí con entusiasmo, fingiendo no saber quién estaba al otro lado.

—Hola Math, ¿Qué tal?

—¡Hola! Todo bien.

—No me avisaste que vendrías.

—Lo siento, es que no...

—No vino a verte a ti —Paul me interrumpió, poniéndoseme delante. Su hombro chocó con el mío y estuve a punto de perder el equilibrio, pero logré mantenerme firme.

—Aquí estás —le dijo entre risas.

—Pensé que llegarías más tarde.

—Es que estaba aburrido en casa.

Me quedé en la puerta, observando cómo la conversación fluía de manera natural entre ellos.

—¿Quieres subir?

—Claro, vamos.

Paul volvió a chocar conmigo, entonces yo lo miré molesto y me preparé para encararlo. Debía aprovechar que papá estaba observando la escena.

—¿A dónde van?

—A mi habitación —respondió con un simple encogimientos de hombros.

—Solo vamos a jugar unos videojuegos —me explicó Matthew, adoptando un tono divertido.

—Está bien, voy con ustedes.

—No —me detuvo, colocando una mano en mi pecho con una firmeza que me tomó por sorpresa. Luego, le dio paso a Matthew para que avanzara y subiera las escaleras antes que yo.

—¿Tienes algún problema?

—Eso mismo me pregunto. ¿En qué momento te hemos invitado?

—No tienes por qué hablarme así —respondí con mis dientes apretados, apartándole su mano de mi pecho con un movimiento brusco.

Me quedé de pie en la entrada, mirándolos ascender con un nudo en mi garganta.

Segundos después, regresé a la mesa sentándome de mala gana. Papá tomó un sorbo de su bebida, y carraspeó ligeramente.

—¿No vas a terminar de comer?

Levanté mi vista, un poco sorprendido por su intento de iniciar una conversación.

—No, ya no quiero.

—¿Por qué?

—Es solo que ya no tengo hambre.

Ante esa respuesta, dirigió su mirada a donde ellos se habían ido, analizando lo sucedido.

— No te levantarás de ahí, hasta que acabes — dejó su tenedor y el teléfono sobre la mesa, prestándome más atención.

Le obedecí, porque en realidad me estaba muriendo del hambre. Antes de que sonara el timbre, mi estómago se sintió aliviado. No había probado nada la noche anterior, solo agua.

—Mañana ya cumples los dieciocho.

Lo sé, he estado esperando ese día.

—No lo recordaba —fingí sorpresa.

—¿Qué quieres hacer?

—Nada.

—Dime —insistió, con un tono de voz suave.

—¿Crees que tengo ganas de celebrar? —alcé mi cabeza, y dejé de masticar.

—Bueno, no lo sé, ahí tienes dinero —sacó de su bolsillo una papeleta, y la dejó sobre la mesa. —Sal a dónde quieras, o invita a tus amigos.

La observé, luego lo miré a los ojos y suspiré. Solo eran dos mil pesos. No podía hacer algo significativo con ellos. Además, no quería que supiera que tenía dinero con el cual pudiese ir a ningún lado.

La arrastré hacia su posición, devolviéndosela.

—No, gracias.

—¿Quieres más? —preguntó, dispuesto a hacer cualquier cosa para que estuviese satisfecho.

—No, prefiero quedarme aquí, y estar solo.

—Eso no es muy recomendable.

Me encogí de hombros, tomé mi tenedor y continué comiendo.

Él siguió observándome por un momento, como si tratara de encontrar las palabras adecuadas para decir algo que pudiera subirme el ánimo.

—¿Quieres estar con Paul?

La pregunta me tomó por sorpresa.

—¿Qué?

—Dijo algo parecido, sobre quedarse aquí todo el día.

—No estamos planeando hacer nada juntos —le aclaré, en un acto de nerviosismo.

—No estaría mal.

—No, pero seguro prefiere llamar a Matthew, como últimamente se la pasa hablando con él.

—No debes ponerte celoso, está bien que haga amigos.

—Estoy seguro de que no lo ve así, y están haciendo otra cosa ahora mismo —dije lo último con tristeza, jugando con mi comida en un intento de que entendiera mi punto.

Él tomó sus muletas, se puso de pie con un poco de dificultad y se dirigió hacia las escaleras.

Di un último bocado, y me levanté con una media sonrisa, sintiendo como el desastre se avecinaba. A pesar de su inmovilidad, se movía demasiado rápido. Eso me permitió seguirlo sin ser descubierto. Aunque no tenía nada de malo.

Cuando llegó a la puerta de su habitación y se dio cuenta de que tenía seguro, empezó a creer lo que estaba diciéndole.

—¡Paul, abre la puerta! — gritó, golpeándola varias veces.

—¿Qué sucede? —le dijo desde el otro lado, entre risas.

—Abre.

El que lo hizo fue Matthew, después de un largo rato. Se le paro enfrente, con su torso desnudo, y el cabello todo revoloteado sosteniendo la manija de la puerta.

—Christian —lo saludó sorprendido.

—¿Qué estás haciendo?

—Pues... nada.

—¿Y tu camiseta?

—Bueno, me descubriste. ¡Ay!

—Lárgate —le ordenó, tomándolo de la oreja, obligándolo a salir hasta el pasillo.

—Pero ¿por qué?

—No quiero volver a verte —dijo soltándole, y se echó un poco hacia atrás para no tropezarse con su cuerpo.

—Está bien.

Él asintió repetidas veces, y siguió de largo. Me cruzó por el lado un poco confundido. Y lo entendía, no contamos con que lo echara tan rápido, o le pusiera una mano encima, así sea de una manera muy mínima.

Yo lo dejé ir, y seguí avanzando un poco temeroso a la habitación. Se adentró en ella, y se escuchó el sonido de algo romperse.

Bien, solo se cayó una caja de lápices del escritorio.

Seguí analizando el lugar. Estaba tal cual lo habíamos planeado: cama desordenada, cortinas cerradas, y él llevando únicamente sus pantalones.

—¿Por qué actúas así? —le cuestionó, poniéndose de pie enfrente suyo.

—¿Esperas que te aplauda, después de ver lo que estás haciendo?

Él no le respondió, sino que se rascó la cabeza.

—Dame las llaves de tu auto.

—¿Qué? ¡No!

—¿Prefieres que lo destruya?

—No puedes hacer eso, no me lo regalaste.

—Bien.

Tragué saliva, y me di la vuelta, escondiéndome detrás de una pared. Lo vi cruzar de prisa, hasta desaparecer por el pasillo. Y a Paul seguirle detrás, angustiado.

—¿Qué vas a hacer? ¡Christian!

En lugar de seguirlos, me apresuré y me asomé por la ventana de mi habitación para espiarlos. Después de todo, yo no tenía la culpa de nada. Ni siquiera fue mi idea. Ni quería hacerlo. Sabía como se ponía cuando algo o alguien me molestaba. Le gustaba cuidarme.

Ambos salieron al enfrente, sin embargo, papá fue directamente al garaje y se adentró en él con determinación.

A partir de ahí, mi visión quedó limitada.

Un estruendo metálico resonó en el aire, acompañado por el sonido crujiente de unos vidrios. Muchos fragmentos debieron saltar en todas direcciones, como una lluvia de destellos brillantes.

—¡Lo has arruinado! ¡No tenías ningún derecho en hacerlo! —le gritó con ira.

—¡Y tú no tenías por qué jugar con Esteban!

—Yo...Ugh.

Un gruñido de frustración escapó de sus labios, y pude ver cómo lanzaba una patada a una planta cercana, liberando su enojo de una manera totalmente infantil.

Decidí sacar mi teléfono y marcarle, escondiéndome detrás de las cortinas. Lo último que me faltaba, era que me viese hablando con él.

—¿Qué? —contestó de inmediato, viendo hacia todos lados, aun con frustración.

—Relájate, aún nos queda el mío —le dije, intentando buscarle el lado positivo a todo eso.

No tenía problemas en compartirlo, o en dejar que lo condujera. Apenas sabia encenderlo.

Él suspiró con tanta fuerza, que parecía como si estuviese pasando por un túnel. Estaba bastante molesto.

—¿Te das cuenta de que después de esto a mí me va a ir mal?

Asentí, aunque sabía que no me estaba observando.

—¿De quién fue la idea?

—Escucha, no pienso quedarme un día más. Te irás conmigo a las doce.

Abrí mi boca, sorprendido. Me colgó.

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