Suya por contrato

By CaroYimes

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Lily jamás podría decirle que no a su jefe. ¿O era al revés? More

Rossi
Pacto con el diablo
Amenazas
El comienzo de la guerra
Guerra fría
El arrepentimiento
Escenario sorpresa
Un precio
Los sueños
Complicidad
Rendirse
Celos
Monstruo
666, el número de la bestia
Megalodón
Primeros sentimientos
Suya por contrato
Suya por contrato, parte dos
Cataratas del Niágara
Pequeño demonio
La subasta
Lobo feroz
La fiebre
Cliché y Nobel
Cuidar mi corazón
Pruebas
Familia, peleas y celos
Pollo frito
Bastones y llamada
Gestos
La chica del momento
En otra vida
Lista de pareja
La madre que no fue
Pedir ayuda
Cinco minutos... o menos
Cosecha
Cita romántica
Sentimientos y alteración
Creer
Ojos tristes
Borrador: segundas oportunidades en la moda
Cinta métrica
El filósofo y lo más valioso
Nueva familia y mesa de acero
Niño asustado y lanzamiento
Arresto y talento
Chiste
Cuarenta minutos
Gallo y mesa
Corazón y mente
El mundo entero
Juego de palabras
Fabulosa, inspiradora y fondo de retiro
Intercambio
El hibrido
Muros elegantes
Confianza y rompecabezas
Tronca y juicio
Carne, sospechas y corazón
Elección
Nueva cláusula
Precoz y lujo
Primero y último
La confianza
La venganza y Rolls Royce
Juicio y veneno
Despedida y gracias

Los pedos y el hámster

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By CaroYimes

Lily se despertó escuchando un extraño ruido de fondo.

Abrió los ojos con pesadez y se incorporó por igual, notando que todo el lugar seguía oscuro.

De seguro aun no amanecía.

Sollozó infantil al entender que le habían arruinado su sueño e hizo un esfuerzo por abrir los ojos y tratar de descubrir qué demonios estaba ocurriendo.

Se pulió todo el rostro cuando vio una figura masculina al fondo de su cuarto.

Cuando se percató de que era su jefe el que estaba allí, revisando sus pertenencias, se levantó de sobresalto.

—¡Christopher! —le gritó en modo de regaño y él se levantó de golpe.

Esa fue la primera vez que ella lo llamó por su nombre y fue tan sorpresivo para él que, se le quedó mirando embelesado.

Claro, no iba a negar que le encantaba que ella fuera la única que lo trataba con respeto y que siempre tuviera un muy armonioso "Señor Rossi" entre sus labios, pero más le había enloquecido escucharla decir su nombre.

—¿Cómo me llamaste? —preguntó Christopher, mirándola con adormecimiento.

Lily miró el caos que el hombre había causado. Estaba revisando sus apuntes de la universidad y sus colecciones de cartas del editor de las revistas de Revues.

—Señor Rossi —se corrigió ella.

Christopher la miró con simpatía.

También le gustaba como decía su apellido.

Lily miró el desorden.

Christopher suspiró otra vez, cansado y se justificó:

—No podía dormir.

—Aun no amanece —musitó ella—. Venga, intente descansar un poco —le pidió amable y volvió a acomodarle las almohadas para que se acostara.

No iba a criticarlo después de la triste historia familiar que le había contado.

Rossi asintió y dejó los apuntes sobre un escritorio y regresó a la cama.

Se acomodaron y Lily apagó la luz.

Estuvieron callados otra vez, sin poder dormir y escuchando sus pausadas respiraciones.

—Tienes buen gusto literario —le dijo Christopher desde la oscuridad.

—¿Lo dice por las cartas y los libros? —preguntó ella.

—Sí —respondió él—. Al menos eres más interesante que tu hermana, que solo colecciona DumboDildos—se rio—. De seguro ella lee el kamasutra. —Se carcajeó fuerte.

Lily se carcajeó también.

—Sabe algo, Señor Rossi... creo que le gustaría mi hermana —pensó ella en voz alta—. Es como el tipo de mujer que le gusta.

—Ah, ¿sí? ¿Y tú como sabes eso? —insistió Rossi, curioso.

Se giró en la cama para escucharla mejor, aun cuando estaban en total oscuridad. Había algo en su voz que le generaba la más bonita calma.

—Lo he observado —respondió ella, divertida—. Mi hermana es bonita, delgada, fiestera, no se engancha en compromisos y adicta al sexo. Justo lo que usted busca.

Christopher se mantuvo serio y, aunque la propuesta de Lily se escuchaba tentadora, se tuvo que negar:

—No. —Fue tajante. Lily lo miró de reojo y no supo qué decirle—. No es lo que estoy buscando —finiquitó y ofendido se dio la vuelta para terminar esa conversación.

Lily lo creyó dormido, pero él nada pudo dormir.

En lo único que pudo pensar fue en las palabras de Lily.

«¿Tan superficial soy?» Pensó para sus adentros, mientras se enfrentó a la peor crisis existencial.

Machista, superficial, adicto al sexo.

La hora se le fue volando entre pensamientos que solo lo hicieron entrever lo equivocado que estaba. Se pasó la madrugada mirando el techo oscurecido, con Lily a su lado.

El amanecer llegó y el despertador de Lily les dijo a los dos que era hora de levantarse.

La muchacha notó lo cerca que estaba de su cuerpo masculino y se movió apresurada.

—¿Durmió bien? —le preguntó Lily al levantarse y, avergonzada por ese despertar juntos, rehuyó por la cama.

—No dormí nada —contestó él y se incorporó también en su lugar.

Lily le miró preocupada.

—¿No estaba a gusto o...?

—Enfrenté una crisis existencial —confesó él con mueca divertida—. Acabo de descubrir que soy un maldito superficial y machista —musitó compungido.

Lily lo miró con las cejas alzadas.

—Vaya, debió ser toda una sorpresa —le respondió con su acidez natural y Rossi se carcajeó.

—Aunque no lo creas, sí lo fue —se rio también y se levantó atraído por la belleza de la muchacha al despertar.

Empezaba a acostumbrarse a ella, a esa belleza natural que no había conocido ni probado antes.

Estaba tan acostumbrado a las mujeres delgadas, delicadas y totalmente diseñadas para ser perfectas que, había pasado por alto la belleza de las mujeres como Lily.

Naturales, frescas, sinceras.

—Bueno, iré a preparar el desayuno —dijo Lily al tenerlo cerca y se alejó para escabullirse.

—Lily... —Él la llamó antes de que desapareciera—. ¿Puedo usar tu teléfono?

Lily asintió sin decir mucho y corrió despavorida hacia afuera.

No aguantaba más esa extraña tensión que sentía cuando él la miraba y necesitaba respirar y, bueno, echarse el típico pedo matutino.

Cerró la puerta y caminó lejos y, cuando estuvo sola, se alivió con los ojos cerrados.

—¿No quieres que te huela? —bromeó Romy cargando las toallas.

Cuando sintió su aroma sacudió la mano en el aire.

Lily la miró divertida.

—Si me huele, se muere —respondió Lily con naturalidad—. De seguro nunca ha olido un pedo —añadió mientras las dos bajaron por las escaleras—. Las modelos con las que se acuesta no deben ni cagar.

Romy se carcajeó.

—Creo lo mismo —añadió siguiéndola—. ¿Y durmieron juntos? —La enfrentó, agarrándola por el brazo para detenerla—. El papá me preguntó si sabía qué estaba pasando entre ustedes —cuchicheó bajito para que nadie las oyera.

—Ay, no —suspiró Lily. Ella quería mucho a su padre, pero a veces la sacaba de quicio—. ¿Y qué le dijiste? —preguntó Lily.

—Le dije que te preguntaría —respondió Romy.

—¿Y qué vas a decirle? —insistió Lily.

—Lo que tú me digas —respondió Romy.

Siempre cómplices.

—Pues dile que no pasa nada —dijo Lily con firmeza.

Romy enarcó una ceja y la miró con sospechas.

—¿Y por qué no te pedorreaste encima de él? —investigó Romy, intentando averiguar que le pasaba a su hermana con su jefe.

—Porque ya vio mis troncos, y con eso es suficiente —respondió ella, a la defensiva—. No quiero crearle un trauma —dijo luego.

Romy consideró que era un buen argumento y no pudo rebatirle.

Caminaron hacia la cocina y se encontraron con su padre. Él ya preparaba el desayuno para los cuatro.

Mientras las muchachas fueron parte de los quehaceres del hogar, Christopher se puso en contacto con su agente.

Quería saber cuánto le costaría el caos que habían causado en el pent-house.

Cuando Christopher terminó de arreglar sus problemas, se unió a la familia para desayunar. El padre de Lily lo miró en todo momento con desconfianza y no dudó en hablarle:

—Vi en las noticias que su casa se incendió —dijo el señor Lopez con mirada sospechosa.

Lily se atoró con el pan que se engullía y se espantó en su lugar, evidenciando nerviosismo.

Christopher la miró con lio y supo que algo estaba ocultando.

—Tuvimos un pequeño problema en la cocina —dijo Rossi mirando con agudeza a Lily—. Y el sistema contra incendios no se activó.

—¿No? Que extraño —pensó el padre de Lily en voz alta y fijó sus ojos en su muchacha—. Una vez a Lily le pasó lo mismo, en el odontólogo... la clínica se incendió completa...

—Papá —lo llamó ella para que se callara.

—Es verdad —le dijo su padre—. Te has salvado de dos incendios.

—No me diga —dijo Christopher y miró a Lily con furia.

Ella le sonrió con su bonito hoyuelo y eso calmó a la bestia.

Tras terminar de comer, Rossi pidió uno de sus muchos trajes a domicilio. Estaba tan acostumbrado a hacerlo que, hasta conocía el número telefónico de memoria.

Escogieron viajar en taxi para no llamar la atención de los reporteros, que de seguro estaban esperando su aparición del día y viajaron en silencio los primeros minutos, hasta que Christopher quiso romper el silencio.

—Cincuenta mil dólares me costará la reparación del pent-house —le dijo él y la miró con agudeza.

Lily lo miró también y con mueca temerosa le dijo:

—Oops.

—¿Oops? —preguntó él con sarcasmo—. ¿Incendiaste la clínica del odontólogo a propósito? —investigó después, al recordar la historia que el padre de Lily le había contado.

Ella se rio.

—Tal vez —musitó perversa.

—Eres pirómana, ¿o qué? —preguntó Rossi, confundido.

—No, claro que no... —Lily se quedó pensativa—. Todo es coincidencia. No quise incendiar su cocina, lo juro. —Levantó la mano para jurar—. Tenía hambre y usted no tenía carbohidratos. Las palomitas no funcionaron en el microondas y luego las puse en la hornilla, pero se me olvidaron.

Rossi escuchó su historia con el ceño apretado e hizo una pausa antes de continuar.

—Vamos a reunirnos con mi agente. Te llevaré al nuevo pent-house y quiero que te encargues de remodelarlo y de establecer una oficina para los dos —le ordenó. Ella se puso seria porque supo que habían empezado a trabajar y sacó su agenda para apuntar lo que él le había especificado—. Te reenviaré un correo con las especificaciones de la ropa que debes solicitar con los diseñadores —añadió rápido—. Y compra la comida que te gusta.

Desde allí todo sucedió muy rápido.

Christopher y su agente la dejaron en el nuevo pent-house y se marcharon para disfrutar de un café en privado.

Lily se quedó sola en ese enorme, pálido y frio lugar. Caminó por todos los cuartos, tratando de usar su imaginación para rellenarlos todos, pero eran tantos que, pronto se vio sin ideas.

Se imaginó a Christopher solo en ese lugar y el corazón le dolió. Se imaginó a un niño deambulando por todas partes, sin poder dormir y tuvo que hacer algo para revertir tanta soledad.

Cogió la tarjeta de acceso y los códigos de seguridad y regresó a la calle.

Buscó la tienda de mascotas más cercana y caminó entre las vitrinas con una gran sonrisa.

—Busco una mascota que sea muy fácil de cuidar. Es para mi jefe, que no sabe ni cuidarse a sí mismo... —le dijo Lily a la dependienta del lugar.

La mujer la miró con horror y no supo qué decir.

Lily tuvo que añadir:

—Yo lo cuidaré también, soy su asistente.

La dependiente se quedó más tranquila y le ofreció un hámster.

Lily vio la vitrina de cristal repleta de cosas redondas peludas y lo único que pudo sentir fue ternura.

—¿Una rata? —Pensó Lily.

—Una subfamilia de los roedores —le corrigió la dependienta.

—No muerden, ¿verdad? —preguntó Lily y la mujer introdujo su mano en la vitrina para coger a uno de los pequeños roedores.

—Muerden solo como mecanismo de defensa —respondió la mujer y con suavidad le ofreció al animal entre sus manos. Lily lo cogió con nervio—. Pero no lastiman, son inofensivos.

—Genial, quiero uno —dijo Lily con emoción y escogió todo lo que el hámster necesitaba para estar seguro dentro de su pequeña casa de cristal.

Se llevó todo al pent-house nuevo en el que Christopher viviría y arregló su pequeña casita de cristal con mucha paciencia.

Le preparó una cama, su comida y agua. Limpió los cristales con esmero y le buscó el mejor lugar dentro del lujoso pent-house, donde la iluminación era perfecta.

Tras eso, revisó los juguetes que la dependienta le había recomendado y decidió usar la esfera de plástico transparente para que el hámster estirara sus diminutas patas.

Lo metió allí sin asegurarla bien y lo dejó correr por todos lados, mientras ojeó "El libro".

Leyó las notas de Christopher con una bonita sonrisa, descubriendo que era un excelente editor y no pudo sentirse más orgullosa de él y de lo mucho que lograrían trabajando juntos.

Se olvidó del hámster y se enfocó en su trabajo.

Christopher regresó media hora después y, apenas atravesó la puerta, lo primero que hizo fue pisar al hámster y asesinarlo.

Lo reventó con su gran zapato de cuero negro y cuando miró el piso para ver qué había aplastado, vio la bola de pelos achatada y cagada.

Y por supuesto que se desmayó, porque no pudo con la impresión de haber aplastado a un animal. 

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