Suya por contrato

By CaroYimes

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Lily jamás podría decirle que no a su jefe. ¿O era al revés? More

Rossi
Pacto con el diablo
Amenazas
Guerra fría
El arrepentimiento
Escenario sorpresa
Un precio
Los sueños
Complicidad
Rendirse
Celos
Monstruo
666, el número de la bestia
Megalodón
Los pedos y el hámster
Primeros sentimientos
Suya por contrato
Suya por contrato, parte dos
Cataratas del Niágara
Pequeño demonio
La subasta
Lobo feroz
La fiebre
Cliché y Nobel
Cuidar mi corazón
Pruebas
Familia, peleas y celos
Pollo frito
Bastones y llamada
Gestos
La chica del momento
En otra vida
Lista de pareja
La madre que no fue
Pedir ayuda
Cinco minutos... o menos
Cosecha
Cita romántica
Sentimientos y alteración
Creer
Ojos tristes
Borrador: segundas oportunidades en la moda
Cinta métrica
El filósofo y lo más valioso
Nueva familia y mesa de acero
Niño asustado y lanzamiento
Arresto y talento
Chiste
Cuarenta minutos
Gallo y mesa
Corazón y mente
El mundo entero
Juego de palabras
Fabulosa, inspiradora y fondo de retiro
Intercambio
El hibrido
Muros elegantes
Confianza y rompecabezas
Tronca y juicio
Carne, sospechas y corazón
Elección
Nueva cláusula
Precoz y lujo
Primero y último
La confianza
La venganza y Rolls Royce
Juicio y veneno
Despedida y gracias

El comienzo de la guerra

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By CaroYimes

Desde afuera de la oficina, Lily miró a Christopher con inquietud y notó lo angustiado que el joven hombre estaba.

Como sabía que debía ajustar su estrategia para trabajar para y con él, dio pasos tímidos hacia su oficina, decidida a presentarse y comenzar con el pie derecho.

—Buenos días, Señor Rossi, mi nombre es...

—Cierra la puerta —ordenó Christopher sin dejarla terminar su presentación y, si bien, a Lily le resultó muy atrevido e irrespetuoso, asintió obediente y dio la media vuelta para hacer lo que él le pedía.

Cuando Lily volteó para mirarlo, se lo encontró frente a frente y no pudo ocultar el espanto que le causó. Puso un grito en el cielo y luego se carcajeó, nerviosa por su cercanía.

Estaba segura de que esa era la primera vez que un hombre tan elegante y guapo se le acercaba tanto.

—Señor, yo...

—¿Qué fue lo que mi padre te ofreció a cambio de ser mi asistente? —disparó Rossi y la miró desafiante.

Lily se puso pálida y pasó saliva ruidosamente.

—Nada, Señor —respondió ella y quiso enterrarse viva en ese preciso instante.

Era pésima mintiendo y lo peor era que, no tenían que conocerla mucho para saber cuándo mentía. Hasta el más ciego podía darse cuenta.

—¿Dinero, propiedades, residencia permanente en el país? —atacó Rossi a toda prisa.

Lily le miró ofendida.

Claro, le había ofrecido algo a cambio, pero también le había pedido que no se refiriera con nadie más sobre ese acuerdo secreto.

—No me ofreció nada —repitió Lily con firmeza, ofendida por sus ofensas—. Y si está insinuando que estoy en este país ilegalmente, esta muy equivocado. —Le ofreció un desaire—. Ofende a mi familia con esas suposiciones y no voy a permitírselo.

Los dos se miraron brevemente con agudeza. Rossi no podía creer que, una simple asistente tuviera el valor de hablarle así. Él acostumbraba a que bajaran la cabeza y se arrodillaran a sus pies.

Tras eso, Rossi regresó a su escritorio sin decir palabra y buscó ordenar sus ideas.

Caminó de lado a lado por la amplia oficina y en frente de Lily, mientras trató de entender y descubrir a qué acuerdo había llegado la latinoamericana con su padre, pero, aunque intentó mirarla a la cara para intimidarla y descubrir la verdad, le resultaba tan espantosa que, el que terminaba intimidado por su fealdad, era él.

—No quise ofenderla, ni a usted ni a su familia. Me disculpo —se excusó el hombre, sorprendiendo a Lily con su cambió.

Pero también haciéndola ponerse en alerta.

—Disculpas aceptadas —le contestó ella, aunque muy desconfiada.

No era normal el cambio que presentaba, no después de haberla acusado con tanta seguridad.

—¿Por cuánto tiempo la contrataron? —preguntó Christopher.

—Seis meses, Señor —contestó Lily con seriedad.

La cara de Christopher cambió a horror. No podía creer que iba a tener que aguantar por seis meses a la panzoncita latina.

Se rascó el cuello con rabia y soltó un gran suspiro de derrota.

—Le voy a mostrar su escritorio, donde pasará los siguientes seis meses —le dijo él y la invitó a caminar afuera de su oficina.

Lily lo siguió sin dudar, pero se mantuvo refugiada en su espalda, un tanto desconfiada del lugar que le iba a ofrecer.

Para su suerte, su despacho estaba frente al suyo, con una linda vista y una zona de trabajo que, según el criterio de Lily, estaba bastante bien.

Tenía flores en la esquina, organizadores, una silla cómoda y muchos lápices de colores.

Lily sonrió.

—Computadora, las claves, accesos al correo de asistente, teléfono, agenda personal, agenda de trabajo, agenda de teléfonos, mi anexo... —Señaló Rossi a toda prisa y, tras creer que había terminado de explicarle lo más importante, le dijo—: A ver por cuánto soporta los flagelos de la moda, señorita. —Acentuó bien la palabra "señorita", incomodando a Lily.

Él le guiñó un ojo y tras ofrecerle una seductora sonrisa, caminó para refugiarse en su oficina otra vez.

Lily lo siguió con la mirada y, aunque en un principio le había gustado la idea de que solo cristales los separaran, en ese momento, se le hizo terriblemente incómodo.

Frente a ella, tenía todo el tiempo a Christopher Rossi, mirándola con esos ojos claros y profundos que la amilanaban.

Decidida a demostrarle de lo que era capaz, encendió a toda prisa la computadora e ingresó las claves que allí se indicaban, mientras hojeó las agendas del hombre. Cuando pudo acceder al correo electrónico de la revista, se espantó al ver que habían más de quinientos correos en espera.

Decidió que los revisaría uno a uno, del más antiguo, pero, cada vez que abría uno, el contador no disminuía, muy por el contrario, solo crecía y crecía.

506, 508, 512, 525.

En un pestañeo ya tenía 550 correos pendientes.

Lily sintió que se ahogaba y eso que recién empezaba. Cuando los teléfonos empezaron a timbrar, la cabeza se le hizo un lio y estuvo a punto de tener un colapso mental.

Christopher apareció por la puerta para empeorarlo todo.

—López, consígueme un café con leche de soya y un sándwich de cebolla, tomate y serrano —ordenó y regresó a encerrarse, sin pedir "por favor" ni añadir un simple "gracias".

Lily asintió obediente, pero la vedad era que, no recordaba nada de lo que el hombre le había dicho. De fondo, los teléfonos seguían timbrando, el número en la bandeja de entrada de correo seguía creciendo y, sus nuevos compañeros la miraban desde la distancia con muecas burlescas.

Cogió su cartera, sin saber qué era lo que iba a comprar y se puso el teléfono en la oreja para recibir una última llamada antes de partir.

—Oficina del señor Christopher Rossi, en que puedo ayudarle —dijo jadeante.

—Señorita López, soy Connor Rossi —le saludó el padre del demonio y la jovencita suspiró aliviada—. Veo que ya está cumpliendo sus funciones.

—Eso intento —le dijo ella, toda agobiada—, pero es muy difícil.

—Es organización —la alentó al hombre—. Y, como le dije, mi hijo se lo hará más difícil que nunca.

—Tengo que salir, señor Rossi. Su hijo me envió a comprarle algo que no recuerdo —susurró ella, al borde de un colapso.

Connor Rossi se carcajeó al oírla tan complicada y supo que tendría que ayudarla un poco para que no sufriera tanto en las garras de su hijo.

—Apunte, por favor —le dijo el señor Rossi. Ella abrió grandes ojos y cogió una pequeña libreta para apuntar lo que el hombre le iba a decir—. Café con leche de soya, le gusta el vaso bien lleno y un emparedado de pan de cebolla, no con cebolla, rodajas de tomate sin cáscara y solo aliño de oliva, nada de sal o limón y con largas lonchas de jamón serrano.

Lily suspiró tan aliviada que, el señor Rossi sintió que la había salvado de una desgracia.

—No sé cómo agradecerle —susurró ella y, desde los cristales, pudo sentir la mirada intensa de Christopher—. Ya tengo que irme, si supiera como su hijo me mira.

—Puedo imaginármelo —le respondió Connor riéndose.

Lily terminó la llamada y dejó su despacho a toda prisa.

Salió corriendo de la oficina, sin percatarse en los demás trabajadores que la miraban con espanto y como cuchicheaban en su contra.

Tomó el elevador y presionó la tecla del piso uno con angustia. Un par de pisos más abajo, el elevador se detuvo y una simpática colorina se montó a su lado. Con ella llevaba un perchero de organización repleto de prendas metalizadas y muy extravagantes.

—Balenciaga va a lanzar su nueva línea con nosotros —cuchicheó la colorina y cogió una prenda, casi diminuta y se la puso sobre el pecho—. Espero perder algunos kilos para poder quedarme con esta. ¿Qué te parece? —preguntó.

Lily apenas abrió la boca para responder. Le resultaba horripilante, pero quien era ella para opinar de moda, si seguía usando los mismos zapatos de hacía años.

—Linda —respondió Lily con un susurro.

—¿Eres nueva? —preguntó la colorina de sonrisa alegre y se probó un sombrero igual de extravagante que la blusa anterior.

—Sí, es mi primer día —susurró Lily con desconfianza.

De reojo miró a la pelirroja y, cuando notó que era más como ella que el resto de las flacuchas del lugar, supo que había encontrado un tesoro.

—¿Trabajas en Craze? —investigó la pelirroja.

—Sí, ¿tú también? —quiso saber Lily.

La pelirroja la miró con tristeza y asintió.

—Soy la costurera —le dijo la pelirroja con muecas tristes y le mostró los dedos llenos de agujeros—. Trabajo directamente con la ropa y los diseñadores.

Lily no entendió muy bien lo que le quería decir, así que solo asintió ante su sinceridad.

—Soy Lily López, soy la nueva asistente de Christopher Rossi —se presentó y estiró su mano para un estrechón.

La costurera de Craze la miró con las cejas en alto, sorprendida por esa presentación tan fresca.

—¿En serio trabajas para Christopher? —le preguntó y, cuando notó que había sido impertinente, se corrigió—. Soy Aldie, la costurera, me verás trabajando en los desfiles o sesiones —se presentó también y apretó la mano de Lily con calidez—. Puedes buscarme si necesitas ayuda. —La miró de pies a cabeza con sutileza—. No me malinterpretes, no lo digo por ti, tienes tu estilo propio, sino, lo digo por ellos. No sabes cómo pueden ser de venenosos.

Lily se rio.

Faltaba poco para que llegaran al piso uno.

—Créeme, Wintour ya me clavó su aguijón —se rio Lily. Aldie la miró con espanto—. Pero tengo piel gruesa, así que tendrá que pincharme unas cuantas veces para que su veneno me haga efecto. —Se rio con soltura.

Aldie se quedó pasmada por su respuesta. No sabía si reír o llorar.

—¿Entonces ya conociste a Wintour? —preguntó y Lily asintió—. No digas que yo te lo dije —cuchicheó a pocos centímetros de su rostro—, pero, ella es la peor de todos. Es la abeja reina. Lo que ella dice, se hace. —Se sacudió cuando un escalofrió la invadió.

Lily la miró con pavor y asintió.

—Tu secreto está a salvo conmigo y gracias por los consejos —Se despidió y se echó a correr apresurada por todo el piso uno.

Aldie se rio y la vio desaparecer por las pobladas calles de la ciudad mientras transportó la nueva carga de Balenciaga hasta su taller.

Lily corrió por el centro de la ciudad, buscando un lugar donde comprar los alimentos que a Christopher se le antojaba comer a esa hora del día.

No tuvo que recorrer mucho. En unos carritos pidió el pan a la semejanza de Rossi y en una pequeña cafetería el café; regresó en menos de quince minutos a su escritorio, pero encontró a su jefe reunido con otro hombre.

Los dos estaban de pie en la oficina, mirando el escritorio y trabajando, de seguro analizando algo para la revista, algo que ella aún no entendía.

Dio un par de golpecitos en la puerta antes de atreverse a entrar a la oficina de su jefe y con seguridad caminó hacia él, triunfante porque había logrado su primera tarea con eficiencia.

Christopher cogió el café sin decir nada y se lo llevó a la boca, esperando encontrar algo erróneo en su pedido y escupírselo en la cara, pero, para su desgracia, de alguna forma misteriosa, su nueva asistente conocía sus más íntimos secretos.

Tras beber el café, el que le resultó perfecto, agarró el sándwich que había solicitado y bajo los curiosos ojos de Lily, lo escarbó por entero. Todo estaba perfecto y tuvo que aceptar que, la muy condenada, había dado en el clavo, pero, como no quería verla triunfante y quería hacerle la vida imposible, lo arrojó al cesto de la basura con rabia y una evidente mueca de repulsión.

Lily abrió grandes ojos al ver su reacción y miró el sándwich con los ojos llenos de lágrimas, enterrado en el fondo de la basura e injustamente. Se contuvo y se armó de valor para seguir de pie allí, mirándolo a la cara con furor.

—López, él es Roux, nuestro fotógrafo —presentó Rossi sin darle tiempo a recuperarse. Sabía que la había lastimado—. Lo verás por aquí seguido. —Miró al fotógrafo—. Roux, ella es López, mi nueva asistente —se rio cruel.

Lily lo miró con fastidio. ¿Acaso buscaba humillarla, hacerla sentir inferior? Se preguntó Lily y se obligó a despegar sus ojos de Rossi para saludar a Roux.

—Mucho gusto, Mademoiselle. —El hombre le sonrió fingidamente.

—Mucho gusto, señor Roux —respondió Lily con un nudo en la garganta. Tras eso, clavó sus ojos en Rossi y le preguntó—: ¿Necesita algo más, señor?

—No, retírate —le ordenó él sin mirarla ni agradecerle.

Lily dejó la oficina y antes de cerrar la puerta, escuchó las risas burlescas de Roux y Rossi.

Por supuesto que volteó para enfrentarlos y ver que les causaba tanta gracia. Ellos se callaron y se miraron cómplices, como dos infantes que hicieron hervir la sangre de Lily.

La asistente se resignó y regresó a su escritorio, sintiendo las pesadas miradas de Roux y Rossi sobre ella y a través de ese cristal que empezaba a detestar.

—Eres cruel, hermano —le dijo Roux y organizó sus fotografías para marcharse.

—Soy realista —respondió Rossi—. No puedo tenerla aquí, es anti-moda, anti-belleza, anti-todo lo que nuestra revista promulga.

—Pues si —se rio Roux y miró a su amigo con curiosidad—. ¿Y cómo pretendes deshacerte de ella?

Christopher Rossi sonrió.

—Le haré la vida imposible —susurró mirándola a través del cristal—. La doblegaré hasta que implore por su renuncia.

Lily levantó la vista y clavó sus ojos en Christopher. Podía sentir que estaba hablando de ella, mientras la miraba así, despectiva y cruelmente.

No pudo negar que sintió miedo por la forma en que la miraba, pero no iba a permitirle a un ricachón malcriado que le ganara.

Si quería guerra, guerra tendría. 

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