Todos los lugares que mantuvi...

By InmaaRv

1.4M 151K 216K

«Me aprendí el nombre completo de Maeve, su canción favorita y todas las cosas que la hacían reír mucho antes... More

Prólogo
1 | Todo lo que yo sí he olvidado
2 | Luka y Connor
3 | La vida es una oportunidad
4 | Viejos amigos
5 | La casa de Amelia
6 | La lista
7 | Revontulet
8 | Avanto
9 | Familia
10 | De mal a peor
11 | El concierto
12 | Lo que de verdad importa
13 | El país de los mil lagos
14 | El viaje
16 | Al día siguiente
17 | La fiesta
18 | Adorarte
19 | Confesiones
20 | La lista de Connor
21 | Fecha de caducidad
22 | La boda
23 | Algo que se sintiera como esto
24 | Pesadilla
25 | El regreso
26 | Mamá
27 | Ellos
Las listas de Maeve y Connor
EN PAPEL
PUBLICACIÓN EN LATINOAMÉRICA

15 | La primera cita

46.5K 4.7K 7.7K
By InmaaRv

cuidado con los comentarios, pecadoras.

espero que disfrutéis mucho del capítulo, os quiero, gracias por todo <3


15 | La primera cita

Maeve

Connor vuelve a tener su boca sobre la mía en cuanto llegamos a la camioneta.

—Vamos a dejarlo todo hecho un desastre. —Me rio.

—Nos ocuparemos de eso después.

Me arqueo para que pueda abrir la puerta del vehículo y, de alguna forma, acabamos en la parte de atrás, conmigo sentada sobre su regazo. Tenemos la ropa mojada después de lo del lago, pero ninguno de los dos le da importancia. Esta vez el beso es más intenso, más urgente, desesperado. Mueve sus labios sobre los míos como si llevara toda una eternidad esperando para hacerlo, y me parece bien. Yo también llevo meses anhelando que llegara este momento. Deslizo las manos por sus brazos, sus hombros, su espalda, y luego decido que no es suficiente y tiro del borde de su camiseta.

—Fuera —ordeno.

Él sonríe sobre mi boca.

—Qué impaciente.

—Has empezado tú.

Hay cierto brillo socarrón en sus ojos cuando se aparta lo justo para sacársela por la cabeza. Sigo cada movimiento con la mirada. Sabía que era inútil que volviéramos a vestirnos, que tarde o temprano íbamos a acabar así, pero hay algo en verlo desnudarse, estando tan cerca y debajo de mí, que hace que el calor se me concentre en el estómago.

Connor no pierde el tiempo; lanza la camiseta al asiento contiguo y vuelve a besarme con intensidad antes de que pueda decir nada. Y, entonces, se me olvida dónde estoy. O sencillamente ya no me importa. Me da igual que sigamos empapados, que estemos aparcados en medio de ninguna parte y que haga tanto frío que, hasta hace un segundo, no podía dejar de tiritar. Solo puedo pensar en él, en que sus labios están calientes, en que tengo su respiración atorada en el pecho y en esa necesidad revoltosa que noto en las entrañas y que debe ser muy parecida a lo que siente uno cuando sabe que se está hundiendo y no puede nadar más rápido hacia arriba.

Podría hacer esto durante toda la noche.

De hecho, creo que quiero seguir haciéndolo toda la noche.

—Seguro que lo tenías todo planeado —susurro. Enredo los dedos en el pelo suave y mojado de su nuca—. Traerme aquí. Que haya solo una cama. Ha sido todo a propósito. Sabías que acabaríamos así.

Él suelta una risa ronca.

—No, no estaba planeado. Pero ojalá hubiera sabido que esto iba a pasar. Te habría besado antes en lugar de pasarme todo el día pensando en las ganas que tenía de hacerlo. —Me pasa las manos por los muslos, apretando lo justo para provocarme escalofríos—. Joder, adoro estos pantalones.

Siento un torrente de calor cuando roza la tela de mis vaqueros. Aprovecho que ha entreabierto la boca para profundizar el beso, y todo, excepto él, deja de tener importancia. Lo que acaba de decir no es solo un subidón para mi ego; también es una pequeña victoria personal. La Maeve de hace unos años jamás se habría atrevido a ponerse unos pantalones cortos para salir con un chico. La de ahora no solo no ha dudado en llevarlos, sino que además disfruta al pensar que Connor ha estado pendiente de mí todo el día. Mirándome. Pensando en besarme. Espero ansiosa a que sus manos continúen su camino. No lo hacen. Me provoca. Vuelven a bajar.

—Maeve. —Mi nombre sale de su boca en un murmullo. Está jugando conmigo. Le encanta jugar conmigo. O, al menos, eso es lo que pienso en un principio—. Necesito decirte una cosa.

Curvo los labios en una sonrisa burlona.

—¿Ahora?

—No puede esperar.

De pronto, parece inquieto. Incómodo. Frunzo el ceño y me aparto. Creía que me estaba tomando el pelo, pero debe de ser algo importante.

—¿Va todo bien?

—No tengo ni idea de lo que estamos haciendo.

Noto un pinchazo en el pecho. Le quito las manos de encima.

—Si no estás seguro de esto, no...

—¿Qué? No, no es eso. Claro que no es eso. Maeve. —Afianza su agarre en torno a mis piernas para evitar que me levante. Nuestras miradas se encuentran. Y traga saliva—. A lo que me refiero es a que... bueno, no tengo ni idea de lo que estamos haciendo porque nunca lo he hecho antes.

Tardo un momento en procesar lo que está queriendo decirme.

—¿Nunca has...?

—No.

Joder.

Me quito de su regazo y me dejo caer en el asiento contiguo, atónita. Connor sigue observándome. Ahora parece un tanto inseguro.

—¿Es un problema para ti? —pregunta.

No, no lo es. Por supuesto que no lo es.

Sacudo la cabeza para centrarme.

—Tenía entendido que habías estado con otras chicas —sopeso en lugar de responder.

—He besado a otras chicas. A dos, para ser más exactos. Nunca he llegado más lejos. Al menos, no tanto como parecía que tú querías llegar esta noche. —Intenta ofrecerme una de sus sonrisas genuinas. Sin embargo, en sus ojos sigue habiendo un ápice de duda.

Pienso en qué decir. Y lo único que me sale es:

—Está bien.

Él me mira con desconfianza.

—¿No te parece extraño?

—¿Por qué iba a parecerme extraño? Cada uno va a su ritmo. No pasa nada. —Hago una pausa. No debería darle más vueltas al tema, pero la curiosidad me puede. No lo puedo evitar—. Imagino que ha sido una decisión personal, ¿verdad? Lo de esperar. Dudo que no haya habido ninguna chica que haya querido acostarse contigo hasta ahora. Quiero decir, eres un partidazo. Y tú lo sabes. Lo habrías hecho hace mucho si hubieras querido.

Al oírme, Connor junta las cejas, entre sorprendido y encantado con lo que acabo de decir. La incomodidad ha desaparecido y ahora sus ojos centellean, burlones.

—Aunque no te lo creas, no todas me tienen en tan alta estima como tú, Maeve.

—No digas tonterías. Sabes a lo que me refiero. Le gustarías a cualquiera.

Y estoy siendo bastante objetiva. Es alto, guapo, amable, divertido, considerado. Me preocuparían seriamente los gustos en hombres de las finlandesas si soy la única que ha sabido verlo.

—Sí, ha sido una decisión personal —contesta finalmente. Sigue teniendo en los labios ese atisbo de sonrisa, que desaparece cuando me mira de arriba abajo y recuerda que antes me he apartado, que ya no estoy encima de él—. Parecías sorprendida cuando te lo he contado —menciona, llevando sus ojos de nuevo hasta los míos.

Me muerdo el labio, avergonzada. Tenía la absurda esperanza de que no lo hubiera notado.

—No me lo esperaba. La verdad es que tenía una concepción muy diferente sobre ti. ¿Todas esas chicas que Niko me dijo que había visto en tu coche...? —Sin embargo, yo misma encuentro la respuesta—. Luka. —No sé cómo no se me había ocurrido antes.

Connor asiente.

—Ha tenido épocas en las que se ha portado como un cabronazo. Por más que se lo reclame, nunca me escucha, así que asegurarme de que ellas llegaban bien a casa es lo único que podía hacer.

Como siempre, arreglando los desastres de su hermano. Prefiero no pensar en cómo tuvo que comportarse Luka para que Connor se viera en la obligación de intervenir tantas veces.

—Podrías haber sido más específico cuando te pregunté al respecto —dejo caer.

—¿Te refieres a cuando interrogaste a mi hermano de seis años sobre mi vida amorosa?

Resoplo con indignación.

—Yo no...

—Porque tienes razón. Podría haberlo hecho —me interrumpe—. Pero era más divertido ver a tu lado celoso sacar conjeturas.

—No estaba celosa.

—Fingiré que me lo creo.

Trae de vuelta esa sonrisa que siempre me saca de mis casillas. Pero, mientras lo hace, sus dedos me rozan ligeramente la rodilla, y da igual que el contacto sea superficial; mi cuerpo reacciona de todas maneras. Trago saliva y llevo la mirada de sus manos a sus ojos.

—Hablaba en serio antes. No me parece un problema —reitero—. Yo también fui virgen una vez. Hasta que dejé de serlo, claro.

—Claro —repite en voz baja. Me da la sensación de que está intentando no reírse. Seguramente habrá notado que no sé qué otra cosa decir—. ¿Fue con Mike? —Me aparta el pelo de la cara con delicadeza.

—Sí, fue con él.

Odio que haya dicho su nombre. Que me haya recordado que existe. Acabo de darme cuenta de que no he pensado en él en toda la noche. Hasta ahora. La idea me deja un sabor amargo en el paladar. Tras siete años de relación, ¿no debería haber tardado más en estar con otro chico después de rompiéramos?

¿No tendría que haberme acordado de él, aunque solo fuera durante un segundo, antes de hacer esto?

—¿Es el único chico con el que has estado?

—Empecé a salir con él en el instituto. —No hace falta ninguna otra explicación. Nunca tuve tiempo de plantearme siquiera el estar con otra persona antes de conocer a Mike.

—Bueno, eso está bien. Seguro que no ha dejado el listón muy alto.

Connor parece relajarse al oírme reír, lo que me hace sospechar que quizá ha notado lo mucho que me disgusta pensar en mi ex. Decido que voy a sacármelo de la cabeza. Ahora mismo. No pienso dejar que arruine este momento. Y Connor está más que dispuesto a ayudarme. Las yemas de sus dedos bajan por mi sien y perfilan mi mandíbula. Siento un escalofrío cuando me roza el labio inferior por el pulgar. Se acerca más, hasta que solo nos separan unos escasos centímetros.

—Podemos ir despacio —susurro, con la mirada fija en su boca. Me pregunto si habrá notado lo nerviosa que estoy. Que no puedo ni moverme.

—O no —murmura él.

Su atrevimiento me hace sonreír.

—También podemos no ir despacio.

—Me gustas mucho, Maeve. Desde hace siglos. Desde antes incluso de saber lo que eso significaba.

Me besa y se me olvida todo lo demás.

El beso es intenso desde el primer momento. Connor tira de mi labio inferior con los dientes y gime cuando soy yo la que se inclina para profundizar el beso. Me levanto sobre las rodillas, buscando estar más cerca de él. Sus dedos se cuelan bajo mi camiseta mojada y tantean el inicio de mi estómago, y yo siento que voy en una montaña rusa, que mis emociones están descontroladas y que estoy a punto de implosionar. Tira del dobladillo y tengo el tiempo justo para sacarme la prenda por la cabeza antes de que él vuelva a por más.

—¿Por qué diablos hemos vuelto a vestirnos?

Me rio contra su boca.

—Sabía que era una estupidez.

La pick up no nos deja mucho espacio para maniobrar, pero eso tampoco nos detiene. Connor me agarra la mano con la que le sujetaba la mejilla y me hace retroceder hasta que soy yo la que está recostada sobre el asiento y él se yergue sobre mí. Luego su boca se pierde en mi cuello. Ladeo la cabeza para darle mejor acceso. Es la primera vez que comparto un momento así con alguien que no sea Mike, pero, si me quedaba algún resquicio de duda, desaparece en cuanto noto cómo me toca. Sube los nudillos por mis costados con lentitud, erizándome la piel, disfrutando de cada segundo. Noto un tirón en el estómago cuando sus dedos rozan el borde de mi sujetador.

—Maeve —dice. Tiene la voz ronca. Entiendo lo que quiere y me inclino lo suficiente como para poder desabrochármelo. A Connor se le entrecorta la respiración

Vuelvo a tumbarme del asiento y tiro de él para volver a besarlo. Mientras sus labios se mueven contra los míos, me baja los tirantes del sujetador. Un instante después, me lo ha quitado; el frío me corta la piel y se ve rápidamente sustituido por el calor de sus manos. Me arqueo de forma involuntaria. Creía que sería tímido. No lo es. Solo necesito un roce de sus dedos, y después otro de su boca, para comprobarlo.

Madre de Dios.

¿Cuántas veces decía que había hecho esto?

—Es difícil saber si algo te gusta cuando estás tan callada —murmura, sonriendo contra mi piel sensible. Sus besos bajan por mi escote hasta la línea de mi ombligo. Se está burlando de mí. Es evidente que me gusta. Y que él lo sabe. Por eso parece tan orgulloso de sí mismo—. No voy a aprender nada si sigues en silencio.

Capullo.

Sus labios continúan su camino. Antes me ha dicho que había llegado un poco más allá de los besos con las dos chicas con las que ha estado. Entiendo en qué punto da comienzo su inexperiencia cuando lo noto titubear. Quiero que coja seguridad, así que trago saliva y, sacando mi voz de dónde quiera que se hubiese escondido, respondo:

—No creo que te quede mucho por aprender.

Consigo mi objetivo. Tiene un atisbo de sonrisa en la cara cuando sube para quedar de nuevo a mi altura.

—Eso significa que no lo hago tan mal, ¿eh?

—Nada mal.

—Es lo más bonito que me has dicho desde que nos conocemos.

Me echo a reír.

—Quiero besarte. Ven aquí.

—¿He oído bien? ¿Has dicho que quieres... besarme? —repite, haciéndose el sorprendido—. Pero, Maeve, me parece recordar que de camino aquí has dicho que no tenías intenciones de hacer nada conmigo.

La diversión tironea de mis comisuras. Qué idiota es.

—Lo que he dicho es que no tenía intenciones de tener una cita contigo.

—No, a eso sí que has accedido. De hecho, he ganado la apuesta. Así que técnicamente me debes una.

—He sido yo la que te ha convencido de saltar.

—Y gracias a eso he ganado.

—¿De verdad quieres tener una cita conmigo?

Esta vez se lo pregunto en serio. Porque a mí la idea me gusta. Mucho. Más de lo que seguramente debería. Connor acorta la distancia entre nosotros para darme un beso en el hombro.

—Quiero una cita contigo. En un lugar mejor que este. Donde haga menos frío y no me sienta culpable por haberte desnudado. —Sus dedos reptan por mi brazo, provocándome oleadas de calor. Es cierto que la temperatura ha descendido, pero ya no lo noto. En absoluto—. Donde pueda besarte durante todo el tiempo que quiera sin preocuparme de que pueda atacarnos un oso. O algo peor.

—He buscado información en internet. No hay osos agresivos en Finlandia —rebato, porque lleva todo el día riéndose a mi costa con eso—. Gilipollas.

Connor imita mi gesto y decide fingir que no me ha escuchado.

—Donde pueda tumbarte en una cama y hacer todo lo que quiero hacer contigo —continúa. Mueve los labios un poco hacia la izquierda, hasta la curva de mi cuello—. Que son cosas que, muy a mi pesar, no vamos a hacer aquí.

Pasa, de nuevo, los pulgares por la cima de mis pechos, y yo jadeo en respuesta.

—¿Y eso quién lo dice? —Sin pensar, elevo las caderas para presionarme contra su cuerpo, que se irgue, duro y cálido, por encima del mío.

Connor suelta el aire junto a mi oreja.

—No voy a acostarme contigo en un coche, preciosa. Por varias razones. La primera es que no quiero que recuerdes la mejor noche de tu vida de esa manera. La segunda que, después de lo mucho que hemos esperado, creo que nos merecemos algo más memorable.

—¿Y la tercera?

—No he traído condones —responde—. Ahora que lo pienso, puede que haya debido empezar por esa razón. Es la única que me importa, en realidad.

Suelto una carcajada suave. Aun así, no puedo ignorar ese sentimiento de decepción que se me ha instalado en el pecho.

—No lo tienes todo tan bien planeado como creía si se te ha olvidado comprar condones.

—Claro que he comprado condones —replica. Posa de nuevo sus labios sobre los míos—. Los he dejado en la cabaña.

—¿De verdad?

—No. Estoy de coña. Me habría muerto en el acto si los hubieras encontrado por casualidad. —Hace una pausa. Se aleja para mirarme mientras me acaricia la cintura—. No quería que pensaras que tenía esas intenciones al traerte aquí. Por eso me acojoné tanto cuando mi hermana me dijo que Albert y ella no iban a venir. Me daba pánico que malinterpretaras las cosas. Que te sintieras incómoda.

—No me he sentido incómoda. En ningún momento —le aseguro, suavizando la voz—. Y sé que no me has traído solo para esto. Lo de antes era solo una broma.

—La lista es importante para mí.

—Lo sé. Para mí también.

—Y me ponía la hostia de nervioso pensar en estar a solas contigo.

Al oírlo, siento un cosquilleo en el estómago, intenso, de esos que te resultan agradables aunque sabes que solo traerán problemas.

—Bueno, ahora estás a solas conmigo. —Mis dedos suben por sus brazos—. Y no pareces nervioso.

—Es por ti. Haces que esto sea mucho más fácil de lo que pensé que sería. —Me gusta oír eso. Me relaja. Hace que me sienta orgullosa de mí misma. Es como siempre debería ser. Intuitivo. Fácil—. Aunque imagino que tampoco has traído condones.

Me entra la risa.

—No, por desgracia no.

—Entonces tendrás que concederme esa segunda cita.

Primera cita. Te recuerdo que esto no lo es.

—No, no lo es —susurra, llevando los labios hacia mi oreja—. Y tú no tienes intenciones de hacer nada conmigo esta noche.

Sonrío, dejo que vuelva a besarme y le enredo los brazos en el cuello. Su cuerpo sigue estando pegado al mío. Aprovecho la oportunidad para mover ligeramente las caderas contra las suyas. Connor me hunde los dedos en la cintura.

—Nada de nada —repite.

—Ni siquiera me gustas.

—Seguro que no.

Sus caricias se deslizan hacia abajo, entre mis pechos, hasta mi vientre, y siento una oleada de expectación cuando alcanza la cinturilla de mis vaqueros. Separa su boca de la mía, solo un poco. El corazón me va a explotar.

—Dime qué es lo que quieres —me pide. Su tono áspero hace que note un calor líquido en el estómago—. Enséñame. Por favor.

Es difícil que no me tiemble la voz, o que no tiemble yo, al completo, después de oír eso.

Trago saliva.

—Te enseñaré qué es lo que nos gusta.

Él niega con la cabeza.

—No me has entendido. No hablo en general. —Me pasa los dientes por el cuello—. Quiero saber qué es lo que te gusta a ti.

Se aproxima al botón de mis pantalones y, en un acto reflejo, le agarro del brazo. Connor lleva su mirada, caliente, densa, a la mía, y espera hasta que aflojo mi agarre para desabrochármelos.

—Yo también quiero tocarte —mascullo.

—Tú primero —insiste él.

Me cuesta respirar. Y sigo notando el pulso, desbocado, contra las costillas. Necesito besarlo, así que lo atraigo de nuevo hacia mí. Connor me corresponde con ganas y, despacio, paso la mano por su brazo para dejarla sobre la suya. No he hecho esto nunca antes, pero me da la sensación de que hay algo correcto en ello. En guiarle. En enseñarle qué es lo que quiero.

Quizá, si hubiera hecho lo mismo con mi ex, todo habría funcionado mejor.

Sin embargo, Connor no es él. Y me basta con sentir un toque ligero, sobre la tela, para confirmarlo. En cuanto sus dedos se cuelan bajo la ropa interior, el aire se me atasca en los pulmones y entreabro los labios, todavía sobre los suyos. Vacila al principio, pero no tarda en encontrar el ritmo, guiándose por mis movimientos y mis reacciones. Me observa. Todo el rato. Ataca ese punto sensible con el pulgar y, cuando desliza un dedo dentro, mis caderas se elevan por inercia.

Lo noto sonreír contra mis labios.

—Esto es a lo que me refería —susurra—. Eres preciosa. Preciosa. Tengo ganas de decírtelo a todas horas.

Le suelto la mano para que tenga más libertad, pero no tardo en volver a atrapar su muñeca, con fuerza. Le clavo las uñas sin querer. Connor no se queja. Sigue torturándome, jugando conmigo, hasta que ese nudo que tengo en el estómago se tensa cada vez más, más y más. Hasta que me cuesta mantener el aire dentro de los pulmones. Me besa y muevo las caderas mientras mi cuerpo tiembla. La corriente eléctrica llega de pronto. Lo sacude todo. Acaba conmigo.

Exploto.

Sin más.

Echo la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados y la respiración agitada. Las fuerzas me abandonan. Y, en ese momento, aunque sé que quizá no debería, pienso en que no recuerdo cuándo fue la última vez que experimenté esto, de una forma tan intensa, sintiéndome tan cómoda, venerada, y en lo triste que me parece eso. Con lentitud, Connor me besa en el pecho, justo donde mi corazón late desbocado, y sube por mi clavícula, hasta mi cuello y mi mandíbula. Esta vez el contacto es suave. La camioneta se ha quedado en silencio.

Cuando abro los ojos, él se inclina sobre mí, con un codo apoyado en el asiento. Me aparta delicadamente el pelo de la frente.

—¿Qué tal? —habla en voz baja, como si no quisiera romper el hechizo.

—¿Quieres que sea sincera?

—Adelante, destrúyeme.

«Creo que podría enamorarme de ti.»

Se me escapa una sonrisa.

—Me ha gustado. Mucho.

—A mí también. —Me besa el hombro.

Luego sus labios regresan a los míos. Lo envuelvo entre mis brazos para mantenerlo cerca. Ahora el beso es lento, tranquilo. Le sujeto la mejilla y, poco a poco, voy incorporándome y obligándolo a retroceder.

—Maeve... —me advierte.

—Me toca.

No me detengo hasta que está completamente sentado. Me levanto sobre las rodillas y acabo sentada de nuevo sobre su regazo. En esta posición, noto su cuerpo bajo el mío y cómo le ha afectado lo que acaba de suceder. Dejo que mis caricias bajen por su abdomen. Sus músculos se tensan bajo mis dedos.

Connor traga saliva.

—No tenemos que hacer esto si no quieres.

—¿Quién ha dicho que no quiero?

No me siento en la obligación de devolvérselo. En absoluto. Pero me apetece. Quiero verlo disfrutar, temblar y deshacerse debajo de mí. Connor me coloca las manos en la cintura. Aprovecho la posición para presionar mis caderas contra las suyas, otra vez, y él gime y clava los dedos en mi piel. Estoy a punto de desabrocharle el cinturón cuando, de pronto, algo se pone a vibrar entre nosotros.

Literalmente.

Y con fuerza.

Doy un respingo.

—Es mi móvil —aclara. El humor tiñe su voz, aunque todavía parece bastante afectado.

—Me preocuparía que no lo fuera.

Se ríe entre dientes y levanto el culo para que pueda sacárselo del bolsillo. Luego paso a besarle el cuello.

—¿Quién es?

—Markus. Habrá salido con Fedrik y los demás. Seguramente me llama para una gilipollez. —Utiliza la mano libre para recorrerme la espalda, hasta que llega a mi trasero—. Puedo no contestar.

Sonrío.

—No. Vas a contestar.

Él suspira.

—Le doy dos minutos.

—Qué impaciente.

—Tengo cosas más interesantes que hacer.

—¿Te preguntará si has conseguido liarte conmigo?

—Puede ser. Pero tú no vas a saberlo.

Me aparto y él me lanza una mirada divertida antes de responder a la llamada en finés.

—Te detesto —le aseguro en voz baja.

Sus dedos siguen recorriéndome la columna vertebral. Decido que, aunque esté al teléfono, sigo pudiendo jugar un poco. Le planto los labios en la mandíbula, junto a la oreja, en la curva del cuello. Connor deja la mano en mi cintura y aprieta un poco más, y tardo un momento en darme cuenta de que no es por lo que yo estoy haciendo.

—¿Va todo bien? —Me aparto para mirarlo. Sus ojos conectan con los míos y solo necesito ver el cambio en su expresión para saber que no.

Es automático. Me suelta y yo me quito de su regazo justo antes de que se incline hacia adelante para apoyar un codo en su rodilla y pasarse la mano por la cara, suspirando. Oigo el murmullo de la voz de Markus al otro lado de la línea. Ojalá pudiera entender qué diablos están diciendo. Sea lo que sea, ha hecho que Connor se vaya de aquí; puede que físicamente siga conmigo, pero su cabeza ya está en otra parte.

—¿Qué pasa? —pregunto, aunque sé que será inútil. Está demasiado centrado en la conversación como para oír nada más.

El ambiente ha cambiado drásticamente. Busco mi ropa para volver a vestirme. Connor intercambia unas palabras más con su amigo. Cuelga el teléfono justo cuando estoy terminando de ponerme la camiseta.

—¿Qué ha pasado? —insisto.

Él suspira y se frota la cara, frustrado.

—Mi hermano. Otra vez.

Me temo lo peor.

—¿Ha vuelto a beber?

—Markus se lo ha encontrado en el pub. Estaba en la barra, increpándole a la camarera. Borracho como una cuba. Otra vez. Tenía la camiseta rota y manchada de cerveza.

—¿Ha vuelto a meterse en una pelea?

—No hay forma de saberlo, pero todo apunta a que sí.

Cierro los ojos. ¿No va a parar nunca de intentar destruirse a sí mismo? Joder.

—Supongo que Markus va a llevarlo a casa.

Traga con fuerza, como si no le salieran las palabras.

—Sí, va a hacernos el favor. Es un buen amigo. Pero yo debería estar allí. Venir no ha sido una buena idea. Voy a llamar a Markus otra vez. Mis padres no pueden enterarse de esto.

—Quizá fuera lo mejor —rebato con cuidado—. Que ellos lo supieran. —Así Connor podría quitarse esa carga de sus hombros. Es evidente que lidiar solo con esto está acabando con él.

Sacude la cabeza.

—No, no lo entiendes. No pueden enterarse. Mi madre está tan... emocionada con todo este tema de la boda de Sienna. Y puede que mi padre haga muchas bromas al respecto, pero sé que le hace ilusión también. Están felices, Maeve. Los dos. Si se enterasen de que mi hermano tiene... —Se le atasca la voz— les partiríamos el corazón. Ya les hemos dado demasiados problemas. No puedo hacerles esto.

—No puedes cuidar de todo el mundo.

—Deberíamos volver a la cabaña.

—Connor.

Sale del vehículo sin pararse a escuchar lo que tengo que decir. Un segundo después, está sentándose frente al volante. Cojo su camiseta para dársela.

—Lo estás haciendo lo mejor que puedes —le recuerdo.

Sus ojos conectan con los míos. Duda. Y luego asiente y se gira de nuevo hacia el volante.

—Lo sé.

Pero me da la sensación de que para él eso no es suficiente.


*


Hace un frío de muerte cuando llegamos a la cabaña. Connor forcejea con la cerradura y necesita varios intentos para hacerla ceder. Cuando entramos, enciende la luz. La situación dentro no mejora; no tengo ni idea de las paredes serán aislantes o no, no entiendo de esas cosas, pero la habitación está helada. Me froto los brazos para intentar entrar en calor. Mientras tanto, Connor va a dejar las llaves en la mesa y observa todo lo que nos rodea, como si no tuviera ni idea de qué hacer a continuación.

Se aclara la garganta cuando su mirada se cruza con la mía.

—Deberías darte una ducha y ponerte ropa seca para entrar en calor. Yo voy a ir al cobertizo a por leña para la chimenea.

—No, déjalo. Ya lo hago yo.

—Maeve. —Aunque diga mi nombre, son sus ojos los que me advierten que no voy a conseguir nada discutiendo en esto. No sé encender una chimenea. Pero odio que tenga que encargarse él de todo—. Vete a la ducha. No voy a hacerte salir ahí fuera.

Coge el manojo de llaves del cobertizo y sale de la cabaña. Miro la puerta y suspiro, preocupada. Ha estado todo el trayecto de vuelta sin decir ni una palabra, tenso, revisando la pantalla del móvil cada dos por tres, como si temiera que, en cualquier momento, Markus pudiera llamarlo para contarle que algo terrible le ha sucedido a su hermano. Sé que se siente culpable por no estar allí con él, y lo odio. Odio que no sea capaz de ver que se merecía pasar fuera este fin de semana. Que tiene derecho a salir del pueblo, alejarse de todo y pasárselo bien. Que no puede renunciar a su vida solo porque Luka haya decidido detener la suya.

Tiene razón con lo de que necesito entrar en calor, así que mi neceser y me encierro en el baño. Me tomo un momento para mirarme al espejo. Estoy hecha un desastre. Tengo el pelo enredado, la camiseta arrugada y los labios morados del frío y todavía algo hinchados por los besos. Solo de pensar en cómo ha cambiado todo de un momento a otro se me revuelve el estómago. Ahora mismo, todo lo que ha pasado en el coche me parece muy lejano, como si hubiera pasado hace siglos, o incluso en una dimensión diferente a la nuestra.

Pero no es así.

Ha ocurrido.

Y pensarlo ahora, en frío, es... demoledor. Me da miedo. Hace que una chispa de esperanza se me instale en el pecho. Sin contar la llamada de Markus, el resto del día ha sido perfecto. Cuando rompí con Mike pensé que nunca volvería a conectar con otra persona. Me equivocaba. Porque hoy he sentido lo mismo. De hecho, he sentido más. Pero también me he dado cuenta de que echaba de menos tener a alguien con quien reírme así. Que me abrazara, me tocara y me besara de esa manera. Eso me preocupa. Es decir, Connor me gusta, pero, ¿y si estoy yendo demasiado rápido?

¿Y si todavía es demasiado pronto?

Me desnudo y no dejo de tiritar hasta que me meto en la ducha. Mis músculos helados agradecen el contacto con el agua caliente. Aun así, apago el grifo mientras me enjabono y lo abro solo para enjuagarme. No sé cuánta agua podrá almacenar el depósito de la cabaña y no me gustaría que Connor tuviera que renunciar a ducharse por mi culpa. Me froto el cuerpo a consciencia para quitarme el olor a pez que me ha dejado el lago y, al salir, me envuelvo el cuerpo en una toalla. Connor ya ha encendido la chimenea cuando vuelvo a la habitación. Está sentado en la cama, enredando en su móvil.

Se levanta de un salto al verme llegar.

—No he gastado agua apenas —le digo, sujetándome la toalla—. Supuse que querrías ducharte también.

—Gracias. Yo... —Traga saliva y vuelve a pasarse una mano por el pelo, nervioso—. Maeve, sobre lo de antes... Quizá deberíamos hablar del tema.

—Sí, deberíamos. Pero no tiene por qué ser ahora.

—¿Para qué esperar?

—Está bien —respondo, aunque la idea no termina de convencerme.

Connor por fin me mira a los ojos.

—Tú primero.

—La situación es complicada.

—Lo sé.

—Sabes que acabo de salir de una relación hace poco y... —Tengo claro qué es lo que quiero decirle. Que me gusta. Que quiero intentarlo, aunque pensar en a dónde podría llevarnos esto me dé miedo. Que solo necesito que vayamos despacio. Tener tiempo para hacerme a la idea. Para asegurarme de que no estoy saltando de una persona a otra solo porque soy incapaz de estar sola.

Pero Connor tiene otra idea en mente.

Me parte el corazón en dos.

—Sí, sé lo que vas a decir. Y estoy de acuerdo —me interrumpe—. Esto ha sido cosa de una vez. Lo mejor para los dos sería que no se repitiese.

Noto un pinchazo, brusco, en el centro del pecho.

—¿Sí?

—Es decir, vives en mi casa, ¿no? Si algo saliera mal, las cosas se volverían incómodas. Lo de tu ex todavía está muy reciente y... tarde o temprano te irás de aquí. No tiene sentido empezar nada cuando sabemos que no va a llevarnos a ninguna parte. Tampoco es que yo busque nada serio, de todas maneras. No nos veo de esa manera. Somos amigos. Quizá nos iría mucho mejor si olvidáramos esto y nos centráremos en seguir siéndolo. —Vuelve a mirarme. Me parece ver un deje de vacilación en sus ojos—. Porque eso es lo que tú quieres, ¿verdad?

Hay un silencio. Me está rechazando. Y ni siquiera sé qué decir. Joder.

—No quiero que dejemos de ser amigos —contesto, porque al menos eso sí es verdad.

Hay un cambio en su expresión. Asiente, aunque parece inquieto, como si en el fondo no esperara que la conversación fuera a ir por aquí.

—Me alegro de que estemos en la misma onda —dice.

—Sí, yo también.

—Será mejor que duerma en el sofá.

Quiero decirle que no lo haga. Que prefiero que duerma conmigo. Que quiero que me hable sobre todo lo que le preocupa; sobre su hermano, sobre Riley, sobre cómo les afectó su muerte a los dos. Que quiero que confíe en mí. Que sigamos siendo amigos y aun así poder besarlo a todas horas.

Pero no lo hago.

Porque, ¿qué sentido tiene, si él ya ha tomado su decisión, de todas maneras?

Y yo he estado a punto de decirle que deberíamos intentarlo. Mierda, soy patética.

Me pregunto qué diablos ha cambiado. Hace un rato estaba diciéndome que le gustaba y después... ¿qué? ¿Simplemente cambió de opinión? ¿Justo cuando me quité la ropa?

Se me forma un nudo en la garganta.

Debería haberlo pensado antes.

Debería haberlo sabido.

Da igual cuánto me guste a mí misma.

Eso no significa que vaya a gustarle a los demás.

Contesto:

—Como quieras.

Y después soy yo la primera en apartar la mirada. Voy hasta la cama y cojo mi pijama para vestirme en el baño.

No volvemos a acercarnos en toda la noche.


*huye*


redes sociales - InmaaRv en Twitter e Instagram

Continue Reading

You'll Also Like

337K 12.3K 44
una chica en busca de una nueva vida, nuevas oportunidades, de seguír sus sueños. todo iba bien hasta que el la vio. el la ve y se obsesiona con ell...
1M 177K 160
4 volúmenes + 30 extras (+19) Autor: 상승대대 Fui poseído por el villano que muere mientras atormenta al protagonista en la novela Omegaverse. ¡Y eso jus...
336K 36.4K 38
Segundo libro → encontrarás el primero (Essence) en mi perfil. Mia Brenan sabía pocas cosas en cuanto a la vida, pero se las apañaba bien. Sabía que...
5.8K 239 6
Bueno amigos tal como leen en el título este va a ser un reaccionando universos. En el que voy a traer a varios personajes de distintas dimensiones y...