Colisión

By Vale_Roes

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Todo empieza en el instante que sus miradas colisionan en un encuentro inevitable. Ana no se permite a sí mi... More

Dedicatoria
Prefacio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Epílogo
Nota del autor

Capítulo 4

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By Vale_Roes

Resopló con la irritación llegando a los límites que su cuerpo podía soportar.

Tres horas. Tres horas frente a su escritorio sin poder resolver un ejercicio de matemáticas. ¿Cómo lograría tener una calificación perfecta en la próxima prueba si no era capaz de resolver un ejercicio sin querer llorar?

Era un problema grave. No tenía oportunidad. Anh buscó tutoriales en redes sociales, la ayudaron a medias, retrocedió sobre sus pasos, resolvió el ejercicio más de cinco veces con los mismos resultados y seguía sin comprender que influía para que sus cálculos fueran erróneos.
Un chillido de frustración escapó de sus labios. Al regresar seguiría practicando, su cerebro se encontraba tan entumecido que ya no se sentía en condiciones para razonar.

Se levantó de su escritorio, se dirigió al baño y se lavó el rostro con agua helada. Esperando que eso la ayudará a centrarse, a que sus pensamientos dejarán de correr en círculos repitiendo las mismas palabras.

"Eres un fracaso"

Tragó saliva, salió del baño y tomó el termo lleno de agua de encima de su escritorio y le dio un sorbo breve.

Miró de reojo el reloj en su escritorio, nueve y cuarenta de la mañana. Era suficiente. No hizo nada más en la mañana. No tomo la clase de su curso, no estudió idiomas, no se permitió distraerse dibujando o leyendo por que las actividades escolares eran prioridad. Solo pudo desayunar, asistir al gimnasio en la mañana, leer la biblia por unos escasos minutos antes de sentarse y forzar a su cerebro a comprender lo que tenía que hacer. Nada más. Y se sentía inútil por no ser capaz de gestionar su tiempo de una manera más eficiente.

Suspira, cerró la carpeta llena de ejercicios y rebusca en uno de sus cajones su libreta de color negro, la abre, las páginas están empapadas de su letra escrita a mano con tinta.

Se sienta, respira unos breves segundos y toma un bolígrafo antes de empezar a plasmar pensamiento tras pensamiento en la página vacía. Pasa una hora, sigue escribiendo, derramando cada pensamiento que la atormenta en esa hoja, esforzándose por dejar todo. Lo aprendió de pequeña. Si no tenías nadie con quién hablar había dos opciones. Y esa era la segunda.

Suelta otro suspiro.

La primera opción era su favorita, y la más eficiente: La oración.

Se levanta, y va a prepararse para asistir a la escuela. Los nervios y la ansiedad le revuelven el estómago.

—Voy a lograrlo.

Se dice a sí misma.

Su voz carece de seguridad.

No posee certeza suficiente para repetirselo una vez más.

______________________________

—¿Cómo?

Repitió Anh, incrédula.

¿Cómo que debía repetir una prueba por que algún inútil había pérdido el examen?

—Él dijo que se lo entregaría, ¿No lo ha hecho?

Unió las piezas con agilidad y fue cuestión de segundos para que la bombilla dentro de su cerebro se encendiera. Joshua.

—No. Le preguntaré de inmediato. Desconocía que él tuviera mi examen.

Sus amigos le informaron que ayer, luego de que ella se retiró el profesor de química había entregado varios exámenes, Anh corrió a preguntarle por el suyo llevándose la sorpresa de que él no lo tenía y debía buscarlo o se vería en la obligación de repetirlo por una mala organización. No había anotado en sus registros el resultado de la prueba.

Sus ojos repasaron la clase y en cuanto se encontraron con los de Joshua resopló. El chico le ofreció una sonrisa juguetona y ella se acercó, los ojos de él no la perdieron de vista en ningún momento. Traga saliva. Reuniendo la paciencia para comportarse de forma civilizada y con educación.

—Hola.

—Hola.

—Disculpa, el profesor de química me ha explicado que te llevaste mi examen ayer, es posible que por equivocación, ¿Podrías darmelo, por favor?

La pelinegra se encontraba consciente de que cada palabra destilaba algo de ira, por lo que hizo un esfuerzo para mantener su tono controlado y calmo.

—No.

Y esa respuesta causó que todo el aire saliera con brusquedad de sus pulmones.

—¿No?

—No tengo ni idea de dónde esté tu examen. No lo tengo. No sé dónde está.

Y esa sonrisita divertida y el brillo juguetón en sus ojos decía lo contrario. Y lo odiaba por eso. Lo odiaba porque él sabía lo que estaba haciendo. No sé involucraría en más problemas llevando ese inconveniente en dirección, o conversarlo con el profesor porque ella ya no era una niña de siete años que acusará a todo el mundo. Enfrentaría la situación con madurez, repetiría la prueba y no le volvería a hablar a ese despiadado ser humano en su vida.

—Okey, gracias de todas formas.

Y se alejó, con la ira haciéndola temblar.

Se sentó en su pupitre, y conversó con el profesor. Repetiría el examen hoy mismo, se apartó a una esquina y empezó a resolver los ejercicios con la furia burbujeando y palabras hirientes amontonandose en su boca. Se reprendió a sí misma, tomárselo personal no le ayudaría en nada, la cuestión era que la chica sabia que era personal por razones que no comprendía pero lo era, se permitió dar una respiración profunda, necesitaba mantenerse calma para pensar con la cabeza fría. Soltar una retahíla de palabrotas en su mente y pretender que el castaño la escuchaba era inútil. Y no aliviaba nada de la llama que se encendió dentro de ella.

—Dejalo ir, no es importante, es una broma estupida que solo prueba su nivel de madurez.

Se dijo a sí misma en un susurro inaudible, y dejó el asunto a un lado a medida que rellenaba su hoja de ejercicios.

Por ahora.

Penso en devolverle la jugada, pero una vocecita en su cabeza la reprendió con severidad.

—Eres mejor que eso. Devolvérselo solo demostraría de quién eres tú. No es algo que a Dios le agrade.

Tenia razón. Aunque odiara admitirlo. El rencor no le ayudaría en nada. Suspiro de nuevo. Olvidaría el asunto y no se acercaría al castaño ni siquiera para saludarlo.

La cuestión era que ella no esperaba que él fuera el próximo en hacer otro movimiento con una intención distinta.
_____________________________

Anh regresó del breve receso, gruñó por lo bajo, y se sentó en el primer asiento de la fila de en medio. Esther se sentó a su lado, y esperaba que atrás como era costumbre tomará asiento su mejor amigo. Los asiento no eran fijos pero cada uno tenía la costumbre de sentarse en el mismo con regularidad. Solo que un chico alto con una maraña de cabello castaño fue quién tomó asiento atrás suyo. Apretó la mandíbula. Podía obligarse a tolerarlo un poco más.

El profesor entró y dio inicio a las explicaciones. Anh se removió incómoda en su asiento al sentir algo pinchandole la espalda con sutileza, se giró con tedio hacia el castaño.

—¿Necesitas algo?

El chico la miró con su intensidad característica, jugueteando con un bolígrafo en su mano.

—¿Qué fue lo ultimo que dijo la profesora?

Anh le respondió en un balbuceó y regresó su vista al frente.

Unos minutos pasaron, y otra vez el pinchazo en la espalda.

—¿Sí?

Toda su paciencia se encontraba en ese monosílabo, esperando y deteniendo su desesperación.

—¿Me prestas el borrador?

Ana le dio el suyo, para que cinco segundos después el castaño volviera a pincharla con el boli en la espalda para devolvérselo.

Penso que su tormento acabaría ahí, con la excepción de que el castaño no se encontraba dispuesto y cada cierto período de tiempo volvía a pincharla con el boli, para decirle lo que sea. Por más innecesario que fuera.

Anh se convenció a sí misma de que el chico no lo hacía con intención, pero el castaño por supuesto que lo hacía con el propósito de provocarla. Quería arrancarle una reacción. Quería visualizar cuál era el límite hasta que la chica explotará.

Ella pensaba que se trataba de un juego inmaduro que el chico terminaría olvidando. Lo que ella no sabía, era que en los planes de él se encontraba escrito en tinta sacarla de su camino.

—Que imagen tan perfecta demuestras. Voy a pulirla hasta que se caiga y se vea lo que hay debajo.

Susurró.

Anh sabía que lo que había dicho era para ella. Empalideció y sintió su corazón encogerse, alzo la barbilla y se volvió para mirarlo.

—No si antes yo logro descubrir que escondes tú.

Replicó, no tenía fundamento, eran solo palabras al aire que lanzó con la intención de que Joshua no notará que logró amedrentarla.

Se volvió, dirigió su vista al frente y se centró en el pizarrón en un intento por olvidar el escalofrío que la recorrió al escuchar la amenaza, cargada de promesa.

Y no pudo ver que sus palabras dejaron al chico pensativo y con la mandíbula apretada. Tenia la intención de hacerla caer sin esperar que ella conociera que existían diversas maneras para traerlo a él consigo en su caída.

Ana conservó la calma, hasta que el profesor de matemáticas llegó y junto con el dejo que el pánico dentro de ella se desatará. Una que otra risita nerviosa se escapó de sus labios mientras sus amigos le preguntaban si entendía o si había logrado resolver el primer ejercicio. Se esforzó, se centró en lo importante, en la tarea que debía realizar, en el procedimiento y las fórmulas que aplicar. No le resulto. Los números se mezclaron pareciendo un garabato sin sentido ni orden. Un gimoteo asfixiado se escapó de sus labios.

La voz del profesor anunció que quedaba media hora para finalizar el examen.

Se apresuró tanto como pudo, y logró desarrollar dos de los tres ejercicios propuestos, pero en el último se le dificultó aplicar la fórmula, y lo repitió más de tres veces para asegurarse que el resultado fuera correcto. Consiguió finalizarlo, y verificarlo justo cuando quedaban quince minutos, lo cual era tiempo suficiente para verificar los demás ejercicios.

Pronto el profesor pasó por su pupitre retirando su examen y ella suspiró de alivio. Los nervios que tiraban de su estómago se relajaron y se permitió una profunda respiración en un intento por regularizar sus latidos desbocados.

—¿Terminaste todo?

Inquirió, Sebastián.

—Me costó el último ejercicio, pero logré finalizarlo.

El pelinegro sonrió en respuesta.

—Deberías felicitarme por terminarlas todas yo solita.

—Te felicitaré cuando vea la calificación del examen.

La chica gimoteó en respuesta.

—No me parece justo.

Su mejor amigo no le hizo caso al último comentario.

La chica lo observó en silencio un poco más y luego su vista se volvió a las demás personas que la rodeaban.

A menudo se sentía sola y sin amigos, sabía que eso era su culpa, ella se encargaba de recordarse a sí misma con constancia que no tenía amigos de verdad.

Y en ocasiones, como hoy, se dejaba engañar, por que si existían amigos de verdad, él se sentía como uno.

El problema con creer tener amigos de verdad, es que no te esperas venir la puñalada de ellos.

Y la ventaja de convencerte de que ninguno lo es, hace que sea improbable terminar decepcionada, ya sabes que los cuchillos pueden venir de cualquier lado. Incluso de ese que consideras aliado.

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