En las sabanas de un Telesco

De FlorenciaTom

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Evangeline Brown se ve obligada junto a su familia vivir en un pueblo enfermo en donde la belleza es un arma... Mais

En las sabanas de un Telesco.
Prólogo.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capitulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
SEGUNDA PARTE.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Epílogo.

Capítulo 44

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De FlorenciaTom


CAPÍTULO 44

—Vinieron a verte —informó Amaya a Adiele, quien yacía en la cama gritando mientras dos enfermeras intentaban sanar la pierna que su propia madre había quemado.

—¡¿Quién?! —exclamó Adiele, escupiendo la toalla que mordía para soportar el dolor.

Nathan y Darya entraron en la habitación sin decir una palabra. Amaya se apartó, cruzando los brazos.

—Lo que me faltaba —murmuró la chica pelirroja, apoyando la espalda contra las almohadas—. ¿Y ustedes qué quieren? ¡Vayan a hacerle cariñitos a Evangeline!

Nathan y Darya permanecieron en silencio, observando cómo las enfermeras luchaban por envolver el muslo de la hija de la directora con gasa. Finalmente, las enfermeras terminaron y se retiraron en silencio, dejándolos a los cuatro solos.

—Así que fuiste tú quien le quemó la pierna a Evangeline —suspiró Nathan, apoyando su brazo contra una de las columnas de la habitación—. Caíste bajo, cielo.

—Tu madre definitivamente es la peor —comentó Darya, sentándose en el borde de la cama mientras miraba su muslo.

—Les envía saluditos —respondió Adiele con ironía.

—¿Harán carreras de muletas con Evangeline? —bromeó Nathan.

Adiele gruñó, histérica, y arrojó una de las almohadas de su cama hacia el rostro del chico, quien la esquivó mientras caía al suelo.

—¿Vinieron a burlarse o qué mierda? —les increpó Adiele, en tono abrasivo.

—No, solo vinimos a verte —respondió Darya con tranquilidad.

—Ya lo sabe todo el mundo, ¿verdad? —La voz de Adiele tembló un poco. Observó cómo se miraban entre ellos—. ¡Me lleva la mierda! —gritó, golpeando el colchón.

—Adiele, lo único que debe importarte ahora es tu mejora —le aconsejó Amaya.

—Sí, es cierto —coincidió Nathan—. Preocuparte por lo que diga la gente es en vano, no deberías pensar en ello.

—Se van a burlar de mí muchísimo y también empezarán a preguntarse si fue Evangeline quien hizo esto —los ojos de Adiele se llenaron de lágrimas—. Es el peor día de mi vida.

Amaya se retiró y dejó a Nathan y Darya cuidando de Adiele.

Ella estaba insoportable, lo cual era entendible considerando el maltrato que su madre le había infligido. Lo único que le importaba era que los demás no hablaran de esto.

Una persona en una situación normal debería denunciar a su madre por ello.

Mientras Adiele empieza a pedirles cosas como chocolate y algo de alcohol mientras escoge una película para ver en su televisor, los hermanos Telesco empiezan a competir para saber quién la satisface mejor.

Lo hacen de manera inconsciente porque ninguno de los dos tienen en claro sus sentimientos por ella.

—Creo que debería quedarme esta noche con ella—le dice Darya a Nathan mientras están en la cocina preparando palomitas.

Nathan la mira un momento.

—Sabes que en el estado en el que está no podrá tener sexo contigo ¿no? —le responde Nathan.

Darya palidece y se toma un momento antes de responder pero su hermano se adelanta.

—Creo que debiste decirme hace tiempo que compartíamos el mismo coño, hermanita.

—Nathan yo...

—Sí, esta noche deberías quedarte con ella—sentencia el chico, ofendido—. No tengo ganas de soportarla en este estado—Nathan toma su móvil de encima de la isla y la observa un momento—. Ni que estuviera enamorado. Tú por lo que veo sí.

Nathan sale por la puerta de la habitación sin dar otra explicación. Adiele está tan ocupada viendo videos en su móvil que ni se percata que su "casi algo" ha salido por la puerta.

Darya se queda un momento intentando saber qué ha ocurrido.

—¡Quiero palomitas! —dice Adiele, en tono chillon.

—Ya voy, cariño—responde Darya, con un nudo en la garganta.

***

EVANGELINE BROWN.

Me enjuago la boca con el agua del grifo para quitarme el sabor a vomito que me ha quedado.

No puedo ni siquiera mirarme al espejo mientras me seco la comisura de los labios con papel.

Me limpio la nariz, esperando a que pase aquel ardor molesto luego de vomitar. Limpio mis ojos húmedos por derramar varias lagrimas tras lanzar lo que tenia en el estomago.

Evito el contacto visual con mi reflejo.

No quiero saber nada de lo que estoy haciendo porque sé lo mucho que decepsionaria a mis padres.

Tomo una bocanada de aire y salgo hacia el pasillo una vez que estoy lista.

Alex está de pie, pegado a la pared, mirándome con cierta preocupación.

—Estoy mal del estomago—le digo sin que él me pregunte.

—¿Te cayó mal el pollo?

—Sí—miento.

El pollo estaba delicioso y me hubiese gustado seguir comiendo. Pero no creo que deba seguir permitiéndome algo así.

—Debería avisarles a tus padres, Evangeline.

—Sólo vomité, estaré mejor. Sólo tengo que cuidarme un poco más con las comidas. Aquí te sirven de todo y mezclas a lo loco—vuelvo a mentir, con una sonrisa y deseando que me vea relajada.

Los espasmos del vomito me han dejado con más nauseas.

Mi móvil vibra dentro de mi bolso y cuando lo saco, tengo una llamada perdida de Dan. Que extraño, no lo oi.

Tengo un mensaje suyo.

"Te espero en NUESTRA habitación".

Le sonrío a la pantalla.

Evito pensar demasiado en el mensaje de Dan y trato de concentrarme en el presente. Alex aún me mira con preocupación, pero decido restarle importancia a mi malestar estomacal para no alarmarlo más.

—Gracias por preocuparte, Alex, pero de verdad, estaré bien. Solo necesito descansar un poco —le aseguro, tratando de sonar convincente.

Alex asiente, aunque parece escéptico.

—Iré a mi habitación ¿tienes una propia en el palacio? —le pregunto—. También deberías comer algo.

—De hecho eso quería mencionarte—ahora lo noto incomodo—. Tu madre se ha enterado que estabas compartiendo habitación con Dan Telesco y le exigió al palacio que te designen otra habitación.

Me detengo en seco.

—¿Qué? ¿Estás hablando en serio?

—Me gustaría decir que es broma pero son ordenes de ella.

—No voy a irme de la habitación de Dan. Me siento muy segura allí—le respondo, a la defensiva.

—Mira, yo no te voy a tomar del brazo y arrastrarte a tu habitación como si fueses pequeña—me aclara Alex—. El joven Telesco no parece tampoco mala persona, pero no puedo saltarme la orden de una señora que paga mis honorarios.

—¿Cuánto dinero quieres para que la habitación que me han asignado en el palacio sea ahora la tuya? —le pregunté sin rodeos, buscando una solución para quedarme junto a Dan.

Alex se río, pero rápidamente negó con la cabeza.

—Evangeline, no acepto sobornos. No puedo aceptar dinero para cambiar de habitación, eso no es ético.

—Nada en este pueblo es ético—pongo los ojos en blanco—. Por favor, no quiero irme a otra habitación. De verdad me siento muy segura con él.

—Te doy un día.

—De verdad, no quiero irme de esa habitación, Alex.

—No voy a ser yo el que te arrastre, Evangeline. Lo harán los del palacio. Lo que están haciendo con Dan está mal y me sorprende que nadie les dijera nada hasta ahora. Se supone que los dos deben permanecer "intactos" para sus bodas.

Boda.

Otra vez esa palabra.

—No pretendo casarme con nadie—contesto, tajante.

—Sí, yo decía lo mismo—resopla.

Me llega otro mensaje de Dan.

"¿Ya vienes?"

—¿Y se lo dejaste en claro a ese chico? Parece loco por ti.

—Dan sabe que no quiero casarme.

—¿Y le preguntaste a él lo que quiere?

Me quedo en silencio mientras caminamos. Bueno, nunca llegué a tener una idea de lo que Dan quería, pero no me sorprendería que él quisiera hacerlo.

—Pensé que eras más callado, Alex—confieso—, no la voz de mi conciencia.

Sonríe y yo también. Tomamos el ascensor porque claramente no puedo subir las escaleras.

Tras llegar a mi habitación, lo miro.

—Deberías ir a comer algo—le sugiero una vez que estamos en la puerta.

—Sí—asiente con la cabeza y sin decir algo más, vuelve a bajar por el ascensor.

Nuestros ojos se encuentran una vez que el elevador abre sus puertas y él ingresa, tomando una postura seria. Sus ojos pintaban un paisaje de un tono celeste intenso que reflejaba la serenidad y la frialdad de un lago congelado.

Asintió con la cabeza y yo le devolví el gesto. Las puertas se cierran.

Y la de mi habitación se abre, haciendo que Dan aparezca.

—Llegaste—me sonríe Dan, cálido—. Preparé palomitas.

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