El Carnicero del Zodiaco (EN...

By Jota-King

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Primera entrega. Una seguidilla de asesinatos perturban a la ciudad de "El Calvario". Las víctimas son mutila... More

Notas del autor.
Prefacio.
El enfermo de los Marmolejo Tapia
Cuerpo sin alma.
El despertar de una bestia.
La decisión de Dante.
El Toro de Creta.
Símbolo.
Protocolo.
Bajo sospecha.
Perla Azul.
En la penumbra.
Fuego cruzado.
Frustración.
Los gemelos Mamani.
Hojas secas.
Negras ovejas.
Eslabón perdido.
Piedras en el camino.
Cruce de miradas.
Horas de incertidumbre.
Oscuro amanecer.
Hasta siempre amigo.
El carnicero del zodiaco.
Recogiendo trozos del pasado.
Huellas al descubierto.
Condena del pasado.
Una delgada línea.
El cangrejo se tiñe de rojo.
Epístola.

En lo profundo del bosque.

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By Jota-King

El calor de la habitación mantenía los cristales de las ventanas empañados, haciéndoles sentir inclusive la humedad de las sábanas que cubrían sus cuerpos desnudos y llenos de aquel sudor compartido. Aún podían sentir el sabor a sal emanando de ellos, lo que no les impedía seguir así, entrelazados el uno del otro sin siquiera tener la mínima intensión de separarse, muy por el contrario, el apetito sexual entre ambos apenas daba sus primeros pasos aquella fría noche. Solo estaban descansando tras su primer encuentro.

Los largos cabellos rizados de la joven forense estaban desparramados sobre la almohada, sus labios entreabiertos expelían un leve zumbido con cada respiración y sus pechos agitados apenas eran cubiertos por las húmedas sábanas, su cuerpo febril y lleno de deseo quería volver a experimentar todas esas sensaciones vividas hacía escasos minutos junto a aquel hombre con el que tantas veces había soñado y que por fin tenía en su lecho junto a ella, completamente desnudo.

No podía esperar más, su cuerpo pedía a gritos saciar ese apetito sexual una vez más. Lentamente volteó su cuerpo y deslizó su mano por sobre el pecho velludo y sudado mientras era rodeada por los fuertes brazos de aquel hombre, quien la miraba con deseo también mientras recorría sus gruesos labios con los dedos de su mano libre, besándola apasionadamente, haciéndole cosquillas con el roce de su gruesa barba.

En el calor de la pasión, ella comenzó a deslizar su mano hacia la parte baja de él, aquel lugar hasta esa noche prohibido para ella, sintiendo como poco a poco su miembro se endurecía, lo que provocaba que su cavidad se humedeciera en cosa de segundos. Lo deseaba con locura, deseaba volver a sentirlo dentro de ella. En total frenesí se abalanzó sobre él, haciendo a un lado la húmeda sábana y tomando con fuerza aquel miembro para introducirlo una vez más.

Y cuando estaba a punto de lograr su objetivo, un fuerte golpe le hacía voltear la mirada hacia la puerta de la habitación, encontrándose frente a ella a un hombre alto y rubio, empuñando un arma y apuntándola directo hacia el teniente Espinoza, quien estupefacto observaba al intruso. Y sin darle oportunidad de reaccionar ante la amenaza, el sujeto disparaba a quemarropa, prácticamente vaciando el cargador del arma y dándole muerte ante los gritos de la joven Amelia.

Un nuevo cargador ponía en el arma, mientras los ríos de sangre corrían sobre la cama, y con total frialdad aquel extraño ubicaba el cañón justo en la frente de la aterrada joven, quien respiraba agitadamente esperando que jalara el gatillo. Por segundos la mirada del asesino se centraba en el movimiento de sus pechos, al punto de atreverse a rozar con sus dedos uno de sus duros pezones. Sin embargo, retiraba el arma y emprendía la huida.

La joven Amelia permanecía helada, su cuerpo no reaccionaba y su mente estaba en blanco. Sus ojos no paraban de derramar lágrimas, las que no solo recorrían sus mejillas, sino también sus redondeados pechos que no paraban de moverse producto de su agitado respirar. Hasta que un sudor frío le recorría de pies a cabeza tornando su piel de gallina, y volteaba la mirada hacia el cuerpo inerte del teniente, quien yacía bajo ella derramando su sangre y tiñendo todo de rojo.

Sus ojos permanecían abiertos en dirección al cielo de la habitación y habían perdido aquella mirada penetrante. La vida del hombre que tanto amaba se había extinguido en fracción de segundos, encontrando la muerte, irónicamente, en aquel lecho que hacía minutos atrás estaba lleno de pasión y éxtasis. La cabeza de la joven caía hacia atrás y sus ojos chocaban con el cielo de la habitación, el que presentaba rastros de salpicadura de la sangre de su amado. Y solo en ese momento, su garganta se abría, dejándola lanzar un grito desgarrador.

De un brinco se sentaba en la cama tocándose el pecho agitado y observando el lugar en todas direcciones. No tenía noción de tiempo ni espacio dada la penumbra de la habitación, y apenas lograba distinguir la tenue luz del reloj despertador sobre el velador. Eran las 05:20 de la madrugada. Con miedo extendía la mano hacia un costado, palpando sobre las ropas de la cama.

—Solo fue una pesadilla Amelia, solo una pesadilla. —Se decía a sí misma tras notar que se encontraba completamente sola mientras pasaba sus manos por su cabello, sintiendo el temblor de su cuerpo por lo vivido— ¿Qué fue lo que pasó?

Pronto su despertador sonaría, por lo que, ya despierta y aterrada aún, bajó de la cama y se fue directo al baño para darse una necesaria ducha, pues su cuerpo así lo pedía para reaccionar del todo. Debía llegar temprano a la jefatura y recoger los resultados de los exámenes dactilares que el teniente esperaba y entregárselos. Pero, ¿con qué cara lo vería a los ojos después de lo que había soñado?

Para bien o para mal, al llegar con los resultados de los exámenes a la oficina del teniente, se encontraba solo con los jóvenes sargentos, lo que le daba un cierto respiro, pues por mucho que cada día quisiera ver al hombre que tanto amaba, aquella mañana en especial, no quería topárselo, no tras aquel dichoso sueño junto a él. Sin embargo, el vuelco al final era lo que más le llamaba la atención. ¿Acaso era una especie de premonición?

Y aunque no era la primera vez que tenía la dicha de soñar con él, sí era la primera en que el sueño llegaba más lejos de lo habitual y experimentaba el sexo junto a aquel hombre, sintiéndolo tan real como si en verdad lo hubiese vivido. Inclusive preguntándose durante esa mañana si lo que había vivido en aquel sueño lograría vivirlo en carne propia, en la realidad de su vida. Tras entregarles la carpeta con los resultados a los jóvenes agentes, abandonaba el lugar con prisa.

Solo unos minutos después, aparecería en la oficina el teniente, quien con extrañeza observaba las caras largas de sus subalternos. Para él, aquello era un indicio de que algo malo había ocurrido en su ausencia. En silencio se acercó a la cafetera por un café, no sin antes notar desde lejos sobre el escritorio la carpeta entregada por Amelia, sentándose luego en su silla y observando con mirada penetrante a los jóvenes sargentos.

—¿Se quedarán todo el día ahí sin decirme nada? —Ponía sobre el escritorio su taza de café.

—Las huellas dactilares de los jóvenes Marmolejo no coinciden con la mordedura en el cuerpo del joven Mamani, no tenemos nada. —Con desazón le revelaba la mala noticia el sargento.

—¡Por la mierda, acaso esto se puede poner peor! —Refunfuñaba el teniente— No hay de otra, hay que volver a las calles.

—¿Pero adonde señor?

—Al bosque cercano a la granja de los Marmolejo mi amigo. Ahí encontraremos respuestas.

—¿Piensa seguir un fantasma teniente?

—¡No sea baboso sargento, iremos donde encontré aquellas marcas en la corteza del árbol. No tengo la menor duda que fueron hechas con el arma homicida utilizada para dar muerte a nuestras víctimas.

—Pueden haber rastros de sangre aún en el tronco. —Leticia pensaba en voz alta mientras observaba detenidamente las fotografías tomadas por el teniente, y las fotografías de las víctimas en la pizarra— Lo que nos podría dar un indicio del posible lugar donde se oculta nuestro asesino, y de paso corroborar tu tesis señor.

—¡Por fin, alguien aquí está usando su masa cerebral! —Golpeaba el escritorio el teniente, salpicando un poco de café de su taza— ¡Sargento, consiga el equipo adecuado para la operación, partimos en treinta minutos!

—¡Como diga señor! —Presto a la orden abandonaba la oficina en busca de lo necesario.

—¿Y nosotros qué haremos mientras tanto señor?

—Esperar señorita, esperar. Lo que le recomiendo es que cambie su calzado, el barro nos dará problemas al caminar.

—No se preocupe teniente, mi calzado lo soportará.

Al llegar a la granja de los Marmolejo Tapia, el teniente estacionaba su vehículo en el mismo lugar del día anterior, y tras él, estacionaba el sargento la patrulla. A esa hora del día, la llovizna había cesado, pero el frío que se hacía sentir era implacable, frío que se acrecentaba con la humedad del lugar.

—¡Sargento, —señalaba en dirección al bosque que se erguía a lo lejos— ese es el lugar donde debemos llegar! Tome la patrulla, siga el camino por el que llegamos y bordee el lugar, de seguro encontrará un camino que lo guie al punto exacto.

—¿Y cómo sabré que llegaré al lugar?

—Le avisaré con una bengala mi amigo. Mantenga los ojos en el cielo.

—De acuerdo señor. —Partía de inmediato.

—Señorita Garza, usted me acompañará, pero primero, necesito fotografías de este punto en particular, —le señalaba el terreno donde se encontraban— centre su vista en las huellas de neumáticos en el barro.

—Son muchas huellas señor, y van en diferentes direcciones.

—No me importa la dirección, necesito el patrón del dibujo impreso. Anoche había un vehículo en el sector al que nos dirigiremos, debemos comparar las marcas.

—Como usted diga señor.

El fango a sus pies hacía que la caminata a campo abierto fuese agotadora para ambos, pues el terreno pastoso les succionaba el calzado con cada paso que daban, eso hasta que llegaban al punto donde iniciaba la arboleda, donde las hojas a sus pies eran en gran medida una gran ayuda para alivianar cada paso.

—Hay algo que no entiendo señor. Si los hijos del matrimonio siguen con vida, ¿no es un tanto ilógico que prefieran estar escondidos en un bosque que habitar su propia casa?

—No todo tiene una respuesta lógica señorita. La mente del ser humano es compleja e incomprendida a la vez. Y si considera que los jóvenes sufrieron el flagelo de la violencia por parte del padre, la nula protección de la madre, y la muerte de ambos bajo extrañas circunstancias, es más complejo aún tan siquiera dilucidar lo que está pasando por sus mentes juveniles.

—Mirándolo de ese punto de vista, creo que tiene razón. Pero aunque fuese así, debieron optar por alejarse lo más posible del lugar donde sufrieron tanto.

—De seguro hay algo aquí que los mantiene atados, y mientras no demos con ellos, esa será una pregunta de la cual no tendremos respuesta.

Al llegar al lugar en cuestión, el teniente llamaba al sargento Meza para darle el aviso, quien por su parte le reportaba encontrarse en la cumbre de la colina, y que el camino que lo condujo al lugar era en extremo sinuoso. También le comentaba que desde el lugar donde se encontraba estacionado, podía ver diferentes caminos ramificados que se internaban en el bosque, por lo que era fácil perderse de no conocerlos.

—¿Logran verme desde allá abajo? —Miraba hacia el denso bosque, pero no lograba divisarlos.

—Deme un minuto sargento, le diré a Leticia que se cuelgue en las ramas de los árboles hasta llegar a la cima. —Ella lo observaba sorprendida al principio, pero en segundos se le dibujaba una sonrisa en los labios— ¡No sea baboso, estamos a la mitad del bosque! Lanzaré la bengala para que ubique nuestra posición, algún camino lo conducirá hasta nosotros.

—De acuerdo teniente, esperaré la señal.

Sin colgar la llamada, el teniente sacaba el arma de bengala y buscaba un sector relativamente despejado para disparar hacia el cielo. A lo lejos el sargento veía la señal con atención para poder ubicar el camino correcto, de lo contrario, le sería difícil dar con el camino que lo condujera al lugar donde se encontraban sus compañeros.

—Logro ver la señal, pero lo denso del bosque no me ayuda mucho para identificar el camino correcto señor.

—Pues comience a descender y déjese llevar por su intuición, si no está seguro del camino correcto deme aviso, le lanzaré otra bengala.

—De acuerdo señor, comenzaré a bajar.

Colgada la llamada, se centraba en el trabajo que realizaba en el lugar la joven Leticia, quien de manera pulcra examinaba en principio aquel árbol que en su corteza presentaba las marcas encontradas por su superior. Por su parte, el teniente comenzaba a observar el terreno, logrando en segundos dar con el sitio exacto donde se encontraban las huellas de las ruedas del vehículo que había divisado.

—Efectivamente señor, —volteaba hacia él la mirada— hay rastros de sangre en la corteza.

—Es una buena noticia señorita.

—Tomaré las muestras para compararlas con la sangre de las víctimas. No es mucho lo que hay, puede que la lluvia haya logrado borrar la mayor parte, pero creo que puedo recuperar lo suficiente como para hacer la comparación.

—Si en algo nos ayuda a corroborar mi teoría, valdrá la pena el trabajo.

Tras tomar las muestras de la corteza, con precaución la joven comenzaba a inyectar cada corte con un gel especial, con la intensión de tomar una muestra lo más cercana posible para identificar el tipo de arma utilizada, mientras el teniente fotografiaba las marcas dejadas por las ruedas del vehículo. Pese a la cantidad de hojas en el suelo, el tramo marcado era suficiente para hacer las comparaciones pertinentes.

Por otro lado, y mientras recorría el camino en dirección al punto donde divisó la bengala, Meza no tardaría en desorientarse, pese a estar seguro del punto aproximado donde debía encontrar el camino correcto, por lo que detenía a un costado la patrulla y llamaba al teniente para que este lanzara una nueva bengala, la que no tardaba de divisar en el cielo, notando que se encontraba más lejos de lo que creía.

Tras avanzar unos minutos por el camino y dar con la entrada que intuía lo llevaría en la dirección correcta, unos metros más adelante divisaba al costado de la vía una camioneta estacionada, y una persona interviniendo su motor, por lo que decidía avanzar hasta su encuentro para ver de qué se trataba. Se llevaría una gran sorpresa al ver que el vehículo en cuestión se encontraba averiado, y al hombre, de unos treinta y cinco años, tratando de conseguir que el motor volviera a funcionar.

—Disculpe señor, ¿puedo ayudarle en algo?

—¡Oficial, gracias a Dios que apareció, llevo una hora tratando de hacer que esto arranque!

—Yo no sé de motores, pero puedo pedir una grúa para que lo remolque. —Al dar un vistazo a la parte interior de la camioneta, notaba que se encontraba una mujer, quien presentaba sudor en su rostro y respiraba agitadamente— ¿Es su señora acaso, le pasa algo?

—¡Va a dar a luz señor, íbamos rumbo al hospital cuando se averió la camioneta, necesito llegar con ella lo antes posible!

—¡Rayos, eso es un problema, el hospital del lugar queda muy lejos de aquí!

—¡Ayúdenos por favor, se lo suplico!

—Pediré ayuda por radio señor, no se desespere y mantenga la calma.

Rápidamente se dirigía a la patrulla para alertar por radio a la central sobre la situación con la que se encontraba. Pero de inmediato surgía un problema, la densidad del lugar al que había llegado no permitía que llegase la señal, misma situación que ocurría con su celular. No sabía qué hacer ni mucho menos cómo prestarle ayuda a la joven pareja. Su mente se iba a blanco por breves segundos hasta que reaccionaba, encontrando la posible solución a su problema. Debía actuar rápido, por lo que corría hacia la camioneta averiada.

—¿Dónde estamos ubicados? —Preguntaba agitado por los nervio.

—En el viejo camino norte señor, por la montaña de la perdición.

—Eso no me ayuda mucho, ¿hay aquí algún punto de referencia más específico?

—A veinte minutos de aquí se encuentran unas cuevas donde años atrás unos cazadores furtivos fueron atacados por un oso grizzly señor. La policía tardó semanas en encontrar los cuerpos.

—¿Escuché bien, dijo oso grizzly?

—Así es señor, estamos en su hábitat natural. Aunque muchos han migrado a lo alto de las montañas, rara vez se dejan ver por estos lados.

—Son muy peligrosos esos animales.

—¡Joaquín por favor, —interrumpía el grito desgarrador de la mujer— ya no doy más!

—¡Escúcheme bien, intente calmar a su esposa, —lo tomaba con fuerza por los brazos— no llega la señal aquí, estamos incomunicados para pedir ayuda!

—¡Pero oficial, no nos deje aquí por favor! —Le suplicaba.

—Mis compañeros se encuentran muy cerca de aquí, intentaré llegar a ellos para recuperar la señal en mi celular y pedir ayuda, necesito que intente calmar a su esposa mientras lo hago, ¿me entiende?

—¡Por favor no nos deje, se perderá si no conoce el lugar y no habrá nadie que nos ayude!

—Le prometo que volveré señor.

—¡Joaquín por favor, siento que ya viene, ya no lo puedo resistir más! —Gritaba nuevamente la mujer con desesperación.

Rápidamente el sargento se lanzaba a correr, internándose en el bosque por el camino que esperaba lo guiara hacia sus compañeros. En su carrera extraía su celular para estar pendiente si el aparato recuperaba la señal y realizar al instante la llamada de auxilio, estremeciéndose al notar lo pálido que se había tornado su piel por los nervios que lo carcomían por completo. Jamás había estado en una situación así, pero sabía que el teniente sí había tenido ese tipo de experiencias, por lo que necesitaba llegar hasta él con suma urgencia.

Una piedra traicionera que se camuflaba con las hojas interrumpió su loca carrera, haciéndolo caer estrepitosamente al suelo y soltando su celular, el que caía unos metros más adelante. Rápidamente se reincorporaba y se lanzaba en busca del aparato, pero al levantarlo para ver si había recuperado la señal después de tanto correr, desde la profundidad del bosque sentía un rugido que lo paralizaba.

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