En las sabanas de un Telesco

By FlorenciaTom

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Evangeline Brown se ve obligada junto a su familia vivir en un pueblo enfermo en donde la belleza es un arma... More

En las sabanas de un Telesco.
Prólogo.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capitulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
SEGUNDA PARTE.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Epílogo.

Capítulo 32

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By FlorenciaTom

CAPÍTULO 32

EVANGELINE BROWN.

AÑOS ATRÁS...

Nadie me advirtió que enamorarme de él podría llevarme por un camino tan oscuro y tortuoso. Si tan solo hubiera escuchado la voz de mi intuición, quizás no estaría ahora postrada en esta cama de hospital, con mis padres rezando por mi recuperación.

Todo comenzó con pequeños cambios en mi rutina. De comer poco pasé a comer prácticamente nada. Mis pensamientos se consumían con la necesidad de mantenerme delgada, de ser perfecta a sus ojos. Cada bocado que me atrevía a dar estaba cargado de culpa, sabiendo que después me arrepentiría y me inundaría la angustia al irme a dormir.

Mentí a mis padres, les dije que estaba bien, que era una chica sana porque lo demostraba constantemente. Me aferré a esa máscara de normalidad para ocultar el infierno que me consumía por dentro.

Pero la realidad de mis acciones se reveló de la forma más devastadora.

Ese día, mientras entrenaba con las porristas, mi cuerpo cedió bajo el peso de mis secretos y desafíos emocionales. El mundo a mi alrededor se convirtió en una ráfaga de movimiento confuso. Mis piernas temblaron, mis sentidos se nublaron y, de repente, me vi cayendo desde una de las torres más altas que habíamos logrado construir.

El estruendo de mi caída resonó en mis oídos, mientras la realidad se desdibujaba entre el dolor y la confusión. Sentí cómo el impacto sacudía cada fibra de mi ser. Ahí estaba, tumbada en el suelo, consciente de que había llegado al fondo, tanto literal como metafóricamente.

En ese momento, todas las mentiras, las restricciones alimentarias y la búsqueda incansable de perfección se desvanecieron. Mi cuerpo estaba débil, mi espíritu quebrantado. Las lágrimas brotaron de mis ojos, liberando la angustia y el arrepentimiento que había guardado en lo más profundo de mi ser.

Mis padres llegaron corriendo, el pánico pintado en sus rostros. Sus ojos reflejaban el amor y la preocupación que siempre me habían brindado. Sus rezos se elevaban en el aire, un clamor desesperado por mi salud y bienestar.

Gracias a Dios estaban observando a su hija triunfar como capitana del equipo de porristas, con su falda a la medida, su cintura pequeña y cabello oscuro largo pero con el estomago rogando algo de comida de verdad.

En ese instante, comprendí el precio que había pagado por no escuchar mi voz interior, por permitir que el amor distorsionara mi percepción de mí misma.

Todo comenzó cuando vi que el chico que me tenia locamente enamorada miraba a chicas que eran todo lo contrario a mí en los pasillos de la escuela.

Chicas con cuerpos perfectos, sonrisas deslumbrantes y una confianza radiante.

Esa imagen, como una daga afilada, se clavó en mi pecho, desencadenando una tormenta de inseguridades y dudas. Me preguntaba qué tenía de malo, por qué no era suficiente para él. En mi mente, su preferencia por esas chicas se convirtió en un reflejo de mi propia falta de valía, una confirmación dolorosa de que nunca podría alcanzar su ideal de belleza.

Fue entonces cuando comenzó mi caída en picada. Me adentré en una espiral de autocrítica despiadada y autodesprecio. Cada mirada al espejo se volvió una evaluación cruel de mis imperfecciones. Cada comparación con esas chicas se convirtió en una herida profunda en mi autoestima.

Por supuesto que tampoco podía evitar hacer oídos sordos o vista ciega porque iba con él todos los días a la escuela. Coincidiamos en todas las clases, su grupo de amigos eran los mios y también tenia la gentileza de refregarme en la cara como constantemente coqueteaba con mis amigas.

Por supuesto que esa actitud suya no llegaba a hacerlo conmigo y nunca comprendí por qué. Obviamente una de las razones era porque no le atraía en absoluto.

Hasta ese momento, nuestros encuentros habían sido breves y llenos de silencios incómodos. Sin embargo, el destino jugó sus cartas y nos tocó hacer grupo para un trabajo de Literatura.

La profesora, con una astucia inesperada, decidió unirnos, y mi corazón comenzó a palpitar con fuerza. Mantuve la compostura, disimulando mis nervios detrás de una sonrisa y desviando la mirada hacia mi cuaderno.

Él soltó un suspiro y me miró de reojo, pronunciando palabras que hicieron eco en mi mente. "El cerebrito de la clase". Esa afirmación, aunque llena de sarcasmo, provocó una chispa dentro de mí, una llama que me dejó pensando durante unos preciosos segundos. "¿Mi casa o la suya?" agregó.

Inmediatamente descarté la idea de elegir mi hogar.

Mi casa era un caos, un reflejo de mis propios desordenados pensamientos. No podía permitirle ver ese lado vulnerable de mí, al menos no en ese momento. Así que, con una voz entrecortada pero tratando de sonar interesante y a la vez no desesperada, respondí: "La tuya".

Sus ojos marrones se encontraron con los míos, y en ese instante sentí una conexión inusual. Como si por primera vez, realmente me estuviera viendo. Su mirada juguetona, cargada de picardía, me transmitió una sensación de anticipación. Algo había cambiado entre nosotros, y en ese momento, ambos éramos conscientes de ello.

Me recogió en casa con uno de sus autos.

Fue un viaje incomodo y silencioso. Yo no podía omitir palabras y si lo hacia, tenia la sensación de que quedaba como una imbécil.

—Espero aprobar este estúpido trabajo, honestamente es la materia con la que voy de mal en peor—me confiesa.

—Creí que eras aplicado en todas las materias.

—Bueno, en esta en particular no. No me gustan los libros, no al menos lo que da esa profesora. Creo que hay más interesantes que podrían llamar mi atención. Hay tantas opciones...

—Se adecua al programa de la escuela.

—Bueno, entonces se debería replantear ese programa—responde, enojado con la profesora mientras conduce.

Sonreí por dentro. Creo que era la primera vez que teníamos una conversación real. Solo nosotros dos.

Respiré hondo mientras observaba por la ventanilla. Deseaba que aquel momento durara para siempre. Como un bucle.

—Llegamos—me dice, tras estacionar frente a una casa bonita y grande.

Lo que no esperaba era ver a sus padres sentados en el jardín viendo como dos niñas jugueteaban con muñecas y corrían por el césped.

¿Él tenia hermanas? Calculé que tendrían unos cinco y siete años. Una era más alta que la otra. Cuando me vieron, me sonrieron, pero no hicieron más que eso. Por supuesto que no iban a venir corriendo a recibirme, era una extraña.

Aunque por dentro me emocionaba ser su cuñada algun día.

Su madre, algo fría y distante me saludó. Su padre fue mucho más cálido, me recibió con un beso en la mejilla.

—Recuerda tener siempre la puerta abierta, Luke. Por favor—le dijo su madre antes de encender un cigarrillo y observar a las niñas jugar.

Él no dijo nada, seguía con su aire indiferente.

Mientras exploraba la casa con la mirada, me sentí agradecida por estar allí. Era un privilegio ser invitada a su hogar, aunque fuera como una mera visitante en ese momento. La promesa de pasar más tiempo con ellos y construir una relación sólida se materializaba frente a mí.

Me sentí una ilusa al pensar que aquel podria ser mi segundo hogar si algun día llegaba a ser su novia y a veces recuerdo esto con tanta tristeza que se me produce una especie de piedra en el pecho.

Tras llegar a su habitación hace lo que su madre le dijo que no haga. Cerró la puerta y finalmente quedamos entre cuatro paredes. Observé una gran batería en un rincón, poster de Metallica y otras bandas pegadas a sus paredes azules. Su cama, para mi sorpresa estaba hecha y de su computadora de escritorio salía música bajita pero actual.

—Lanza la mochila a la cama—me dijo con tono amable mientras él se sentaba en su silla de escritorio.

Me siento en el borde de su cama (que por cierto es muy comoda) y empiezo a sacar mis cuadernos y libros.

—Creo que deberíamos empezar por...

—¿Puedes decirme por qué ella no se fija en mí? —entonces desliza su silla con ruedas hacia atrás para dejarme ver la pantalla de su ordenador.

Si tuviera que definir el día y la hora de cómo comenzó todo podria haber sido ese día y esa hora.

Ese día donde me mostró la foto de mi prima en bikini en una playa preciosa. Ella y yo eramos muy amigas.

Ella era una de las chicas más hermosas que había en la escuela, tanto por dentro como por fuera. Su personalidad radiante y su apariencia deslumbrante siempre atraían miradas y admiración. Y sí, ella solía editar sus fotos con diversos filtros para resaltar aún más su belleza, algo que no me sorprendía.

En ese instante, una oleada de preguntas inundó mi mente. ¿Por qué Luke me estaba mostrando esa foto? ¿Qué tenía que ver mi amiga con su pregunta anterior sobre por qué ella no se fijaba en él? ¿Acaso tenía algún tipo de interés en ella?

Mis pensamientos se agitaron, tratando de encontrar una explicación lógica. Tal vez Luke se sentía atraído por mi amiga y quería obtener información o consejos de mi parte. O tal vez solo estaba tratando de provocarme, jugar con mis emociones. No sabía qué pensar ni cómo reaccionar en ese momento.

Lo peor de todo es que ella y yo nos parecíamos porque éramos PRIMAS. Sólo que ella era una versión muchísimo más mejorada que la mia.

—¿Qué clase de chicos le gusta? —me preguntó, fijando sus ojos en mí.

Abri la boca para decir algo pero no pude hacerlo. Estaba absorta.

—Yo...no lo sé—logré sonreír a pesar de tener el corazón destrozado—. No sabia que Olivia te gustaba.

—No es que me gusta del todo, sólo me atrae. Es muy hermosa—sonrió.

Es muy hermosa.

Es muy hermosa.

Es muy hermosa.

—Me gustan sus ojos, la cintura pequeña que tiene y lo alta que es. Bueno, podria hacer una lista de cosas atractivas que tiene—se encoje de hombros mientras gira de un lado a otro con la silla—. Pero parece ser tan...

—Inalcanzable—susurro, destrozada.

—Exacto, inalcanzable. Aunque para mí, las personas no son inalcanzables, si uno se propone a querer estar con alguien lo consigue.

—Suenas como un loco.

—Bueno, pero es lo que pienso ¿por qué no me ayudas y le hablas de mí?

Olivia sabia lo enamorada que estaba de Luke.

—Incluso podemos decirle que venga a estudiar con nosotros—añade como sugerencia.

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