En las sabanas de un Telesco

Por FlorenciaTom

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Evangeline Brown se ve obligada junto a su familia vivir en un pueblo enfermo en donde la belleza es un arma... Más

En las sabanas de un Telesco.
Prólogo.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capitulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
SEGUNDA PARTE.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Epílogo.

Capítulo 25

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Por FlorenciaTom




CAPÍTULO 25

Dan ya descansaba en la cama cuando decidí retirarme al cuarto de baño para vestirme de cara a la noche. Sin embargo, en ese preciso momento, me percaté de que sería la primera vez que dormiría con un chico. Me encontré frente al espejo del baño y, a pesar de las dificultades y tormentos que acechaban tras la puerta de la habitación, dentro de ese recinto sagrado, lograba olvidar la verdadera razón por la cual nos encontrábamos allí.

Suspiré, nerviosa, y en mi pijama de Bob Esponja, compuesto por un pantalón de algodón amarillo y una larga camiseta que llegaba hasta los muslos, salí del cuarto de baño, y las risas de Dan no tardaron en inundar el aire.

—Sabía que reaccionarías así—dije, cruzando los brazos y fingiendo indignación.

—Bueno, tú decidiste presentarte así, y recibirás la reacción que yo considere oportuna—respondió mientras él yacía en el centro de la cama con las manos detrás de la cabeza.

Aquella postura hacía que sus brazos parecieran aún más musculosos, lo cual me hizo desviar la mirada hacia algún rincón vacío de la habitación.

Me acerqué a la cama, apagando todas las luces de la habitación, incluyendo las del pequeño sector de cocina. Solo permanecía encendida la luz de los faroles del parque, que se filtraba por la ventana del palacio.

Me quito las pantuflas y decido acostarme. Él no se hace a un costado, por lo que mi lugar de la cama es reducido.

—Dan, si no te corres no tendré lugar para dormir—le digo.

—Para mí la palabra "correr" tiene otro significado cuando uno está en la cama ¿cómo quieres que me corra? —parece estar disfrutando mi incomodidad.

—Que te hagas a un lado.

—¿Y si no quiero?

—No podré dormir.

—Bueno, eso no sería problema mío.

—¡Dan, vamos, que me muero de frio!

Le doy un empujón y en aquel intento de conseguir algo de espacio en la cama, Dan me agarra de los brazos y tira de mí.

Caigo encima de sus piernas.

—¡Hey! —protesto.

—Eso fue por ponerme una mano encima—responde en su defensa.

Se echa a reír y finalmente se hace a un costado. Me meto en la cama olvidándome del frio. Dios, las camas del palacio son tan comodas que me cuesta salir de ellas. Una vez que te metes entre las cobijas, es una tarea difícil después.

Sonrio como una tonta y al abrir los ojos, lo veo a él observándome, divertido.

—Vaya, pareces haber olvidado completamente el motivo por el cual estamos aquí —comenta Dan con tono juguetón.

—En este momento, lo único en lo que puedo pensar es en lo cómoda que es esta cama —respondo, acomodándome entre las suaves sábanas.

Dan sonríe y se acerca, recostándose a mi lado.

—Bueno, supongo que eso significa que deberíamos aprovechar al máximo esta noche de comodidad, ¿no crees?

Le devuelvo la sonrisa, sintiendo cómo el ambiente se vuelve más íntimo.

—Tienes toda la razón. No todos los días se duerme en una cama tan lujosa como esta. Bueno, mejor dicho, no todos los días yo duermo en una cama como esta, maldito ricachon.

—Exacto. Así que, ¿qué te parece si dejamos de pensar en todo lo que nos rodea y simplemente disfrutamos de este momento juntos, Evangeline?

Me dejo llevar por su sugerencia, dejando a un lado mis preocupaciones y permitiendo que la complicidad entre nosotros crezca aún más.

—Me parece perfecto. Solo tú y yo, en esta cama, disfrutando de la tranquilidad y de la compañía mutua porque nos merecemos esto; paz.

Nos miramos fijamente, y en ese silencio cómplice, nuestras miradas hablan más que las palabras. No hace falta decir nada más.

La conexión entre nosotros es evidente.

—Creo que deberíamos dormir—le sugiero.

Asiente con la cabeza y se hunde en la cama. Los dos nos quedamos observando el techo en medio del silencio.

—Dan.

—¿Qué?

—Es la primera vez que duermo con un chico.

Puedo jurar que ha esbozado una sonrisa.

—¿Y cómo se siente?

—Se siente...reconfortante.

Se toma un momento antes de responder.

—Acostúmbrate porque a partir de ahora así serán nuestras noches; seremos el refugio del otro luego de un mal día.

—¿Y los días buenos? ¿Qué pasara con los días buenos, Dan?

—Como dijo Ralph Waldo Emerson, "es en los días buenos que debemos estar agradecidos y en los días malos que debemos ser pacientes".

***

DARYA TELESCO.

La mayoría continua la fiesta en la habitación de Adiele, la cual, está llena de personas por todos lados.

El evento ahora es muchísimo más privado. Si es que lo fue alguna vez en el sótano.

Apellidos importantes estaban bebiendo alcohol y consumiendo todo tipo de droga que los mismos adolescentes se ocupaban de conseguir.

Algunas chicas bailaban encima de los colchones, cuerpos contra cuerpos, mientras otros muchachos observaban con la polla dura en sus pantalones, deseando que alguna de ellas los satisficiera esa noche.

La fiesta estaba a punto de volverse una orgia.

Adiele sacó una botella de cerveza de su nevera, la destapó y bebió un profundo trago.

Darya se la quedó viendo. Sabia que la chica estaba en las últimas para caer en un sofa y quedarse profundamente dormida. Ya la había visto así antes.

En ese escenario surrealista, las inhibiciones se desvanecían y los deseos más profundos se manifestaban sin restricciones. El tiempo perdía su significado y solo existía el presente, el aquí y el ahora.

Adiele se convertía en la protagonista de su propio sueño, dejándose llevar por la magia que la envolvía. Sus movimientos eran como los de una bailarina en trance, flotando entre el éxtasis y la liberación.

Y Darya la observaba desde un rincón oscuro. Camino hacia ella y bailó a su lado para alejarla de aquellos que desearan acecharla para aprovecharse de su vulnerabilidad.

—¿Por qué siempre me siguen los Telesco que no quiero? —escruta, arrastrando las palabras y de mala manera.

—Creo que esta pequeña reunión tuya se está yendo lejos.

—Mentira. Deja de mentir—le toca con la punta del dedo la nariz y Darya pone los ojos en blanco.

—Creo que deberías echarlos a todos e irte a dormir. Estás borracha, Adiele.

Pero ella no oye, está demasiado concentrada bailando. Darya toma el control del asunto y empieza a echarlos a todos de la habitación. Amaya la observa, confusa. Decide irse ya que no tiene ganas de enfrentarse a una Telesco.

La habitación queda vacía. Darya apaga los parlantes desenchufandolos de un tirón. Adíele está demasiado borracha como para darse cuenta de lo que está aburriendo.

—Dios, eres peor que mi madre—escruta la joven de cabello rubio, quitándose varios mechones pegados en el rostro por el sudor—. Eres insoportable, Darya.

—Deberías dormir—le responde en brusco mientras empieza a limpiar el desastre qué hay.

Adíele se le acerca, sigilosa y la sorprende con un beso en el cuello. Darya se aparta, ceñuda.

—Los echaste a todos de pataditas en la calle para quedarte conmigo—le susurra Adíele con una sonrisa burlona—. Ya lo has hecho antes.

—Bueno, las otras veces fueron en situaciones diferentes—le recuerda Darya, quitándosela de encima por su propio bien.

Adiele insiste quitándole la escoba de la mano y estampándola contra la pared. Sujeta sus dos muñecas y las coloca a la altura de sus hombros.

—¿Puedes explicarme porque todos los Telesco parecen querer hacerme la vida imposible con su belleza, insistencia y tenacidad? —le pregunta Adiele a Darya a escasos centímetros del rostro de la otra.

A Darya se le dificulta respirar. Debe admitir que la Adiele suelta y sin preocupaciones de con quién va casarse, es su favorita.

Le coge el cabello pelirrojo en una vuelta con la muñeca, liberándose de su agarre y la atrae hacia su boca para darle uno de los besos más apasionados que pudo haber dado nunca.

Sabia a menta y alcohol de todo tipo.

No pretendía meterse con la chica con la que se acostaba su hermano Nathan pero es que era imposible no querer probar un poco de Adiele...

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