En las sabanas de un Telesco

By FlorenciaTom

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Evangeline Brown se ve obligada junto a su familia vivir en un pueblo enfermo en donde la belleza es un arma... More

En las sabanas de un Telesco.
Prólogo.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capitulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
SEGUNDA PARTE.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Epílogo.

Capítulo 24

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By FlorenciaTom


CAPÍTULO 24

Pico carne tan pequeña hasta al punto de triturarla, busco pan del día y un tomate fresco con una lechuga.

La cocina del palacio está tan equipada con tanta mercadería que podría vivir en ella y jamás pasar hambre. Dan está mirándome, atento mientras me ve cocinar. Logramos sobornar a uno de los de seguridad que custodiaban el sitio.

Si dejábamos algo fuera de lugar nos matarían a ambos.

Antes de venir a la cocina, fuimos a ponernos algo de ropa para no seguir en ropa interior y ahora éramos dos adolescentes intentando cocinar una hamburguesa con lo que había.

—Me siento un inútil por no saber qué hacer. Nunca he cocinado—me dice, algo aturdido con sus manos apoyadas en la encimera de mármol.

La cocina eléctrica está instalada sobre la misma, así que está a mi lado.

—¿Te animas a cortar varias rodajas de tomate? —le propongo.

Enarca una ceja, serio y decide lavar un tomate para empezar. Mientras cocino la carne, lo veo y está concentrado. Arruga su nariz, ceñudo. Los mechones castaños le caen en la frente a medida que corta finamente el tomate. Lo hace con delicadeza, con temor a arruinarlo e incluso puedo llegar a jurar que teme arruinarlo.

Sus ojos se clavan en mí de reojo y yo me ruborizo.

—¿Qué? ¿Nunca viste a un niño bonito cortar tomate?

—Lo haces como si fuese la primera vez que lo haces.

—Bueno...mi madre no me dejaba entrar a la cocina. La única que podía era mi hermana y a veces la envidiaba por ello.

—Debe ser una broma.

—Me mantenían ocupado con cosas de negocio de mi padre.

Mientras Dan continúa cortando el tomate con destreza, me doy cuenta de lo poco que conozco de su vida. Ha pasado por tantas dificultades y responsabilidades a una edad temprana, y sin embargo, aquí está, aprendiendo a cocinar hamburguesas junto a mí.

Me acerco a él y le doy una palmadita en el hombro.

—Bueno, ahora tienes la oportunidad de aprender algo nuevo. Y no te preocupes, estoy aquí para enseñarte.

Dan sonríe tímidamente y continúa cortando el tomate. Mientras tanto, termino de cocinar la carne, sazonándola con una pizca de sal y pimienta. Saco dos panes del día del estante y los abro por la mitad. Tomo unas hojas de lechuga fresca y las lavo rápidamente.

—Ya casi estamos listos —le digo a Dan, que ha terminado de cortar el tomate.

Pongo la carne en los panes y luego coloco las rodajas de tomate encima. Agrego la lechuga y cierro las hamburguesas. Les doy un par de vueltas en la plancha caliente para que se doren un poco.

Mientras esperamos, Dan se anima a contarme más sobre su infancia. Me habla de su padre, un exitoso empresario, y de cómo su madre siempre lo mantenía ocupado con las responsabilidades de la familia.

Me cuenta que nunca tuvo mucho tiempo libre para aprender cosas nuevas o disfrutar de actividades simples como cocinar.

—¿Y los chicos tienen el foco en progresar en los negocios familiares y las chicas tienen labor en la cocina? —de tan solo pensarlo me daba nauseas.

—Lamentablemente sí, nadie lo cuestiona porque no conocemos otra cosa. The Moon es tradicional, nadie cuestiona cuando están todos conformes y felices con lo que tenemos.

—Es demasiado triste, creo que te gustaria vivir en mi mundo. California es hermosa y libre. Este sitio es una prisión.

—Siempre me sentí atrapado en ese mundo de negocios. Pero ahora que estoy aquí contigo, siento que puedo ser yo mismo, aunque sea solo por un momento —confiesa Dan, mirando las hamburguesas con una expresión de sorpresa.

Sonrío y le entrego una de las hamburguesas recién hechas.

—Bueno, aquí está tu primera hamburguesa hecha por ti mismo. ¡Disfrútala porque te estoy dando el crédito!

Dan toma la hamburguesa con entusiasmo y le da un mordisco. Una sonrisa se dibuja en su rostro mientras saborea el sabor. Sus ojos se abren, expresivos.

—Esto está increíble. Gracias por enseñarme, de verdad.

—De nada.

Nos sentamos en una pequeña mesa cerca de la ventana y disfrutamos de nuestras hamburguesas caseras.

—¿Y ya viste a algun postulante? —me pregunta, curioso.

—¿Eh?

—Si ya viste...

—Sí, sí. Comprendí—aclaro, interrumpiendolo—. No, honestamente no me voy a casar.

—Pero es una obligación.

—Creo que llevo tres días en el palacio como para procesar que debo escoger esposo—le respondo—, por lo que me importa un pepino que sea una obligación.

—He oído que los hombres más grandes del cuarto piso han puesto el ojo en ti. Incluso Alexander Mcgregor, hijo de Maxwell Mcgregor, dueño de una cadena hotelera muy grande en el mundo—me comenta—. Es atractivo, simpático pero solitario. Mi hermana me ha contado que no desea casarse hasta encontrar a la indicada.

Dejo la hamburguesa en el plato y me cruzo de brazos sobre la mesa. Lo miro.

—¿Estás intentando que me case con él?

Dan toma un sorbo de su bebida y me mira con expresión sorprendida.

—¿Casarte con él? No, claro que no. Solo estaba compartiendo información que escuché, sin intención de influenciarte de ninguna manera.

Respiro aliviada y me relajo en mi asiento.

—Bien, solo quería asegurarme. No estoy interesada en casarme con alguien solo porque sea "importante" o tenga una gran fortuna. Quiero encontrar a alguien con quien realmente conecte y comparta valores.

Dan asiente, comprendiendo mi postura.

—Entiendo perfectamente. Y creo que es lo más importante, encontrar a alguien con quien te sientas feliz y puedas ser tú misma. No importa cuán rico o famoso sea, si no hay una conexión real, no vale la pena.

—Exactamente. No quiero apresurarme en tomar una decisión tan importante. Prefiero tomarme mi tiempo y conocer a diferentes personas antes de considerar el matrimonio.

—Y por la mentalidad de ambos es que terminaremos los próximos años en el cuarto piso; con la gente que aún no piensa casarse y tiene hasta los treinta años para hacerlo—asimila, terminándose la hamburguesa y se chupa los dedos.

Miro a través de la ventana el parque nocturno que se extiende.

Quieren casarme y temo que tarde o temprano lo harán por el gran peso que tiene aquí.

Deseo que mi mente sea fuerte.

HORAS ANTES DE LA FIESTA.

Sophia Brown, madre de Evangeline Brown, había comenzado a fumar desde que puso un pie en el pueblo. Al principio se ahogó con el humo pero tras ver un video en internet de cómo hacerlo, empezó a fumar tres cigarrillos por día.

A veces variaba en el horario y otras veces lo hacia uno tras otro y eso le quitaba el hambre.

Y como sabia que le quitaba el hambre, lo usaba a su favor para adelgazar porque las esposas del vecindario no paraban de lo importante que era verse delgada hasta el extremo.

Agradecio que su hija no creciera con esa mentalidad e influencia de que ser delgada lo era todo. Todos éramos perfectos pero en The Moon estaban enfermos por pesar 40 kilos, incluso menos, al borde de que había oído que era normal quedar internada por la delgadez.

Lloró en silencio, rezando por cada chico o chica que estaba pasando por ello porque ni siquiera estos podían refugiarse en sus padres que los motivaban a que sólo comieran poco.

—Mi Lola sólo come un jugo de frutas cuando desayuna, una barra de cereal en la tarde y una cena pequeña. Así todos los días desde que es muy pequeña—le contó orgullosa una mujer sobre lo que le daba de comer a su hija y el resto de las madres la aplaudieron y coincidieron con sus hijos sobre ello.

Esa charla se dio en el club de lectura del vecindario a la que estaba obligada a ir tres veces por semana.

Hasta que un día se cansó de ser oyente.

—Perdón por interrumpir, pero... ¿no creen que es importante que nuestros hijos reciban una alimentación equilibrada? Me preocupa que estemos fomentando ideas dañinas sobre la imagen corporal y la obsesión por la delgadez.

Se produjo un gran silencio en la mansión de Marta Kimura. Algunas desviaron la mirada y otras se miraron entre ellas.

—Sophia ¿verdad? —le dirige la palabra la señora Kimura—Entiendo tu preocupación, pero quiero que mi hija se vea bien y se sienta confiada. Todos sabemos lo importante que es estar delgada en nuestra sociedad.

Indignante y repulsivo.

—Comprendo que queremos que nuestros hijos estén saludables y se sientan bien consigo mismos—aclaro, intentando alivianar la situación y que piensen que era una ingenua para que no la delaten con las autoridades por pensamientos liberales—, pero creo que debemos enfocarnos en enseñarles a tener una relación saludable con la comida y promover la aceptación de sus cuerpos tal como son.

Bueno, o al menos eso intentó.

El silencio llenó la sala mientras las madres reflexionaban sobre las palabras de Sophia.

Algunas parecían estar reconsiderando su postura, mientras que otras mantenían sus creencias arraigadas.

Sophia, aunque cansada de ser solo una oyente en esas reuniones, estaba decidida a seguir defendiendo su perspectiva y a crear conciencia sobre los peligros de la obsesión por la delgadez y la falta de una alimentación adecuada.

En ese momento, Sophia comprendió que su lucha iba más allá de su propia angustia personal.

Ella estaba hablando en nombre de todos los niños y niñas que sufrían bajo la presión de los estándares de belleza y la dismorfia corporal.

—Sophia las cosas aquí son distintas. Mucho más de lo que viste en California—le dice Marta, con una simpatía falsa—. Pero no te preocupes, te vas a adaptar tarde o temprano y veras lo importante que es para nuestros niños que mantengan una regla alimenticia en base a los estándares. Ya sabes, para mantener un equilibrio de belleza social. Tu hija Evangeline va a adaptarse y podrá bajar de peso.

—Mi hija no necesita bajar de peso—los ojos de Sophia se volvieron fríos—. Ninguno de sus hijos necesita bajar de peso.

—Sophia...

Se levantó de la silla y dejó su libro sobre el asiento que le dieron.

—Desearía que sean ustedes las que se adapten a mi pensar, porque eso sí es sano para sus hijos—carraspeó ella.

Y cuando estaba por salir de la sala, Sara Telesco le dijo:

—Lo que consideramos que no es sano es que los padres de su esposo se hayan escapado del pueblo.

Sophia se detuvo en seco y la miró.

—¿Disculpe?

Sara Telesco, madre de Dan, Darya y Nathan Telesco se quitó los lentes de lectura, se cruzó de piernas y la miró de arriba abajo, sin expresión. Sólo la contempló en un intento de intimidarla.

O Sophia al menos la percibió así.

Era una mujer hermosa, discreta de unos casi cuarenta años.

Sophia respiró profundamente, intentando mantener la compostura frente a las provocaciones de Sara Telesco.

—No veo cómo el comportamiento de los padres de mi esposo está relacionado con nuestra discusión actual sobre la alimentación y la imagen corporal de nuestros hijos. Me parece que estamos desviando el tema principal aquí.

Sara Telesco sonrió con suficiencia, como si disfrutara de la incomodidad de Sophia.

—Solo quiero recordarte, Sophia, que este pueblo tiene sus propias normas y tradiciones. Y parte de eso implica seguir ciertos estándares de belleza. Si quieres ser aceptada aquí, sería mejor que te adaptes.

Sophia se sintió cada vez más frustrada y enojada por la actitud de Sara y las otras madres que apoyaban esa mentalidad restrictiva.

—No estoy dispuesta a comprometer los valores que considero importantes para la salud y el bienestar de nuestros hijos. Creo firmemente en la aceptación de los cuerpos tal como son y en enseñarles a tener una relación saludable con la comida. No puedo quedarme en silencio y permitir que se promueva una obsesión dañina por la delgadez.

Las madres presentes se miraron entre sí, sin saber cómo responder a la determinación de Sophia. Algunas parecían incómodas, mientras que otras mantenían su postura defensiva.

Sophia se fue de la casa de la señora Kimura dando un portazo.

El resto de las damas se miraron entre ellas y rompieron en risas.

La única que no se río fue Sara, la cual se quedó seria, mirando la puerta.

Estaba al tanto de que su hijo Dan estaba detrás de la hija de Sophia Brown y eso la preocupó más.

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