✓ DAMA DE PLATA ⎯⎯ ʟᴇɢᴏʟᴀꜱ

By OrdinaryRue

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𝗹𝗲𝗴𝗼𝗹𝗮𝘀 𝗳𝗮𝗻𝗳𝗶𝗰𝘁𝗶𝗼𝗻 [TERMINADA] Silwen era la última de su linaje sobre la Tierra Media. Desc... More

Dama de Plata
Gráficos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
epílogo

Capítulo 30

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By OrdinaryRue

Silwen era consciente de que tras la puerta de su provisional alcoba en Edoras, se hallaban dos elfos de Thranduil para custodiarla. La incomodidad amagó con tomar el control, pero terminó por dejarla a un lado y hacer aquello que se le requería, que era tomar un baño antes de la cena. 

La mayoría había precisado de una noche entera de sueño para reponerse del largo viaje, por lo que ahora, tras el descanso, Éowyn había requerido la presencia de todos y cada uno. Deseaba celebrar el retorno de la paz con sus más allegados, justo a la víspera de su boda. Los preparativos llevaban tanto tiempo escritos, que no fue asombro para nadie encontrarse con el inminente enlace tras la batalla. Además, debía aprovechar la reunión de elfos, hombres y enanos en sus tierras, pues quién sabe si volverían a reunirse en el futuro cercano.

Se ciñó los cordeles del vestido con fuerza, mientras la última gota de su pelo húmedo le descendían por la espalda. Su cuerpo era mucho más menudo que el de Éowyn, por lo que la tela sobraba ligeramente en algunas partes. 

El alivio fue notorio en su suspiro, y al mirarse al espejo sonrió para sí misma. Se encontraba bella ante sus ojos, ignoraba ya la cicatriz en su mejilla, los rasguños todavía recientes en sus brazos y algún que otro moretón amarillento en sus piernas. No le importaban, ni siquiera, que por su hombro asomara un resquicio del vendaje que le envolvía el pecho herido. Tocó su cabeza con temor, imaginando que una fina tiara se posaba en ella. 

Unos nudillos golpearon la puerta y supuso que sería Legolas. Él seguramente querría acompañarla hasta su lugar en el comedor, no obstante, fue la figura de Gandalf la que se irguió ante ella.

— ¿Ocurre algo, Mithrandir?

— Nada que deba alterarte, querida. Si lo deseas puedo esperar fuera a que termines. —Silwen dibujó una sonrisa ante su voz cálida y amistosa, y se deslizó a un lado ofreciéndole entrar— Gracias. —dijo cerrando la puerta tras de sí y, en un tono mucho más privado, añadió:— Estoy seguro de que tú me ofrecerás mayor conversación que ellos.

Silwen siguió el rumbo de su mirada hasta la puerta.

— No querría juzgar a sus gentes por unos pocos, ¿pero a caso son todos tan serios como se muestran? 

Tomó asiento frente al espejo, trenzando y decorando mechones de su cabello ante la atenta mirada del maiar.

— Son... complicados. Afortunadamente no tanto como su rey. —carcajeó, contagiando su risa en Silwen— Creo recordar que tú te veías igual los primeros días, intimidante, pero sabia, como la mayoría de los elfos.

— Me alivia escuchar eso, Mithrandir, nada me entregaría más bienestar que saber que puedo integrarme junto a ellos.

Gandalf aguardó con calma a que terminara de acicalarse, paseó la vista varias veces por la habitación rohirrim, en la cual distaba alguna que otra pertenencia de Silwen. Su mente descansó al rememorar la destrucción de la espada de Sauron, mas el recuerdo le trajo otro, mucho más sombrío e inquietante.

— ¿Cómo se encuentran tus heridas? —indagó tras verla ponerse en pie. 

— Se están curando poco a poco.

Reparó tan notoriamente en su mentira, que no hizo falta siquiera verle el rostro. Gandalf sintió que la congoja comenzaba a dominar sus pensamientos, por lo que se acercó cauteloso para tomarle la mano. Estaba tan fría como un río en pleno otoño.

— Princesa. —el afecto en sus palabras derribó el muro tosco alrededor de Silwen, sus ojos se aclararon con miedo ante él— Tienes mi juramento de que mi intención no es, sino la de auxiliarte. 

Silwen separó los labios, balbuceó un murmullo y torpemente regresó a juntarlos. Tomó aliento valientemente antes de intentarlo de nuevo.

— No debería estar aquí. 

— Soy consciente y...

— No, Gandalf. —interrumpió, brusca— Caminé por sus estancias, su techo era el mismo cielo y su luz eran estrellas. Era hermoso y eterno, la vida encontrando la muerte y... Él me habló. —la mano del maiar se desprendió de la suya ante el desconcierto— Mandos se dirigió a mí para dictar mi destino, y no fue su voluntad el que regresara. Algo más me trajo aquí, y está en mis entrañas es... es como si se hubiera ligado a mi alma.

Las carcajadas de Éomer y Gimli eran las que más destacaban durante la cena, en comparación con las calmas y suaves voces de Éowyn y Aragorn, ellos interrumpían en las conversaciones como una hueste de caballos. Silwen dedicó parte de su tiempo en conocer a Faramir, un humano apuesto y sin duda caballeroso. Alguna que otra vez se dirigió a ella como "princesa", por lo que debía ser conocida su situación ya no tan solo para los elfos, sino para el resto de las razas.

Las risas brotaban con facilidad, la comida circulaba sin descanso al igual que la bebida, haciendo mella en los menos tolerantes al alcohol. Tanta felicidad y armonía la tenía arrullada en un sueño. Con una diminuta sonrisa y una mirada afectuosa, iba intercalando su atención entre cada uno de sus compañeros. Elladan y Elrohir eran los más distanciados, sin embargo, los primeros en conversar con ella de cuanto quisiera saber sobre Arda y sus bellezas. Faramir y Éowyn se contemplaban con tal adoración, que incluso llegaba a avergonzarla y a cubrirle las mejillas de un inocente rosado. Gimli terminó su bebida por décima vez, aseguraba estar controlándose para la boda. La encontró mirándole y le sonrió, con la barba mojada de cerveza y un pequeño trozo de carne sobre el bigote. Silwen asintió solo para él. Al posar los ojos en Aragorn deseó que Arwen estuviera allí también, mas con seguridad la vería mañana en la boda tras llegar de la capital. Éomer mostraba cada poco una mueca de dolor, tras reírse siempre con una sonora carcajada. Los vendajes le oprimían las heridas cada vez que inflaba el pecho. Su amigo estaba justo al lado, por lo que cuando le tomó la mano por encima de la mesa, Éomer le dedicó una mirada cariñosa de reojo, antes de apretar sus dedos contra los de ella. Respiró en calma y torció su rostro hacia el costado opuesto. Legolas mostraba ligeramente sus dientes blancos en una sonrisa, alguna broma de Gimli lo había hecho reír mientras ella no miraba.

— ¿Ocurre algo, veleth nîn?(Mi amor) —la sonrisa no abandonó su rostro, mas sus cejas se juntaron en una expresión preocupada— Te encuentro abstraída. 

Ella negó con los ojos brillosos, y la cena prosiguió, ignorante de sus más íntimos pensamientos.

— Mithrandir no regresará a tiempo a la boda, ¿cierto? —su élfico llamó la atención de Aragorn del otro lado de la mesa. Silwen negó, y ensombrecida se enfocó en terminar los restos de su plato— ¿Expresó el porqué de su marcha? 

Silwen vaciló, preguntándose si debía o no contestar con sinceridad, pues a veces la verdad hería demasiado como para ser soportada.

No. —contestó tras pensarlo— Aunque me aseguró que retornaría antes de que emprendiésemos camino a Eryn Lasgalen. 

Legolas recibió conforme su respuesta, desconocedor de que su amada había causado el viaje del istari en primer lugar.

La cena terminó antes de medianoche, pues al alba el castillo despertaría para empezar con la gran boda. Legolas colocó la mano de Silwen sobre su antebrazo y la acompañó hasta su dormitorio. Al tenerla a su lado se vio a sí mismo más fuerte y orgulloso, deseaba gritarle a toda Arda que su corazón ya estaba ocupado. Y, que afortunadamente, el de ella también.

— Aranel. (Princesa)la notó estremecerse ante el título que había surgido de ambos soldados en sincronía.

— Draael, Onvolh. —saludó Silwen cabizbaja, y ambos se apartaron de la puerta, cediéndoles un atisbo de intimidad— ¿No vas a entrar? —la inocencia en su pregunta, por completo indecorosa, provocó un rojo intenso en las orejas de Legolas.

— No sería correcto, dîs nîn.

Las níveas y finas cejas de Silwen se arrugaron con extrañeza, no comprendiendo qué había de incorrecto, pues el mismo Gandalf había entrado en su alcoba esa tarde. 

— ¿Qué significa? —liberó su agarre sobre él y añadió:— Dîs nîn, jamás había escuchado tal término.

Lo observó moverse con incomodidad ante ella, avergonzado por un motivo que no comprendía, aún.

— Te lo esclareceré cuando arribemos con adar, ¿te parece bien?

Silwen asintió, entregándole poca importancia, y amagando entrar en su dormitorio, regresó con su empeño, esta vez, de que fuera con ella.

— ¿Por qué no es correcto que entres?

Legolas tosió tras atragantarse, y el carmesí viajó desde las puntas de sus orejas hasta sus pálidas y afiladas mejillas.

— Sería indecoroso.

— Sin embargo no serías el primero en ingresar en el dormitorio.

Cada músculo de Legolas se tensó ante aquello. La vergüenza cesó su empeño de carcomerle por dentro, pues fueron los celos los que tomaron dominio de sus actos. Dirigió tal mirada furibunda a los solados a su espalda, que estos mismos se removieron ocasionando un agudo titilar en sus armaduras. Ambos se excusaron negando frenéticamente con la cabeza.

— ¿Qué sucede? —inquirió ante la expresión de los tres elfos— ¿Gandalf tampoco debía entrar? No comprendo.

Cuando Legolas suspiró, sintiéndose un estúpido, los soldados aflojaron la rigidez de sus posturas.

— Es... es confuso de explicar, veleth nîn. —encerró sus manos entre las suyas, más grandes y cálidas— Digamos que no... no corresponde que entre alguien que no sea yo a tu alcoba.

Silwen se detuvo a pensarlo detenidamente, frunciendo más y más su entrecejo con el paso de los silenciosos segundos.

— No obstante, te he ofrecido la opción y no has querido. —echó una mirada de soslayo al captar una pequeña sonrisa en Draael.

Cierta frustración le nació en el pecho al ver que la timidez de Legolas se convertía en diversión. Cuando posó una mirada de ternura en ella, junto a una sonrisa burlona, actuó impulsada por un infantil enfado. El secretismo la había irritado. Se soltó de sus manos con tal rudeza, que le quedaron suspendidas en el aire, sin reaccionar a la marcha del tacto de Silwen.

— De acuerdo, no me lo expliquéis. —farfulló sobre el trío de elfos— Buenas noches.

La puerta salió despedida en un portazo que estremeció a Legolas, e incluso a los dos solados más alejados que respingaron ligeramente en el sitio. Su marcha instauró un arrollador silencio en el pasillo.

— ¿Debemos prohibir la entrada en su alcoba de ahora en adelante, príncipe? —inició con cautela Onvolh.

Legolas negó, masajeándose la sien. ¿En qué había errado para causarle una reacción tan visceral? 

Permitid la entrada a quien ella desee. —fue lo único que respondió, sin hallar respuesta a la duda en su mente.

La música nació en cada callejuela de Edoras a bien entrada la mañana. La festividad se empleó en memoria a los caídos en batalla, en consuelo a quienes habían sobrevivido a esta, y, sobre todo ello, se alzaba en esperanza de un futuro próspero. 

Era costumbre en los rohirrim celebrar los actos de unión bajo el cielo, siendo este testigo de las promesas que iban a jurarse los novios. El sol resplandeció como si estuvieran a mitad de verano, cálido y brillante, dejando con él una brisa placentera. 

Silwen portaba un vestido élfico de seda, de un celeste cristalino que traslucía débilmente la daga pegada a su muslo. Era consciente de que no la iba a requerir, mas la seguridad que le entregaba llevar el arma de su padre era incalculable. Legolas sonrió al percatarse, embobándose en ella durante la mayor parte de la ceremonia.  

El sacerdote unió a Éowyn y Faramir al refugio del arco de madera en la gran plaza, bajo los aplausos del pueblo, junto a los pétalos que eran lanzados desde los hogares, descendieron a lomos de un corcel blanco por las calles. Unidos en matrimonio desaparecieron varias horas por la ciudad, disfrutando de cabalgar uno junto al otro, finalmente como marido y mujer.

Una ensordecedora ovación creció en el gran comedor cuando la pareja arribó al castillo, con las mejillas rojas del calor y unas sonrisas resplandecientes que únicamente el amor lograba provocar.

Silwen no conocía ni una décima parte de la gente allí reunida, mas todos mostraban una felicidad desmesurada, un alivio visible en los ojos. Arwen le tomó la mano de improvisto, arrebatándole la imagen de un Gimli exageradamente pasado de copas.

— No tuve tiempo de expresar mi agradecimiento antes de la boda.

— ¿A qué os referís, Arwen? Yo soy quien está agradecida. De no ser porque pensasteis en un vestido para mí, hubiera llevado una armadura para la ceremonia, o la propia novia tendría que haberme cedido uno de los suyos.

Ella sonrió, una sonrisa tenue y dulce, esperable de una dama de su elegancia. Dirigió su vista a Aragorn, quien conversaba distendido junto a Legolas y Elrohir.

— Lo trajiste a mí, sano y salvo, como prometiste. —el amor era tan palpable en su voz, que Silwen fue incapaz de no mirar allí donde residía el suyo. El cabello dorado de Legolas estaba adornado con una tiara de plata. Jamás creyó que lograría verse más hermoso que en batalla, mas allí estaba, calmo y resplandeciente como una estrella— Te lo agradezco. —repitió mirándola a ella, y advirtiendo que se había perdido en Legolas, apretó dulcemente sus manos unidas.

Silwen reaccionó parpadeando rápidamente.

"...con mi espada, protegeré hasta mi último aliento al rey".

"Lo juro... por mi honor".

— Fue un orgullo combatir junto a Elessar, y me produce un idéntico orgullo el tenerla a mi lado hoy, como... como una amiga.

La celebración se desarrolló sin ningún inconveniente, la risa y el jolgorio se apaciguó con la melodía de la orquesta en el salón. Las parejas comenzaron a bailar bajo los grandes candelabros de velas amarillentas y toda atención de Silwen se desvió a estos. Sintió que observaba un sueño ajeno, no era posible alcanzarlo con sus dedos, pero le embriagaba lo suficiente el corazón como para olvidar sus penurias. Al menos fue una distante fantasía hasta que una mano pálida se estiró en su dirección.

— ¿Me permite un baile, princesa? —Legolas se inclinó con una exquisita elegancia— Permaneceré de pie hasta que me responda, hasta el fin de Arda si es preciso.

— En mis dos mil años de existencia no he bailado ni una sola vez. —se excusó.

— ¡Por el martillo de Aulë y eso qué importa! —vociferó Gimli sentado a su lado, y sin demora agarró la mano de Silwen y la colocó sobre la de su amigo— Acepta el baile de este pobre elfo, o tendré que soportar después sus lloros.

Legolas arrugó el ceño, mas se desvaneció su molestia al oír la carcajada sincera de Silwen. La llevó consigo, junto a la orquesta y las diversas parejas de humanos que danzaban en sincronía.

— Debes dejarte guiar por mí. —explicó tomándola de la cintura. 

Silwen jadeó ante el repentino tacto, fue suave, pero Legolas alcanzó a oírlo. Deslizó una de sus manos hasta su nuca y cabello bañado en oro, y la restante fue tomada por él para ser alzada, entonces, y el baile dio comienzo. Lento y pausado, pues el mundo no iba con ellos, se veían plenos únicamente junto al otro. La música era ajena, el jaleo de las conversaciones, murmullos, eran sus latidos, sus respiraciones, las que los acompasaban.

— He de contarte algo. —susurró tras girar sobre sí misma, y terminar mucho más próxima al torso de Legolas. 

El corazón se le aceleraba bajo la túnica al tenerla tan cerca, los pensamientos le rebotaban en la mente y le dejaban aturdido, imaginando las mil maneras que tenía para declararse. Se preguntó si debía ser allí, o era más acertado esperar un momento propicio en Eryn Lasgalen. Cuando antes lo dijera, antes sería de ella como la tradición exigía. Y por Eru, no existía mayor anhelo para Legolas. 

— Gandalf... —comenzó Silwen con el pecho oprimido, aterrada al imaginar su dolor, no obstante fue interrumpida por una pregunta colmada de necesidad y adoración.

— Ni melathog n'uir? 

¿Me amarás por la eternidad?

Silwen rememoró todas las promesas que él le había declarado. La respetaría siempre, la amaría hasta el fin de Arda y su existencia. Y, tras la muerte, aguardaría por milenios su encuentro tras el gran mar. Apretó los labios, experimentando escozor en su garganta y una humedad dolorosa en los ojos cenicientos. Ella esperaría por él.

— Gweston, nidhin de chared n'uir.

Lo prometo, lo haré eternamente.

gracias por leer <3 los votos y los comentarios bonitos animan mucho —

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