Desde las cenizas

By CamillaMora

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Desean mi cuerpo, poner sus manos sobre mi piel, conquistar cada resquicio de mí. Poseerme. Someterme. Alguno... More

Dedicatoria
Frase
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Propuestas de personajes
Capítulo 8
Capítulo 10

Capítulo 9

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By CamillaMora


Unos brazos me rodearon. Pegó su boca a mi oreja. Su aliento me cosquilleaba. A pesar de todo, no quería apartarme. Me sumergí. Mi desconcierto, mis miedos, el no saber qué demonios era todo aquello... No evitaron que no me hundiera contra él, hacia la fuente de calor que me brindaba. Moví mis manos a su espalda y aferré su camiseta. Desesperación fluyó por mí.

«No me abandones», palabras que nunca dejaron mis labios. Que jamás diría.

—Si me necesitas, solo deberás pedirle a Ethan que me llame.

—¿Ethan?

—Tu psiquiatra.

—Ulrich Metz —susurré para mí.

Una carcajada brotó de sus labios. La sentí contra mi mejilla. Vibró contra mi torso.

—Le pega el nombre. Aunque no creo que le guste saber por qué lo llamas así.

—Ya se lo he contado.

—Me hubiera encantado ver su expresión —comentó en un tono alegre tan diferente al que me tenía acostumbrado.

Separé el rostro para contemplar el suyo. La sonrisa en sus ojos me paralizó. Dolor me surcó por dentro. Fue tan intenso que creí que me había apuñalado en el corazón.

Vagué la vista por la habitación. Se habían retirado, mis mosqueteros junto con mi guardia. Estábamos solos de nuevo.

No me había dado cuenta de cuán entumecidos tenía los músculos hasta que me hundí en él, en el calor que desprendía. Aplané las palmas a su espalda. Las subí hasta sus hombros. Me tomé de ellos. Un anclaje. Ese hombre era un lugar a donde amarrarme para no estar a la deriva. Me anclé aún más. Necesitaba aferrarme para no caer.

Nunca me había agarrado a nadie. No había a quién hacerlo. ¿Por qué a Paul? No era más que un desconocido. Un vestigio de pensamiento rezumó dentro de mi mente. Tan efímero como un suspiro. «Nadie ha hecho esto por ti». «A nadie le has importado antes».

Sus manos me sostuvieron por la nuca. Mi boca buscó la suya sin pensarlo. Fue algo espontáneo. Un imán, eso eran sus labios para mí en ese momento. No había sentido la necesidad física de intimar con alguien de forma tan intensa antes.

Me fregué contra él. Gemí en su boca y estaba listo para deshacerme de nuestras ropas cuando me tomó de las muñecas. Me pegó a la pared con mis brazos por encima de mi cabeza. Su mirada... Sus ojos ya no sonreían. Eran profundos, estallados con la misma excitación que debían invadir los míos.

—Kieran...

Me lancé hacia él. Sus manos me detuvieron por las muñecas. Era fuerte y yo insistente. Rebajarme hasta casi rogar por contacto físico no era algo nuevo para mí. Pero la mirada en su rostro sí. La expresión que me dirigía, una mezcla de advertencia y excitación. ¿Qué resultaba de esa ecuación? No tenía idea de si quería averiguarlo.

Apoyé mi espalda en la pared, alejado de él. Sonreí, aquella sonrisa seductora y sobradora que escudaba mi interior.

—Como quieras. No te necesito. Además..., no estaré aquí. Ya te lo dije, escaparé.

Sus manos me soltaron. Desvié el rostro a un costado. Mi único sostén era la pared a mi espalda. El frio y la desolación me cubrieron.

Solo. Siempre solo.

—No puedes.

—Pruébame —escupí entre dientes, mostrando toda mi dentadura como un animal enjaulado.

—Kieran... —Se le daba bien decir mi nombre como una advertencia.

Solo que lo pronunciara me hacía estremecer. ¿Miedo? No, ese hombre no me causaba miedo y eso es lo que más me asustaba. Me provocaba otras sensaciones, oscuras fundidas con rojo, densas, atrapantes.

—No eres nadie como para sermonearme.

—Vendré con tu nuevo representante.

—Sigue creyéndolo. —Me carcajeé—. Si me disculpas, tengo que informarle a Charles Cullen de la elección de mis actividades y tú tienes que ver a Ulrich.

Soltó una risita baja. Su expresión casi clava mis pies al suelo. Sonreía... pero no era eso. Me contemplaba con cierta ternura e interés. Interés en mí han mostrado muchos, pero... ¿ternura?

—¿Charles Cullen? ¿Por el personaje o el hombre en la vida real?

—No sé quien es fuera de la ficción.

—¿Qué nombre tienes para mí? —me preguntó con una voz que bien podría ser miel caldeada, espesa, envolvente.

Me convertí en una maldita mosca que quedaba pegoteada a pesar de saber que era una trampa. No quería evitarla, el deseo era aún más intenso que el miedo.

—No te tengo uno.

—Me hieres, soy menos especial que el resto.

¿Y si no lo fuera? Por alguna extraña razón, su nombre era el único que quedó grabado en su mente. A él no tenía que ponerle un apodo para identificarlo, para recordarlo. Paul era... Paul.

—Si necesitas algo, que... Ulrich me contacte.

Di un respingo. No por sus palabras, sino por lo que provocaron en mí. No se había ido y ya quería correr hacia el psiquiatra para que lo contactara y exigirle que regresara.

—Podrías devolverme mi móvil —solté con enfado.

¿Con él? ¿Conmigo? Con ambos. Gritaba por dentro. «¡Soy un estúpido!» «¡Un inmaduro para la edad que tengo!». «¡Tan...!». Insultos y más insultos contra mí.

Cerré mis manos en garras contra la pared. Me separé. Mi postura rígida.

—No aún. —Paul ya no sonreía.

La tensión envolvió nuestros cuerpos.

—Podría denunciarte.

—Lo sé, es un riesgo que estoy preparado a correr.

—¿Por qué?

El silencio se prolongó. La excitación creció. Paul rociaba gasolina sobre mi incendio.

—Para salvarte.

Clavé mis ojos en los suyos. Buscaba dónde estaba el engaño. El silencio nos envolvió con su tensión. Con el deseo sin complacer. Mi cuerpo vibraba y solo quería deshacerme de él, de la persona que generaba mi inestabilidad. El terreno desconocido que pisaba por primera vez.

Salió de la habitación y me dejó resonando. Como si las campanas repiquetearan en el campanario sin que yo hubiera conseguido descender las escaleras con la suficiente rapidez. Aturdido, así estaba.

¿Salvarme? Las carcajadas burbujearon en mi mente. Ninguna salió de mi boca. ¿Había alguna forma de hacerlo? Paul había hablado de resurgir de las cenizas. Para conseguirlo, primero tenía que morir.

Me apoyé contra la pared, me deslicé hasta que mi culo tocó el suelo. Miré el cielo raso. No había respuestas allí. Podía morir. Solo que... no quería concedérselo a Paul. No quería darle el gusto de matarme. Había algo en mí que aún no había muerto, pero que mantenía escondido bien dentro. Las ansias de dar pelea. No permitía que salieran a la luz. En cuanto me había descuidado, me habían traído problemas. Pero... esta vez las liberaría.

Había una sola cosa que siempre mantenía y eso era mi palabra. Había prometido escapar...

Me paré con un gemido de cansancio. Caminé hacia la puerta. Decidido. Preparado.

...y lo haría. 


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