Las Jefas- (Adaptación Cache)...

By Pausa_vida

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Todos los derechos a su autor, esto es solo una adaptación. No estaba acostumbrada a oír la palabra «no». No... More

1- Calle
2- Poche
3- Calle
4- Poche
5- Calle
6- Poche
7- Calle
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10- Poche
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12- Poche
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14- Poche
15- Calle
16- Poche
SEGUNDA PARTE
17- Calle
18- Poche
19- Calle
20-Poche
21- Calle
22- Poche
23- Calle
24- Poche
25- Calle
26- Poche
TERCERA PARTE
27- Poche
28- Calle
29- Poche
30- Calle
31- Poche
32- Calle
33- Poche
34- Calle
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36- Calle
37- Poche
38- Calle
39-Poche
CUARTA PARTE
40- Poche
41- Calle
42- Poche
43- Calle
44- Poche
45- Calle
46- Poche
48- Poche
49- Calle
50- Poche
51- Calle
52- Poche
53- Calle
54- Poche
55- Calle
56- Poche
QUINTA PARTE
57- Poche
58- Calle
59- Poche
60- Calle
61- Poche
62- Calle
63- Poche
64- Calle
65- Poche
66- Calle
67- Poche
68- Calle
69- Poche
70- Calle
71- Poche
SEXTA PARTE
72-Calle
73- Poche
74- Calle
75- Poche
76- Calle
77- Poche
78- Calle
79- Juliana
80- Poche
81- Calle
82- Poche
83- Calle
84- Poche
85- Calle
86- Poche
SEPTIMA PARTE
87- Poche
88- Calle
89- Poche
90- Calle
91- Juliana
92- Poche
93- Juliana
94- Calle
95- Juliana
96- Poche
97- Juliana
98- Juliana
OCTAVA PARTE
99- Calle
100- Juliana
101- Poche
102- Juliana
103- Calle
104- Juliana
105- Poché
106- Juliana
107- Calle
NOVENA PARTE
108- Poché
109- Abi
110- Calle
111- Juliana
112- Abi
113- Poche
114- Poche
115- Juliana
116- Poche
117- Calle
118- Poche
119- Juliana
120- Calle
121- Juliana
122- Calle
123- Poche
Epílogo

47- Calle

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By Pausa_vida

¿Qué coño estaba haciendo?

Me levanté sola a la mañana siguiente, pero el aroma de María José seguía impregnando las sábanas. No sólo de la noche anterior… sino también de la anterior. La había
tenido entre las piernas cuando las dos deberíamos estar cenando. Cuando llegó la hora de irse a dormir, ella seguía profundamente hundida en mi interior, reclamándome una y otra vez.

Después de que me dijera que me quería ya no nos dijimos una sola palabra más.

Nuestros cuerpos se pegaron como imanes, llenando el silencio con el sonido que hacían al retorcerse en ausencia de conversación. No me dijo que me amaba: me lo demostró.

Y yo le demostraba a ella lo mismo.

¿Cómo me había metido en esto?

Ya fue bastante malo cuando sucedió la primera noche.

¿Pero dos seguidas?

Compórtate un poco, Calle.

Cuando pensé que había ido a aquella suite a enrollarse con modelos
despampanantes, se me partió el corazón. Fui incapaz de mantener la
compostura delante de mis colegas y me retiré a mi habitación a por un
chupito doble de bourbon para calmar mis nervios.

Tenía los ojos cargados de lágrimas, las manos sudadas y el corazón lleno de dolor.

Y María José lo había visto todo.

Me había tendido una emboscada, sorprendiéndome en mi momento más vulnerable.

Había visto mis sentimientos escritos en mi frente igual que si fueran un
tatuaje. Mis emociones eran la mayor prueba de mi afecto: la sola idea de que ella estuviera con otra me daba ganas de llorar.

Maldita sea.

No tenía sentido negarlo, ni arreglarme el maquillaje. Le había dicho que ya no quería estar con ella, pero aquello era una enorme mentira. Ya no confiaba en ella, pero indudablemente le quería tanto como siempre.

¿Pero qué me pasaba?

No debería permitir que aquello me turbase, que aquellas emociones nublaran mi buen juicio. Debería alejarme de ella como si no significara nada para mí.

Pero allí seguía yo, rodeándole la cintura con las piernas y clavándole las uñas en la espalda.

Patético.

En vez de tomarme una taza de café con el desayuno, me bebí una copa. No tenía migraña y había dormido como un tronco, pero necesitaba el alcohol para templar mis nervios. Me duché y me preparé para la jornada, consciente de que tenía una presentación con María José en sólo unas horas.

Dios, tendría que mirarla a la cara.

Su cara estúpida y perfecta.

Acababa de calzarme los tacones cuando alguien llamó a la puerta.

Supe exactamente quién era.

Me coloqué bien el cuello de la camisa y abrí la puerta. María José no se había quedado a dormir ninguna de las dos noches, probablemente porque era una decisión arriesgada en un hotel abarrotado de conocidos de ambas. O a lo mejor es que
simplemente supo que yo prefería que no se quedase después.

En eso se equivocaba.

Me topé con ella de frente y pude ver esos ojos que parecían el otoño al comenzar. Se había maquillado por la mañana y llevaba un traje negro azabache que realzaba sus hombros y sus estrechas caderas. El tenso
vientre daba paso a unos muslos prominentes y unas pantorrillas tonificadas.

Era tan atractiva vestida como cuando estaba desnuda.

En vez de abrirle mi corazón como había hecho la noche anterior, adopté una expresión dura.

Ella tenía las manos metidas en los bolsillos y me observaba con su intensidad habitual, como si yo le perteneciera sin importar si yo quería o no. No se arredró ante mi mirada, emanando poder y fortaleza.

Yo mantuve una mano en la puerta con la espalda perfectamente recta y los hombros echados hacia atrás. La miré como si la noche anterior nunca hubiera sucedido, como si no fuese más que una colega de trabajo que no me importaba un bledo.

―Vamos a ponernos a trabajar en nuestra presentación.

Mis defensas empezaron a descender lentamente al darme cuenta de que
aquello no era más que una reunión de negocios. No tenía intención de quitarme la ropa a aquella hora tan temprana de la mañana. Me aparté de la entrada y dejé la puerta abierta.

María José me siguió al interior y tomó asiento en uno de los sofás de la sala de estar completa con unas vistas magníficas sobre el agua. La luz del sol arrancaba destellos al horizonte y las embarcaciones del muelle relucían.

Ella cruzó una pierna y apoyó el tobillo en la rodilla opuesta. Era exactamente la misma postura que adoptaba siempre que hacía negocios. Si estábamos solas las dos en mi ático, ocupaba más espacio del necesario.

Cogí mi portátil y me senté en el sofá frente a ella, fingiendo que lo de la noche anterior no había pasado. Ahora éramos dos socias que sólo pensaban en los negocios. Abrí la presentación en la pantalla y miré a María José de reojo.

Tenía los ojos puestos en mi vaso casi vacío. Volvió la vista hacia mí, sin que
pareciera importarle que la hubiera pillado mirando. Posó una mano sobre la rodilla y estiró el otro brazo apoyándolo en el respaldo del sofá.

―Es un poquito pronto para beber, ¿no?

―Es un poquito pronto para juzgar, ¿no?

Conservó una expresión tan inescrutable como había sido al entrar por la puerta.

―No te estoy juzgando, sólo me preocupo.

―No necesito tu preocupación, Garzón.

Entrecerró los ojos.

―Pensé que ya habíamos dejado a un lado los juegos, Calle.

―No estoy jugando.

―Pues entonces no digas que no me necesitas, cuando ambas sabemos que
sí.

Mantuve su mirada sin pestañear, descolocada por el comentario romántico.

Cuando se había acercado a mi puerta tenía una actitud profesional. Había pensado que podríamos saltarnos la charla sobre nosotras e ir directas al trabajo.

―Ahora mismo sólo me interesa trabajar, Garzón.

―Y a mí. Eso quiere decir que mi socia no debería estar borracha.

Mantuve la voz firme a pesar de que mi enfado estaba subiendo de
intensidad.

―No estoy borracha.

―Si estás bebiendo a las nueve, desde luego que eres una maldita borracha.

Si mi portátil no hubiera tenido tanto valor para mí, se lo habría tirado a la
cara.

―Si fuese un hombre no te pararías dos veces a pensar en lo que bebo, ni
cuestionarías mi capacidad para finalizar el trabajo que tengo entre manos.

―El que seas una mujer no tiene nada que ver, como tampoco lo tiene el
trabajo. He hecho una inversión muy personal en ti, Calle… y cuando bebes de esa manera, me preocupo. No me causes preocupaciones.

―Créeme, no es mi intención. ―Volví a dirigir la atención hacia mi portátil,
dando la conversación por terminada―. ¿Cómo quieres que lo hagamos? ¿Sales tú primero o salgo yo?

Ella se ajustó el traje.

―La más guapa primero.

En aquel momento le dediqué una mirada abrasadora.

―Somos socias e iguales. No me vengas con esa tontería de la caballerosidad ahora, no viene a cuento. ―Quería que me trataran como a una más. No me hacía falta que mi socia se portase como una idiota sólo por lo que yo tenía entre las piernas.

No ocultó la sonrisita que se arrastró hasta sus labios.

―Perfecto, pues entonces voy yo.

Sentí cómo la irritación se apoderaba de mí porque odiaba el hecho de tener que compartir el protagonismo con otra persona. Estaba acostumbrada a ir por mi cuenta, a hacer lo que quisiera sin tener que darle explicaciones a nadie.

Su sonrisa se hizo más amplia.

―¿Quieres salir tú primero?

―Por supuesto que quiero.

No pudo reprimir una risita.

―Pues sal primero, entonces.

―¿Crees que será lo mejor para la presentación?

―Se te da fenomenal hablar en público, igual que a mí. Pero tú eres mucho más entretenida para la vista.

Ahora fui yo la que no pudo reprimir un bufido burlón.

―Todas las personas que hay aquí opinarían lo contrario.

―Bueno, pero son pocos. Son minoría.

―Pero no por ello menos importantes.

Ella no había dejado de sonreír desde que había empezado la conversación.

―En fin, ambas sabemos lo celosa que te pones…

Encajé el golpe sin cambiar la expresión de mi rostro. No había comentario de sabelotodo que me fuera a sacar de aquella. Había entrado en mi habitación del hotel al borde de las lágrimas y ella lo había visto todo en una imagen que ahora estaría marcada a fuego en sus retinas y su memoria.

―Como si tú fueses mejor… ―Cuando Marshall Tucker se me había
quedado mirando un poquito más de lo necesario, ella no había dudado en echarle una bronca tremenda sin motivo.

La sonrisa de María José se hizo aún mayor.

―Soy una mujer muy celosa cuando se trata de mi mujer.

* * *

Nuestra presentación estaba programada para durar quince minutos, pero parecieron menos de cinco. María José actuó con toda naturalidad cuando todos los
ojos se posaron en ella, actuando con tanta calma y gracilidad como siempre…

Y tuvo la audacia de dedicarme la misma mirada fija que me dedicaba a
puerta cerrada.

Porque ella era así de arrogante.

Tras una ronda de aplausos, el público empezó a dispararnos preguntas. A
diferencia de cuando había estado sola en el escenario, no nos hicieron ni un solo comentario sexista: a nadie parecía importarle mi edad, que no tuviera hijos o lo ajustada que llevara la falda.

Tuve la sospecha de que aquello tenía que ver con María José.

En cuanto nos bajamos del escenario y estuvimos lejos de la atención de todo el mundo, me sentí un poco mejor. Siempre que era el centro de atención me  veía rodeada de muros tan gruesos como los de un estadio, anticipando los insultos crueles y las indirectas maliciosas. Daba por supuesto que tendría que esforzarme tres veces más que un hombre si quería que me tomaran tan
en serio como a ellos. Si fuera una mujer normal nadie me pondría en
entredicho, pero como empresaria de éxito, mi profesionalidad me ganaba
constantemente las etiquetas de mandona o mala perra. Tenía que sonreír cuando la mayoría de los hombres fruncirían el ceño y llevar la manicura de las uñas perfecta, o me llamaban arpía. Pero si un hombre aparecía en vaqueros y con una camiseta llena de manchas, todos se reirían y le dirían que menudos
huevos tenía.

Y a mí me etiquetarían de marrana.

La mayoría de las veces todos esos ejemplos de doble rasero no hacían mella en mi pétrea coraza, pero las razones de que me protegiera tanto resultaban innegables. Estaba preparada para la dureza de mi realidad en todo momento.

Así, una vez que estuve lejos del centro de atención me volví a sentir como un ser humano, y no como una diana humana.

María José apareció a mi lado y su mano descansó en la parte baja de mi espalda.

Cualquier otra persona podría haber visto aquel gesto como una simple
muestra de afecto profesional entre dos colegas.

Pero yo sabía que era un gesto posesivo por su parte, simple y llanamente.

Me guio para salir de la sala de conferencias y acceder al vestíbulo principal,  donde estaban sirviendo bebidas y algo de picar. En sólo unos minutos nos  rodearía una marea de personas que no habían tenido la oportunidad de hacer  sus preguntas al final de la presentación.

―Ha ido bien.

Seguí mirando hacia delante, sonriendo a gente que asentía en mi dirección a modo de saludo.

―Yo también lo pienso.

―Lo has hecho genial.

―Gracias, tú también.

―En fin, así es como lo hago todo.

Cuando levanté la vista para mirarla pude ver la sonrisa en su rostro.

―Lo he hecho aún mejor de lo habitual porque eras tú la que estaba allí a mi lado. ―Retiró la mano de mi espalda y cogió dos vasos de agua, quedándose con uno mientras me tendía el otro.

Yo miré el vaso inexpresivamente, sin saber muy bien por qué le parecería
que aquello me podría interesar.

Se inclinó hacia mí y puso la boca peligrosamente cerca de mi oreja.

―Bebe. O te besaré.

Abrí los ojos de par en par y la miré fijamente.

―Tómatelo como un farol. ―Dio un sorbo a su vaso―. Te desafío.

Sabía que María José no estaba de broma. Aprovecharía cualquier excusa que tuviera para poder besarme en una habitación llena de gente. Cuando estábamos juntas no le había gustado ser un secreto, ni le gustaba ahora a pesar de que lo hubiéramos dejado.

Así que bebí.

―Buena chica.

Bajé el vaso y me preparé para tirarle el agua a la cara.

―No me llames así, que parece que sea un perro.

Volvió a poner la mano en la parte baja de mi espalda.

―De acuerdo.

Era insólito que María José hiciera caso de mis palabras sin hacerse la lista con algún comentario, así que supe que me había tomado en serio. Volví a beber agua, a pesar de que ansiaba otra cosa… algo más fuerte.

―Hoy voy a ir a cenar con algunos amigos, ¿te apetece venir?

―Ya me encargaré yo de hacer mis propios planes para cenar.

Me acercó más a su costado y bajó el rostro hacia el mío.

―No te he invitado por lástima, me gustaría que vinieses.

―Sé que no era por lástima, definitivamente no soy una persona a la que debas tenérsela.

―No cuando eres tan ardiente como el fuego y dura como el hielo. ―Dejó el vaso en la mesa antes de meterse la mano en el bolsillo. La otra continuaba en la parte baja de mi espalda, sin interrupción―. Hay algunas personas que quiero presentarte. Uno es jugador profesional de golf.

―Reconozco que me encanta el golf.

―Y el otro es el propietario de la mayor compañía de cosméticos de toda China, creo que tendrán mucho de lo que hablar.

Supe exactamente a quién se estaba refiriendo porque conocía a todas las
personalidades de mi ámbito.

―¿Kyle Livingston?

―Exacto.

―No sabía que estuviera aquí.

―Qué suerte entonces que te hayan invitado por lástima, ¿no? ―bromeó ella.

―¿Quién es el golfista?

―Rick Perry.

Era una de las mayores figuras de aquel deporte. Había empezado justo
después de secundaria, había llegado a profesional y ahora era de los mejores del mundo.

―¿De qué lo conoces?

Me guiñó un ojo.

―Guapa, yo conozco a todo el mundo.

―No me llames así en público.

―Como quieras. ―Apartó lentamente la mano de mi cintura―. Lo guardaré
para esta noche.

* * *

Ni siquiera mi complicada situación con María José podría impedir que asistiera a aquella cena. China era un mercado en el que llevaba años intentando introducirme, algo que no me había resultado tan fácil como hubiera querido por causa de complicaciones internacionales. La
compañía de Kyle era una enorme competencia para mí porque estaba en los expositores de prácticamente todas las tiendas. Sin embargo, no contaba con mi predominio en Estados Unidos, que era el mercado más grande. Ambos podríamos beneficiarnos del otro… si jugábamos bien nuestras cartas.

Pero Rick Perry también me interesaba, porque yo llevaba mucho tiempo jugando al golf. Era un deporte lento pero mucho más complicado de lo que pensaba la gente.

Reunirse en el green no siempre resultaba sencillo porque tenía la atención dividida en dos direcciones.

Me senté junto a Rick con María José a mi izquierda. Sus piernas se estiraron por debajo de la mesa y me dieron en la rodilla a propósito. Buscaba cualquier excusa para tocarme, cualquier modo de sacarme de quicio.

Rick era joven, estaría cerca de los treinta. Lucía un ligero bronceado, una increíble sonrisa y un cuerpo esbelto con un aspecto fantástico en camiseta.

Tenía las caderas estrechas y los hombros anchos, como a mí me gustaba, pero su físico no se podía comparar con el de María José, a reventar de fuerza y arrogancia.

―El año pasado te vi en Pebble Beach durante el Champions Tour.
―Viajaba a menudo a California, y no sólo por poseer una casa en San Diego; tenía muchos negocios en la Península de Monterrey, con empresarios que se habían trasladado allí huyendo del calor abrasador de Manhattan―. Eres un gran jugador de golf.

La cara de Rick se iluminó con una sonrisa, como si mi cumplido realmente significara algo para él.

―Gracias. ¿Sigues el golf?

―Sí, y también juego mucho.

―¿De verdad? ―Kyle Livingston ladeó la cabeza y me examinó como si
fuese un bicho raro.

Mi feminista interior siempre quería protestar ante aquellas grandes muestras de asombro: a los hombres les sorprendía irremediablemente enterarse de que yo tenía una colección de coches de carreras y pelotas de béisbol autografiadas. Al parecer, los deportes y las mujeres no combinaban bien, algo que era totalmente absurdo.

―Sí. Es un pasatiempo del que disfruto. ―Evité que mi voz demostrara irritación porque sabía que lo que él pensara en realidad daba igual. Nuestra relación estaba basada estrictamente en los negocios y en aquellos casos yo nunca entraba en temas personales.

―¿Se te da bien? ―Kyle se cruzó de brazos sin dejar de mirarme como si
tuviera monos en la cara.

María José guardaba silencio a mi lado, sabedora de que yo era capaz de manejar  aquellas conversaciones tan bien como las demás.

―¿Te interesa averiguarlo? ―desafié yo.

Rick se rio.

―A mí sí que me gustaría. Tienen un campo estupendo a sólo ocho
kilómetros de la costa, ¿estás libre mañana?

―Calle y yo volvemos a casa por la mañana. ―Maria José había dejado de comer, ya sin interés por la ensalada verde que había pedido. Normalmente se tomaba una cerveza cuando estaba en público, pero aquella noche volvió a limitarse al agua… como si lo hiciera exclusivamente por mí.

Yo tenía un avión privado, así que podía marcharme cuando quisiera. Era obvio que María José sólo estaba intentando mantener a Rick alejado de mí porque  había supuesto que el golfista estaba interesado en mí, pero es que María José era una paranoica y suponía que todos los hombres hetero me deseaban, algo que no era cierto.

Rick no puso en duda la afirmación de María José.

―Qué lástima. Cuando vaya a Nueva York organizaré algo, seguramente
ande por allí en unas semanas.

María José apretó la mandíbula pero no hizo ningún comentario al respecto.

―Estupendo. ―Saqué mi tarjeta de negocios y la puse sobre la mesa―.
Llámame.

María José pareció sentir deseos de arrebatársela.

Rick la deslizó en uno de los compartimentos de su billetera.

―Genial, jamás pensé que jugaría al golf con Daniela Calle.

―Y que perderías contra Daniela Calle ―bromeé yo.

―Ooh… ―Rick soltó una risita―. Vaya, ya veo que me enfrento a una
auténtica rival. ―Tenía una encantadora sonrisa que parecía sincera. Al contrario que la mayoría de los deportistas profesionales a los que había conocido, que solían ser demasiado arrogantes para interesarse de verdad por una conversación, Rick Perry parecía distinto: parecía más una persona que
un profesional del deporte.

Kyle dejó finalmente de hablar sobre mis habilidades como jugadora de golf.

―Me ha gustado tu presentación de antes, pero me he dado cuenta de que no has mencionado tu línea Illuminance.

―María José y yo sólo trabajamos juntas en Stratosphere. ―Nosotras nunca intercambiábamos información sobre nuestros diversos negocios. Hacerlo de otro modo nos hubiera parecido un conflicto de intereses, dado que algunos
de nuestros negocios se hacían mutuamente la competencia, al menos tangencialmente. Ambas teníamos nuestro propio enfoque ante las inversiones. Yo no tenía intención de revelarle mis secretos y que ella lo
hiciese me parecería mal.

― Les debe de resultar difícil mantener las cosas separadas ―opinó Kyle―. Al trabajar juntas todo el tiempo.

―Para nada ―contestó María José―. Muchos empresarios hacen negocios con otras personas, no es para nada algo innovador.

―Tengo que haceros una confesión ―dijo Kyle mirándome a mí―. Mi
mujer prefiere la base de Illuminance a la mía. Dice que es menos grasa y que realza su tono de piel mucho mejor.

Como lo había dicho como si fuese un cumplido, así me lo tomé.

―Gracias. Todos nuestros productos son orgánicos, lo que los hace más
compatibles tanto con el pH como con las grasas de la piel.

―Eso depende de la persona ―opinó Kyle―. Pero entiendo lo que quieres
decir. Llevo tiempo queriendo expandirme al mercado estadounidense, pero la verdad es que es algo bastante difícil cuando tu marca está en todos los expositores.

Mantuve una sonrisa profesional a pesar de que se me aceleró el corazón. Era evidente que Kyle y yo deseábamos lo mismo: él me necesitaba para llegar a los minoristas de alta gama y yo lo necesitaba a él para acceder a los mercados adecuados en China. Si nosotros lo permitíamos, aquella podría
convertirse en una relación mutuamente beneficiosa.

―Es bastante difícil introducirse en China cuando tú acaparas todas las
tiendas.

―Tendrías suerte de tener una socia como Calle, Kyle ―dijo María José―. Por algo es la única persona con la que he trabajado en mi vida.

No hubiera sido capaz de mirarla sin que se me notara a la legua que sus
palabras me habían afectado. Tenía que haber organizado aquella reunión a propósito para que pudiera sentarme a hablar tranquilamente con Kyle, porque era imposible
que se tratase de una coincidencia. Estaba intentando impulsarme hacia
delante, hacerme avanzar más lejos.

―Eso ya es decir ―dijo Rick―. Garzón es una tipa quisquillosa.

―La más quisquillosa de todas ―afirmó María José―. Pero la maestría empresarial de Calle la sitúa por encima del resto. No sólo se puede confiar en su trabajo, sino también en su lealtad. Nunca te defrauda. ―Su mano se desplazó hasta el respaldo de mi silla, un gesto posesivo que le habría pasado inadvertido a la mayoría de la gente.

Kyle puso un gesto precavido, igual que yo. Aunque no estuviera tan alto en la lista Forbes como María José y yo, seguía poseyendo una cantidad considerable de riquezas y contactos. Después de una larga mirada fulminante, se dirigió a mí.

―¿Qué te parece si organizamos una reunión cuando volvamos a Nueva
York? ¿Que mi asistente se ponga de acuerdo con el tuyo?

Me acababan de proporcionar una pieza clave para mi rompecabezas. Podría expandirme todavía más, poniendo mis productos de lujo al alcance de más manos que los desearan.

―Me parece una idea estupenda.

* * *

Los negocios dieron paso a los deportes, y los deportes a las mujeres. No se contuvieron porque yo estuviera presente, algo que agradecí. Casi todos mis colegas eran hombres y todos los hombres eran iguales: pensaban con el cerebro en cuestiones de dinero, pero cuando la cosa iba de mujeres, pensaban con una parte diferente de su anatomía.

―¿Y tú qué, Garzón? ―preguntó Kyle―. Lo último que he oído es que estabas con una rubia en la puerta del club ese.

Yo no quería escuchar aquella conversación. Hacía un trabajo fantástico fingiendo que no me importaba dónde durmiese María José cada noche, pero escucharla hablar de las mujeres con las que había estado no me resultaba
entretenido. Hasta si tenía que mentir al respecto, seguían sin gustarme las
imágenes que describía. Nunca me había considerado una persona celosa, pero estar con María José me había hecho darme cuenta de que no era tan tolerante como había pensado. Ninguna de mis otras parejas había conseguido hacer mella en mi actitud posesiva, pero ella me había creado un vacío gigantesco justo en el centro del pecho.

―No te creas todo lo que dice la prensa rosa ―dijo ella con tranquilidad―. Aquella mujer estaba borracha perdida y yo la llevé a su casa.

―Y una mierda ―dijo Rick―. Sabemos que eres la mayor conquistadora de Manhattan.

Sentí deseos de taparme las orejas. Lo último que quería escuchar era otra
batallita sobre orales.

María José no dijo nada, limitándose a disimular su silencio dando un sorbo a su bebida.

―Venga ―dijo Kyle―. ¿Quién es? ¿En qué porquerías has andado metida?

―Yo no voy contando las cosas por ahí ―dijo ella―. Soy una mujer que no tiene memoria.

―En Nochevieja del año pasado no lo fuiste ―pinchó Kyle.

Sabía que María José se estaba conteniendo por mí y se lo agradecía. No quería escuchar ni una sola historia sobre un trío o un cuarteto.

―Se está haciendo tarde, caballeros. ―Me levanté de mi silla con la misma
sonrisa carismática que había fijado en mi rostro quince minutos antes―.
Estoy segura de que tendrán mucho de lo que hablar…

―Estoy saliendo con alguien ―soltó María José sin mirarme―. Y estoy
enamorada de ella.

La virgen.

No acababa de decir aquello, ¿verdad?

―¿Cómo? ―preguntó Rick pasmado―. ¿Tú? ¿Enamorada? ¿De quién?

―Sí ―preguntó Kyle―. ¿De quién hablas?

Tenía que largarme de allí.

―Buenas noches. Buen viaje de vuelta a todos. ―Me aparté de la mesa, pero
a los hombres les dio igual que me marchase.

Estaban más interesados en el anuncio de María José.

―¿Quién es? ―presionó Kyle―. ¿Es actriz?

Ella mantuvo la compostura.

―Es bastante conocida. Quiere que mantengamos nuestra relación en secreto durante algún tiempo para que los paparazzi no se den un festín. ―Se levantó de la silla―. En seguida vuelvo, sólo voy a acompañar a Calle hasta su habitación.

―No necesito que me acompañen ―solté yo, aturdida por el súbito cambio de atmósfera de la velada.

María José me pasó el brazo por detrás de la cintura y me acompañó hacia la salida del restaurante hasta que estuvimos fuera de la vista.

―¿Qué crees que estás haciendo? ―Me di la vuelta para enfrentarme a ella, intentando mantener la voz baja.

Por suerte no había nadie en el corredor.

―Estoy harta de mentir, Calle. ―Su expresión era una mezcla de
remordimientos y falta de arrepentimiento―. Ya no quiero seguir haciéndolo.

―Ya no estamos juntas, Garzón. Así que no hace falta que mientas.

―Estamos juntas ―dijo suavemente―. Estuvimos juntas anoche, la noche  anterior….
y puedes apostarte lo que quieras a que esta noche estaremos juntas.

Sentí un calor abrasador en la palma de la mano por los deseos que sentía de abofetearla.

―Fue sexo sin más.

Negó ligeramente con la cabeza.

―¿Cuántas veces me dijiste anoche que me querías? ¿Cinco?

―Sólo porque tú me obligaste.

Soltó una risita sarcástica.

―Nadie obliga a Daniela Calle a hacer nada… y tú lo sabes.

Ni sus magníficos rasgos ni sus ojos de arrasadora belleza fueron capaces de
aplacar mi ira en aquella ocasión. Estaba perdiendo el control y todo pareció empezar a dar vueltas. Aquello no me gustaba ni un pelo.

―Déjalo ya, Garzón. Esto es un secreto y lo va a continuar siendo.

―No quiero seguir siendo un sucio secretito.

―Pues entonces no deberías haberme apuñalado por la espalda ―corté yo
enfadada―. No deberías haberme traicionado. No deberías haberte follado a esa…

―Sabes que no lo hice. Ahora mismo tu mente y tu corazón están en lucha,
pero si miraras más allá, descubrirías cómo te sientes de verdad. Esa noche no te habrías acostado conmigo si pensaras que estoy con otros. La única mujer con la que me he acostado en los últimos seis meses eres tú. ―Me puso el dedo delante de la cara―. Y nadie más que tú.

Le aparté la mano de mi cara de un manotazo.

―Me prometiste que mantendrías esto entre nosotras. ¿Esa promesa también la vas a romper?

Tensó la mandíbula y enderezó los hombros.

―Lo único que estoy obligada a mantener en secreto es tu identidad. Pero no estoy obligada a mentir sobre mi amor por ti, ni sobre estar comprometida con alguien. Estoy cansada de fingir que soy la soltera de oro de Estados Unidos cuando ya he encontrado a mi futura esposa. Estoy pero que muy harta, Calle. Quiero cogerte y darte un beso en frente de toda la puta sala ahora mismo, sólo para terminar con esto de una vez. Quiero que todos sepan que yo soy la única con la que follas todas las noches, y no Juliana.

Mi rabia disminuyó al recibir el impacto de sus palabras. Cuánta hostilidad había en su respuesta, pero también cuánta dulzura… Tendría que haber estado hecha de piedra para no sentirme conmovida, ser totalmente despiadada para no sentir que me cedían las rodillas. Había pensado muchas veces en mi futuro con María José y todas las versiones terminaban conmigo vestida de blanco y luciendo un anillo de diamantes en el dedo.

Amaba a aquella mujer con todo mi corazón… y ella lo sabía.

―Vuelve dentro y continúa con tu conversación.

―Prefiero estar contigo.

―Pues conmigo no vas a estar. ―Pasé a su lado rozándola con el hombro.

Ella me agarró por la muñeca y me obligó a darme la vuelta.

―Calle…

―Esta noche no vengas a mi habitación. Lo digo en serio.

Continuó sujetándome con fuerza por la muñeca, pero me sentí más
presionada por su mirada.

―Esto se tiene que acabar. No va a ningún sitio. No somos más que…

―Dos enamoradas ―susurró ella―. Dos personas que deberían estar juntas.

―No confío en ti. ―No sabía qué pensar. Me había asegurado que no
alardeaba de sus conquistas amorosas, pero era evidente que sí lo hacía. Me había dicho que se
había limitado a llevar a aquella mujer a casa, pero la había visto besarla. Afirmaba que no había vendido mi historia, pero todas las pruebas apuntaban en su contra. Sin embargo, era incapaz de sacudirme aquel sentimiento del corazón―. Déjame en paz, Garzón.

Tiró de mí para acercarme más a ella antes de bajar una mano para coger su cartera.

Vi cómo la sacaba de los pantalones y abría el compartimento para billetes,
sin tener la más mínima idea de lo que estaba haciendo.

Sacó la tarjeta blanca de acceso a su habitación y la sostuvo en alto.

―Esta noche no iré a tu habitación, pero sé que tú vendrás a la mía. ―Me
deslizó la tarjeta por debajo del vestido, introduciéndola en una de las copas de mi sujetador―. No me trago tu farsa, Calle. ―Se volvió a meter el billetero en el bolsillo de atrás y se alejó―. Y no me la tragaré nunca.

* * *

No pensaba ir a su habitación.

Ni en sueños.

Me desmaquillé sólo para demostrármelo a mí misma. Me quité la ropa y me puse un camisón.

Me iba a quedar quietecita donde estaba.

Estuve unas horas trabajando con el ordenador, respondiendo a los correos que habían empezado a llegarme en gran cantidad después de mi presentación. Jessica me había enviado algunos documentos para que los firmara electrónicamente
y me habían llegado las cuentas trimestrales de algunos de mis negocios de menor tamaño.

Fue pasando el tiempo.

Unas horas después, eché un vistazo al reloj y me di cuenta de que era casi
medianoche.

Debería dormir un poco.

Apagué el portátil y me metí en la cama con el colchón entero para mí sola.

Las sábanas estaban frescas al tacto y en la habitación reinaba un silencio
absoluto. Ni siquiera se escuchaba el aire acondicionado. Eran las condiciones perfectas para quedarme pacíficamente dormida.

Pero mis pensamientos volvieron a María José.

Estaba en su habitación, esperándome. Me había dicho que acudiría a ella, pero yo no podía cumplir su predicción. No podía darle la razón.

Mis muslos anhelaban atenazar su cintura y el frío me provocaba escalofríos.

Cuando ella estaba conmigo en la cama, desnuda y llena de sudor, abrasaba las sábanas con su cálido cuerpo. Empezaba a sudar y frotaba la humedad contra mi piel, mientras nuestros corazones se aceleraban y nuestras temperaturas se disparaban. Hacía tanto calor que resultaba insoportable, pero facilitaba enormemente el sueño.

Me hubiera encantado tener a aquella magnífica mujer entre mis piernas.

Pero no pensaba hacerlo.

Ni hablar.

Tenía el móvil en la mesilla, al lado de la tarjeta llave que me había deslizado
en el sujetador. El número de la habitación estaba escrito en la esquina superior y advertí que era justo la habitación contigua a la mía.
No me cupo duda de que aquello era obra suya.

Cerré los ojos con el rostro hacia el techo, apartando de mi mente los
pensamientos sobre María José y centrándome en las estrellas del cielo. Intenté imaginar el aspecto que tendría aquella noche el firmamento, pero mi cerebro continuaba escapándose para volver a temas menos puros.

Garzón enterrándose en mí con fuerza hasta el fondo.

Diciéndome que era bella.

Respirando en mi boca mientras me besaba.

Cubriendo mis pechos con sus manos.

Llevándome al orgasmo una y otra vez.

Cambié de postura en la cama, dando vueltas sin parar… pero el tren de mis
pensamientos era imposible de descarrilar y mi piel se calentó. Mi mano deseaba meterse entre mis piernas, pero aquello sería un alivio muy pobre.

Sería mucho mejor con una mujer de verdad para darme placer, para
hundirme entre las sábanas.

Dios mío, la deseaba.

Y la odiaba a muerte por ello.

Fue una decisión estúpida, pero estaba tan ansiosa que ya no pensaba con lógica. En aquel momento sólo deseaba una cosa y no tenía intención de parar hasta conseguirla.

MaríaJosé me había visto el farol, pero no era el tipo de mujer que se regodeaba con esas cosas.

Me vestí y cogí su tarjeta antes de salir.

La puerta de su habitación estaba a menos de cinco metros de distancia de la mía. No había nadie en el pasillo, gracias a Dios. Si alguien me veía, tendría que poner una excusa para explicar por qué estaba recorriendo el hotel a medianoche sin maquillar.

Llegué a su puerta y titubeé antes de introducir la tarjeta. No sabía si estaría en el sofá esperándome o si me lo encontraría totalmente desnuda al abrir la puerta. Dormía desnuda, así que no me habría sorprendido que me recibiera así.

Al menos, era lo que deseaba.

Abrí la puerta y me adentré en su habitación a oscuras. Todas las luces
estaban apagadas y el suave resplandor del pasillo era lo único que me permitía ver el suelo delante de mí. A lo mejor había llegado a la conclusión de que no iba a venir y estaba dormida en la cama.

Una baja silueta apareció y caminó hacia mí con fuertes pisadas que
resonaban en el suelo con cada paso que daba. Se acercó, y su físico y su
expresión se hicieron más visibles a medida que se aproximaba. Más de un metro cincuenta que hacían de ella más una criatura tierna que un mujer, pero era un engaño.

Entonces pude ver sus ojos, feroces, aterradores y clavados en los míos. Era la única mujer del mundo que podía hacerme dudar de mí misma,
intimidarme con su mera presencia. Si alguna vez me sentía amenazada por alguien, le daba una razón para sentirse amenazado por mí… pero aquello con María José no funcionaba. Se sentía demasiado segura de
sí misma, demasiada poderosa para sentir una emoción tan inferior.

Cuanto más dura y severa me volvía yo, más me deseaba ella. Era el tipo de mujer que no se sentía emasculada por el éxito de su pareja; por el contrario, le parecía excitante.

No retrocedí mientras avanzaba con decisión hacia mí, y cuando se acercó
más, pude ver que estaba totalmente desnuda… como yo deseaba que estuviese. Con sus pechos al aire con pezones endurecidos, sus hombros y brazos prietos, era un colirio a la vista. Alcé la vista hasta su rostro y pude ver la misma agresividad
que había demostrado durante la cena.

Sus manos tironearon de mi vestido con poca delicadeza hasta sacármelo por la cabeza. Estuvo a punto de rasgar el tejido, dando de sí el caro vestido que me había regalado Connor. No me había puesto bragas para ir a su habitación, así que no había nada más que quitar por allí. Lanzó una ojeada entre mis piernas
con la excitación empezando a bullir en sus ojos. Me partió el sujetador para quitármelo antes de estrellar su boca contra la mía, tomándome con dureza y sin prolegómenos.

Sus manos poderosas me agarraron y me mantuvieron firmemente en el sitio para poder tomar tanto de mí como quisiera. Me estrujó con fuerza y me introdujo la lengua en la boca, haciendo aumentar al máximo la intensidad de nuestro ardor al instante. Me succionó el labio inferior, respiró en mi boca y
después me atrajo de un tirón entre sus brazos antes de llevarme hasta la
cama.

Me dejó caer sobre las sábanas y luego me inmovilizó ambas muñecas por
encima de la cabeza. Se sostuvo sobre mí y sus más de cincuenta kilos de pesada masa muscular me
hicieron entrar en calor al instante. Sus ojos oscuros parecían hechos de
chocolate y deseé que se me derritieran encima de la piel. Sin dejar de mirarme a los ojos, me enrolló una gruesa cuerda en las muñecas y me ató las manos al cabecero.

―¿Qué estás haciend…?

Pegó su boca a la mía y silenció mis palabras con su lengua.

Di un tirón de la cuerda y sentí lo apretada que estaba, sin espacio para el más mínimo movimiento. Hasta con un cuchillo me habría costado salir de aquella.

Ella interrumpió el beso y me abrió las rodillas, pegándomelas a la cintura.

―Te has adentrado en mi territorio… Ahora jugamos con mis reglas. ―Me
envolvió el cuerpo con la cuerda formando intricadas figuras para inmovilizarme las piernas de modo que me tuviera completamente abierta para ella. Jamás me
había atado de aquella manera, dejándome completamente impedida y a su merced.

―Maria José…

Metió la cara entre mis piernas, en un punto que ahora se encontraba
completamente expuesto y vulnerable ante su boca. Besó mis sensibles pliegues y arrastró la lengua por mi sexo, saboreándome y explorándome.
Las palabras murieron en mis labios y dejé escapar un gemido sin reprimirlo.

María José me puso sus manos debajo de los muslos y se agarró a ellos
mientras continuaba dándose un festín conmigo, disfrutándome todo lo que quería. Su lengua exploró mi anhelante abertura antes de empezar a moverse en círculos sobre mi clítoris palpitante.

Cerré los ojos y respiré envuelta en el placer, sintiendo cómo María José hacía realidad una fantasía que yo no sabía que tenía. Me dio placer exactamente como yo quería que lo hiciera, haciéndome sentir tan bien que me olvidé de todo lo demás en el mundo aparte de su boca.

Justo antes de llevarme a un intenso clímax, apartó la boca y trepó encima de mí.

―Maria José… ―En aquel punto ya no me importaba suplicar. Había pasado las últimas horas combatiendo mi deseo y quería que me hiciese disfrutar del maravilloso modo en que había venido haciéndolo durante meses. Abrí los ojos y miré su
expresión sombría.

Presionó su vagina contra mis pliegues empapados y empezó a frotarse despacio contra mí, sin quitarme la vista del rostro en ningún momento. Su ardiente expresión no varió mientras apretaba con fuerza su vagina contra la mía, ofreciéndome la clase de fricción que haría que me temblaran las piernas, de haber podido moverlas.

Bajó más la cabeza hasta que su cara prácticamente tocó la mía.

Intenté restregarme contra ella, pero cuando me empecé a mover, paró.

―Maria José.

―Ya son semanas lo que llevas torturándome. Ahora me toca a mí torturarte. ―Empezó de nuevo a frotarse contra mí, apretando su sexo palpitante directamente contra mi clítoris.

Lancé las manos hacia ella y entonces me di de bruces con el hecho de que
estaba inmovilizada por gruesas ataduras. No podía mover ni una sola parte de mi cuerpo aparte de la cabeza. Estaba totalmente a merced de aquella mujer poderosa que me estaba conquistando como quien invade un país.

Acercó su cara a la mía y me besó con una lentitud que nada tenía que ver
con su recibimiento cuando había entrado por la puerta. Era suave y sensual, lleno de urgencia contenida. Aunque yo la besara con más fuerza, ella no aceleraba el ritmo; recuperaba el control cada vez que yo intentaba
arrebatárselo.

―Maria José ―dije contra su boca mientras ella continuaba besándome y frotando su sexo contra mí―. Fóllame.

Respiró hondo, como si mis palabras le hubieran descendido como una llama por la columna.

―Todavía no he decidido por dónde te voy a meter los dedos… si por la vagina o por el culo.

A mí se me cortó la respiración al escuchar sus palabras y una oleada de calor me recorrió todo el cuerpo.

―Quiero sentir tus fluidos en mi sexo.

Ella dejó de restregarse contra mí con los ojos relucientes.

―Me da igual lo que quieras.

Respiré hondo y alcé los pezones hacia el techo.

―Pues entonces decídete, María José. Pero fóllame de una vez. ―Tironeé de las cuerdas aunque nunca conseguiría liberarme. No me gustaba que me dijeran lo que tenía que hacer estando atada e incapaz de moverme. Carecer por completo de poder era una dura prueba para mí, pero con María José no me sentía en peligro ni asustada. Me sentía bien, como si estuviese en el lugar más seguro del planeta.

Con los dientes presionados contra mi mandíbula, gruñó. Fue un sonido femenino y amenazador. Elevó las caderas y presionó sus dedos en mi entrada, introduciéndose en mí. Mi resbaladiza entrada le hizo más fácil deslizarse hasta llegar a mi interior. La sensación de sus dedos en mi sexo me hizo sentir como si nunca me hubiesen tomado.

Volví a respirar hondo a pesar de que ya no quedaba espacio en mis
pulmones.

―Joder. ―Se colocó encima de mí y me miró directamente a la cara. Desde
aquella posición elevada me podía ver por completo, observando mi vulnerabilidad con las rodillas atadas a la cintura. Se me erizaron los pezones y mi pecho se ruborizó, adquiriendo un vivo tono rosado. Ella permaneció inmóvil con sus dedos en mi interior, como si estuviera volviendo a familiarizarse con mi cuerpo después de pasar un solo día separadas―. Eres toda mía, Calle. ―Empezó a embestirme a un ritmo perfecto, ni lento ni rápido. Sus empujones regulares y profundos eran garantía de que alcanzaría el orgasmo en menos de un minuto.

Por supuesto, lo consiguió y sentí la explosión entre las piernas, la poderosa sensación que llevaba ansiando toda la noche. Fue abrasador e inmensamente
satisfactorio, lo bastante intenso para dejarme inutilizada al terminar. Era la clase de orgasmo que ningúna otra persona podría darme, ni desde luego mi mano. Me convertía en una masa temblorosa que sólo sentía y no pensaba.

―Gracias… ―No me paré a pensar antes de permitir que aquella palabra
escapara de mi boca. Cuando tenía a María José hundida entre las piernas apenas era capaz de formar frases coherentes.

―No me des las gracias por cumplir con mi obligación, guapa. ―Pegó su
boca a la mía y me dio un beso tierno, del tipo que solía darme cuando el sexo había terminado. Era todo labios, sin lengua, pero igual de sensual. Me besó la comisura de la boca y después
arrastró los dientes por mi mentón―. ¿Cuántas veces te quieres correr esta
noche?

―Creía que estabas al mando.

―Lo estoy ―me dijo junto al oído―. Por eso soy yo la que hace las
preguntas.

A pesar de que había estado con ella la noche anterior y la anterior, estaba tan desesperada por tenerla como si llevara años sin sexo. Me daba la sensación de llevar siglos sin tener a una mujer sudorosa y atractiva encima de mí.

Balanceé mi cuerpo hacia ella aprovechando mi escasa movilidad, respirando y gimiendo mientras cubría una y otra vez sus dedos con mis fluidos.

―¿Cuántas veces? ―susurró.

―Todas las que puedas darme.

Pegó su boca a mi oreja y me agarró un puñado de pelo.

―Pues no se hable más.

* * *

Yacimos juntas en la oscuridad con su pecho pegado a mi espalda. pasaron las horas y ninguna de las dos fue capaz de continuar. Tenía el cuerpo dolorido y marcas en la piel donde me habían lacerado las cuerdas.

Su rostro se apretaba contra mi nuca y su respiración regular flotaba sobre mi piel. Su brazo me rodeaba la cintura, sujetándome con fuerza
como si me fuera a escabullir.

Qué fácil sería quedarse allí, dormir toda la noche con aquella mujer sensual pegada a mí. Me encantaba el modo en que su pecho se expandía contra mi espalda cada vez que
inhalaba, y también su aroma femenino con un toque de menta. Echaba de menos aquel consuelo. En un tiempo había odiado dormir a su lado porque me resultaba demasiado duro. Pero ahora que había dejado de dormir con ella, pasaba las
noches sin descanso.

Estaba todo el tiempo agotada porque me había convertido en una insomne.
Así que quería quedarme… justo allí.
Pero no podía hacer eso. Acostarme con ella tres noches seguidas ya era
bastante malo, porque enredaba aún más nuestra ya de por sí complicada situación. Mis deseos no estaban claros, ni siquiera para mí. No sabía lo que quería ni tampoco cómo abstenerme de aquella adicción. Quería pasar página y olvidarme de ella, pero estaba tan colgada que era difícil salir. Dormir a su lado toda la noche, acurrucadas como una sola persona, sólo me hundiría más en
el hoyo.

Y quizá nunca lograra salir.

Me deslicé lentamente fuera de sus brazos hacia el borde de la cama. Si era lo bastante silenciosa quizá no notase mi ausencia. En cuanto se diera cuenta de que me había alejado, me agarraría y tiraría de mí para volver a meterme en la cama, utilizando los brazos como los barrotes de una celda.

Alcancé el borde pero no llegué muy lejos.

Su enorme mano se cerró alrededor de mi muñeca y tiró de mí para atraerme de nuevo hacia su pecho. Fue como estrellarse contra una montaña. Yo me estremecí,
pero ella continuó sólida.

―No. ―Como una cavernícola que sólo supiese un puñado de palabras, lo
dijo como una orden.

―Estoy cansada.

―Pues entonces túmbate sin moverte y duérmete.

―Sabes que no quiero dormir contigo. ―Me aparté de ella.

Tiró otra vez de mí.

―¿Cuántas veces voy a tener que destapar tu farsa en un solo día? ―Me
colocó delante de ella y bloqueó el brazo alrededor de mi cintura para que no pudiera volver a reptar fuera de su alcance―. Esta noche has venido a mi guarida, así que son mis reglas.

Habría sido muy fácil ceder y limitarse a disfrutarlo, pero no podía permitir que aquello sucediera.

―Nosotras no dormimos juntas. ―Le empujé el brazo―. No voy a cambiar
de idea.

Esta vez me dejó marchar, desplazando el brazo a un lado como si fuese un portón de entrada.

Me puse de pie y recogí mi ropa del suelo.

Ell se incorporó y se apoyó en un codo, mirándome con obvia irritación. Podía presionarme, pero había ocasiones en las que yo me negaba a dejarme presionar. En aquel momento, ella sabía que mi decisión era sólida como una roca.

―Tenemos que hablar de esto cuando volvamos.

―No hay nada de lo que hablar. ―Era incapaz de mirarla, no cuando estaba
desnuda en la cama con las sábanas enrolladas en su cuerpo. Tenía el pelo revuelto por mis dedos y una
expresión soñolienta innegablemente sensual. Era la mujer más deseable
del mundo y yo podría tenerla durante un poco más si me quedaba en aquella cama. Pero no quería tener a una mujer en quien no confiase. La confianza lo era todo para mí… y nosotras no la teníamos.

―Ya veremos. ―Volvió a tumbarse y miró al techo―. ¿Cuándo sale tu
avión?

―Probablemente me marche después de la ducha y duerma durante el vuelo.

―Pues entonces ya nos veremos, Calle. ―Se puso cómoda y cerró los
ojos―. No olvides dejar algo de dinero encima de la mesa. Ya sabes, dado
que soy tu puta. ―Sin elevar la voz, sin cambiar siquiera de tono, me
comunicó su ira. Tenía una mano apoyada detrás de la cabeza y la otra sobre el pecho.

Me puse la ropa y me quedé junto a la cama, sintiendo la herida del cuchillo
invisible.

Me hacía sentir culpable, cuando yo no tenía nada por lo que sentirme así. Ella era la infiel, la que no era de fiar. Yo seguía jugando a este juego al tiempo que mantenía mi corazón fuera del ruedo; o, al menos, la mayor parte. Pero ella había desgarrado mi armadura, me había golpeado en un punto débil que yo no había detectado. Conocía mis sentimientos por ella a la perfección, así que el insulto no era más que una pulla para hacerme perder el control. Habría
dicho cualquier cosa para lograr que volviera a meterme en aquella cama.

Odié admitir que estaba funcionando.

Volví a subir a la cama y me sostuve por encima de su rostro.

Ella abrió los ojos al darse cuenta de que estaba allí. Eran de un aceituna
profundo como el de la tierra y árboles, llenos de vida y vitalidad. Era muy expresiva, por lo que cada uno de sus gestos delataba algo. Yo era capaz de ver sus emociones en todo momento, no le hacía falta hablarme para que yo supiera si estaba enfadada, triste o simplemente cariñosa.

Me incliné y la besé en la boca, manteniendo el beso suave y sutil. Cualquier aparición de la lengua significaría mi vuelta a aquella cama y el lanzamiento de mi sujetador al otro lado de la habitación.

―Te quiero.

Sonrió contra mi boca y me enterró una mano en el cabello. Aumentó la
intensidad de su beso y respiró conmigo con su afecto femenino y calmante.

―Y yo te quiero a ti, Guapa. Una puta barbaridad.

* * *

Dormí en el avión y volví al trabajo A la mañana siguiente.

Tomarme aunque sólo fueran unos días me hacía retrasarme. Los negocios no dormían nunca y
a veces deseaba no tener que dormir nunca yo tampoco. Me quedé en mis
oficinas principales, cerca de mi ático, y no fui a Stratosphere, ya que no había dedicado mi atención a otra cosa en todo el fin de semana.

No había hablado con María José desde que salí de su habitación. Disponer de un poco de espacio alejada de ella me vendría bien, porque siempre que estábamos juntas
en la misma habitación la ropa empezaba a volar por los aires y nuestros cuerpos a entrelazarse… Era una gravísima enfermedad que no lograba superar. Cuando estábamos separadas, me resultaba muchísimo más fácil ser pragmática.

La voz de Jessica surgió por el intercomunicador.

―La señorita Garzón está aquí para verte.

Maldición.

―¿Para qué?

―Yo… no lo sé. Pensé que no pasaba nada porque no tuviese cita. ¿Quieres
que le diga que se marche?

Suspiré antes de volver a bajar el dedo hasta el botón.

―No. Hazla pasar.

―Sí, Calle.

Un momento después, Jessica abrió las puertas de cristal y acompañó a Garzón al interior. Desnuda y despeinada estaba muy sexy, pero cuando se arreglaba con un vestido impecable y el cabello peinado, su apariencia era aún más espectacular. Entró en mi despacho como si fuera la dueña del lugar y se sentó en la butaca que miraba a mi escritorio. No me dedicó ni un saludo, ni siquiera una sonrisa, sólo su intensa expresión y sus ojos. Siempre le daba igual que alguien pudiera darse cuenta de cómo me miraba. Sería capaz de hacerlo hasta con una cámara apuntándole a la cara.

―¿Qué puedo hacer por ti? ―pregunté mientras volvía a mirar a la pantalla de mi ordenador.

Mis puertas de cristal permitían a mis asistentes ver el interior de mi despacho; yo no tenía nada que ocultar y no necesitaba privacidad. Jessica podía ver si yo estaba hablando por teléfono, y así sabía
que no debía molestarme con algún mensaje. Cuando yo colgaba, ella se
ponía en marcha. Era algo que hacía la jornada muchísimo más productiva.

―Es hora de tener esa conversación. ―se cruzó de piernas y ocupó casi todo el asiento, con su físico esculpido. Su vestido azul marino realzaba su piel bronceada y su
cabello oscuro. Aunque también era verdad que hasta con un vestido naranja habría estado impecable.

―¿Qué conversación?

Ladeó ligeramente la cabeza.

―Ya sabes de qué conversación estoy hablando.

Aquella era una conversación que yo hubiera preferido no tener para nada, no digamos ya en mi despacho.

―No durante las horas de oficina.

―Yo estoy tan ocupada como tú y me las he arreglado para encajarlo en mi agenda. ―Me guiñó un ojo―. Tú eres una prioridad.

―Bueno, pues tú no eres una prioridad para mí.

Sonrió.

―Hasta que se apagan las luces y se pone el sol…

Me centré otra vez en  mi ordenador, negándome a permitirle ver el efecto que tenía sobre mí.

―Bueno, he estado pensándolo mucho. Me gustaría que retomáramos
nuestro antiguo acuerdo.

Volví a mirarla porque ya no podía seguir fingiendo que estaba interesada en mis correos.

En cuanto tuvo mi atención, entrecerró los ojos.

―Ambas sabemos que nos vamos a seguir acostando, no perdamos el tiempo negándolo. Bueno, tú no deberías perder el tiempo negándolo. Pero me gustaría sentar unas normas básicas para que ambas sepamos a qué atenernos. En tu interior, sabes que yo no hice ninguna de esas cosas de las que me acusan. Tu mente no puede aceptar lo que sabe tu corazón y me parece bien. Seré paciente porque tú mereces la pena la espera. Así que este acuerdo valdrá por ahora.

Lo que yo quería establecer era un acuerdo a largo plazo con María José.

Grandes cantidades de sexo del bueno, pero sin la parte romántica. Así era más sencillo. Si volvíamos a aquello, podría gozar de toda la diversión sin correr riesgos.

―¿Cómo funcionaría?

―Nos turnaríamos. Ninguna permanece al mando de modo
permanente.

―¿Y cómo lo decidiríamos?

Tamborileó con los dedos contra la madera del reposabrazos.

―Lo sabremos en su momento. Hay veces en las que lo que quieres es que te maten a polvos y otras en que prefieres dar bofetadas…
Improvisaremos.

Ahora las reglas serían mucho menos estrictas. No era así como yo prefería
funcionar.

―Yo estoy al mando en todo momento. Después de todo, sí me traicionaste.

Sacudió levemente la cabeza.

―Tiene que ser una división equitativa de poder o no hay acuerdo. Esos son mis términos.

―¿Qué te hace pensar que tienes derecho a tener términos de ningún tipo? ―desafié yo.

Entrecerró sus ojos mirándome a la cara.

―Pues que no te he sido otra cosa que leal desde el día en que nos
conocimos. Ya te darás cuenta… antes o después.

Dudaba obtener algún día alguna prueba concreta de ello. Incluso en aquel momento seguía sin saber muy bien qué pensar. María José era una mujer inteligente, no le sería difícil manipularme ahora que me conocía tan bien. Pero mi corazón había caído totalmente a sus pies. De no haber estado tan enamorada de ella, le habría dado la espalda sin titubear. La única razón por la que me interesaba
aquel acuerdo era porque sabía que no habría sido capaz de alejarme de ella… todavía no.

―Reparto equitativo de poder ―dijo ella―. ¿Estás de acuerdo?

Yo sabía que María José lo estaba diciendo en serio. No se iba a comprometer con su parte del trato.

―Sí.

―Bien. Somos monógamas. Somos iguales. Y este acuerdo no tiene plazo.

―Perfecto.

―Excelente. ―Se levantó y ajusto el vestido sin quitarme ni un instante la vista de encima―. Sabes que no fui yo, Calle.

Mantuve su mirada sin parpadear.

Ella bajó las manos a los costados y me miró fijamente con la misma
intensidad.

―Ignora los supuestos hechos. Haz caso a tu instinto. ¿Cuándo se ha
equivocado tu instinto?

―Una vez. ―Y había sido el mayor error que cometí jamás: casi me cuesta la vida. Podría haber metido a Juliana en la cárcel por asesinato y me costó años de nervios y sufrimiento―. Y sigo arrepintiéndome hasta hoy.

―Yo no voy a ser algo de lo que te arrepientas, Calle ―habló con el mismo tono y autoridad, pero parecía algo más suave. Sus ojos habían perdido su rígida frialdad y me estaba dedicando la misma mirada afectuosa que sólo me mostraba cuando estábamos a solas―. Sabes que te quiero y que nunca te haría daño. Todo se acumula en mi contra, pero eso no significa nada.

―Las pruebas son bastante irrecusables.

―Pero mi palabra vale más. Haré todo lo que pueda para limpiar mi nombre. Pero si no puedo, necesito que me creas. Tienes que confiar en mí.

―No creo que pueda…

―Claro que puedes. ¿Por qué estoy en tu cama todas las noches?

Me negué a apartar la mirada, a pesar de que ya no quería seguir manteniendo aquel contacto.

―Si creyeras que he hecho cualquiera de esas cosas, no me permitirías
tocarte. Pero me dices que me quieres mientras estoy entre tus piernas cada noche. Me besas como si fuese la única mujer a la que has amado.

Fui la primera en parpadear, turbada por lo que había dicho.

Ella se inclinó hacia delante y apoyó las manos encima de la mesa, arrojando una sombra por toda la habitación.

―Me crees. Sé que es así. Simplemente no lo sabes todavía.

* * *
El ascensor emitió un pitido antes de que se abrieran las puertas.

Ahora que María José y yo habíamos empezado con nuestro nuevo acuerdo, no estaba segura de si el que se pasaba era ella o era Juliana.

Habría podido ser cualquiera de las dos.

Pero era Juliana. Llevaba unos vaqueros y una camiseta, lo cual me indicaba que se había pasado por el gimnasio y luego se había dado una ducha antes de venir. En público nunca llevaba otra cosa que no fuese su mejor guardarropa.

Sólo se quitaba el traje y los vestidos, vestía de modo casual a puerta cerrada y con amigos de confianza.

―Hola.

Yo estaba sentada en el sofá con el portátil apoyado en los muslos.

―Hola.

Fue a la cocina y se sirvió un vaso de agua.

―¿Tienes algo de cenar?

―Las sobras están en la nevera.

Trasteó al fondo, metió un plato en el microondas y se sentó a la mesa de la
cocina.

Tenía su propio mayordomo que cocinaba para ella, pero asaltaba mi nevera varias veces por semana.

Me reuní en la mesa con ella con mi propio vaso de agua.

Juliana se metía la comida en la boca con el tenedor sin apartar los ojos del
plato.

―¿Hoy te has saltado la comida?

―He tenido muchas reuniones y sólo tenían bollos, no puedo comer esa
porquería.

―No pasa nada porque te des un capricho de vez en cuando.

―Mira quién fue a hablar.

Yo apenas comía nada para poder seguir entrando en mis vestidos y faldas.

Después de cumplir los treinta mi metabolismo se había ralentizado y tenía que comer aún menos para mantener la misma cintura.

―¿Qué tal el trabajo?

―Bien. Voy a ampliar el negocio y abrir una nueva fábrica en el Medio
Oeste, en una pequeña ciudad con mucho terreno. Dará trabajo a la población, así que no será difícil obtener todos los permisos. ¿Qué tal Francia?

―Preciosa, como siempre.

―Deberíamos ir en nuestra luna de miel.

La mención a nuestro matrimonio me hizo pensar en María José, que no
renunciaría a mí sin presentar batalla.

―A lo mejor. Un sitio bastante mediático.

―De eso se trata. ―Se metió otro bocado en la boca―. ¿Qué tal la
conferencia? ¿Te causó Garzón algún problema?

Por norma general, le habría contado a Juliana exactamente lo que había
pasado con María José, que me había debilitado y estaba acostándome con ella todas las noches. Pero en aquel momento no quise mencionarlo. Debería haber permanecido firme y haber dicho que no.

―No… No me dio ningún problema. La presentación fue bien. Estuve
hablando con Kyle Livingston y también vi a algunas personas más allí.

Juliana levantó la cabeza y volvió su rostro hacia mí. Estrechó los ojos y se
concentró en mí, leyendo mi expresión como si fueran palabras en un libro.

Me conocía mejor que nadie y era capaz de detectar los cambios sutiles en mi tono y mi ánimo.

―Hay algo que no me estás contando.

Le sostuve la mirada y consideré mi siguiente movimiento. No podía
mentirle. Nunca nos habíamos mentido y no quería empezar ahora. Me juzgaría por lo que había hecho, me regañaría por ser tan tonta, pero debía sufrir las consecuencias. Había tomado malas decisiones. Como mi compañera en la vida, su obligación era decirme las cosas que yo no quería escuchar.

―Una cosa llevó a otra y… me acosté con Garzón.

Juliana se recostó en la silla con los hombros rectos. Su expresión no varió ni sus ojos se volvieron hostiles. Continuó mirándome con ojos turbios, sin que me quedara claro lo que pensaba.

Yo esperé al veredicto.

―¿Por qué?

―Sucedió sin más. Me besó, yo no la paré… ya sabes cómo va la cosa.

―¿Sólo pasó una vez?

―Eh… no.

Entrecerró los ojos.

―Todas las noches que estuvimos allí.

Juliana dejó el tenedor y suspiró.

―Calle, ¿qué estás haciendo?

―No estaba pensando con la cabeza. Sé que está acusada de…

―Que es culpable de hacer cosas horribles.

―Lo sé. Pero es sólo que… no puedo dejar de sentir por ella lo que siento. Sé que es estúpido y sé que es un error, pero no lo puedo evitar. Me conquistó por completo y soy incapaz de mantener las manos quietas. Cuando me besa me siento débil. Cuando me dice que me quiere, adoro escucharlo. Sé que es patético…

Juliana suspiró y bajó la vista a la mesa.

―Lo entiendo, Calle. No es patético.

No pude evitar que la sorpresa quedara pintada en mi rostro.

―Pero tienes que ser más fuerte. Tenemos pruebas concluyentes de que es una mentirosa. Primero fue la filtración de la historia a los periódicos y luego fueron las fotografías que le hicieron con aquella mujer en el club.

―Pero hizo pública aquella historia sobre ella y su padre para que la gente
dejara de hablar de ello. Y funcionó.

―A lo mejor es que el periodista no tenía que haber revelado su nombre…. Y cuando lo hizo, Garzón tuvo que arreglarlo.

―A lo mejor…

Juliana me echó una mirada sin rastro ya de compasión en el rostro.

―Calle, tienes que tener cuidado, has trabajado muy duro para llegar hasta
aquí. Sería una lástima tirarlo todo por la borda por una mujer en quien no puedes confiar.

Sus palabras se me clavaron en el corazón y me devolvieron a la realidad. La ejecutiva pragmática que había en mi interior sabía que tenía razón. Estaba apostándome más de lo que me podía permitir perder.

―Pensé que Garzón era la pareja ideal para ti, pero ahora saltan alarmas por todas partes y no podemos ignorarlo. Siempre respeto cualquier decisión que tomes. Si no te quieres casar conmigo tampoco es el fin del mundo. Me sentiré desilusionada, pero lo superaré.
Así que esto no es sobre mí, sino sobre ti. Sé que no necesitas a nadie
que te proteja, pero yo quiero protegerte. Ya has pasado por bastante tal cual están las cosas. No quiero verte repetir aquellos terribles errores. No quiero que tengas que volver a empezar por tercera vez.

Asentí, de acuerdo con ella.

―Tienes razón…

―Cualquier decisión se puede simplificar con facilidad. Si ella fuese un trato de negocios, ¿lo aceptarías?

Había demasiadas incógnitas. Yo no habría puesto millones de dólares
encima de la mesa por un trato tan impredecible como aquella situación. Me habría dado la vuelta y habría encontrado otra cosa en la que invertir.

―No…

―Pues ya tienes tu respuesta.

Apoyé los codos sobre la mesa y me pasé lentamente las manos por la cara.

Me llevé las puntas de los dedos a las sienes y me las masajeé suavemente,
aunque no me dolía la cabeza. Mis ojos observaron el resplandor de la ciudad mientras sentía cómo Juliana me miraba fijamente con aire protector. Me sentía agradecida de tenerla en mi vida. Aquello era exactamente lo que yo quería, tener a alguien en quien confiar de forma implícita.

¿Cómo podía arriesgarme con María José cuando tenía a alguien increíble sentada a mi lado?

Nunca tendríamos la pasión ni el romance, pero sí algo mucho más fuerte.

―Te quiero…

Juliana era mi familia, la única estabilidad auténtica que había tenido nunca.

Deslizó la mano por encima de la mesa y me posó las puntas de los dedos en el codo.

―Lo sé.

―Tengo tantas ganas de creerle que a veces me parece hacerlo. ―Nunca
confesaba tan abiertamente mis sentimientos. Juliana era la única persona con quien podía desahogarme. María José era la segunda. Me había abierto como a un molusco, dejándome completamente expuesta… y yo se lo había permitido.

―Lo sé.

―Pero tienes razón, no puedo hacerlo.

―Demasiado arriesgado.

―Me dijo que quería que retomáramos nuestro antiguo acuerdo, y yo acepté.

Juliana retiró la mano y me miró hasta que yo le devolví la mirada.

―¿Y qué pasa si le cuenta lo suyo a todo el mundo?

―Ya lo habría hecho.

―¿Eso piensas?

―¿Por qué no contarle eso al mundo, además de la historia que ya había
divulgado?

Juliana no tenía una respuesta para aquello.

―Además, firmó mi acuerdo de confidencialidad.

Juliana asintió.

―Y con independencia de que me siga o no acostando con ella, ya tiene
pruebas suficientes para ponerme en un buen aprieto. Así que en realidad no supone ninguna diferencia.

―Eso es verdad. Pero acostarte con ella podría nublar tu buen juicio.

―No si sólo se trata de sexo. Y si no hago esto… sé que va a suceder de
todas formas. Al menos de esta manera la relación está controlada. Hay normas. Mantiene la relación física separada de una posible relación emocional.

―Supongo. Cuando estemos comprometidas ya no habrá vuelta atrás, así que eso también podría servir para protegerte.

―Sí…

Juliana me miró con sus ojos cristalino, suaves y amables. Era una
expresión que no mostraba a nadie más que a mí. Para el resto del mundo, era una empresaria fría y poderosa que no tenía emociones. Lo único que le importaba era el poder, el control y el dinero. Pero cuando estábamos solas enseñaba una cara diferente: era amable, dulce, compasiva… y muchas cosas más.

―¿Entonces sigues queriendo casarte conmigo?

Asentí.

―Me vas a tener que dar una respuesta mejor que esa.

―Sí que quiero.

Sus tranquilos ojos me abrasaron la piel. Observaba mi reacción, detectando mis titubeos.

―¿Estás segura? Porque no tienes por qué hacerlo.

―No, sí que quiero. Es la mejor decisión.

―¿Lo es? ―preguntó ella―. Porque podrías esperar y enamorarte de otra
persona.

Como si eso fuese a ocurrir.

―No. Garzón es el último error que cometeré nunca. El romance no funciona, es doloroso y complicado. Quiero lo que nosotras tenemos. Quiero confianza, amistad, estabilidad… Eso es amor verdadero.

La intensidad de su mirada se aligeró.

―Estoy de acuerdo. Sólo quería asegurarme de que tú también lo estabas.

Asentí.

―Pues entonces empezaré a prepararlo.






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