48- Poche

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El ascensor se fue deteniendo lentamente y las puertas se abrieron.

No le había dicho a Calle que me iba a pasar porque no me hacía falta decirle ni una puta cosa. Podía tenerla cuando la deseara… y ella podía tenerme a mí siempre que le diera la gana.

Entré y la vi en el sofá; había carpetas y documentos esparcidos por la mesa
que tenía delante y se había puesto el portátil sobre los muslos. En lugar de
un vaso de bourbon, sobre la mesita del salón descansaba un vaso de agua
con hielo.

A lo mejor se había tomado mi advertencia en serio.

Sus ojos avellanas se posaron en mí y su falta de sorpresa me indicó que ya
había imaginado que sería yo antes incluso de que las puertas se abrieran.

No se puso en pie ni me dirigió un saludo. A veces proyectaba una imagen exterior fría, pero aquello formaba parte de su personalidad empresarial. Yo sabía que ahora había algo distinto, que tenía algo en mente.
Me había puesto una americana negra sobre la camiseta con cuello de pico, así que la colgué junto a la puerta. Sus ojos se desviaron inmediatamente hacia mis hombros, uno de los rasgo de mi cuerpo que más le atraía. Era el lugar donde más le gustaba agarrarse a mí cuando se colocaba encima o cuando la hundía en el colchón.

Me senté en el sofá a su lado y le quité el portátil del regazo. Lo cerré para
proteger su intimidad y para que no se preguntara si yo estaría mirando lo que fuera que estuviera haciendo. Antes los cimientos de nuestra confianza habían sido sólidos, pero ahora aquello había desaparecido.

Lo echaba de menos.

Echaba de menos el modo en que solía mirarme, como si yo fuera la última
persona del mundo capaz de hacerle daño. Ahora me miraba con recelo, cuestionando todas mis palabras. No se podía poner una máscara lo bastante gruesa como para ocultar el amor de sus ojos, pero yo deseaba que hubiera más. Deseaba que hubiera confianza, amistad y una lealtad inquebrantable.

―¿Qué pasa? ―Me recosté en el sofá y giré la cabeza hacia ella, oliendo una
mezcla de su perfume y su champú. Seguía vestida con la falda de tubo y una blusa, y había dejado los zapatos de tacón en el suelo, al lado del otro sofá. Llevaba el pelo en tirabuzones sueltos, lo bastante abiertos como para que me cupieran los dedos.

Cruzó las piernas y enderezó su postura, como si aquello fuera una reunión entre dos socias y no entre dos amantes.

―No hagas eso.

Dirigió su fría expresión hacia mí.

―¿Perdona?

―No te pongas una coraza. Quiero a Daniela, no a Calle.

―Ya no puedes estar con Daniela. No vas a volver a verla, hace mucho que se fue.

Aquellas simples palabras perforaron un orificio que me atravesó el corazón, me dio de lleno en el esternón y fracturó el resto de mis huesos. Calle era una mujer poderosa con una apariencia impresionante y una gran inteligencia, pero Daniela era hermosa, compasiva, delicada… y mucho más. Quería a aquella mujer… a la mujer de la que me había enamorado.

―No puedes volver a presentarte aquí de esa manera. Si quieres verme,
tienes que avisar primero.

―¿Y desde cuándo hacemos eso?

―Desde ahora. ―Me contempló fijamente con una mirada dura.

―Pues a mí no me hace falta; te puedes pasar por mi casa cuando te dé la puta gana, Calle. No tengo nada que esconder.

―Ni yo, pero no vuelvas a invadir mi espacio.

La última vez que habíamos hablado, se había mostrado igual de fría… pero
no tan dura. Algo había sucedido desde la última vez que la había visto. Algo la había empujado a alejarme así. Y creía saber exactamente quién era aquel algo.

Las Jefas- (Adaptación Cache) Terminada.Où les histoires vivent. Découvrez maintenant