Todos los lugares que mantuvi...

By InmaaRv

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«Me aprendí el nombre completo de Maeve, su canción favorita y todas las cosas que la hacían reír mucho antes... More

Prólogo
1 | Todo lo que yo sí he olvidado
2 | Luka y Connor
3 | La vida es una oportunidad
4 | Viejos amigos
5 | La casa de Amelia
6 | La lista
7 | Revontulet
8 | Avanto
10 | De mal a peor
11 | El concierto
12 | Lo que de verdad importa
13 | El país de los mil lagos
14 | El viaje
15 | La primera cita
16 | Al día siguiente
17 | La fiesta
18 | Adorarte
19 | Confesiones
20 | La lista de Connor
21 | Fecha de caducidad
22 | La boda
23 | Algo que se sintiera como esto
24 | Pesadilla
25 | El regreso
26 | Mamá
27 | Ellos
Las listas de Maeve y Connor
EN PAPEL
PUBLICACIÓN EN LATINOAMÉRICA

9 | Familia

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By InmaaRv

9 | Familia

Maeve

Cuando reviso el móvil el domingo por la mañana, caigo en la cuenta que llevo seis días sin tener noticias de Mike. No me había percatado antes del efecto que sus mensajes estaban teniendo en mí; eran como tener un peso muerto en el estómago, un recordatorio diario de todo lo que había dejado atrás. Todavía no he conseguido dejar de pensar en lo que me dijo la última vez que hablamos, en lo brutalmente honesto que se mostró conmigo, pero al menos no tenerlo escribiéndome constantemente hace que me sienta más... ligera. Por eso, cuando salgo de mi habitación, estoy de muy buen humor.

El efecto se me pasa en cuanto pongo un pie en la cocina y veo que todo el mundo está esperándome allí.

—Buenos días —me saluda Connor con su característica sonrisa. He notado que le salen hoyuelos siempre que sonríe de verdad—. Hoy tenemos plan familiar.

Eso me deja un poco cortada. Abro la boca para decirles que no me importa esperar en mi cuarto hasta que vuelvan, pero Niko levanta la mano de golpe y exclama:

—¡Me pido estar en el equipo de Maeve!

Supongo que eso significa que, sea lo que sea lo que vayan a hacer, yo estoy incluida.

—Connor nos ha convencido a todos para ir a jugar al Pontball —me explica Hanna mientras yo cruzo la cocina para buscar algo que desayunar.

—Al Paintball, mamá —la corrige Sienna.

—Como sea. ¿Café? —me ofrece, y yo tengo que contener una mueca de disgusto. Una de las cosas que más me sorprendió durante los primeros días que pasé aquí fue la cantidad inhumana de café que bebe toda la familia en general. Eso fue antes de descubrir que el «café» de Finlandia no es café de verdad, claro. No sabe a nada, está aguado y no tiene apenas cafeína. Solo de pensar en beberme una taza de ese mejunje extraño me entran ganas de vomitar.

No voy a decirle eso a Hanna, por lo que me limito a forzar una sonrisa.

—Creo que prefiero zumo.

—Adelante. Sírvete. —Hace un gesto hacia el frigorífico—. Estás en tu casa.

La realidad es que no, no lo estoy, y por eso valoro tanto que diga cosas así. Mientras saco el zumo de la nevera, noto la mirada de Connor sobre mí. Me pone nerviosa, pero lo disimulo lo mejor que puedo. Cojo un vaso del armario y frunzo el ceño al ver que mis galletas no están en la repisa en la que las había dejado.

—Están buenas —comenta él, deslizando lo que queda del paquete por la encimera. Se ha comido más de la mitad, pero al menos me ha dejado algunas para desayunar.

Me sirvo el zumo, guardo el brick en el frigorífico y me apoyo en la encimera a su lado.

—... sigo sin estar de acuerdo con esto —está diciendo Sienna cuando vuelvo a prestar atención a la conversación—. No es justo que vayáis a jugar al Paintball justo cuando yo tengo que quedarme mirando en lugar de poder patearos a todos el trasero.

—Tranquila, cariño. Yo jugaré por ti —le contesta quien imagino que será su prometido, Albert. Es un chico joven, de unos treinta años, con gafas metálicas y el pelo de un tono de rubio un poco más oscuro que el de Sienna.

Ella resopla con amargura.

—Tú no eres tan bueno como yo.

—Eres un arma mortal para el ego de cualquier hombre.

Connor se echa a reír. De manera inconsciente, se mueve un poco hacia mí, y de pronto estamos tan cerca que nuestros brazos se tocan. No soy muy fan del contacto físico. De hecho, lo evito siempre que puedo porque me hace sentir incómoda. Pero hay algo reconfortante en notar la presencia de Connor a mi lado, en ese calor tan intenso que emite su cuerpo. No me molesta que él invada mi espacio personal. Así que no me aparto.

—No te preocupes, Sienna, yo les patearé el trasero —interviene Niko, hinchando el pecho con orgullo.

—Cielo, eres demasiado pequeño para jugar —le recuerda Hanna con delicadeza.

—¡Claro que no! ¡Ya tengo seis años! —La mirada de Niko vuelva inmediatamente hacia mí—. ¡Haz algo, Maeve! ¡No quieren que esté en tu equipo!

Necesito un momento para decidir si prefiero romperle el corazón a Niko o llevarle la contraria a Hanna. Los dos me dan igual de miedo, pero al menos Hanna no se echará a llorar.

—Ya tiene seis años —lo defiendo.

Al oírme, su madre suelta una risita.

—Te quedarás fuera con Sienna. La ayudarás a llevar la cuenta de quién gana en cada ronda —le dice a su hijo, que se cruza de brazos indignado—. Es una tarea muy importante. No se la encomendaría a cualquiera.

—Patrañas —se queja el crío.

Hanna arruga la frente.

—¿Dónde has aprendido esa palabra?

—Me la ha enseñado Connor.

—Connor —le recrimina.

Él levanta las manos con inocencia.

—Perdón, perdón.

—No me dejan estar en tu equipo, Maeve —lloriquea Niko viniendo hacia mí. Hoy lleva una sudadera azul con el dibujo de un elefante en la parte delantera—. Lo siento mucho.

—No pasa nada —intento consolarlo—. Te prometo que ganaremos.

Parece ser que mi técnica funciona, ya que esboza una sonrisa de oreja a oreja.

—Por eso eres mi mejor amiga. —Y entonces pone sus delicados bracitos a mi alrededor.

No sé cómo reaccionar a esta muestra de cariño tan espontánea. Niko sigue abrazándome, así que me obligo a sonreír y le doy unos suaves toquecitos en la cabeza.

—No es un perro —se burla Connor.

—Cállate.

Él no deja de sonreír.

John se levanta de la mesa dando una palmada.

—Muy bien. A los coches. No pienso correr en la carretera solo porque hayamos salido tarde. Sienna, Albert, Niko y Hanna, conmigo. Luka, conduces tú. He puesto un asiento extra en el coche. Connor y Maeve, ¿os importa ir en la camioneta? —añade hacia nosotros. Connor asiente mientras se termina de un trago su taza del mejunje asqueroso (el «café»).

Yo también me doy prisa en terminar de desayunar y limpiar lo que he ensuciado.

—¿Lista para morder el polvo? —se mofa Luka al pasar por mi lado. Su padre le lanza las llaves del coche y él las coge al vuelo.

—Ni siquiera sabes si vamos a estar en el mismo equipo.

—Hemos cerrado los equipos antes de que bajaras. Connor y yo vamos juntos. Contra todos vosotros.

Eso sí que me toma por sorpresa. Arqueo las cejas y alterno la mirada entre los dos.

—¿Y eso por qué?

Connor me sonríe.

—Es la única forma de que tengáis alguna posibilidad de ganar.

Qué ganas tengo de borrar esas estúpidas sonrisas de sus caras.

—Voy a tomarme esto como algo personal —les advierto.

—Buena suerte —se burla Luka mientras sale de la cocina—. Creo que la vas a necesitar.

—Maeve, ¿puedes venir un momento? —me llama Hanna—. Tengo algo para ti.

—Ve. Te espero fuera —me anima Connor, así que yo asiento con la cabeza.

—Está bien.

Siguiendo las órdenes de John, toda la familia se ha puesto en marcha. Veo a Sienna forcejeando con Niko para intentar ponerle su anorak mientras sigo a Hanna hasta el salón.

—He estado buscándolos todo el fin de semana. Tu madre se llevó la mayoría cuando os mudasteis, pero me dejó algunos. Connor me preguntó si todavía los tenía. Imagino que querías verlos. —Hanna camina hacia la mesita de café, en donde ha colocado una gran caja de cartón.

Se me seca la boca.

—¿Son...?

—Álbumes de fotos. De tu madre. Siempre iba con la cámara a todas partes. —Sonríe al recordarlo. Me acerco a la caja con lentitud y trago saliva al verlos. Debe de haber al menos unos seis álbumes, todos encuadernados en cuero desgastado. Me recuerdan a las enciclopedias antiguas—. Y eso me lleva a la otra cosa que quería darte. —Mete la mano en la caja y saca otra también de cartón, pero mucho más pequeña—. Compré esto para Amelia poco después de que os fuerais. Tenía pensado enviárselo por su cumpleaños, pero... —Su sonrisa flaquea; mamá murió unos días antes de cumplir los treintaidós—. Supongo que le habría gustado que lo tuvieras tú.

Sé lo que hay en la caja incluso antes de abrirla.

Aun así, noto una presión molesta en la garganta cuando lo hago y veo la funda de una cámara Canon. Retrocedo de manera instintiva.

—No puedo aceptar esto.

—Estaba cogiendo polvo en el trastero. Estoy segura de que, hagas lo que hagas con ella, le darás un mejor uso. —Me anima a cogerla con un gesto—. Vamos, pruébala. Está nueva, pero han pasado muchos años. No sé si seguirá funcionando. O si tendrá batería.

Aunque lo más educado sería volver a negarme, no puedo resistir la tentación. Saco la cámara de la funda y noto cierto alivio al sentir ese peso familiar de nuevo en mis manos. Hanna está en lo cierto; tiene un poco de polvo, pero, por lo demás, está completamente nueva. Sonrío cuando la enciendo y veo que tiene la batería cargada. Y además el cable está dentro de la funda. Perfecto.

—Gracias, Hanna —digo con sinceridad.

Ella me devuelve la sonrisa.

Así que yo subo la cámara.

—Oh, no. —Retrocede entre risas—. No la pruebes conmigo. Soy terrible para las fotos.

—Claro que no. —Hago algunos ajustes para que la cámara se adapte a la luz—. He visto vuestras fotos de recién casados, las que tenéis en el pasillo. Son preciosas.

—Era veinticinco años más joven.

—Tonterías.

Debe de saber que no voy a rendirme, ya que acaba sonriendo al objetivo. Frunzo el ceño. El plano es bonito y Hanna está guapísima, pero hay algo que no me cuadra. Su sonrisa. Es muy forzada.

—¿Sabías que Connor y Luka se han aliado contra nosotros?

Eso la hace reír.

Justo en ese momento, saco la foto.

Perfecto.

—Esos dos juntos son un peligro.

—Sales preciosa. Mira. —Me acerco para enseñarle la pantalla de la cámara. Hanna la mira sorprendida, como si no esperara verse tan bien—. ¿Te gusta?

—¿Qué filtro le has puesto a ese chisme?

—Ninguno. Eres tú al natural. Es bonita, ¿verdad?

—Te pareces a tu madre en muchas cosas, ¿sabes? Ella también se las arreglaba para sacarme bien en todas las fotos. —Sonrío al escuchar eso. Me gusta que me compare con mamá. Me hace sentir más cerca de ella—. Más te vale ir con esa cámara a todas partes de ahora en adelante. Siempre viene bien un subidón de autoestima.

Suelto una risita. Niko entra en el salón cargado con su anorak, su gorro y, para desgracia de la moqueta, también sus botas.

—Papá dice que, si no venís ya, vamos a irnos sin vosotros. Yo le he dicho que no podemos irnos sin Maeve o nuestro equipo perderá. —Como si acabara de darse cuenta de lo que acaba de soltar, mira automáticamente a Hanna—. Perdón, mamá.

Ella suspira, divertida, y me dice que va a llevar la caja con los álbumes arriba antes de venir. Yo le doy las gracias y después voy Niko hasta la entrada, donde me calzo las botas y cojo mi abrigo y mi gorro antes de salir.

—¿Quieres que te saque una foto?

Sus ojos se iluminan.

—¿Puedes sacarme con cara de pez?

Mete las mejillas hacia dentro y yo me rio mientras le hago la foto desde arriba.

—¡Y ahora mientras juego a ser un pterodáctilo! —exclama, y echa a correr escalera abajo estirando los brazos hacia atrás.

Intento sacar algunas, pero tengo que ajustar la velocidad de obturación para que no salgan borrosas y me cuesta volver a cogerle el tranquillo. No aprendí mucho sobre fotografía durante los meses que estudié en Portland. En realidad, casi todo lo que sé es gracias a los tutoriales que hace años me aficioné a ver en internet. Niko todavía sigue correteando cuando por fin consigo una foto que me gusta. Me cuelgo la cámara al cuello y bajo la escalera del porche mientras me pongo el gorro y el anorak.

Connor me espera apoyado en la camioneta. Mientras tanto, John se ha propuesto —sin éxito— intentar atrapar a Niko para meterlo en el coche.

—Supongo que ahora podrás cumplir el punto número seis —dice al verme llegar. Yo sonrío, porque recuerdo lo que escribí.

6. Llenar un álbum con fotografías de Finlandia.

—Gracias por pedirle a tu madre que buscara los álbumes. —Estoy deseando volver a mi habitación para verlos tranquilamente a solas.

—No hay de qué. —Curva los labios en una media sonrisa. De manera automática, yo levanto la cámara. Eso hace que él niegue con la cabeza—. Paso. Las fotos no me van.

—Tu madre me ha dicho exactamente lo mismo.

—Ella es tonta, porque no tiene razones para pensar eso. Pero yo sí. Nunca salgo bien en ninguna.

—La que tienes de perfil es bastante... decente.

Enarca una ceja.

—Veo que alguien me ha estado acosando.

—Me escribiste y no tenía agendado tu número. Tuve que verla para saber quién eras. Y, como te he dicho, en esa no sales nada mal. —Disfrazo la realidad porque decirle que me parece un tío de lo más atractivo es demasiado. Al ver que sigo empeñada en hacérsela, Connor suspira y alarga la mano para taparme el objetivo y obligarme a bajar la cámara.

—Maeve —se queja.

—Déjame probar. Solo una vez.

—No.

—Connor.

—No.

—Te pillaré desprevenido.

—Pondré caras extrañas.

—No seas capullo.

—Voy a empezar a ponerme celoso. A mí todavía no has intentado sacarme una foto —comenta Luka detrás de mí.

No le doy tiempo a prepararse. Me giro, enfoco y pulso el click. Tal y como esperaba, Luka tiene tanta presencia que llena él solo toda la fotografía. Aparece recostado en la camioneta, de brazos cruzados; en una posición que también suele adoptar su hermano. En contraste con su piel clara, su pelo rubio blanquecino y el paisaje nevado del fondo, sus ojos parecen aún más azules. La fotografía en sí podría ser la definición de «frialdad». Pero eso no quita que sea alucinante.

—¿Nunca has pensado en ser modelo? —le pregunto mientras hago zoom a la imagen para verla mejor. Voy a enseñársela a Connor, pero cuando me giro descubro que él ya se ha metido en la camioneta.

—¿Intentas subirme el ego? —se burla Luka.

—No, hablo en serio. Se te da bien. Eres muy fotogénico. —Retrocedo en el carretere para borrar las fotos que han salido borrosas. Me prometo que editaré las mejores más tarde—. Pero seguro que tú ya lo sabías, ¿verdad?

En efecto, cuando lo miro, me encuentro con su sonrisa.

—Si en algún momento necesitas que me ofrezca voluntario para una sesión de fotos privada, solo tienes que pedírmelo.

—¿Siempre eres tan arrogante?

—No me dirás que no tengo razones.

—Siento decepcionarte, Luka, pero no eres mi tipo.

—Sí, ya lo sé. —Eso sí que me toma por sorpresa. Luka se aparta de la camioneta para ir hacia el coche—. Pero, para que conste, lo de la sesión de fotos iba en serio. Supongo que, si quieres dedicarte a esto, necesitarás un... portfolio o algo así. Puedes contar conmigo. No estaba tirándote la caña. —De nuevo esa sonrisa seductora—. Esta vez.

No puedo evitar reírme. Sé que es probable que muchas de sus insinuaciones vayan en serio, pero la verdad es que a mí solo me hacen gracia. Luka será un imbécil de manual, pero sé gestionarlo. Todavía sigo sonriendo cuando me subo con Connor a la camioneta.

—¿Lista? —pregunta sin mirarme. Me da la sensación de que se siente algo incómodo, quizá debido a que sigo teniendo la cámara en las manos.

—Ajá. ¿Está muy lejos?

—En la ciudad, a unos veinte minutos.

—Genial.

Me distraigo fotografiando las ramas del árbol más cercano, que están a punto de ceder bajo el peso de la nieve, hasta que Connor enciende el motor y por fin empezamos a movernos. Bajo la cámara, feliz con el resultado. Estoy segura de que Connor no tardará en sacar conversación, pero transcurren varios minutos y él sigue en silencio, pendiente de la carretera. Acabo de darme cuenta de que esta es la primera vez desde que nos conocemos que estamos completamente a solas, sin riesgo de que nadie nos interrumpa. Pensarlo hace que un cosquilleo inquieto se me instale en el estómago.

No me resisto a mirarlo de reojo. Hay algo dolorosamente atractivo en verlo conducir. Mantiene una postura relajada, aunque tiene los hombros un poco tensos mientras sujeta el volante con una mano. Debe notar que lo observo, porque se revuelve el pelo, inquieto. Me obligo a apartar la vista y, como el silencio me está matando, subo el volumen de la radio.

—¿No se coge ninguna cadena por aquí? —Frunzo el ceño y presiono el botoncito para cambiar de frecuencia una y otra vez.

—Me temo que no. —Noto cierto aire burlón en su voz—. Por si todavía no te había quedado claro, estamos, más o menos, en el culo del mundo.

Me dejo caer en el asiento con un suspiro.

—Eso explica por qué Luka me puso el disco de su banda —expreso con amargura. Cada vez que lo pienso me entran escalofríos.

Connor sonríe al notar mi expresión de disgusto.

—Veo que la experiencia te encantó.

—No me lo recuerdes.

Se echa a reír.

—Cuidado, Maeve. Es mi hermano.

—Me obligó a escuchar sus canciones durante todo el trayecto hacia mi casa.

—Probablemente estaba intentando ligar contigo.

—¿Tú crees?

—Sí. Suele hacerlo. Utilizar lo de la banda, quiero decir.

—Vaya. —Me encojo en el asiento; no lo había pensado—. Pues no funcionó.

Connor vuelve a reírse.

—Le diré que para la próxima intente hacerlo mejor —replica divertido.

—En realidad, supongo que sus canciones no están tan mal. Que su música no me guste a mí no significa que sean... malos. —No tengo muy claro si su discografía encajaría en un género musical en concreto, pero supongo que, si fuera así, sería algo parecido al heavy metal. Y no es en absoluto lo que yo suelo escuchar—. Me invitó a ir a su próximo concierto, ¿sabes?

Connor fija su atención en mí.

—¿Y vas a ir?

—Depende. ¿Vendrías conmigo?

Enarca las cejas.

—¿Quieres que yo vaya contigo?

—Sí. Quiero decir, ¿por qué no? Uno de los puntos de mi lista consiste en ir a ver un concierto de música en directo. Puede que no estuviera pensando precisamente en Luka cuando lo escribí, pero servirá. —Aprieto los labios, dudando entre si continuar o no—. Además, me dijo que tú no solías ir a ninguno.

Los hombros de Connor se tensan con ligereza. Sabía que esto sería un tema sensible. Hay algo... raro en la relación que mantienen estos dos. Y todavía no he conseguido descifrar qué es.

—Antes iba muy a menudo —admite—. Cuando empezaron con la banda y todo eso. Pero dejé de hacerlo.

—¿Por qué?

—No lo sé. Simplemente dejé de ir y ya está. Si te soy sincero, no me van mucho esos ambientes.

—¿A qué «ambientes» te refieres? ¿A los que incluyen fiestas, música, chicas y alcohol? Porque me parecen exactamente el tipo de ambientes que van contigo. —De hecho, puedo imaginarme a Connor llegando a cualquier fiesta y convirtiéndose automáticamente en el centro de atención. Es de esas personas que le caen bien a todo el mundo. Seguro que debe de tener muchos amigos.

Y, a juzgar por lo que dijo Niko, también mucho éxito con las chicas.

Pensarlo me disgusta más de lo que debería.

Sin embargo, al oírme él niega con la cabeza.

—Que pienses eso demuestra que, en realidad, no me conoces en absoluto.

—No te hagas el santo conmigo.

—Créeme, Maeve, no tengo ninguna intención de ser un santo contigo.

Me da un vuelco el corazón. Connor debe notarlo, ya que una sonrisa burlona comienza a formarse en sus labios mientras me mira de reojo. Me obligo a llevar la vista al frente y tratar de actuar como si nada. Joder.

—¿Cuál es tu ambiente, entonces? —Me obligo a retomar la conversación porque será peor si nos quedamos en silencio. Connor me sigue observando, así que me armo de fuerzas y enfrento su mirada—. Si dices que no son la música, el alcohol y las fiestas, ¿cuál es?

—Tú primero —repone él. Siento una oleada de alivio inmensa al ver que pone de su parte—. ¿Solías salir mucho de fiesta en Florida? No me has contado mucho sobre tu vida allí.

—Más o menos. —Me relajo en el asiento. Me sorprende lo fácil que me resulta responder; no me gusta hablar sobre todo lo que he dejado atrás, pero, por alguna razón, no me importa contárselo a Connor—. Mike y yo íbamos mucho al club de campo con nuestros amigos. Era una especie de... sitio súper elitista para gente con dinero. Los requisitos de admisión son bastante estrictos y los miembros pagan una buena suma de dinero para pertenecer a él. Nunca entendí por qué alguien querría malgastar su fortuna de esa manera. El sitio es bonito, pero a mí nunca me gustó.

Sinceramente, no creo que fuera por el lugar en sí, sino por todo ese... ambiente que no terminaba de casar conmigo. A diferencia de los hijos de la mayoría de las familias del club, yo no nací nadando en la abundancia. Mi padre empezó con su empresa desde cero. Quizá por eso nunca le he prestado tanta atención a las apariencias. Nunca he mirado a nadie por encima del hombro. Esas cosas no iban conmigo, y odiaba a Mike cada vez que él las hacía.

Recuerdo una ocasión en particular, cuando me contó que Héctor, uno de sus mejores amigos, iba a dejar de pertenecer al club de campo. Al parecer, habían tenido problemas con la empresa familiar y sus padres estaban endeudados. Llevaban meses recortando el presupuesto para lo básico (comida, agua, luz, vivienda...) solo para poder seguir pagando la membresía. Yo le dije que me parecía inverosímil que alguien se arriesgara a pasar hambre solo para pertenecer a un dichoso club. Mike solo me contestó que probablemente ya no íbamos a verlo tanto.

—¿Y tus amigas?

—¿Qué? —Acordarme de esa época ha hecho que desconecte de la conversación. Me vuelvo a mirar a Connor, confundida.

—Has dicho que ibas a ese club con los amigos de Mike, ¿no? ¿Y tus amigas? ¿Cuándo quedabas con ellas?

—Ah. —Me aliso los pantalones, inquieta—. Bueno, eran las novias de los amigos de Mike, así que casi siempre estábamos juntas. La verdad es que nunca las consideré mis amigas de verdad. Sabía que aprovechaban cualquier oportunidad para criticarme, porque era lo que hacían cada vez que una de nosotras no estaba. Si te soy sincera, creo que no he sabido lo que era tener a una amiga de verdad hasta que conocí a Leah. Fue mi compañera de piso en Portland.

—Supongo que por eso te largaste de allí —contesta Connor—. De Florida.

—Fue una de las razones. No soportaba seguir dentro de esa vorágine de hipocresía. Mike siempre me decía que no estaba tan mal. Que estaba exagerando. Y que, aunque no fueran mis amigas de verdad, tampoco las necesitaba. No si lo tenía a él.

Connor arruga la frente con preocupación.

—Maeve...

—Sí. Sé cómo suena. —Me recoloco en el asiento, incómoda. No sé cómo pude tardar tanto en darme cuenta de dónde me estaba metiendo.

—¿Cuánto tiempo estuvisteis juntos? Mike y tú.

—Unos siete años.

—Eso es mucho tiempo.

—Lo sé.

—¿Ha sido el único novio que has tenido?

—Sí. El único.

Vacila.

—¿Puedo hacerte otra pregunta?

—En realidad, creo que ahora me toca preguntar a mí.

Connor sabe leerme muy bien. Y, en momentos como este, lo agradezco. Al notar lo tensa que estoy, deja caer los hombros y asiente.

—Está bien. Dispara.

Me tomo un momento para pensar.

—No sé mucho sobre... tu vida en general —termino diciendo. No sé cómo expresarlo sin parecer una entrometida.

—¿A qué te refieres?

—A que no me has hablado sobre tus amigos, sobre chicas, novias, o lo que sea que tengas.

Una sonrisa tironea de sus comisuras.

—Entiendo. —Hace una pausa para mirarme de reojo que me pone aún más nerviosa—. ¿Qué te gustaría saber?

Muy bien. Ya no hay vuelta atrás.

—¿Tienes novia?

—No.

—¿Así lo que dijo Niko era verdad?

—¿El qué, exactamente?

—Lo de todas las chicas que ve que llevas en tu coche.

—Probablemente no es lo que te imaginas.

—Pero nunca has tenido novia.

—No. Nunca.

Lo sabía.

—Entonces, ¿qué es lo que te va? ¿Eres más de rollos sin compromiso?

—Creo que has superado el máximo de preguntas.

—Que no quieras contestar ya es una respuesta.

—Yo creo que no.

Nos miramos el uno al otro. Lo que veo en sus ojos me revoluciona por dentro. Me aclaro la garganta y digo:

—Muy bien. Te toca.

—¿Qué viste en él?

—¿Qué?

—En Mike.

—Su padre y el mío eran socios de negocios —empiezo a recitar esa historia que ya he contado cientos de veces—. Nos conocimos en el instituto y en cuestión de unas semanas empezamos a...

—No me refiero a eso, Maeve. —Connor sigue teniendo sus ojos fijos en los míos—. No me ha hecho falta saber mucho de Mike para tener claro que es un gilipollas. Teniendo eso en cuenta, no te voy a negar que siento cierta curiosidad por saber qué diablos hizo que, de entre todas tus opciones, lo eligieras a él.

—¿Qué te hace pensar que había más opciones?

—Estoy seguro de que las había. ¿Y bien? ¿Por qué él?

Porque me vio.

Porque le gusté.

Porque creo que me daba miedo no gustarle a nadie más.

—Era... diferente —contesto tras pensarlo un momento, aunque no tengo muy claro qué significa eso—. Ya sabes, del resto.

—¿En qué sentido?

—No sé. Supongo que era... simpático y tal.

Mike no fue el novio perfecto, pero, sin lugar a dudad, yo tampoco. Después de todo lo que hemos vivido juntos, es horrible que no se me ocurra nada más que decir. Connor hace todo lo posible por reprimir la sonrisa.

—¿Has estado siete años saliendo con ese imbécil solo porque de primeras te pareció simpático?

—Me gustan los chicos simpáticos —argumento.

—Entiendo —contesta él—. Son tu tipo.

—Se podría decir que sí.

—Así que yo soy tu tipo también.

—No.

Connor enarca una ceja.

Parece tan ofendido que ahora soy yo la que tiene que hacer esfuerzos por no sonreír.

—¿No te parezco simpático?

—En absoluto.

—Como decía, eres muy mala mentirosa. —Vuelve la vista al frente con aire burlón—. Soy bastante más simpático que Mike. Y, para que conste, seguro que también tengo mucha más dignidad.

Comienzo a reírme. No lo puedo evitar.

—Él sí me dejaba hacerle fotos.

Connor se ríe también.

—Claro. Eso lo explica todo.

No sé por qué nos ha entrado la risa floja de repente, pero tomarme el tema con humor hace que, de alguna forma, pese menos. Que lo relativice más. Todavía sigo sonriendo cuando por fin se nos pasa y Connor empieza a preguntarme acerca de mis gustos musicales. Al parecer, aunque no se coja ninguna cadena de radio por aquí, podemos conectar un móvil con bluetooth a la camioneta. Me deja el suyo, pongo una playlist en automático y siento cierta satisfacción al comprobar que reconozco varias de las canciones.

Incluida Toxic, de Britney Spears.

Un rato después, dejamos atrás el bosque y los claros cubiertos de nieve y nos adentramos en la ciudad. Cuando le pregunto a Connor si en Finlandia deja de nevar alguna vez, se ríe y me cuenta que el año pasado la nieve aguantó hasta junio. Este año ha caído mucha menos, así que cree que para la semana que viene podremos empezar a ver el color del suelo. Y me apetece. No puedo negar que verlo todo cubierto de blanco tiene su encanto, pero estoy deseando que llegue el buen tiempo. Y que salga el sol de una dichosa vez.

Aparcamos frente a un edificio de madera que precede a un recinto enorme rodeado por muros. Cuando Connor y yo bajamos de la camioneta, vemos que Luka ha aparcado el coche no muy lejos y el resto de la familia está saliendo también. Llegamos muy puntuales. Al menos, eso es lo que al parecer nos dice el instructor cuando entramos y empieza a explicarnos las normas.

—Poneos los trajes de protección y no os quitéis las máscaras en ningún momento durante la partida. Las armas deben apuntar hacia abajo hasta que entremos en el recinto —me traduce Connor en un susurro. Está sentado a mi lado, atándose las botas. Lanza miradas rápidas al instructor mientras este nos explica las normas en finés—. No se permite la participación de menores de catorce años —añade cuando el instructor se dirige a Niko, que se había puesto en la fila para coger un arma como los demás.

El niño hace un mohín.

—Yo tengo treintaiteseis —dice en inglés.

No necesito que Connor me traduzca la respuesta del instructor para saber que la broma no le ha hecho mucha gracia.

Cuando salimos al campo, me horrorizo al ver que no está techado. Mis botas se hunden en la nieve y, aunque no me considero una persona precisamente ágil, no tardo en lamentarme: entre esto y la poca movilidad que deja el traje, voy a ser más bien un lastre para el equipo en lugar de ese «arma secreta» que todos esperan.

—¿Preparados para morder el polvo? —se regodea Luka mientras su hermano y él caminan hacia su lado del recinto.

Albert nos pide a todos los demás que hagamos un corro para discutir la estrategia de nuestro equipo.

—Muy bien —dice—. ¿Cuál es el plan?

Con mucha actitud, John contesta:

—Dispararles.

—Yo me encargo de defender —se ofrece Hanna, y entonces frunce el ceño—. Hay algo que defender, ¿verdad?

Albert y yo intercambiamos una mirada rápida.

—Dime que tienes buena puntería —me suplica.

—Ni siquiera puedo moverme con este traje.

—Genial. Vamos a perder. Pero al menos se lo pondremos difícil —declara con decisión—. Maeve, conmigo. En cuanto a vosotros, Hanna, John, solo intentad no obstaculizar...

—Cuidado, muchacho —le advierte el hombre.

—... ¿He dicho obstaculizar? Quería decir que utilizarais vuestras magnificas habilidades para cargaros a vuestros hijos. No tengáis piedad. —Se aclara la garganta, un poco tenso, y por fin se yergue—. ¿Preparados?

Suena el pitido y nos ponemos en marcha.

Perdemos la primera partida.

Ni siquiera me da tiempo a seguir a Albert a su escondite antes de que Luka aparezca de la nada, me grite algo en finés que me hace chillar del susto y me llene la espalda de pintura.

En la segunda, le propongo a Albert que vayamos por separado. Me encuentro con Hanna agazapada detrás de una piedra y, cuando voy a pedirle que salga, los mellizos nos tienden una emboscada. Al volver al punto de encuentro, vemos que el resto de nuestro equipo ha sido derribado también. Así que volvemos a perder.

—¡Tramposos! —los insulta Sienna desde su rincón de espectadora, mientras se mueve nerviosamente de un lado a otro, como si no soportara la idea de tener que quedarse al margen.

En la tercera ronda, John consigue darle a Luka, pero Connor nos aborda en medio de la celebración y acaba derribándonos a los cuatro.

Cuando perdemos la cuarta y tengo que volver a ver las sonrisas de satisfacción de los mellizos, estoy convencida de que los detesto.

En la quinta, me planteo seriamente obligarlos a volver a meterse en el lago helado y dejar que se ahoguen.

En la sexta, mientras Albert y yo jadeamos, cubiertos de pintura, Connor se acerca a nosotros, fresco como una lechuga, y nos dice:

—Quizá deberíamos rotar los equipos.

Luka me dedica otra sonrisa fanfarrona.

—¿Qué dices, Maeve? ¿Te unes al equipo ganador?

—Maeve va conmigo —anuncia Connor.

—Bien. Albert, tú conmigo. ¿Mamá y papá?

—Se han sentado fuera con Sienna y Niko. Dicen que pasan de jugar.

Luka asiente.

—Así que somos solo nosotros.

—Solo nosotros —confirmo yo.

—Intentaré no ser muy duro contigo —se burla como despedida. Después codea a Albert, que me dirige una mirada de disculpa, y juntos se encaminan hacia su lado del campo.

Mientras tanto, yo sigo tosiendo, ya que el aire helado me está congelando los pulmones. Es curioso que, pese al frio, esté muerta de calor. Hemos corrido tanto que ahora estoy sudando. Lo único que me apetece es quitarme capas de ropa. Y este dichoso traje. Cuando nos lo han repartido, me han ofrecido dos tallas: una que me quedaba muy justa de las caderas y otra que me iba grande de la cintura. He elegido la primera, pensando que con esa estaría más cómoda. Gran error.

—¿Estás cansada? —me pregunta Connor.

Me incorporo negando con la cabeza.

—No lo suficiente.

—Bien. —Se agacha para refugiarse tras una roca y me indica que haga lo mismo—. El truco del paintball está en no dejar de moverse. Iremos de un lado a otro. En silencio. Será una partida sencilla. Luka está convencido de que va a ganar.

—¿Y eso es bueno?

—Sí, porque se confiará y no le importará hacer ruido. Eso nos dará ventaja. —El pitido que da inicio a la partida resuena por el recinto—. Vamos, por aquí.

Corremos silenciosamente entre los árboles. Al cabo de unos minutos, vuelvo a estar llena de adrenalina, y es porque, por primera vez desde que empezamos a jugar, sospecho que tenemos una posibilidad de ganar. Esquivamos las manchas de pintura que hay en el suelo para no dejar un rastro muy vistoso —suficiente tenemos con las huellas en la nieve— y llegamos al semimuro de hormigón junto al que me han derribado en la primera ronda.

Connor se pega en la pared y me detiene poniéndome un brazo en la cintura cuando ve que estoy a punto de pasar.

Mi corazón da un brinco.

—Albert —susurra él, señalando hacia fuera. Me trago los nervios y, cuando por fin deja de tocarme, me asomo. Albert está vigilando en medio del claro. La única razón por la que no me ha visto hace un momento es porque está de espaldas a nosotros.

Mierda, he estado a punto de liarla pero bien.

—¿Qué hacemos? —le pregunto a Connor.

Él se lleva un dedo a los labios para pedirme que guarde silencio. Después coge una piedrecilla del suelo y la lanza con fuerza. Impacta contra un árbol que está a varios metros de nosotros. Eso hace que Albert se gire a toda velocidad.

—¿Quién anda ahí?

—Serás capullo —susurro. No veo la cara de Connor por la máscara, pero apostaría lo que fuera a que está sonriendo.

—¿Connor? ¿Maeve? —grita Albert—. ¡Salid ahora mismo!

—¿Atacamos por la retaguardia? —propongo.

Connor niega.

—Esperamos a que llame a Luka.

—No va a llamar a...

—¡Luka! —chilla Albert—. ¡Están aquí!

Oh, Albert.

Seguro que ha sido él quien ha llevado a mi equipo a la ruina.

Tal y como Connor predijo, Luka no se molesta en ser sigiloso. Oímos perfectamente cómo corre hacia el claro. Me tenso de forma instintiva. Connor me hace un gesto para indicarme que espere a su señal y, justo cuando creo que de verdad vamos a trabajar en equipo y a atacar juntos, se levanta y se adentra en el claro sin mí.

Hijo de su grandísima...

¿Así que piensa dejarme al margen de esto?

Voy a levantarme, pero justo en ese momento se oyen varios disparos. Vuelvo a agacharme de inmediato. Y luego me lo recrimino. Mierda, Maeve. Tengo que dejar de ser una cobarde. Esos tiros duelen una barbaridad, pero no puedo rendirme sin luchar.

En cuanto salgo, veo que Albert ha caído.

Connor está de pie en medio del claro. Ha soltado el arma. Se me cae el alma a los pies al ver que tiene una mancha de pintura en el brazo. Mierda, le han dado.

—¿Pensabas que eras más listo que yo? —se jacta Luka mientras, de manera silenciosa, yo rodeo el muro para ir por el otro lado.

Justo cuando me posiciono y apunto, Connor me ve y sonríe.

—¿Quién dice que es de mí de quien tienes que preocuparte?

Le disparo a Luka por la espalda.

Doy justo en el blanco.

Luego bajo el arma y me levanto la máscara, sin terminar de procesar lo que acaba de ocurrir.

—¿Hemos ganado?

—Yo estoy muerto —replica Connor, que pone las manos en alto con una sonrisa—. Así que técnicamente has ganado tú.

La emoción no me cabe en el pecho.

—¿He ganado?

—¡Ha ganado Maeve! —les grita Albert a los demás.

De pronto, veo venir a Niko como un torbellino.

—¡¡Mejor... amigo... al... rescate!! —proclama con todas sus fuerzas.

Después salta sobre Connor para hacerle un placaje.

Debe de pillarle desprevenido, ya que este pierde el equilibrio y —gracias al cielo, ya sin la máscara— los dos hermanos caen al suelo. Connor se pone a toser mientras Niko se sienta en su regazo para asegurarse de que no se pueda levantar.

—Yo estaba en su equipo —se queja Connor.

Pero Niko no tiene piedad.

—¡Muerte al mentiroso! —exclama. Estalla en carcajadas cuando Connor le planta las manos en el estómago y comienza a hacerle cosquillas.

Mientras Hanna, Sienna y John se acercan a nosotros, yo me vuelvo hacia Luka. Él se quita la máscara, la deja caer al suelo y me dice:

—Algún día te la devolveré.

—No sé, Luka —repongo yo con aire divertido—. Quizá la próxima vez tengas que plantearte unirte al equipo ganador.

Todavía nos quedan unas cincuenta bolas con las que podríamos seguir jugando, pero estamos demasiado cansados, así que decidimos abandonar el recinto y pasamos a los vestuarios. Mientras nos cambiamos, Hanna me cuenta entre risas cómo ha sido su perspectiva de nuestra jugada maestra. Estoy de pintura hasta las cejas, seguro que van a salirme varios moratones y, aunque estoy muy cansada, es una sensación agradable. Esa ola de calor reconfortante se expande por mi pecho cuando Hanna y yo salimos del vestuario y nos encontramos a toda la familia riéndose junta.

Dejé la cámara en los vestuarios durante el juego, y esta escena me parece tan bonita que no podría alegrarme más de tenerla ahora conmigo.

—¿Foto familiar? —les sugiero mientras la enciendo.

A todos les encanta la idea. Se colocan justo delante de un cartel enorme con el nombre del local. Está en finés, pero imagino que pondrá algo relacionado con el paintball.

—Tú vas detrás —le suelta Niko a Luka mientras se organizan—. Por perdedor.

—He ganado cinco de seis partidas.

—Pero ¿quién ha ganado la última?

Luka resopla.

—Maeve.

—Pues eso. Los perdedores van atrás.

Me entra la risa.

Encuadro, alejo un poco el zoom, hago algunos ajustes y, justo cuando estoy a punto de sacar la fotografía, alguien me toca el brazo.

Se trata de uno de los trabajadores, que señala la cámara mientras me dice algo en finés.

—Dice que él puede hacernos la foto —me traduce Sienna.

—Sí, Claro, Maeve —añade Hanna—. Vamos, corre. Ponte con nosotros.

Abro la boca para replicar, pero todo el mundo me mira expectante, así que me trago todas las emociones, le doy unas instrucciones al chico que espero que haya entendido y corro a ponerme junto a John y Sienna.

El hombre dice algo en finés, que imagino que significa «¡Sonreíd!», y eso es justo lo que hacemos.

Es seguramente mi sonrisa más sincera que estoy aquí.

—Mamá, ¿puede ser Maeve mi niñera a partir de ahora? —le pregunta Niko a Hanna mientras salimos del establecimiento—. Así podría llevarme a las clases de inglés. Podemos ir juntos en autobús.

—Niko, cariño, no creo que Maeve quiera...

—A mí no me importa llevarlo —me apresuro a intervenir—. A clases de inglés, al parque, o donde sea. Contad conmigo para todo. De verdad.

Hanna me dedica una sonrisa agradecida. Después, toda la familia se monta en el coche y yo voy con Connor hasta la camioneta.

—Me complace informarte —me dice mientras entramos— de que acabamos de cumplir el primer punto de mi lista.

Aunque ya me lo esperaba, eso me arranca una sonrisa.

—¿Jugar al paintball estaba en tu lista?

—Sí. Entre otras cosas mucho peores.

—Supongo que no vas a contarme cuáles.

—¿Cómo mantendría el misterio, entonces? —se mofa, encendiendo el motor. Nos incorporamos a la carretera, justo detrás de Luka—. ¿Te lo has pasado bien?

—Muy bien. Aunque tengo pintura en todas partes.

Él se echa a reír.

—Era difícil no verte en la nieve. Parecías el libro de Plástica de un niño de seis años.

—Oh, cállate.

Pero Connor sigue riéndose, así que aprovecho la oportunidad: cojo la cámara y, antes de que se dé cuenta, le saco una foto. Cuando me alejo para verla, siento un cosquilleo en el estómago. Sale de perfil, con el pelo revuelto y cara de cansado, pero su sonrisa ilumina toda la pantalla. No sé cómo ha sido capaz de decirme que todo esto de las fotos no se le daba bien.

—Ha quedado bonita —le digo al ver que él me mira de reojo—. No pienso disculparme. Quería tener más recuerdos de hoy.

Luego me centro de nuevo en la cámara. Al cabo de un rato, mientras yo reviso todas las fotos que he hecho hoy, Connor pone música. Sonrío. Ojalá hubiera podido llevarme la cámara al recinto. Habrían salido unas fotografías preciosas. Sigo pasando por el carrete hasta que llego a la que nos hemos hecho todos juntos antes, en el local. Se ve a leguas que todos están emparentados. Incluso Albert tiene un color de pelo parecido al de Sienna. Cualquiera que viera la foto se daría cuenta de que yo soy la de fuera. La extranjera. La intrusa.

Pero sonrío tanto o más que los demás.

Y parece que encajo tan... bien.

Paso a la siguiente imagen, prometiéndome que guardaré esta en ese recoveco inhóspito de mi pecho, en el que tengo dos o tres recuerdos guardados bajo llave, donde mantengo a salvo y bien escondidas todas las cosas que alguna vez me han importado. Da igual cuándo me vaya de aquí. No importa nada de lo que pase después. No quiero olvidarme de esta fotografía jamás. Ni tampoco de todo lo que he vivido hoy.

Ha sido el día en familia más bonito que he tenido nunca.

Y eso es muy triste.

Porque, durante un momento, creo que he olvidado que en realidad no estaba con la mía.




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