El Carnicero del Zodiaco (EN...

Galing kay Jota-King

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Primera entrega. Una seguidilla de asesinatos perturban a la ciudad de "El Calvario". Las víctimas son mutila... Higit pa

Notas del autor.
Prefacio.
El enfermo de los Marmolejo Tapia
Cuerpo sin alma.
El despertar de una bestia.
La decisión de Dante.
El Toro de Creta.
Símbolo.
Protocolo.
Bajo sospecha.
Perla Azul.
En la penumbra.
Fuego cruzado.
Frustración.
Los gemelos Mamani.
Hojas secas.
Negras ovejas.
Eslabón perdido.
Piedras en el camino.
Cruce de miradas.
Horas de incertidumbre.
Hasta siempre amigo.
El carnicero del zodiaco.
Recogiendo trozos del pasado.
Huellas al descubierto.
Condena del pasado.
En lo profundo del bosque.
Una delgada línea.
El cangrejo se tiñe de rojo.
Epístola.

Oscuro amanecer.

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Galing kay Jota-King

Eran las 05:40 de la madrugada y Joel Espinoza ya se encontraba tomando una taza de café en su domicilio. Pronto tomaría rumbo a la estación de policía para iniciar una nueva jornada laboral. Había acordado reunirse temprano en su oficina con el sargento Meza para planificar el día, no sin antes repasar los antecedentes del nuevo caso que debían resolver. A diferencia de los casos anteriores, aquí las evidencias eran abundantes, por lo que su prioridad era poner todo en orden y comenzar a atar los cabos sueltos.

De camino a la jefatura, y mientras se encontraba detenido en un semáforo, su celular le advertía la entrada de un nuevo mensaje. Por segundos hizo caso omiso al sonido, sin embargo no podía darse el lujo de desatenderlo, puesto que esperaba diferentes noticias durante el día, por lo que no era de esperar que su celular comenzase a sonar a temprana hora.

Fiel a su horario, a las 07:35 el teniente se encontraba en su oficina acompañado nuevamente por una taza de café, hundido en su asiento mientras observaba con desazón aquel mensaje de texto que había ingresado a su celular hacía minutos atrás. No era la mejor manera de comenzar una jornada laboral, y menos con los eventos acontecidos el día anterior. Y en aquel momento de soledad, y empujado por aquel mensaje, estaba a punto de romper una tradición.

En sus años de carrera como teniente, y dado el estatus que este título le otorgaba, jamás tomaba un expediente antes de las 08:00 de la mañana. Sin embargo, ahora sentía esa necesidad, pues no le bastaba con repasar mentalmente aquella información guardada en dichos expedientes, teniendo esa necesidad imperiosa de tomarlos y comenzar a armar el rompecabezas de una vez por todas.

Y como cada día, también fiel a su horario, a las 07:40 aparecía el sargento Meza, quien para no ser menos, también se hacía de una taza de café, aunque de forma diferente. Cabizbajo y con mirada apagada tomaba asiento, mirando en silencio a su superior, quien no despegaba la vista de la pantalla de su celular, pues aquel mensaje por desgracia también le había llegado. No era una broma de mal gusto ni una alucinación, era una realidad traicionera que cual estocada, los dejaba con una herida profunda.

No obstante, aquellos veinte minutos eran los únicos en que los hombres se mantenían silentes, dedicados exclusivamente a degustar aquella taza de infusión, la que por lo demás, era la única que podían tomar en completa tranquilidad antes de comenzar de lleno con la jornada laboral. Todos dentro de la jefatura conocían aquella rutina entre ambos, veinte minutos en que nadie podía irrumpir en la oficina del teniente, de no ser que se tratase de un caso extremo.

Sin embargo, aquel café tenía un sabor diferente, y sin importar la cantidad de azúcar en el interior de la taza, aquel sabor no cambiaba en lo absoluto, aquel sabor amargo les llegaba hasta el alma. Los planes para aquel día habían cambiado dramáticamente, y en completo silencio aguardaban en aquella fría oficina, esperando que todo no fuese más que una maldita pesadilla.

Por desgracia no era así, era una realidad palpable y desdichada, una estocada traicionera que no se la esperaban pese al escenario adverso. Quizás por ello el día se veía tan sombrío al amanecer, aunque se vivían días otoñales, siempre afloraba algo de luz del alba entre las nubes, pero parecía que el giro del destino perpetuaba oscuridad. Si tan solo aquel mensaje no fuese real.

Aquella fría mañana del veinticuatro de Mayo, la noticia de lo ocurrido durante el crepúsculo no tardó en propagarse, y con solo ver sus rostros se apreciaba el pesar en los agentes policiales dentro de la jefatura. Muchos aún desconocían lo ocurrido, y a medida que el boca a boca se encargaba de ponerlos al tanto, esa extraña sensación, mezcla de rabia y tristeza, se hacía presente en cada uno de ellos.

Las banderas que ayudadas por la brisa con orgullo y propiedad flameaban cada día en la punta de los mástiles, se encontraban detenidas a media asta, pues no había brisa alguna que las moviera de su sitio actual, como si el viento quisiera de algún modo mostrar también sus respetos por el nuevo mártir.

Pese a los esfuerzos de los médicos por impedirlo, el joven cabo Emilio Rojas había emprendido un nuevo viaje, uno sin retorno, entregándose en aquel sueño profundo llamado muerte. Su cuerpo no pudo resistir las múltiples fracturas y heridas internas causadas por el accidente, pese a que los médicos lo intervinieron oportunamente al llegar al hospital.

Aunque la operación, que duró cuatro horas, fue catalogada de exitosa por los médicos, de igual manera su pronóstico era reservado, pues aún permanecía en estado crítico, por lo que las siguientes horas serían cruciales para su sobrevivencia. Sufriría un paro cardíaco del cual los médicos lucharon hasta el cansancio para reanimarlo.

Y pese a los esfuerzos por conseguir estabilizarlo, un segundo paro cardíaco se hizo presente minutos más tarde, lo que terminó por arrebatarle la vida a las 05:54 de la madrugada, sin que los médicos pudieran hacer nada para apartarlo de las garras de la muerte, quien reclamó la vida del joven agente que apenas tenía veinticuatro años.

Al dar las 08:00 de la mañana, el teniente abría una de las cajoneras de su escritorio y extraía una pequeña llave, se reincorporaba de su silla y se dirigía hacia el mueble donde estaba la cafetera, el que contaba con un par de puertas en su parte inferior. Puertas que llevaba tiempo sin abrir, pues tras ellas guardaba una charola con seis pequeños vasos y una botella de whisky. El sargento se levantaba en el acto, ya que sabía lo que ocurriría.

Con tranquilidad tomaba la charola y la depositaba sobre el mueble antes de tomar la botella y abrirla. El contenido en su interior ya iba a la mitad, y a la mente del joven sargento venía el recuerdo de la última vez que aquella botella había visto la luz, hacía dos años atrás, mientras observaba al teniente tomar un par de vasos y verter en su interior el licor.

Por aquel entonces estaban tras los pasos de un peligroso mafioso de nombre Homero Vega, quien llevaba años dedicado al tráfico de personas. Por cerca de dos años estuvieron investigando su red de tráfico, logrando salvar las vidas de innumerables personas. Hombres, mujeres y niños eran víctimas, siendo explotados de diferentes maneras. Los más jóvenes, sin importar el sexo, eran vendidos en el mercado negro para ser esclavizados.

Hombres y mujeres eran explotados en la elaboración de diferentes alucinógenos en la red de laboratorios clandestinos con la cual contaba su organización, y en gran medida a la vez, eran vendidos para la extracción de sus órganos y la prostitución. El día en que por fin lograron desbaratar sus operaciones y darle captura en su lujosa mansión a las afueras de la ciudad, no solo el teniente Espinoza y el sargento Meza fueron parte de la operación, sino también el teniente Sixto Pérez, entre otros nombres.

Por desgracia tuvieron que sufrir importantes bajas. Dada la magnitud del operativo que se llevó a cabo, fueron muchos los agentes policiales que tomaron por asalto el lugar, y en el fuego cruzado entre la policía y los criminales que resguardaban la seguridad del peligroso mafioso, tres agentes perdieron la vida. Uno de ellos era un joven que apenas hacía dos semanas había subido de grado, el cabo Tomás Pérez.

Tras llenar ambos vasos y tapar la botella, con un dejo de rabia y tristeza los tomaba entre sus manos, extendiéndole uno al sargento mientras un hondo y largo suspiro dejaba escapar. Ambos observaban en silencio el contenido, empuñando cada cual la mano que tenía libre.

—En memoria de Emilio. —Expresaba el teniente, alzando el vaso.

—En memoria de Emilio. —Replicaba el sargento.

Ambos bebían de golpe el contenido, dejando boca abajo los vasos sobre la charola y bajando la mirada por unos segundos en señal de respeto por el compañero caído. Su equipo de trabajo se veía mermado no solo con la muerte del cabo Rojas, sino también con la ausencia del cabo González, quien estaría fuera de actividad inicialmente por un tiempo de dos meses, dependiendo de la evolución que presentase.

Volvían a ser solo el teniente Espinoza y el sargento Meza, quienes no tardarían en sentir sobre sus hombros el peso que conllevaría la ausencia de sus compañeros en el caso que tenían entre manos. Pero por el momento era lo menos importante, ya que eventualmente lograrían dar con la identidad del desconocido asesino y lo llevarían ante la justicia. Era un compromiso que tomaban al brindar por la memoria del cabo Rojas.

—Por el momento hay que recuperar el expediente que portaban los agentes antes del accidente, debemos tener en nuestras manos esa documentación para adjuntarla al caso de los Mamani.

—De acuerdo teniente, me encargaré de inmediato de ese trámite.

—Y vuelva pronto, tenemos mucho que hacer, —mientras hablaba, dejaba nuevamente en el encierro aquella charola con la botella de whisky, y los vasos restantes— es hora de comenzar a cotejar este caso con el de Sebastián Creta y el de los Marmolejo Tapia. Las nuevas pistas nos ayudarán para tomar ese rumbo perdido que tenemos por ahora.

—¿Quiere decir que el asesino se conecta con el asesinato de los Marmolejo Tapia? —Aquella información tomaba por sorpresa al sargento.

—Así es mi amigo, todo indica que estamos en presencia del mismo asesino. Solo espero los resultados de laboratorio para corroborar esa tesis. Nuestro hombre cometió dos errores al darles muerte a los jóvenes Mamani.

—¿Se refiere a la pieza dental encontrada en la escena de la pileta? —Aquella pieza dental podía darles una grata sorpresa, de corresponder al asesino.

—Efectivamente, además de la mordedura que presenta el cuerpo del joven Mamani, indudablemente eso nos dará un resultado positivo. —Lentamente volvía a su asiento, acomodándose y tomando una de las carpetas— Es imposible que la propia víctima cometiera la estupidez de morderse de semejante manera.

—¿Nos revelará la identidad del asesino? —Consultaba con algo de sorpresa, pues las posibilidades eran altas— ¿Eso es lo que quiere decir?

—Es lo que espero. —El teniente dejaba sobre el escritorio la carpeta, dirigiéndose a la cafetera por otra taza de café antes de comenzar a trabajar en los expedientes de los tres casos en cuestión— Recupere la documentación primero, cuando vuelva pondremos las cartas sobre la mesa.

—De acuerdo mi teniente, voy enseguida.

—Debemos actualizar nuestro pizarrón lo antes posible. Y de paso avise que nos traigan otra bolsa de café y más azúcar.

—No tiene para qué decirlo, ya lo había notado.

Minutos más tarde el sargento estaba de vuelta con la documentación que necesitaban. Mientras realizaba dicho trámite, en su camino se encontraba con la joven Amelia, quien le comunicaba que durante la tarde tendría en sus manos los resultados de los exámenes de ADN, y que se los llevaría personalmente al teniente.

Con esa nueva información, sería cuestión de horas para saber si dichos exámenes cumplirían su cometido: revelar la identidad del desconocido asesino. Por el momento debían trabajar con lo que tenían, mientras esperaban la confirmación de la hora y lugar donde serían velados los restos del joven cabo. Indudablemente se presentarían para dar las respectivas condolencias a la familia.

—Hay otro problema que debemos resolver mi amigo.

—¿De qué se trata teniente?

—Me temo que deberé ausentarme unos días.

—¿Sucede algo malo? —Aquello le extrañaba, el teniente no era de esos que se ausentara así como así, sin duda era por algo importante.

—Al contrario, —le aseguraba— es por el caso de los Marmolejo Tapia. Visitaré al exteniente Almeida mi amigo.

—¿No era él quien llevaba ese caso antes que usted?

—Así es. Espero que mi ausencia no sea una sobrecarga para ti.

—Considerando por lo que estamos pasando, —campaneaba con la cabeza— solo espero que valga la pena mi teniente.

—Almeida es el único que tiene en su poder el archivo completo de ese caso, y cabe la posibilidad que en esos documentos encontremos una pieza clave respecto a esa investigación.

—Siendo ese el caso, —titubeaba— haré lo mejor posible.

—Pues deberá hacerlo. Con el cabo González fuera de actividad, y la muerte del cabo Rojas, volveremos a ser solo usted y yo mi amigo.

—Ya estoy acostumbrado a eso. —Guardaba silencio unos minutos— ¿No ha pensado en reclutar a alguien más?

—De momento no. Pero de ser necesario, no tendré alternativa. Y para su tranquilidad, ya tengo a alguien en mente. —Le revelaba en el acto— La carga de trabajo que se nos viene será grande, y no tengo duda que seguiremos encontrando más víctimas.

—Nos ha dado mucha tarea este asesino, por lo que un par de manos extra, —suspiraba volteando la mirada hacia las sillas que comúnmente usaban sus compañeros— nos serían de gran ayuda.

—Es más que un asesino, es un maldito carnicero. Pero tarde o temprano daremos con él.

—Espero que eso ocurra antes de encontrar una nueva víctima señor.

—De nosotros depende mi amigo. Y tenemos poco menos de un mes para averiguarlo, —le aseguraba— el patrón hasta el momento se repite.

—Las muertes bordean un mes de diferencia.

—Excepto ese eslabón perdido de los Marmolejo Tapia. Son dos años de diferencia mi amigo, y todo me hace pensar que aquellas muertes fueron el principio. Pero sin ese expediente en mis manos, solo puedo especular sobre los hechos.

—Si hubiésemos dado con los hijos del matrimonio, —pensaba en voz alta el sargento— quizás las cosas serían distintas, y no habríamos llegado a ese callejón sin salida en ese caso.

—Hay que insistir con el departamento de personas desaparecidas.

El celular del teniente sonaba en ese instante. La llamada era de parte del capitán Sanhueza, quien le avisaba que pronto saldría con una comitiva hacia la casa del cabo Rojas para esperar la llegada del nuevo mártir de la institución. Desde que había asumido la capitanía dentro de la jefatura, era la primera vez que se veía enfrentado a sufrir la pérdida de uno de sus oficiales, y su nerviosismo y desazón se notaban en su tono de voz.

Sabía que estaría en el ojo de muchos, especialmente de aquellos que desaprobaban la responsabilidad que sobre sus hombros pesaba al asumir dicho cargo, pues su desempeño, hasta ahora, no era de los mejores. Por ello el capitán se apoyaba tanto en hombres de experiencia como el teniente Espinoza, quien no tenía pelos en la lengua a la hora de señalarle sus faltas, pero a la vez, destacar las fortalezas del capitán, aunque le costaba encontrarlas.

Y en este momento de duelo, necesitaba imperiosamente aquellas palabras de aliento por parte de uno de los hombres con más experiencia. Aunque no solo recurría al teniente Espinoza en busca de consejo, pues otro a quien solía recurrir era Sixto Pérez. Ambos hombres eran piezas fundamentales dentro de la jefatura que con orgullo encabezaba, y pese a la manera tan particular en que cada uno lo guiaba en su labor, aprendía mucho de ellos.

—No tendremos mucho tiempo para avanzar hoy, —expresaba tras colgar la llamada— era el capitán, ya le dieron la hora y lugar donde será el velorio. Pronto partirá con una comitiva.

—¿Iremos con ellos?

—Lo mejor es dejarle esa parte a nuestro querido capitán. —Su respuesta sonaba un tanto burlesca, o quizás solo eran alucinaciones por parte del sargento.

—¿Después de almuerzo entonces?

—Creo que sería lo más conveniente. Debo confesarle que no soy muy adepto a este tipo de cosas, y aunque en este trabajo siempre nos vemos cara a cara con la muerte, no es lo mismo cuando debemos despedir a uno de los nuestros.

—Llevábamos mucho tiempo sin perder a un compañero, por lo menos en esta jefatura.

—Así es mi amigo, debemos sentirnos afortunados de tener la oportunidad de llegar cada noche a nuestra casa, de tener cada día la oportunidad de poner tras las rejas a quienes incumplen con la ley. Somos afortunados de seguir vivos pese a los riesgos que corremos cada día. —Reflexionaba el teniente.

Ambos permanecían silentes por largos minutos, concentrados en poner en el pizarrón los nuevos antecedentes del asesinato de los gemelos Mamani. Poco a poco iba tomando forma, aunque faltaban piezas fundamentales que esperaban les dieran un indicio más claro. Los resultados de ADN no solo de la mordedura en el brazo del joven Mamani, sino también las pericias a la pieza dental encontrada en la escena.

Eso sin contar con lo encontrado dentro de las bolas de papel periódico donde el asesino había guardado los globos oculares de las víctimas en ambos casos. Y fue en ese instante que algo se le vino a la mente, algo que en su minuto le había escuchado mencionar al retirado teniente Almeida, algo concerniente precisamente a la manera en que habían encontrado los cuerpos de los Marmolejo Tapia.

Pero debía estar seguro si lo que recordaba era efectivamente así como lo veía en su mente, y para ello necesitaba no solo el expediente original de dicho caso, también las evidencias físicas obtenidas cuando los agentes ingresaron por primera vez a la granja donde fueron ultimados. Por desgracia, aquel incendio se encargó de destruir dichas evidencias, así como muchas otras.

—Leticia Garza. —Interrumpía el silencio con aquel nombre el teniente.

—¿Perdón?

—No se haga el sordo sargento, me escuchó perfectamente. —Refunfuñaba.

—Tiene buen desempeño por lo que sé, además de tener a muchos tras de ella con sus atributos físicos, —mencionaba el sargento— esa mujer es una belleza.

El teniente lo observaba con mirada penetrante tras aquel comentario, el que consideraba de muy mal gusto.

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