La Dueña | Megumi Fushiguro

Від wijujo

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Ni las fuerzas de un matrimonio millonario podrán con el amor de Megumi Fernández, un pobre hombre enamorado... Більше

Sinopsis + Aclaraciones
Playlist + Personajes
01 - "¿Quién llegó?"
02 - "¿Quién es usted?"
03 - "Apestas"
04 - "¿Un accidente!"
05 - "Disculpas"
06 - "Vinetum"
07 - "Familia Alvarán"
08 - "De acuerdo al plan"
09 - "Contraste"
10 - "Celoso"
11 - "Un güerito pistudo"
12 - "Un nuevo amigo"
"Fushiguro como Fernández" | MLD
13 - "La gente rumora"
14 - "Bajo hechizo"
15 - "Un ramo de flores"
16 - "Inmortal"
"Se aparece en San Antonio" | E.1
17 - "Una fiesta y un corazón roto"
18 - "Como de telenovela"
19 - "Necio"
"Así lo grabamos" | MLD
20 - "Una vez"
21 - "Chisme en la cocina"
22 - "Un reclamo y un establo"
23 - "Consecuencias"
24 - "Por el bien del dinero"
25 - "Ella en la ventana"
26 - "Bailando con el corazón"
27 - "Nuestras vidas se separan más"
28 - "Él sin mi y yo sin él"
"Tierra pa' los dos" | E.2
29 - "Siempre seré yo su dueña"
30 - "Mal tercio"
31 - "Corazón equivocado"
32 - "Vuelve a mi"
33 - "En otra vida"
34 - "Si me amas..."
Epílogo
Notas de autor
La carta de (Tn) Infante

35 - "El final de una historia"

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Від wijujo

[ "Junté lo más hermoso que viví yo contigo" ]

El viento susurra un secreto, las aguas rumorean el mismo y las estrellas lo confirman en el frío cielo de la noche. Cantan sobre el misterio de los dioses escondidos en las montañas, los que esconden un lugar especial al cual los mortales no pueden acceder.

Entre las montañas, existe un lugar con los más hermosos imperios, construidos por los recuerdos de los mortales que se mantienen intactos.

Las estrellas susurran que solo en esas montañas se puede lograr la efectiva restauración del pasado y si las plegarias son suficientes, los misterios permitirán el retorno hacia esos dorados recuerdos.

¿Cómo poder llegar a esas montañas? Jurar por el polvo de estrellas que nos construye que podríamos correr y escalar esas montañas con tal de recuperar y volver.

¿Pero qué pasa si nos perdemos a nosotros mismos en la inagotable búsqueda y ambición de reconstruir el pasado? ¿Qué tanto de nosotros podemos dar para volver?

[...]

—"Es realmente... Un gusto". No. "Significa mucho para mi estar hoy, aquí, para hablar de este proyecto..." Sí, proyecto. "Cuyo cuál lleva mucho de mí; mi esfuerzo, y mi corazón. Todo esto para mantener un recuerdo, vivo y fulgurante".

Las luces de un camerino alumbraban de una manera cegadora un tocador donde se encontraba un rostro conocido, un tanto cansado y nervioso, repasando unas sencillas líneas que, en escena, quizás no sería igual de sencillas.

Hasta que dos toques en la puerta se escucharon.

—Señora Infante, dos minutos para salir.

Rellenar los pulmones profundamente fue necesario para no desfallecer. —Dos minutos. De acuerdo Rudy, gracias.

(Tn) Infante miró su reflejo una vez más e intentó sonreír de labios con tranquilidad. Bueno, su sonrisa en el espejo había cambiado un poco... De hecho, su reflejo completo había cambiado en los últimos años.

[...]

Los aplausos de la audiencia en las gradillas del set daban la bienvenida a Abel, el presentador estrella, las cámaras apuntaban a él y las luces también lo hacían.

En escena, dos sillones encontrados y un libro como protagonista.

Las palabras de bienvenida de Abel siempre las mismas, palabras calurosas para sus invitados. Esta noche era especial, a su set había llegado una mujer con una historia y algo que contar al mundo.

A (Tn) siempre le gustó hablar, escuchar a la gente y entablar una conversación grata. Le gustaba hablar, surgían las palabras de una manera tan natural que escucharla era tan cautivante.

Pero esta vez, había cierto nudo de palabras y recuerdos atorados en medio de su garganta, mente y corazón.

—(Tn) Infante. —comenzó a hablar Abel, mirando en dirección a su invitada. —Tu reciente novela "1992" ha sido un éxito a pesar de ser tu debut como escritora, se ha traducido a varios idiomas y ha estado en boca de internautas y críticos de literatura. ¿Qué nos dices de eso? ¿Cómo te sientes?

El pecho se le volvió a llenar de aire, formando una amplia sonrisa y echando un rápido vistazo a alguien en el público que la miraba con ojos orgullosos.

—Muchas gracias por tus calurosas palabras Abel. —comenzó a hablar fijando su vista en el suelo y luego en él. —Sí, ha sido gratificante recibir esta respuesta por parte de los lectores... Y estar aquí, esta noche, para hablar de este proyecto significa mucho para mí.

A medida que la afable voz de (Tn) se escuchaba, más en sintonía se sentía con las palabras en su mente y lo que quería que saliera de su boca.

—Es fabuloso. —el público aplaudió. —Estuvimos charlando un poco acerca de tu obra, y nos contabas que fue un trabajo de años. Es decir, te tomó más de un año escribirlo.

(Tn) asintió. —Sí, lo fue. Fueron al rededor de diez años en los que estuve escribiendo y recolectando todo lo que no tenía para construir este... Libro.

Aquellos que conocían la historia comenzaban a sentirse curiosos por lo que había detrás de aquella romántica historia y los que no sabía de ella, comenzaban a sentirse atraídos por esas letras.

—Tengo entendido que es un libro autobiográfico...

—En cierta parte, lo es. —afirmó (Tn). —Es mi historia, una parte de mi vida que quería hacer eterna.

El público comenzaba a entender.

—Ni siquiera cambié nombres, no fue un problema. —añadió (Tn).

—¿Por ello lo titulaste "1992"? —regresó Abel con una pregunta más.

—Correcto. El libro es lo que yo viví en el verano de 1992, hace treinta años... Y lo que quería que traspasara los años, las décadas. No quería que esa historia se quedara solo en mi corazón, debía compartirla.

—Entonces, todo es real. —afirmó dudoso Abel, con un brillo en los ojos al saber que todo el romance de esa novela era una parte de (Tn) Infante.

Un silencio fue la respuesta inmediata de (Tn). Un silencio corto, pero que para ella significó una marea de recuerdos y sentimientos que había enterrado. Los labios le temblaron antes de responder.

—Absolutamente todo... —sus ojos regresaron al libro en el centro de la mesa. —Todo excepto los últimos dos capítulos. Nunca me puse ese vestido o caminé hacia el altar, por lo tanto, M-Megumi interrumpiendo la ceremonia y luego huyendo juntos, no fue... Real.

Tanto Abel como el público estaban confundidos y desconcertados. ¿El final no era real?

—Y de hecho nunca pudo haber sucedido de esa manera. —agregó (Tn).

—¿No?

—No. —respondió con ese inconfundible dolor en el pecho con el cual ha vivido todos estos años. —Porque la noche anterior a mi matrimonio, Megumi Fernández moría a unos metros de su hogar por una puñalada en el estómago... El viernes 24 de julio de hace treinta años.

Y los recuerdos que no estaban escritos regresaron a (Tn) como un infinito video que aún se mantenía vivido en su mente, cuyo cuál se repetía con las mismas emociones del momento.

[...]

Ese viernes de julio en el cual Megumi le entregó su última carta a (Tn), fue cuando la impertinencia le arrebató la vida a un pobre hombre enamorado de una mujer imposible.

Él y sus amigos habían estado bebiendo hasta tarde. La oscuridad estaba ya bien entrada. Era de noche cuando Megumi Fernández dijo adiós.

—Váyanse con cuidado por favor. —pidió Toto despidiendo a sus amigos en el comedor de su tía.

—Sí mi Totrix. —respondió Junpei apoyando a Megumi para mantenerse de pie. —Nos miramos mañana.

—Disculpen que no los puedo acompañar, le prometí a mi tía ayudarle a limpiar el comedor.

—No te preocupes Toto, el Chuy y yo vamos bien.

La tristeza y el alcohol había debilitado a Megumi. Estaba consciente de sus palabras y pasos, pero se sentía débil y muy mareado.

Una vez que se despidieron, Chuy y Megumi comenzaron a caminar de regreso a Apilolli entre pasos lentos y tontos. Con nada más que la luna alumbrando su camino en medio de los siniestros campos pintados en oscuridad a sus alrededores.

Megumi balbuceaba una serie de oraciones y líneas de canciones que no se terminaban de entender.

—"Adiós mi carita de ángel, me voy pero jamás volveré... No voy a olvidarme de aquea rosa que yo te robé". —Megumi balbuceó una línea de Bronco.

Chuy estalló en risas confusas. —¿Qué cantas Megumi?

—Esta de Bronco. —imitó la tonada con sus labios. —¿Cómo sehama? ¿"Voy a despedirme"?

—Ah sí, ya sé cual dices tú. —sonrió apenado. —Namá' que le cambiaste la letra.

—Pero el sentimiento es el mismo Chuy.

Junpei estaba por dirigirse a la casa de Megumi, pero él se detuvo, cambiando de dirección.

—¿Qué haces? Primero te voy a ir a dejar a la casa grande. —dijo Megumi. —Ya después me regreso yo a mi casa.

—No Megumi, mira como andas. Mejor te acompaño yo.

—Que no Junpei. —insistió sin dejar de caminar. —Tú estás chiquito y no quiero que tu mamá se preocupe porque andas solo.

Eso lo hizo sonreír. Quizás nunca lo diría en voz alta, pero Junpei veía en Megumi un hermano mayor, alguien en quien confiaba y a quien amaba como un hermano de sangre.

—Bueno, gracias por acompañarme.

Y así fue, Megumi dejó a Junpei en la puerta trasera de la cocina, deseándole un buen sueño. Y antes de irse, su cuerpo ebrio se detuvo una última vez en el jardín, volteando hacia aquel balcón.

Desde el jardín, se veía que las luces estaban encendidas, pero no había ni un solo sonido. Estuvo allí, parado en silencio, observando una ventana desde fuera durante varios minutos, hasta que las luces se apagaron.

Luces apagadas, corazón encendido, vida apagada y amor encendido.

A pasos lentos se dirigió a su casa, pensando en las cosas que había escrito para (Tn) en esa su última carta. Se sentía tan cobarde por no escapar como ella quiso, pero más grande que su cobardía, era el amor que por ella sentía. Quizá podría hacer algo más valiente que escapar.

Antes la sola idea, su corazón se llenó de luz, un fuego de esperanza que lo impulsaba a buscar a (Tn) en el último momento.

Pero de pronto y sin aviso, dos hombres detuvieron sus pasos a tan solo unos cuantos metros de su hogar.

—¿Megumi Fernández?

Sus cejas se arrugaron. Estaba tan hundido en la embriaguez de pensamientos que su actuar fue lento.

—Sí.

Dos letras y una confirmación bastaron para que el afilado dolor de una navaja se insertara con profundidad en su estómago.

Un jadeo de dolor y conmoción fue inmediato. Mientras que aquellos dos extraños que se habían hecho de un mortal puñal, desaparecieron entre la oscuridad y la culpa.

La hemorragia producida se expandió escandalosamente, manchando toda su camisa y piel. El dolor abdominal era tan insoportable y punzante que las piernas de Megumi se debilitaban y el caminar se tornaba imposible. El cuerpo entero le temblaba de dolor, náuseas, sudor y frío.

Respirar era difícil y mantenerse de pie lo era aún más. Confundiendo el dolor de la puñalada con el dolor de caer en el suelo del campo, Megumi jadeó una vez más de dolor.

Ni siquiera podía mantener los ojos abiertos por un poco más, su mano presionaba la herida que mataba a un costado de su abdomen. La sangre empapaba y se escurría. Megumi solo quería que esto terminara.

«¿Qué es este dolor en mi estómago? Este líquido... ¿qué es? Me duele todo, cada parte de mi cuerpo arde. Solo quiero descansar un poco.»

En el suelo, sus apagados ojos oceánicos solo podían observar y admirar una infinita manta azul oscuro, donde parpadeos brillantes lo veían desde la inmensa lejanía.

«Que bonito el cielo nocturno. Las estrellas, se ven tan hermosas y brillantes desde aquí... Casi tan hermosas como los ojos de mi (Tn).»

Ellas no lo sabían, pero entre sus luminosos parpadeos, él podía verla. Podía verla sonreír, esa sonrisa que lo hacía temblar, que tanto amaba y que tanto se quería llevar.

«¿Dónde estás (Tn)? Quisiera que me tocaras ahora mismo, sentir tu calidez... Pero me siento tan débil que solo quiero cerrar mis ojos.»

A medida que la sangre corría, la vida se escapaba y moría con ella entre la noche de ese viernes.

—Podemos escaparnos.—susurró con las últimas fuerzas de su garganta. —Vámonos de aquí (Tn)... Vámonos por siempre, amor de mi vida.

Allá arriba con las estrellas, donde las tristezas no existen y la tierra es eternamente joven y gloriosa. Donde los imperios construidos de amor nunca caen.

Si entonces, ya no habría un lugar en el que podría estar con ella, ¿por qué quedarse? Si entonces, en este vida ya no podría amar a (Tn), ¿por qué seguir? ¿Por qué quedarse en un mundo donde lo único que hacía latir su corazón se lo había arrebatado?

Él lo había entendido, todo el mundo no tenía sentido si no podía estar con ella.

Esa noche, ese oscuro cerrar; Megumi Fernández abandonaba lo que está prestado. Le decía adiós a su cuerpo, a su mundo y a su vida... Pero concretamente, le decía adiós a quien hizo su corazón latir todos los últimos días de su corta vida.

No habrá duda de que Megumi amaría a (Tn), aún después de su último aliento. Ahora él se convertía en una estrella más entre la noche, una estrella que coronaba los cielos y aguardaba por su amada en la tierra.

[...]

—Si... —comenzó a hablar. —Hay algo cierto en los últimos capítulos, es que él me salvó de la manera que yo más lo necesitaba. Pero se fue para siempre.

Al admitir la verdad y recordar lo que no estaba escrito en su libro, (Tn) mantuvo un silencio mientras su triste mirada aparentaba estar en el suelo, pero estaba más allá, en lo que su mente repetía con dolor.

El ambiente en el set de Abel se había convertido en un solemne silencio, una audiencia que escuchaba con atención y varias cámaras que atrapaban todo lo que estaba a los ojos.

—Quiero imaginar que se encontró al, o a los culpables de la muerte de Megumi Fernández. —comentó Abel en un tono más serio y suave.

De quién fue la culpa.

—Se supo quien fue el responsable. —asintió con la cabeza. —Y por proximidad, durante muchos años, sentí que era mi culpa.

[...]

La mañana del sábado 25 de julio de 1992, se sentía tan apurada y esperada. Era el día en el que Alvarán e Infante se unirían en matrimonio después de meses de espera.

La familia Alvarán se reunía en la mesa a primera hora del día para desayunar y comenzar con los preparativos del día.

Como siempre, el silencio y el choque de los cubiertos de plata contra la porcelana eran los invitados acostumbrados. A los oídos de Victoria había llegado una noticia que la mantenía preocupada.

—Si es cierto que un trabajador de Apilolli falleció cerca de la propiedad de los Infante, será mejor que nadie lo sepa... Eso podría incomodar a los invitados.

—Hm. —se limitó a emitir don Eduardo.

Adrián frunció las cejas. —¿Un trabajador de Apilolli murió?

Asintió sirviéndose té. —Las muchachas del aseo dicen que era muy conocido en el pueblo, la verdad es que nunca había escuchado su nombre antes.

—¿No sabes el apellido del trabajador? —la duda se mantenía en Adrián.

Victoria permaneció un momento quieta y callada, haciendo memoria. —Era... Fernández, apellido Fernández.

Ante la posibilidad, la expresión de Adrián cambió, a una ligeramente asustada y aún curiosa. Oportunamente, Juana, una de las señoras que trabajaba para ellos y sabía de la última noticia, se acercó a la mesa.

—Juana, ¿usted sabe algo del trabajador de Apilolli que murió esta mañana?

Ella volteó apenada por la pregunta, se veía tristeza en sus ojos, y después de un momento asintió con la cabeza.

—Era el caballerango de los Infante, Megumi Fernández. Era un muchacho honesto, amable y no se metía con nadie, pero al parecer alguien lo apuñaló cerca de su casa... —Juana sorbió su nariz. —Tenía solo veintitrés años.

Al escuchar y entender la información completa, Adrián solo sintió una enorme pena. Había conocido a Fernández, había tenido algunos choques con él y con lo que sabía que se escondía... Pero ese no era motivo para minimizar el hecho que lo había asesinado a tan temprana edad.

Y entre tanto, él entendió que había alguien en especial que seguramente no quería saber de esta noticia... Si es que aún no sabía.

—Gracias Juana. —respondió desconcentrado.

—Pobre hombre. —soltó doña Victoria en cuanto estuvieron solos. —Tenía una vida por delante.

Adrián volteó los ojos a su padre quien había estado callado durante todo este tiempo. Se veía pálido y perdido.

—Tienes razón madre. Tenía una vida por delante, pero se la arrebataron.

Victoria suspiró con la mirada pérdida. —¿Qué sucede en el mundo? ¿Quién pudo hacerle algo así a un muchacho tan joven?

—¡Fui yo! ¡Yo lo hice! —estalló don Eduardo Alvarán, harto de la plática y consumido por la culpa. —¡Ya está!

Victoria Gallardo miraba a su esposo con ojos asustadizos, con la mano en su pecho de confusión y asombro.

—Eduardo... —soltó ella en un suspiro. —¿Por qué habrías de hacerlo?

—¡Porque era una amenaza! —volteó a su hijo señalándolo con el índice. —Era una amenaza y lo sabes bien Adrián, todo el pueblo sabía cómo ese muchacho y (Tn) Infante escondían algo que arriesgaba la alianza... Lo sabían todos, todo San Antonio ¡menos nosotros! Estábamos quedando como unos estúpidos.

Entre más escuchaba las no excusas que salían de la boca de su padre, más asqueado se sentía de la familia a la que pertenecía.

—Eres inhumano. —soltó Adrián mirando a su padre con asco en los ojos. —¿Realmente era necesario matar a alguien inocente por tu estúpida alianza?

—Te lo dije Adrián, te dije que la gente como nosotros tiene que hacer todo lo que está a nuestro poder.

—¿Pero por qué matar a alguien por una maldita boda que nadie quiere! ¡Qué es lo que sucede contigo! —se levantó de la silla. —Lo haces por dinero, ¡pero eres ridículo!

—Pues te guste o no, es lo que somos, y es lo que vas a cumplir.

—No, de ninguna manera. —respondió con las cejas fruncidas.

—Adrián, ¡es una orden!

Negó con la cabeza. —Olvídate de eso. Me niego a seguir participando en esto, o ser cómplice de tu impertinencia... Yo ya me harté. No soy solo, la gente bonita Eduardo.

Como todo en la vida, había un límite. Adrián estaba más allá de ese límite sabiendo el extremo al que había llegado su padre. Estaba realmente cansado de esta farsa, estaba cansado de fingir y ser perfecto para su familia y su sociedad. Estaba harto de las atrocidades capaces con tal de obtener poder y dinero.

Y más que harto, sabía que no podía hacerle esto a (Tn). Casarse con ella había sido un acuerdo que ambos habían aceptado... Pero haber lastimado a alguien que la amaba genuinamente, y que seguramente ella amaba de la misma manera, era un extremo en cual no quería participar.

[...]

—Quiere decir que, a consecuencia de lo sucedido, ¿tu boda fue cancelada?

—Mjm, exactamente. —guardó silencio.

Las noticias habían llegado a ella la mañana de su boda con Adrián, y el haberse enterado... No hay palabras para describir lo que fue.

Tomó un suspiro y continuó hablando. —Por mucho tiempo le dije a la gente... Que no podía recordar recordar nada de lo que sucedió esa mañana. —sacudió la cabeza negando. —No es cierto, puedo recordar todo.

[...]

Adrián había llegado a la casa Infante tan rápido como su indignación se lo permitió. Eran cerca de las ocho de la mañana, la familia estaba despierta y ansiosa por la boda a pesar de lidiar con una extraña muerte.

Ninguno de ellos sabía de quién se trataba, solo sabían que había sido un trabajador más.

—Buenos días, ¿dónde está (Tn)?

—Hijo... No deberías estar aquí. —comentó doña Isabel asombrada por su repentina presencia. —Estamos esperando a la maquillista.

Adrián negó con la cabeza, ganándose la total atención de los demás miembros de la familia. —No. No podemos hacer esto, siento decir esto a tan pocas horas, pero la boda se tiene que cancelar.

Esperando en su habitación, (Tn) comenzó a sentir ansiedad y una extraña sensación en el pecho.

¿Dónde estaba la gente que la iba a preparar para la boda? ¿Y por qué todo lucía tan calmado y solemne? Además de su tristeza y resignación de saber que se casaría con quien no amaba, había algo que la inquietaba.

Suspirado, salió de su habitación para saber que pasaba.

—¿Madre? —se escuchó su voz bajando por las escaleras. —¿En que momento...

Su hablar se desvaneció lentamente al notar a sus padres, su hermano, amiga y... Adrián, reunidos en la sala. Había algo en sus miradas que la ponía alerta y el hecho que Adrián estuviera en su hogar a tan solo horas de la boda la ponía más nerviosa.

—¿Qué está sucediendo? ¿Por qué estás tú aquí? —balbuceó sus preguntas.

La manera en que sus padres la miraban. Doña Isabel la veía con gran tristeza y preocupación. Mientras que don Francisco, era como si estuviera viendo a su hija por primera vez, como si por primera vez la conociera.

—(Tn). —llamó Alvarán con suave voz, acercándose a ella. —Sucedió algo está mañana y es urgente que te lo diga.

Ella arrugó sus cejas mirándolo con confusión y sin saber qué decir.

«¿Cómo hago esto? Que Dios me ayude.»

Tragó saliva antes de continuar hablando. —No me puedo casar contigo (Tn), no lo haré. No voy a ser parte de la atrocidad que mi padre hizo por esta alianza.

—¿Qué? —preguntó en un aliento de voz.

—Lamento ser yo quien te lo diga, pero mi padre hizo algo imperdonable... A-anoche, dos hombres asesinaron a Megumi Fernández con una navaja por orden suya.

No hay palabras exactas para describir lo que (Tn) Infante sintió al escuchar esas letras juntarse y golpearla. Fue más duro que un impacto y más arrebatador que un ataque.

—No es cierto. —susurro construyendo su voz en dolor.

El corazón en su pecho se detenía por largos intervalos, y ni su boca o nariz inhalaban el aire suficiente para mantenerse. Sus cristalinos ojos se movían desconcertadamente de Adrián, a sus padres... Hasta a Nagi y Chuy que observaban de lejos.

La mirada en Junpei fue suficiente para confirmar que, lo que estaba escuchando, era verdad.

A medida que sus lágrimas más se acumulaban, su cabeza se sacudía con una intensa negación. Sus sollozos era pesados, aumentando su dolor en gemidos y llanto.

Negación era lo que se expresaban en ella, y mientras más se rompía, más se debilitaba.

Yuji corrió rápidamente a ella, sosteniéndola de caer al suelo, mientras los desgarradores gritos de (Tn) lloraban la muerte de quien amaba tanto.

Entre llanto y gritos, ella se perdía a sí misma entre la realidad que el amor de su vida había abandonado este mundo, había dicho adiós eternamente y ella... No pudo despedirse.

Isabel observaba a su hija llorar a gritos con el corazón y el alma partida. ¿Cómo habían podido hacerle esto a alguien tan noble como el joven Fernández? Ese muchacho que amó a su hija de una manera tan pura no lo merecía.

Las estrellas lloraban y caían con (Tn), el cielo y las nubes acunaban su dolor. Y aquel imperio que alguna fue de Megumi Fernández y (Tn) Infante era invadido por la oscuridad de la muerte.

[...]

—Y cuando lo supe, me quebré... Me perdí a mi misma. —agregó una (Tn) treinta años después, aún con los sentimientos vivos. —Puedo escribir millones de letras, pero ninguna podrá describir lo que sentí en ese momento. Nadie podría entender jamás el dolor que yo sentí, la culpa y la negación... Creí que casarme contra mi voluntad era la peor pesadilla de mi vida, pero no fue así, fue una pesadilla aún más horrible la que me tocó vivir. Tuve que ver al amor de mi vida abandonar este mundo.

Ella inhaló aire con fuerza y un poco de ira en su ser. Habían pasado muchos años desde ese entonces, pero entre más recordaba esa mañana de julio, más le dolía.

—Una parte de mi lo sabía, sabía que un corazón tan noble y puro como el que él tenía no podía ser para siempre... Megumi me amaba de una manera tan hermosa y cálida que se sentía como una fulgurante luz dorada, pero todas las cosas hermosas y brillantes se desvanecen muy rápido, y no vuelven jamás.

[...]

(Tn) sollozaba mientras su madre la consolaba en sus brazos. Habían pasado dos horas desde que Adrián llegó a la casa Infante con desgarradoras noticias y las lágrimas no podían dejar de doler. Tanto que los lagrimales de (Tn) estaban inyectados en sangre.

Todos los miembros de la familia estaban ayudando a cancelar todo lo organizado para la boda y algunos estaban ayudando a don González en los arreglos del funeral.

Eran dos momentos tan contrastantes que al mismo tiempo se sentían irreales. Costaba creer que una vida tan joven había partido, se había acabado.

Todos aquellos que habían conocido a Megumi Fernández de cerca o de lejos estaban seguros de la vida que tuvo que tener y estaban más que de acuerdo que se la habían arrebatado injustamente.

—No tenía porqué... —musitaba (Tn), llorando ira. —Él no le hacía daño a nadie. Me estaban sanando a mí, me salvaba a mí.

—Lo sé mi amor. —acaricio su cabello, susurrando para calmarla. —Aún recuerdo cuando se acercó a mi y me confió todo el amor que se tenían... Me hubiera encantado que fuera él en tu futuro y tú en el de él.

Al saber aquello, el corazón de (Tn) se quebró aún más, si es que había un fragmento completo.

—No tenía porqué. —repitió quebrada, llorando con más fuerza ahora. —No tenían porqué matarlo... Pero me lo arrebataron y yo no pude protegerlo.

[...]

Las cámaras captaban lágrimas diminutas, pero no podían captar la inmensidad del dolor que ella revivía.

—Los años posteriores, imagino que... Fueron difíciles para ti. —comentó Abel después del silencio.

—En definitiva lo fueron. Una semana después del sepelio la vida se sentía irreal en San Antonio, como si yo no perteneciera a ese lugar, como si nunca hubiera conocido dónde estaba parada. Y entre los días más pasaban, las cosas mágicas en mi vida comenzaron a morir.

Con la muerte de Megumi Fernández, la vida en Apilolli y San Antonio se sentía tan vacía e insignificante. Incluso aquellos a los cuales él amó murieron con él.

—Mi madre dijo; que tenía que hablar con un sacerdote, pero yo estaba tan furiosa con la vida y con el Dios que todos dicen que existe. Si él es verdadero, ¿cómo podría permitir que una persona tan maravillosa como Megumi muriera así? Era mucha la furia y la tristeza que sentía... Hasta que lo intenté y el sacerdote me dijo: "No vea la muerte de su enamorado como una desgracia, como una infelicidad, véala como el mayor acto de bondad para con usted. Él murió para que usted fuera finalmente libre, si eso no es el mayor acto de amor, ¿qué puede ser? Quizás él no era el amor de su vida, no. No estaba allí para ser eternamente suyo, estaba aquí para que usted supiera que hay bondad y amor en ese mundo, pese a lo que ha vivido". Al principio me negué, porque estaba aferrada a mi futuro con él, mi vida entera quería que fuera con él, pero luego lo entendí... Lo entendí.

[...]

Habían pasado solo quince días y siete horas desde que Megumi se fue a donde los mares son de oro, donde el dolor, la pena y tristeza no existe, donde la juventud es eterna al brillo de las estrellas y la inmortalidad.

(Tn), atrapada donde nada tenía sentido, había vivido horribles sentimientos cada noche y cada día. Estaba en negación, ira, negociación y depresión; todo al mismo tiempo, en un bucle infinito que no la dejaba tranquila. 

—¿Debería decir lo que pienso? —preguntó (Tn), sentada en el jardín de su casa, acompañada de un sacerdote.

—Para eso estamos aquí... Para hablar de lo que sucedió. —respondió sereno.

—¿Es una confesión padre Luciano?

—Solo si hay algo de lo que se arrepiente.

Ella respiró profundamente, no muy segura de continuar con esto.

—¿Quiere que le cuente mi historia?

—A Dios no le interesan las historias, a él le interesa la verdad.

Ahora frunció las cejas. La verdad, la verdad. ¿Por qué habría de importar la verdad? Si al fin y al cabo todos interpretaban a su antojo... Hasta Dios.

—Crecí con una idea muy diferente de la verdad padre. —ella volteó a verlo. —Lo que la gente cree y lo que yo sé que es real.

—Dígame su verdad entonces, lo que tenga que decir.

Sí, (Tn) tenía muchas cosas que decir, tenía muchas cosas que gritar y reclamar.

Llenó sus pulmones de aire, aguantando las lágrimas producto de la ira. —Creo que Dios es cruel...

—Ahora se está metiendo en problemas. —recriminó el padre Luciano. —Dios es amor, está en todos lados, y tiene un plan para todos nosotros, hasta para usted.

—¿Dios estaba en la navaja que mató a Megumi? —preguntó molesta, sin dejar de verlo.

—Sí, por supuesto que sí.

—¿Era el plan de Dios matarlo de esa manera? —volvió a preguntar sin poder creerse lo que estaba escuchando.

—Claro que sí.

—Já... Pues parece divertirse en su juego escondiéndose siempre y haciendo sus ridículos planes.

—El hecho que no lo entendamos o que no sepamos el significado de sus planes no lo hace malo. —explicó poniéndose de pie para caminar por los jardines junto a ella. —Dios tiene un plan, y su obra está presente desde el cielo, para todos sus hombres.

El cielo... Ese paraíso que la religión se había inventado para incentivar a sus seguidores a ser buenos humanos y ser premiados al morir.

—Si de verdad hay un cielo, allí está su Dios, con todos sus planes absurdos. —musitó deteniéndose para verlo. —Pero si el cielo es hermoso como dicen entonces allí está mi Megumi.

Ambos permanecieron callados, dándole lugar al sigiloso viento y al cielo pigmentado de suaves amarillos.

—Dígame padre, ¿qué sentido tiene? —volvió hablar (Tn). —¿Por qué Dios haría algo como eso? ¿Por qué pondría en mi vida a alguien que me amó y que yo amo tanto para luego arrebatármelo así?

Antonio agarró aire. —No, quizás Dios no quería que usted lo amara, Dios lo puso en su vida para que su obra se manifestara... Señorita Infante, no vea la muerte de su enamorado como una desgracia, como una infelicidad, véala como el mayor acto de bondad para con usted. Él murió para que usted fuera finalmente libre, si eso no es el mayor acto de amor, ¿qué puede ser? Quizás él no era el amor de su vida, no. No estaba allí para ser eternamente suyo, estaba aquí para que usted supiera que hay bondad y amor en ese mundo, pese a lo que ha vivido.

—¿Me está diciendo que fue la obra de Dios que lo mató entonces? No se ofenda padre Luciano, pero estoy segura que no está entendiendo como me siento.

—Tiene razón, solo usted puede entender lo que su corazón está sintiendo. —respondió condescendiente.

Continúo sus pasos. —No, no me hable de esa manera, soy hija de elitistas, las mujeres sopórtanos mucho más por mucho menos ¿sabe? Hay dos clases de mujeres en mi mundo, las que quieren dinero y las que... Queremos ser amadas. Pero claro, ¿ahora que me queda?

—Aún es joven señorita Infante, hay mucho en el mundo para usted.

Negó con la cabeza. —Quizás esto sería más fácil si estuviera muerta, tan muerta como él... ¿En serio Dios quiere que me sienta así?

—Todo en la vida tiene un propósito, aunque parezca malo.

Bajo ese sentido, el padre Luciano tenía razón. Las cosas en la vida pasaban o no por algo, aunque costaba aceptar que los buenos morían antes o sufrían más que otros.

El silencio se hizo propietario durante los siguientes minutos, solo se podían escuchar cuatro zapatos sobre las piedras del jardín, los pájaros cantando y el aire moviendo los árboles y las flores.

(Tn) había comenzado a llorar en silencio, las lágrimas corrían por sus mejillas y la tristeza reemplazaba la ira.

—Yo no pedía nada complicado padre... Megumi y yo casi nunca pasamos juntos una noche, ni siquiera pude hacer con él algo tan simple como compartir una comida en la mesa. —el llanto cegaba su vista. —Ni siquiera pude despedirme bien.

—Supe que el joven Fernández la amaba señorita Infante.

—Hay... muchas cosas más en nuestras cartas que recuerdo bien. —parpadeó desapareciendo las lágrimas en sus ojos. —Hay muchas cosas que recuerdo de él y que no creo poder olvidar.

Por un momento, al igual que sus pasos, el tiempo se detuvo, permitiendo a (Tn) regresar a lo que tuvo con él y que recordaba con claridad.

Había memorizado tantas cosas de Megumi, lo había observado y detallado su voz hasta que se volvió un recuerdo. Uno que ahora necesitaba.

Esa tarde en que ella admitió la alianza, el primer abrazo que se dieron en el riachuelo, los besos en aquel árbol, los momentos en el establo... Aquel último beso en el picnic.

Toda su mente y su dolor giraba entorno a él. Era reconfortante el tiempo que pasó, pero ese mismo tiempo la estaba golpeando.

—Yo solía hacerlo sonreír... —añadió (Tn) en un suspiro. —Sus mejillas se sonrojaban conmigo, sus pequeñas risas... Sus hermosos ojos mirándome siempre. Nadie lo conocerá jamás como yo lo hice. Aún puedo verlo en ese establo, ensillando caballos, escuchando canciones, tarareándolas y hablando conmigo.

—Busque consuelo en esos recuerdos señorita Infante.

Sus labios temblaban y su cabeza negaba. —Es imposible, se mezclan con todos los demás. Cuando lo veo en el tiempo que nos conocimos, solo puedo pensar: ese hombre que me amó como nadie más... Ya no está aquí.

—¿Sabe lo que dicen de los que mueren? —ella negó. —La palabra dice que solo Dios es inmortal, pero yo personalmente creo que la inmortalidad está en el tiempo. ¿Y qué es el tiempo para nosotros? La memoria. Mientras usted tenga esos recuerdos vivos, él vivirá con usted y mientras más hable de él, más será recordado.

Había mucha verdad en ello y (Tn) lo sabía, pero...

—Pero el recuerdo de él que no deja de perseguirme; es el de esa madrugada. —ella apretó los labios llorando. —Las veladoras derritiéndose, el frío de la madrugada, sillas plásticas, rosarios, Satoru dormido a un lado... Yo me acercaba lentamente y solo podía pensar: "Megumi, Megumi ¿eres tú?", "Te amo"... Y su cuerpo descansaba dentro de esa caja, su rostro se veía tan hermoso, sus labios eran hermosos, sus ojos... Estaban cerrados. Siempre tenía esa expresión tan maravillosa cuando hablaba conmigo o con la gente, pero esa expresión ya no estaba... Estaba muerto, lo acepté.

—Lo siento mucho señorita Infante. —musitó observando como ella lloraba sin consuelo.

(Tn) sorbió su nariz y frotó sus ojos llorosos con fuerza e impotencia.

—Escribí una carta, esa madrugada antes de llevar el ataúd al cementerio. —su garganta se contrajo. —¿Sabe qué escribí? Que quería morir.

—Lo entiendo.

—¿Lo entiende? ¿En serio?

—A menos que... Me esté pidiendo permiso.

Negó rápidamente. —No, yo no podría suicidarme. Pero estaba dispuesta a usar todo el dinero suficiente para que alguien lo bastante amable lo hiciera por mi.

—¿Por dinero? —ella asintió. —Vida millonaria, muerte millonaria.

—Pero yo nunca pedí dinero. —replicó (Tn). —Solo nací con el apellido Infante...

Después de un largo silencio que estuvo lleno de los pensamientos no audibles, el padre Luciano dijo lo que tenía que decir.

—Sé que es difícil que lo entienda ahora, pero tienen toda una vida por delante. No deje que este momento de oscuridad la consuma. La muerte es algo que no podemos controlar... Pero el amor no se va, y mucho menos muere. El amar es una parte del alma, es una parte de quien somos. No hay forma de poner fin al dolor que se puede sentir por la muerte de un ser amado, pero uno puede encontrar la manera de seguir viviendo con ello. —hizo una pausa para observar la tristeza de esos hazel. —No le voy a decir que no llore la muerte del joven Fernández, porque eso sería injusto para con usted. Llore, diga todo lo que tenga que decir y no se guarde nada. Piense en el amor que le demostraron y que le dio fuerza cuando su vida estaba siendo controlada, use esa misma fuerza para seguir viviendo. Él está descansando ahora, pero el amor que compartió con usted no lo hará en cuanto usted lo mantenga vivo... Recuerde, la memoria es inmortal.

[...]

Abel y (Tn) se miraban mutuamente, llegando al final de ese momento de verdad, crueldad, tristeza y un inagotable amor que se mantenía vivo y fulgurante a pesar del tiempo.

—El final que... Creaste, es maravilloso en mi opinión. —asintió observándola. —Convertiste un evento triste de tu vida en algo hermoso, en una verdadera historia de esperanza y amor. Eso es un don.

—Te lo agradezco mucho. —respondió más tranquila. —Tenía una hoja en blanco y muchas cosas que decir.

(Tn) guardó silencio una vez más, para luego sonreír suavemente.

—Quería hacer algo para mantener su recuerdo vivo. Yo debía guardar el verano de 1992, no solo dentro de mi, debía hacerlo en algo que traspasara los años, las décadas. —continuó hablando. —Quería hacerlo inmortal... Megumi Fernández se quedó por siempre en mi corazón, en mi alma, y ahora en las páginas de este libro. Y escribirlo me hizo revivir cada momento con él, quebrándome y reconstruyéndome. Ese es mi legado.

—Es el final que ustedes dos merecían, es lo que puedo decir.

—Yo quería ese final más que nadie, además, ¿qué sentido de esperanza en el amor y la vida misma le daría al lector leer un final como el que yo viví? —inhaló suave aire por boca. —La gente tiene derecho a sentir ese tipo de amor, pero de algo estoy segura... Ningún otro amor será como el que yo conocí, como el que fue mío.

Las flores de (Tn) hechas letras eran ahora el recordatorio a su mundo que, existió para ella el amor. Que fue una estrella fugaz en su inmenso corazón cielo nocturno.

—Podrán haber enamorados y muchas historias de amor por ahí. Pero no habrá otra historia como esta. No habrá otro Megumi Fernández, no nadie como él.

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