"Tierra pa' los dos" | E.2

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"Donde los silbidos del señor viento arrastraban pinceladas de polvo, dos vaqueros armados se encontraban para defender o robar. Es San Antonio tierra para uno solo, es tierra donde los caballos a galope levantan polvo y las botas de cuero dejan su huella a despiadado paso. En medio del silencio, es un vaquero de seductora sonrisa y ojos oceánicos frente a la reina del desierto, la vaquera de asesinos ojos hazel. Uno de ellos puede terminar muerto o enamorado".

Seguro conoces las historietas de vaqueros armados en tierras desiertas, caballos salvajes, botas con espuelas, nopales, ganado y cantinas. Sí, las historias vaqueras en el lejano oeste. Puede que pienses que son historias inventadas, pero hoy tengo una historia que contarte.

Allá por los años de 1892, las tierras de San Antonio eran protegidas por una banda de vaqueros audaces de aquellos que osaban a robar sus tierras, a saquear sus casas o secuestrar sus habitantes. Tiempos difíciles. Pero en San Antonio la vida era tranquila gracias al mandato de (Tn) Infante.

El lejano oeste era un un entorno hostil y sin regulaciones que impusiera un orden, pero en nuestro escenario; era aquella vaquera de hermosos y temibles ojos que lograban una paz a pesar de los disparos en su contra.

La gente la llamaba: "la reina del desierto", algunos otros: "reina del humo y polvo", todos aquellos que se atrevían a invadir sus tierras terminaban a sus pies pidiendo perdón y piedad.

No había quien pudiera igualar su poderío, no había quien pudiera hacerla doblegar.

¿O tal vez... Sí lo había?

Era un soleado día de Abril, hacía calor como de costumbre. Un viejo de largas barbas blancas tocaba la guitarra, casi la misma melodía todo el día mientras descansaba sentado en la mesas del fondo de la cantina de Dionisia, acompañado siempre de su fiel amigo que sus labios nunca abandonaban la armónica entre sus manos.

Los hombres sedientos de licor y llenos de tierra se movían entre ese aire polvoriento y nubes de humo proveniente del tabaco quemado que ascendía y se perdían en los techos de madera, cuyos cuales se doblaban ante el calor de la existencia humana.

A cualquier hora se podía escuchar esos grupos de hombres carcajear, charlar animadamente, mientras hacían chocar sus tarros de vidrio llenos de cerveza oscura. Disparos contra barriles de metal y latas viejas, el relinchado de caballos que iban y venían entre la tierra, y los carruajes de madera que transportaban el alimento.

—¡Amenaza! ¡Amenaza! —exclamó Chuy alertando al pueblo.

A quien por "Chuy" llamaban, era algo así como los ojos del pueblo. Estaba en todos los rincones del desierto, enterándose de todo y alimentándose con información.

Ante la alerta, Toto se levantó sin dificultad del barril que utilizaba como sentadero. Corriendo al interior de las oficinas donde solía descansar la reina de polvo y humo.

—Señorita Infante. —llamó alarmado. —Rumor de amenaza se acerca.

Al levantar el rostro, las facciones serias de aquella popular mujer fueron reveladas en el momento que su sombrero se levantó con su mirada. Esos ojos hazel. Ni las balas, ni los revolver podían hacerla temblar.

—¿Amenaza? ¿Solo eso tienes? —interrogó con su característica voz llena de tranquilidad.

La respuesta de Toto fue interrumpida por una tercera presencia, era Chuy y sus botas haciendo crujir la madera.

—Señorita Infante, tres vaqueros vienen a todo galope, por el rumbo que tomaron pasarán primero San Nicolás y estarán aquí al atardecer.

—Tres vaqueros... —repitió musitando. —Tres ratoncillos, ¿por qué habrían de ser amenaza?

La Dueña | Megumi Fushiguro Where stories live. Discover now