El Carnicero del Zodiaco (EN...

By Jota-King

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Primera entrega. Una seguidilla de asesinatos perturban a la ciudad de "El Calvario". Las víctimas son mutila... More

Notas del autor.
Prefacio.
El enfermo de los Marmolejo Tapia
Cuerpo sin alma.
El despertar de una bestia.
La decisión de Dante.
El Toro de Creta.
Símbolo.
Protocolo.
Bajo sospecha.
Perla Azul.
En la penumbra.
Fuego cruzado.
Frustración.
Los gemelos Mamani.
Hojas secas.
Negras ovejas.
Eslabón perdido.
Piedras en el camino.
Horas de incertidumbre.
Oscuro amanecer.
Hasta siempre amigo.
El carnicero del zodiaco.
Recogiendo trozos del pasado.
Huellas al descubierto.
Condena del pasado.
En lo profundo del bosque.
Una delgada línea.
El cangrejo se tiñe de rojo.
Epístola.

Cruce de miradas.

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By Jota-King

Su posición de capitán lo obligaba a tomar cartas en el asunto, sin embargo no sabía con exactitud qué es lo que debía hacer, pues el involucrado estaba en retiro, pero podía ser peligroso que el exteniente Almeida conservara dichos documentos en su poder, si es que esa información se llegaba a filtrar al público, el capitán Sanhueza podía meterse en serios problemas. Su puesto podría estar en riesgo.

—¡Eso es una falta grave, —alegaba reincorporándose súbitamente de su asiento, casi derramando su café sobre el escritorio— no es posible que un agente en retiro mantenga documentación de relevancia, esto nos puede acarrear un sinfín de problemas!

—Concuerdo en que no debió retener ese tipo de información, —ante el asombro del capitán, el teniente le daba la razón en sus alegatos— sin embargo, es normal que nosotros, los agentes activos y quienes estamos a la cabeza en cada investigación, nos llevemos una copia de los casos que tenemos entre manos, para estudiarlos más a fondo cuando tenemos tiempo libre.

—¡Usted lo ha dicho, —profería con euforia, apuntándolo con el dedo— los agentes que se encuentran activos, y este no es el caso!

—No, no es el caso, pero por suerte las cosas se dieron precisamente así, —con tranquilidad acercaba la taza a su boca y le daba un sorbo, saboreando con su paladar el líquido antes de seguir hablando— lejos de ser un problema, esta falta puede ser un beneficio.

—¿Y cómo diablos esto puede ser un beneficio?

—Simple, —depositaba la taza sobre el escritorio antes de mirarlo fijamente— como usted sabe, gran parte del expediente original se perdió durante el incendio que afectó a las dependencias en aquel entonces, precisamente por la negligencia del personal de aseo.

—Lo recuerdo a la perfección, —la mirada intimidante sobre él cumplía el objetivo de tranquilizarlo, devolviéndolo a su asiento en completa serenidad— fueron días de mucho estrés.

—Y los pocos antecedentes que quedaron de dichos documentos no ayudaron en nada a la investigación, pues las diligencias nos llevaron a un callejón sin salida. Pues bien, ahora se nos está abriendo una ventana, precisamente con ese expediente que se encuentra en manos de Almeida.

—Lo comprendo perfectamente, —finalmente daba su brazo a torcer, pese a la falta grave cometida por el exteniente— es evidente que ese expediente es de suma importancia para la investigación. Haga lo que tenga que hacer señor Espinoza, encárguese de capturar lo antes posible a ese asesino, sin importar la manera en que deba hacerlo.

—Pierda cuidado capitán, es precisamente lo que haré con ese bastardo.

Los pasos del teniente lo llevaban esta vez a esa reunión que había postergado gran parte del día, pues ya era hora de apersonarse en la morgue para conocer los avances de las autopsias de los occisos. En el trayecto se encontraba con los jóvenes sargentos Manuel Ramírez y Carlos Vera, los oficiales que trabajaban precisamente con el teniente Sixto Pérez.

Los oficiales escoltaban a dos detenidos respectivamente, quienes habían sido capturados luego de perpetrar un asalto a mano armada en un banco hacía unas semanas atrás. Durante el atraco habían dado muerte a un guardia de seguridad y a un trabajador del banco, y mientras llevaban a cabo la huida, dejaron a dos oficiales heridos de gravedad. Tres maleantes conformaban este equipo, y el tercero era escoltado unos metros más atrás, precisamente por el teniente Sixto Pérez.

El hombre de unos treinta y cinco años, piel clara y musculatura definida, llevaba su nariz rota y su ropa empapada en sangre, además de evidenciar una cojera en su pierna izquierda. Sus heridas eran producto de un enfrentamiento cuerpo a cuerpo con el teniente Pérez, quien sin dudarlo le atravesó la cabeza por el vidrio de la puerta de un automóvil, además de darle una patada certera en la pierna para inmovilizarlo.

—¡Voy a presentar cargos por lo que me hiciste, —alegaba el malherido— esto es abuso de poder maldito policía!

—¡Cállate hijo de perra, —el teniente le doblaba de tal manera una de sus manos, que el grito de dolor no se hacía esperar— esto fue solo una caricia de mi parte mal nacido, te esperan muchos años a la sombra, tendrás tiempo de sanar sus rasguños!

—¡Juro que te arrepentirás policía, verás que pronto saldré!

—¡Y te estaré esperando pedazo de basura, y no seré tan benevolente!

Rápidamente eran trasladados a uno de los calabozos por parte de los oficiales de guardia que se encontraban en el lugar, mientras el teniente Sixto Pérez se sacudía su gabardina y reacomodaba su corbata. El cruce de miradas entre aquellas leyendas vivientes no se hacía esperar, dejando sentir en el ambiente una tensión y silencio que solo ellos podían ocasionar.

—¿Otro día más de trabajo? —El teniente Espinoza se acercaba y le estrechaba la mano.

—Una basura menos en las calles mi amigo, —esbozaba por su parte Sixto Pérez— respondiendo el saludo y posando su mano en el hombro de su compañero.

—Así lo veo, ¿son los asaltantes del banco cierto?

—Así es. Fue un caso relativamente fácil esta vez.

—Ojalá todos los casos fuesen así mi amigo.

—Eso les pasa por asaltar el banco donde tengo mis ahorros. —Una leve sonrisa se delineaba en los labios del teniente Pérez, misma sonrisa que mostraba el teniente Espinoza, pues entendía la ironía en esa frase.

—Cuando tengas tiempo, necesito charlar unos minutos contigo.

—Durante la tarde podemos reunirnos si te parece.

—Me parece perfecto.

Los hombres se separaban y caminaban cada cual por su lado. No siempre se daba la posibilidad de que ambos se encontraran en la jefatura de policía, y no era de esperar que quienes observaban el encuentro lo hicieran en completo silencio, al punto que solo el sonido de sus pasos se dejaba sentir. De pronto el teniente Espinoza volteó la mirada hacia su compañero.

—¿Y qué pasó con tus lentes oscuros mi amigo, no me digas que por fin te deshiciste de ellos?

—¿Por qué crees que ese desgraciado venía en esas condiciones? —Volteaba la mirada y fruncía el ceño por la pregunta. Odiaba que lo hiciera.

—¿Cuántos lentes quebrados van ya? —Le encantaba preguntar aquello cada vez que lo veía sin sus característicos lentes oscuros.

—El tercero en lo que va del año. —Refunfuñaba— ¡Y apenas es Mayo!

Los hombres recorrían con la mirada su alrededor, notando el silencio y más de alguna mirada hacia ellos por parte de los oficiales presentes. Otros sin embargo, simulaban estar revisando algún papel en sus manos, o contestando alguna llamada al teléfono. Las cosas rápidamente cambiarían su curso al escuchar al unísono las voces de los tenientes.

—¡No tienen nada mejor que hacer acaso!

El ambiente y sonidos propios de una jefatura de policía no se hacía esperar tras el llamado de atención por parte de los tenientes, quienes retomaban sus actividades sin prestarle mucha importancia a lo sucedido, pero con el peso sobre sus hombros de causar ese tipo de impresión hacia sus pares. Respeto, admiración, y por qué no decirlo, incluso temor. Eran almas viejas, moldeados en las rudas calles donde los criminales más temidos intentaron sin éxito arrebatarles la vida.

El teniente Espinoza retomaba su ruta hacia la morgue, mientras el teniente Sixto Pérez junto a sus subalternos tomaba rumbo hacia su oficina para llenar el correspondiente papeleo por la captura de los maleantes. En su camino por aquel frío pasillo, a su encuentro salía una joven sargento de nombre Leticia Garza, quien llevaba escasos seis meses en la jefatura, y quien había sido trasladada desde la localidad de Los Nevados. Desde su llegada, muchos oficiales hicieron el intento de adentrarse en el corazón de la joven, otros en cambio solo buscaban seducirla para llevarla a la cama.

Sus ojos negros deslumbraban por su brillo intenso, su piel canela y su largo pelo azabache deslumbraban por sí solos, eso sin mencionar sus atributos físicos que en conjunto, robaban más de un suspiro entre sus compañeros, quienes por desgracia debían conformarse con tratarla como una compañera más de labores, pues la joven tenía una debilidad por los hombres mayores.

Y es aquí donde sus gustos encajaban a la perfección con la figura del teniente Sixto Pérez. Un hombre maduro de 1.80mts que pese a no ser muy adepto al ejercicio, poseía una condición física y figura envidiable para muchos, y pocas veces vista en un teniente de su edad. Aunque de cuando en cuando se le podía ver en el gimnasio, donde quedaba en evidencia el porqué era considerado por las féminas como un semental.

Su barba estilo candado combinaba perfectamente con su corte de cabello estilo clásico, resaltando el azul de sus ojos, color que pocas veces dejaba ver por su obsesión de usar gafas oscuras, excepto cuando se encontraba en el gimnasio, o en este caso en particular, cuando algún maleante tenía la ocurrencia de quebrárselas. Muchos ignoraban que sus visitas al gimnasio eran únicamente para dejar escapar la rabia que muchas veces sentía en su interior, y a su vez, como una forma de despejar su mente y ordenar sus ideas.

La joven quedaba perpleja con su presencia, y sobre todo, porque era la primera vez que lograba ver el color de aquellos ojos que tantas veces le habían mencionado. Pero aquellos ojos también combinaban dos cosas, una mirada penetrante e intimidadora, y a su vez, avasalladora y febril. La joven lo había conocido hacía escasos dos meses, sucumbiendo al encanto de aquel hombre tan rudo y varonil a la vez.

Desde aquel día, no hacía otra cosa que tratar de impresionarlo para llamar su atención, no solo volviéndose adepta al gimnasio cada vez que tenía la oportunidad, donde resaltaba por su agilidad y fiereza, especialmente en luchas cuerpo a cuerpo, sino también destacando en cada operativo que realizaba, con la finalidad de ganarse la posibilidad de pertenecer al equipo de trabajo del teniente Sixto Pérez. Era su sueño trabajar junto a él.

—¿Sucede algo señorita Garza?

—No, este, no, nada mi teniente, —balbuceaba la joven, haciendo suyas esas palabras, “mi teniente”— yo solo pasaba por aquí.

—Procure abrir bien esos ojos cuando camine por estos lados, —le advertía con voz profunda, observándola de pies a cabeza— “no queremos que se tropiece”.

—Disculpe mi teniente. —Sonrojada la joven proseguía su camino, sintiendo como sus pulsaciones se elevaban dramáticamente.

—¡Teniente! —Exclamaban al unísono el sargento Vera y Ramírez al ver que la joven estaba lejos.

—¿Qué se traen ustedes, qué hice ahora?

—Con razón murmuran por ahí tildándolo de ser todo un don Juan. —Vera no se aguantaba las ganas de decirle aquello, mientras Ramírez intentaba no reír junto a él.

—¡Ustedes me hicieron el cartelito ese, par de idiotas!

—No lo decimos nosotros mi teniente, —le aclaraba en el acto Ramírez— son las féminas quienes lo dicen. Y acaba de ver una muestra.

—¡Mejor cierren la boca y caminen, tenemos cosas que hacer! ¡Solo soy cortés!

—Como diga mi teniente, —murmuraba Vera, dándole un leve codazo a su compañero para que lo siguiera, caminando rápidamente— mejor vamos.

—¡Sí, mejor huyan, —gritaba el teniente viéndolos alejarse— don Juan… par de estúpidos!

El teniente Espinoza ya se encontraba en la morgue, y de brazos cruzados observaba los cuerpos de los gemelos Mamani sobre las frías estructuras de acero inoxidable, siendo examinadas aún por el doctor Santis y la doctora Amelia, quien delineaba una leve sonrisa al percatarse de su presencia.

Sin embargo, la mirada del teniente estaba clavada en los cuerpos. Apenas parpadeaba y su respiración se sentía honda y pausada en el silencio que albergaban aquellas paredes. Sabía de la lentitud del doctor Santis para periciar los cuerpos dada su avanzada edad, y en ocasiones le incomodaba tener que apurarlo pues sentía que en cierto modo lo perturbaba con ello, pero también era algo a lo que el médico estaba acostumbrado por parte del teniente.

—Estoy impaciente. —Murmuraba por fin el teniente.

—Pues si estás ahí parado sin preguntar, —replicaba el doctor Santis, alzando levemente la mirada— no tengo una bola de cristal.

—¿Ya tiene ADN para mí?

—Pronto tendré los resultados, —Amelia tomaba la palabra esta vez— están trabajando a toda prisa en ello.

—¿Algo nuevo en los cuerpos, qué hay de los globos oculares?

—Uno pertenece a la joven Patricia Mamani, por ende, el segundo globo ocular debe pertenecer a su hermano, aunque debemos corroborar esa información, —le aclaraba el doctor— su rostro está completamente destrozado por aquel adoquín sin huellas por cierto, que se encontró en la escena, la sangre corrobora que fue utilizado para golpearlo hasta el cansancio.

—¿Y la causa de muerte del muchacho?

—Venga aquí, —le invitaba la doctora Amelia, indicándole la lesión que el cuerpo presentaba en la cabeza— su víctima murió instantáneamente a raíz de un traumatismo de cráneo. El golpe fue contundente, lesionó los centros vitales cardíacos y respiratorios que se encuentran en el bulbo raquídeo.

—Un golpe de semejante magnitud le fracturó el cráneo, —constataba el teniente, observando la cabeza del joven— me imagino que el objeto que utilizaron es el mismo con el que le provocaron las laceraciones en el cuerpo.

—Un objeto filudo y pesado, —ratificaba la doctora— seguramente utilizaron la parte posterior del filo para golpearlo.

—¿Y qué hay de la mordedura en su antebrazo? Diviso marcas de forcejeo en su cuerpo.

—Las marcas y la mordedura fueron hechas antes de matarlo. —Murmuraba el doctor.

—De modo que citaron junto a la pileta a nuestra víctima, me imagino que hubo una discusión que en su momento se salió de control, —el teniente comenzaba a imaginarse el posible escenario que enfrentó el joven antes de ser asesinado— la víctima forcejeó con su atacante, éste le propina una profunda mordedura, pero, hay algo que no me cuadra del todo.

—No solo fue una mordedura mi amigo, —el doctor se adelantaba a lo que seguramente estaba pensando el teniente— le desprendieron el trozo de carne.

—Lo que probablemente aprovechó el asesino, —continuaba el teniente— al verlo retorcerse de dolor, fue en ese instante que le dio el golpe certero en la cabeza, provocándole la muerte.

—Es lo más probable. —Acotaba la joven Amelia.

—Eso quiere decir, que hay altas probabilidades que el diente encontrado en la escena, sea precisamente del asesino, y no de la víctima.

—Eso lo sabremos cuando estén los resultados de ADN mi teniente.

—Sin embargo, hay algo que me intriga, —el teniente tomaba el expediente aún incompleto del joven— hay algo más aquí, un mensaje oculto.

—¿A qué se refiere? —Amelia quedaba extrañada por las palabras del teniente.

—Este muchacho presenta veintiún laceraciones en el cuerpo, ¿cierto?

—Así es.

—Sin embargo, su hermana presenta veinte. Pero hay algo aquí, —murmuraba dejando el expediente sobre el escritorio, no sin antes percatarse de la fecha: Mayo 23— algo que todavía no logro descifrar. ¿Qué encontraron en el cuerpo de la joven, tienen la causa de muerte?

—El corte en su garganta fue la causa, —expresaba el doctor Santis— fue tan profundo que llegó a la arteria carótida, la pérdida de sangre le provocó un cuadro de hipoxia severo, por lo que perdió la conciencia en segundos, seguido de un paro cardíaco y muerte cerebral.

—Déjeme ver si entiendo, —el teniente respiraba hondo, reacomodando las piezas de aquel rompecabezas en su mente— ambas muertes ocurrieron en fracción de segundos. Debo asimilar que las mutilaciones fueron post mortem entonces.

—Me temo que así es mi amigo. —Le aseguraba el doctor Santis.

—¡Maldito hijo de perra, el muy desgraciado disfruta profanando los cuerpos una vez que las víctimas se encuentran muertas! ¡Necesito los resultados de ADN ya!

—Cálmese teniente, —sutilmente Amelia le tomaba la mano, dándole una dulce mirada— le prometo que iré personalmente a dejarle los resultados.

—¡No puedo estar calmado sabiendo que tengo un maldito asesino serial en las calles Amelia, debo encontrarlo a como dé lugar!

—Y lo hará mi teniente, estoy segura que así será.

—Manténganme informado. —Sin delicadeza alguna se soltaba de la mano de Amelia, dando media vuelta y caminando a paso raudo hacia la salida, pero al llegar a las puertas vaivén detenía su andar, volteando la mirada— ¿El laboratorio tuvo resultados con las bolas de papel?

Ambos se quedaron mirándolo con claros signos de interrogación en sus rostros, por lo que el teniente entendió aquellas miradas perdidas y continuó su camino empujando con rabia las puertas. A lo lejos se podían escuchar los improperios que lanzaba, y el sonido de los tacos de sus zapatos golpeando la cerámica del piso.

Sumido en sus pensamientos se encontraba minutos después en su oficina, acompañado de una taza de café entre sus manos, mirando los expedientes sobre su escritorio y repasando en su mente cada uno de ellos antes de volver a revisarlos. No le cabía duda alguna que el asesino le estaba dejando pistas en cada escena, aunque no podía dejar pasar los dichos del doctor Santis, quien aseguraba que se trataba de más de un individuo.

¿Será que aquel testigo en el parque estuvo cerca del asesino sin saberlo? Pero él describía a una persona que aparentemente se hacía acompañar de un animal. ¿Cuál era ese eslabón perdido entre los asesinatos de Sebastián Creta y los gemelos Mamani, y que se conectaba con la muerte de los Marmolejo Tapia? Tal vez los resultados de ADN revelarían la identidad de aquel desconocido carnicero, pero tampoco era seguro que aquello ocurriera.

Si el ADN no concordaba con la base de datos que manejaba la policía, sería el equivalente a buscar una aguja en un pajar. Iba en la tercera taza de café cuando su celular le advertía la entrada de un mensaje de parte del sargento Meza. “Buenas noticias mi teniente, venga pronto al hospital”. Citaba el texto.


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