El secreto de la Corte ©

By GuillenFM

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«Los duraznos floreciendo la lluvia hizo caer los pétalos me miro al espejo y no me reconozco.» María Guillén... More

Sinopsis
Contexto histórico + Advertencias
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 3

Capítulo 2

19 2 11
By GuillenFM


Diciembre, 1839

En un punto del camino entre Dejima y Kushima.  


Sara podía sentirse temblando, la brisa helada se colaba por cada apertura de su vestido. Las lágrimas no paraban de bajar de sus ojos cerrados, y gemidos silenciosos podía escuchar a lo lejos.

Su cabeza dolía.

Pero sus ojos no solo estaban cerrados, habían sido tapados, al igual que su boca, donde, y ella sintió su corazón detenerse, estaban saliendo esos gemidos. Su lengua se encontraba seca, su cuerpo entero dolía, y restregó sus manos, de nuevo, contra su falda.

No sabía donde estaba.

Sangre.

Sus muñecas se encontraban amarradas, sus piernas dobladas bajo de ella, y sus tobillos, al igual que sus muñecas, estaban atados y entumecidos. Escucho a los árboles siendo sacudidos por el viento, y el murmuró de voces.

Podía saborear la sangre en su boca.

El suelo bajo de Sara se movió, y soltó otro sollozo, porque después de meses en un barco, ella ya podía reconocer el bamboleo suave de la marea, pero este era diferente, mucho más brusco, de ruedas sobre tierra.

Estaba en una carreta y no sabía cuanto tiempo había pasado.

Trato de pensar en lo anterior a su despertar, y cuando pedazos de recuerdos llegaron a su mente, se arrepiento.

Sara lloró al recordar por qué estaba limpiando sus manos.

La sensación pegajosa, de la sangre seca en sus manos, persistía. Un golpe seco tras de su cabeza la sobresalto, y aguanto sus gemidos. Las voces, en un idioma que no comprendía, hablaban por encima de su cabeza en tono de advertencia, y lágrimas silenciosas bajaron por sus mejillas.

Su padre.

Su papá.

Dios misericordioso. 

Habían pasado solo pocas semanas desde que el Sophia Elizabeth había atracado en Dejima, y Sara, junto a su padre, se mantuvieron todo ese tiempo recluidos en el barco. Su camarote era el lugar seguro de ambos, sin embargo, era terriblemente pequeño.

Tenían que turnarse, entre ella y su padre, para lavarse, y por suerte, el camarote estaba equipado con una litera, en vez de un simple catre. La primera semana había sido pasable, Sara era tolerante y bastante paciente, de lo contrario no hubiera sobrevivido al viaje por tantos meses.

Pero, para la segunda semana, Sara quería salir a respirar aire fresco y ver el sol.

No, no quería, necesitaba.

Solo habían podido salir en pocos intervalos de tiempo durante la noche, y nunca si poder acercarse a los bordes del barco, por temor de ser vistos. Pero el clima también les había jugado en contra, con los vientos invernal, viniendo desde el norte, se habían visto obligados a permanecer adentro, antes de poder enfermarse.

Había sido terrible y no tenía mucho más que hacer, aparte de leer la biblia y hablar con su padre. Y por eso, su mente se había llenado de pensamientos intrusivos.

¿Cómo sería el país?

¿Cómo era la culta, sus tradiciones, su gente?

Su padre le había dicho pocas cosas, aparte de lo que ya sabía antes de llegar. El señor Antoon y el Capitán Johan se habían mostrado poco conversacionales con ella desde que habían llegado. Pero entendía que era mujer y, por más respetable que fuera por ser hija de su padre, la mayoría la consideraba un estorbo.

A lo largo de los meses había tenido que aprender a callar, y solo quedarse como observadora. Cosa que no estaba en su naturaleza, pero lo había hecho.

El golpe en la madera saco a Sara de sus cavilaciones.

¿Sí?

—¿Estás presentable, Sara? — La voz de su padre vino atreves de la puerta —. Tenemos que hablar, pajarito.

Sara se irguió con cuidado de su cama, para no golpear su cabeza, hasta quedar sentada, porque, aunque ella hubiera insistido varias veces para tomar la litera de arriba, su padre fue mucho peor, recordándole lo torpe que era y las posibilidades que tenía de caerse.

Él había tenido toda la razón, por supuesto.

—Sí, puedes pasar, padre.

Cuando la puerta se abrió ante su permiso, la luz del día ilumino el camarote, haciendo que la pequeña vela que tenía, para iluminar el espacio, se apagara ante la inesperada brisa fría que entro. Sara le dedico una sonrisa a su padre, pero se borró al ver la expresión grave en su rostro.

—¿Qué pasa, padre? — Sara susurro su pregunta. 

Su padre se aclaró la garganta, y entro, cerrando la puerta detrás de si, dejando solo que un delgado hilo de luz para verse mutuamente.

—Los japoneses están pidiendo revisar el barco.

Sara trago seco, y el terror enfrió sus huesos. Juntando sus manos, las apretó, tensa. Su padre podría hacerse pasar por uno de marineros, hablaba el idioma y físicamente, con sus cabellos rubios y gran estatura, era una copia mucho más clara del Capitán Johan, que tenía la piel curtida por el sol.

Pero, Sara no sería capaz de hacerse pasar por un marinero, ni aunque se vistiera de hombre, cosa que había intento una vez. Sus rasgos eran demasiado femeninos, era alta, sí, mucho más que las mujeres con que se había rodeado toda su vida, pero su cara era fina, tenía senos grandes que apenas se disimulaban con todo la ropa que se ponía encima, y Sara no podía mantener una conversación decente en neerlandés.

Sintió el comienzo de un sudor frío bajar por su nuca.

—¿Qué sugiere el Capitán Johan? — Las esquinas de los ojos de su padre se arrugaron ante su pregunta.

—Nos harán bajar del barco para la revisión, y propuso que te hicieras pasar por la esposa de Antoon. Es...— La voz de su padre flaqueo, y el labio inferior de Sara tembló. — Es la única manera de que no cuestionen tu presencia en el barco.

No era una mala idea, era respetable, pero, por la mirada de su padre, era una peligrosa. Porque una vez que bajaran del barco, si se cometía un solo error...

Sara apretó más sus manos, sintiendo los pinchazos de sus uñas, clavándose en sus palmas. Su padre se acercó, y se arrodilló frente a ella. Sara miró cómo tomaba sus manos en las suyas, mucho más grandes y ásperas por el trabajo. Tuvo ganas de llorar ante la ternura del toque.

—Tu madre tenía razón, debiste quedarte en casa, y aceptar ver a los hombres que tu mamá tenía preparados para ti.

Sara se erizó, y mirando a su padre a los ojos, respondió entre dientes: —Jamás. Me prometiste que me casaría con un hombre que amara. Que conmoviera mi corazón.

Y su padre sonrió de manera dulce, pero sus ojos azules, como los de ella, se mostraban tristes. El corazón de Sara se apretó en su pecho.

—Y después de cinco años, ¿no has conocido ni a un hombre que lo hiciera, pajarito?

Cinco años había sido el tiempo que había estado recibiendo propuestas de matrimonio. Con base a eso, su madre había insistido, antes de saber del viaje, que al menos saliera con candidatos decentes, que ella misma había seleccionado.

Sara huyo de eso. Prometiéndole a su madre, que después del viaje, ella aceptaría ver a cualquier candidato decente, pero, Sara sabía que buscaría la manera huir de nuevo, una vez que pisara su casa.

Aunque, por la mirada que le estaba dando su padre, quizás no tendría tantas opciones cómo en el pasado.

Aclarando su garganta, trato de desviar el tema. —El señor Antoon es un buen partido.— Su padre soltó una carcajada áspera y Sara sonrió, al sentir como la tensión se disipaba.

—Antoon me dijo que prefiere casarse con una barracuda antes de casarse contigo. —Sara abrió la boca, ofendida. Y su padre prosiguió con la diversión en su voz. —Hace esto porque Johan se lo ordeno, pero no se mostró muy contento con ser la opción para ser tu esposo.

—Pero, ¿Una barracuda dijo? ¿Por qué? Soy mucho más amable que una barracuda. —Cuestiono, pero su padre, con un rápido movimiento, apretó la punta de su nariz, con su pulgar e índice. — ¡Padre!

Pico y Sara tapo su nariz para evitar otro ataque. Pero su padre dejó salir una carcajada y se levantó de su posición, unos cuantos huesos crujieron ante el cambio y Sara recordo la edad de su padre. 

—Es tu temperamento, pajarito. Antoon es un buen hombre, pero necesita a una mujer que sea sumisa. ¿Ustedes casados? Te amarraría al poste del barco, y dejaría que este se hundiera. —Su padre nego con la cabeza. — Y no hablar de tu madre, te metería en un convento antes de verte casada con un marinero.

Sara hizo una mueca, porque tenía toda la razón con respecto a su madre. Pero no creía que su temperamento fuera tan malo. Abrió la boca para refutar, pero su padre la interrumpió.

—Si no fuera por Antoon, cuidándote, nos hubiéramos ido hace mucho tiempo a casa, pajarito.

Y Sara se tragó sus palabras, mientras ciertas situaciones venían a su mente, porque era cierto. 

Observo como su padre tomaba la biblia de la pequeña mesa que tenían, y apretó sus labios juntos. —¿Qué harás con ella?

Su padre acarició la portada de cuero, con una expresión dolorosa. —La vamos a ocultar hasta que estemos seguros de camino a casa.

Así que Sara se dispuso con su padre a rodar la mesa, y este, con una navaja, despego una tabla de madera, dejando a la vista un compartimiento no tan profundo, y Sara, envolviendo la biblia en una tela vieja que usaba para quitar el polvo, guardo el libro en el hueco. Se hizo rápido, y su padre se aseguró que tuviera bien encajada la tabla que había despegado, antes de colocar la mesa en su sitio.

Prendió la vela que se había apagado y soltó un suspiro a ver todo en su sitio. No había nada más que los mostrara devotos de Dios, y Jesucristo.

—¿Cuándo tendremos que bajar? — Sara le pregunto a su padre.

Él, soltando un suspiro, respondió: — En las próximas horas. Así que, colócate tu velo, y espera hasta que Antoon venga por ti.

Sara asintió y sin pensarlo mucho se acercó a él, que no dudo en estirar el brazo y rodearla. Sara podía escuchar el corazón de su papá, palpitar en su pecho, y lo abrazo, fuerte.

—Todo va a salir bien, pajarito. — Su padre acarició su hombro y también su espalda, y Sara aspiro el olor a sol que se había pegado en su padre desde que se habían embarcado. — Estaremos en casa en unos meses más, y buscando la manera para que tu madre no te envíe al convento y tampoco te cases.

Sara soltó una risa, contra el pecho de su papá, sin poder evitarlo. Él siempre estaría de su lado. 

 —Gracias, papá. —Y con ese último abrazo, y un beso en su frente, su padre salió del camarote.

Sara se arregló, peino su cabello para que este no se saliera de lugar bajo el hiyab, y también hizo que la tela restante cubriera cada parte de su cuello al descubierto. El vestido que estaba usando era el que menos le favorecía, y agradeció a Dios por haberlo escogido. Sara observó su reflejo en un pequeño espejo que tenía y se sintió satisfecha por el resultado.

El hiyab cubría casi todo su rostro, y lo que no cubría, reflejaba sombras. Sara esperaba que fuera lo suficiente para no llamar su atención en pleno día.

No está segura de cuánto tiempo había pasado antes que señor Antoon, a diferencia de su padre, entrara sin golpear la puerta, exaltándola. Sus ojos eran serios y Sara trago seco.

Esposa. — Su habitual sarcasmo sonó mucho más burdo y Sara unió sus manos a su frente, alzando su frente. El señor Antoon asintió, en aprobación. —Me gusta el estilo. Como sabes, no se pudo evitar, así que, ni un solo cabello tiene ser visto, mantendrás la cabeza gacha y no mirarás a ninguno de esos hombres a la cara.

Sara entendió lo dicho, y miro al señor Antoon, asintiendo lentamente, pero no pudo evitar preguntar: —¿Por qué la revisión?

El señor Antoon se recostó del marco de la puerta y soltó un profundo suspiro.

La última vez que vinimos, el daimio fue quien estuvo supervisando, ni siquiera sube al barco, ni le importa que hagamos mientras no salgamos de Dejima y respetemos sus leyes, pero esta vez, dejo a su perro fiel, que es un hombre que nos odia mucho. — El señor Antoon explica, y Sara repesa en su mente la palabra extraña que en anteriores ocasiones había escuchado.

—¿Daimio? — Sara pronuncio con cuidado la palabra.

Significa gran hombre, es como se le dice a los señores de los dominios. Es la tercera persona con más alto rango después del emperador. — Sara, escucho con cuidado y mordió su labio inferior en aprehensión. El señor Antoon masajea el puente de su nariz. — Sara, veas lo que veas, escuches lo que escuches, no alces la mirada y no hables, por favor.

Al escuchar la gravedad en la voz de Antoon, mucho peor que en la charla que tuvieron hace semanas en alta mar, hizo que el estómago de Sara se encogiera. Pero, sabía que no existía una manera de escapar de la inspección sin que levantaran sospechas sobre ellos, y ante eso, Sara sintió el arrepentimiento dentro de si misma, por su egoísmo.

Porque había actuado por sus deseos.

A sabiendas de que su padre siempre estaba de su lado, de que la apoyaría, pidió marchar junto a él, y su madre no había tenido mucho que decir, aparte de sus condiciones, ante el frente unido que había tenido Sara y su padre.

Ahora, con el miedo corriendo por sus venas, y la incertidumbre trepando por su corazón, las manos de Sara temblaban y las ganas de llorar picaban entre su nariz y sus ojos.

Porque estaba aterrada del resultado final.

Y algo debió mostrarse en su cara, porque en pocos pasos, el señor Antoon estaba frente a Sara, tomo sus manos sin pedir permiso, haciendo que el corazón de Sara saltara ante el atrevimiento, sin embargo, no evito que las inspeccionara, porque sabía que el acto proponía un consuelo, y nada más.

Las manos del señor Antoon eran mucho más ásperas que las de su padre, tenía líneas y relieves más claros de cortes por el trabajo, dos dedos de su mano derecha torcidos, el anular y el meñique, y las uñas cortas, casi hasta la raíz y extrañamente libres de suciedad.

Sara respiro hondo, y el olor a sal inundo pico su nariz.

No puedes entrar en pánico, Sara, esos hombres lo olerán. Así que, respira y no pienses en nada. — Le hablo con calma, y era la primera vez su voz sonaba dulce. No había sarcasmo, ni burla.

Sara asintió, sin confiar en su voz, y el señor Antoon la imito, soltando sus manos, le ofreció su antebrazo derecho, y ella deslizó su brazo izquierdo. El hombre más grande marco el ritmo y Sara aspiro y exhalo, mientras salían de la habitación.

El sol en lo alto brillaba, con nubes grises espaciadas en el cielo, y Sara entrecerró los ojos por reflejo, había estado tan acostumbrada a solo estar en las horas impías de la tarde y noche, que la luz del sol, a esas horas del mediodía, le resultaba demasiado fuerte.

Las velas estaban recogidas, había murmullos de voces flotando en varias direcciones y aves volando hacia tierra. Sara mantuvo la mirada baja, mientras caminaban por la cubierta, contando las tablas de madera.

Su respiración trastabilló cuando empezaron a descender. Sara mantuvo sus ojos siempre en el piso, y sintió como el señor Antoon apretaba mucho más su agarre en su brazo y mordió su labio inferior, porque en el momento en que pisaron tierra firme, sintió un escalofrío recorrer su nuca.

Y aunque Sara había mantenido la cabeza gacha, noto la cantidad de personas que había alrededor del barco, porque se había percatado que había una fila a su derecha, solo para las personas del barco, reconoció al ver los pantalones de su padre por el rabillo del ojo.

Así mismo, lo sintió, como gotas frías de agua contra su piel, pudo sentir las miradas en ella. Y Sara solo contó con la pura fuerza del señor Antoon, porque el temblor se apoderó de sus piernas, casi deteniéndola en su caminata.

Por favor, Dios misericordioso.

Caminaron hasta llegar al final de la fila, la tensión se sentía en el aire, y escuchó los pasos sobre la tierra y luego subiendo por la rampa hacia el barco. Vio tela, de lo que parecían pantalones, pero mucho más anchos, de colores oscuros, pasar por su frente.

Y el mango de lo que parecía una espada.

Sara atrapó su labio inferior entre sus dientes, que había empezado a temblar, y agacho mucho más la cabeza, pegando su barbilla de su pecho.

Pasaron minutos, y Sara seguía escuchando murmullos, pero los marineros con lo que había compartido durante meses se encontraban en un silencio sepulcral. El murmullo venía del mercado, de los hombres que mantenían la guardia en ellos. 

Era un idioma que nunca había escuchado, y tan diferente de todos los que alguna vez había querido aprender. Sus palabras eran intangibles, más, sin embargo, hubo una que se destacó, ya que era recurrente en el vocabulario.

Ga-i-jin

Ga-i-jin

Gaijin.

Sara se preguntó que significaba, y la pregunta rondó en su mente hasta que los hombres bajaron del barco gritando, y el peor temor, que se había instalado en su corazón, se cumplió.

Los hombres, los que habían estado de pie vigilando, sacaron sus espadas. El señor Antoon, actuó con rapidez, soltando el brazo de Sara, y colocando su cuerpo parcialmente frente a ella, que el miedo hizo que se paralizara, pero al mismo tiempo, Sara levanto la mirada por puro instinto.

Y lo que sucedió a continuación, casi la hizo gritar.

Un hombre, vestido con ropaje ancho y de colores oscuros, había desenfundado y había señalado al señor Antoon, por consiguiente, a ella. El hombre tenía la piel oscura, quemada por el sol, cabello negro y sujeto por un moño apretado en lo alto de su cabeza, cejas fruncidas y ojos oscuros, en forma de almendras, que los miraban con furia.

Sara, con su mano derecha, tomo el borde de su vestido, arrugándolo entre sus dedos, y su mano izquierda había ido hasta el lazo que unía los dos extremos de su hiyab, en un intento vago de calmar su corazón.

El hombre de ojos oscuros la miro directamente, y todo sucedió muy rápido.

Escucho al señor Antoon hablar, tropezar con el mismo idioma que había escuchado momentos antes, y el hombre respondió entre dientes, con burla, pero aun con el odio y el recelo en los ojos.

Pero entendió algo en el diálogo, Gaijin e iruman. La pronunciación de la última palabra lo hacían casi una palabra de origen japonesa, pero si no se equivocaba, aun en su estado de aturdimiento, era «hermano» en portugués.

Y el significado de eso casi hizo que perdiera el equilibrio. La espada se acercó al pecho de Antoon, y Sara podía escuchar la voz del Capitán Johan, pero sus ojos no sé apartaron del hombre frente a ellos con la espada.

Sara sentía, que si desviaba solo un poco la mirada, sería lo último que vería. 

Pero de pronto, todos callaron. Ya no se escuchaban las voces con urgencia e ira, solo el sonido del agua y de la brisa. La atención del hombre con ojos oscuros se había desviado a su derecha, al igual la del señor Antoon, así que, Sara, también volteo la mirada.

Su cuerpo se paralizó, y su mente se quedó en blanco. Su padre había empezado a caminar al frente, para tomar la biblia, que habían ocultado, de las manos de uno de los samuráis.

Y ese samurái, en un parpadeo, corto a su padre. Su brazo, el que tenía la espada, se había movido con velocidad ante el acercamiento, el hombre había reaccionado en represalia, y corto a su padre en el pecho.

Su papá gimió de dolor y Sara grito.

Se lanzó hacia delante antes de poder siquiera pensar en las consecuencias.

¡Sara, detente! 

Corrió rápido hacia su padre, esquivando al señor Antoon, pero sus pies tropezaron, y cayendo de rodillas, con los ojos empañados, vio el momento exacto en el que la espada se conectó con el cuello, y la cabeza de su padre cayó.

No, por favor, no, Dios, Jehová, misericordioso, por favor, no, nono, nononono...

Papá, papá, nononono...

Sara gimió y las lágrimas empezaron a caer sobre la tierra, su boca se abría, pero ninguno sonido salía de ella. Sara se arrastró, hasta llegar a la cabeza de su padre, extendió su mano, y la tomo, y acariciando los rizos de color rubio, la sangre empapando sus manos, fue tomada lejos. 

La cabeza cayó, y rodando, vio los ojos azules de su padre mirarla. 

Luchó, más sollozos silenciosos salieron de ella, y las lágrimas cegaban su visión. Escucho discusiones, gritos y personas peleando, pero su visión solo estaba centrada en los risos rubios de su padre, peleo con más fuerza, y por fin, cuando sintió los brazos de su captor aflojarse, se impulsó, pero no logro acercarse antes de sentir un golpe en el cuello y todo se volviera negro.  



La carreta se detuvo.

Los murmullos se hicieron más fuertes.

Una voz, familiar para sus oídos, dijo esa palabra:—Gaijin. 

 Y Sara espero su muerte. 

🌸



Nota de Autor:  Perdón la tardanza, pasaron cosas cuando estaba empezando la escritura de este capítulo. 🙃 Pero acá esta, espero lo disfruten. Y sí, es más largo que el anterior. 💕✨


Contexto historico: 

«En un punto del camino entre Dejima y Kushima»

La verdad es que, durante el período comprendido entre 1810 y 1840, Nagasaki era una ciudad importante para el comercio exterior de Japón, pero en esa época ya no había daimyōs que gobernaran directamente en Nagasaki.

Nagasaki no era un dominio feudal independiente, sino que estaba bajo la jurisdicción del dominio de Fukuoka.

El dominio de Fukuoka, también conocido como el clan Kuroda, era uno de los han (dominios) más poderosos en Kyushu, la isla en la que se encuentra Nagasaki. Sin embargo, el daimyō de Fukuoka no residía en Nagasaki y no era conocido por un nombre específico que se refiera a Nagasaki en particular.

El castillo de Fukuoka, también conocido como Castillo Maizuru, era la residencia del daimyō del clan Kuroda y el centro administrativo del dominio. El castillo era una fortificación imponente que se encontraba en una colina y dominaba la ciudad de Fukuoka y sus alrededores.

(Esto fue lo que quedo, en parte, luego que en el Periodo Meiji en 1871 se abandonara el castillo. Muchos de los edificios dentro del castillo fueron destruidos o desplazados a otros lugares. Ahora es un parque grandísimo en el centro de la ciudad y ha sido declarado patrimonio histórico)

Con base a esto, decidi usar la ubicación del Castillo de Kushima, porque desde Dejima hasta Fukuoka se podían tardar casi dos semanas en llegar a caballo. 

En cambio, hasta Kushima,  la duración seria de una semana, con pocos descansos para alimentar a los caballos. 

El Castillo Kushima le pertenecia a el Clan Ōmura, que había sido establecido durante el periodo Kamakura por descendientes de Fujiwara no Sumitomo y habían construido un castillo que fue la residencia ancestral del clan. 

Cuando se empezó a aplicar la política de aislamiento nacional y comenzó la persecución de los cristianos japoneses, Ōmura Sumiyori, que había apostatado, reunió a muchos cristianos locales en los terrenos del castillo de Kushima y los obligó a tomar veneno en 1616. 

Iruman:  Los misioneros cristianos católicos eran conocidos como bateren (de la palabra portuguesa: padre)​ o iruman (del portugués irmão, hermano). Ambas transcripciones 切支丹 y 鬼利死丹 entraron en uso durante el período Edo cuando el cristianismo era una religión prohibida. 

El kanji usado para la transcripción tiene connotaciones negativas.


Hasta ahora es todo, si tienen alguna duda o consulta, no duden en comentar. 

🌸💕✨

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