Todos los lugares que mantuvi...

By InmaaRv

1.4M 149K 214K

«Me aprendí el nombre completo de Maeve, su canción favorita y todas las cosas que la hacían reír mucho antes... More

Prólogo
1 | Todo lo que yo sí he olvidado
2 | Luka y Connor
3 | La vida es una oportunidad
4 | Viejos amigos
6 | La lista
7 | Revontulet
8 | Avanto
9 | Familia
10 | De mal a peor
11 | El concierto
12 | Lo que de verdad importa
13 | El país de los mil lagos
14 | El viaje
15 | La primera cita
16 | Al día siguiente
17 | La fiesta
18 | Adorarte
19 | Confesiones
20 | La lista de Connor
21 | Fecha de caducidad
22 | La boda
23 | Algo que se sintiera como esto
24 | Pesadilla
25 | El regreso
26 | Mamá
27 | Ellos
Las listas de Maeve y Connor
EN PAPEL
PUBLICACIÓN EN LATINOAMÉRICA

5 | La casa de Amelia

50.1K 5.5K 7.5K
By InmaaRv

5 | La casa de Amelia

Maeve

—¿Así que no recuerdas nada sobre los años que pasaste aquí?

—No.

—Pues qué putada.

Luka es absolutamente encantador.

Ayer bajé a cenar con la familia de Hanna y John por primera vez en los últimos cinco días. Y lo hice por dos razones: para empezar, porque me negaba a darle a Connor la satisfacción de volver a verme encerrada —sobre todo después de que él haya admitido abiertamente que lo ha notado— y también porque, después de una semana alimentándome a base de snacks y comida basura, mi cuerpo pedía a gritos una comida en condiciones. Me senté al lado de Sienna y me limité a participar en la conversación solo cuando me nombraban. Al menos tuvieron el detalle de hablar en inglés. Creía que Connor aprovecharía la ocasión para contarle a todo el mundo lo inútil que he resultado ser en la tienda. Por suerte, no lo hizo.

Aunque ayer no mencionaron nada en la cena, Hanna o él deben de haber hablado con Luka, ya que se ha presentado esta mañana en mi habitación, con cara de pocos amigos, para avisarme de que hoy iríamos a ver la casa de mi madre por fin.

Lo miro de reojo mientras conduce. Luka me recuerda a los chicos que Mike solía criticar: postura recta, esa forma tan confiada de agarrar el volante y, en resumen, toda esa actitud de «todo me importa una mierda y me creo francamente superior al resto». Se ha encendido un cigarrillo nada más subirse a la camioneta. Teniendo en cuenta que lo mucho que ha nevado, no creo que sea muy sensato fumar mientras conduce, pero quién soy yo para decírselo, ¿no?

Arquea una ceja al notar que lo observo, imagino que sacando la conclusión equivocada.

—Me sorprende que no le hayas pedido a Connor que te lleve en mi lugar.

—Pensé que tú hablarías menos.

Noto que mi respuesta le hace gracia.

—Creo que tú y yo vamos a llevarnos muy bien.

No descruzo los brazos, pero por alguna razón eso hace que me relaje un poco. Luka pasa a sujetar el volante con la mano en la que tiene el cigarrillo y utiliza la otra para poner música. Una canción estridente empieza a sonar por los altavoces. Aunque no entiendo mucho de música, capto enseguida que la grabación no está hecha precisamente por un profesional.

La calefacción está muy alta, pero no me he quitado el anorak, y ahora doy las gracias por ello; el muy imbécil lleva la ventanilla abierta para poder fumar.

—Es buena, ¿verdad? —Señala la radio con la cabeza—. Siempre diré que es una de las mejores que tenemos.

Frunzo el ceño.

—¿La canción es tuya?

Luka asiente mientras da otra calada. Visto lo visto, creo que tendría que dar gracias por que no aparte los ojos de la carretera.

—Tengo una banda. Todavía no tenemos nombre, pero nos va bastante bien. Tocamos de vez en cuando en un pub de la ciudad. —Sube el volumen ahora que llega el estribillo—. Yo soy el bajista. Escucha.

Y lo intento. Juro que lo intento.

Incluso afino el oído para intentar entender la letra, pero está en finlandés. Entre eso, lo alto que está el volumen y lo estridente que es la canción, no sabría decir si es «música» de verdad o solo un puñado de instrumentos haciendo ruido todos a la vez.

A mi lado, Luka tamborilea sobre el volante al ritmo de la melodía.

Decido que no voy a ser yo la que le rompa el corazón.

—Está bastante bien —miento.

Él me dedica una sonrisa sugerente.

—Lo sé. Gracias, nena.

—Si vuelves a llamarme así, voy a tirarte del coche en marcha.

Su mirada se tiñe de humor, lo que deja claro que solo lo ha dicho para hacerme enfadar. Tira el cigarrillo por la ventanilla y saca el mechero para encenderse otro.

—¿Fumas? —Me ofrece la cajetilla.

—Lo dejé hace años.

—Chica inteligente. —Se lo enciende, guarda el mechero y la cajetilla y da una calada—. No dejo de preguntarme cómo has acabado aquí —continúa—. No es que me queje, de todas formas. Hacía tiempo desde la última vez que nos visitó alguien tan... interesante.

No sé cómo tomarme eso, de modo que me limito a mirar por la ventanilla, hacia el paisaje invernal. He notado que en este pueblo las casas están muy alejadas unas de otras. De hecho, ni siquiera parece un «pueblo» de verdad. Sería difícil ir andando de un lado a otro sin congelarse.

—¿De qué hablabais Connor y tú ayer? —La pregunta de Luka me toma por sorpresa. Debe notar la confusión en mi rostro, ya que añade—: Os vi en la tienda.

Me da la sensación de que espera que critique a su hermano. Contra todo pronóstico, a mí no me apetece hacerlo. Connor será irritante y cuanto menos entrometido, pero no ha tenido más que palabras amables para mí desde que llegué.

No voy a ser injusta con él.

—Quería saber por qué he decidido volver —contesto, y no es mentira. Por algún motivo, tampoco me siento cómoda mencionándole el tema de la lista. Se lo achaco a que la idea en sí me parece una estupidez—. También me trajo vitaminas. Me dijo que las necesitaría.

—El bueno de Connor, ¿no? —masculla con ironía—. Siempre tan atento.

Lo miro de reojo.

—No parece que os llevéis muy bien.

—Nos llevamos bien. La mayor parte del tiempo. Pero no me gusta que me traten como a un juguete roto. —Aprieta ligeramente el volante entre los dedos—. Algo me dice que entenderás pronto a lo que me refiero.

Sí.

Creo que ya entiendo a lo que se refiere.

Me reacomodo inquieta en el asiento y busco cualquier manera de desviar la conversación.

—¿Él también está en tu banda?

Ha sido un intento penoso, pero es lo mejor que se me ocurre.

—¿Connor? No. —Luka sacude la cabeza. Al menos ahora parece más relajado—. La banda es cosa mía. De hecho, no ha venido a vernos tocar ni una sola vez. Está bastante ocupado con todo eso de la universidad a distancia, cosa que, por si te lo preguntabas, me parece una estupidez.

—¿Por qué es una estupidez?

—Porque podría haberse largado de aquí y no lo ha hecho. —Cuando se vuelve a mirarme, sus ojos me parecen tan severos como el otro día en el comedor—. No sé qué coño te habrán contado de este lugar, o si habrás venido solo para averiguar cómo era la vida de tu madre, pero, en cuanto lo descubras, sé lista y lárgate. No hay nada que hacer aquí. Amelia hizo bien en marcharse. Serías más feliz en cualquier otra parte del mundo.

Con eso damos la conversación por terminada.

Luka detiene el vehículo.

Hemos llegado.

—La carretera está llena de nieve a partir de este punto —me informa mientras se desabrocha el cinturón—. Tendremos que recorrer el último tramo a pie.

El cosquilleo de la inquietud asciende por mi columna cuando miro hacia fuera. No veo nada aparte de los árboles frondosos llenos de nieve, el cielo grisáceo y, al fondo, la silueta de una casa de madera. Luka se baja de la camioneta sin esperar a que responda, de manera que me trago el nudo que tengo en la garganta y lo hago también.

Mis botas prestadas se hunden en la nieve cuando me bajo de un salto. Compruebo aliviada que, a pesar de todo, no se han calado. Cuando vivía en Portland, tenía predilección por mis queridos botines, pero a partir de ahora se quedarán bien guardados en el armario. Las botas de Sienna son más pesadas y me vienen un poco grandes, pero sospecho que se convertirán en mis mejores amigas durante el tiempo que pase aquí.

—¿Vienes o qué? —me insta Luka.

—Sí. Voy.

No estoy acostumbrada a andar en la nieve, así que los escasos pasos que necesito dar para alcanzarlo me dejan exhausta. Luka se limita a mirarme de arriba abajo, resoplar y emprender la caminata hacia la casa. En cualquier otro momento su comportamiento me habría cabreado, pero ahora me hace sentir un poco de vergüenza. Seguro que veo ridícula con tantas capas de ropa encima, muerta de frío, peleándome para dar más de cinco pasos seguidos sin jadear.

Mantengo la vista en el suelo mientras avanzamos en silencio. Pese al frío, no tardo en empezar a sudar, lo que hace que la sensación sea aún peor. No levanto la mirada hasta que Luka se detiene frente a mí.

Entonces, el corazón pasa a latirme aún más fuerte, y no es por el cansancio.

No sé qué esperaba encontrarme. Sabía que no sería nada espectacular —menos aún si lo comparamos con la mansión de Florida—, básicamente porque mi padre empezó a triunfar con sus negocios cuando nos mudamos a Estados unidos. Aun así, sentía que este momento sería único. Trascendental. Y por eso no sé cómo sentirme cuando descubro que se trata de una casa como cualquier otra.

De hecho, se parece bastante a la de Hanna y John; solo es un poco más grande y tiene las paredes recubiertas de madera oscura. Hay un porche delantero, también de madera, con una escalera que conduce a la puerta. Hanna me dijo que la había estado manteniendo, pero imagino que no le ha dado tiempo a venir después de la ventisca, porque todo está lleno de nieve: los rebordes del tejado, las barandillas, los escalones y también los alrededores. Ni siquiera se ve el camino que debería guiarnos hasta la entrada. La observo con tanta atención que tardo un momento en darme cuenta de que Luka ha seguido andando.

Un resquemor me deja la garganta en carne viva. Connor estaba equivocado. No me acuerdo de nada.

—Deberíamos entrar —dice Luka delante de mí—. No quieres que se nos haga de noche estando aquí, créeme.

No soy valiente, ni fuerte, ni ninguna de esas cosas.

Pero tengo que poder con esto.

El camino que falta hasta la casa es más corto, pero también se hace más difícil. Tengo el pulso desbocado cuando por fin llegamos a los escalones. Están muy altos, así que Luka sube antes que yo. Lo sigo agarrándome a la barandilla para coger impulso. Cuando me detengo frente a la puerta, me quito los guantes y busco la llave en el bolsillo del anorak.

Siento cierta tranquilidad al notar el metal frío directamente contra mi mano.

—Te esperaré aquí. —Luka ha suavizado el tono, lo que me indica que probablemente sabe que estoy a punto de sufrir un ataque de nervios.

Vacilo. No quiero hacer esto sola.

—¿Te importa entrar conmigo?

Él relaja un poco los hombros.

Después, asiente.

—Puedo abrirla yo, si quieres.

—Por favor.

Dejo la llave metida en la cerradura y me aparto para que pueda hacerlo. Enseguida descubro que no se ha ofrecido porque pensara que fuera a resultarme difícil a nivel emocional, sino porque hace mucho que nadie usa la cerradura, y abrirla requiere mucha fuerza. Las bisagras rechinan cuando por fin empuja la puerta para que podamos entrar.

Dentro reina un silencio ensordecedor.

Parece una casa encantada.

—Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que vine. —No me percato de que he entrado hasta que oigo a Luka detrás de mí. Prueba a darle varias veces al interruptor—. Supongo que tus padres cancelaron el contrato de la luz cuando se fueron.

Eso explica por qué no hay electricidad. Y por qué hace un frío de muerte, también. Miro hacia abajo. Mis botas están empapando la moqueta, pero, si me las quito, estoy segura de que me congelaría, así que decido dejármelas puestas. Como si hubiéramos firmado un pacto silencioso, Luka se deja las suyas también.

—¿Tampoco te suena nada de esto? —me pregunta mientras avanzamos por el pasillo vacío. Paso los dedos por la mesita que hay junto a la escalera. Solo tiene una fina capa de polvo. Me pregunto cuán a menudo se pasa Hanna por aquí.

—Me acuerdo de que aquí estaba el salón. —Siento cierto alivio al decirlo. Luka me sigue al interior de la habitación; ahora que está tan vacía, parece mucho más amplia que en mi recuerdo, pero agradezco comprobar que al menos ese recuerdo está ahí—. El sofá estaba en ese lado. Y justo en frente teníamos la televisión. Solía sentarme aquí a ver los dibujos.

—Los Moomins —comenta Luka a mi espalda. Me vuelvo a mirarlo con confusión—. ¿No te suenan? Son unos dibujos bastante famosos aquí. Todo el mundo los conoce. Connor y yo solíamos verlos también. Iban sobre una familia de... troles. O hipopótamos. No sé muy bien qué eran. —Camina hasta la siguiente puerta—. Supongo que aquí estaba la cocina.

Aunque recuerdo bastante bien cómo estaba amueblado el salón, no me pasa lo mismo con la cocina y el baño. De pequeña no debí de prestarles mucha atención. Luka recorre conmigo las tres estancias —teniendo más paciencia de la que esperaba de él— y luego vamos juntos hacia la escalera.

—Connor dice que las habitaciones estaban arriba —le cuento al empezar a subir. Vuelvo a tener un nudo en la garganta.

Luka me sigue de cerca.

—Sí, es verdad. Yo también me acuerdo. Mi madre solía traernos mucho cuando todavía vivíais aquí.

En la planta superior hay tres puertas. Tal y como dijo Connor, la que está junto a la escalera conduce a mi habitación. Siento un retorcijón en el estómago al entrar y ver las paredes pintadas de azul claro, como si fuera un cielo lleno de nubes. Hay un árbol que bloquea la mitad de la ventana. Creo que también me acuerdo de él, de haberlo visto todas las mañanas. Aunque es evidente que ahora necesita una buena poda.

Al abrir el armario, descubro que dentro hay una caja de cartón. Está llena de cosas que imagino que mis padres decidieron dejar atrás en la mudanza.

—¡El capitán Supernabo! —exclama Luka. Prácticamente me aparta de un empujón para coger el dichoso muñeco. Es una especie de superhéroe con un brazo medio caído y un traje en tonos verdosos—. Connor y yo estábamos obsesionados con él cuando éramos pequeños. Pensaba que lo habíamos perdido. —Me lanza una mirada acusatoria—. ¿Cómo es que lo tenías tú?

Alzo las manos para desentenderme del tema.

—Puedes quedártelo.

—Me sé de uno al que voy a darle mucha envidia —presume Luka con una sonrisita.

Me giro hacia él cuando termino de procesar lo que acabo de oír.

—¿Has dicho «Capitán Supernabo»?

—Así es como se llama. —Me muestra el muñeco—. Le pusimos ese nombre porque, debajo de estos pantalones, tiene un nabo gigante.

Oh, por el amor de Dios.

—Eso es asqueroso.

—Fue idea de Connor. Él es el pervertido. No yo. —Todavía sonríe cuando baja la vista hacia la caja—. ¿Algo interesante?

—Nada aparte de juguetes viejos.

Hay muñecas con vestidos preciosos y algún juguete interactivo que ya no tiene pilas. Al fondo encuentro un oso de peluche al que le falta un ojo. Me quedo mirándolo un momento, preguntándome si acaso solía dormir con él de pequeña. Si mamá me lo daba cuando me dejaba en la cama.

Cierro la caja y decido que el oso se viene conmigo.

Noto la mirada de Luka sobre mí.

—¿Qué? —le espeto a la defensiva.

—Nada. Si yo puedo llevarme al Capitán Supernabo, tú puedes llevártelo a él. —Mira al oso con una ceja arqueada—. ¿Lo dejaste tuerto?

—No está tuerto.

—Le arrancaste un ojo.

—Seguro que se le cayó. De todas formas, ¿no decías que teníamos que darnos prisa?

—¿Quieres ver algo más o podemos largarnos de una vez?

Le lanzo una mirada furibunda que no parece afectarlo en absoluto. Dejamos mi habitación y pasamos a la de mis padres. Vuelvo a sentir alivio al comprobar que recuerdo dónde estaban la cama y la mayoría de los muebles. Esta vez, en el armario encontramos dos cajas, todas llenas de elementos de decoración, como jarrones, figuritas o vasijas. Nada relevante. Entiendo que mis padres quisieran llevárselo todo con ellos, pero una parte de mí esperaba que hubieran dejado algo... más aquí.

Al menos así ahora yo podría recuperarlo.

—¿Dices que la casa tenía dos habitaciones? —le pregunto a Luka cuando volvemos a la escalera.

—Que yo recuerde, sí.

—¿Y esa de ahí?

Hago un gesto hacia la puerta que falta. Luka frunce el ceño mientras se dirige hacia allí.

—Supongo que será el baño. O el trastero. —Hace varios intentos de abrirla, pero fracasa en todos—. Parece que la cerraron con llave.

—¿Puedes abrirla?

Veo un destello de sorpresa en sus ojos, como si no se lo esperara, pero después asiente y da varios pasos hacia atrás. Cualquiera diría que está preparándose para dar un golpe mortal.

—¿Se puede saber qué haces?

—Buscar una forma de abrirla. ¿Tú qué crees?

—¿Vas a darle una patada?

—¿Se te ocurre algo mejor?

—¿Utilizar las llaves que te he dado, quizá?

Se queda bloqueado un momento.

Después se aclara la garganta y se saca las llaves del bolsillo como si no hubiera pasado nada.

—Esa era mi segunda opción —murmura. Tiene que probar varias llaves hasta dar con la correcta.

—Espera. —Lo detengo antes de que empiece a girarla—. Quiero hacerlo yo.

«Amelia tenía un lugar especial en la casa.»

«Creo que te gustará verlo. Sobre todo después de lo que me contaste ayer.»

Si Luka piensa que estoy dramatizando, no menciona nada al respecto. Solo se quita de la puerta y me deja abrirla en su lugar. En esta ocasión, la cerradura cede con facilidad, como si, de alguna forma, me hubiera estado esperando a mí. Empujo la puerta para ver el interior.

A diferencia del resto de la casa, esta habitación no tiene ventanas. Dentro reina la oscuridad.

Al menos, hasta que Luka enciende la linterna de su móvil.

Se trata de una sala pequeña, de no más de dos metros cuadrados, con varias cajas amontonadas en los laterales. Hay una mesa que ocupa toda la pared del fondo. Encima veo una pila de recipientes rectangulares de plástico. Avanzo varios pasos con cuidado de no darme con las cuerdas que cruzan la habitación, de pared a pared.

Mi pulso se acelera conforme miro lo que me rodea. No puede ser. Pero, al mismo tiempo, hay una parte de mí que ya sabía lo que encontraría.

—No parece un trastero —menciona Luka.

—Porque no lo es. —Las palabras me dejan un sabor agradable en el paladar, como si llevaran mucho tiempo esperando a ser pronunciadas. Trago saliva—. Es un cuarto de relevado. Este era su lugar especial. A mi madre le gustaba la fotografía tanto como a mí.


*


Minutos más tarde, mientras emprendemos el camino de vuelta a la camioneta, me pregunto por qué dejé mi antigua cámara de fotos en Florida.

Luka y yo no volvemos al pueblo hasta la hora de cenar. Dado que en Finlandia las horas de luz son más bien escasas, ya está anocheciendo cuando salimos de la casa de mi madre. Los faros de la camioneta iluminan la carretera que nos llevará a la ciudad. Luka necesita pasarse a recoger un par de cajas al almacén. Lo espero en el coche y, cuando regresa, se ofrece a llevarme al supermercado más cercano. Un cartel neón con el nombre de K-Market brilla en la entrada.

Me alivia comprobar que, a pesar de que los separan miles de kilómetros, los supermercados en Finlandia no son tan diferentes a los que hay en Florida. Quitando todo el tema de las vitaminas, claro. Y también sin mencionar las restricciones que tienen con el alcohol —al parecer, aquí hay supermercados dedicados únicamente a eso—. Muchos de los productos me resultan conocidos, y logro incluso comprar mis galletas favoritas y el champú que siempre uso.

También me hago con una tarjeta para el móvil. En el trayecto de vuelta, Luka me dicta de memoria el número de su madre y aprovecho que ahora sí tengo datos para mandarle un mensaje. Hanna me responde enseguida y me avisa de que va a pasarles mi número a sus hijos. Un segundo después, una notificación llega al móvil de Luka.

Hanna ha pasado mi contacto al grupo de WhatsApp de la familia.

Ya se oye ruido en el interior cuando Luka abre la puerta de su casa. Tengo que guardar la compra, así que me deshago de las botas y de mi ropa de abrigo y sigo a Luka hasta allí. Hanna y John hacen la cena mientras Connor ayuda a Niko con los deberes. Nada más verme, y como ya es costumbre, el niño abre los ojos de par en par y se apresura a clavar la vista en la mesa.

Traumatizado de por vida.

—¿Ha ido todo bien? —Los ojos amables de Hanna me reciben con preocupación. Me obligo a sonreír. Ha sido un día difícil, pero me siento mucho mejor ahora que he visto la casa de mamá. Más ligera. Más liviana.

—Muy bien. —Le muestro el juguete que me he agenciado—. Me he traído un peluche.

—Y yo he recuperado al Capitán Supernabo —anuncia Luka.

Connor deja de hacer inmediatamente lo que estaba haciendo para girarse hacia él.

—¡No me jodas!

Hanna suelta una risita. Aprovecho que Luka ha abierto el frigorífico y está distraído con su hermano para guardar mi parte de la compra. John mira de reojo mi paquete de galletas.

—¿Qué son? —pregunta.

—Galletas. ¿No las conoces? —Se las dejo para que las inspeccione—. En Estados Unidos están por todas partes. No esperaba encontrarlas aquí también.

John frunce el ceño. Espero que no decida tirármelas de pronto, porque no mentía cuando fije que eran mis favoritas. Como si necesitara la opinión de un experto, les pasa el paquete a sus hijos para que la analicen también. Connor abre mucho los ojos.

—¿Galletas de plátano? ¿Con forma de plátano? ¿Estás de coña? ¿Puedo probar una? —No sé si la pregunta va dirigida a Hanna o a mí, pero es ella la que contesta:

—No hasta después de cenar.

—Ya no tengo cinco años.

—Mentalmente sí. No hasta después de cenar.

El caso es que las galletas ya no vuelven a mis manos.

Una vez que termino de guardarlo todo, me aparto para que John pueda sacar más ingredientes del frigorífico. He notado que en esta casa las tareas se repiten de forma bastante equitativa. John limpia, cocina y lava los platos, al igual que Hanna, y al igual que todos sus hijos.

—¿Sabes dónde está Sienna? —le pregunto—. Esta mañana no pude darle las gracias por las botas.

—Imagino que estará en la sauna —contesta Hanna. Le lanza una mirada inquisitiva a su marido, que asiente con la cabeza.

—Sí, está en la sauna. —Hace un gesto hacia el pasillo—. Es la habitación del fondo, por si todavía no te ha dado tiempo a verla.

Me quedo perpleja.

—¿Tenéis una... sauna? ¿En vuestra casa?

Luka esboza una sonrisa burlona al pasar por mi lado.

—Antes de irte, recuérdame que te enseñe alguno de los verdaderos placeres de Finlandia.

Resoplo como respuesta. Tal y como esperaba, Luka se echa a reír. Me cuesta esconder la sonrisa mientras lo ayudo a poner la mesa. La verdad es que no tengo mucho apetito, pero es lo mínimo que puedo hacer, después de todo lo que ellos me han ayudado a mí. Cojo seis platos del armario y, al cerrarlo, me sobresalto al encontrarme con que Connor está a mi lado.

Él aprovecha que me he echado hacia atrás para abrir el cajón de los cubiertos.

—¿Te quedas a cenar?

Su cercanía hace que me ponga nerviosa.

—En realidad, tenía pensado irme ya a la cama.

Su mirada se clava en Luka durante una milésima de segundo antes de volver a mí.

—Entiendo.

Se aleja antes de que yo pueda decir nada más.

Noto una inquietud molesta en el estómago mientras me despido de todo el mundo con una sonrisa. Prometiéndome a mí misma que le daré las gracias a Sienna mañana, subo por fin a mi cuarto. Cierro la puerta, me apoyo contra ella y suelto todo el aire de golpe. No me sorprende encontrarme al dichoso gato pernoctando en mi almohada.

Al oírme llegar, levanta la cabeza y me mira como si me detestara por haber interrumpido su rutina de sueño.

Presta especial atención al oso de peluche que llevo en la mano.

Genial.

—No lo he traído para ti —le dejo claro—. Es un recuerdo. De cuando era pequeña. Entiendo que vayas a quedarte aquí, pero ya ha perdido un ojo. Apreciaría que no intentases arrancarle el otro.

Él sigue observándome fijamente.

Todavía lo hace cuando dejo al peluche cuidadosamente sobre el escritorio.

Acto seguido, salta de la cama sin hacer ningún ruido y va directo a acurrucarse con él.

Dichoso gato.

—Cuidado con las garras —reitero.

Onni bufa como respuesta.

Los pensamientos sobre lo ocurrido esta mañana no me asaltan hasta un rato después, cuando estoy tumbada en la cama, sola y en silencio, con la vista clavada en el techo.

Sé por qué no metí la cámara en la maleta. Sé por qué decidí dejarla en Florida, y ni siquiera llevarla conmigo cuando me mudé a Portland tras cambiarme de universidad. Todo esto de la fotografía, ese hobbie, siempre me ha parecido una estupidez. Cuando era pequeña, papá solía decirme que era una pérdida de tiempo. Supongo que ahora sé por qué. Imagino que le recordaba a mamá. Odio que, a pesar de eso, no pueda achacarle toda la responsabilidad. Yo también tuve parte de culpa. Si estaba tan segura de que la fotografía era mi pasión, no tendría que haber renunciado a ella.

Nunca.

Por nadie.

Ni siquiera ahora tengo claro si lo es.

Pero me gustaría tener mi cámara conmigo, aunque solo sea porque así me sentiría más cerca de mamá.

Pensarlo hace que se me llenen los ojos de lágrimas. Hoy no he llorado ni una sola vez. Me negaba a hacer algo así delante de Luka. Sin embargo, ha sido un día lleno de emociones y, por más que me esfuerzo, llega un momento en el que es imposible contenerlas. Me seco las mejillas y dejo que las lágrimas salgan mientras observo el techo. Y no sé si lloro de alegría o de tristeza. Si es de alivio, de enfado, de rabia o de frustración. Quizá sea a raíz de todas esas cosas.

Lo hago hasta que me vacío y empieza a dolerme la cabeza.

Necesito una distracción. Todavía con la luz apagada, alargo la mano para coger el teléfono. Esta mañana Mike ha vuelto a llamarme. Lleva una semana sin dejar de enviarme mensajes. Y yo todavía no me he armado de valentía para contestar a ninguno.


Mike: ¿Dónde estás?

Mike: ¿Por qué no contestas a mis llamadas?

Mike: No entiendo nada de esto.

Mike: Un día estábamos bien y al siguiente ya no tengo forma de saber nada de ti.

Mike: Necesito una explicación.

Mike: Por favor.

Mike: Teníamos un futuro, Maeve.

Mike: ¿Qué diablos ha cambiado?


Ese futuro no era mío.

Mis dedos vacilan sobre el teclado.

Sé que Mike me quiere.

Sé que me perdonaría.

Sé que me recibiría con los brazos abiertos si ahora decidiera volver a casa.

Y por eso no puedo escribirle.

Da igual que me sienta tan sola.

Antes de cometer una estupidez, salgo de nuestra conversación y hago click en el buscador. Hanna me ha pasado el número de teléfono de John y también el de todos sus hijos, por si acaso los necesito para una emergencia. Escribo el nombre de Connor. Su contacto aparece enseguida. Pincho sobre su foto de perfil.

Aunque parezca mentira, el gato se pone a ronronear.

—Si tanto lo echas de menos, siéntete libre de largarte y volver con él —le gruño de mal humor.

Me molesta decir esto, pero en la foto sale bastante... bien. Sonriendo ampliamente, lo que no me extraña en absoluto. Me da la sensación de que es una persona que, por lo general, sonríe mucho. Antes, cuando me lo he encontrado en la cocina, creo que una parte de mí esperaba que me preguntara cómo había ido la visita. No lo ha hecho. Al igual que tampoco ha mencionado nada sobre el plan que supuestamente teníamos esta noche. Creo que me he sentido un poco... decepcionada, y eso es una estupidez. Soy yo la que lo ha rechazado una y otra vez.

Y por una buena razón, además.

No tengo tiempo para esto.

Ni para listas, ni para citas, ni para lo que sea que estaba planeando.

«¿Igual que no tenías tiempo para la fotografía?»

El insomnio me persigue durante buena parte de la noche.

Es la una de la madrugada cuando mi móvil tintinea con la llegada de un mensaje.


Connor: Entiendo que no hayas querido quedarte a cenar, pero creo que deberías mirar por la ventana.


Ha debido de guardar mi número cuando Hanna lo ha compartido.

No entiendo a qué viene ese aluvión de nervios que de pronto se instala en mi estómago. Al igual que no entiendo por qué decido hacerle caso y salir de la cama. Miro el mensaje mientras pienso en si debería contestar. ¿Se habrá tomado a mal que esta mañana rechaza sus planes? Estoy a punto de escribirle un mensaje, cuando llego a la ventana y noto la luz verdosa que emana del exterior.

Levanto la vista.

Y creo que dejo de respirar.

Aprieto el teléfono en la mano mientras retrocedo de forma instintiva. Ni siquiera me paro a pensar en lo que estoy haciendo cuando cojo una chaqueta, salgo de la habitación, bajo rápidamente las escalera y abro de golpe la puerta de la entrada.

No soy la única que ha tenido la misma idea. Pese a lo tarde que es, Hanna, Sienna, Niko y Connor también están ahí.

«Hay muchas cosas interesantes que hacer en Finlandia. Solo que todavía no has descubierto cuáles.»

—¡Es el baile de las luces! —exclama Niko mientras gira sobre sí mismo, como si él también quisiera danzar al compás—. ¡El baile de las luces! Las luces de invierno bailan en el cielo.

Alzo la vista, todavía sin creerme lo que estoy presenciando.

Es mejor que en las fotografías.

Incluso mejor que en mis recuerdos.

En la oscuridad de la noche, como quisiera recordarme la razón por la que he venido aquí, la aurora boreal comienza a brillar ante mis ojos.



Redes sociales

InmaaRv - Twitter e Instagram

Continue Reading

You'll Also Like

1.6M 113K 83
Becky tiene 23 años y una hija de 4 años que fue diagnosticada con leucemia, para salvar la vida de su hija ella decide vender su cuerpo en un club...
507K 54.7K 32
Mia Brenan conocía muy bien el amor, o al menos eso creía. Lo tenía todo bajo control. Por eso, un verano en casa de su padre cuando acababa de matri...
427 80 8
Kai Jones, una joven de tan solo 18 años está a punto de darle un giro totalmente inesperado a su vida. Nunca ha creído en lo que puede ver más allá...
612K 31.2K 48
¿Te gustaría saber que se sentiría estar dentro de BTS?. 방탄소년단✧°• Situaciones, reacciones, de la vida que podrías tener estando en BTS✔ ✧ Lee y descú...