Zeta: El señor de los Zombis...

By FacundoCaivano

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¡Atención! Esta historia es un reboot total del universo de Z el señor de los zombis. «El mundo, como lo con... More

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Prólogo: Tornado de violencia
Parte 1: Infierno Abierto
1. El corazón de la muerte (1)
1. El corazón de la muerte (2)
2. Punto letal (1)
2. Punto letal (2)
3. Parca (1)
3. Parca (2)
4. La imposibilidad del fallo (1)
4. La imposibilidad del fallo (2)
5. Y el infierno se abrió (1)
5. Y el infierno se abrió (2)
6. Hambre de venganza (1)
6. Hambre de venganza (2)
7. Cruce de caminos (1)
7. Cruce de caminos (2)
8. La nación Áurea (1)
8. La nación Áurea (2)
Fin de la primera parte
Parte 2: La nación ̶Á̶u̶r̶e̶a̶... Escarlata
9. Derecho de piso (1)
10. Aracnozombifobia (1)
10. Aracnozombifobia (2)
11. Cobarde
12. Pesadilla
13. Tormenta de sangre
14. Punto final (1)
14. Punto final (2)
15. ¿Qué tanto odias a los zombis? (1)
15. ¿Qué tanto odias a los zombis? (2)
16. Llama escarlata (1)
16. Llama escarlata (2)

9. Derecho de piso (2)

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By FacundoCaivano

—¿Syna? —preguntó Rex enarcando una ceja—. Me suena de algo...

—¿No lo recuerdas? —le preguntó Maga—. Cuando la infección comenzó, ellos fueron los primeros en brindar medidas de prevención a los ciudadanos.

Rex empezó a recordarlo poco a poco y su mente lo llevó a una escena particular.

Estaba en el comedor de su casa, junto a su familia. Su madre y su hermana. Los tres comían y compartían anécdotas de su día a día en una mesa redonda de madera que tenía una pata floja que, por falta de tiempo, Renzo no se molestó en reparar.

Antes de que el apocalipsis encontrara su punto más crítico, todo había empezado con pequeños indicios que se mostraban por las noticias. Lo que decía Maga era cierto, recodaba haber escuchado y leído sobre el equipo de investigación Syna cuando las primeras etapas de la infección empezaban a azotar el mundo.

En un principio no hubo infectados humanos. El virus, que se diseminó a lo largo del planeta, comenzó por infectar el reino vegetal, pudriendo ciertos sectores de bosques frondosos en algunos puntos distantes del planeta.

Uno de esos sitios había sido a unos pocos kilómetros de la ciudad dónde Renzo vivía.

En ese día de verano de agotante calor, él y su familia prestaban atención a las preocupantes noticias que destacaban en la televisión. Las imágenes mostraban a una reportera visitando las cercanías de un parque natural que ellos conocían muy bien.

El parque contenía un pequeño bosque que rodeaba un río, él y su familia a menudo paraban en ese sitio para festejar cumpleaños y reunirse con amistades; por lo que fue muy llamativo y difícil para ellos enterarse de que el bosque había muerto.

Fue la primera vez que escuchó sobre Syna, ya que uno de sus miembros fue entrevistado ese día para explicar la situación que se estaba viviendo. Una mujer que representaba a la empresa explicó que el bosque había sido «absorbido», por lo que se conocía como el «efecto Zero».

Dicho efecto tenía tres etapas particulares: muerte, detención y expansión.

La primera explicaba que las plantas emprendían un proceso de putrefacción acelerada, como si estuviesen muriendo y marchitándose, lo que le puede llegar a suceder a cualquier planta si es expuesta a condiciones no favorables, aunque según la experta, esto era solo en apariencia.

Si bien, era cierto que sus hojas y tallos perdían su color natural y se tornaban oscuras y similares cuando se marchitan, luego llegaba la segunda etapa que cambiaba todo aquello.

Esta constaba de un proceso que detenía su inminente fallecimiento. Llegaba un punto en dónde las plantas, árboles, arbustos, todo lo que era tocado por aquel efecto, dejaba de perder sus hojas y ramas, y, por lo contrario, otras nuevas empezaban a crecer.

Lo que los llevaba a la etapa final: expansión. En esta última, parecía que las plantas cobraban un nuevo propósito. Se unificaban entre ellas, se volvían más grandes y buscaban expandirse hacia nuevos horizontes. Lo que empezaba como una muerte lenta y tétrica, se volvía, en poco tiempo, en una lucha por abarcar más territorio del que podía.

Aquel pequeño bosque situado en el parque natural terminó extendiéndose de manera exponencial, hasta llegar a una población cercana. Recordó a los miembros de Syna incinerando todo el lugar para evitar que la expansión se prolongara. Así mismo, repitieron ese modus operandi en todos los rincones del mundo en dónde una o más plantas eran infectadas por el efecto Zero.

—Sí, ya lo recuerdo —dijo Rex, asintiendo—. ¿Entonces Syna sigue en pie?

—Exacto. Ahora son los encargados de sustentar a los grupos de supervivientes más grandes. Aunque no quiero agobiarlos con tanta información de golpe. —Maga hizo una mueca pensativa, buscando las mejores y más claras palabras—. Sepan lo siguiente. Si eres un grupo grande y consolidado, Syna se contactará y te ayudará brindándote refugio, provisiones y equipamiento, como estos relojes que acabo de darles. A cambio, todos los miembros de la nación, sus presidentes, políticos, fuerzas de seguridad, habitantes, y nuevos ingresantes como ustedes, debemos cumplir con... ¿Cómo decirlo? Un derecho de piso.

Zeta contempló el reloj con detenimiento y empezó a notar que tanto Maga, como la mujer detrás de mostrador, y cada habitante que deambulaba por las cercanías del depósito, tenían uno en su poder.

El dispositivo era sencillo de identificar, contaba con un aro de luz LED que abrazaba la pantalla, creando una aureola rojiza que, como si fuesen pequeños soles personales, se reflejaban en las superficies lisas cercanas a ellos.

También recordó que el de Samantha, por alguna razón, no brillaba como estos.

—¿Cómo sería eso? —continuó Rex.

—Bueno, lo entenderás cuando te explique sobre los trabajos que podemos realizar aquí como miembros de la nación y el tipo de divisa que manejamos —explicó Maga, con el codo apoyado en el mostrador—. Por el momento. ¿Por qué no se lo colocan?

Sin dilatar más el momento, Zeta y Rex hicieron lo propio y se colocaron los relojes.

—Estiren sus manos hacia mí, queridos —dijo Magda. Tenía una especie de destornillador especial en la mano con una punta en estrella que utilizó para ajustar las mayas a la medida de los chicos y trabar un mecanismo—. Bueno, espero que se vayan acostumbrando a la idea de que estos trastos son parte de ustedes. Porque no van a poder volver a quitarlos.

—¿Qué...? —preguntó Zeta.

—No te preocupes. —Maga le guiñó el ojo, divertida—. Ya verás por qué.

De repente, ambos relojes se encendieron. El aro de luz empezó a parpadear consecutivamente, luego se detuvo durante unos segundos, creando una breve brecha de oscuridad en el aro, y seguido de ello, empezó a girar lentamente en sentido horario.

Luego de unos segundos, el aro volvió a iluminarse por completo y el centro de la pantalla se iluminó con un haz verde. Pasó exactamente lo mismo con el reloj de Rex.

—¡Genial! —dijo Maga, aplaudiendo—. ¡Eso significa que no están infectados! Aunque dudo que hubiesen podido ingresar si lo estaban en primer lugar.

—¿Qué? ¿Esto puede saber si estamos infectados?

—¡Sip! —contestó ella—. Es por esa razón que se exige tenerlo puesto siempre. Es una excelente medida de seguridad. Verán, si alguien que sea miembro de la nación, por alguna razón llega a infectarse, el reloj lo detectará, el aro led se apagará y el interior de la pantalla se iluminará totalmente en rojo. ¡Y no solo eso! También, los relojes que están alrededor recibirán una alerta instantánea y enviará una ubicación en el mapa de esa persona infectada. —Asintió con aires de satisfacción—. Sí, por si se lo preguntaban, también tienen un mapa de la ciudad completa en sus relojes.

—¿Me estás jod...? —balbuceó Rex—. ¿En serio? ¿Cómo...? ¿Cómo es esto posible? ¡Es muy futurista!

—El futuro es hoy, viejo —bromeó Maga, divertida—. Ya se los dije. Syna es quien los produce. Sin ellos esto no sería posible para un grupo, no importa lo bien asentado que esté. Lo que es un poco triste, porque también hay muchos refugios afuera que no cuentan con todas las facilidades que se le da a naciones como Escarlata o Áurea, y tienen que valerse por sí mismos en un mundo completamente hostil. —Luego observó de nuevo a los chicos y sonrió—. Bueno. De eso no puedo hablarles. Ustedes vienen de afuera, lo sabrán mejor que nadie.

Mientras la muchacha continuaba con las explicaciones pertinentes, ambos, tan emocionados como niños con juguetes nuevos, empezaron a toquetear sus relojes.

La pantalla táctil era increíblemente sensible y fácil de usar, lo que hacía que la navegación por las diferentes funciones fuera muy intuitiva. Además, Maga les explicó que los relojes tenían una batería de larga duración que permitía que se empleen durante semana o semana y media sin necesidad de cargarlos constantemente.

—Muy bien —Maga aplaudió—. Repasemos lo básico. Zeta. ¿Qué pasa si una persona se infecta?

—El reloj se pone en rojo y el aro se apaga.

—Bien. Rex, ¿qué sucede cuando el aro Led se apaga, pero la persona no está infectada?

—Significa que esa persona ha muerto. ¿Verdad? Y se envía una alerta a todos alrededor.

—El aro es como nuestra vitalidad —razonó Zeta.

—Muy bien. ¿Qué pasa si el aro empieza a parpadear, pero no se marca ninguna luz en su interior?

—Es que necesita recargarse, y le queda... ¿Un día de carga?

—Exactamente, te quedan veinticuatro horas para cargar tu reloj —dijo Maga—. Genial, chicos. ¿De qué color es el aro de los de Áurea?

—¡Yo lo sé! —espetó Rex—. Pude verlos al estar ahí. Son de un tono dorado.

—¡Excelente! ¿Qué otras funciones encontramos en el reloj además del mapa?

—¡Yo! —dijo Zeta—. ¡Puntos de referencia! Podemos colocar puntos de referencia personalizables en el mapa.

—¿Y además de eso?

—Eh...

—¿Qué la brújula siempre señala a la nación?

—Sí, ¿y además?

—¿Qué se puede poner un estuche para que la luz no moleste a dormir?

—No es una función del reloj, pero te lo dejo pasar.

—¿Qué podemos pagar y comprar con la moneda virtual?

—Además...

—Ya no se me ocurre nada.

—¡Que pueden agregarme en contactos! —dijo ella, acercando su reloj al de Zeta, y luego al de Rex. Ambos emitieron un sonido de notificación agudo—. Es así de sencillo. Así que cuando quieran pasar a tomar algo en el bar, pueden hacerlo con su maga preferida.

Ambos cruzaron miradas divertidas y continuaron su recorrido. Al salir del depósito, las miradas de los chicos permanecieron atrapadas en el edificio de junto. Un sitio cuya fachada exterior era muy disimulada, dando un aspecto de pequeñez. Tenía una única ventana que estaba cercada con barrotes y llevaba un cartel vertical que ponía «Armería».

—Calmen esa saliva que les chorrea, muchachitos —bromeó la pelivioleta, obligándoles a seguirle calle arriba—. Volverán aquí cuando tengan que hacer algún trabajo de campo.

Maga los escoltó de nuevo hacia la avenida principal por la calle por la que habían llegado la primera vez. La avenida siempre era la más concurrida y las personas, como hormigas, deambulaban con total libertad.

En su camino, erguido en una amplia esquina y siendo una de las edificaciones más imponentes, se encontraron con la casa Escarlata. Tenía cuatro columnas rodeada por enredaderas enalteciendo la puerta de acceso, y toda la fachada exterior estaba pintada de un tono rojo oscuro llamativo y característico.

Maga les explicó, al pasar por ahí, que ese era el sitio en donde se manejaban todas las decisiones importantes de la nación, así como también, el refugio y hogar del mismo presidente.

—¿Ahí vive ese tipo que vimos? —preguntó Rex—. ¿Malik?

—¿Conocieron a Malik? —Maga esbozó una mueca de asombro—. No. Verán. Malik es uno de los líderes de Áurea. Nosotros en Escarlata tenemos a Máximo.

—Interesante... —dijo Zeta—. ¿Y cómo fue electo? ¿Democracia?

—Por la presidencia de Áurea —respondió la chica—. Aun así, nadie se queja. Ha sido una buena decisión y todos aquí lo sabemos. Máximo ha demostrado dar la talla como presidente.

Como dos boxeadores en un ring, la casa Escarlata se encaraba con lo que sería la segunda estructura más imponente. Se trataba de una segunda puerta, similar a la que Zeta y Rex habían logrado ver en Áurea, solo que en vez de estar flanqueado por una muralla de concreto, esta, en cambio, se hallaba protegido por dos extensos y resistentes murales de barrotes.

—Ah, por aquí me llevaron cuando les dije que pertenecería a Escarlata —comentó Rex, apuntando al portón. El mismo era custodiado por varios guardias—. Eso quiere decir que del otro lado está Áurea, ¿no es así?

—Así es. El muro abarca todo lo ancho de ambas naciones por dentro, y como pueden notar, la avenida principal las conecta y llega hasta sus respectivas entradas. La norte, en Áurea, por dónde tú llegaste, Rex —explicó la chica—. Y Zeta, tú lo hiciste por la entrada sur, que es la nuestra.

Los tres bordearon el perímetro de la muralla de barrotes, costeando la calle hasta llegar a otra edificación que se apiñaba con la casa Escarlata, siendo separadas únicamente por un estrecho callejón. Un cartel dorado clavado a un mural databa las siglas: «Edificio centinela».

Luciendo una fachada de ladrillos agrietadas, afectada por el paso del tiempo, y destinado a operaciones militares y de seguridad, se trataba de una estructura antigua, originalmente construida como una escuela y transformada para servir como lugar de reunión, coordinación estratégica y sitio de instrucción para las fuerzas de las naciones conocidas como los centinelas.

En criollo, de aquí salían aquellos que portaban armas, vestían con sus armaduras de kevlar teñido de oscuro y con detalles en rojo. Maga les explicó que si querían prosperar en la nación, económicamente hablando, se iban a tener que presentar constantemente a este paraje.

Finalmente, fue el momento de conocer cómo se desarrollaba y manejaba la economía de la nación.

—Básicamente, tenemos una moneda no física. Los Syna-Bit... —guardó silencio y les guiñó el ojo—. Pero todos le decimos Syb. Todo aquí se maneja con Syb. Comprar ropa, comida, armas, pagar el alquiler...

—¿Qué? ¿Hay que pagar alquiler? —preguntó Rex.

—¿Pensabas que ibas a escaparte de eso porque estamos en un apocalipsis? ¡No, señor! —dijo ella, ingresando al edificio Centinela—. De todas formas, no se preocupen, el primer mes es gratuito, para que se vayan adaptando, y lo que es mejor, el departamento que ustedes eligieron es de los más baratos.

—¡Hey! Encontré mi billetera... —dijo Zeta, navegando por su reloj—. ¡Tengo doscientos Syb!

—A todos se les ofrece un poco por ingresar para que puedan suplir las necesidades básicas. Para que se den una idea, su alquiler cuesta unos ochenta Syb mensuales. Una comida en el comedor comunal puede variar dependiendo de lo que te sirvas —explicó la chica—. Puedes comer desde seis u ocho Syb un plato que saciará tu hambre. Sin contar la bebida, que es aparte. El agua sale tres Syb.

—Pero ayer comimos tres platos extremadamente abundantes cada uno... —conjeturó Rex extrañado—. ¿Eso también fue un regalo? ¿Como los doscientos Syb?

—Ah, sí. Lo fue, pero de mi parte —dijo ella regalándoles otra sonrisa—. Antes de que digan nada. No voy a decirles cuanto costó, si quieren compensármelo, pueden hacerlo asistiendo a una de mis funciones en el bar.

—Genial. Gracias... —dijo Rex.

—¡Por nada! —dijo ella, y finalizó el recorrido, deteniéndose frente a un enorme tablero en el muro—. Muy bien... —dijo y se volteó de manera enérgica—. Como les conté antes, Syna nos provee prácticamente todo lo que tenemos. Energía, armamentos, equipaciones, aparatos tecnológicos, provisiones, todo lo que se les ocurra. Como se imaginarán, nada es gratis, y ellos no nos ofrecen todas esas facilidades por la simple bondad que hay en sus corazones. A cambio, nosotros tenemos que ayudarles y cumplir con nuestro objetivo como nación.

»Hasta el momento, existen solo dos naciones. La de Áurea y nuestra reciente nación Escarlata. El objetivo de Áurea, al ser la primera nación en edificarse, fue sencillamente consolidarse como uno de los refugios más grandes y alojar a cuantas más personas y miembros pudieran. Finalmente, cuando todas las plazas de Áurea se llenaron, lo que no fue algo difícil, de seguro escucharon las transmisiones de radio que se emitían, se les otorgó una segunda misión: crear otra nación hermana.

—Escarlata —barajó Zeta.

—Exacto. Escarlata fue fundada oficialmente hace un poco más de seis meses con ayuda de la vanguardia de Syna. Solo tuvieron que expandirse unas manzanas más y cercar el perímetro con una muralla. Las mismas que vimos hace un rato. Una vez Escarlata se consolidó como nación, fue cuando le otorgaron su propio objetivo. Un objetivo que todos sus habitantes tenemos que ayudar a cumplir.

Zeta y Rex contemplaron el tablero a espaldas de la pelivioleta. Apenas pudieron leer unos cuantos carteles allí colgados, pero fueron suficientes como para empezar a darse una idea de lo que Maga quería decir.

—En resumidas cuentas, la nación Escarlata tiene, como objetivo principal... —culminó ella con seriedad—. Cazar, y traer con vida, a cada tipo de zombis que encontremos en los alrededores de la ciudad y entregárselos a Syna.



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