Zeta: El señor de los Zombis...

By FacundoCaivano

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¡Atención! Esta historia es un reboot total del universo de Z el señor de los zombis. «El mundo, como lo con... More

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Prólogo: Tornado de violencia
Parte 1: Infierno Abierto
1. El corazón de la muerte (1)
1. El corazón de la muerte (2)
2. Punto letal (1)
2. Punto letal (2)
3. Parca (1)
3. Parca (2)
4. La imposibilidad del fallo (1)
4. La imposibilidad del fallo (2)
5. Y el infierno se abrió (2)
6. Hambre de venganza (1)
6. Hambre de venganza (2)
7. Cruce de caminos (1)
7. Cruce de caminos (2)
8. La nación Áurea (1)
8. La nación Áurea (2)
Fin de la primera parte
Parte 2: La nación ̶Á̶u̶r̶e̶a̶... Escarlata
9. Derecho de piso (1)
9. Derecho de piso (2)
10. Aracnozombifobia (1)
10. Aracnozombifobia (2)
11. Cobarde
12. Pesadilla

5. Y el infierno se abrió (1)

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By FacundoCaivano


Capítulo 5

Y el infierno se abrió



Dos completos desconocidos...

Dos supervivientes buscando la salvación...

Dos personas que no solo tenían en común un apodo que detestaban...

Sino que ambos, sin siquiera saberlo, anhelaban el mismo objetivo: llegar a la nación Áurea. Por supuesto que para completarlo, primero tenían que lograr salir vivos esta noche.

-Perfecto. Ambos necesitamos ayuda... -repitió Junior. Luego echó otro vistazo veloz hacia el árbol demoniaco.

Había recorrido un largo trayecto junto a su casa rodante, la sola vista de su hogar siendo destrozado por esa aberración de la naturaleza lo colmó de una sensación de impotencia profunda y opresiva. Fue duro ver cómo el chasis se doblaba y retorcía como un acordeón, como las ruedas se desencajaban de sus ejes y los últimos cristales estallaban en pedazos.

-Pero por aquí no podemos seguir -continuó el joven de ojos pardos-. Si queremos escapar hay que volver. Quizás nos convenga salir de la ciudad...

-¡No, no, no! ¡Ni hablar! -le cortó Sheep, y ahora fue él quien echó un cabezazo hacia su retaguardia. La oscuridad de la autopista solo era cortada por la luz de su motocicleta, y aunque apuntaba hacia el lado opuesto, era suficiente para discernir las decenas de siluetas moviéndose entre las sombras-. La salida está bloqueada. Hay cientos, y me quedo corto, miles de monstruos viniendo hacia aquí.

-¿Qué? Es imposible, esta tarde estaba todo despejado...

-Sé lo que vi. ¡No hay tiempo! -espetó Sheep con apremio-. Hay que seguir recto.

El rostro de Junior esbozó una mueca que retrató un irónico: «¿En serio?», y apuntó su dedo hacia sus espaldas.

Sheep había estado tan concentrado en vigilar el inminente peligro de la horda que marchaba a sus espaldas que no se había percatado de la espeluznante presencia de un árbol asesino que bloqueaba la autopista. Su semblante se bloqueó en una mueca de estupefacción al verlo enroscando sus ramas movedizas alrededor de un vehículo, comprimiéndolo con una ferocidad espeluznante. A la distancia a la que se encontraba podría decirse que estaba seguro, pero tampoco podía negar sentir la presencia amenazadora y siniestra que despedía, y que le susurraba al oído un mensaje evidente de: «no te conviene acercarte».

Algo que no se veía todos los días.

-¡¿Qué mierda es eso?!

-¿Qué? ¿Nunca viste uno?

-¡No! -respondió estupefacto, de repente, una pregunta sintió la necesidad de salir de su boca y su mirada saltó hacia Junior-. Espera. ¿Hay más de estos...?

-Eso parece... ¡No importa! -espetó Junior, para concentrarse en lo urgente-. ¡Hey! Tienes que sacarnos de aquí. Escucha, si volvemos hacia atrás encontraremos una salida a la ciudad. Es nuestra mejor...

De repente, Junior sintió una presencia acercándose hacia ellos a gran velocidad. Alzó su arma al frente y disparó.

Eso detuvo el avance de un zombi, pero también le hizo enfadar, y su caminata pasó a ser un trote hasta volverse con extrema rapidez en una iracunda carrera.

Junior no tenía tiempo de investigar dónde se hallaban las venas y el punto letal, así que disparó siguiendo los consejos de aquella chica que había conocido antes.

Apuntó al abdomen y volvió a intentar otro disparo. El zombi chilló de dolor y sus rodillas cedieron hacia el suelo, desplomándose de manera definitiva. Eso brindó un poco de aire de alivio a Junior, pero solo fue temporal, las siluetas que había alrededor de ellos y en las cercanías se perfilaron hacia una dirección en común -Junior y Sheep-, y echaron a correr.

-Mierda...

-¡Súbete! -gritó Sheep, dejándole un espacio para que tomara asiento detrás de él-. ¡Vamos!

Junior tuvo que gastar seis balas más: dos para un monstruo que se le arrimó por su derecha; una bala para detener al que tenía más cerca por la izquierda, otro para aturdir al del medio, y dos más al mismo de la izquierda, que había vuelto a levantarse. Al derribar a todos, vio una brecha de tiempo que empleó en subirse a la motocicleta.

-¡Arranca, arranca, arranca! -Más que una orden, Junior parecía estar suplicando cuando percibió que tres criaturas más se aproximaban a no más de dos pasos de distancia- ¡Ya!

Sheep quebró la muñeca hacia adentro y la rueda trasera empezó su giro desenfrenado. El roce con el asfalto levantó una estela de humareda blanca que cubrió a las criaturas de la retaguardia, y por fin, la moto avanzó.

El movimiento de Sheep fue sencillo. Alejarse un poco y trazar un arco grande para evadir a los zombis y así poder dar la vuelta, y aunque pasaron muy cerca de aquel árbol, las ramas no fueron lo suficientemente veloces como para atraparlos.

Un grupo de zombis se apareció en su camino y tuvieron que atravesar entre medio de todos ellos. Sheep logró hacerlo sin tocar a ninguno, y con la ayuda de un disparo de su copiloto para evitar al que se les cruzó por delante.

Tomaron la primera salida con una maniobra que hizo derrapar la rueda trasera y trazaron rumbo hacia un descenso que los conectó con la cabecera de la ciudad. Al echar un vistazo sobre el hombro, Junior pudo corroborar como lo que le había dicho el conductor era cierto. La cantidad de monstruos que se avecinaba resultaba aterradora. Ellos habían logrado escurrirse de unos pocos grupos aislados, pero era definitivo que si caían en las garras de, al menos, uno de ellos y el resto se les venía encima, no lo contarían.

Por suerte para ellos contaban con la agilidad y alta velocidad de una motocicleta versátil, capaz de meterse en los recovecos y callejuelas más angostas. Perder a aquella horda era simple cuestión de seguir avanzando. En algún momento podrían encontrar algún sitio relativamente desolado como para hacer una parada táctica, recargar municiones, y ese tipo de asuntos de supervivencia zombi.

Ya podían pensar en calmar sus corazones y normalizar su respiración un poco. El peligro estaba controlado. Lo único malo que podía pasar, ya había sucedido.

Junior había salido airoso de un zombi Parca y un árbol demoniaco. Tenía experiencia en este tipo de asuntos, y sin importar que se encontrasen en una ciudad y el número de infectados fuese mayor al de cualquier poblado, las probabilidades de que ocurriese otra «sorpresa indeseada» eran muy bajas.

Casi inexistentes.

Exhaló aire y le pidió al piloto que buscase un lugar para parar. Había algunas cosas que aclarar entre ellos todavía y era mejor hacerlo en un sitio seguro. Gorra de lana aceptó la propuesta y empezó a deambular por las calles con más atención a las viviendas, comercios, edificios y cercados. Junior, por su parte, también ayudaba en la búsqueda.

Por fin, luego de un tiempo dando vueltas en círculos, los chicos divisaron un sitio despejado en el que descansar. Si tan solo hubiesen sabido que en apenas unos minutos la ciudad pasaría a presentar uno de los escenarios más catastróficos y caóticos jamás vividos...

Nunca hubiesen decidido parar.

*****

Cinco personas eran las encargadas de realizar una tarea que significaría un salto importantísimo para los avances de esta guerra que se libraba día a día entre zombis y humanos. Entre ellos se encontraba Samantha Da Silva. Quien fue la última en llegar a la reunión.

La muchacha dejó su motocicleta junto a la cerca y se agrupó con el equipo.

-Tenemos dos situaciones. El mecanismo detonador se ha roto y tenemos que subir y repararlo -explicó el líder al verla llegar-. Y Santini no ha vuelto a responder. Lo que es preocupante y amerita acciones inmediatas.

El líder del equipo respondía al nombre de Franco Brandon; un adulto joven en las últimas etapas de sus veinte que había pasado por el entrenamiento militar, y su apariencia todavía llevaba los vestigios de dicha experiencia.

Su cabello corto y peinado hacia atrás parecía ser un reflejo de la disciplina y la dedicación que había aprendido en la milicia. Su aspecto era juvenil y tenaz, pero destacaban sus ojos color avellana, que brillaban con la intensidad de una mirada aguda y decidida.

Su contextura física era destacable, pero no en el sentido de ser excesivamente musculoso. Franco había trabajado diariamente en su cuerpo para fortalecer su agilidad y resistencia, a su visión, dos rasgos que consideraba elementos clave, en este nuevo mundo.

-¿Qué dice el reloj? -preguntó Samantha.

El reloj táctico que llevaban era una maravilla de la tecnología post-apocalíptica, entre sus multiplicidades de funciones, podía detectar a los miembros más cercanos que llevasen los mismos relojes, así como también marcar su nivel de pulsaciones y estado de salud.

-Ya hemos corroborado eso -respondió Franco mientras golpeteaba con los dedos el cuerpo del fusil que llevaba colgando. Lo hacía sin pensar, para recordarse de manera inconsciente a sí mismo que siempre debía estar preparado para lo peor-. El reloj mostró una elevación de su ritmo cardiaco, pero su vitalidad parece continuar estable.

-Pero no sabemos hasta cuanto dure de esa forma -añadió otro hombre más alto, más fornido y más ancho que Franco y Samantha juntos.

El hombre era Urso Méndez. Un sujeto de aspecto rudo, con una mandíbula fuerte y unos ojos oscuros que parecían escudriñar cada rincón del lugar. Tenía el cabello rapado a voluntad y todos los tatuajes que le cubrían su morena piel parecían querer pelear por espacio.

Cada uno de ellos contaba una historia. En su cuello tenía el más reciente de todos: un ave fénix que se alzaba en llamas, mientras que en su brazo izquierdo, el más longevo era un tigre que rugía con ferocidad.

Mientras hablaba, Urso no podía dejar de jugar con una moneda entre sus dedos, lanzándola al aire y atrapándola con habilidad antes de repetir el proceso una y otra vez. Era un tic nervioso que había desarrollado a lo largo de los años, una forma de liberar la tensión que sentía en situaciones peligrosas.

Para aquellos que le conocían, Urso no era solo una imagen amenazadora. Cuando sonreía, su rostro se iluminaba y se podía ver en sus ojos una chispa de humor y calidez. Una que solo se apagaba cuando un miembro de su equipo se encontraba en peligro.

Esa persona era Iván Santini.

Todos allí sabían que la tarea de Iván era la más arriesgada, pero justamente era él, el más capacitado para hacerla gracias a su enorme agilidad. Iván tenía que instalar una bomba en cierto punto elevado de una fábrica abandonada, el problema era que, al parecer, tuvo un incidente imprevisto que le llevó a caerse y a quedarse incapacitado para moverse.

Franco explicó que el llamado de auxilio de Iván había tenido una duración breve y que se cortó en determinado momento de la conversación, por lo que la urgencia era innegable y tenían que actuar cuanto antes. Por esa razón, Samantha había sido convocada al lugar, en vez de proseguir con la tarea inicial que se le había asignado, como apoyo a larga distancia.

Samantha escuchaba cada palabra con atención mientras sus ojos se desviaban para contemplar las lejanías.

Se encontraban a detrás de las rejas que delimitaban el acceso a una fábrica aceitera. Las rejas eran de acero, con formato perpendicular, y lo bastante altas y resistentes como para contener sin ningún problema a los cientos de monstruos que albergaba un enorme baldío tragado por las fauces de la naturaleza.

Pero no se trataba de una naturaleza común y corriente.

El césped y toda vegetación que crecía en los alrededores del baldío anterior a la fábrica presentaba una tonalidad ensombrecida. Su flora era seca y grisácea, y las ramas ennegrecidas que surcaban el perímetro se expandían partiendo desde un punto en común: un gran, tenebroso y tétrico obelisco negro.

El obelisco era una estructura de más de cincuenta metros de altitud similar a un pilar. Como el tronco de un árbol que crece mal, no tenía un formato uniforme y sus caras laterales se encorvaba en su trayectoria al cielo, hasta su final, convergiendo en una angosta y estrecha punta.

El aura a podredumbre que emanaba del obelisco parecía tener un efecto tóxico sobre la vegetación que lo rodeaba. El césped se había vuelto áspero y quebradizo, mientras que las hojas de los árboles cercanos se habían marchitado y desprendido, dejando las ramas desnudas y enfermizas.

Incluso las hierbas silvestres que solían crecer entre las grietas del pavimento habían sido consumidas por la misma tenebrosa y oscura enfermedad.

El aire que soplaba en la zona tenía un aroma a humedad y podredumbre que se adhería a la piel y se pegaba a las fosas nasales. Era un olor que parecía estar impregnado en la propia tierra, como si la corrupción del obelisco hubiera infiltrado sus raíces y se extendiera a través de los capilares del suelo.

La estructura era una monstruosidad en sí misma, una herida en el paisaje urbano que se resistía a sanar. Su presencia parecía desafiar las leyes de la naturaleza, y el solo hecho de contemplar ese obelisco era suficiente para hacer que las entrañas se revolvieran.

Era un objeto de horror, de misterio y de maldición a partes iguales, y nadie sabía cómo había llegado allí o qué fuerza lo había erigido, pero lo que si sabían, lo único de lo que todos los que permanecían con vida estaban seguros, era de que estos obeliscos...

Lo habían iniciado todo.

El día en que crecieron, en distintos puntos del planeta, fue cuando los infectados aparecieron y todo se desmoronó. Animales, plantas, árboles, humanos... todo era susceptible de ser infectado por estos extraños pilares.

De todas formas, solo eran eso, el recuerdo del principio del final del mundo. Ahora mismo ni siquiera representaba un peligro permanecer en las cercanías. Eso sí, al parecer a los monstruos les encantaba aglomerarse a su alrededor.

En poco más de un año de su aparición, esta sería la segunda vez que alguien intentaría derribar uno de esos obeliscos, pero antes de ello, tenían que rescatar a Santini.

-¿Qué haremos entonces? -preguntó Samantha.

El grupo de tres, Franco, Samantha y Urso, se encontraban junto al primer portón levadizo que permitía el acceso a la zona trasera de la fábrica.

-Dudo que Santini sea capaz de volver por su cuenta, así que vamos a tener que meter la camioneta para traerlo -explicó Franco-. Tú y Urso se encargarán de llevar la camioneta y luego traerlo hasta aquí a salvo. Yo me voy a encargar de reparar ese fallo en el mecanismo detonador. Lo único que logré entender de la conversación que tuve con él fue que tuvo que cortar los cables de energía.

-¿Y por qué los cortó? -preguntó Samantha.

-No volvió a contestar luego de eso. Así que sugiero que no perdamos tiempo. Podría estar en peligro.

-Espera, si la energía es el problema, hasta yo podría repararlo. ¿No? Quiero decir. ¿Solo debo unir dos cables y ya? -preguntó la chica-. Soy la más rápida de nosotros. Puedo ir directamente a solucionar el problema y volver aquí mientras ustedes buscan a Iván.

-Es lo que yo le propuse. Nos conviene administrar las tareas en función a las capacidades individuales de cada uno -añadió Urso, volviéndose hacia Franco-. Tú y yo somos de armas, y Sam es una maldita gacela, hombre.

-Es arriesgado... -espetó Franco.

-Ya no existe nada que no sea arriesgado -dijo la muchacha con seguridad-. Sabes que es lo mejor.

-Además. ¿Quién está de francotirador hoy? -preguntó Urso-. ¿La chiquilla?

-Anna Ocampo, sí -dijo Franco, observando en algún punto alto de la ciudad.

Urso notó que, en ese mismo segundo, un diminuto punto rojo empezó a perseguir el movimiento de la moneda que se deslizaba por sus dedos. Contempló el punto y su sonrisa se ensanchó.

-¡Fenomenal! ¡Nada de qué preocuparse!

Franco resopló, pero finalmente, terminó accediendo.

-Muy bien. Haz todo lo más rápido posible y vuelve con nosotros a la camioneta. Te esperaremos todo lo que podamos.

Samantha asintió.

-Confía en mí.

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