La gentil tristeza de las cos...

Da Carolina_Villadiego

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En 1863 Japón vive uno de los periodos más inestables y violentos de su historia moderna. En medio del hambre... Altro

Notas
00: Kiken'nisarasu
01: Ukiyo
02: Ikigai
03: Bokketo
05: Shouganai
06: Fuubutsushi
07: Gaman
08: Kogarashi
09: Kitsukuori
10: Nankuru nai sa
11: Yugen
Epílogo: Mono no aware

04: Shinrinyoku

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Da Carolina_Villadiego

Shinrinyoku
«Baño de bosque».

El celo llega como una fuerte ráfaga, igual a la que agita a los bambúes en el largo campo que invade el camino. Kenji sujeta a su esposo contra la espalda mientras lo carga para atravesar el sendero y buscar un lugar cómodo donde pueda descansar. Es difícil cuando las manos de Haru se mueven como serpientes deslizándose bajo su haori, cuando esa boca transpira contra su cuello y el aroma es dulzón y penetrante. Es demasiado y hace que Kenji quiera detenerse y simplemente ceder.

Haru huele a un ramillete de ume condensado, pura dulzura y picor en su nariz cuando respira. Su piel se ha vuelto rosada como los cerezos y su boca parece caramelo que le seduce a probar. El calor que exuda a su espalda la hace sudar e imagina cómo sería si sus dedos deciden acariciar y cumplir el deseo de su esposo para obtener su liberación.

No, eso no es una opción. Kenji aprieta su mandíbula con la seguridad de superar esta enorme prueba con gallardía y endereza.

Alfa... —susurra su esposo a su espalda, mientras Kenji se mueve rápido en el bosque de bambú y el viento restriega los tallos hasta que silban. La noche cae y dificulta ver el camino, por lo que varias veces sus getas se doblan y le producen dolor—. Alfa...

—Ya, Haru, ya pronto... ya...

Las montañas quedan aún lejos para que puedan servir de refugio. Por mucho que apretaron sus pasos, les fue imposible acercarse a sus faldas para poder pasar el celo en alguna cueva escondida. Kenji como su alfa, debe procurar un lugar cómodo cerca. Su esposo ya no puede tolerar más la falta de atención en su celo, necesita agua, comida y su compañía real. Que el celo haya llegado justo en la gran extensión de bambú es menos que propicio para que Haru pueda descansar, así que debe procurar el espacio.

Llega. Es un lugar despejado entre el límite del bosque de bambú y los cedros, hay un espacio de hierba que puede apartar con su manta guardada y un ligero riachuelo corre cerca de donde se sienta. Es el lugar perfecto, en la apretada situación, para que Kenji pueda bajar a su esposo y darle un lugar lo suficientemente cómodo y seguro para el celo, lejos de todos los demás pueblos. Han evitado, después de lo ocurrido en Nagasaki, todos los caminos comerciales. No puede arriesgarse.

Deja caer a Haru en la mullida grama y casi tropieza cuando las largas piernas de su esposo intenta engancharlo para llevarlo hacia él. El haori de su esposo está medio abierto y deja ver un poco de esa piel rosada por el calor y la excitación. Kenji traga grueso cuando ve el rostro de su esposo transpirando demasiado cerca y hace acopio de toda su voluntad para separarse, mientras lo ve revolviendo y tirando sus propias telas, conforme respira con la boca abierta. Toda su sangre ya ha bajado dolorosamente al sur de su cuerpo.

El celo de Haru siempre ha sido así de voraz, intenso como la misma luz del sol que colorea sus cabellos desde el nacimiento. Su rostro y su piel se tiñen de rosa con una facilidad indescriptible y sus ojos celestes se vuelven oscuros y brumosos como la tarde lluviosa. Kenji siempre ha amado verlos, desde que está casado, ha encontrado nuevas razones para hacerlo. La forma en que pestañea con sus pestañas claras y las lagrimillas se pegan entre sus cabellos y su sudor. La manera en que su cuerpo se ruboriza y su olor se vuelve poderoso e irresistible.

Es difícil contener su instinto cuando todo lo que desea es despejar las ropas de Haru, todo lo que quiere es hundirse entre las piernas de Haru y volver a anudar dentro de él, tan juntos, tan unidos, que no pueda saber la diferencia del uno y del otro mientras cae en picada al más profundo placer. Muerde sus labios con tanta fuerza que saborea su propia sangre.

No puede.

No puede.

Kenji deja caer las canastas de su espalda y suena como un golpe roto. Su katana también es sacada de su kaku obi, pero esta es dejada suavemente sobre el pasto. Kenji traga cuando Haru se queda quieto al ver sus movimientos y sus irises dilatadas lo observan con hambre. Su boca se seca cuando Haru abre sus piernas en una tierna invitación y puede ver como las telas de su hakama están húmedas y una punta empuja hacía arriba mostrando la tensión que hay dentro de ella. Tiene un hambre voraz cuando suelta su kaku obi y desarma su hakama. Haru le sonríe con sus labios rosados e hinchados.

Su celo lo va a volver loco.

Lo va a enloquecer.

Qué ganas tiene de tomarle.

Cuando desarma su haori y su hakama dejándola a un lado y se desnuda hasta quedar tal cual llegó al mundo, con una dolorosa erección palpitante, Haru gime, tan sentido, tan fuera de sí y lleva sus propias manos para acariciar sobre sus telas molestas. Kenji se agacha aún en su lugar y toma las canastas para revisar lo que tiene en su interior. Su trabajo artesanal hecho de cedro pesa en sus manos, pero la decisión ya estuvo tomada desde semanas atrás.

¡Alfa!

Shh... omega, ya voy. —Su esposo ronronea al escuchar su voz. Kenji se acerca, con un nudo cada vez más fuerte en su garganta.

Desviste a su esposo con movimientos cuidadosos mientras lo azuza con besos en su rostro y en su boca para que lo deje obrar. Haru le sonríe y su aroma dulce lo envuelve en una nube mullida. No hay espacio para hacer un nido, no tienen pertenencias para eso. Solo puede arrojar sus propias ropas entre ellos y dejar que se arruinen. Ya la lavaran lo más que puedan en un río cercano, ya se ocuparan del después.

Todo lo que puede pensar es en el ahora.

Envuelve a su esposo con su cuerpo desnudo y deja que se pegue por completo ante él. Deja que lo bese, que lo acaricie, que lo sienta así caliente y duro por él, que sus manos toquen su erección y la busque, la toque, la reconozca como suya, aunque ahora no pueda complacerlo con ella. Kenji soporta su propia tortura mientras humedece la punta del artefacto que ha creado con sus manos con los propios fluidos de su esposo, temblando ante la idea de lastimarlo.

Haru está sobre él con su cuerpo desnudo, rosado y caliente. Haru busca su boca, sus manos, todo lo que está bajo su vientre y Kenji tiene que sostenerse con las uñas en los límites de su cordura, porque si lo penetra, si es él quien lo llena, la posibilidad de que Haru encargue en este momento son demasiados altas para ignorarlas y podría condenarlos tanto a él como a su hijo a un futuro incierto. Si penetra, si se deja caer por el placer cegador de lo que promete el interior de Haru, Kenji sabe que no podrá contenerse hasta anudar y podrían ser un blanco fácil para cualquier depredador o enemigo que llegue a encontrarlos.

Esto es lo más seguro, se dice mientras el nudo se hace más fuerte y las caderas de Haru se arrastra contra su vientre y pelvis. Esto es lo más correcto, se recuerda mientras posiciona la punta del cedro sobre la húmeda abertura de su esposo y este gime con ahínco, pérdido en su propio placer. Esto es lo mejor para Haru, se asegura mientras lo voltea suavemente para que su cabeza descanse en su mano izquierda y sobre la grama mientras besa su boca con todo el anhelo atrapado y la punta atraviesa el cuerpo de su esposo. Siente bajo él las caderas de Haru tiritar con el movimiento y su mano derecha se encarga de manipular el objeto. Haru gime contra su boca, sus manos apretadas contra su espalda, sus ojos cerrados mientras se pierde en su placer y la mano de Kenji hacen el trabajo con la pieza.

Funciona, maravillosamente.

Duele, como el infierno.

Mientras su propio miembro chorrea y palpita con necesidad, Kenji sigue besando a su esposo para distraerlo de la mentira que ha creado para él y la pieza de cedro penetra abriendo el espacio, formando el camino, entrando cada vez más mientras las caderas de Haru persigue su propio placer y esos ojos se cierran pérdido en su idilio. Kenji vigila con los sentidos afilados, escucha cada sonido a su alrededor buscando alguna trampa, besa con sus ojos abiertos, encendidos en su propia rabia y dolor, se concentra en el solo hecho de mantener a su esposo con vida.

Los gemidos de Haru persisten hasta que el sol aparece sobre su cabeza desde el este. El viento silba sobre el bosque de bambú que está a su izquierda y Haru ahora descansa con sus lágrimas mojando su rostro, después de suplicar tanto por el nudo y por su semilla que se cansó de ser desbordado por el placer hondo sin la culminación de procrear.

Kenji observa el cielo celeste y ve algunas nubes de lluvias amenazando por acercarse. Él, desnudo cómo está, se corrió al menos dos veces mientras soportaba con ahínco su cuerpo y sostenía el celo de Haru en sus brazos. Traga al pensar en los cuatro días más que le esperan y su rostro se calienta de una forma asfixiante, sus ojos se empañan hasta ser incapaz de detallar el cielo y las nubes, sus dedos se aprietan en puños contenidos arrastrando la tierra bajo ellos.

Llora. Mientras acaricia su miembro duro de dolor e intenta liberarse una vez más, llora.

El bosque silva.

—Caerse siete veces, levantarse ocho —Kenji recuerda la voz de su padre cuando se pone la hakama de nuevo y deja su propia túnica para cubrir el cuerpo desnudo de su esposo. Vuelve a mirar el cielo y la forma en que las nubes se vuelven ligeramente grises y toma la decisión—. Recuerda, Kenji-kun, que la perseverancia es el más grande de los valores. Serán un gran espadachín mientras más veces agarres la espada, aún si se ha caído mil veces más. Levanta, Kenji-kun, levanta y...

Aún recuerda el peso de la espada de bambú en sus manos intentando hacerlo soltar su arma. Su padre, con la ternura y la endereza de un roble, enseñándole lo más básico principios de su técnica. Hokushin Ittō-ryū se rige en movimientos rápidos y precisos para golpear a sus adversarios. Buscan la defensa, como el principio del ataque, entonces bloquear para luego acertar es el juego de la danza de la espada que le enseñó su padre. El honor de recibir sus enseñanzas y el sincero anhelo de darle honor.

El siempre fue un niño torpe al inicio para las artes marciales y le costó mucho poder nivelarse. Haru, a pesar de haber recibido menos clase, aprendió más rápido que él. Su padre, en ningún momento, mostró desprecio por ello. Hayashi Masaki siempre lo miró con infinita paciencia y lo impulsó a intentarlo una y otra vez, hasta que la espada se convirtió en parte de su cuerpo y aprendió que podía defender a los suyos con ella.

—El agua que no corre se estanca, Kenji-kun —le dijo su padre mientras pasaban por las costas de Karatsu en una noche de luna llena, observando las antorchas del castillo de damyo—. Tenemos que avanzar para encontrar el camino. Nunca olvides, que la acción es el principio del crecimiento.

Kenji se levanta con el susurro de las voces de sus memorias en su oído. Toma su espada Hayashi y corta los tallos del bambú que está a su lado, con firmeza y determinación. No tiene el lugar correcto para Haru, no hay colchas calientes como en su hogar, no hay un té fragante como el que hacía su madre ni tampoco los dulces que hacía Umi-neesan. No hay un caldero caliente para calentar las sábanas y tampoco hay ropas perfumadas para cubrir el cuerpo de Haru en medio del celo. Pero Kenji no va a quedarse a observar. Actúa...

Siempre actúa.

Clava ocho tallos de bambú armando un rectángulo que cubriera el espacio que su esposo cubría y un poco más. Luego forma otros cuadros de bambú, apresurando su paso diligentemente mientras lanza su mirada a su alrededor como un depredador y vigila el lugar donde Haru descansa en su calor. Las hojas de vetiver que encuentra a pocos ken de su refugio sirven para amarrar los tallos de bambú y armar un base para un techo improvisado.

Concentrado como estaba en su tarea, el ruido repentino del arbusto lo sorprende y pone en posición su arma. Es un conejo el que lo observa y sale corriendo al notar el peligro.

Kenji piensa que hay que comer. No hay un río profundo para pescar y no puede alejarse lo suficiente. Decide esperar a armar el techo y ponerlo en su sitio antes de salir a cazar. Está en eso cuando escucha esa voz en susurro.

Alfa...

Su corazón se aprieta antes de mover sus ojos hasta donde su esposo está acurrucado contra sus túnicas manchadas, temblando entre la fiebre, el calor y la excitación que ya sube otra vez. Kenji mira al cielo y observa que el sol se ha movido para quedar sobre su cabeza en un fragante medio día.

—Espera, Haru...

Alfa...

—En un momento.

Muerde su frustración en un arranque de pura terquedad y no se deja seducir por la dulce voz que lo arrulla en un llamado más carnal. Muerde su boca mientras amarra las últimas partes del tronco de bambú y se asegura de que sea lo suficientemente resistente como para tolerar la lluvia.

Alfa... tan fuerte —Sus ojos caen desbordados hasta Haru, tendido y acurrucado contra su cuerpo, con mirada desenfocada.

—No más fuerte que tú, Haru.

Mi alfa... ven. —Le extiende la mano, tan dulcemente.

—Tengo que acabar. Espera un poco.

Alfa, te necesito. Necesito que...

Duele no ser capaz de decirle no. Duele tener que decirle no en lo más importante. Kenji cede a su deseo y deja la tarea del techo para después y se acerca para ser recibido con brazos y piernas abiertas. Haru retira las túnicas de su cuerpo solo para sentirlo, besa, lame y muerde por antojo y porque lo desea. Su alfa gruñe al contenerse mientras toma de nuevo al objeto que lavó y lo usa para el placer de su esposo.

Haru grita, largo, tendido, sudando y jadeando mientras Kenji le tapa la boca y lo sostiene desde la espalda con su fuerza bruta. Solloza extasiado mientras lo penetra con el cedro tallado y sus piernas tiemblan, una de ellas sobre su propia cadera. El cabello de Haru está suelto y huele a ramilletes de umi dulce, a perfume de cerezos, a toda clase de flores enloquecedoras. Kenji muerde sobre su marca y siente a Haru venir y volver y escapar otra vez en estremecimiento mientras le hace el amor de esa forma.

Pero el omega de Haru se sabe engañado y su alfa lo entiende cuando lo escucha sollozar después del orgamos. Kenji se muerde los labios mientras lo sostiene protectoramente en un abrazo sentido.

¿Por qué? —gimotea—. ¿Por qué no... dentro?

—Lo siento...

¿No soy bueno?

—Eres muy bueno, Haru, tan bueno... No podemos ser padres aún, Haru... necesitamos tener una casa, un lugar para estar seguro... un alfa mejor que yo.

No...

—Pronto, después... lo prometo. Podrás, después... lo juro, Haru, lo juro.

Y Haru se suelta de su mano, lo voltea, usa su fuerza más grande que la de él para voltearlo contra la grama y subirse sobre él. Su cabello tintado cae como arroyos de tinta sobre su piel rosada, sus tetillas marrones se alzan erguidas y su pecho sube y baja de la excitación. Kenji reprime el gemido cuando siente las caderas de su esposo moviéndose contra las suyas, solo la tela de su hakama evitando el contacto, solo él tratando de mantenerse cuerdo.

Haru gimotea, se restriega, lo sujeta de sus brazos para obligarlo a quedarse quieto mientras busca su placer. Su propia erección es imposible de contener y Haru sigue su rastro, la dibuja con su cuerpo desnudo y Kenji echa la cabeza hacia atrás perdido en su propio infierno.

La noche cae.

Kenji logra salir de los brazos de su esposo después de que el sueño lo venciera en medio de su fiebre. Lo cubre con su haori y se sienta sobre su hakama manchada de su propia semilla. La oscuridad lo rodea, más allá de la noche oscura y la luna creciente sobre su cabeza y su corazón le aprieta mientras el aroma de Haru se intensifica junto al celo que sigue su curso. Cierra sus ojos fuertemente para negarse a llorar.

Apretando su mandíbula, Kenji sale del lugar y observa las nubes grises acercándose y el viento fuerte silbando entre el bosque de bambú. Los tallos chocan entre ellos en una música suave que intenta arrullarlo, pero Kenji no puede sentarse a observar. Se interna al bosque lo suficiente para empezar a cortar con su katana las ramas de los árboles cercanos y las empuja sobre el techo improvisado para terminar con su pequeño lugar. Corta la madera y la coloca, corta, corta.

Corta.

Corta.

Su hogar estaba lleno de sangre cuando llegó después de hacer el recado que su padre le había indicado. Las túnicas azules de los lobo de Mibu estaban manchadas por esa sangre. Vio el cuerpo de su padre tumbado en la sala, junto a su madre a quien le habían abierto el vientre con zaña. Uno de ellos estaba intentando desnudar el cuerpo de su hermana Umi, quien murió con una espada atravesada en su garganta mientras aún sujetaba su katana en mano.

Kenji recuerda haber escuchado un zumbido lejano en su oreja cuando los vio. Recuerda la conmoción al ver los cuerpos tendidos de sus padres, recuerda...

La sangre corrió por sus manos cuando se apresuró al ataque. La forma que evadió el filo de la katana antes de tomar la espada de su padre y cortar la cabeza de su adversario. La forma en que la sangre manchó las finas paredes cubiertas de papel de arroz, la arrocera aún humeante, los platos de comidas aún servidos. Como cayeron brazos y piernas, se abrieron tripas y se clavó el hierro en sus entrañas.

Y Haru no estaba en ningún lugar...

Había acabado con todos los lobos y Haru no estaba en ningún lugar. Su alfa se volvió un frenético animal herido. Su boca se volvió amorfa por la forma en que le dolía la mandíbula y sus dientes. Su corazón acelerado parecía querer salir de su pecho y escapar corriendo bajo sus pies. Logró perseguir el aroma dulce de Haru a la distancia y no puede recordarse a sí mismo, no hasta que llegó al patio de la casa del té que solían visitar los del clan Shimazu, no hasta que en esa lluvia de sangre se vio con los cuerpos despedazados y sus ojos vislumbraron a su esposo Haru con la espada clavada desde debajo del mentón hasta sobresalir por la cabeza del hijo del clan.

—Kenji-kun. —La voz temblorosa de Haru mientras dejaba caer el cadáver de uno de sus captores.

El inicio de su largo camino fue ese, la traición del clan Shimazu a su padre, el asesinato en mano de los roshi, la persecución después de que Kenji destrozara tanto a los asesinos de su padre como a los traidores del clan Shimazu que decidieron llevarse a Haru para venderlo a esa maldita casa de té.

Allí... Kenji-kun murió.

El celo de su esposo no mengua al día siguiente. Kenji se queda con él en esa casa mientras la llovizna cae fuera de ellos. Haru llora cuando se siente de nuevo engañado y Kenji no lo penetra por más que lo intenta seducir. Llora en sus brazos apretado mientras cede de nuevo a un orgasmo insatisfecho al no obtener lo que anhela. Kenji lo sujeta con fuerza en sus brazos, le susurra mil promesas de amor que intentará cubrir aún a costa de su vida, le jura que habrán otros tiempos, mejores, donde podrá construirle una casa como la merece, donde podrán tener la seguridad de no ser perseguidos y donde sus hijos crecerán fuertes y sanos. Libres. Con sus ojos a la luz sin importar el color y su forma, con su cabello suelto y natural sin importar su color. Trata de consolarlo con la fantasía de lo imposible, una que él mismo está intentando aferrarse a creer, pero sus dedos se acalambran intentando seguirle el ritmo y su cuerpo se debilita al contener a su propia bestia.

Solo sale para cazar a un conejo y traerlo para prepararlo para su esposo. No duerme con los nervios y los sentidos afilados buscando cualquier peligro.

Así llega el tercer día.

Kenji abre sus ojos con un bajón en su estómago. La brisa atrae para él el aroma fuerte de una grupo de alfas que se acerca. Es denso y penetrante, están claramente excitados. El viento susurra entre los troncos de bambúes y así como atrajo ese aroma a él, debió haber alertado a ese grupo de la presencia de un omega en celo en las cercanías.

El sol está emergiendo del este y clareando el día. Kenji se levanta, pero un dolor de cabeza lo golpea cuando se pone de píe. Gruñe en advertencia. Están demasiado cerca, demasiado...

—¡Les dije que aquí estaba! —grita uno, avisando de su ubicación. Ve a un alfa enorme aparecer entre los árboles del bosque, con una barba larga y el cabello amarrado a su coronilla.

Cinco alfas más aparecen detrás de él. Lucen como mercenarios que pasaron por casualidad en el camino. Todos llevan katanas en su kaku obi y kotes que protegen sus brazos. Solo partes de la armadura de un samurái que demuestran que son matones a sueldos que pasaban por allí.

Kenji traga ácido mientras toma su espada. Solo tiene su hakama, su haori cubre a Haru para mantenerlo caliente con su aroma.

—¡Hay un alfa!

—Vaya, vaya, les agarró el celo en mal lugar, ¿no?

Larguense —Kenji suelta su voz alfa, con su espada en mano y posición.

El aroma de todo el grupo es mucho más denso que el suyo e intentan doblegarlo. Sus gruñidos se vuelven una cacofonía aterradora que Kenji se niega a escuchar. Los seis hombres lo rodean y Kenji los mira a cada uno, al más alto, que parece una palmera en el borde de la costa de Karatsu, y al más bajo, que a pesar de su altura tiene un cuerpo cuadrado y fornido. Todos gruñen y respiran el aroma de su esposo mientras este duerme detrás de él.

Es mi esposo, larguense —Kenji insiste. Uno de ellos se ríe.

—Si te mueres, ya no tendrá esposo.

—Antes de ir a Karatsu, podemos tomar este festín, ¿qué les parece?

Se los advierto... no tendré piedad si se acercan —el gutural sonido de su garganta no hace nada para almendrentarlos.

—Pequeño alfa... ¿De dónde sacaste esa katana? ¿¡Siquiera sabes u...!?

No hay nada que detenga su movimiento hasta que el brazo que se movía cae inerte en el pasto. El hombre grita y todos se vuelven agresivos hacia él. Kenji aparta a uno con una patada y recibe el filo de otra espada con la suya, empujándolos para alejarse. Hay un mareo y su estómago gruñe por falta de comida. Todo su cuerpo se siente débil y responde más lento de lo que desea y pronto comprende la desventaja en la que se encuentra.

Sin embargo, no se rinde. Pelea con todas sus fuerzas y siente el aroma del arma que hace una herida en su mejilla. Logra degollar al más alto, su cabeza cuelga como un nido entre las lianas mientras el cuerpo cae. Ante el grito del otro, al que había cercenador el brazo, Kenji aprovecha para clavar su espada desde el hombro hasta el esternón, evadiendo calculadoramente las partes del cuerpo cubiertas. Se mueve tras empujar el otro cadáver de su lado. En medio de la tierra húmeda y la sangre, se arrastra en el suelo y patea hasta hacer caer a uno y clavar su espada sobre el corazón. Luego recibe el brazo que lo agarra desde atrás en una prensa para ahorcarlo y lo hacen soltar su espada. Kenji lo agarra, clava su dedo en el punto de presión, pero queda sin aire cuando lo golpean contra su vientre hasta sacarle el aire.

Alfa... —La voz de Haru lo desconcentra. Una nueva patada lo sorprende bajo su mentón y hace que su cabeza golpee contra una piedra—. Alfa...

—¡No lo mates! ¡Deja que vea lo que le hacemos a su omega antes de matarlo! —grita uno, con una larga cicatriz atravesando la mejilla.

No...

—Agárralo antes de que se mueva, aleja esa espada de él.

—Maldito infeliz, ¡mató a Sozuke, Taito y Kenjiro!

¡Alfa...!

Kenji es puesto boca abajo sobre la grama húmeda y la sangre fresca, justo al lado del brazo que desmembró. Intenta subir su rostro, pero tiene el cuerpo pesado de uno de los alfas sobre él, sosteniendo fuertemente sus brazos hasta doler para evitar que pueda moverse. Sus ojos arden, sus manos duelen, sus dedos se tuercen intentando liberarse mientras observa a los otros dos alfas acercándose al refugio que creó para su omega.

—Oh mira, ¡esta casita! —Uno de ellos se ríe mientras agarra la pierna de Haru. Su esposo patea y su cabello le cubre el rostro—. Para un omega tan dulce como tú, te mereces algo más que esto.

¡Déjalo! —grita Kenji, frenético, intentando zafarse de aquel peso que lo somete.

El sol está sobre ellos. El bosque de bambú susurra junto a las ramas de los árboles que se acarician entre ellas. Un alfa se sube sobre su esposo y Kenji muerde su boca con la angustia apretada. Grita mientras intenta zafarse y su pecho se estremece en dolor. El cuerpo de su madre con las entrañas afuera vuelve. El cuerpo de su padre tendido con la abertura en el pecho, Umi-neesan que luchó hasta el último momento con su espada antes de ver la muerte. Todo vuelve, todo vuelve, la sangre, la sangre, el olor a umi de Haru, su dulce aroma...

Haru se mueve. Una piedra gruesa cae sobre la cabeza del alfa que estaba sobre él. El otro se distrae lo suficiente para que Kenji se suelte de su captor y lo gire. Se sube sobre él y con manos desnuda le mete los dedos en los ojos. El hombre grita y se retuerce antes de que Kenji lo deje a un lado arrastrándose como un gusano en el suelo. Cuando vuelve su atención a Haru, el otro alfa que lo estaba amenazando está siendo ahorcado por sus largos brazos, sometidos por su fuerza mientras lo hace arrastrar por la sangre del otro. Gruñe furioso, sus ojos fuera de sí, su aroma sumamente dulce mientras el hombre se revuelca y golpea su brazo.

El viento golpea y silva entre el bambú cuando el cuello del hombre se tuerce. Kenji se levanta lleno de sangre y mira a su esposo con el haori colgado y sus ojos entornados, una mancha de sangre y barro sobre su mejilla y parte de su cuerpo desnudo. Su omega se arrastra hacia el cuerpo del alfa golpeado con la piedra.

Haru grita.

Grita mientras toma una piedra más grande y cae de rodillas sobre la cabeza del hombre. Grita mientras golpea hasta que todo es sangre y sesos en sus manos.

El viento trae consigo a la lluvia. Gotas cayendo suavemente sobre sus cuerpos dolorosos y frenéticos, lavando la sangre que ha quedado pegada en sus pieles sudadas. Haru se levanta y anda con el haori casi resbalando de su brazo, como si buscara escapar por sí mismo al bosque.

¡Alfa! —Haru se desploma contra los troncos de bambúes mientras sujeta su haori. El calor vuelve con más fuerza aún con sus manos ensangrentadas.

—¡Haru! ¡Haru-kun!

Su esposo dirige su mirada celeste a él. Extiende sus brazos en una invitación tan indecorosa alrededor de los cadáveres y un hombre llorando por la herida de sus ojos. Haru le sonríe como si no acabara de matar a un hombre machacando su cabeza. su propio corazón está destrozado por la amargura y el infortunio.

Alfa...

Kenji no lo piensa. Le roba una espada al grupo, telas que llevaban colgadas en sus cestas y un par de pertenencias más antes de tomar a su esposo y cargarlo con él. Atraviesa el bosque de bambú bajo la mañana, con la luz colándose sobre sus cuerpos mientras Haru, colgado en su cuerpo con ambas piernas rodeando su cintura, se sujeta fuertemente y le susurra:

—Estás aquí, mi alfa, mi alfa.

El calor no va a dejarlo en paz aún. Kenji lo sabe.

Mantiene su mirada al frente en medio de la luz que se escurre del bosque de bambúes y llora.

Notas de autor: Me costó escribir este capítulo porque es el inicio de lo que me toca escribir desde cero, que no avancé cuando estaba construyendo el fanfic en el pasado. Esta escena tiene ya más de 3 años en mi mente y por fin he podido compartirla. Quería mostrar como el celo de su esposo, su convicción de hacer lo correcto y su propia desesperación lo ahogan, aún cuando se sentía seguro, la misma naturaleza está en contra de ellos.

Spoiler:

—Haru... ya se empieza a notar el color de tus raíces. Tengo que encontrar más henna.

—No, tienes que comer antes de buscar más henna, de buscar refugio, de encontrar mi libertad. Kenji, esposo mío, ¿cómo vamos a huir juntos si no tienes suficiente fuerza?


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