Fuerza (Saga Renegados #1) [Y...

By iamclaudiaokey

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Una explosión nuclear. El apocalipsis. El caos. La muerte... y la vuelta a la vida a un mundo devastado. Tra... More

Nota de la autora
ADVERTENCIAS
PRÓLOGO
CAPÍTULO 1
CAPITULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
SEGUNDA PARTE
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
CAPÍTULO 46
CAPÍTULO 47
CAPÍTULO 48
CAPÍTULO 49
CAPÍTULO 50
CAPÍTULO 51
CAPÍTULO 52
CAPÍTULO 53
CAPÍTULO 54
CAPÍTULO 55
CAPÍTULO 56
CAPÍTULO 57
CAPÍTULO 58
CAPÍTULO 59
CAPÍTULO 60
CAPÍTULO 61
CAPÍTULO 62
CAPÍTULO 63
CAPÍTULO 64
CAPÍTULO 65
CAPÍTULO 66
CAPÍTULO 67
CAPÍTULO 68
CAPÍTULO 69
CAPÍTULO 70
CAPÍTULO 72
CAPÍTULO 73
CAPÍTULO 74
CAPÍTULO 75
CAPÍTULO 76
CAPÍTULO 77
CAPÍTULO 78
CAPÍTULO 79
CAPÍTULO 80
CAPÍTULO 81
CAPÍTULO 82
CAPÍTULO 83
CAPÍTULO 84
EPÍLOGO
CAPÍTULO EXTRA: DESPUÉS DE TODO ESTE TIEMPO
AGRADECIMIENTOS

CAPÍTULO 71

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By iamclaudiaokey

Todos hemos oído alguna vez el típico: «Estaban en el momento y lugar equivocados». Lo cierto es que yo nunca había entendido su verdadero significado. ¿Cómo alguien va a estar en el momento y lugar equivocados? Supongo que no entendemos algo realmente hasta que te pasa, hasta que lo vives en primera persona. Cuando sucede, todo lo que se creía cierto deja de ser nítido. Todo lo que se veía blanco comienza a tintarse de gris.

¿Cuál es exactamente el lugar equivocado?

Recuerdo haberme despertado por los gritos de mi madre, sobresaltándome en la cama. Me asomé al otro lado de la habitación y comprobé que mi hermana Uxue seguía durmiendo plácidamente. Los gritos, sin embargo, no cesaban. Eran órdenes y súplicas vociferadas, más concretamente. Escuché golpes resonar en la parte de abajo y me asusté; algo iba muy mal. Mi casa era un lugar tranquilo de costumbre, mis padres nunca discutían. Jamás se gritaban.

Salí de mi cuarto con lentitud, asomándome por encima de la barandilla de la escalera para ver lo que sucedía en la planta de abajo. La puerta de entrada se abrió de golpe y tres hombres trajeados aparecieron en el umbral. Mi madre estaba justo en frente de ellos, el fusil reglamentario de mi padre en alto y la mirada tozuda y decidida, inamovible en su rostro. Les desafiaba a entrar en la casa con los ojos, con la convicción de que haría lo imposible por impedir que entrasen.

Una mamá leona, la había llamado siempre mi hermana pequeña.

—Largo de aquí —exclamó mi padre saliendo de la portezuela que llevaba al sótano.

Uno de los hombres, el que estaba en una esquina del umbral, levantó el arma que colgaba de sus dedos, a su costado. Mi madre no dudó en apretar el gatillo sin inmutarse, haciendo que el cuerpo del hombre saliera despedido hacia atrás.

—Soy el general Mason y tengo protección del ejército español —vociferó mi padre—. No tienen permiso ni autoridad para entrar en esta casa.

—Saqueadlo todo —murmuró otro de los hombres—. A ellos sacadlos y ejecutadlos.

Abrí mucho los ojos, el pánico recorriéndome el cuerpo. Me dispuse a bajar y ayudarlos a impedir que entrasen en nuestro hogar, pero una mirada directa de mi padre, a lo alto de la escalera fue suficiente para impedirme hacerlo. Sus ojos lo decían claramente: huid.

Apreté la mandíbula con fuerza, sintiendo la rabia bullir en mi interior. La impotencia de no poder hacer nada por evitar lo inevitable. «Te quiero» susurré moviendo los labios. «Y a mamá». Él sonrió, con los ojos colmados de lágrimas que sabía que no derramaría cuando se volviesen hacia los soldados que estaban destrozando nuestro hogar.

No me quedé para contemplar lo que sucedería; di media vuelta y corrí hacia mi cuarto, poniendo la cómoda contra la puerta para trancarla. Saqué todas las mantas y sábanas que había guardadas en ella, deshice mi cama para utilizar las que estaban puestas también. Até fuertes nudos entre ellas y até firmemente un extremo a la barra que sostenía las cortinas sobre la ventana. Escuché disparos y el corazón se me aceleró durante unos largos y agonizantes segundos. Me armé de valor, utilizando la rabia y la ira como único motor que impulsaba a mi cuerpo a moverse, y me volví hacia donde descansaba mi hermana.

Para mi sorpresa, estaba despierta y muy callada, el terror brillaba en sus ojos. Eso no hizo más que acrecentar mi ira; me juré a mí misma que no volvería a permitir ver ese terror en sus ojos nunca más si así podía evitarlo.

Me puse el dedo índice sobre los labios para indicarle que hiciera silencio y después señalé la ventana. Unos fuertes golpes resonaron contra la puerta de nuestro cuarto, pero no cedió.

—¡Aquí hay algo! —escuché gritar a alguien tras la madera blanca.

Uxue miró aterrada hacia la dirección de donde provenían los gritos, abriendo mucho los ojos. La obligué a levantarse y a descender por la cuerda de sábanas que había improvisado. Los rebeldes al otro lado intentaron tirar la puerta abajo, pero resistió. Antes de saltar, saqué una pistola automática que tenía guardada en la mesilla de noche, cargada para poder ser usada. La agarré con fuerza en mi mano mientras descendía hasta el suelo. Mi hermana estaba abajo retorciéndose los puños del pijama, temblando de miedo. La cogí en brazos y corrí por la avenida que discurría detrás de mi casa, con la pistola en alto por si debía abatir a alguien.

La calle era un completo caos. La gente huía despavorida, otros tantos se enfrentaban a los rebeldes y luchaban por su vida, tal y como sabía que mis padres lo habían hecho. Ellos no iban a morir sin luchar. Había gente arrodillada en las aceras, el sonido de las balas hacía cesar los gritos. El aire olía a humo y cobre, el hedor de la sangre se entremezclaba con el del fuego, que iba destruyendo los hogares. El ambiente estaba teñido de naranja y rojo, las cenizas de los hogares que perecían quemados impregnaban el aire.

Vi la casa de Aria unos metros más lejos y, escabulléndome entre las sombras, logré llegar hasta la puerta trasera que siempre tenían abierta. Entré en tropel, cerrando de un portazo y dejando a mi hermana en el suelo. Los padres de Aria salieron precipitadamente de la cocina; mi mejor amiga estaba en el sofá, consolando a su hermano Chris, y se levantó de golpe al verme llegar.

—¿Lo habéis visto? —exclamé, muy nerviosa.

La señora Rogers asintió con expresión asustadiza y señaló el televisor que estaba encendido en el salón.

«Las calles han sido tomadas por los rebeldes del ejército oriental. Las fuerzas que evitaban que este ejército penetrara hasta la capital del país han sido en vano, pues han logrado rebasar las fronteras que se habían impuesto alrededor de la gran ciudad cosmopolita y están atacando directamente contra la población civil...»

Escuché el informativo con el corazón latiéndome con fuerza en el pecho.

—Cielo —La señora Rogers me puso sus manos cálidas sobre los hombros—, ¿dónde están tus padres?

Me volví hacia ella tragando con dificultad, apretando los dientes con furia.

—Entraron en casa... yo... —Mi mirada se desvió hacia Uxue, que me observaba con lágrimas en los ojos.

No podía decirlo. No delante de ella.

Los padres de Aria parecieron percatarse de lo que pensaba, siguiendo la dirección de mi mirada. La señora Rogers asintió y las lágrimas afloraron en sus ojos claros, tan verdes como los de su hija. Me dio un fuerte abrazo y no pude evitar que una lágrima se deslizase por mi rostro también.

—Tenéis que salir de aquí —murmuré contra su cuello—. Llegarán.

El señor Rogers asintió, dirigiéndose hacia la pequeña portezuela que había bajo las escaleras, la que conducía al sótano. La señora Rogers me soltó, echándome una última mirada cargada del mismo dolor que yo sentía.

Ella y mi madre habían sido amigas desde la infancia, prácticamente desde su nacimiento.

Como lo éramos Aria y yo.

Cogí a mi hermana de nuevo en brazos a pesar del dolor que emitieron mis músculos. Ella ya no era una cría, y por desgracia no olvidaría esto nunca.

Los padres de mi amiga nos señalaron el interior del sótano con la cabeza.

—No salgáis hasta que dejéis de escuchar ruidos en la planta de arriba —nos indicó con gesto serio—. Vamos a cubrir la puerta.

—Cuando escuchéis que todo se ha calmado, será mejor que salgáis por la puerta que da a la calle. —La madre de Aria nos sonreía, pero sus ojos no contaban la misma historia—. La cubriremos con el armario de las armas para que no sea visible.

Entré con mi hermana ocultando su cara en mi pelo.

—Tengo miedo —susurró entre sollozos.

—Yo también —le aseguré, apretándola más contra mí mientras descendía las escaleras—. Pero dejaremos de tener miedo cuando acabe el juego.

La dejé en el suelo al llegar al final y encendí la pequeña luz que pendía del cable en el centro del techo.

—¿Juego? —Uxue se frotó los ojos, limpiándose las lágrimas.

Me acuclillé frente a ella y me forcé a sonreír.

—Claro. Estamos escondiéndonos del malo. —Le hice cosquillas y rio, apartándose—. Tenemos que quedarnos muy en silencio para que el malo no nos encuentre.

—¿Como en el escondite? —preguntó ella con voz aguda.

—Como en el escondite —corroboré asintiendo—. Y, si ganamos... nos darán muchas, muchas chuches.

Uxue sonrió.

Aria bajó las escaleras con su hermano de la mano; la miré durante unos segundos y ella me devolvió una mirada cargada de un dolor tan infinito que hizo que se me comprimiese el alma. Tenía los ojos rojos.

—Chris —lo llamó mi hermana, acercándose a él como si tuviese que contarle un secreto preciado—, no tengas miedo. Si nos quedamos callados, el malo no nos encontrará y ganaremos el juego.

Mi amiga apartó la mirada de ellos y la posó en mí. Le sostuve la mirada como pude.

—¿Juego? —dijo él, no muy convencido.

—Sí —asintió ella—. Y si ganamos, nos darán un montón de chuches.

—¿De Coca-Cola también?

—De tooodos los sabores —exclamó Uxue.

Me limpié una lágrima antes de que mi hermana pudiese verla. Aria se arrodilló junto a mí y me abrazó.

—¿Por qué lloráis? —nos preguntó mi hermana con preocupación, al volverse hacia nosotras.

Ya no brillaba el terror en sus ojos.

—Porque estamos a punto de ganar al malo —dije, limpiándome las lágrimas—. Y estamos muy contentas, ¿a que sí?

Aria asintió, también secándose las mejillas. Uxue aplaudió con entusiasmo.

—En verdad ya lo sabía —dijo, retirándome el pelo de la cara, sonriéndome con malicia.

—Ah, ¿sí? —contesté sonriendo forzadamente.

Ella asintió con efusividad.

—Mamá siempre dice que tú vas a ser una gran guerrera. —Sonrió, peinándome el pelo con los dedos—. Como las que salen en los dibujos que matan dragones y encierran brujos malos.

Sorbí por la nariz, frotándome los ojos para retirar las lágrimas.

—¿Eso te dice mamá?

Mi hermana asintió de nuevo antes de añadir:

—Así que yo ya sabía que tu ibas a ganar al malo. —Me sonrió, cogiéndome varios mechones de mi pelo y levantándolos—. Porque además siempre tienes la ayuda de Aria y juntas podéis ganar a tooodos los malos.

Reí, incapaz de contener las lágrimas que se amontonaban en mis ojos. Escuché a Aria reír también, atrayendo a su hermano y abrazándonos a su vez.

—Tú vas a ganar a todos los malos de todos los juegos —dijo separándose un poco de nuestro abrazo para pellizcarme las mejillas.

—¿Eso crees?

Uxue asintió muy convencida.

—Yo sé que vas a ganar a todos los malos.

La atraje más hacia mí y la abracé con fuerza. Me rodeó el cuello y me dio un beso en la mejilla, ocultando su rostro en mi pelo.

—Ahora —tomé la palabra, apartándola de mi abrazo—, tenemos que estar muy en silencio para que el malo no nos encuentre, ¿sí?

Ambos asintieron. Atraje a mi hermana hacia mi regazo y Aria hizo lo mismo con el suyo. Nos quedamos así. Esperando, sentadas en el suelo del sótano, a que cesaran los golpes y gritos de la parte superior. 

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