CAPÍTULO 32

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Queríamos esperar hasta que el sol decayese. La gente se retiraría a sus respectivas habitaciones y nos dejarían vía libre para actuar. Esperamos mucho tiempo hasta que estuvimos seguras de que no se escuchaban voces al otro lado. Cuando el pesado silencio era lo único que llenaba el ambiente, me acerqué a la puerta y coloqué ambas manos sobre el pomo. Lo calenté todo lo que pude hasta que el metal se puso rojo; se volvió endeble bajo mis manos, deshaciéndose entre mis dedos, y la puerta cedió. Podía ser ignífugo, pero nada se resistía a las altas temperaturas.

Salí al pasillo; un fugaz déjà vu azotó mi mente, rememorando la primera vez que choqué con Ian. Me había sumergido en la profundidad de su mirada, en sus intensos ojos azules, tan fríos y afilados como la hoja de un cuchillo...

Sentí una extraña punzada en mi pecho, como si estar allí de nuevo sin él fuera erróneo, como si fuese una mala reproducción de un recuerdo al que le faltaba algo. Fruncí el ceño, desconcertada por ese chocante sentimiento.

Corrí hasta la puerta contigua y repetí exactamente el mismo proceso. Le propiné una patada y ésta se abrió con un estrépito; Aria salió de entre la negrura, y la luz blanca del pasillo la deslumbró unos instantes, iluminando todos y cada uno de sus rasgos y facciones.

—¿Sabes dónde debemos ir? —inquirí.

Aria avanzó hacia la puerta en el extremo izquierdo, tomando el mismo camino que hice con Ian la primera vez.

—Sígueme, no te quedes atrás —me dijo abriéndola con el hombro.

Bajamos las escaleras a todo correr, descendiendo hasta la primera planta. Abrió otra puerta para salir al pasillo, pero la cerró de pronto, echándose hacia atrás. Estuve a punto de chocarme con su espalda.

—¿Qué sucede? —me alenté a preguntar.

—Hay guardias —susurró, mirando a través de una pequeña rendija—. Mira eso. —Me agarró del brazo, atrayéndome hacia ella.

Me asomé con cautela y pude ver que tres hombres, trajeados al igual que cualquiera que perteneciese al Escuadrón Fugitivo, sacaban en una camilla a una joven rubia, demasiado pequeña para ser de nuestra edad. Estaba profundamente dormida y su piel era tan pálida que no supe deducir si estaba dormida o se trataba de su cadáver.

—Sedan a los Unos para que no puedan resistirse —susurró mi amiga, con el ceño fruncido por el desacuerdo—. ¿Crees que la llevan a las Fuerzas Naturales como al joven del que te hablé?

Agarré a Aria del brazo y la hice retroceder.

—Hay algo que no te he contado.

Ella se volvió hacia mí con preocupación.

Aria me había hablado del pequeño encontronazo que tuvo con el Doctor Lee. El motivo por el que le subieron a las celdas de máxima seguridad. Se había colado en una celda de un nivel bajo... cuyo huésped fue enviado a las Fuerzas Naturales. Pero Aria no conocía toda la verdad que tanto yo como el resto de nuestro comando ya sabía.

—Después de que te capturasen, nos dirigimos a Suecia. —Mi expresión era seria—. Durante una patrulla, Eric, Ian y yo vimos que una furgoneta del Escuadrón Fugitivo intercambiaba una Cinco con las Fuerzas Naturales.

Aria abrió mucho los ojos.

—Así que lo que vi... no es un hecho aislado, ¿verdad?

Negué con la cabeza, muy seria. Aria desvió la mirada asintiendo, como si estuviese procesando la información.

—No sé qué pueden estar tramando —me acerqué de nuevo a la puerta, entreabriéndola para poder ver—, pero creo que no es un hecho sin importancia.

—Es probable que simplemente estén suministrando Renegados para que las Fuerzas Naturales puedan continuar con sus experimentos —contestó mi amiga, con la mirada derrotada, como si le frustrase no saber. O que le frustrase no poder hacer nada por impedirlo.

—Sí, pero... ¿por qué? —Me volví hacia ella—. ¿En qué les beneficia al Escuadrón Fugitivo?

Me miró, sus ojos verdes habían perdido algo de brillo.

—No tengo ni la más mínima idea, Mai.

Volví a asomarme por la rendija.

—Vía libre. —Abrí la puerta y salí al exterior caminando con rapidez, sintiendo a Aria a mi espalda.

Ella me adelantó y me condujo por los laberínticos pasillos como si supiese con exactitud a dónde se dirigía. Finalmente, llegamos a un pasillo que terminaba en un punto muerto.

—¿Seguro que es aquí? —pregunté poniéndome a su altura.

Aria me sonrió, como si esperase que le preguntara aquello, y después empujó la pared con el hombro. Para mi sorpresa, una puerta se abrió y nos franqueó el paso a una sala oscura, cuyo interior no se lograba ver con claridad.

—¿Crees que puede haber alguien allí dentro? —me preguntó.

—Si hay alguien dentro, ya lo sabe. —Apunté al interior con el mentón.

Entramos juntas, muy pegadas la una a la otra, hombro con hombro. Cerramos la puerta a nuestra espalda y, tras comprobar que estábamos completamente solas, comenzamos a pulular entre las numerosas máquinas.

Aquella sala estaba repleta de ordenadores y pantallas de todas clases y tamaños. Había dos largas mesas puestas en horizontal que contenían unos diez ordenadores en cada una. Otra contigua, que estaba pegada a la pared y rodeaba el perímetro de la sala con ordenadores también. Una gran pantalla colgaba frente a nosotras en la que se reflejaba la proyección de las múltiples cámaras de seguridad que grababan todo lo que sucedía en la sede. Me acerqué a la mesa más cercana y ojeé en un ordenador; cada uno de ellos tenía un número de cámara asignado. Busqué la que grababa nuestro pasillo y descubrí que era la veintisiete. Borré la grabación en la que Aria y yo huíamos. Después fui hacia el ordenador cuarenta y tres y borré la grabación en la cual se veía perfectamente cómo escapábamos de las celdas.

Una extraña punzada llevaba un largo rato en mi pecho tratando de hacerse oír, pero simplemente la atribuí a la presión y el nerviosismo causado por la situación. Sin embargo... no tardé en deducir que se trataba de aquella sensación que me alertaba siempre de que algo no iba bien. Aquella calma tan aparente no era buena señal. Me volví hacia la pantalla tratando de apartar ese pensamiento tan apremiante para asegurarme de que todo iba bien por el momento.

Todos los pasillos de piedra gris desgastada con puertas de latón firmemente cerradas estaban desprovistos de gente. Un escalofrío recorrió mi espalda y me volví hacia mi amiga.

—Aria —la llamé y ella se giró hacia mí—, observa eso.

Dirigió su vista hacia la gran pantalla y después de reparar en la ausencia de personal, se volvió hacia mí.

—No hay nadie, ¿cuál es el problema? —me respondió.

—Ese es precisamente el problema —contesté.

Corrí hacia una gran mesa llena con cientos de botones de varios colores y diversas formas, los atribuí como el panel de control. A mi derecha había cinco palancas, todas accionadas hacia abajo.

—Mai, ¿qué está pasando? —Aria se acercó a mí con preocupación—. ¿Algo no va bien?

No contesté. Era consciente de que ellos seguramente ya sabrían que habíamos escapado, así que debía deducir qué hacían esas palancas. Si las accionaba todas, ¿liberaría a los Renegados? ¿Cortaría algún suministro?

Debajo de ellas había un número e imaginaba que cada una provocaba algo en la planta que se le otorgaba. Si las accionaba, habría dos posibles opciones: liberaría a los Renegados de sus celdas o cortaría la luz en todas las plantas. Si sucedía lo segundo, haría más fácil armar un caos que nos sirviese para poder huir.

Sin embargo, no pude comprobarlo porque, antes de que pudiese tocar alguna de ellas, la puerta a nuestra espalda se abrió y un chorro de luz se precipitó al interior.

Allí estaba, mi voz interna nunca fallaba.

Fuerza (Saga Renegados #1) [YA EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora