Sábado, 9 de Marzo de 1991
— ¡¿Has visto mi varita?!
— No.
— ¡Mierda!
— ¿Dónde la dejaste la última vez?
— Si supiera que no estaría buscándola ¿No?
— Está bien, está bien, tranquilízate — Grant salió del baño oliendo a pasta de dientes y Pantene. Remus casi había volteado la sala de estar en su búsqueda. Se paró en medio del desorden, pasando sus dedos ansiosamente por su cabello.
— Tengo un millón de hojas de examen para corregir hoy, realmente la necesito...
— Hazlo sin magia, como el resto de los mortales, — Grant se encogió de hombros, levantando los cojines del sofá para ayudarlo a mirar.
— No puedo, realmente necesito mi varita... — Remus bufó, mirando debajo de la mesa del televisor.
— Es una pena que no haya un hechizo para encontrarla, eh, — se rió Grant. Luego vio el rostro de Remus, y se puso serio, levantando su mano, — Ok, no te preocupes, la encontraremos... bien, la última vez que la usaste... eh... cuando se apagaron las luces, anoche, ¿recuerdas?
— ¡Oh sí! — Remus corrió al dormitorio. Habían tenido cortes de energía al menos dos veces por semana durante el último mes; Remus pensó que todo había terminado ahora que los mineros habían vuelto al trabajo, pero aparentemente no.
Su varita había rodado debajo de la cama. La agarró, aliviado y la apretó con fuerza en su puño. — Gracias a Merlín. — Se susurró a sí mismo.
— ¿La tienes? — Grant preguntó, mientras Remus regresaba a la sala de estar. Grant estaba arreglando el desastre que Remus había dejado. Remus agitó su varita triunfalmente, y la habitación se reordenó. Grant hizo un ruido de sorpresa y deleite. — ¡Uf, que tipo tan inteligente! —. Él sonrió.
Remus le sacó la lengua y fue a organizar su pila de papeles.
— Aún no entiendo por qué necesitas tu varita, ¿Acelera las cosas o algo así?
— No, la necesito para leer, — respondió Remus, sentándose en la pequeña mesa del comedor para trabajar.
— ¿Eh?
— Hay un hechizo que me ayuda a leer, — dijo Remus, — nunca aprendí a leer bien en St Edmund's.
— ¿No sabes leer? — Grant puso sus manos en sus caderas, mirando a Remus con incredulidad.
— Bueno, puedo leer un poco... — dijo Remus, saltando a la defensiva, — No muy bien, las palabras se mezclan, no sé por qué.
— ¡Oh! — Grant dijo, sentándose a su lado. — Eres disléxico.
— ¿Soy qué? — Remus le frunció el ceño. Nunca antes había escuchado esa palabra; sonaba como un hechizo.
— Disléxico. Solían llamarlo ciego a las palabras. No hay nada de malo en tu coeficiente intelectual, es la conexión entre tus ojos y tu cerebro o algo así... Leí algo sobre eso cuando estaba estudiando Educación. Estoy tratando que lo acepten en el trabajo, creo que a algunos chicos necesitan un poco de ayuda, pero el gobierno cree que tan solo son muy tontos.
— Sí, eso es lo que me dijeron a mí. — Remus frunció el ceño. "— .. espera, ¡¿Entonces es algo real?!
— Por supuesto que lo es, — Grant se encogió de hombros. — ¡Que increíble que tengas un hechizo para eso, enséñamelo!
Remus lo hizo, pero por supuesto no había mucho que ver, y no podía hacérselo a Grant. Hizo una nota mental para buscar sobre la dislexia cuando tuviera algo de tiempo libre, si es que llegaba a descubrir cómo diablos deletrear esa estúpida palabra.
— Te dejo para que termines entonces, — dijo Grant, —¡Recuerda nuestros planes para esta noche!
— Oh... sí... — Remus suspiró. — Bueno, si es que termino temprano, claro...
— No, — Grant negó con la cabeza, firme — Vamos a salir, Remus Lupin. Te arrastraré a los noventa gritando y pateando si es necesario.
Remus se rió sin entusiasmo, tratando de ignorar el terrible miedo que sentía en la boca del estómago.
Mañana era su trigésimo primer cumpleaños, y Grant había decidido que este sería el año en que Remus finalmente iría a su primer bar gay. Cuando llegó Marzo, Remus solo quería esconderse hasta que terminara el día, como siempre. Los cumpleaños siempre le recordaban a los merodeadores.
— Deberías salir un poco, — solía decirle Grant, — Y conocer a algunas personas.
— Odio a la gente. — Remus respondería con acritud: — La gente es quien vota por Thatcher y sigue comprando discos de Morrissey. La gente es, efectivamente, idiota.
Grant se rió,
— La gente es genial. El arte, sexo, café, una conversación: no se puede tener nada de eso sin gente. Las personas son lo que hace que todo valga la pena y tú lo sabes.
Tenía razón: Grant tenía razón en general sobre la humanidad.
Y el mundo ciertamente había cambiado. Remus se había perdido todo eso, como de costumbre, inmerso en la guerra o encerrado en su propio dolor. Grant regresaba a él desde el mundo exterior como un explorador con historias fantásticas que contar.
Las cosas eran diferentes ahora, para gente como ellos: queer, o, más apropiadamente en estos días; 'hombres gay'. Hace poco menos de dos décadas había sido un crimen vivir de la forma en que lo hacían, y sí, baches en el camino siempre habrían, pero no se podía detener el progreso.
A medida que los años ochenta llegaban a su fin, parecía que la gente gay estaba en todas partes; Grant hizo que Londres sonara como una gran fiesta de salida del closet. Le contó a Remus que una vez vio a Freddie Mercury en Heaven, a los Pet Shop Boys sonando en la radio, Frankie Goes to Hollywood fue número uno nuevamente, el maquillaje de Boy George, incluso Elton John era gay ahora.
Entonces, pensó Remus, probablemente era hora de que al menos intentara involucrarse.
Fueron a un pequeño bar, a la vuelta de la esquina, — No creo que estés listo para Heaven aún, — bromeó Grant.
Remus deseaba que no se burlara. Estaba más nervioso de lo que esperaba.
— No encajaré... — Dijo, mirándose la cara en el pequeño espejo junto a la puerta principal. Se veía viejo. De treinta y uno. Dios mío, ayer mismo tenía diecisiete años.
— Es un bar gay. — Grant hizo una mueca, de pie detrás de él con una expresión divertida. — Eres gay. Encajarás.
— No sé si soy ese tipo de gay, sin embargo... — respondió Remus, acariciando su cabello canoso para ver si eso mejoraba algo. En realidad no, solo lo hacía parecer un poco más desaliñado. —¿No serán todos... no sé, más jóvenes, más divertidos?
— Eres muy divertido. — Grant dijo. Remus lo miró a los ojos en el espejo y arqueó una ceja. Grant se rió, —Bueno, yo que creo que eres divertido. No te voy a hacer bailar, no te preocupes.
— ¡Quedémonos en casa y compremos comida china! — Suplicó Remus, una última vez.
— No, — Grant negó con la cabeza, sonriendo, — Me lo prometiste. Una hora como mínimo, vamos.
Así que fue. Tal vez se estaba volviendo blando en su vejez.
Remus tenía razón: la multitud en el pequeño bar era más joven y divertida. Sin embargo, había algunas personas mayores que él, lo que lo hacía sentir un poco menos fuera de lugar, y al menos todas las luces de colores ocultaban su cabello gris.
Cuando Remus era un niño pequeño en St Edmund's, el único programa de televisión que todos habían acordado querer ver era Top of the Pops los viernes por la noche. Se habían reunido alrededor de la pequeña pantalla borrosa en blanco y negro y, a través de la tormenta de estática, vieron a los jóvenes de moda bailando al son de sus canciones pop favoritas. Los muchachos de St Edmund eran admiradores particulares de Babs Lord, la bailarina rubia animosa de Pan's People, el grupo de baile interno de Top of the Pops.
Ese estudio le había parecido el lugar más genial del mundo a aquel Remus de ocho años y ahora, ya grande, recordó instantáneamente a Top of the Pops mientras seguía a Grant a 'Boyz'. Excepto que los fanáticos de las tetas de Babs se habrían sentido muy decepcionados, porque la clientela aquí era decididamente masculina.
Oh, Dios mío, pensó Remus para sí mismo, mientras caminaba por la concurrida pista de baile hacia el bar, ¡¿Son todos homosexuales?! ¿Saben todos que soy gay? Oh Dios mío...
— ¿Quieres calmarte, sol? — Grant lo miró mientras ocupaban dos taburetes cerca de la pista de baile iluminada.
— ¡Estoy bien! — Remus dijo, su voz tal vez un poco demasiado aguda.
—¡Deja de mirar todo, bicho raro! Te traeré un trago.
Pero Remus no podía evitar mirar a su alrededor. Todo el mundo era tan descarado, con jeans ajustados, camisas ajustadas, o sin camisa, en algunos casos. Estaban bailando juntos, riendo y besándose, y todo estaba bien, nadie decía nada al respecto. La cabeza de Remus estaba dando vueltas.
Grant le dio a Remus una bebida, una cola de cereza, porque se suponía que todavía no debía beber. Remus bebió y trató de no verse tan fuera de lugar como se sentía. Tampoco conocía nada de la música, era demasiado moderna para él. Dios, era tan viejo.
— No sé por qué dijiste que no era necesario que bailara, — le dijo a Grant, — Parece que eso es lo único que se puede hacer aquí.
— No tienes que hacer nada que no quieras, — sonrió Grant, — ¡Relájate! ¡Ese es el objetivo de estar aquí!
Remus lo intentó. Se alegraba de que no fuera una noche ajetreada, no creía que pudiera hacer frente a una multitud. Se sentó en su taburete y tomó un sorbo de su gaseosa, y miró a su alrededor sin mirar, y finalmente se sintió un poco menos asustado. Se sintió un poco nervioso cuando una drag queen se acercó sigilosamente a él: un metro noventa con botas de plataforma de PVC rosa y una peluca de Dolly Parton, ella solo agitó sus enormes pestañas hacia él y le ofreció un cigarrillo.
— ¿Tienes fuego, guapo?
Remus sintió que le ardían las mejillas y negó con la cabeza tímidamente, — Lo siento, — murmuró, — No fumo.
— Oi, haz tu truco, — Grant le dio un codazo. Se dirigió a la drag queen, — Remus hace unos trucos de magia asombrosos.
— Oh, me encanta la magia — ronroneó la glamorosa extraña. Remus se mordió el labio, pero asintió.
— Ok, um... — tomó el cigarrillo y lo puso entre sus propios labios, luego chasqueó los dedos. El extremo se encendió de inmediato, y Remus dio una rápida calada, por sus problemas, antes de devolvérselo.
— ¡Caray! — La drag queen parpadeó, mirando al cigarro encendido, — ¡Increíble es cierto! Será mejor que te cuides, ¿eh, hombre mágico?
Remus se sonrojó de nuevo, mirando su coca, — Tan solo es un truco de magia.
— ¿Vienes aquí a menudo, entonces? — Se apoyó en la barra, fumando, su lápiz labial rojo sangre manchaba el extremo del cigarrillo.
— ¡Oh no! — Remus dijo, tal vez un poco demasiado rápido.
Grant se rió y puso una mano en su hombro, — Es su primera vez. Lo traje por su cumpleaños.
— ¡Oh, feliz cumpleaños! — Ella sonrió ampliamente, — Tendremos que ponerte una canción, más tarde, solo ve y dile al DJ, ¿de acuerdo, cariño?
— Er, ok. — Remus asintió, planeando no hacer tal cosa.
— Hasta luego, muchachos, — la drag queen guiñó un ojo y se alejó navegando por la pista de baile.
— No estuvo tan mal, ¿verdad? — Grant dijo. — Estarás listo para marchar conmigo en el desfile del orgullo gay en Julio.
— Sobre eso... no lo sé — Remus se rió.
Miró la pista de baile un poco más. La drag queen lo había tratado como si perteneciera. En lugar de sentirse más consciente de sí mismo, se sentía un poco más feliz: todos eran bastante amables, nadie estaba siendo desagradable o grosero. Vio a una pareja besándose en el medio del piso - realmente se estaban besándo, tocándose el trasero el uno al otro - y la gente estaba vitoreando.
Recordó a sus amigos vitoreando a Mary y Sirius cuando se besaron en la sala común de Gryffindor, años atrás - eso también había sido en el cumpleaños de Remus, y la fecha del primer beso de Remus y Sirius, que había sucedido en las sombras. Casi todos sus besos habían sido en la oscuridad, porque en el fondo ambos sabían que nadie quería ver eso. No en los setenta, no en Hogwarts.
Remus tuvo una repentina necesidad de hacer algo similar, aquí, a plena vista, donde todos pudieran ver y nadie frunciría el ceño o se burlaría.
Solo que todavía no era lo suficientemente valiente para besuquearse en público, incluso a la gran edad de (casi) treinta y un años. Así que se acercó y tomó la mano de Grant, en la parte superior de la barra. Grant parpadeó sorprendido, pero luego su rostro se iluminó tan maravillosamente que cualquier rastro de nervios dejó a Remus por completo. A veces se olvidaba de que Grant también tenía sentimientos, lo que sonaba desalmado, pero era solo porque Grant rara vez se quejaba. La felicidad se veía tan bien en él que Remus tomó la resolución de trabajar más duro para hacerlo feliz.
Se quedaron un poco más, hasta que Remus terminó su bebida. No tenía ganas de bailar (aunque más de una persona se había acercado, invitándolo a unirse a ellos), pero la experiencia no había sido terrible. Le dijo lo mismo a Grant, quien se rió,
— ¡Te lo dije! Gracias por venir, cariño, sé que no es fácil para ti.
— Tú lo haces más fácil, — dijo Remus en voz baja, sorprendiéndose a sí mismo. Grant pareció desconcertado y apretó la mano de Remus de nuevo.
— Maldito cursi — dijo tímidamente. — Vamos, tengo un pastel de chocolate esperando en la nevera de casa, puedes apagar las velas y luego nos besaremos en la oscuridad.
Remus le devolvió la sonrisa, — Suena perfecto.
Se acercó al baño antes de irse. Pudo haber esperado hasta llegar a casa, solo estaban a la vuelta de la esquina, pero sintió que esta era su última prueba de valentía.
Los baños eran unisex, lo que Remus supuso era bastante justo, aunque un poco vergonzoso, al menos no habían chicas. Fue y usó un urinario, lo más rápido posible, tratando de ignorar el sonido y el olor del sexo que emanaba de los cubículos. Se estaba lavando las manos cuando la puerta se abrió y alguien se acercó detrás de él. Se dio la vuelta, sorprendido, y se enfrentó al extraño.
— Qué-
El hombre sonrió ampliamente, mostrando los dientes. Se lamió los labios y olfateó el aire, y Remus por fin lo entendió, el aroma familiar, la conexión instantánea, la falta de respeto por el espacio personal. Un hombre lobo.
— Olí tu magia, — dijo el hombre en voz baja, — Delicioso. Nunca te había visto antes...
No era tan alto como Remus, y era bastante delgado, con una camisa blanca muy ajustada. Tenía el pelo largo, rojo fuego, lacio como un atizador, y ojos azul glaciar. El aroma de la magia natural terrenal irradió de él en ondas que hicieron que Remus se mareara, la sangre corría por sus venas y arterias como un elixir.
— Hola…
El extraño volvió a olfatear, — ¿De qué manada eres? Hueles a Greyback...
Remus se resistió un poco a la idea de que tuviera algo de Greyback en él, pero negó con la cabeza, — No tengo una manada.
— Valiente de tu parte... ¿No te preocupa que el Ministerio te detenga?
—¿Qué hay de tí? ¿Con quién estás? — Por un momento, Remus deseó ser uno de los de Castor; quería desesperadamente saber cómo estaban todos, pero el extraño se encogió de hombros.
— Oh, vamos a la deriva aquí y allá. No creo que hayas oído hablar de nosotros.
— Pero conoces a Greyback.
— Oh, sí — Se bajó la camisa por el cuello, revelando una enorme marca de mordisco que era demasiado familiar para Remus, — Tenemos bastante historia él y yo...
— La guerra, ¿Estabas...?
— Ja, no, yo era apenas un cachorro, en ese entonces — el hombre lobo arqueó una ceja. Su piel era tan clara que sus cicatrices eran como rayas plateadas, nacaradas como rayos de luna. — Pero la próxima guerra... la próxima guerra, estaremos preparados.
— No habrá otra guerra. — Dijo Remus. Estaba apoyado contra el fregadero de porcelana, el hombre lobo había colocado una mano a cada lado de él. Estaba atrapado, pero no había hecho ningún movimiento para escapar, todavía no. — Voldemort está muerto.
— Mmm, algunos dicen eso... — el hombre lobo sonrió. Se inclinó y lamió detrás del lóbulo de la oreja de Remus. Le hizo estremecerse por completo, tuvo que contener un gemido. El otro hombre se apretó contra él y susurró: — Pero he oído que una parte de él vive todavía. Los bosques hablan de magia antigua, de sangre maldita .. el señor oscuro está reuniendo fuerza para...
— No... — Remus negó con la cabeza. Trató de retroceder, pero solo logró aplastar sus cuerpos. Sabía que todo eran mentiras, y sabía que este hombre era un problema, pero oh Dios, el olor era tan embriagador que su cuerpo no lo escuchaba; solo quería una cosa.
— Ven, — el hombre lobo seguía susurrando, su aliento caliente en el cuello de Remus, — No más conversaciones de guerra, no debemos preocuparnos... ahora solo quiero disfrutar de ti. ¿Vives cerca? Podemos ir a donde quieras, esto va a ser tan bueno, la luna está creciendo...
Remus volvió a negar con la cabeza, como si pudiera deshacerse de la niebla de feromonas que inundaba su sistema, — Estoy aquí con alguien. — Él dijo con voz áspera.
— Tráelo, si quieres... — el lobo se rió entre dientes, — Estoy a favor de compartir.
— N-no, tengo que irme... — Remus usó su última pizca de fuerza de voluntad para liberarse del extraño y apresurarse a regresar al bar, sintiendo los ojos del lobo ardiendo en su espalda.
Encontró a Grant y lo agarró por la manga de la camisa, siseando: — Tenemos que ir a casa.
— ¿Eh? ¿Estás bien, pasó algo?
— No… um… solo quiero irme a casa. Quiero llevarte a casa. — Miró a Grant a los ojos, todavía sosteniendo su brazo, y se preguntó si Grant también podría sentirlo, sentir el ardor, la necesidad. Sirius siempre había podido, pero ¿Quizás tenías que ser sensible a la magia? Remus enfocó la intensidad, proyectándola hacia afuera. Los ojos de Grant parpadearon y sus pupilas se dilataron, un cálido rubor trepó por su cuello.
— De acuerdo entonces. — Se bebió lo último de su bebida y se fueron, corriendo juntos hacia la concurrida calle, tomados de la mano.