Año Nuevo 1982
THUD-THUD-THUD-THUD-THUD-THUD
Alguien estaba golpeando la puerta.
Alguien había estado haciéndolo durante un tiempo ya y no mostraba signos de querer detenerse. En todo caso, estaba empeorando.
Remus abrió los ojos. Tenía la garganta seca y le dolía la cabeza. En realidad, todo le dolía; había estado durmiendo en el sofá durante semanas. ¿O meses? ¿A quién le importaba? Era incómodo, pero no se atrevía a entrar a el dormitorio. La mayoría de las noches estaba demasiado borracho como para moverse de todos modos. La mayoría de los días estaba demasiado borracho, también. Ya no tenía resaca, solo descansos entre botellas. Al chico de la puerta de al lado no le importaba pasarse por la licorería cada dos días por él, probablemente se dejaba el cambio como pago.
Continuaron los golpes.
— ¡¿Remus?! — El sonido amortiguado llegó a través de la puerta, y quienquiera que estuviera al otro lado siguió martillando,
— Vete a la mierda — gritó, con la garganta en carne viva como papel de lija.
Cogió la botella más cercana que estaba en el suelo debajo de él y bebió un trago. Casi se atragantó con el whisky ardiente, pero se las arregló para tragar la mayor parte, gracias a Dios. No podía permitirse desperdiciar una gota de olvido*.
— ¿Remus? ¡Déjame entrar!
Era Grant. Reconoció su voz ahora, tal vez el olor también, pero sus sentidos eran un desastre desde… no, no no no….
Se acurrucó y hundió la cabeza en los cojines del sofá. No podía hablar con nadie. No podía ver a nadie. Tan solo necesitaba que lo dejaran en paz, para poder beber, para poder olvidar. Por favor.
— ¡Púdrete! — Sollozó, gritando a la puerta: — ¡Déjame en paz!
— ¡No! — Grant gritó en respuesta, y los golpes se hicieron aún más fuertes, un implacable y resonante ruido sordo. Realmente estaba tratando de derribar la puerta, el estúpido idiota.
Remus consideró a medias la posibilidad de lanzar un hechizo silenciador. Pero no estaba seguro de dónde había dejado su varita. Giró de nuevo y se levantó.
El suelo estaba lleno de botellas y latas por todos lados, y estas tintinearon y crujieron mientras él pasaba por su lado. Sus brazos y piernas se sentían como plomo. ¿Qué día era? Hacía frío. Se frotó los brazos mientras se acercaba a la puerta, estremeciéndose por el frío. Había dejado una ventana abierta en algún lugar del piso y se había olvidado de cerrarla. Oh, bueno.
La puerta todavía seguía siendo golpeada mientras él se acercaba para abrirla, la madera se astillaría si no tenía cuidado.
— ¡¿Qué?! — Abrió la puerta de un tirón.
Grant lo miró fijamente, con el puño todavía levantado y los ojos muy abiertos. Sus mejillas estaban rosadas de gritar, respiraba con dificultad. Miró a Remus de arriba abajo.
— Jesucristo. — Dijo, abriéndose paso bruscamente, — ¿Qué pasó? He estado intentando llamarte durante días, ¿Qué le pasó a tu teléfono?
— Lo colgué mal. — Dijo Remus, regresando lentamente a su nido en el sofá, donde al menos estaba caloruso. Enroscó sus pies helados debajo de sí mismo y volvió a coger una botella.
— ¿Qué mierda ha estado pasando aquí? — Grant miró el desorden a su alrededor. Miró a Remus de nuevo, — ... Dios, no te ha dejado, ¿No?
Remus lo miró fijamente y no pudo evitarlo. Comenzó a llorar. Se inclinó hacia adelante de rodillas, dejó caer la cabeza entre las manos y lloró como un niño.
— Mierda, — Grant se apresuró a sentarse a su lado, sin importarle las latas vacías, los cojines y las mantas malolientes, — ¡Yo y mi bocaza! ¡Lo siento! No quise… — atrajo a Remus hacia él sin pensarlo, y debió haber sido horrible para él, porque Remus sabía que no se había bañado en años, todo lo que había hecho era beber y llorar durante días y días y días. Pero Grant lo abrazó firmemente.
— Se han ido. — Remus dijo, cuando pudo hablar. — Estoy solo.
— Carajo. — Dijo Grant. — No estás solo.
Remus lloró aún más fuerte.
...
No pasó un solo día, y no pasaría un solo día, durante muchos años, en el que no pensara en Sirius y sufriera. Era una tortura abstracta y cruel, y Remus se resignó a una vida de absoluta miseria.
Dondequiera que mirara, lo perseguían los pensamientos y recuerdos de sus amigos, de las cosas que nunca podrían hacer abora y de las cosas que él no había hecho a tiempo. Asistió al funeral, uno conjunto para Lily y James, seguido de un homenaje a Peter. Remus se sentó en la parte de atrás y se fue antes del velorio, en caso de que alguien intentara hablar con él.
Estaba aterrorizado de que alguien quisiera preguntarle sobre Sirius, que quisiera preguntarle lo que sabía. O de que le dijieran algo que no quería saber. Así que Remus no se quedó para recordar, o 'celebrar' la vida de sus amigos, (Honestamente, qué idea tan despreciable). Se fue a casa solo y se emborrachó. Se emborrachó todos los días durante semanas.
Se quedó en el piso del Soho; no tenía otra opción; estaba solo sin dinero, sin familia. Sin amigos.
La Orden se disolvió y aquellos que todavía tenían vidas que valían la pena vivir no querían andar con él. No podría encontrar ningún trabajo en el mundo mágico y, al no haberse sentido nunca como en casa, decidió retirarse.
Después de enterarse del destino de los Longbottom en el Diario El Profeta, dejó de leer los periódicos. No se volvió a conectar a la red flu, no usó magia en absoluto a menos que realmente tuviera que hacerlo. Dejó de ir al Callejón Diagon, y por todo lo demás, se quedó viviendo como un muggle.
Mary le envió postales desde Jamaica, desde Trinidad, desde Santa Lucía; parecía tener familia en todo el Caribe. Ella se la pasó escribiéndole "lo siento". Remus no sabía por qué; ambos habían perdido las mismas cosas. Al menos a ella le importaba lo suficiente como para ponerse en contacto con él.
Dumbledore en realidad si trató de contactarlo un par de veces, pero Remus deliberadamente se hizo difícil de alcanzar. Estaba furioso con el anciano, quien en lo que a Remus se refería nunca había levantado un dedo para ayudar. Quién los había metido a todos en la guerra, jóvenes como eran y estúpidos como eran, y que los vio morir uno por uno sin pestañear. Incluso el bebé, Harry, fue rápidamente derivado a algún rincón anónimo de Surrey. En lo que se refería a Harry, era posible que él nunca supiera sobre la existencia de los merodeadores. Mejor hubiese sido que nunca hubiesen existido.
Por un tiempo, Remus se preguntó cuándo terminaría.
Después de bastante tiempo, se dio cuenta de que nunca lo haría, por lo que trató de calmar el dolor. Podría haber sonado egoísta, pero ¿Qué más le quedaba que ser egoísta? Había sacrificado mucho.
Cuando llegó la primera luna llena, el Noviembre después de ese espantoso Halloween, Remus se vio obligado a abandonar el piso. Se apareció de regreso al bosque en el que se había quedado con la manada de Greyback, allá por el '79. Era mejor que una celda. No se quedaría encerrado, no lo permitiría. Así que se fue, se transformó y vagó por el bosque solo, aullando, cazando y gruñendo. La primera vez fue un alivio, pero el lobo estaba solo. La segunda vez fue a la Selva Negra.
No tenía la intención de vivir entre los hombres lobo, solo los usaba como una ruta de escape.
Sabían poco de la guerra, excepto que había terminado. La primera vez, Castor sintió el dolor de Remus de inmediato. No hablaron de eso, porque no había necesidad. Simplemente se transformaron y lo resolvieron como lobos. Remus decidió que cualquier cosa que sucediera cuando no eran humanos no contaba, siempre y cuando no lastimaran a nadie. Fue liberador, y el único alivio que Remus sintió en esos meses más oscuros después de su pérdida.
En las mañanas después de la luna, Remus se quedaba un poco más cada vez, solo para estar cerca de ellos. Sin nada que perder, renunció a cualquier pretensión de superioridad cuando se trataba de la manada, y con el tiempo, Castor finalmente consiguió lo que quería.
Remus sabía que no podría negar su atracción por Castor por mucho más tiempo, y después de todo; ¿A quién tenía que serle fiel? ¿Se suponía que debía vivir célibe por el resto de su vida simplemente porque su primer amor le había roto el corazón? Y no había amor entre él y Castor. Solo necesidad animal; celo bestial. Fue bueno, pero claro fue solo otra forma de olvidar. Y luego Remus regresaba a Londres, dolorido y aún insatisfecho.
En el mundo humano, Grant todavía regresaba para visitas regulares, después de aquella primera vez. Había tomado la llave de repuesto y entraba para ver cómo estaba Remus entre sus clases y turnos de pub. Él era tanto una ayuda como un obstáculo, trayendo botellas de licores muggles y otras sustancias, lo que fuera que Remus le pidiera.
Lo habían echado de su habitación por solicitud de otros según la casera (no era cierto, insistió, simplemente le caía mal a aquella señora) y ahora Grant rebotaba entre las camas de sus novios y los sofás de sus amigos. A veces incluso se quedaba con Remus por una noche o dos, y eso estaba bien, a Remus no le importaba. No le importaba mucho, siempre que tuviera algo para beber. Necesitaba estar borracho. Antes de que terminara la guerra, solo había sido una forma de calmarse; para cambiar su estado de ánimo. Ahora era su único estado de ánimo; el único que podía soportar.
Fue Grant quien le habló, lo molestó, lo arrastró fuera de la cama y lo empujó a la ducha cuando lo necesitó. Incluso lavó su ropa y compró mercadería con los escasos fondos restantes de Remus.
Remus, por su parte, se comportó abismalmente. Lanzó comentarios rencorosos, y una gran cantidad de insultos. Pero Grant no le prestó atención y siguió regresando a él de todos modos.
— Solo regresas porque básicamente estás sin hogar — Remus escupió una noche, desde el sofá, mientras Grant recogía la basura esparcida a su alrededor. Remus no podía soportar el tintineo de las botellas vacías.
— Sí — le respondió Grant alegremente, continuando con sus asuntos—. Eso es correcto. Remus, mi viejo amigo. No tiene nada que ver con el hecho de que amo tu estúpido trasero de vago.
Remus resopló con desdén. Grant no sabía de qué estaba hablando. ¡Amor! Remus sabía la verdad ahora. Sabía que aquella palabra "amo" era algo que la gente decía para hacerte débil, para mantenerte dócil. Nunca más. Nunca, nunca, nunca.
Milagrosamente, Grant ni una sola vez preguntó qué había sucedido. Incluso cuando Remus comenzó a mostrar signos de mejora, cuando comenzó a levantarse y vestirse sin necesidad de empujones, incluso cuando comenzó a salir de la casa. Grant nunca le preguntó el por qué.
Remus sabía que había despotricado, en su borracho estupor, pura miseria y rabia sobre Sirius y James y Lily y el pobre, pobre Peter, y Sirius y Sirius y Sirius...
Si Grant había entendido la mitad de eso o si Remus había dicho demasiado, nunca lo sabría. Pero Grant seguía regresando, de todos modos.
— Seguiré viniendo, mientras me necesites. — Él decía, alegremente mientras revoloteaba. — Nosotros, los idiotas del hogar de niños, tenemos que mantenernos unidos, ¿No?
Remus no le creía. Grant estaba siendo amable, pero eso solo podía durar un tiempo. Nadie se quedaba para siempre.