A: Capítulo sangriento.
Remus había pasado casi un mes completo con la manada de Greyback cuando le dieron una razón para irse. Se despertó tarde una mañana y se encontró casi solo. Confundido, se sentó, mirando a su alrededor; se había acostumbrado a tener cerca a Castor y a Jeremy. Se sentía horriblemente expuesto sin el calor de sus cuerpos.
— Padre los llamó. — Una voz salió de la penumbra.
Remus levantó la palma de su mano para crear una llama sin calor como fuente de luz, tal y como Castor le había enseñado. Era más fácil que el lumos, aunque no era tan brillante. Gaius salió de las sombras de una de las cámaras. Miró a Remus. — Padre vino esta mañana. Castor y Livia han sido convocados. Solo ellos. Supongo que Castor está perdonado ahora.
— ¿Volverán pronto? — Remus preguntó con cautela, colocando su capa alrededor de sus hombros protectoramente.
— No lo creo. — Reflexionó Gaius. Estaba jugando con algo brillante, y se la pasó mirando hacia abajo. — Han ido a reunirse con el Señor Oscuro.
— ¡¿Qué?!
— Es casi luna llena. Seguro tiene planes para la manada.
— ¿Planes...? — La realidad cayó sobre la cabeza de Remus, como un cristal rompiéndose; como un accidente automovilístico.
— Sabes —dijo Gaius, aparentemente desinteresado por la crisis de conciencia de Remus— siempre me pregunté el por qué mi padre había convertido a tres hombres. Por mucho tiempo pensé que tal vez deseaba que aprendiéramos a liderar juntos; a compartir la carga de la responsabilidad. Pero ahora me doy cuenta. Quiere que compitamos.
— ¿Qué quieres, Gaius? — Remus se puso de pie, cuadrando los hombros para recordarle a Gaius que era más grande y más fuerte cuando quería serlo. — ¿Quieres que te cante otra canción?
Gaius se burló de él, con las mejillas rojas. Retrocedió.
— No triunfarás. — Él dijo. Arrojó el objeto brillante a los pies de Remus antes de girarse para irse, y este hizo un sonido duro y metálico. Era el reloj de bolsillo de Remus.
— ¡Oi! — Remus gritó, agachándose para agarrarlo. Pero Gaius ya se había ido.
Remus se dejó caer contra la pared, pasando sus dedos por su mugriento cabello. Su corazón se aceleró, su respiración a agilizó y comenzó a entrar en pánico. Mierda. Mierda, mierda, mierda.
Por supuesto que todavía estaban trabajando con Voldemort, la guerra no se había detenido simplemente porque Remus estaba allí. Se sentía estúpido e ingenuo y, lo peor de todo, se sentía culpable. ¡Se suponía que estaba en una maldita misión! Pero no había estado pensando en la Orden, en realidad no; había estado más preocupado por proteger a la manada que por volver con sus amigos; su verdadera familia. Todo este tiempo, Remus se había considerado una víctima, cuando en realidad era el peor traidor de todos.
Se quitó la capa de piel. No quería parecerse a ellos.
Tenía muchas ganas de ver a Sirius, después de semanas de reprimir ese pensamiento, su anhelo estalló como un géiser, de modo que no pudo agarrarlo y aplastarlo de nuevo. Sirius sabría qué hacer, o al menos haría que Remus se sintiera mejor con todo.
Remus miró su reloj, la única conexión que todavía tenía con sus amigos. El oro había perdido su brillo, por lo que frotó el reloj en la pernera de su sucio pantalón para ver si eso ayudaba. Luego lo abrió y lo cerró unas cuantas veces, pasando las yemas de sus pulgares por el suave grabado de la hoja de parra. Dejó de funcionar el día que lo usó para escapar de su celda; le había exprimido toda la magia como si fuera una esponja. Otra traición.
Una vez que al menos hubo calmado su respiración (Jesucristo, lo que haría por un cigarro), Remus trató de pensar racionalmente. Su primer instinto fue salir de inmediato; simplemente debía caminar hacia el bosque y desaparecer.
¿Pero entonces, qué? ¿Explicarles a Moody y Ferox que si bien había pasado unas hermosas semanas fuera, las cosas se habían vuelto un poco aterradoras, por lo que se había vuelto loco a la primera oportunidad de hacer algo? No. Si Greyback se iba a reunir con Voldemort, eso tenía que significar que se avecinaba un ataque. Remus no podía permitir que eso sucediera.
Esperaría, al menos para saber si Castor le iba a decir algo. Mientras tanto, Remus hizo todo lo posible por evocar un recuerdo feliz. Necesitaría enviar un patronus lo antes posible.
...
Hermanos! Hermanas! Reúnanse cerca.
La voz de Livia dentro de su cabeza tenía que ser una de las experiencias menos agradables que Remus había tenido desde que se había unido a la manada. Sin embargo, funcionaba. Subió las escaleras de la cripta hasta la iglesia en ruinas, donde los demás se estaban congregando. Greyback estaba junto al púlpito*, Castor y Livia a ambos lados de él, espaldas rectas y cabezas en alto.
— Hijos míos — Greyback se dirigió a todos, levantando los brazos como un predicador evangelista — La luna se acerca, nuestro tiempo está cerca.
Hubo un murmullo de emoción ante esto. Para muchos, la luna llena representaba una oportunidad para ser libres; de ser sus verdaderos yo.
Greyback levantó un dedo para silenciarlos. Sonrió paternalmente — He hablado con nuestro benefactor. Esta luna, nos daremos un festín con nuestros enemigos. Se nos ha otorgado un regalo; presas.
Algunos de los miembros de la manada vitorearon y gritaron, charlando con aún más entusiasmo.
Oh no, el estómago de Remus dio un vuelco. Oh no, oh no...
— Livia y Castor los guiarán. — Greyback dijo: — Tráiganme a la niña. Los padres, son todos suyos.
Más vítores. No todo el mundo. Remus vio a algunos de los más jóvenes mirándose furtivamente, y los grandes ojos de Jeremy estaban prácticamente abriendo un agujero en la espalda de Castor. No todos ellos, pensó Remus, ellos pueden ser salvados, ellos pueden...
Remus Lupin. Una voz apareció en su cabeza. Parpadeó, aturdido: era Castor. No es seguro hablar de esto aquí. Reúnete conmigo en los bosques.
Remus miró a Castor, quien miraba fijamente al frente, como siempre, inescrutable. No había intentado comunicarse así antes, pero la manada estaba lo suficientemente cerca y la magia del bosque entraba por su cuerpo, así que se concentró mucho para hacerlo.
Sí. Entiendo.
Castor no dio señales de haber escuchado, así que Remus solo podía tener fe en que si lo hubiera hecho. Greyback se fue poco después de eso, dándole a Remus un guiño cruel al pasar.
— Es hora de brillar, cachorro. — Él dijo. Remus sabía que debía asentir, o algo así, pero estaba demasiado tenso y simplemente le devolvió la mirada rígidamente.
Castor anunció que se iría a cazar y Remus rápidamente accedió a unirse a él. Livia les dio a ambos una mirada evaluativa.
— No se cansen, hermanos. Tenemos un juego bastante importante acercándose...
Caminaron por el bosque en silencio. La noche estaba cayendo y estaba bastante templado para ser Abril; el sol bajaba rápidamente pero todavía seguía brillando sobre ellos. Había llovido muy poco en lo que iba del año, pero eso no había impedido que los árboles y las plantas que los rodeaban cobraran vida. Todo era exuberante, verde y abundante, y cuando se acercaron a un pequeño claro, Remus vio que algunos jacintos habían comenzado a brotar y que el suelo del bosque delante de ellos estaba alfombrado con una gloriosa neblina de suave malva.
— ¿No extrañarás todo esto? — Castor preguntó en voz baja. Obviamente, pensaba que estaban lo bastante alejados de Greyback.
— Sí. — Respondió Remus. Lo decía en serio. Había odiado la naturaleza toda su vida, incluso a el bosque prohibido. Amaba Londres; las calles y la contaminación y el ruido. Pero este mes lo había cambiado, y sabía cuánto extrañaría la paz y la tranquilidad, y el sentirse tan cerca de la tierra.
— Pero tu tiempo con nosotros se acorta. — Dijo Castor. — Creo que tal vez el tiempo de todos se ha acortado ahora. — Suspiró profundamente y miró a Remus con ojos completamente humanos; grises, y arrepentidos — Estoy listo para desafiar a mi padre.
— ¿Quieres decir que me ayudarás?
— Nos ayudaremos los unos a otros. Por el bien de la manada. Tengo un plan, pero Remus Lupin, debes escucharme y debes obedecerme. Necesito saber que harás lo que sea necesario.
— Nunca mataré por él. — Remus dijo, ferozmente.
— Pero podrías matar. — Castor respondió, levantando una ceja.
No era una pregunta; era una declaración. Y Remus no la negó.
...
Jueves, 12 de Abril de 1979
No hubieron despedidas, por supuesto. Remus ni siquiera sabía quién estaba de su lado, el suyo y el de Castor. No se habían pronunciado nombres, él solo tenía que tener fe.
En la mañana de luna llena, Remus se alejó de la manada lo más que pudo para lanzar su patronus. Esperaba que los demás no se dieran cuenta del hechizo, que era poderoso y que seguro que llamaría la atención.
Nunca antes había enviado un mensaje a través de un patronus, y una vez más se arrepintió del temible tamaño y aspecto de la criatura. Con suerte, no sería demasiado aterrador para Sirius escuchar la voz de Remus proveniente de las fauces del lobo plateado gigante. Solo pudo decir tres palabras. Castillo. Mañana. Amanecer.
Y esa era su ruta de escape atendida, si sobrevivía a la noche. Castor prometió - Remus le hizo jurar por su propia sangre - que si Remus moría, entonces él enviaría un mensaje a Sirius y los Potter. No había otra forma, decidió Remus. Tenía que estar allí para el ataque; la última vez que había advertido a la Orden sobre los hombres lobo ellos no habían hecho nada. Así que tendría que hacerlo él mismo y al diablo con las consecuencias.
Sin embargo, obviamente preferiría no morir.
Aproximadamente una hora antes de la salida de la luna, la manada se apareció junta. Menos mal que Remus no se había escapado para decirle a Moody en su primera oportunidad, porque no tenía ni idea de adónde iban. Se vio obligado a ponerse del lado de Livia, y aterrizaron juntos en un suave parche de hierba cubierto de musgo.
Remus tiró su brazo lejos de ella y miró a su alrededor a su nuevo entorno. Era un lugar tan extraño, solo una llanura plana de césped, algunos árboles, una cerca... ah. Se dio cuenta estúpidamente de que estaban en un parque. Naturaleza creada por el hombre. Todo el lugar olía a humano y muggle. El resto de la manada comenzó a llegar a su alrededor, uno por uno con un *crack* y un ruido sordo.
— Ese es el lugar. — dijo Castor, dirigiéndose a todos. Señaló por encima de la valla a una hilera de casas al otro lado de la calle. El parque estaba en un tranquilo callejón sin salida muggle.* — Es la de la puerta verde.
Remus se acercó a la cerca tanto como se atrevió y miró hacia las casas. ¿Habían vivido sus padres en una casa similar alguna vez? Parecía el tipo de lugar al que pertenecía Hope.
Era una casa pequeña e independiente. La puerta de entrada era de un alegre tono verde y la luz del porche brillaba con un suave ámbar en el crepúsculo. Remus pudo distinguir la silueta de alguien moviéndose en una de las ventanas del piso de arriba; la persiana rosa pálida estaba bajada, por lo que solo podía ver sombras. Esa debe ser la habitación de la niña, pensó con una terrible oleada de náuseas.
No podía permitir que esto sucediera. No lo haría. Así tuviera que matar a Livia. Incluso si tuviera que morir él mismo, no dejaría... espera un minuto.
Una ráfaga de viento sopló un aroma en su dirección. Uno que reconoció. Volvió a olfatear el aire. ¿Qué era eso? ¿Alguien que conocía? Olía a Sirius, casi, pero no del todo. Sangre vieja; magia antigua. ¿Un pariente? Regulus no, no sería atrapado ni muerto en una calle tan muggle. Ni ninguno de sus padres. Además, era femenino, se parecía más a Narcissa, o ... ¿Seguramente no era Andrómeda?
No podía estar seguro, solo la había conocido una vez, cuando tenía trece años. Pero ella tenía una hija. Una hija que ahora tendría unos cinco o seis años. Con el corazón latiendo con fuerza, Remus quiso desesperadamente acercarse, saber más.
Luego, en un sorprendente golpe de suerte, la puerta verde se abrió, dejando salir la luz a la calle. Un hombre salió con una bolsa de basura negra brillante. Caminó hasta el final del sendero del jardín, abrió la tapa del cubo de basura, dejó caer la bolsa dentro y luego regresó a la casa.
Era Ted Tonks.
No, no, no, pensó Remus para sí mismo, si algo le sucedía a Andrómeda, a su pequeña niña… Sirius nunca lo perdonaría. Remus no sabía si se perdonaría a sí mismo.
— ¡Remus! — Castor susurró desde los arbustos detrás de él: — Ya casi es la hora.
Remus se volvió y asintió. Esperaba que esto funcionara. Nunca había estado tan cerca de orar en su vida. Una punzada de dolor atravesó su espalda. La luna estaba saliendo.
Retrocedió hacia el parque, donde algunos de los otros se habían acurrucado en el suelo, preparándose para las agonías de la transformación.
Remus miró a Castor, de pie a su lado. Era una sensación peculiar: se había transformado frente a los merodeadores antes, pero nunca con otros que estaban experimentando lo mismo. Castor lo miró a los ojos y, al parecer comprendió de inmediato todo. Le tendió la mano.
Remus la tomó, agradecido, y la agarró con fuerza, apretando los dientes mientras el dolor lo recorría. Castor se echó hacia atrás, compartiendo su sufrimiento, pero también prestando fuerza. Ambos cayeron de rodillas al mismo tiempo, y Remus no pudo recordar nada más.
El lobo estiró las extremidades y olfateó el aire nocturno. Manada. Presa. Magia.
Rodó sobre la hierba, complacido de estar libre, libre de preocupaciones humanas.
Su compañero de manada le dio un codazo, resoplando suavemente, y entonces lo recordó: tenía algo que hacer. Esta no era una noche para jugar ni para cazar.
La loba, y aquel que los odiaba a ambos, golpeó a los demás, y los jóvenes agacharon la cabeza, bajaron las nucas.
Pero él no lo haría, no era un cachorro; ya era un lobo grande. Él era tan fuerte como ellos.
Su compañero de manada con la nariz llena de cicatrices olía bien, él también era fuerte. Les gruñó a los demás, así que el lobo también lo hizo; inflando su cuerpo y mostrando todos sus dientes para que supieran.
El que tenía la cicatriz soltó un ladrido y luego se dio la vuelta, corriendo hacia los árboles. Algunos de los otros lo siguieron, confundidos.
El lobo oscuro, el lobo que lo odiaba, gruñó y saltó sobre el que tenía la cicatriz, sobre su espalda. Lucharon, dando vueltas en la hierba gruñendo y chasqueando.
La loba miró. Ella se sentó y bostezó. Ella no necesitaba involucrarse.
El resto de la manada miraba con avidez, jadeando y ladrando mientras le sacaban sangre.
Quería ayudar, saltar y empezar a morder, pero el que tenía la cicatriz necesitaba ganarlo él mismo. Era su pelea.
El olor en el aire cambió y la loba se puso de pie, con las orejas levantadas y la cola hacia arriba.
Un humano.
Habían sido escuchados. Comenzó a acechar hacia la cerca, cazando, mientras el estúpido humano gritaba en su estúpido lenguaje humano.
Sin saber muy bien por qué, aulló, tan largo y fuerte como pudo.
La loba se dio la vuelta, gruñendo ferozmente, poniéndose en modo de combate, pero él volvió a aullar.
El humano se retiró, rápidamente. Ahora lo sabían. Traerían de vuelta a otros. Había puesto en peligro a la manada.
La loba le ladró al lobo oscuro, pero ya estaba clavado en el suelo por el que tenía cicatrices. Victoria. Los jóvenes lobos miraron al que tenía cicatrices ahora, lo olisquearon y bajaron la cabeza.
El de la cicatriz ladró, luego se bajó del oscuro. Se volvió y comenzó a alejarse. Algunos lo siguieron. La manada se dividió.
La loba corrió tras el de la cicatriz, para traerlo de vuelta, para restaurar el orden. Pero ella no los atraparía. Ahora eran una manada nueva; a menos que ella matara al que tenía la cicatriz, no seguirían a nadie más.
Él también quería ir. Quería correr con ellos para siempre, ser su líder y perseguir ciervos en las noches oscuras...
Pero no. Tenía que hacer esto primero. Tenía que proteger... proteger... ¿Eué era? Era tan difícil pensar, cuando el delicioso aroma de la carne humana estaba tan cerca; entrando por todos lados.
El de pelaje oscuro se puso de pie cojeando. Remus gruñó. Le respondió con un gruñido, las mandíbulas llenas de espuma y los ojos siniestros.
Ahora recordaba. Tenía que proteger la manada. Se abalanzó, con las mandíbulas abiertas y las garras desnudas.
...
Todo lo que conocía era el dolor, dolor y sangre, cuando el cuerpo de Remus volvió a su forma humana. Gritó, y la sangre de Gaius corrió por su garganta, rica y cálida. Estaba en sus dientes, debajo de su lengua, estaba en todas partes, y el cuerpo de Gaius yacía allí, flácido y pálido, con la garganta oscura y reluciente.
No había tiempo para la conmoción. La luna se estaba poniendo, y la gente venía, y Remus ni siquiera era completamente humano todavía, ¡Pero es que no tenía tiempo! Cerró los ojos con fuerza, apretó los dientes y se apareció.
*Crack*
Aterrizó de bruces con un gruñido duro. Su tobillo crujió repugnantemente contra una roca. Jadeó, rodando como una bola, lágrimas brotando de sus ojos mientras juraba no volver a aparecer nunca más después de una transformación.
Todo su pie palpitaba, subiendo por su espinilla, haciéndolo sentirse mareado. Todavía estaba pegajoso por la sangre y sin ropa. Lo único que podía hacer era acurrucarse de dolor en la hierba. ¿Estaba incluso en Cornwall? No podía decirlo; ¡¿Dónde estaba el castillo?!
— ¡Mierda! — Sollozó, exhausto y derrotado.
— ¡¿Moony?! — Un grito se elevó desde la ladera de la colina.
Remus rodó sobre su espalda y cerró los ojos, tan aliviado que pensó que se iba a desmayar.
— ¡Sirius! — Llamó de nuevo, mientras los pasos pesados se acercaban.
Y luego él estaba allí, y oh Dios, Remus casi se desmorona. Sirius tiró su capa sobre él, lo atrajo hacia sí y envolvió sus brazos alrededor de él. Remus lo apretó devuelta, temblando, el dolor en su pierna ahora amenazaba con abrumarlo.
— ¡Regresaste! — Sirius jadeó, con voz estridente — ¡Regresaste!
— Por supuesto que sí... — dijo Remus, aturdido.
— ¿Estás sangrando?
— No es mi sangre... — y luego todo se oscureció alrededor de los bordes, y estaba tan exhausto que cerró los ojos. Y después, nada más pasó.