Monarca [Completa] [Saga Sine...

AxaVelasquez

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Esta es la historia de una mujer que intentaron casar con muchos lords, pero que se enamoró de muchas princes... Еще

¿Qué encontrarás aquí?
Prefacio:
1: Nace una estrella
2: Pequeña escorpión
3: Maldito por las estrellas
4: Vestida de estrellas
5: Embajadora de Baham
6: Hazme tu villana
7: El príncipe dorado
8: Mucho has vivido
9: Final feliz
10: Un hijo por otro
11: Rigel Enif
12: El heredero que nunca fue
13: En familia
14: Mate a la reina
15: Lamiendo botas
16: Gemelos Circinus
17: Herida de vara
18: Shaula llora
19: Desnuda solo ante ella
20: Orión Enif
21: El mito de Baham
22: Sin tiempo para heroísmo
23: El poder de las estrellas
25: Al calor de nuestros cuerpos
26: El hijo pródigo
27: Esclavizar
28: Un beso para sanar
29: Ashiira
30: Yo soy Shaula Scorp
31: Maldita lengua
32: Ladrones de almas
33: Supervivencia
34: Una sola cama
35: Estatuto Oro
36: Un acuerdo para el baile
37: ¿Esto es envidia?
38: Pétalos y agua caliente
39: Belleza
40: Sororidad
41: Besar las estrellas
42: Solas
43: El carnicero
44: Pescar estrellas
45: Athara's ha
46: Pétalos y poesía
47: Por las nalgas de Canis
48: Final
Epílogo
Preguntas del libro 1
Segundo libro
Capítulo 1 (Libro 2)
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
6: Toda la verdad
Capítulo 7
Capítulo 8
9: Tormenta de sentimientos

24: Primera vez de una princesa

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AxaVelasquez

Isamar Merak no estaba dormida cuando Shaula llegó esa noche luego de intentar hasta la salida del sol encontrar su cosmo en las estrellas.

Tampoco lo estuvo la siguiente.

Ni la siguiente.

Y siempre tenía un libro en la mano.

Shaula seguía incómoda con Isamar luego de lo ocurrido durante el baño. Eso significaba que, como mecanismo de autoprotección, la trataba peor que nunca.

Y como justificación, tenía los comentarios de Isamar Merak en el carruaje de regreso al palacio. Ese aproximado de discusión le daba a Shaula una excusa para su desprecio.

Pero esas madrugadas, no. Existía una especie de tregua en medio del silencioso insomnio. Shaula no podía conciliar el sueño pensando en sus erróneos intentos de hallar poder en las estrellas, y al parecer Isamar no podía parar de leer, por lo que usaba la biblioteca de la princesa para desvelarse junto a los personajes de aquellos libros.

La primera noche Isamar se excusó, interpuso unas disculpas a regañadientes, y se perdió hacia los aposentos de las damas.

La segunda noche, se tardó un poco más de la cuenta en decir que ya estaba por irse, porque no quería dejar el capítulo a medias.

La tercera noche Shaula le permitió quedarse.

La cuarta, le preguntó sobre su lectura.

—Terminé el libro anoche, majestad —le dijo Isamar a Shaula—. Hoy he empezado algo de poesía. Es curiosa, pero... intensa.

—¿Qué es la poesía sino un montón de sentimientos inconexos derramados en un papel? ¿Cómo se entiende algo así?

—Se siente, alteza. La poesía es de extremos. Si el verso es para ti, conectará y se tatuará en tu alma; si no lo es, será como si ni siquiera lo hubieses escuchado.

—Haces que quiero escuchar algo de todo eso que lees.

—Podría recitarle algo, alteza. Y ponerla en contexto para que lo entienda.

Shaula había estado entrenando antes de desvelarse en el jardín con intentos fallidos, por lo que sus ropajes morados tenían esos entresijos en sus piernas que convertían su falda en algo más práctico. Quitárselos por su cuenta era un calvario.

—De acuerdo —dijo Shaula para sorpresa de sí misma—. Ayúdame a quitarme esto mientras me recitas las locuras que lees, a ver si me convence.

Isamar miró los pies de la princesa, torturados por sus tacones de oro, y fue subiendo la vista por los entresijos de su traje violeta enredados desde los tobillos hasta sus muslos.

—Siéntese, alteza.

Shaula tomó asiento en su sillón junto al ventanal, la intimidad de aquella noche apenas empezando a ser interrumpida por el husmear del sol blanco de la capital con su perezoso resplandor.

Isamar se sentó a su vez en la mesita contigua, dando un par de palmadas sobre su regazo que la princesa no supo identificar.

—¿Te duele algo, Isma? —inquirió la princesa.

—Alteza, usted falla tanto en recordar mi nombre que a veces siento que debo hacer algo drástico para que jamás pueda olvidarlo.

—¿Más drástico que la constancia y eficacia con la que acabas con mi paciencia?

—Mucho más.

La princesa Shaula no contestó a eso y aunque le preguntaran el por qué, ella no tendría respuesta, simplemente sintió temor a las ideas de su descarada dama.

—¿Me permite su pie, princesa? —preguntó la dama estirando sus manos hacia Shaula.

—Me preparan para cuando pidan mi mano, no mi pie —dijo Shaula y de inmediato se sintió la persona más estúpida del reino. Si eso había pretendido ser una broma, había resultado lamentable y le daba una apariencia patética a quien se suponía era la encarnación de la perfección.

Agradecida de tener la tela en su rostro para disimular el sonrojo, Shaula estiró su larga pierna hasta que Isamar la alcanzó.

Con una mano la dama tomó el tobillo de Shaula, y con la otra, tan delicada como bien merece ser tocada una princesa, sostuvo la pantorrilla mientras la dirigía hasta dejar el tacón sobre su regazo.

—¿Por qué se ha escapado esta noche, princesa? —intentó dócilmente Isamar, pues suponía que aquella tirana no le permitiría el paso hacia sus secretos.

Shaula la miró a la cara. Era una pequeña princesita jugando a ser adulta, buscando abrirse paso entre la política de una monarquía que quería recluirla al puesto de cualquier mujer; sus amigas quedaron en Baham, su madre en el sepulcro y sus hermanos uno tan condenado como el otro, aunque en contextos diferentes. No había una relación estrecha con su padre, solo una brecha con el tamaño del lago de Deneb, lo único que tenía más allá de las metas tan claras en su mente, era a esas insulsas damas que para poco servían.

Pero Isamar Merak esa noche no tenía que ser su pupila o sirviente, no tenía que ser nadie. Podía ser la personificación de la nada con la que Shaula solía conversar, fingiendo que era un ser omnipotente que escuchaba y, eventualmente, respondería.

—¿Por qué te escapas tú, lady Isma? Di lo que quieras, pero nadie que viva con la cabeza entre libros debe estar tan a gusto con su entorno.

—¿Qué mujer puede estar a gusto con este entorno, princesa, salvo tal vez usted misma?

—No entiendo por qué creí que de tu boca podía salir algo más que sandeces.

—No entiendo por qué si le molesta tanto lo que sale de mi boca, sigue recurriendo a ello.

Shaula tensó su mandíbula, y algo en sus ojos refulgió con el veneno del escorpión. Isamar no estaba acostumbrada a eso, nadie podría acostumbrarse a algo así, por lo que guardó sus comentarios, agachó la cara y llevó sus dedos a la atadura de las cintas en el tobillo de la princesa.

Isamar entornó los ojos al notar cómo se tensaba la princesa. Como si sus dedos tuvieran estática, apenas rozaron parte de la piel de Shaula y varios músculos en sus piernas se pasmaron.

—¿Le he hecho daño, princesa? —murmuró Isamar quien, habiendo desatado el primer nudo, se dedicaba a deshacer el tejido en las piernas de la princesa.

—Tienes los dedos helados —contestó Shaula en justificación casi despectiva.

—Lo lamento, deme un momento.

Isamar dejó lo que hacía por un momento. Juntó sus manos y las llevó a su boca para soplar entre ellas hasta infundirlas de calor.

Una vez estuvo convencida de que su temperatura era más agradable, las llevó a la pierna de la princesa hasta donde la había desnudado y la sostuvo. Alzó la mirada hacia su alteza, que parecía padecer en medio de algo que Isamar no comprendía.

—¿Siguen frías? —preguntó su dama—. ¿O se sienten mejor?

—Yo... supongo que están bien así.

—De acuerdo. —Isamar sonrió complacida y avanzó con la tarea de ayudar a su princesa.

Cuando Isamar Merak terminó de deshacer los entresijos de esa primera pierna, pidió a la princesa la otra, quien se la entregó esta vez por su cuenta, estirándola hasta clavar el tacón entre su falda sin dejar de verla directo a los ojos, como si quisiera recordarle a su dama que su lugar siempre estaría ahí, junto a la suela de su zapato.

—¿Ha oído la historia de Sshezarà y Melesavih?

—Apenas y entiendo que esos galamatías que pronunciaste son nombres.

—El libro de poesía que estoy leyendo hace muchas referencias a ellos, princesa —explicó Isamar—. Entenderá bastante poco si no le explico quiénes son.

—Adelante, cuéntame.

—Sshezarà era un plebeyo cualquiera, Melesavih una reina, en ese contexto, son símiles al poeta que estoy leyendo y su musa, o así da a entender los versos que he leído. Sshezarà y Melesavih son el mayor referente literario de amor prohibido, imposible y trágico.

—¿Y tú leíste su historia completa, o solo ese poemario que la referencia?

—Toda su historia, alteza. En distintas adaptaciones.

Isamar se levantó y fue detrás de su princesa, quien ya se ponía de pie para permitirle progresar destrabando el vestido, ahora desde la espalda.

—Si son el mayor referente literario de tragedia, y tú lees tanto, ¿no debías ya saber que era una historia sin final feliz?

—Lo sabía, sí.

—E incluso así, la leíste.

—Yo diría más que la devoré con vehemencia.

—¿Por qué torturarte así? Si quieres escapar de una realidad que no te convence, ¿por qué inmersarte en una que duele?

—Si empiezo la historia y no conecta conmigo, no me dolerá su final y no habré perdido nada. Pero si conectamos, aunque sé que el fin va a destruirme... vale toda la pena del mundo. Porque habré experimentado, en carne viva y a corazón abierto, sensaciones que mi insignificante realidad no podrá emular. De eso se trata la vida. Vale la pena sufrir cuando es el precio por sentir tanto.

Shaula rio por lo bajo. Le hacía gracia la desmesura del masoquismo de su dama, una actitud que no podía comprender y que le sonaba a locura.

Aunque en el fondo... Shaula ya sufría, ¿había mucha diferencia en intentar sentir algo que valiera la pena, aunque su fin llegara a ser destructivo?

De todos modos, respondió:

—En lo que a mí respecta, tú estás loca.

—¿Y si la convenzo? —cuestionó Isamar con las manos sobre la cadera de su princesa, pero sin hacer nada ahí por el momento.

—¿De qué exactamente?

—"Esta noche —recitó en un susurró a su espalda— habría escrito lo que Sshezarà a Melesavih. Entiendo ahora que existen los viajes a través del alma, pues ellos robaron de alguna forma el sentir de la mía al verte, y los vertieron en una novela qué comercializar."

Sacó la falda de su cadera, descubriendo todo ese volumen de huesos marcados y piel desnuda. Sus manos deslizaron la tela por esa curva, con los nudillos rozando suavidad piernas abajo hasta llegar a los tacones.

—"Mis versos no están en venta, reina mía —siguió recitando Isamar—. Solo sus oídos lo oirán, porque son solo sus vellos los que deseo ver levantarse como Fénix en aquella piel que creías muerta."

La dama sonrío al notar que los vellos de la princesa habían reaccionado al poema. Postrada mientras desataba los brazaletes que ataban los tacones de la princesa, Isamar se atrevió a acercar su mejilla para sentir el roce como un pestañeo.

—Se ha erizado, su alteza. ¿Quiere decir que la gusta la poesía?

—No me gusta la poesía —dijo la princesa como enajenada, sus ojos fijos en el ventanal donde ya se acercaban los colibríes albinos—. Me gustó esta pieza en particular.

—Catar era un increíble poeta.

—No es Catar —pero ella no insistió en su aclaratoria—. ¿Alguien me dirá esas cosas algún día?

—Yo acabo de decírselas, princesa —dijo la dama, parándose al frente de Shaula para quitarle el collar.

—Rectificaré: ¿alguien compondrá versos similares conmigo como musa?

Estaban demasiado cerca, pues Isamar rodeó su cuello para desabrochar el collar en su nuca. Incluso al apartarlo de sus clavículas, dejando el pecho de la princesa en completa desnudez, no dejó de mirarla.

—Alguien lo hará, alteza. Cuando cumpla con su deber y se case, sin duda él la amará lo suficiente para componerle no un verso, sino toda una antología de poemas en su honor. No merece menos.

La dama le dio la espalda a la princesa para dejar el collar en el aparador. Cuando volvió a quitar sus aretes, estaba tan cerca de su oído que su respiración estaba en un obsceno contacto por el que muchos habrían sido decapitados.

—No creo que pueda gustarle a mi esposo —confesó Shaula. Isamar no supo si sonaba cortante o entristecida.

—Lo que yo no creo es que exista alguien a quien no pueda gustarle.

Shaula miró el perfil de su dama, sus ojos hicieron contacto por un instante, y en ese momento su corazón jadeó, cobarde, y obligó a su cerebro a ordenar la huida de aquel contacto visual.

«Has entendido eso demasiado mal».

—Me refiero a... —Shaula suspiró—. Seré una transacción para él. Conmigo conseguirá tierras, castillo y la sangre Scorp en su descendencia. Estará más preocupado por mi fertilidad que por edulcorar mis oídos con algo de sosa poesía.

—Supongo que así será para todas. Pero es nuestro deber. En especial el suyo como princesa. A su marido le preocupará que no pueda darle hijos.

Shaula se mordió el labio y restringió tras ese gesto todas sus objeciones.

Isamar la condujo de pie junto al espejo para poder peinarla. Shaula se miró, y empezó a pesarle la consciencia de estar por completo desnuda. Tenía sus pezones erectos, y no sentía un gran frío que lo justificara.

Al alzar la vista, se consiguió con la de la dama que por un momento se había distraído de su labor.

—¿Me dolerá? —preguntó entonces la princesa.

—¿Qué cosa? —contestó la dama y se marchó a buscar un camisón de lino para su princesa.

Cuando Isamar volvió, ayudó a Shaula a pasar sus brazos por las mangas.

—Cuando deba cumplir con mi deber para con mi marido.

Shaula lo dijo con la demanda de una reina. Era una pregunta peligrosa, pues sugería que o bien su dama sabía demasiado porque se había informado mucho, o porque lo había experimentado sin la bendición de Ara bajo sagrado matrimonio.

—No mucho, su alteza —contestó con cautela Isamar, y a Shaula no le pasó desapercibido que le temblaban las manos—. No si practica.

—¿Cómo...? —Shaula tragó en seco—. ¿Cómo puedo practicar?

—Yo... —La dama parecía conflictuada—. No sabría cómo explicarlo en palabras, alteza.

—Bien. Entonces muéstrame.

—¿Es eso una orden?

—Todo en mi boca debe ser una orden para ti, Isamar Merak.

La dama asintió, atemorizada más que agradecida porque la princesa había dicho correctamente su nombre y apellido.

—Puedo mostrarle, y no me opondré a hacerlo, pero es una cuestión de... confianza. Y usted no confía en mí.

Shaula la escrutó mientras digería sus palabras, pero no le dio tregua ni corrigió el asunto de la desconfianza, solo preguntó:

—¿Debo acostarme?

—Preferiblemente. Acostada es como lo hacen las esposas, para... lo demás, están las vendidas.

Shaula asintió y se acostó.

Isamar Merak por un instante quedó pasmada. Tenía a la mujer más importante del reino tirada en su cama, solo cubierta por un camisón, esperando por ella, por una explicación que podría mandarla a la horca. Y no sintió miedo.

Le intimidaba mucho la princesa escorpión, pero también quería desquitarse. Y ahí la tenía, voluble a su merced, nerviosa con la piel erizada y las piernas entreabiertas esperando por la dama que profesaba detestar.

Isamar se acuestó sobre la princesa, pero no como un amante, como si quisiera montarla. Se sentó sobre sus caderas, apartó el camisón hasta desnudar su vientre, y entonces se aferró a los prominentes huesos.

—¿Debo subir más el camisón? —preguntó Shaula casi sin voz. La dama de piel de trigo y trenza salvaje se veía como una monarca sobre ella, y no al contrario.

—No, alteza. Él querrá ver los senos de su vendida, no los suyos. Tal vez si la viera completa... —Metió la mano hasta bien arriba en el abdomen y la volvió a sacar, sin mirar nada más que esos dedos y lo que tocaban—. Es posible que no quiera volver a tocar a nadie más que a usted. Es un peligro para él, quien será un hombre honrado y devoto. No mancillaría su cuerpo con lujuria.

—Entonces... ¿qué haría conmigo?

La dama llevó la mano hacia atrás. No veía lo que hacía, pero estaba en primera fila para las reacciones de la princesa, para el horror nervioso que imperó en ella cuando los dedos estuvieron rozando su entrepierna.

—Yo, yo... Lo siento. —Shaula se removió y tapó su rostro un instante, pero enseguida se recompuso—. No tienes que parar, solo... Creo que me está bajando algo parecido a mi periodo, y no lo entiendo. Me disculpo si te da asco.

—¿La princesa de los escorpiones se disculpa con la plebeya que le sirve?

—No juegues con tu suerte, Isma.

Isamar contuvo las ganas de sonreír.

—Eso no es su periodo, alteza —dijo Isamar moviendo la mano más cerca del charco de humedad—. Es lo que produce su cuerpo para ayudar a que su marido pueda entrar.

—¿Me pondré así cada vez que él vaya a usarme?

—No, por desgracia. Se pondrá así siempre que desee que alguien... "la use".

Shaula frunció el ceño, confundida.

—Si se pone nerviosa con su marido o él no hace bien su trabajo, es posible que su cuerpo no lubrique de esta... —Isamar empezó a trazar círculos con sus dedos en la entrepierna de Shaula, resbaladizos por la gran humedad—... manera.

Shaula se removió debajo de su dama, pero esa vez no parecía por temor. Daba la impresión de que quería huirle a su mano, precisamente porque no quería que dejara de tocarla.

—¿Está bien, princesa?

—Sigue, por favor. Tengo que aprender.

—Desconecte un poco su cerebro de esa imposición, sino esta práctica no servirá de mucho.

Shaula asintió, y pretendió decir algo, pero entonces el dedo de Isamar sobre su intimidad tocó un punto que atoró esas palabras en su garganta, y las dejó salir luego a modo de quejido.

—¿Duele? —preguntó Isamar.

—No entiendo lo que siento, pero no es dolor. ¿Será así con él?

Isamar movió su dedo otra vez sobre ese punto determinante, esta vez con una presión más descarada mientras miraba a su princesa a la cara, como si quisiera recordarle quién se lo estaba causando.

—No será así con nadie —determinó Isamar Merak en un tono que hizo a Shaula sentir que los roles habían cambiado.

—¿Qué hará él?

—Llenarle el vientre de hijos.

—¿Y cómo llegará hasta ahí?

Isamar apartó los dedos de la entrepierna de Shaula y los llevó a sus labios, donde empezó a rozarlos, como si quisiera humectarlos con los fluidos de la princesa.

A Shaula le dio mucha vergüenza lo que veía, le dieron ganas de llorar de solo pensar en lo desagradable que debía ser ese sabor que había salido de ella.

—¿Eso...?

—Ya entenderá, alteza —dijo Isamar metiéndose el dedo a la boca y empapándolo de su propia saliva—. Esto es algo que me ayudará a no lastimarla. Quiero ser muy cuidadosa con su primera vez.

—¿Y no sabe mal?

Isamar sonrió sonrojada, lo que a Shaula lo quitó parte de su incomodidad, recordando que su dama también era humana.

Isamar no respondió la pregunta y llevó la mano a la entrepierna de Shaula. Ubicó el dedo húmedo en su entrada, y comenzó a empujar hacia adentro apenas la punta, ayudada por esa humedad.

—¿Princesa?

—Se siente... —Shaula arqueó la espalda a medida que el dedo iba entrando más—. Es como una gran presión en toda mi parte baja, y mientras más empujas... No entiendo nada. ¿Duele en algún punto?

—Esto es una práctica, no tiene por qué doler. Yo tengo la paciencia que a él le faltará.

—No me duele, Isamar, sigue.

Isamar lo terminó de meter haciendo a Shaula abrir los ojos desconcertada.

Isamar sonrió, mordiendo su labio para que no se notara tanto, y empezó a sacar el dedo hasta casi la punta, deleitada con la manera en que las caderas de Shaula buscaban justo lo contrario, como pidiendo que no lo saque.

—¿Todo bien, princesa? —cuestionó Isamar volviendo a meter el dedo de un modo que sacó un jadeo a Shaula como respuesta.

—¿Como lo sientes tú, estando dentro de mí?

—Sus paredes internas están tan estrechas que aprietan, es como si no quisieran que saliera de ahí.

—¿Entrará mi marido así?

—No, no con esta dilatación. Dolerá su primera vez, pero puede seguir practicando.

—¿Qué otras formas de practicar hay?

—Podría meter otro dedo. ¿Quiere que lo haga?

Ese "quiere" en la oración era un peligro, un arma de doble filo que la princesa supo debía esquivar. Ella no estaba en esa situación por ningún asunto de "querer", importaba únicamente lo que necesitara.

—Si piensas que ayudará y que es necesario... entonces, sí, puedes meterlo.

Isamar sacó casi al completo el dedo que ya tenía dentro, y acercó otro para acompañarlo. Estaba tan mojada, y seguía derramando fluidos, que ese segundo dedo entró bien recibido, apenas haciendo algo de presión.

La espalda de Shaula se arqueó en cuanto tuvo los dos adentro en su totalidad.

—No sé por qué temí tanto —murmuró la princesa casi sin poder hablar, pues su respiración estaba contenida intentando resistir las sensaciones que generaban los dedos de Isamar entrando y saliendo—. Si va a sentirse así, entonces no es tan malo.

—El problema es que ellos nunca lo hacen así. Las cosas que mejor se sienten tenemos que hacérnosla nosotras mismas.

La dama hizo un gesto como de embestida, sujeta a su cadera, moviendo sus dedos dentro de ella. Shaula se mordió la boca, pero soportó el dolor por lo bien acompañado que iba del placer. Esa salvaje dama penetrándola con sus dedos se veía... Shaula no sabía cómo definir esa imagen, solo dudaba que su marido pudiera verse así.

—¿Cómo lo hará él, entonces? —preguntó Shaula.

—No durará mucho —explicó Isamar, moviendo sus caderas encima de ella en un ritmo serpenteante que a Shaula la hipnotizó mucho más que el juego de los dedos dentro de ella.

Dudaba que su marido, o que nadie en todo el reino, pudiera igualar ese movimiento.

—Seguirán un par de embestidas apremiantes y él llegará a la cumbre de su placer, derramando dentro su semilla.

Isamar sacó los dedos de dentro de la princesa y, húmedos como estaban, los pasó por sobre su vientre.

—Solo así, él habrá puesto sus hijos dentro de ti.

—¿Cómo...? ¿Cómo se llega a esa cumbre?

—Es diferente en nosotras —contestó Isamar con una sonrisa extraña.

—¿Cómo? ¿Cómo me llevará él a ese punto?

Isamar ladeó los labios en una mueca.

—Él no lo hará para usted, no es su deber. Algunos ni siquiera saben cómo, creen que disfrutamos cosas que no están ni cerca de esa cumbre.

—¿Tú has llegado ahí?

La dama se mordió los labios, y Shaula sintió que su interior se contraía al verla.

—No sé si...

—Necesito saberlo.

—¿Es su orden como mi princesa?

—Es una petición —susurró Shaula, perdida en el movimiento de sus labios al relamerse—. Como tu amiga.

Isamar asintió.

—He llegado a esa cumbre, sí. Pero por mí misma.

—Llévame a ella. —Shaula se dio cuenta de que lo dijo demasiado desesperada y trató de rectificar abriendo la boca, pero ninguna otra palabra salió.

Entonces Isamar volvió su mano a la entrepierna de la princesa y tocó el punto de antes, presionando on su pulgar. Shaula sintió que toda una constelación brillaba para ella en ese fogonazo de oscuridad que la arrasó entonces. 

Isamar siguió tocando y a medida que la recorría, humectando sus pliegues con sus propios fluidos, fue como si escribiera el lenguaje de su cuerpo, creando arpegios de una sonata de placer que la estaba poseyendo en un ritmo in crescendo.

Isamar volvió a la entrada de la princesa, introdujo un dedo y se mordió a sí misma al escuchar ese ruido insano que escapaba de los labios de la princesa escorpión.

Isamar metió otro dedo, y luego sacó ambos, mostrando a Shaula lo empapados que estaban.

—Generalmente esto significa que estás lista para él —murmuró—. Pero cuando estás sola, significa que estás lista para ti misma.

Isamar volvió su mano a la entrepierna de Shaula y se deslizó de abajo hacia arriba, separando los pliegues, resbalando en sus fluidos y rozando de vez en cuando ese punto que se había convertido en el área favorita de Shaula.

Cuando se detuvo, la princesa la miró desconcertada.

—Seguiría así, pero es algo que puede hacer sin mi ayuda.

Isamar se bajó de encima de la princesa y se sentó en el borde de la cama.

—¿Isamar? —preguntó Shaula desorientada por la situación.

—Ya veo lo que hacía falta para que recordara mi nombre, alteza.

Shaula se avergonzó de sí misma al procesar esas palabras. Había olvidado absolutamente todo, incluido el odio que solía profesar por su irreverente dama, durante esa insólita velada.

Isamar alzó la falda de su propio vestido hasta desnudar sus piernas, y entonces llamó a Shaula.

—Venga aquí, princesa.

Shaula no entendía nada, pero de todos modos se acercó y se sentó a su lado.

—No, no así. Encima.

—¿Encima de qué sirios?

Isamar sonrió con ternura y tomó la mano de su princesa, esa que la detestaba, esa que había hecho de su estadía un suplicio, esa que podía decidir ejecutarla al mínimo desliz, y la condujo hasta tenerla de pie al frente.

Separó las piernas de la princesa mientras la miraba a la cara, quería todo eso para sí: los nervios, la incertidumbre, la desorientación. Todo eso le pertenecía, y no quería ni desperdiciarlo ni compartirlo.

Puso sus manos en las caderas de Shaula y con delicadeza empujó hacia sí hasta que tuvo su pierna entre las suyas.

—Ahora sí, alteza: siéntese.

La princesa obedeció y en sus ojos estalló el desconcierto cuando su intimidad, tan llena de fluidos que se resbalaba, hizo contacto con la pierna de Isamar.

—Hoy no está sola, princesa —le dijo Isamar presionando las manos en los glúteos de Shaula, lo que por consiguiente creaba más presión en la intimidad de Shaula.

—¿Qué... qué hago?

Isamar miró a su princesa. Casi le suplicaba en una mirada, le pedía comprensión, paciencia y tantas otras cosas que la doncella solo pudo pensar en que no quería que nadie más la viera así de vulnerable nunca.

—Muévase.

Pero Shaula negó, nerviosa y cohibida.

—Solo... —Isamar la ayudó con las manos en su trasero, la deslizó hacia adelante hasta que quedó casi pegada a su torso.

Shaula jadeó, y se aferró al cuello de su doncella como si temiera caerse. Era todo ese vértigo que la tenía atemorizada, y solo estaba ahí Isamar para sostenerla.

—¿Estuvo mal?

—No.

—Princesa, me asusta el poder que tiene. Si hago algo mal...

—No has hecho nada mal.

—¿Y si lo hago?

—Te recordaré las cosas buenas que hiciste, y te pediré que las repitas.

Isamar abrió los ojos impactada por esas palabras. La misma Shaula no podía creer haberlas pronunciado, así que no dio cabida a una conversación que partiera de ellas.

Probó a moverse por sí misma sobre la pierna de su dama, entonces en retroceso.

—Lo hace bien, porque parece que le gusta —dijo la dama, que sentía el movimiento con sus manos en las caderas de la princesa—. Debe descubrir cuánto, cómo y a qué ritmo. Y llegará.

—¿Cómo sabré si he llegado?

—Lo sabrá, alteza. No se detenga hasta entonces.

Shaula siguió montando la pierna de Isamar, al comienzo como cohibida, pronto cobrando más confianza. Se deslizaba fácil y estimulaba todos los puntos a la vez. Pronto fue aumentando las repeticiones y la presión, porque mientras más se complacía, más placer añoraba. Estaba sintiendo cosas que tenían prohibidas todas las mujeres en su posición, y no parecía algo por lo que tuviera que arrepentirse.

Y las manos de Isamar en sus caderas... ¿Era su dama la acarreante, la culpable, la que podía darle más si lo ameritaba? ¿O solo le había abierto los ojos a una estipulación que no tenía nada que ver con ella?

Shaula no podía razonar en un momento así. No quería hacerlo. Simplemente siguió y siguió hasta que...

Los golpes en la puerta de la habitación las alarmó a ambas. Con una mirada de espanto, Shaula se alejó de Isamar y recibió de golpe la claridad de todo lo que había hecho.

Y tuvo miedo, solo acompañado por el asco hacia sí misma.

~~~

Nota:

Este capítulo estuvo intenso, ¿verdad? ¿Qué les pareció a ustedes?

¿Qué opinan de Isamar y Shaula y esta escena que recién tuvieron juntas?

¿Les incomodan las escenas +18, sienten que estuvo buena esta o les fue indiferente?

¿Qué creen que se va a venir a partir de ahora en esta historia?

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