Cuando Mauricio entra a la habitación de Eva, Javiera está escribiendo cosas en su historial médico.
—Ya casi termino, doctor —asegura la enfermera.
—No hay prisa —dice él, tomando asiento.
Javiera se despide y se retira.
—¿Cómo te fue con tu hermana? —pregunta Mauricio, mirando a su paciente..
—Me dio mucho gusto verla y saber que se preocupa por mí —responde Eva, bajando la mirada—, pero me llena de tristeza que la cerrazón de mi papá se interponga entre mi familia y yo.
Eva voltea hacia el vaso de agua que está en la mesa rodante, bebe un sorbo y luego sacude la cabeza, como queriendo espantar la tristeza.
—Pero mejor continuemos con el relato —dice, un poco mas animada—. ¿En dónde nos habíamos quedado en nuestra sesión anterior, doc?
—En que fuiste a la iglesia en busca de respuestas.
—Ah, sí —dice la joven—. Ahora comprendo que fui en busca de Alex y del padre Carson con la secreta esperanza de que el rechazo de ambos me diera pretextos para convencerme, de una vez por todas, de enterrar mis sentimientos hacia Hope y seguir ignorándolos hasta que se desvanecieran.
—¿Y qué pasó cuando ninguno de los dos te rechazó? —pregunta el doctor.
—Entonces, entró en acción mi segundo método de defensa: pedirle al universo que me diera tres señales de que debía explorar mis sentimientos en lugar de ignorarlos.
Mauricio junta las cejas pero no dice palabra.
—Verá, doc, desde niña, cuando me encontraba frente a una encrucijada, esperaba tres señales que me convencieran o disuadieran de seguir el camino que encontraba más tentador. Si el universo estaba de acuerdo con que rompiera las reglas, se las ingeniaría para hacérmelo saber.
—¿Y obtuviste tus tres señales?
—Yo pienso que sí; aunque quizás solamente vi lo que me pareció más conveniente —responde Eva—. En los siguientes días sucedieron tres eventos que me empujaron, finalmente, a dar un salto de fe. Perdone usted mi elección de palabras.