El Camino a casa [II]

By GabuZequeira

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(SECUELA DE PICCOLO, EL SHOW DEBE CONTINUAR) Su piel era tan suave, con la delicadeza perfecta para hacerle p... More

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By GabuZequeira

Antes: 2089 palabras (flojito)
Edición nueva: 7405.

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—Todo estará bien —le aseguró la mujer. Damiano cerró los ojos y respiró profundo tres veces—. Lo has hecho bien en cada ensayo, además, es una canción conocida, la has bailado muchas veces junto a Zayn. —El omega la miró fijo y negó con rápidos movimientos de cabeza—. Lo siento, no me acostumbro.

—Está bien, lo entiendo —remedió enseguida y comenzó a caminar nervioso en círculos.

Damiano y Camille se encontraban en la antesala del recinto principal dónde se estaban llevando a cabo las audiciones del certamen de Hunnam. Había logrado que Camille lo entrenara y si no pasaba la audición, se sentiría satisfecho de al menos haber trabajado con la francesa una vez más.

Sorpresivamente para Damiano, la mujer se había puesto más que contenta de haber recibido su llamado con la propuesta de volver a la pista juntos. Por supuesto que lo primero que preguntó fue si había regresado a Nueva York con Zayn, por lo que Damiano, a amplios rasgos explicó que se habían separado hacía unas semanas.

«En cuanto William sepa que te postulas para el certamen, entrarás en un abrir y cerrar de ojos». Había explicado la francesa a la propuesta de Damiano, no obstante, el omega sabía muy bien que Zayn siempre había sido el favorito de Hunnam y lo comprobó ante la poca emoción que el hombre demostró en el momento en que Camille le comentó telefónicamente que su chico italiano había vuelto al ruedo y se presentaría en su certamen. De todas maneras, el hombre le explicó que en este caso, no estaba involucrado en el proyecto que se traía entre manos Hunnam Group, sino que su hijo era responsable del mismo. Quizá, unos años atrás, gracias a la seguridad que Damiano poseía en que era un excelente bailarín, no le hubiera dado importancia. Hubiera bailado frente a cualquier jurado sin importarle la devolución, sin embargo, se encontraba tan vacío que ni siquiera creía posible pasar la primera ronda de la audición. 

—Lefebvre, David —anunció la mujer de cabello colorado y volvió a entrar al auditorio.

Damiano miró a Camille y ella le sonrió animándolo, tomó una bocanada de aire mirando la gran puerta de madera, que abrió lentamente con nerviosismo. Descubrió el interior del auditorio, divisando una larga mesa rectangular en el otro extremo del salón dónde aguardaban por él tres personas y una silla vacía. Estos lo observaban con diferentes expresiones en su rostro y no había calidez en ninguna mirada, por lo que esperó lo peor.

—Tiempo de brillar, querido Damiano —pronunció Camille en su oído dejando unas cariñosas palmadas en su hombro.

El omega apenas sonrió en respuesta debido a los nervios que se habían apoderado de él. Estaba a punto de romper los límites que él mismo se había impuesto al creer que moriría siendo un prostituto de burdel, bailando en un escenario dónde su único público serían alfas malolientes que solo deseaban su cuerpo. Pero, se había propuesto volver a soñar en grande, tal como lo hacía cuando bajó del avión la primera vez que llegó a Brooklyn con el sueño de convertirse en bailarín profesional.

—Bienvenido, Damiano —habló primero la mujer de cabello rojo—. Es un honor que estés participando en nuestro certamen. —El omega levantó las cejas y sonrió con sorpresa ante el recibimiento—. Cuando recibimos tu solicitud, por supuesto buscamos tu currículum y nos dimos cuenta de quién eras y todos los concursos que ganaste junto a quien era tu compañero.

—Gracias —respondió solamente el omega, ya que no esperaba todo lo que la mujer estaba diciendo.

—Tenemos muchas expectativas y estamos ansiosos por ver tu coreo —anunció la mujer e hizo un ademán para darle paso a Damiano en el mismo momento que la cuarta persona del jurado ingresó a la sala llamando la atención del italiano.

El hombre vestía un traje color gris, su contextura era grande, lo que dejaba en evidencia que se trataba de un alfa. Su cabello era rubio y a pesar de que Damiano no lo conocía, su rostro le parecía sumamente familiar. Este lo miraba con una leve sonrisa, una que pudo transmitirle calidez al omega. Frunció el ceño ante la emoción que sintió en su pecho, una sensación de inquietud se instaló en su garganta, aunque no era molesta, sino inusual.

Volteó hacia Camille y esta le estaba sonriendo, por lo que agachó la mirada y cerró los ojos. Fue incapaz de reprimir el recuerdo de la especie de cábala que tenía junto a Zayn cada vez que participaban de un concurso.

«Zayn miró a Damiano y se posicionó delante de él.

—¿Estás listo, amore?

—Siempre —asintió con una gran sonrisa que le robó una más grande al alfa.

—Te amo, piccolo —dijo con dulzura acariciando el dorso de la mano del omega».

—Te amo —susurró el italiano en voz alta ante ese recuerdo que necesitaba para tomar coraje; el recuerdo de su alfa, el gran amor de su vida.

—Damiano. —La voz no le resultaba conocida, sin embargo, el omega volteó de inmediato hacia el hombre que acababa de llamarlo, sintiendo la premura de corresponderle.

Su mirada se encontró con el joven que había llegado último. Este lo observaba con la misma cálida sonrisa que le había dedicado anteriormente.

—¿Qué canción bailarás? —cuestionó con un bolígrafo en su mano.

Chandelier de Sia —respondió con un poco de dificultad al percibirse repentinamente encantado con la voz de aquel joven. No comprendía lo que le estaba sucediendo, por lo que volteó nuevamente y batió las pestañas.

Miró por último a Camille quien asintió con una sonrisa y la música comenzó a sonar, tenía un minuto y medio de canción modificada exclusivamente para la audición y en cuanto sonó el primer tiempo Damiano comenzó a bailar.

La melodía parecía haberlo abrazado y él sin duda, se había aferrado a ella. Camille tenía razón, había bailado tantas veces esta canción junto a Zayn que, después de tantos inviernos, aún podía sentir el toque de su alfa en sus brazos, en su cintura meciéndolo de un lado hacia otro, el delicado roce de sus yemas en su piel  todavía logrando erizarla a causa de un anhelo que jamás podría borrar de su corazón, puesto que recordaba vívidamente cada recuerdo con Zayn, su alfa, quien le había enseñado a amar, su primer hombre, su primera vez. Lo amaría siempre, pasara lo que pasara.

Evitaba mirar hacia el jurado ya que eso lo pondría más nervioso, además, había decidido no contar los tiempos, sino disfrutar de la melodía haciéndose una con ella y continuar recordando las risas de su alfa mientras bailaban, las miradas cómplices y las caricias sugestivas. Debía superarlo, pero en ese momento, con esa canción, necesitaba sumergirse en su dulce pasado de amor.

«—Cumpliremos nuestros sueños, piccolo —aseguró susurrando en el oído del omega—. Y lo haremos juntos.

—A dónde tú vayas, yo iré —declaró Damiano.

—Tu lugar está a mi lado, amore».

La canción llegaba a su final y Damiano se preparaba para los últimos pasos, los cuales hizo limpios y a tiempo. Terminó la coreografía tal como había comenzado y agachó delicadamente la cabeza. El silencio se impuso luego de que la melodía callara también y debió levantar la cabeza luego de unos instantes en los que no escuchaba nada, llegó a preguntarse si acaso se encontraba solo en el recinto, sin embargo, de pronto los aplausos de Camille llenaron el lugar haciendo que volteara hacia ella, solamente para ver las lágrimas cayendo de sus mejillas mientras intentaba sonreír y contener los sollozos. De inmediato, llevó la mirada hacia el jurado y percibió algunas miradas serias y otras llenas de emoción, excepto la del joven de traje, él lo miraba lleno de orgullo, lo que causó que el italiano sonriera y llevara su avergonzada mirada hacia Camille.

—¿Lo hice bien? —murmuró.

—Lo hiciste increíble —respondió limpiándose las lágrimas.

—Damiano —llamó el beta, un hombre de estatura baja y cabello negro—. Particularmente, cuando escuché qué canción ibas a bailar, me desilusioné, pues es una canción gastada, de la cual se han hecho miles y miles de bailes, por lo que realmente no esperaba nada —explicó con sinceridad—. Sin embargo, Damiano, me has impresionado. Cada uno de tus movimientos me acariciaron el corazón con todo lo que transmitiste. Sentí propio tu dolor y tu pérdida, y eso solo puede provocarlo un artista —finalizó emocionado.

—Eres mágico —aseguró el omega de tez color oliva—. Naciste para esto, Damiano, tengo absolutamente esa certeza. Eres increíble y no hay nada para corregir, sinceramente verte bailar estremeció mi corazón. Tu performance fue exquisita.

Damiano sonrió en el momento en que Camille abrazó su cintura en cuanto se paró a su lado.

—¿Puedo preguntarte por qué elegiste esta canción? —preguntó amablemente la mujer de cabello rojo.

—Me recuerda a una etapa de mi vida en la que fui muy feliz, pero que hoy duele mucho su recuerdo —explicó sinceramente.

—Lograste transmitir eso —afirmó la colorada—. Muero por verte bailar otra vez.

Damiano sonrió ampliamente con el corazón desbocado y abrazó con fuerza a la francesa quien parecía temblar a causa de la emoción.

Era el turno de hablar para el alfa de cabello rubio. Él sonrió, todavía con orgullo en la mirada, mientras aún jugaba con el bolígrafo que sostenía en su mano.

—Tuve el privilegio de competir contigo en un certamen —confesó con la sonrisa intacta haciendo que el omega frunciera el ceño intentando recordar su rostro—. Pero, claro... En realidad nadie podía competir contigo ni con tu pareja, siempre fueron los mejores, y verte bailar..., para mi siempre fue un deleite —confesó—, por eso, es un honor tenerte aquí.

Con el entrecejo arrugado, Damiano intentaba recordarlo. ¿Quién era ese joven?

—Bienvenido, definitivamente queremos trabajar contigo —afirmó el rubio.

El italiano sonrió ampliamente y abrazó a la francesa con fuerza, incapaz de evitar el sollozo que se apoderó de él.

—¡Lo lograste! —exclamó Camille—. Felicitaciones, Damiano.

"L'ho fatto, amore" (Lo logré, amor), dijo para sí, como si acaso su lazo estuviese vivo y podría transmitirle aquello a su alfa.

—Camille —habló otra vez el alfa llamando la atención de Damiano—. Es tu turno.

La francesa asintió deshaciendo el abrazo lentamente con el italiano, quien la miraba con curiosidad.

—¿Tu turno?

—Estoy audicionando como coreógrafa para la obra —confesó con entusiasmo.

—¡Eso es increíble!

—Sí. Este musical será grande, Damiano. Tendremos mucha suerte de estar en él, aunque tú ya puedes considerarte dentro.

El omega sonrió una vez más y supo que podría acostumbrarse a sonreír tanto si se debía al baile.

—¿Puedo adelantarme y esperarte en el estudio? —preguntó el omega con ansiedad.

—¿Seguro? ¿No quieres descansar por hoy?

—No. Necesito ponerme al día.

—Camille —llamó la mujer de pelo rojo para que se apresurara.

—Adelántate —pidió la francesa a Damiano—. Te veo en el estudio.

El omega asintió y antes de salir del auditorio llevó la mirada hacia el alfa quien lo observaba con una sonrisa mientras él salía del recinto por el otro extremo. Al cerrar la puerta, comenzó a caminar a través del pequeño salón que lo llevaría hasta los ascensores. Acomodó el bolso en su hombro con una sonrisa que no quería abandonar su rostro, lo había logrado en tan solo una audición, aunque sabía que tenía mucho trabajo por delante y estaba dispuesto a entrenar día y noche si fuera necesario para volver a tener el estado físico que tenía años atrás.

Debía desintoxicarse de todo el alcohol, las drogas y los supresores que sin descanso había tomado durante tanto tiempo. No sería fácil, lo tenía muy claro, pero lo intentaría un día a la vez.

Estaba ignorando el cosquilleo que estremecía a su lobo y a su corazón, uno ansioso e inocente, una percepción de descubrimiento que necesitaba saciar, con una extraña sensación de consuelo que debía brindar, pero que ni siquiera comprendía de qué se trataba. Quiso presionar la tecla de llamada del ascensor, sin embargo, sus dedos temblaban tanto que debió estrujarlos para que el temblor se detuviera. Inclinó la cabeza hacia atrás y tomó una profunda bocanada de aire, sin comprender qué estaba sucediendo con su lobo, adjudicando dicho comportamiento a los nervios de la audición.

No obstante, un particular aroma lo hizo enderezarse de repente llevando urgentemente su mirada hacia su izquierda, encontrando dos puertas: Una de color roja y otra de color negro. Tragó saliva al sentir tan claramente ese olor a playa que tanto le gustaba y que nunca más había vuelto a sentir. Sintió confusión al mismo tiempo que expectación, puesto que ese aroma lo había sentido por primera vez en la casa del chico misterioso, la casa del señor H. Habían pasado tantos años de aquello que le parecía imposible estar sintiendo otra vez ese agradable olor.

Como si este estuviera atrayéndolo de manera invisible hacia él, comenzó a caminar dejándose guiar por el mismo. Se detuvo frente a las dos puertas que, sin dudar, eligió la de color negro y la atravesó lentamente observando el lugar, parecía un camerino que únicamente estaba iluminado por las luces alrededor del espejo en el otro extremo del cuarto. El aroma se había acentuado en cuanto cruzó el umbral, percibiendo en él  angustia y añoranza, se preguntó por qué tan bonita esencia se notaba tan alterada. Una puerta abierta situada junto al tocador se encontraba abierta y caminó hacia allí, sintiendo la fragancia cada vez más fuerte, al igual que los latidos de su corazón; todo su cuerpo deseaba corresponderle, calmar la angustia del mar que no debía verse nunca de esa manera.

Abrió completamente la puerta encontrándose con el joven de traje color gris con sus manos apoyadas sobre el lavatorio, estaba inclinado con la cabeza gacha y respiraba profundo una y otra vez, como si necesitara calmarse. Damiano se llevó una mano al pecho mientras un suspiro ahogado escapó de sus labios.

De pronto, el alfa sintió la presencia del italiano y volteó hacia él. Damiano parecía haber entrado en un evidente shock del cual no podía, o no deseaba salir. Después de muchos años estaba descubriendo por fin al portador de aquella preciosa esencia a mar.

—Damiano —dijo el alfa con un jadeo.

—Eres... —Tragó saliva con su ceño fruncido—. Eres el chico de la casa del señor H.

El alfa sonrió tiernamente antes de responder.

—¿Lo recuerdas?

—Claro, el jardín de tu casa me recordaba a mi abuelo —aseguró enseguida el italiano sintiendo el aroma a mar recuperando su serenidad y alegría—. Pero tú... Tú te veías tan diferente —explicó obnubilado con los ojos azules del rubio.

—Quizá... Es porque crecí, omega —dijo sonriente.

El lobo de Damiano quiso aullar ante ese vocablo, corresponderle de inmediato, asegurarle que lo había encontrado, que después de todo allí estaba para él.

—¿Quién eres? —solo pudo preguntar ante las arrolladoras sensaciones que atropellaban su pecho.

—Soy Alexander Hunnam —se presentó formalmente extendiendo la mano a manera de saludo.

Damiano miró la mano del alfa e instintivamente la tomó, y en ese momento, recordó todo lo que debía para reconocer a quien tenía enfrente.

«—Uhmm... Ciao... —dijo aún con la mano extendida como un saludo mientras comenzaba a caminar hacia donde había dejado la bicicleta.

—Alex, ¿Qué sucede, hijo?».

«El chico que permanecía parado al pie de las escaleras se sentó en el primer escalón y relajó su postura, probablemente, esa era la razón por la que liberó su aroma. Damiano quitó el rostro de sus manos cuando sintió una brisa que trajo consigo olor a playa. Olisqueó el aire y un suave aroma a mar se coló por su nariz contagiando la calma que portaba esa fragancia; recordaba esa esencia.

Damiano se puso de pie y como si ese aroma lo hubiese atado con cuerdas invisibles llevándolo hacia él, comenzó a acercarse cautelosamente. El corazón le latía fervoroso y por primera vez en semanas, el malestar que sentía desapareció por completo. Comenzó a extender la mano a pesar de que aún faltaban algunos escalones para alcanzarlo en el momento en que escuchó la voz de su alfa.

—Amor.

Damiano volteó de inmediato hacia su alfa retrayendo por completo su mano, pegándola a su abdomen».

«—Muy bien —respondió la mujer con un notable alivio en la voz—. Mañana a las seis treinta los irá a recoger un auto. Volarán hacia Los Ángeles y allí los estará esperando Alexander Hunnam, quien es el otro reemplazo, y juntos asistirán al ensayo general. De todas maneras —hizo un breve silencio y luego continuó—, les estaré enviando por email los horarios de vuelo, la aerolínea y el hotel en el que se hospedarán junto con el itinerario con las actividades de los próximos días».

Soltó repentinamente la mano del alfa y dio varios pasos hacia atrás con la respiración agitada y su omega alterado quien, necesitado por llamar la atención del alfa, desplegó su aroma sin que Damiano pudiera detenerlo.

El alfa se tensó ante aquello y se acercó lentamente al italiano bajo la mirada encantada de este, aunque repleta de confusión.

—Omega —pronunció con voz suave intentando tomar la mano de Damiano, pero este se lo impidió.

—Debo irme —dijo mientras daba pasos hacia atrás sin quitar la mirada de los ojos azules del alfa y sin poder controlar a su maldito lobo—. Tengo... Tengo que bailar... Entrenar —se corrigió enseguida—. Eh... Te veré en otro momento. Adiós.

Salió corriendo del camerino sin siquiera cerrar la puerta y se metió enseguida en el ascensor, el que afortunadamente sus puertas estaban abiertas. Respiraba agitado y con el pulso por las nubes, pese a eso, sus latidos se incrementaron aún más al ver al alfa salir del cuarto y mirarlo de la manera en que lo hacía. Parecía resignado a otra despedida.

—Omega —suplicó con claridad.

—Alexander —susurró confundido. Sintiéndose angustiado por provocar aquello en el alfa.

En cuanto las puertas se cerraron, llevó una mano a la blanquecina marca que descansaba sobre su clavícula. La acarició despacio mientras comprendía cada cosa que Zayn le había dicho con respecto a Amber. Por primera vez comprendió la ligadura que su alfa tenía por esta y a lo que Zayn siempre se refería acerca de que había negado su naturaleza para estar con él.

Había estado todo el tiempo frente a sus narices; su mayor miedo, el gran temor de haberse dejado marcar por quién no lo merecía le había creado heridas en su corazón tan difíciles de sanar y un irrevocable, pero corrompido amor se había arraigado a su alma, uno que naturalmente no le correspondía y, al contemplar el mar en los ojos azules de Alexander, lo había comprendido.

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Zayn observaba con atención el líquido que derramaba en el lavatorio y de a momentos miraba el reflejo que le devolvía el espejo mientras con su antebrazo limpiaba el sudor de su frente. Las ojeras en su rostro se pronunciaban en demasía y se preguntaba cuánto más su cuerpo podría soportar sin consumir un poco de alcohol. Se sentía desfallecer sin las cosas que lo ayudaban a pasar cada día de su vida, no obstante, le había hecho a Ian el juramento de que no importaba lo que sucediera, recuperaría su vida; dejaría el alcohol, el cigarrillo y la noche, la que tanto su hermano le había pedido que abandonara. Aunque había algo más que Ian le había pedido en los últimos tiempos y se trataba de que dejara el rencor y el odio de lado y que finalmente perdonara a Damiano para recuperar la vida que tenía junto a él.

«—Por Dios, hermano. ¡Enfócate! —espetó golpeando el volante—. ¿Crees que resolverás algo llenándote de odio? Lo perderás todo. Y nosotros ya hemos venido de la misma mierda, Zayn. ¡¿Por qué te empeñas en regresar allí?! —dijo con indignación».

Consciente de que su odio lo había hecho revolcar otra vez en la mierda de la que alguna vez había salido junto con Ian, necesitaba limpiar su mente, su cuerpo y espíritu, encontrar algo que lo elevara para que pudiera redimir todos sus pecados, por lo que había comenzado a pedirle a su hermano que lo ayudara a salir adelante y poder cumplir la promesa que le había hecho.

«—Vete de aquí. Vuelve a casa con tu omega —le pidió Ian con la voz entrecortada.

—Lo haré —juró sin dudar—... Lo prometo».

Le preocupaba la otra parte de la promesa que se cumpliría solo si Damiano aceptaba. Lo había dejado ir, puesto que era lo que debía hacer, Damiano era su omega, no su prisionero como le hizo creer durante los últimos cinco años. Aquello era lo que más lo hacía hundirse en la mierda de la cual quería salir, todo el daño que le había hecho lo llevaba cada vez más profundo, pero había comenzado a pensar en su pequeño alfa como un ángel, quien quizá, también lo estaba cuidando desde el cielo y trazando caminos dónde no existían para que pudiera recuperar a su mami y ser felices de una maldita vez, tal como se merecían. Pese a esto, Zayn tenía claro que si Damiano deseaba mantenerse alejado, no lo detendría, lo amaba demasiado para continuar apresándolo.

El timbre de su celular comenzó a sonar y corrió hacia él como cada vez que alguien llamaba, creyendo que podría ser Damiano, sin embargo, una vez más la desilusión lo invadía cuando no aparecía el nombre del omega en la pantalla.

—¿Qué quieres? —respondió de mala manera ya que había estado evitando responder ese llamado desde hacía varios días, pero no tenía sentido continuar ignorándolo.

—Sabes muy bien lo que quiero —respondió la voz gruesa—. No estoy recibiendo mi parte de ganancia y la quiero.

—El club no continuará con la comercialización de omegas así que, deberás conseguir otro socio.

—Baco... Las cosas no son así, no puedes decidir eso de un día para el otro, lo sabes muy bien —pronunció con voz áspera—. O, ¿Acaso perdiste definitivamente la cabeza desde que se te escapó el omega?

Los peces gordos de la noche ya estaban al tanto de que Damiano y Victorine dejaron el club y no era algo que le sorprendiera a Zayn. Sin embargo, al tomar la decisión de que Le Ciel Sale volviera a ser un club nocturno en vez de un cabaret dónde omegas se prostituyeran, era conocedor de que se desataría una guerra, puesto que las personas que recibían el porcentaje de ganancia de los omegas que comercializaban en el club, no estarían nada contentos cuando se enteraran de que los mismos ya no trabajarán más allí.

—Me llamo Zayn —corrigió enseguida—. Y lo que haga mi omega a tiene que importarte una mierda.

—Zayn —enfatizó burlón—. Lo que me importa una mierda es tu desequilibrio emocional y los problemitas de bragas flojas de tu omega. Quiero mi dinero —amenazó—. No querrás que Nassef aparezca por tu vida otra vez, porque esta es una buena razón para aflojar la correa de ese perro rabioso.

—Por mí, tú y él pueden comer mierda —respondió cortante y del otro lado del teléfono se escuchó una lúgubre carcajada.

—El que comerá mierda serás tú, porque tú solo no podrás salvarte de la que te espera, incluyendo a tu omega.

—Deja de amenazarme, imbécil —advirtió.

—No es una amenaza —aclaró divertido—. Hiciste enojar a muchos al haber cambiado las reglas del juego.

—Nombres. Quiero nombres de esos hijos de puta —exigió.

El pelinegro escuchó una risa del otro lado de la línea que provocó que apretara los puños con rabia. No temía por su vida, sino por la de Damiano.

—Pronto lo sabrás, Zayn —enfatizó burlón una vez más y cortó la llamada.

Permaneció por unos momentos mirando como la pantalla de celular se apagaba paulatinamente. Debía encontrar a Damiano, saber que se encontraba bien y de esa manera mantenerlo a salvo. Chequeó la hora y faltaban veinte minutos para las cinco de la tarde, por lo que se apresuró a vestir ya que nunca llegaba tarde a su cita de todos los martes.

Una vez arriba del auto con el regalo en el asiento del acompañante se rehusaba considerar escenarios catastróficos en su mente de lo que podría sucederle a Damiano si esos hijos de puta lo encontraban desprotegido en Nueva York. Al pensar aquello, se dio cuenta que no le resultaría tan difícil encontrar a su omega ya que, conociéndolo como lo hacía, estaba seguro de que estaría frecuentando los mismos lugares que frecuentaban hacía años atrás.

Abrió los ojos pasmado al escuchar el clic en su cabeza y no entendió cómo no se dio cuenta antes. Aprovechó que se detuvo en el semáforo para agarrar el celular y buscar el contacto luego de tantos años. Enseguida encontró el nombre Camille en el directorio y después de un ahogado suspiro marcó el número y los pulsos no sonaron muchas veces antes de que atendieran la llamada.

—Mi querido niño —pronunció la mujer.

—Camille —saludó el alfa sintiendo nostalgia de escuchar a la francesa después de tanto tiempo—. ¿Cómo has estado?

—Muy bien, cariño. Muy ocupada. ¿Y tú? ¿Estás aquí en Brooklyn?

Zayn notó como la voz se entrecortaba por lo que no le fue complicado deducir que la mujer estaba nerviosa.

—¿Debería? —preguntó irónico mientras ponía el auto otra vez en marcha.

—¿De qué hablas? —cuestionó luego de una risa nerviosa.

—¿Te ha contactado Damiano?

Un breve silencio se produjo antes de que la mujer volviera a hablar, lo que le aseguró a Zayn que su respuesta sería una mentira.

—¿Damiano? No, para nada.

—Camille —advirtió con voz áspera.

—¿Si, cariño?

—Solo dime que él está bien —suplicó.

Otro silencio se hizo en la llamada provocando que Zayn apretara el volante con su mano.

—Lo está intentando —dijo resignada y con dolor—. Pero, cariño... Suéltalo. Déjalo brillar.

Zayn cerró los ojos con fuerza, incapaz de reprimir el sollozo que provocaron esas palabras de quien había sido su entrenadora. Tan solo habían pasado tres semanas desde que Damiano se había ido, pero parecían tres vidas.

—Por favor, cuídalo. Cuídalo mucho —pidió con la voz entrecortada.

—Lo haré, cariño.

Fueron las últimas palabras que escuchó de Camille puesto que Zayn cortó la llamada antes de que ella pudiera escucharlo llorar. Hubo una época en la que Zayn no lloraba, sin embargo, desde que Damiano se había ido, no podía dejar de hacerlo. Aparcó el auto frente a la casa de su cita, aunque tuvo que esperar en el BMW hasta que las lágrimas cesaran y su compostura se recuperara. Se observó en el espejo y no podría verse peor, pero se estaba haciendo tarde y su cita se lo reclamaría.

Bajó del auto y rápidamente caminó hacia la puerta para tocar el timbre y esperar. Su corazón latía rápido como cada martes, aunque ese día sus emociones se encontraban tan vulnerables que en cuanto la mujer abrió la puerta no pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas.

—Zayn... —pronunció la mujer insatisfecha.

—Por favor, Victorine... No estoy para reclamos, solo vine a ver a Ian.

—No es bueno que te vea así —reclamó amablemente—. Él está esperándote muy ilusionado.

El alfa respiró profundo y limpió rápidamente sus lágrimas.

—Lo siento... No estoy bi-...

—¡Tío! —gritó el pequeño beta corriendo hacia Zayn quien abrió los brazos para recibirlo. Su cabello rubio, casi blanco, ondeaba gracias a la brisa que entraba por la puerta.

—Titi —pronunció Zayn con alivio hundiendo la nariz en el cuello del pequeño, sintiendo el amado aroma a fresias con un toque de jazmín—. Te extrañé, bebé.

—Yo también, tío —dijo el niño refregando la nariz en el hombro de Zayn—. ¿Vamos a jugar? —preguntó rompiendo el abrazo con el alfa y comenzó a mirarlo fijamente—. ¿Por qué lloras, Titi? ¿Es por que me extrañaste?

Zayn miró con ternura los ojos azules del pequeño, iguales a los de su hermano, a quien de pronto encontró en ellos.

—Sí, bebé. Te extrañé mucho. Siento no haber podido venir antes.

—Me visitas todos los martes —dijo orgulloso de haber aprendido a reconocer los días en que su tío lo visitaba.

—Así es —correspondió con una sonrisa—. Eres un niño muy inteligente.

—Como mami y papi —afirmó con una sonrisa.

—Toma. —Zayn extendió la bolsa de regalo para el niño quien la tomó enseguida—. Es para ti.

—¡Tío! ¡Es la mejor pelota de todas! —exclamó con emoción en cuanto abrió la bolsa.

—No tenías ese color —aseguró Zayn acomodando un cabello del pequeño detrás de su oreja.

—¿Cenarás con nosotros? —preguntó expectante.

—Sí, Titi.

—¡Mami! ¡¿Puedo jugar ahora con la pelota que trajo el tío?! —preguntó con una sonrisa y con más tranquilidad sabiendo que su tío se quedaría junto a él.

—Sí, cariño... 

—Titi, ¿puedes hacer la pizza rica que haces siempre? —preguntó el cachorro con inocencia a lo que Zayn asintió dejando un beso en su coronilla, haciendo que el niño comenzara a correr entrando a la casa.

—¡Con la pelota en el jardín, Ian! —aclaró Victorine enseguida—. Pasa —invitó al alfa—. Preparé café.

Zayn entró a la casa y enseguida sacó un cigarrillo del arrugado paquete que guardaba en el bolsillo de su pantalón.

—Creí que lo habías dejado —reclamó la beta agarrando las tazas para servir el café.

—De a poco, Victorine... La abstinencia me está haciendo mierda.

—Es lo mejor, tienes que tener paciencia, pronto te sentirás mejor.

Zayn asintió despacio dando una calada al cigarrillo.

—Me gustaría que volvieras al club —pidió de repente haciendo que la beta alzara las cejas con sorpresa y lo mirara con recelo—. Lo siento, ¿está bien? Lo siento.

—Sé que lo sientes —aseguró después de suspirar profundamente—. Pero Le Ciel Sale es una página de mi vida que necesito dar vuelta para cerrar definitivamente el duelo de Ian —explicó angustiada—. Mientras permanezca ahí, no podré superarlo nunca.

—Lo entiendo, pero las cosas no serán como antes y quizá te sientas más cómoda.

—Lo sé. Es de lo único que se habla —comenzó a decir con preocupación—. El cabaret más recurrido de Londres ya no volverá a tener omegas a disposición y ¿quieres saber mi opinión? —Zayn asintió enseguida mientras fumaba—. Te meterás en un grave problema del que no puedo ser parte —explicó con angustia—. Si se enteran de la existencia de Ian, podrían lastimarlo y lo hemos cuidado demasiado para hacer cualquier estupidez que lo pusiera en peligro.

El alfa frotó su frente con preocupación, puesto que la beta tenía razón. Así como Damiano estaba en peligro, también lo estaba su sobrino.

—Nadie sabrá sobre Ian, lo prometí hace cinco años atrás cuando me dijiste que estabas embarazada, ni siquiera Damiano lo sabe —aseguró—. Nadie lo lastimará.

—Lo sé y te agradezco por cuidarlo.

—No lo hice por ti, lo hice por mi hermano —aclaró enseguida—. Porque no puedo olvidar los desprecios que le hiciste a mi omega.

—Zayn...

—No. Le has faltado el respeto en diferentes ocasiones. Sí, yo también, Victorine —se defendió de inmediato en cuanto la mujer lo miró disconforme—. Por eso, tienes que ayudarme a protegerlo, se lo debes.

La colorada levantó su mentón considerando lo que el alfa decía.

—Bien, suéltalo ya —pidió la mujer bebiendo café.

—Quiero que me digas todo lo que sabes, Victorine —rogó—. Sé dónde está Damiano y puedo protegerlo, pero necesito saber de qué y de quiénes debo cuidarlo.

La mujer lo miró fijo por unos minutos y antes de hablar bebió un sorbo de café.

—Van a intentar joderte y están detrás de Damiano, por supuesto, pero que él se haya ido, les arruinó un poco los planes porque difícilmente irán tras él. No lo sé —se corrigió después—. Depende cuánto quieran joderte, pero sí debes cuidarte de Nassef. Él sí es capaz de recorrer el mundo para joderte.

—Ese hijo de puta —masculló con odio, sin embargo, consideró por un momento lo que la mujer le estaba confesando—. ¿Cuándo pensabas decírmelo? —cuestionó con indignación—. ¿Cuando fuera demasiado tarde para mi omega?

—Tú cuidas a tu omega y yo cuido a mi hijo —planteó con seguridad—. Ambos haríamos cualquier cosa por cuidarlos.

Zayn observó duramente a Victorine durante unos instantes, puesto que en cierta forma la comprendía. 

—No puedo culparte, Victorine... Pero si le sucede algo a Damiano por haberme ocultado esta información, puedo asegurarte que me las pagarás.

La mujer acariciaba el contorno de la taza con un dedo mientras esbozaba una pequeña sonrisa socarrona.

—Debiste haberle hecho caso a Ian y nunca regresar después de la noche en que golpeaste a Nassef por propasarse con Damiano.

—Lo tendría que haber matado en cuanto tuve la oportunidad. Pero lo haré —juró—. Lo haré si de esa manera me aseguro que Damiano estará a salvo.

—Podrías perder la vida en el intento —cuestionó mirándolo fijo—. Y no puedo permitir eso, porque Ian te necesita, eres lo más parecido a un padre que tiene.

—Quiero dejarte algo muy en claro, Victorine —comentó amedrentador—. Todo lo que hecho no lo hice por ti, así como todo lo que haré, no será por ti. Lo hice por mi hermano y ahora lo haré porque amo a Ian. Pero si mi omega está en peligro, él siempre estará primero —confesó con seguridad—. Moriría si fuera necesario para mantener a salvo a Damiano.

—Tenemos las prioridades bien en claro entonces. 

—¿Qué más sabes? —inquirió el alfa—. Sé que estás ocultando información y ya no tiene sentido hacerlo, porque ahora sabes que estoy dispuesto a todo.

Victorine lo miró seriamente y llevó su vista al pequeño beta quien pateaba una tras otra vez la pelota hacia el arco, tal como Zayn le había enseñado. Miró nuevamente al alfa por unos instantes en los que este también lo hacía. La mujer apoyó los antebrazos en la mesa y se acercó al Zayn para comenzar a hablar.

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—Sabes que odio que dejes tus calzones tirados en cualquier lado de la casa —reclamó Louis con indignación mientras sujetaba la prenda con dos dedos. 

—Es mi casa, Louis —recordó Liam.

—Es desagradable —acusó arrojándola al lado de Liam.

—Es mi casa —repitió mientras terminaba de acomodar la ropa en su maleta—. ¿A dónde vas?

—A buscar a Azul —respondió mientras buscaba la llave del auto.

—Pero... Creí que viajabas más tarde que nosotros.

—Sí, pero voy a ir antes a buscar a la cachorra para que podamos viajar más tranquilos, con más tiempo...

—Claaro... —mencionó Liam sin creerle una palabra.

Louis nunca confesaría en voz alta que Donatella le había dicho esa mañana que Harry tenía una entrevista de trabajo a las tres de la tarde y que si iba a la hora pactada para buscar a Azul el omega no estaría para recibirlo.

—No seas imbécil —reprochó Louis.

—Tú no seas imbécil y arregla las cosas de una vez por todas con Harry porque me da un poco de impresión escucharte jadear tanto por las noches. Ni siquiera en la universidad te pajeabas tanto.

Louis, quien estaba a punto de abrir la puerta del departamento volteó indignado hacia Liam.

—¡Eso no es cierto! —se defendió.

—Tampoco es mentira del todo.

—Imbécil —sentenció al cerrar la puerta.

—Pajero —acusó Liam y Louis pudo escucharlo perfectamente, lo que causó que riera a causa de eso.

—¡Te veo en Maidstone! —gritó desde el pasillo camino al ascensor.

Las puertas del ascensor se abrieron en el aparcamiento y con rapidez caminó hacia su auto. Enseguida lo puso en marcha y agradeció que su pent-house se situaba tan solo a unas manzanas de allí.

Mientras conducía, reía nuevamente a causa de lo que había dicho Liam, definitivamente su amigo era un desgraciado por dejarlo en evidencia, pero la realidad era que Louis necesitaba cada vez más a Harry. Lo veía todos los días cuando visitaba a Azul y en más de una vez, a lo largo de las últimas tres semanas, se había quedado a dormir, teniendo que poner todo de sí para no irrumpir a la madrugada en su habitación, la que ocupaba Harry desde que se habían mudado, y tomar al omega, hacerle el amor durante toda la noche y más.

Sin embargo, la necesidad y el deseo que sentía hacia Harry no lograba sanar todavía las heridas de su corazón. Tampoco ayudaba mucho que luego de lo que le había dicho al omega, la noche que conoció a Azul, este no le había vuelto a hablar, exceptuando que fuese necesario algún tipo de diálogo con respecto a la cachorra. Se lo merecía, lo tenía claro.

Aparcó el auto en la puerta del gran edificio y respiró profundo como cada vez que sabía que había una posibilidad de ver a Harry. Al entrar, se dirigió con rapidez hacia el ascensor y allí se permitió fantasear con entrar a su departamento y que su omega estuviera junto a la cachorra y poder fundirse en un fuerte abrazo con ellos, a quienes protegería de cualquier mal. Besaría a su omega con amor y pasión, quizá con poca delicadeza para escuchar los pequeños gemidos que su cachorrito expresaría cuando sus besos le produjeran algo más que emoción.

No podía negar que la charla que había tenido con Donatella y todo lo que ella le había confesado, provocaron que la impenetrable coraza que él mismo había creado para protegerse estuviera derrumbándose intempestivamente.

El sonido de las puertas del ascensor lo arrebataron de su ensoñación al abrirse en su piso, por lo que abrió los ojos y batió las pestañas saliendo velozmente del mismo, puesto que ya no aguantaba las ganas de ver a Harry. Se paró frente a la puerta y tocó el timbre; el pent-house era de él, pero respetaba el lugar que le había brindado al omega y a su cachorra. La puerta se abrió descubriendo a un Harry despreocupado comiendo una manzana, tenía su cabello recogido en una desordenada coleta y una camisa negra con un jean blanco ajustado. Louis no pudo evitar admirarlo de arriba hacia abajo mientras se mordía despacio los labios.

«Mío», reclamó su alfa.

—Louis... —pronunció el omega sorprendido—. Creí que vendrías más tarde.

—Hola, Harry —saludó con seriedad—. Decidí adelantar el viaje. Siento no haberte avisado el cambio de planes.

—No te preocupes por eso, es solo que aún no me acostumbro a que toques timbre —aclaró batiendo sus pestañas—. Esta es tu casa.

—Ahora es su casa, Harry —Sonrió comprensivo—. No me gustaría invadir su privacidad entrando sin permiso.

Harry esbozó una sonrisa mientras asentía rápidamente agachando la mirada y abrió más la puerta para permitirle al alfa que entrara al departamento.

Ese sencillo gesto del omega causó que el lobo de Louis quisiera salir de su cuerpo, abalanzarse sobre él y envolverlo con el calor de su cuerpo, lamer su piel para marcarlo con su olor. Morderlo. Louis necesitaba marcarlo.

«Mi omega. Solo mío», gruñía desesperado su lobo y Louis tuvo que carraspear urgentemente, para disimular esos fervientes deseos. "¡¿Dónde está mi maldito autocontrol?!", reprochó.

—¡Papi! —gritó Azul corriendo hacia su padre a través de la sala.

Louis se arrodilló y abrió los brazos para recibirla con un cálido abrazo liberando su aroma para envolverla también con él. 

Harry, aún sosteniendo la puerta, cerró los ojos y respiró profundo inhalando la dulce canela; suave y apacible que se entremezclaba con el chocolate de una manera acogedora y familiar. Deseó formar parte de eso, liberar el coco para abrazar a las personas que más amaba en la vida, envolverlos con la dulzura de su esencia y así sentirlos suyos, protegerlos y amarlos. Sin embargo, abrió los ojos con premura puesto que no podía hacerlo y eso le desgarraba el alma. Presionó la mandíbula en cuanto sus ojos se llenaron de lágrimas, evitando llorar y levantó el mentón fingiendo indiferencia.

Cerró la puerta y caminó hacia la mesa del comedor para dejar la manzana ahí. No quiso mirar volver a mirar la escena frente a la puerta para así dejar de fantasear y se conformó con oler las esencias de sus amores. Estaba a punto de apoyar la manzana en el plato, pero un fuerte tirón en su espalda baja hizo que la misma cayera al piso. Sus facciones se descompusieron a causa del dolor que de pronto sintió en esa zona, aunque sabía muy bien de qué se trataba. A pesar de que no era la fecha de su celo, ciertamente eran los síntomas y probablemente se debía a que Louis iba todos los días a la casa y la misma estaba llena de sus feromonas.

—¿Estás bien? —preguntó Louis cuando sintió el pequeño quejido que salió de los labios del omega. Olisqueó el aire por instinto, sin embargo, solo pudo captar el aroma de su cachorra mezclado con el de él, pero nada del omega que aún ocultaba sus feromonas. "¿Por qué oculta su aroma?", cuestionó. "¿Aún no se siente a salvo?".

—Sí, estoy bien —respondió con dificultad—. Traeré la maleta de Azul.

Se apresuró a caminar hacia la habitación de la cachorra, puesto que debía sacar a Louis lo antes posible del departamento, antes de que perdiera por completo la cordura delante de él y de la niña. Cerró los ojos lamentándose por adelantado, ya que sospechaba que sería el celo más difícil de su vida luego de haber intimado con su alfa otra vez. El calor estaba comenzando a crecer en su interior y quiso llorar a causa de eso, no obstante, tragó su llanto y se apresuró a llevar la maleta y el abrigo de la cachorra hasta la sala.

—Aquí está todo —aseguró una vez llegó a ellos otra vez.

Louis alejó un poco a la niña y se puso de pie mientras observaba a Harry, su semblante había cambiado y se veía tenso e incómodo.

—¿Estás seguro de que todo está bien, Harry?

—Sí, estoy bien —respondió enseguida y tragó saliva nervioso presionando los labios.

Louis ladeó apenas la cabeza desconfiando de aquella respuesta, por lo que se acercó hacia el rizado y extendió la mano para tocar la mejilla del omega, notando así la elevada temperatura de su piel.

«¡Celo! Aliviar. Proteger. Cachorros».

Harry pudo ver el momento exacto en que el rostro de Louis se desfiguró por completo, gracias a su lobo que exigía tomar el control, el gutural gruñido que comenzó a escucharse desde la garganta del alfa lo confirmaba, por lo que el omega dio un paso hacia atrás para romper el contacto.

—Harry... —advirtió Louis debiendo ejercer todo su autocontrol.

—Diviértanse mucho —comentó el omega con una sonrisa ignorando al castaño quien permanecía observándolo fijamente. Se arrodilló frente a la niña, la tomó de la cintura y la acercó a él.

Azul llevó su mano a la mejilla de su mamá y lo acarició despacio, comprendiendo lo que estaba por sucederle.

—No duele, mami. Esta vez no dolerá.

Harry sonrió comprensivo, ocultando el dolor que le producían esas palabras, porque estaba seguro que le dolería como nunca antes.

—No dolerá, mi amor —aseguró con una sonrisa—. Quiero que le envíes un abrazo muy grande a los abuelos Jamie y Dan de mi parte, ¿lo recordarás, bebé? —La niña asintió y entonces continuó—. Pórtate bien con papi, sé obediente, Azul, y no le sueltes la mano, ¿lo harás? —calló abruptamente cuando sintió otro tirón en su espalda baja.

Louis observó cuando el omega se sobresaltó, pero enseguida recompuso su postura, entendiendo que Harry estaba disimulando el dolor que seguramente experimentaba. Por su parte, el alfa comenzaba a sentirse inquieto, puesto que su omega estaba entrando en celo y su lobo no le permitía irse de allí.

Harry abrazó a la cachorra y se puso velozmente de pie, Louis tenía que irse ya mismo, puesto que su aroma estaba volviendo todo más difícil y además, la cachorra estaba allí y las cosas no podían salirse de control. Caminó hacia la puerta y la abrió por completo pese a sentirse grosero por su comportamiento.

La niña tomó la mano de su papá y tironeó de ella con algo de brusquedad cuando su padre no se movía del lugar. Puesto que Louis estaba teniendo una lucha contra su lobo, sus propios deseos y emociones; deseaba cuidar a su omega, atenderlo y aliviar su dolor, pero, al parecer, Harry no lo quería de esa manera. Lo miró durante unos segundos esperando a que este pudiera hacerle una pequeña señal, por más mínima que sea, Louis la comprendería y se quedaría a su lado, no obstante, Harry miraba el suelo mientras se mordía los labios.

Su alfa le exigía que se quedara, pero juntó fuerzas de dónde no sabía que las tenía y tomó la maleta de su cachorra, respiró profundo y levantó el mentón con suficiencia asintiendo con la cabeza.

—Adiós, Harry. Te llamaremos cuando lleguemos a Maidstone.

Atravesar la sala hasta cruzar la puerta del pent-house fue angustiante y perturbador. Su lobo estaba revolcándose en una angustia salvaje e injusta, provocando en Louis la sensación de que este en cualquier momento podría rasgar su piel y atravesarla sin piedad para poseer a su omega. Tenía miedo de perder el control y transformarse, tal como temió aquella noche en el club.

La puerta se cerró a su espalda en cuanto salieron del departamento y camino al ascensor comenzó a sentir el típico ardor en su pelvis al comenzar su celo. Su lobo estaba desesperado al igual que él, sin embargo, debía controlarse ya que le quedaba un viaje a Maidstone por hacer, que sería tan difícil como el que hizo la última vez. 

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