Mauricio está encaminándose hacia la habitación de Eva, cuando es abordado súbitamente por una joven.
—Buenos días. ¿Es usted el doctor Cantú?
—Así es —responde él.
—Necesito hablar con usted. Tengo que explicarle que Eva no estaba intentando quitarse la vida.
Fuera de cuestionar qué estudios le conceden la autoridad para realizar una valoración de esa magnitud con esa clase de seguridad, el doctor decide escucharla sin interrumpir.
—Soy Ana del Castillo —Ella extiende la mano—, su mejor amiga; la conozco mejor que nadie.
Mauricio estrecha su mano.
—Le puedo asegurar que mi amiga es muchas cosas, doctor: impulsiva, testaruda, imposible a veces... pero no suicida; jamás suicida —Ana se acomoda el cabello detrás de la oreja—. Si tiene quince minutos, le puedo contar todo lo que sé.
—Por supuesto, ven —Mauricio la conduce a los muebles en los que esperan los familiares de los pacientes. Están vacíos, así que sabe que tendrán suficiente privacidad.
Después de recibir un recuento muy breve de los hechos, el doctor siente que comprende mejor la situación de su paciente. Por lo menos ahora ya sabe, a grandes rasgos, hacia dónde va la historia.
Mauricio hace notas mentales sobre la información que Ana le proporciona, y comienza a formular las preguntas que le hará a Eva al alcanzar determinadas partes de su relato.
—Muchas gracias, Ana —Le dice, para luego despedirse y apresurarse a ver a su paciente.