Virginity

By CreativeToTheCore

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Bragas abajo en tres, dos, uno... Que Dios se vaya de tu lado, Virginity. • Portada hecha por: Ash-Quintana • More

🌟 Sinopsis 🌟
1. Méteme los dedos
3. Los hombres no se lavan las manos
4. La cama no resistirá
5. María dio a luz un sándwich de pollo
6. Así de lento, así de suave
7. Enséñame a montar (la bici)
8. Pelotas que rebotan en tu cara
9. Por detrás, por favor
10. Átame con azúcar
11. Los cangrejos de la historia
12. Garganta profunda (sale mal)
13. Bañada en crema
14. Ducha de las confesiones
15. Nombres secretos, entradas triunfales
16. A través de tu agujero
17. Anal(gésico)
18. El clítoris y su misteriosa ubicación
19. El abrazo que existía para mí
20. La novia del capitán
21. El tamaño (de su corazón) importa
22. Penetrando (tus sentimientos)
23. El chico bueno siempre pierde
24. El misterio fundador de la Biblia
25. Burbujas que explotan
26. Este impulso de besarte
27. Galleta de la fortuna
28. Un puñetazo de realidad
29. Una princesa por $5,99
30. Beso de amor verdadero
Epílogo: Dios se ha ido de tu lado
Agradecimientos

2. Al horno, pero sin papas

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By CreativeToTheCore

Ni siquiera sé si recuerdo cómo besar, pero la respuesta parece estar por llegar cuando Teo cierra la puerta del departamento y apoya la espalda contra ella.

Las cervezas empezaron a hacer efecto en nuestro camino a través del campus, mientras tratábamos de recordar en qué orden están las letras del abecedario sin recitarlo mentalmente. ¿La O iba primero que la P? ¿La F era posterior a la H?

Al intentar acercarme tropiezo con mis propios pies y se salva de que le hunda la nariz de un frentazo —¿existe esa palabra?— porque me frena al agarrarme de la cintura. Me mira y sonríe de una forma socarrona, como un niño que se ha salido con la suya.

A de atractivo. Eso es lo que es.

Se me eriza la piel por la anticipación de lo que sucederá y abro la boca para decir algo, pero su lengua empuja las palabras de regreso a mi garganta cuando me besa.

B de besuquearse. Me encanta.

Me aferro a sus hombros para no perder el equilibrio. El contacto humano se siente rico, como las papas fritas con mayonesa que hacen en el local familiar. Es extraño besar luego de tanto tiempo, pero intento que mi cerebro se enfoque en liberar serotonina en lugar de darle más vueltas al asunto. Se sentirá más natural luego de unos minutos...

Si es que sigo viva.

¿Puede alguien ahogarnos con su saliva? ¿Me puedo ahogar con mi propia saliva? Porque hay demasiada.

Tal vez la B era de baba. 

Necesito una mini aspiradora de esas que usan los dentistas. También un protector bucal, como los jugadores de fútbol americano, porque sus dientes colisionan contra los míos. ¿Y si se me cae uno?

Me aparto de Teo en busca de aire.

—Eres la primera persona que beso en tres años —confieso con la respiración agitada.

Frunce el ceño antes de meterse dos dedos en la boca de forma poco elegante. Tira de un cabello rubio extremadamente largo que lo hace toser. 

¿Le puedo cortar la circulación de la lengua a una persona con mi pelo?

—Ahora tiene sentido que tengas telarañas en la boca. —Bromea y le doy un pequeño golpe en el pecho antes de girar sobre mi propio eje para inspeccionar su hogar y, disimuladamente, limpiarme el rastro de saliva con la manga de mi camisa.

Teodoro se mudó hace unos días al campus, a uno de los departamentos de Meyer University. Tiene una cocina-comedor tan grande como la habitación donde vivo. En extremos opuestos, hay dos puertas de madera. Una tiene un letrero con su nombre y la otra debe ser el baño.

Qué suerte tiene al no tener compañeros.

—Y ya que estamos sincerándonos, debo admitir que no soy del todo inexperimentado.

Enarco una ceja y me apoyo contra la puerta de su cuarto con las manos en la espalda.

—¿Eso quiere decir que me mentiste?

Levanta el índice:

—Omití información —corrige y comienza a acercarse otra vez—. Toqué un seno una vez.

—¿El de tu madre mientras te amamantaba de niño?

Se echa a reír.

—Ouch, eres cruel… —Acomoda una de mis trencitas detrás de mi oreja con dulzura. Cuando habla, su voz es apenas un susurro—: Y linda. Siempre me pareciste linda, Virgi.

Debo reprimir una sonrisa tonta mientras hacemos contacto visual. Sus ojos son tan verdes como todas las cosas que no me gusta comer: lechuga, brócoli, rúcula, achicoria… De niña solían decirme que, al crecer, les encontraría el gusto. Pero las hojas no tienen gusto y no soy una puta cabra. Sin embargo, podría comer pasto por Teo, sobre todo cuando me mira de una forma que me hace sentir tan apreciada.

Nunca volveré a subestimar el alcohol. Estoy pensando una idiotez tras otra.

E de ebria. Con razón me salté la C y la D.

Toda mi reflexión sobre los vegetales dura un segundo, porque sus ojos se desvían a mi boca y vuelve a besarme. Abro la puerta de su cuarto y lo tomo por el frente de la camiseta para atraerlo hacia mí.

Me encanta lo cálido que se siente tener su cuerpo presionado contra el mío.

De repente su palma aplasta uno de mis pechos como si estuviera tocando la bocina de un autobús escolar atrapado en el tráfico. Lo hace una y otra vez.

Mi mente añade efectos de sonido: pip, pip.

Dejo de besarlo para respirar y su boca se desvía a mi cuello. Me pasa la lengua como si fuera un helado y frunzo el ceño, todavía con los ojos cerrados, intentando concentrarme en el momento. La parte posterior de mis rodillas choca contra la C de cama y caemos en la otra C de colchón. Levanta el dobladillo de mi camisa para meter la mano y baja la copa del sostén para agarrar mi pecho-bocina.

Lo estruja como si fuera una pelota antiestrés.

—Teo… —Me revuelvo bajo él.

Levanta la cabeza y deposita un beso en mi mejilla antes de mirarme, todavía tocándome.

—¿Te gusta? —susurra con la respiración acelerada.

Se siente raro. No sé si me gusta, pero mis pezones están endurecidos, lo que debe significar algo… ¿Verdad? No sé qué se supone que tengo que sentir. No se siente mal, pero tampoco se siente como fuegos artificiales.

Sin embargo, él es tan bonito...

Al ver lo hinchados que tiene los labios y el brillo que tiene en los ojos le contesto sin pensar:

—Sí, sigue.

Me vuelve a besar y arrastra su mano por mi estómago en una caricia que me pone la piel de gallina. Le muerdo el labio inferior mientras tiemblo. De acuerdo, esto se siente como las papas fritas otra vez. Vamos bien, es solo cuestión de acostumbrarse.

«Tú puedes, Virgi».

Me abre la camisa y arqueo la espalda para que me la quite. Casi me tuerzo un brazo en el proceso. Cuando llega la hora del sujetador, en lugar de desabrochar la hebilla, tira de él sobre mi cabeza. La prenda se traba en mi mandíbula y las copas son rellenas con mis mejillas por un momento.

—Pareces un pez globo. —Ríe.  

No creo que a mi libido le guste hablar sobre animales marinos.

Una vez que se deshace del brasier deja un camino de besos que me vuelven loca antes de llevarse uno de mis pechos a la boca. La maniobra de lamer un helado regresa y abro los ojos, frustrada, lo cual es la peor decisión que puedo tomar.

Hay un poster de Nelson Mandela pegado en el techo.

¿Qué carajos?

—Dios… —susurro.

El chico malinterpreta mis palabras y, animado, se mueve al otro pecho.

«Siento tanto que tenga que presenciar esta escena, señor Mandela».

Entonces leo la frase que hay debajo de su foto: «Es sabio persuadir a la gente a hacer cosas y hacerles pensar que era su propia idea». El consejo se convierte en una oportunidad y hundo los dedos en el cabello de Teo. Tironeo suavemente y guio su cabeza hacia el costado de mi pecho. Quiero que me acaricie despacio, como lo hizo hace un rato; quiero besos pequeños y toques provocadores, que me erice la piel, que juegue conmigo, que…

Vuelve a atacar a mi pezón y gruño. Tiro de su cabello con más fuerza —¿le acabo de sonar un hueso del cuello?— para que regrese al lateral de mi pecho. De afuera hacia adentro. Los pezones deben ser el postre, no el aperitivo.

Su boca es terca y su lengua encuentra el camino que él quiere seguir. Suspiro y miro al señor Mandela en busca de ayuda, lo cual es peligroso porque disminuye mi excitación.

«No puedes rendirte, Virgi. No des la noche por perdida. Vamos, ¡haz algo!».

Tal vez puedo concentrarme en otra co…

Mi espalda se arquea —y no de forma provocativa—. Chillo al sentir la D de dientes.

—¡Teodoro!

Me mira borracho con dopamina, con una sonrisa embobada y seductora.

—Me encanta cuando gimes mi nombre.

Abro los ojos. Creo que uno de ellos tiene un tic nervioso. ¿Qué? ¿Por qué interpreta mi dolor como placer?

Vuelve a besarme y estoy a punto de empujarlo y enviarlo de una patada a la República Checa cuando presiona sus caderas contra las mías. Siento su erección y es como si vertieran droga por mi torrente sanguíneo. Se restriega contra mí y, sin poder evitarlo, envuelvo mis piernas a su alrededor porque quiero —no, necesito— que no se detenga.

Le clavo las uñas en la espalda. La fricción es exquisita. La forma en que la pesada calidez de su aliento me hace cosquillas en el cuello y la manera en que aprieta mi trasero con sus manos es una montaña en subida cuyo descenso promete el alivio a la tensión que se construye en cada músculo de mi cuerpo.

Gimo con ganas, de forma involuntaria.

Papas fritas otra vez.

Papas, papas, papas, papas. Fritas, fritas, fri…

—Más rápido —susurro antes de mordisquear el lóbulo de su oreja—. No pa…

Gime.

Tiembla

Y se detiene.

Abro los ojos y Nelson Mandela está mirándome.

No, no, no. Tenía que seguir.

Teo se deja caer contra mí, exhausto y con el frente de sus pantalones húmedo. Me muerdo la lengua.

—Tengo que usar el tocador —digo con voz estrangulada.

Rueda fuera de mí y, cuando me siento en la cama, su mano llega a mi espalda.

—Wow, Virgi, eso estuvo…—dice y aprieto los párpados, agradecida de no estar cara a cara con él—. Me encantó. La puerta de ahí es la del baño.

—Yo… —empiezo, y siento la forma en que traza con suavidad figuras en mi piel, lo cual debilita mi voz—. A mí también me encantó —miento a medias.

¿O totalmente?

Me escabullo donde me indicó y cierro con traba, aunque dudo que un pestillo pueda protegerme de mis malas decisiones.

Apoyo las manos sobre el lavatorio y observo mi reflejo: parece que un huracán pasó por mi cabello y dividió mi flequillo en tres secciones distintas. Tengo las mejillas, el cuello, el pecho y los senos llenos de manchas rojas que exhiben mi pudor. Mi labial está tan corrido —lo envidio— que parezco recién salida de la fábrica de payasos.

F de… F en el chat.

Hetero triste. Batiseñal. Pavos reales. Abecedarios. Papas fritas. Lechuga. Pip, pip. Señor Mandela.

¿En qué momento decidí que esta sería una buena idea?

¿En qué momento creí que estar con un varón, específicamente el hermano de mi única amiga, era una buena idea?

—¿Qué está mal conmigo? —me autopregunto.

—Tal vez el hecho de que no sabes tocar la puerta —responde una voz masculina a mis espaldas.

¡Hola, queridas papas fritas! 🍟 ¿Cómo los trata el día? ¿Bien, mal, necesitan treinta millones de dólares o un abrazo?

1. ¿Sus cerebros tienden a no apagarse? ¿A veces piensan tanto que se olvidan de disfrutar (cualquier cosa)?

2. Parte o frase favorita del capítulo 🤭

3. Algo NO sexual que los ponga un poco 🔥🥵🥴

EN EL PRÓXIMO CONOCEREMOS AL POSIBLE CANDIDATO AMOROSO, ¿TIENEN EXPECTATIVAS? 🙈

Con amor cibernético y demás, S. ❤️

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