Pariente Legal

By lumadiedo

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Necesitaba besarla de nuevo y lo haría, porque no había nada que pudiera impedírselo. Ni la sangre, ni un pap... More

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58 - FIN
Nota de autora

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By lumadiedo

Era bastante extraño que estuviera en un evento del estilo, pero la estaba pasando bastante bien. Su mejor amigo, tan inadaptado como él, trataba de bailar con una chica  y fallaba. Era el primer año en aquél mundo de jóvenes adultos y excesos; y ellos inexpertos.

Entre risas, paseó la mirada por el gentío y allí la vio. Era fresca, desenvuelta, hermosa. Y bailaba sola, revoleando una cabellera larga y negra. Algunos mechones se adherían a la piel de su cuello, húmeda. Seguramente, la estaba mirando con una intensidad extrema, pues ella le devolvió la mirada. Unos ojos intensos y penetrantes. Le sonrió, coqueta, y siguió moviéndose al ritmo de la música.

Sebastian miró a ambos lados, casi avergonzado por lo que se le había cruzado por la mente. Aquello había sido una invitación. Le había sostenido la mirada y le había sonreído, pensó. Eso debía ser una luz verde.

Apuró el vaso de cerveza y lo dejó sobre una cómoda, al pasar. Se acercó, fingiendo no tener nervios, no sufrir vergüenza. Ella ya lo había visto, lo esperaba allí, con su vestido suelto.

Cuando se acercó lo suficiente, pudo apreciar lo bella que era. Se sentía tonto, torpe y lacónico.

—Que audaz, no vienes con obsequios —él la observó, claramente confundido, a lo que ella rió—. No has traído bebida. Es lo que hace la mayoría.

—Tienes un hermoso rostro —soltó, con toda su torpeza.

Ella lo encontró gracioso. Aquél fue el comienzo de una noche llena de líneas fallidas con un acabado exitoso. No fue, hasta que sólo quedaban algunos seres intoxicados y que la música se detuvo, que se armó de valor. Hizo acopio de toda la información que había obtenido de las películas románticas con las que se había cruzado, le quitó el pelo de la cara, apoyó la mano en la pared de detrás de ella, y se acercó hasta besarla con ternura.

No era la primera vez que besaba a una chica, pero nunca había sentido lo que con ella. Difícil de explicar, superaba a las mariposas. Era fuego en sus venas, era un hormigueo en las manos, que se sentía en su cuerpo como un terremoto.

La noche concluyó con un broche de oro. Ella anotó su teléfono en el dorso de la mano de Bastian.

Ann.

Creyó que ese nombre lo perseguiría por algunas horas, pero no cesó la persecución aún luego de la primera cita formal. Tampoco, cuando conoció a sus padres, ni cuando Dave le dio el visto bueno y la llamó "una preciosa señorita".

Con ella todo era risas, libertad, arte. Había comprendido, al cabo de unas semanas, por qué algunas locas ancianas llamaban "ver la cara de Dios" al sexo. Y por qué tantos artistas habían buscado emular la perfección del cuerpo femenino. Claro que él sólo podía ver divino el cuerpo de Ann, la voz de Ann, el perfume de Ann.

Durante muchos meses, fue muy feliz. Había comenzado a ir al gimnasio para ella, para que estuviera orgullosa de llamarlo su novio. Había mejorado su estilo y estudiado mucho. Quería ser exitoso para ella. Y Ann parecía ser tan feliz como él, amarlo igual.

Por eso, el alma se le cayó al suelo cuando, sin querer, por inercia, leyó un mensaje que no era para él. Pensó en no decirle nada, en fingir que ese mensaje no había caído en sus manos. Trató de convencerse de que él había estado mal, al ver el celular de su novia.

Pero no podía evitarlo, necesitaba saber. Así que, con más miedo del que nunca había tenido, le preguntó quién era el remitente.

Se sentía débil por tener los ojos vidriosos, vulnerable. Ella lo miró con sorpresa, era claro que la había atrapado con las manos en la masa.

—¿Quién te lo dijo?

Aquella pregunta lo desarmó. Sebastian descansó el rostro entre sus manos y lloró, sin importarle que estuvieran en una cafetería, que estuviera repleta de gente y que ésta se volteara a mirarlos.

Ann estiró la mano y lo tomó por la muñeca. Él sentía el dolor de una quemadura, ante su tacto. Lo había traicionado, lo había tomado por idiota. Sin embargo, lo que más le dolía era la posibilidad de perderla, pues el amor que sentía por ella lo alimentaba.

—Bastian, lo siento mucho —dijo ella, tras suspirar.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó, limpiándose la nariz con una servilleta. Sentía los ojos irritados.

La pelinegra negó con la cabeza y se tomó la cabeza con ambas manos, un gesto normal en ella, cada vez que se fastidiaba.

—No lo sé, Bastian. ¿No sientes que nos hemos vuelto monótonos? Somos... no lo sé, aburridos. Somos fáciles, ya conocemos todo del otro —Sebastian la observó desconcertado, como si cada cosa que estuviera diciendo fuera una estupidez—. ¡No me mires así!

—¿Cómo quieres que te mire, Ann? ¿Eh? Yo vivo por ti, todo lo hago por ti. ¡Te amo, Ann, por Dios! —bramó.

—Exacto —dijo ella, relajando la expresión, con un nuevo suspiro—. Todo lo haces por mí. Hablamos todos los días. Todos los viernes vamos al cine y todos los sábados cenamos con nuestros padres. Me sofoca esta relación.

El blondo asintió y volvió a sentir una ola de lágrimas.

—Y él es mejor. Él es mejor y tú no me amas —afirmó Sebastian a modo de pregunta.

Ann lo miró fijamente durante unos segundos, antes de negar lentamente.

—Él me da lo que necesito... pero sí te amé —dijo, con la mirada perdida en la vidriera, al tiempo en que Sebastian dejaba dinero en la mesa.

Sintiéndose un estúpido, salió de la cafetería, esperando no verla nunca más y jamás volver a sentir aquél dolor que lo estaba corroyendo por dentro.

.

Gerard abrió la puerta y sonrió con nerviosismo. Sebastian tenía la mirada fija y seria en el coche estacionado en el garaje de la casa. Su amigo levantó las manos en señal de disculpa, mas las bajó, completamente sorprendido, cuando el blondo lo abrazó con fuerza.

Rodeó al muchacho con los brazos y le palmeó la espalda.

—¿Estás bien, amigo? —preguntó.

Sebastian se alejó de él y asintió, en medio de una sonrisa lúgubre. Ger se corrió de la puerta y lo dejó pasar. No pasaron diez segundo, que León bajó las escaleras, maullando con cada paso que daba hacia él. El blondo se agachó y lo recibió con caricias, que se tradujeron en ronroneos.

—Te ha extrañado, lo dejaste abandonado  —comentó Ger—. Pensé en llevarlo a tu casa, pero algo me dijo que él prefería que lo vinieras a buscar.

—Gracias —sonrió.

Tras unos segundos de silencio, su mejor amigo suspiró y se apoyó contra la pared de la entrada.

—¿Quieres que le diga que se vaya? —el aludido negó—. Está en el living.

Sebastian dejó la campera en el guardarropa de la entrada y caminó hasta la sala de estar. Como bien había informado Gerard, allí estaba ella, sentada de piernas cruzadas en el sillón, con una taza de café en la mano. Llevaba el cabello corto, casi al ras en la parte trasera de la cabeza, y el flequillo ondulado le caía sobre la frente.

Le sonrió y ella lo hizo a su vez. Aún sentía el mismo dolor que aquella vez. Pero también la quería como el primer día. Ger pasó raudo a su lado, caminando hacia la cocina; para volver, al minuto, con dos tazas más.

—¿Cómo está todo? —le preguntó ella.

Sonaba diferente, más tranquila.

—Más o menos. ¿Qué pasó con el cabello largo? —quiso saber, tomando un poco de la reconfortante bebida.

Su amigo no tardó en sentirse de más, así que volvió a ponerse de pie y se marchó con una excusa tonta. Ann rio y él deseó que volviera. No quería estar solo con ella. Lo transportaba a un momento doloroso que no quería rememorar.

Notó que no llevaba maquillaje y que tenía un tatuaje en el brazo que no le conocía.

—Tuve una mala experiencia y alguien me dijo que cortarse el pelo ayuda a renovarse —suspiró.

Bastian se sintió tentado a preguntarle qué le había pasado, quería saber si había sufrido lo que él por ella y si el corte la había ayudado. Quería decirle que, de haberlo sabido, se habría rapado después de que le rompiera el corazón. La verdad es que había tardado bastante en endurecerse, cosa que su padre le había hecho recordar con cada uno de sus cumpleaños.

"¿Cuándo una nuera?"

—Bastian —lo llamó.

No había notado que se había quedado mirándola fijamente, casi con la misma intensidad que la primera vez. Claro que ahora no había adoración y excitación física en medio.

—Lo siento, me perdí por un segundo —sonrió con cortesía.

Ella asintió y tomó un poco de café. Parecía ansiosa y la comprendía, pues él era un manojo de nervios, cuando se le acercaba a Ann.

—¿Sabes? —preguntó con voz dulce, situando su delicada mano sobre la de él. Aquello lo puso en alerta y removió heridas secas—. Nunca te dije lo mucho que lamento lo que te hice —dijo con la voz amenazando con quebrarse.

Se llenaron de lágrimas sus grandes y gatunos ojos y Bastian entró en pánico. Todo lo que sabía casi biológicamente le gritaba que debía confortarla, pero no podía compartir esa intimidad con ella.

—Ha pasado mucho tiempo ya, Ann —contestó, incómodo, intentando quitarse el peso de los hombros.

—No importa —lagrimeó ella—. Fui muy cruel —continuó, pero él no quería escucharla

Había enterrado a ese Sebastian estúpido y confiado en el fondo de su historia y pretendía dejarlo ahí.

—De verdad, no importa. Estoy bien —insistió.

Ella se limpió las mejillas y sonrió, antes de negar y volver al café.

—Lo lamento. Me persigue desde hace bastante y no he sabido como acercarme.

Sebastian no quería hacer las paces. No quería ser su amigo, ni tampoco su enemigo. Quería que fueran desconocidos, simplemente. Quería caminar junto a ella, en medio de la calle y que se ignoraran mutuamente.

Aquello sonaba como el plan de un amargado, pensó. Sabía que se suponía que debía perdonarla y así quitarla de su camino, pero se le hacía complicado.

—Quizás es porque no quiero que te acerques —sentía ese nudo incómodo en la garganta que no le permitía hablar como debía.

Ella mutó su expresión por una de sorpresa.

—De veras, lo lamento, Bastian. Necesito perdonarme por lo que te hice, entiendo si tú no puedes. Mi parte está hecha —suspiró—. Estoy en una nueva etapa en mi vida, tratando de conectarme con el universo y hacer las paces conmigo.

—¿Te... te volviste hippie o algo? —preguntó con desconcierto, olvidando por completo el fastidio que había comenzado a tener.

—Sí, Bastian, me volví hippie o algo —respondió ella con tedio.

En ese instante, Sebastian comenzó a reír, para que luego se le sumara ella. Tanto tiempo y aún se trataban de las peores formas. Guardaban la confianza, de la peor forma posible, pese a los errores y el tiempo. Estaba seguro de que si se acostaban en ese momento, sería igual de cómodo y que, de la misma forma que en el pasado, acabarían discutiendo por una estupidez.

—Lo siento —sonrió él—. Había olvidado la facilidad con la que te irritas.

Ella bufó y le devolvió la sonrisa.

—Tú ríete de mí espiritualidad, si quieres, pero créeme —se acercó lo suficiente como para que él le sintiera el aliento a café, aunque sin erotismo alguno—, no todas son como fui yo. Ni yo misma lo soy. Te conozco —le dijo en susurros a un petrificado Bastian— y sé que te herí y que te pesa. Te libero —concluyó, dándole un golpe seco y fuerte en el pecho, con ambas palmas.

Luego soltó todo el aire que tenía, con los ojos cerrados, y le volvió a sonreír.

Aquella tontería lo había tomado por sorpresa. De alguna manera, quizás por el nivel de ridiculez de lo que acababa de hacer su ex novia, le había quitado dramatismo al lazo que los unía. Carcajeó, divertido y la miró incrédulo.

—¿Puedo abrazarte? —preguntó Ann.

—No —contestó, de inmediato, a lo que ella rio.

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