El Carnicero del Zodiaco (EN...

By Jota-King

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Primera entrega. Una seguidilla de asesinatos perturban a la ciudad de "El Calvario". Las víctimas son mutila... More

Notas del autor.
Prefacio.
El enfermo de los Marmolejo Tapia
Cuerpo sin alma.
El despertar de una bestia.
La decisión de Dante.
El Toro de Creta.
Símbolo.
Protocolo.
Bajo sospecha.
En la penumbra.
Fuego cruzado.
Frustración.
Los gemelos Mamani.
Hojas secas.
Negras ovejas.
Eslabón perdido.
Piedras en el camino.
Cruce de miradas.
Horas de incertidumbre.
Oscuro amanecer.
Hasta siempre amigo.
El carnicero del zodiaco.
Recogiendo trozos del pasado.
Huellas al descubierto.
Condena del pasado.
En lo profundo del bosque.
Una delgada línea.
El cangrejo se tiñe de rojo.
Epístola.

Perla Azul.

21 10 14
By Jota-King

Los cabos Emilio Rojas y Miguel González pasaban a formar parte del equipo del teniente Espinoza. La agilidad en este movimiento se debía a que el teniente Almeida estaba a solo un par de semanas de jubilar, y puesto que el caso de la muerte de Sebastián Creta era prioridad en la unidad, dada la crueldad con la cual lo habían ultimado, y sumado a la presión ejercida por el teniente Espinoza, hicieron que el Coronel Alberto Sanhueza, quien era el alto mando a cargo de la estación policial, tomara la decisión.

Ya conformado el equipo de trabajo, todos se reunían aquella mañana en la oficina del teniente, quien les impartía a cada uno las labores que tendrían que ejecutar. Los cabos Rojas y González se mostraban expectantes ante la gran oportunidad que se presentaba en sus jóvenes carreras, pues no cualquiera tenía la posibilidad de trabajar con el teniente Espinoza, considerado por muchos como una de las pocas leyendas vivientes de la vieja escuela.

—Muy bien jóvenes, —desde su asiento y con mirada penetrante, el teniente dirigía sus palabras a sus nuevos reclutas— como ya sabrán, no es casualidad que estén sentados aquí esta mañana. Tenemos entre manos un caso reciente y un caso de hace un año atrás. Ambos para mí son de extrema importancia y los trabajaremos a la par.

—Estamos disponibles para lo que usted mande mi teniente. —Espetaba el cabo Rojas.

—Usted y Meza continuarán con las diligencias de la muerte de Sebastián Creta, quiero que busquen por cielo, mar y tierra a ese fulano de nombre Pedro Prado, quien es por ahora nuestro único sospechoso.

—¿Cuál será mi tarea señor? —Le preguntaba el cabo González.

—Usted mi amigo, se quedará por hoy aquí conmigo, cotejaremos el asesinato perpetrado en la hacienda con un caso de hace un año atrás, —le respondía fríamente éste— tengo serias sospechas de que ambos están relacionados, y nuestra tarea será encontrar ese eslabón perdido.

—¿Aún cree que los casos están ligados señor? —Meza conocía el caso de los Marmolejo Tapia, aunque no tanto como lo aparentaba el teniente, por ello mantenía sus dudas respecto a qué tan ligados estaban, sin embargo, si el teniente tenía esa hipótesis era por algo.

—Mientras no tenga claro lo que ocurrió en esa granja, no estaré tranquilo sargento, hay algo aquí que no estamos viendo y no pretendo dejar sin esclarecer. Tengan una cosa clara, si mis sospechas son ciertas, esto es solo el principio.

—Si usted lo dice. —Murmuraba Meza.

—No lo digo yo sargento, lo dicen las escasas pistas que hasta ahora tenemos en ambos casos, además, durante mi conversación con Amelia, ésta me dejó aún más sospechas. Si allá afuera hay un potencial asesino en serie, debemos capturarlo antes de que esto se salga de control. Señor González, durante la mañana revisaremos los expedientes de ambos casos, durante la tarde iremos a la abandonada granja de los Marmolejo Tapia. Ustedes, —decía mirando a Meza y Rojas— ya saben qué hacer.

—Precisamente hoy tengo una nueva entrevista con otro de los asistentes a la fiesta, —expresaba Meza— espero tener nuevos antecedentes.

—¿Qué averiguó sobre ese raro dibujo?

—Hasta ahora nada, no tiene sentido alguno por el momento.

—¿Raro dibujo? —Preguntaba el cabo Rojas.

—Señor Meza, ponga al tanto del caso a su compañero, no quiero tener que estar repitiendo las cosas, ¿acaso me vieron plumas? Pues no, no soy un loro parlanchín. —Espetaba en su manera tan particular el teniente— Hágalo antes de su entrevista.

Tras impartir las labores del día, los hombres comenzaban su ardua jornada. Los nuevos integrantes sin embargo, se mantenían cautelosos ante cada orden impartida, ante cada mirada o palabra por parte del teniente Espinoza. Ya sabían, por los rumores de pasillo, lo complicado que era trabajar bajo sus órdenes, y muchos se sacaban el sombrero ante el cabo Meza, pues llevaba años junto a él. Mucho tiempo no pasaría para que comenzaran a conocerlo y darse cuenta que el teniente tenía una imagen muy lejana a la realidad.

En su círculo de trabajo era un hombre abierto como un libro, siempre dispuesto a ayudar y enseñar, pero con un carácter muy fuerte e intimidante, no se andaba con rodeos a la hora de decir las cosas a la cara, sin necesidad de adornar las palabras, y algo que lo caracterizaba era esa manera tan especial que tenía para decirlo.

—Muy bien señor, Juan Isla, —comenzaba Meza al sentarse frente a su entrevistado— según mi información usted trabaja en una constructora, ¿y dígame, cómo es que conocía a Sebastián Creta?

—Éramos compañeros en la escuela, nos conocemos hace años, somos de los pocos que aunque tenemos vidas diferentes, nos mantenemos en contacto. Cada cierto tiempo nos reunimos.

—¿Qué me puede decir de Pedro Prado? Hasta ahora él figura como la última persona en ver con vida al occiso, y por el momento se mantiene inubicable.

—Pedro es la oveja negra del grupo, —revelaba éste un tanto nervioso— por más que lo apoyamos, no logramos que enmendara el camino.

—¿Me va a decir que no tenía idea de las prácticas inhumanas que el señor Creta llevaba a cabo en su hacienda, ni mucho menos el deplorable estado en el que mantenía a su propio padre?

—Mire, en todo grupo de amigos siempre hay un par que es más apegado, Sebastián y Pedro eran los más apegados aquí, y a la vez los más complicados de llevar.

—Entonces diría usted que ambos eran la oveja negra en este círculo de amistades.

—Me atrevería a decir que sí, aunque era Pedro el más complicado. Sebastián no era de andar ventilando mucho su vida privada con nosotros.

—¿Y dígame, tiene algún dato, algún lugar desconocido donde pudiera estar oculto el señor Prado, alguna residencia de la que nadie sepa?

—¿Cree que yo puedo saber algo sargento?

—¿Son amigos, o me equivoco? —Meza se reincorporaba de su silla y se apoyaba sobre la mesa, mirándolo fijamente para intimidarlo. Llevaba tiempo haciendo ese movimiento, aunque muchas veces no le resultaba del todo, no como a su mentor— Además, su amigo es el principal sospechoso del asesinato del señor Creta. Si usted maneja información y lo está protegiendo, lo podemos acusar de encubridor.

—Creo saber dónde podría estar. —Manifestaba éste.

Ante la nueva información, Meza no perdía tiempo y alertaba a su superior sobre el posible paradero de Pedro Prado. El tiempo apremiaba, por lo que debían actuar de inmediato.

—¡Que den aviso ahora a la policía de Conchetumorrow, que las unidades vayan de inmediato a la dirección y que cerquen el lugar! ¡Si está ahí no quiero que lo dejen escapar! —El teniente daba las órdenes pertinentes y se preparaba para salir— Meza, usted me acompañará, ustedes dos permanezcan aquí, sigan cotejando lo que tenemos.

—Ya van de camino teniente.

—¡Bien, andando, el camino es largo!

Conchetumorrow quedaba al noroeste de la ciudad de El Calvario, por lo que llegarían al lugar ya entrada la noche. Según la información proporcionada por Juan Isla, en las afueras de la ciudad éste mantenía una cabaña de veraneo, de la que pocos conocían su existencia y a la cual iba cada año en temporada de caza. Para su fortuna había sido invitado hace un par de años por Pedro Prado para hacer una remodelación y aprovechar la temporada de cacería.

De camino a Conchetumorrow recibían nuevos antecedentes. Dada la orden de búsqueda que estaba en su contra, aquella mañana la policía ya había recibido información de testigos que identificaron la camioneta en las cercanías de la ciudad, y que además el sospechoso se habría detenido en una estación de servicio para cargar combustible y víveres.

—El servicentro nos queda de camino señor, ¿será bueno detenernos ahí para recabar más información?

—Es lo que haremos sargento. Según los testigos, Prado se detuvo por combustible y comida, pero si la cabaña se encuentra en una zona de cacería, es un hecho que tiene armas en su poder. El problema es saber el número de armas con las que dispone el infeliz, eso sin contar las municiones.

—Está huyendo señor, es claro que tiene información vital.

—Y se sentirá seguro en esa cabaña, con sus armas. El infeliz no contaba con que uno de sus propios amigos nos daría la ubicación exacta.

Minutos más tarde sonaba el celular del teniente. Del otro lado de la línea se encontraba el sargento Tapia, quien le informaba que por fin habían dado con la cabaña, la cual contaba con difícil acceso y que aparentaba estar sin moradores, pero que a la vez, se encontraba en las inmediaciones una camioneta que concordaba con la descripción de la que buscaban, específicamente un kilómetro antes de la ubicación de la cabaña. Los hombres mantendrían la vigilancia hasta tener a la vista al individuo.

Joel Espinoza le advertía al sargento que posiblemente el sospechoso se encontraba armado, por lo que debían ser precavidos en caso de encontrarlo, y de paso dejándole en claro que lo necesitaba vivo, pasara lo que pasara.

—Ya dieron con la cabaña mi amigo, —espetaba el teniente al colgar la llamada— es solo cuestión de tiempo para capturarlo.

—Pronto sabremos lo que ocurrió esa noche mi teniente.

—¡No hay que cantar victoria antes de tiempo, primero debemos capturarlo! Solo espero que este hijo de perra no cometa una locura.

—Con los antecedentes que tiene, —de reojo Meza le daba una mirada— es de esperar que no llegue a ese punto.

—Esperemos que no mi amigo, esperemos que no. De lo contrario nos arruinará la fiesta.

Horas más tarde se encontraban en el servicentro donde habían reportado la presencia de la camioneta conducida por Pedro Prado. Además de aprovechar la instancia para cargar combustible, el teniente debía cerciorarse de que efectivamente el sujeto solo había adquirido lo que les habían informado. No obstante, sus sospechas se harían realidad luego de entrevistar al encargado del local.

—Buenas tardes  señor.

—Buenas tardes, dígame, en qué lo puedo ayudar.

—Soy el teniente Joel Espinoza, —éste se dirigía al encargado y en el acto mostraba su placa, presentando de paso a su compañero— mi colega, el sargento Meza, quisiera hacerle unas preguntas sobre uno de sus clientes.

—Por aquí pasa mucha gente señor, tendría que ser más específico.

—Toyota Hilux doble cabina, de color rojo, abolladura en el costado izquierdo, —espetaba el teniente— ¿me hago entender?

—¡Ah, el tipo que están buscando!

—Efectivamente, ¿qué me puede decir?

—Estuvo aquí en la mañana, cargó combustible y compró mucha comida señor.

—¿Estaba solo?

—Creo que sí señor.

—¿Lo cree, o está seguro? —Indagaba Meza, quien observaba el lugar.

—A decir verdad, creo que estaba con dos sujetos más, pero no estoy del todo seguro.

—¿Sus cámaras, funcionan? —El teniente hacía alusión a las cámaras de seguridad que estaban a la vista.

—No señor, —le respondía el encargado— la computadora está en mantenimiento, por ahora están fuera de línea.

—Eso no me es de ayuda, —refunfuñaba el teniente— el tipo del que le pregunto, ¿es cliente habitual?

—Así es señor, creo que tiene una cabaña al oeste, siempre aparece por aquí en busca de comestible en época de cacería. De hecho me extrañó que apareciera hoy.

—¿Hay algún local cercano donde pueda comprar armas y municiones?

—Doblando la esquina, al final de la calle hay una armería, todos los cazadores van ahí a comprar, pero como le digo, no estamos en época de cacería.

—Sin embargo la armería se encuentra abierta, me imagino. —El teniente extraía del mostrador una revista, hojeando su contenido mientras observaba de manera penetrante al encargado, poniéndolo nervioso en cuestión de segundos.

El teniente terminaba de hojear la revista y la depositaba nuevamente en la estantería, posando sus ojos en una máquina de café que se encontraba tras el mostrador. Todo lo hacía lentamente, impacientando no solo al encargado del lugar, también a su compañero.

—Así es señor. —Con voz resquebrajada y temblante respondía éste.

—De acuerdo, gracias por su información. Sargento, nos vamos. —Tras dar unos pasos hacia la salida, súbitamente el teniente detenía su andar y volteaba la mirada hacia el encargado— ¿Me vende un par de hot dogs y un café? Mejor dos cafés. Y también me llevaré esta revista.

—¡Pero mi teniente, —Meza se sorprendía ante la petición de su superior, misma sorpresa que se llevaba el encargado— piensa comer!

—¿Acaso no tiene hambre sargento?

—A decir verdad, un poco.

—¡Entonces no fastidie sargento! —Nuevamente el teniente volteaba su mirada hacia el encargado, esbozando una leve e incomodante sonrisa— Que sea para llevar por favor, por lo visto mi compañero lleva prisa.

—¡Ay mi teniente!

—No me mire así sargento, el cuerpo pide. Además debiera saber que no trabajo bien si no tengo café en mis venas.

Tras el episodio un tanto raro para el sargento, finalmente llegaban a la armería, donde constataban que efectivamente Pedro Prado había comprado municiones para una escopeta semiautomática, además de adquirir dos revólver Smith & Wesson K-32 con sus respectivas municiones, las que sumaban en total diez cajas.

—Este hijo de perra está preparado, lo mejor será darle aviso a las unidades que se encuentran en el lugar para que tomen las medidas del caso.

—Lo mismo opino señor.

—Sin embargo, —el teniente pausaba sus palabras, frunciendo el ceño y pasando por su barba una de sus manos— dudo mucho que sea en realidad nuestro asesino.

—También estoy pensando lo mismo señor, —le revelaba el sargento— no tiene sentido que esté armado y preparado.

—¡No sea baboso sargento, no me refiero a eso! Es un hecho que si se oculta es por algo, pero no es época de cacería y nuestra víctima no fue abatida por un arma de fuego. Además ya sabemos que no está solo en la cabaña, y aunque el cuerpo de nuestra víctima nos diga que fue ultimado por más de una persona… Aquí hay gato encerrado.

—Según el GPS nos restan dos horas y media de viaje teniente, —Meza se quedaba pensativo tras las conjeturas del sargento, y algo de sentido encontraba en sus palabras— y como dice, por algo se está ocultando con recelo.

—Hay que estar preparados, esto se puede salir de control.

—Daré aviso de inmediato.

Entrada la noche, y con la ayuda del GPS, finalmente lograban llegar a destino. El área estaba acordonada, formando un perímetro de seguridad seis kilómetros a la redonda de la ubicación de la cabaña. El teniente Espinoza no perdía tiempo y se entrevistaba con el sargento Tapia, quien estaba a cargo de la operación y se encontraba reunido con otros oficiales en una carpa que habían montado en el sector.

—¿Alguna novedad sargento?

—Hace dos horas nos avisaron que la chimenea de la cabaña presentó actividad. Los efectivos lograron divisar a tres personas en la cabaña señor.

—¡Que su personal esté alerta, ya sabemos que los ocupantes de la cabaña se encuentran armados, cuentan por lo menos con dos revólveres y una escopeta, y puede ser que tengan más armas a disposición! ¿En la camioneta encontraron algo?

—Nada, se encuentra bajo vigilancia, en caso de que quieran escapar. Mis oficiales se encargaron de inhabilitarla para evitar que la usen como medio de transporte.

—¿Su gente conoce bien la zona?

—¡Son los mejores en esta área señor! —El sargento se enorgullecía de decirlo.

—Me parece bien, —argumentaba el teniente, quien observaba alrededor en busca de algo muy importante para él— no estoy aquí en calidad de turista, sin embargo, hay algo que me perturba.

—¿Qué lo perturba mi teniente? —Meza lo conocía lo suficiente, y ya sabía a qué se refería.

—¡Que no veo una puta cafetera aquí!

—¿Perdón señor? —El sargento Tapia se asombraba ante la observación del teniente.

—¿Es sordo acaso sargento, o estoy hablando en chino mandarín?

En ese instante irrumpía un policía en la carpa, quien traía noticias inesperadas. La cabaña se ubicaba a unos cuantos kilómetros del lago “Perla Azul”, el que contaba con un pequeño embarcadero. Era bien sabido que en época estival, en dicho lugar se celebraban diferentes competencias acuáticas, las cuales estaban interrumpidas hace un año sin motivo aparente. Por la manera en que éste ingresaba, y en especial su lenguaje corporal, el teniente Espinoza daba por sentado que las noticias que portaba no eran muy alentadoras.

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