Vida de Papá

By SingtuanKrist

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Arthit está decidido a tener una vida respetable. Estudió una carrera y ahora está buscando empleo para demos... More

Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Epílogo

Capítulo 1

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By SingtuanKrist

KONGPOB

—Voy a matarte, Kong. Lo juró por —¡ahh! —Maprang apretó la mano de Kongpob como si fuera su deber en esta vida pulverizarla. —Agh, duele. Dime otra vez por qué te dejé hacerme esto.

—Porque eres un alma amable y gentil que tuvo compasión de un alma solitaria como yo. —Kongpob le permitió que apretara, y cuando terminó, acarició la palma de su mano con el pulgar. —Lo estás haciendo genial, ¿sabes?

—¿Cómo sabes eso? —Maprang habló a través de sus dientes apretados. —No eres médico, Kong. No sabes de estas cosas. ¿En cuántos partos más has estado?

Ella estaba en lo cierto.

Maprang gritó de dolor y volvió a atenazarle la mano, y Kongpob respiró hondo para sobrellevar la aplastante agonía que ella le infligía. Sus cabellos lacios estaban pegados a su frente, enmarañados por el sudor, y su rostro se había enrojecido por el esfuerzo físico. Kongpob sabía que el parto no era bonito, pero no había imaginado ni la mitad de intenso de esto. Valoraba aún más el regalo de Maprang ahora que sabía lo duro que era el parto.

Hubo un educado golpecito en la puerta de su habitación privada del hospital. Kongpob levantó la cabeza para mirar hacia ella. El doctor Prem abrió la puerta y entró, su cabello estaba cuidadosamente peinado para que ningún mechón estuviera fuera de su sitio. Los brillantes ojos centellearon bajo las claras luces del hospital mientras el Dr. Prem se dirigía a la cama.

—¿Cómo lo estamos haciendo por aquí? —Preguntó jovialmente.

—Me estoy muriendo. —Maprang apretó los dientes. —Sáquemelo.

El doctor Prem se rio. Fue un sonido fresco que Kongpob admiró. Desde que se habían citado con el doctor Prem durante las visitas prenatales, Kongpob había pensado que el hombre era atractivo. En un hospital, haciendo lo que amaba, lo era aún más.

No es que fuera a ir por el doctor de todos modos. Kongpob tenía la costumbre de meter la pata y había terminado prematuramente con todas las relaciones que había tenido. Después de una serie de intentos fallidos que no duraban más de unos meses, decidió cortar el tema de las citas.

—Bueno, déjame ver que podemos hacer con eso. Voy a comprobar como lo estamos haciendo, ¿de acuerdo? —El doctor Prem levantó la sábana que cubría la parte inferior de Maprang. Con un uhmm, miró a Maprang sobre la sábana. —Parece que estamos listos para traer a este bebé.

—Gracias, Dios mío. —Maprang dejó caer la cabeza contra la almohada.

—Estoy taaan cansada de esto. Kongpob, no vas a conseguir otro niño. Uno y se acabó.

—¿Quieres decir que no voy a conseguir la familia numerosa cristiana que siempre he soñado?

—¡Ni lo sueñes!

Kongpob se rio, y eso le hizo ganarse un fuerte codazo en las costillas de Maprang.

A su alrededor, comenzó el movimiento. Enfermeras entraron a la habitación. La ropa de cama cambió de manos. Un carro con instrumental esterilizado de apariencia extraña llegó. Kongpob se alegró enormemente de que Maprang no tuviera interés en mirar, porque él estaba empezando a sentirse mareado pensando en las cosas que había en el carro, y ni siquiera era él el que tenía que traer al bebé.

—Muy bien, Maprang, ¿estamos listos? —Preguntó el doctor Prem. — Vamos a traer rápidamente a este niño al mundo. Estará hecho muy pronto.

—Por favor, literalmente pegaría un puñetazo a una monja para que eso pase. ¿Podemos hacer que pase? —Maprang levantó la cabeza, su barbilla se metió en su cuello. —Estoy harta.

—Entonces todo lo que necesitas es recordar tus cursos de preparto y trabajar conmigo en las próximas contracciones, ¿de acuerdo? —El doctor Prem se enfundó un par de guantes de nitrilo. —Todo el mundo en esta habitación es un equipo, y estamos aquí para ti y para tu bebé.

—Eso es genial, en serio, ¿pero podemos darnos un poco de prisa? —

Las palabras de Maprang se volvieron más arrastradas a mitad de la oración y apretó la mano de Kongpob tan fuerte que este pudo oír algún que otro chasquido. —Realmente es lo peor. Estoy taaan arrepentida de no ponerme esa epidural. ¿En qué demonios estaba pensando?

—Lo estás haciendo fenomenal. —Kongpob apretó su mano y Maprang le dio una mirada asesina que le hizo decidir que mejor se quedaba calladito.

—Muy bien, Maprang, la enfermera Yeji y la enfermera Lia están aquí conmigo. El bebé está en posición cefálica, eso es bueno. Muy bueno. Estás completamente dilatada y lista para dar a luz. Vamos a trabajar juntos en este segundo minuto del parto. Cuando sientas la necesidad de empujar, quiero que vayas adelante con ello, ¿de acuerdo? Hasta que el bebé empiece a coronar, vamos a empujar.

—¿Vamos?—Maprang preguntó. Dejó caer la cabeza contra la almohada. — Estoy encantada de que —¡ahhh! —Maprang solo pudo apretar la mano de Kongpob, encogiéndose sobre sí misma con los ojos abiertos como platos. —Oh, Dios, Oh, Dios mío, tengo que empujar.

La emoción se extendió por el pecho de Kongpob. No pudo evitar sonreír.

El parto estaba llegando a su fin, y eso significaba que en unas horas conocería a su nuevo hijo, o hija, cara a cara por primera vez.

Estaba listo. Estaba más listo de lo que había estado nunca.

—Recuerda llevar la cuenta. Cuenta conmigo. Estás empujando y —

¡muy bien! —felicitó el doctor Prem. —De acuerdo. Lo estás haciendo fenomenal. Respira. Tienes que recordar seguir respirando. No serás de mucha ayuda en el parto si te desmayas.

—¿Cuánto queda? —Maprang se apartó un mechón de cabello húmedo de la frente. — Ya casi hemos terminado, ¿verdad? ¿Empujar significa que casi hemos terminado?

—En una madre primeriza, cuyo bebé está en posición cefálica anterior, esperamos solo una o dos horas más.

—¡Solo!—Maprang se rio secamente. — Kong. Estarás en graves problemas cuando pueda volver a caminar. Voy a patearte el culo por convencerme para hacer esto. Y...

Atendiendo al crujido de huesos en la mano de Kongpob, otra contracción vino. Maprang respiró a través de sus dientes y empujó, y Kongpob estuvo como apoyo. Las contracciones eran regulares ahora, y cada vez que Maprang empujaba el doctor Prem la animaba en el proceso.

Las enfermeras zumbaban alrededor. Limpiaban la frente de Maprang con paños húmedos y se aseguraban de que estuviera cómoda. Una de ellas, sintió compasión por Kongpob y tomó el relevo a la media hora para que pudiera salir de la habitación a beber agua. Cuando regresó, Maprang le lanzaba dagas con los ojos.

Sabía que no debía tomarlo personalmente.

Pasó otra media hora. Cuanto más empujaba Maprang, más satisfecha sonaba. Cada vez que gritaba por una nueva contracción, su voz se elevaba y ganaba fuerza. Para Kongpob, parecía que su dolor se había vuelto triunfo. Sabía que estaba progresando y que no quedaba mucho.

Kongpob no podía esperar.

—Muy bien, Maprang, el bebé está casi coronando. ¿Estás lista? —El doctor Prem la miró, sus ojos llenos de amabilidad y comprensión.

—Tenemos que dar otro empujoncito. Solo uno.

—¿Uno más? —Maprang casi suspiró con alivio. —Demonios, sí, estoy lista. Estoy lista desde hace cuatro horas.

—Entonces vamos allá.

El grito de Maprang hizo eco en el tímpano de Kongpob. Apretó su mano tan fuerte que sus dedos se pusieron tiesos y empezaron a volverse rojos. Kongpob observó mientras Maprang cerraba los ojos con fuerza y se le arrugaba la cara por la presión. Debajo, el doctor Prem estaba maniobrando con ella, preparándose para recibir al bebé.

—Buen trabajo, Maprang. Sigue así. ¡Sigue así! —Animó el doctor Prem

—Puedes hacerlo, —Kongpob afirmó, pensando que era seguro hablar de nuevo.

No lo era.

Maprang abrió los ojos solo para poder echarle una mirada asesina.

—Tú me hiciste esto. ¡No te metas!

Kongpob cerró la boca en ese mismo instante. Maprang le estaba haciendo el favor más grande que pudiera hacerle, e iba a respetar sus deseos.

—Aquí está la cabeza. Solo un poco más. Ya lo tienes, Maprang. Estás, haciendo un gran trabajo. —El doctor Prem maniobraba por debajo de las sábanas, pero Kongpob no se atrevió a mirar. Permaneció al lado de Maprang, aguantando la respiración.

El bebé estaba llegando. Iba a ser padre.

—Vamos. ¡Vamos! —El doctor Prem se echó hacia atrás en el mismo momento que Maprang jadeó. Se dejó caer en la cama, con los ojos abiertos, mirando al techo. Kongpob dejó de mirarla para ver qué estaba haciendo el doctor, cuando su corazón se detuvo. En los brazos del doctor había un increíblemente diminuto ser humano de color rojo brillante.

El hijo de Kongpob.

La mandíbula de Kongpob cayó abierta, y dio un pequeño paso hacia el doctor, abrumado. La personita en brazos del doctor Prem era alguien a quien había ayudado a traer al mundo, alguien que tenía sus genes y que llevaría su apellido. El amor, instantáneo e ineludible, golpeó a Kongpob como un camión.

Sonrió de oreja a oreja.

—Enhorabuena, es un niño. —El doctor Prem caminó hacia delante y dejó el bebé en los brazos de Maprang. Maprang lo acunó contra su pecho y dejó caer su bata de hospital por su hombro para descubrirse un pecho. El bebé no necesitó muchas pistas para encontrar el pezón y engancharse a él.

Al ver la piel arrugada, la cabeza ligeramente con forma de cono y el cuerpo de un doloroso tono rojizo, Kongpob se descubrió preocupado. Había manchas de una sustancia blancuzca en la piel del bebé.

—¿Está bien, doctor? —Preguntó Kongpob. —Está tan rojo, y tiene esa... sustancia.

—Vérnix, —dijo el doctor Prem. —Protege la piel. Se recomienda que lo frote, pero si lo prefiere, le lavaremos cuando haya dejado de tomar el pecho.

—No, Yo... —Kongpob vaciló. Con mano temblorosa se estiró para tocar el minúsculo humano acurrucado en los brazos de Maprang. Cuando la punta de sus dedos aterrizó en la piel del bebé, estaba cálido. Real. Maprang realmente lo había hecho. Era padre. —Puedo hacerlo. Solo quería asegurarme de que estaba bien.

Suavemente, más suave de lo que nunca había sido con nadie, Kongpob frotó la vérnix en la piel de su hijo. Se impregnó sin problema, y el bebé pareció disfrutar su toque.

Kongpob se derritió.

Había escuchado historias de padres que se enamoraban de inmediato, pero siempre había pensado que era inventos de los k-dramas. Ahora lo sabía mejor. La emoción de saber que era el padre de otra persona era increíble. Amaba a su hijo con todo su ser.

—Está hambriento, —Maprang comentó, mientras lo elevaba suavemente hacia su pecho. —Apuesto a que en dieciséis años comerá como un león, Kong. Será mejor que empieces a ahorrar para comida ahora mismo.

—¿Sí? —Kongpob rio. —Abriré una cuenta para alimentos a la vez que la de la universidad. Buena idea.

Ambos acordaron que Kongpob cortara el cordón, y el doctor Prem lo miró durante el proceso, y Kongpob hizo su mayor esfuerzo para no permitir que sus manos temblaran.

Después las enfermeras se lo llevaron para lavarlo, pesarlo y vestirlo. En su ausencia, Maprang expulsó la placenta.

Después, con el corazón latiendo tan fuerte contra sus costillas que el latido vibró en sus huesos, Kongpob tomo al bebé y lo sostuvo contra su pecho. Una mano diminuta se estiró y agarró la camisa de Kongpob, con una fuerza notable para alguien tan pequeño.

A Kongpob se le cayó la baba.

—¿Cómo se llama? —Preguntó el doctor Prem.

Kongpob sonrió. Mantuvo la mirada fija en el bebé que tenía en brazos.

Cuando respondió, su voz era equilibrada y madura de una manera que nunca antes había sido, la paternidad lo golpeó con fuerza y Kongpob no pensó que se recuperaría nunca.

Tampoco quería.

—Dae, —Kongpob dijo suavemente, acariciando la mejilla de Minyeon con un dedo. —Su nombre es Dae.

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