Se Paciente Conmigo |TERMINAD...

By Demitae_6

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1ER LIBRO La vida de Elizabeth Aydin cambia de manera drástica, cuando conoce a Ahmed y Baadir, dos millonari... More

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ANUNCIO IMPORTANTE
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EPÍLOGO

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By Demitae_6

AHMED ÜLKER

«Lo voy a matar, juro que lo mataré con mis manos.»

La sangre del maldito que tengo bajo mis puños sigue corriendo y manchando el piso de tal manera que hasta creo que morirá desangrado. No pienso detenerme si eso llega a ocurrir, de hecho, eso es lo que busco, acabar con esta escoria que trató —o logró—, tocar a mi esposa, a mi sultana.

«Maldita sea, nunca debí separarme de ella.»

De un momento a otro soy separado de ese maldito y lo veo respirar, lo cual solo hace que quiera abalanzarme nuevamente sobre él, pero no puedo, el padre de mi esposa me sostiene y no me deja avanzar.

Después de que el esposo de Charlotte lo ayuda a recobrar la conciencia, ese maldito asqueroso regresa a ver a mi Sultana y emite una risa profunda.

Quiero verla, quiero detallar, quiero saber si está bien, pero no puedo, me da miedo darme cuenta de que le hizo ese tipo.

—Ya fuiste mía —habla despacio—, esto me basta y sobra para cobrar todo lo que hice por ti.

—¿De qué hablas? —habla el señor Aydin mientras me suelta poco a poco —¿Qué le hiciste a mi hija?

—Lo que debía haber hecho desde hace mucho tiempo —lo ve a los ojos y sonriente dice—, la hice mía.

Me quedo un momento analizando sus palabras y para cuando reacciono, ya no soy yo quien tiene las manos manchadas de sangre. El señor Aydin es quien lo está matando y si no fuera porque escucho el sollozo de mi Sultana, iría a ayudar a mi suegro con gusto.

La señora Aydin y sus hijas bajan corriendo asustadas y en vez de preocuparse por mi Sultana, defienden a ese maldito para que el señor Aydin lo suelte.

Tomo valor y regreso mi vista a donde se encuentra ella. Tiene la mirada perdida, su cabello y ropa se encuentran tan desordenados que ni siquiera logro detallarla como quisiera para saber si está o no bien.

«¿Qué te hizo Sultana? ¿Qué te hizo ese maldito?»

Mi cuerpo no reacciona incluso cuando 2 policías llegan al lugar y separan al señor Aydin de ese tipo que espero y esté muerto.

—¡Te voy a matar maldito! —grita desesperado el señor Aydin mientras trata de zafarse.

El grito que pega hace que mi Sultana también pegue un grito llamando la atención de todos los presentes. Ahora sí, mis pies reaccionan y me acerco a ella despacio para no asustarla. Sin embargo, cuando llego frente a ella, se asusta y en movimientos lentos se apega más a la pared mientras su mirada se ve perdida en mis pies, no me ve, no sabe que soy yo, sigue asustada.

Me agacho para que mi cara esté a su altura y se dé cuenta que no soy ese maldito, que yo no le haré daño. Su respiración se calma cuando me ve a los ojos y trato de tomar su mano, pero la retira asustada al instante.

—P-perdón, yo no quería, él..., él me... —no termina la frase cuando llega Anastasia a su lado y la abraza mientras la cubre con una manta y la envuelve tapándola completamente, lo cual agradezco.

Quisiera ser yo quien la abrace y reconforte para que sepa que está a salvo, pero sé que solo la asustaría más por lo que me limito a mirarlas desde mi posición.

—Mi niña dime ¿Qué te hizo ese maldito? —dice Anastasia mientras empieza a llorar con ella— No me digas que..., no, no...

«Es mi culpa, yo debía estar aquí, es mi maldita culpa.»

—Sultana, soy yo, mírame —no puedo soportarlo y trato de llamar su atención, lo cual consigo, tarda un poco, pero de un momento a otro se lanza sobre mí abrazándome—. Perdóname, perdóname Sultana, ese maldito ni siquiera debería estar vivo ahora, debería matarlo por..., por lo que te hizo.

Ambos nos fundimos en un abrazo que no pienso deshacer fácilmente —a menos que ella quiera—. A mi espalda escucho como ese tipo comienza a reír a carcajadas, pero aun así no la suelto.

Entre gritos y sollozos entiendo que se llevarán a Emir a la comisaría y aunque sé que no le harán lo que merece, me da algo de paz que ya no estará en la misma habitación de mi Sultana para que logre calmarse.

Ella empieza a alejarse de mis brazos y yo solo ruego que no vuelva a confundirse para que no piense que le quiero hacer daño como ese animal. Cuando ya se encuentra a una distancia considerable, puedo ver fácilmente lo que tiene en los hombros y su cuello por una pequeña abertura en la manta. Le dejó tantas marcas que me aterra preguntar por ellas. Ni siquiera me atrevo a detallar más allá de eso, soy un cobarde.

—Lo voy a matar. —digo y trato de levantarme para ir tras esos malditos que se lo llevaron.

No logro dar ni siquiera un paso, cuando siento como se aferra a mi pantalón.

—N-no, no vayas, qué-quédate conmigo —dice casi en un susurro.

No tiene que decírmelo más veces, cuando ya estoy nuevamente de rodillas frente a ella esperando a que sea ella quien decida abrazarme y lo hace al instante aferrándose con más fuerza.

—Hi-hija, ¿Estás bien? —habla el señor Aydin y sus sollozos se mezclan con los de Anastasia que sigue a nuestro lado— Dime que estás bien por favor, dime que tengo que hacer, yo..., yo no sé qué hacer, lo único que se me ocurre es matar a ese maldito.

—No harás nada —interviene la señora Aydin por primera vez—, no puedes hacer nada porque ella se lo buscó.

A pesar de que no quiero, me separo de mi Sultana y me giro para encarar a su madre, pero antes de siquiera abrir la boca, ella habla.

—¿Po-por qué es mi culpa mamá? ¿Qué hice para que ese maldito me..., me haya tocado y...?

—¿Te tocó? —dice su supuesta madre antes de pegar una carcajada— ¿Y sólo por eso armas tanto problema muchacha?

—Cállate y lárgate de aquí si vas a decir solo estupideces. —habla entre dientes el señor Aydin.

—No, claro que no me voy a ir —cruza sus brazos y trata de acercarse a nuestra dirección, pero el señor Aydin le corta el paso—. Ya me cansé Arnold, tal vez sea hora de decirle la verdad, para que deje su papel de víctima de una vez por todas porque a nadie le importa.

—¡Que te vayas maldita sea! Ahora no le dirás nada —abrazo a mi Sultana cuando escucho como pega un pequeño grito ahogado—. ¿Acaso no te toca el corazón lo que le acaba de pasar? ¡¿No ves cómo está?!

—No, de hecho, me parece una exageración su teatrito y claro que le voy a decir todo porque jamás la volveré a ver y no quiero que piense que tiene una madre esperándola en Vakirust, porque no la tiene, nunca la tuvo.

—Cállate maldita sea, no me obligues a alzarte la mano por primera vez. —amenaza mi suegro.

Para este punto ya no me interesa su pelea, solo quiero que se larguen todos de aquí y me dejen con mi Sultana.

—¡Elizabeth! —continúa la señora— Yo no soy tu madre y Arnold tampoco es tu padre —ríe cuando termina y sus otras hijas se le unen—. Ahora muchacha, espero dejes de llamarme madre, porque no lo soy, yo solo tengo 3 hijos y a ti solo te recogió Arnold cuando eras una bebé en...

Nadie lo espera, pero algunos disfrutamos cuando el señor Aydin le da una cachetada que la bota al suelo haciendo que al fin se calle.

No espero más y de inmediato me acerco a levantar a la señora del brazo, intenta agradecerme, pero se detiene cuando la llevo casi a rastras escaleras arriba para dejarla en la sala. Regreso a la misma velocidad y antes de que sus hijas se abalancen contra mí por lo que acabo de hacer con su madre, las tomo también de los brazos y las llevo hasta donde dejé a su madre.

Cuando regreso, miro al señor Aydin, al esposo de Charlotte y a Anastasia que se han quedado perplejos ante mi atrevimiento.

—Se que esta es su casa —empiezo mirando a mi suegro—, pero le pido que me deje a solas con mi esposa —trata de hablar, pero no lo dejo—. Suficiente ha tenido el día de hoy con lo que ese maldito le hizo y lo que su..., su esposa acaba de hacer. A los tres, les pido que se retiren por favor.

No dicen ni hacen nada, hasta que la voz de mi sultana los hace reaccionar.

—Por favor —escucho un hilo de voz—, váyanse. Déjenme sola.

—Hija, perdón, tú sí eres mi hija, tu madre solo...—trata de decir rápido.

—¡Váyanse! ¡Déjenme sola!

Anastasia toma al señor Aydin y al esposo de Charlotte del brazo para llevarlos arriba.

Cuando al fin cierran la puerta, vuelvo a mi posición frente a ella.

—Tú también, déjame sola, quiero estar sola —las lágrimas vuelven a cubrir su rostro—, no quiero que me veas así, vete por favor.

—No, no puedo, no me pidas eso —digo firme—, ahora eres mi esposa y jamás volveré a cometer el error de dejarte sola.

Quiero abrazarla, me muero por hacerlo y que se quede entre mis brazos para siempre. Pero no se acerca, ahora ha puesto una barrera invisible entre nosotros que solo hace que me sienta más inútil.

Por primera vez empiezo a detallarla más allá de su cuello y hombros y me doy cuenta de la escena horrorosa que ese tipo ha creado en ella. A pesar de que lleva la manta, puedo ver como ese maldito ha dejado su vestido, sobre todo en la parte superior donde al igual que en el cuello y hombros, lleva marcas más sobresalientes.

«Si la tocó, ese maldito le hizo daño.»

—Te tengo que llevar a un hospital, tiene que revisarte un médico Sultana. —trato de sonar lo más calmado posible, aunque por dentro estoy muriendo por ir a matar a ese tipo.

—No, no quiero. —se apega más a la pared y evita mi mirada.

—Se que no quieres, pero debemos ir para que te revisen por si ese maldito te hizo más daño por..., por dentro.

Me duele decirlo, pero no quiero que, por culpa de ese tipo, ella resulte más afectada si logró su cometido.

—No voy a ir, si quieres ve tú, pero yo no vuelvo a salir de aquí.

—¿Quieres que llame a una doctora? Puedo hacer que venga, solo te revisará, yo estaré aquí, nadie se te va a acercar, te lo juro.

Su mirada vuelve a posarse en mí y trato de parecer lo más calmado posible.

—¿No me dejarás sola? ¿Estás seguro?

—Si, te lo prometo Sultana. —digo rápido—. Solo llamaré a uno de los hombres que contraté para que ellos se ocupen de traer a una doctora. Solo será un momento, no me alejaré mucho.

Cuando asiente entiendo que debo moverme rápido para que no se arrepienta. Me dirijo a paso rápido y desde la puerta grito el nombre de uno de los tipos que contraté el cual llega al instante. Doy las órdenes y explico cómo se debe hacer todo, de ahora en adelante para que mi Sultana no se sienta vulnerable frente a algún otro hombre.

Regreso tan rápido como puedo a su lado y trato de sentarme cerca de ella, pero noto que se asusta mucho cuando trato de acercarme por lo que me limito a quedarme a una distancia considerable y en completo silencio.

Quisiera preguntarle tantas cosas, pero sé que solo le haría daño. Quiero que ella sea quien empiece a hablar, no por obligación, sino porque quiere. Nunca llega a hablar, solo se queda mirando a la nada y cuando estoy a punto de preguntar por primera vez, la llegada de la doctora corta mi acción.

La doctora no sé de dónde la trajeron, pero por la forma en la que trata a mi Sultana me hace querer abrazar a esos idiotas que contraté. Empieza pidiéndole permiso para acercarse completamente y revisarla. No tarda mucho en convencerla.

Retira la manta de su cuerpo y antes si quiera de que pueda ver más allá de lo que debo, mi Sultana habla.

—¿Puedes girarte? —dice despacio, como si tratara de no hacerme enojar— No quiero que me veas así, por favor, yo solo...

—No tienes que pedirlo de favor cariño, no te preocupes, me daré la vuelta.

Lo hago, me doy la vuelta, pero no me alejo ni un centímetro de ella.

Cuando empieza el interrogatorio de la doctora, empieza mi pequeño martirio.

—Necesito saber que pasó —se detiene— ¿Quieres que él escuche? No es necesario que esté aquí, puedes pedirle que espere afuera.

—¡No! No quiero que se vaya —dice desesperada—. Él puede escuchar, después de todo, es mi esposo ahora.

—Entiendo, entonces ¿Podrías decirme qué te hicieron? —dice con calma—. No es necesario que me des detalles, solo quiero saber lo que tú puedas contarme.

Tarda unos minutos en responder y cuando empieza mis ganas de querer salir corriendo de aquí como un cobarde se hacen más grandes.

—Él me ... Emir, fue él —se le quiebra la voz—, rompió mi vestido, aquí..., también me..., me quitó la ro-ropa interior...

«No sigas...»

—Él se quitó el pantalón..., su ropa interior y... —empieza a llorar.

«No puedes abrazarla ahora, no puedes Ahmed, espera que termine.»

—Entiendo, siento mucho que hayas tenido que pasar por esto, ninguna mujer debería hacerlo —interviene la doctora antes de que yo lo haga y se lo agradezco internamente—, pero quisiera saber algo más, algo que es muy necesario para saber si estás bien ¿Puedo preguntar?

—¿Q-qué cosa? —dice entre sollozos.

—Él... ¿llegó a introducir su...?

—Si.

Con esa simple palabra todo se derrumba a mi alrededor. Ni siquiera puedo mantenerme de rodillas pues mis piernas fallan y caigo para un lado.

—Bue-bueno, yo solo sentí que entró un poco hasta que..., hasta que Ahmed me lo quitó de encima —cuando escucho eso, suelto el aire que no me había dado cuenta de que tenía retenido—. No me do-dolió, pero si me dio miedo ¿Cree que estoy exagerando doctora?

—Escúchame bien Elizabeth Ülker —empieza la doctora de manera suave—. Jamás, escúchame bien, jamás creas que algo como lo que te acaba de pasar no tiene importancia, porque la tiene. Ese maldito te tocó y espero que no haya llegado a cumplir su cometido. Por eso y para estar segura, necesito revisarte ¿Me dejarías?

—No, no quiero, me da vergüenza.

—No tienes nada de qué avergonzarte, pero si no quieres está bien, entiendo.

«Deja que lo haga Sultana, es por tu bien, deja que lo haga...»

— También debes saber que, si ese tipo te hizo algo que tal vez no sentiste, podría perjudicar tu salud, podrías llegar incluso a estar embarazada ¿Estás segura de que no quieres que te revise? —termina la doctora.

Tarda un poco en responder, pero al final lo hace.

—Está bien, hágalo doctora..., pero no quiero que él escuche, eso no. Pero tampoco quiero que se vaya..., no sé qué hacer.

Se que se refiere a mí.

—Señor Ülker, le pido que se aleje un poco y se tape los oídos, por favor.

—Entiendo doctora —digo con la voz más calmada que encuentro en mi ser—. No escucharé nada Sultana, puedes estar tranquila.

Me alejo hasta donde considero una distancia prudente para no dejarla sola pero que tampoco piense que estoy escuchando todo. Cubro mis orejas y dejo de escuchar.

Mientras estoy esperando alguna señal que me indique que puedo regresar a verla o que me puedo acercar, me pierdo en mis pensamientos. Tengo claro que cuando mi Sultana se duerma y la deje bien resguardada de cualquier peligro, iré a matar a ese tipo. No puedo dejar que esto se quede así, eso jamás.

A medianoche debe llegar uno de los hombres que contraté para darme la ubicación exacta de ese animal. Sé que romperé mi promesa de no alejarme de ella, pero es necesario.

Después de un tiempo, siento como tocan mi hombro y salgo de mi trance destapando mis orejas.

—Señor Ülker, ya terminé ¿Puedo hablar con usted?

Mentalmente me preparo para lo que viene y me levanto. Nos alejamos un poco de donde está mi Sultana y mientras la veo de reojo, la doctora empieza a hablar.

—Su esposa sufrió una agresión sexual básica.

—¿Qué quiere decir con eso? —digo esperando lo peor.

—Cuando la revisé me di cuenta de que no hubo penetración, ni de objetos ni de miembro, no existe ruptura del himen y tampoco existe sangrado.

—¿Entonces...?

—Eso quiere decir que, en efecto, su esposa sufrió agresión sexual, pero ese maldi..., perdón, ese tipo no logró consumar el acto y su esposa está bien, bueno, dentro de lo que cabe el término "bien".

—¿Está segura? Porque está asustada, no me deja acercarme y...

—Si, estoy segura y es normal su reacción, de hecho, le recomendaría que la lleve a ver a un psicólogo, porque no podrá superarlo ella sola —regresa a verla—. Siento mucho que a su esposa le haya pasado eso y espero usted tampoco sea imprudente como otros esposos que he visto.

—¿Cómo? No entiendo.

—Si ella no quiere, no la obligue a dormir junto a usted, no la obligue a tener relaciones, no la obligue incluso a abrazarlo porque podría asustarla más. Le pido que entienda que ahora mismo ella está asustada y no podrá cumplir su papel como esposa.

—Claro que no pensaba obligarla a hacer eso —digo horrorizado— ¿Por quién me toma doctora?

—Lo siento, es que he visto tantos casos parecidos que siempre terminan mal por los esposos desesperados, sobre todo entre parejas recién casadas.

—Entiendo, entiendo y gracias por su preocupación —me calmo—. Tenga por seguro que no haré nada que la asuste más de lo que ya está. Ahora ¿Qué me recomienda hacer? ¿Necesita alguna medicina? ¿Le compro algo? ¿Qué hago?

—Sea paciente, muy paciente señor Ülker, es lo único que ella necesita de usted.

«No me está ayudando»

Supongo que leyó mi pensamiento porque de inmediato continúa.

—Podría recomendarle que le diga que se bañe, de seguro necesita mucho eso. también le voy a dejarle unas pastillas para calmarla en caso de que más tarde sufra algún ataque de ansiedad, son calmantes que le recomiendo solo usarlos cuando usted no pueda calmarla con palabras ¿Me entiende?

—Claro que entiendo. Gracias.

—¡Oh! también le dejaré una crema para las marcas en su piel, le ayudarán mucho —se detiene y la veo pensar— y no se olvide del psicólogo, es lo indispensable para ella.

Asiento y después de un par de formalidades, de entregarme los calmantes, la crema y pagar por sus servicios, se retira.

Me acerco despacio, como me recomendó la doctora antes de irse para no asustarla más y me arrodillo frente a ella.

—La-la doctora dijo que debes bañarte Sultana ¿Puedes hacerlo? ¿Te ayudo? —empiezo a hablar rápido de los nervios— Si no quieres está bien, no tienes que hacerlo, solo que...

—Si, me quiero bañar Ahmed —dice calmada y eso me tranquiliza a mí.

No hablo más y ella se levanta despacio para ir hacia una puerta que cuando la abre, descubro que es un baño completo. Regresa a un estante que no había visto y de ahí saca lo que supongo es su ropa de dormir. Entra con todo al baño y cuando suena la ducha al fin puedo respirar con más normalidad.

Empiezo a acomodar todo. Retiro las cobijas y voy en busca de otras para que no sienta que está en el mismo lugar que ese maldito usó para intentar hacerle daño. Hallo lo que necesito y empiezo a arreglar todo, incluso muevo el colchón a otra ubicación para tratar de engañar su mente y que no recuerde lo que acaba de pasar. Se que es imposible, pero lo intento.

Mientras limpio un poco el desorden que se ha formado alrededor, diviso en el suelo una prenda. Me agacho, la recojo y me doy cuenta de que es la ropa interior que ese maldito le quitó. Estoy a punto de botarla o esconderla para que mi Sultana no la vea, pero soy muy lento.

—¡¿Qué haces con eso?! —aparece de la nada quitándome su prenda de las manos.

—Lo encontré cuando estaba acomodando todo, lo siento, no quería que te sintieras incómoda. Perdóname, no quería...

—Está bien, está bien, perdóname tú a mí, pero no quería que la encontraras.

Noto como su cuerpo se hace para adelante y por un instante siento que va a venir a mis brazos, pero no lo hace, se detiene a la mitad y baja la cabeza antes de dar media vuelta y regresar al baño.

No tarda tanto cuando regresa bien cubierta con la misma manta que le había dado Anastasia y su cabello húmedo. Se para frente a mí y antes de que hable, yo lo hago.

—Yo... ¿Quieres dormir? —trato de vocalizar despacio.

—La verdad es que no, pero si estás cansado —dice casi en un susurro sin mirarme—... ¿Vas a dormir a la derecha o a la izquierda?

—¿Quieres que duerma contigo? —digo recordando lo que dijo la doctora.

Levanta su cabeza y noto lágrimas acumuladas en sus ojos.

«¡¿Qué hice?! ¿Dije algo malo?»

—T-te doy asco ¿Verdad? —caen las primeras lágrimas— Yo no quería, perdóname, yo en serio no quería que él me tocara.

Por un momento olvido todo lo que me recomendó la doctora y la abrazo. Se que es un acto atrevido y posiblemente la asuste más, pero no puedo soportar más al verla en ese estado.

«"Si ella no quiere, no la obligue a dormir junto a usted, no la obligue a tener relaciones, no la obligue incluso a abrazarlo porque podría asustarla más"»

Cuando reacciono y me doy cuenta de mi atrevimiento trato de separarme para no seguir asustándola más, pero me doy cuenta de que es ella quien se aferra a mí, por lo que decido seguir con mi abrazo.

—No me das asco ni nada parecido esposa mía —beso su frente—, solo no quiero que te sientas incómoda si duermo a tu lado. Me entiendes ¿verdad? —asiente.

—E-entonces ... ¿No te enojarías si te pido que no duermas conmigo?

—Claro que no Sultana, no me enojaría, puedo dormir incluso en la silla si eso te hace sentir cómoda.

—No, no quiero que duermas ahí, podrías... —mira en toda la habitación— ¡Ya sé!

Se separa de mí y va hasta detrás de las escaleras para sacar una pequeña colchoneta de lugar.

—Puedes dormir aquí, claro, si no te molesta.

—Ya te dije que no, puedo dormir donde sea.

«Ni siquiera planeo dormir hoy Sultana.»

Acomodamos la pequeña colchoneta con varias cobijas y cuando ya está todo listo, nos acostamos cada uno en su lugar. Ella en su colchón y yo en la pequeña colchoneta que por su cuenta puso a lado del colchón. No estamos junto pero tampoco separados y eso me gusta y calma un poco.

Antes de apagar la luz, conecta una pequeña lámpara que no había visto y la pone a mi lado.

—Para que no tengas miedo en la noche y si necesitas algo puedas levantarte. —dice dándome una sonrisa.

Hasta el final piensa en mí y yo ni siquiera me había acordado hasta ahora de ponerle la crema.

—Lo había olvidado, tienes que ponerte la crema —me levanto.

—Ya me la puse Ahmed, gracias por preocuparte. —asiento y vuelvo a acostarme.

Hasta ahora no me había dado cuenta de que ella sigue usando mi nombre en vez de "esposo" o..., lo que sea mejor que mi nombre y para hacerle la conversa suelto lo primero que se me ocurre.

—¿Por qué me sigues llamando Ahmed?

—Porque así te llamas ¿O no es tu nombre?

—Claro que es mi nombre, solo que... —«No lo digas, vas a sonar como un idiota»— Nada, olvídalo.

Toma mi mano llamando mi atención.

—Ya, dime.

«Ya que, por eso no debí abrir la boca.»

—Es que ahora que somos esposos, pensé que me llamarías diferente. —digo sin mirarla pues es algo estúpido que saque el tema ahora.

—No he tenido tiempo de pensarlo, después de todo lo que pasó...

—Si, tienes razón, soy un idiota, olvídalo.

—No, está bien..., tienes razón, debería llamarte diferente, pero "esposo" se me hace muy serio. —bosteza y entiendo que la plática está funcionando para hacerla dormir.

—Podrías llamarme como quieras, siempre y cuando sea con cariño Sultana. No busques excusas.

—Podría..., podría...

No dice más y mientras yo me mato pensando en algún pseudónimo cariñoso, ella ya se ha dormido. Me acomodo de lado y la detallo ahora sí con más paciencia. Su cara al dormir es excepcional, no es perfecta como en los cuentos o películas, pero para mí sigue siendo la mujer más hermosa que he visto mientras un hilo de baba sale de su boca y su cabello está esparcido por todos lados.

—Podrías llamarme "cariño" —digo en un susurro para no despertarla.

Al llegar la medianoche, siento como golpean la pequeña ventana de manera delicada y agradezco que lo hagan así, pues si no, mataría a quien despierte a mi Sultana.

Gracias a la pequeña lámpara puedo levantarme y alistarme para salir despacio hacia el patio trasero. Antes de salir, la cubro bien y dejo un casto beso en su frente.

Cuando salgo, la cara de uno de mis hombres me muestra que algo no va bien.

—¿Qué pasó?

—Señor..., lo que pasa..., lo que pasa es que...

—¡Qué! —me callo y trato de calmarme para no despertar a mi esposa— ¿Qué pasó?

—Está muerto.

—¿Quién está muerto?

—Emir, lo acaban de matar y nadie sabe quién lo hizo. Su familia está averiguando, pero lo único que saben es que lo mataron en uno de los calabozos de la estación de policías.

—Maldita sea, se me fue de las manos, debí matarlo cuando pude. —digo para mí mismo mientras revuelvo mi cabello y camino en círculos.

«Ahora no podré cobrar venganza, se me ha escapado de las manos el maldito.»

Detengo mis pasos cuando escucho a mi Sultana llamarme.

—¡Ahmed!

A pesar de saber que ese tipo está muerto ahora, no puedo dejar de pensar lo peor y voy corriendo hacia el sótano.

Cuando llego la veo de pie sobre el colchón con lágrimas en sus ojos. Instintivamente la detallo de pies a cabeza y no noto nada extraño, aun así, no demoro en preguntar cuando ya estoy cerca de ella.

—¿Qué pasa? ¿Estás bien? ¿Necesitas algo? —salen las preguntas lo más rápido que puedo hablar.

Se abalanza contra mí y me abraza.

—Me desperté y no estabas ¿A dónde fuiste? —aprieta más su agarre.

—Tranquila, solo salí a darles indicaciones a los muchachos para mañana, bueno, hoy más tarde. Recuerda que debemos partir al amanecer. —miento.

Se aleja un poco de mí para verme, pero sigue con sus manos a mi alrededor.

—Lo recuerdo, solo que no te encontré a mi lado y me asusté, pensé que me abandonaste.

—Está bien, perdón, debí ser más cauteloso. Pero no pienses que te abandonaría, porque eso jamás pasará —asiente y vuelve a acercarse abrazándome con más fuerza que antes—. Ahora debemos dormir.

—Duerme a mi lado.

—Claro que estoy a tu lado, tomaré tu mano desde mi lado para que sientas que estoy contigo si eso es lo que quieres...

—No —niega con la cabeza—. No entiendes, quiero que duermas a mi lado, no en la colchoneta.

Tardo un momento en asimilar lo que pide y al final solo asiento.

Sin decir nada más se acuesta y me queda viendo para que imite su acción. Tardo en hacerlo pues estoy preparado por si al final se arrepiente, pero no lo hace. Nos tapamos con las cobijas y cuando ya estoy listo para cerrar los ojos, siento como me abraza metiendo su cabeza entre la escotadura de mi cuello.

Su respiración pausada choca en mi cuello directamente lo cual hace que mi estúpido cuerpo reacciones. Trato de centrar mis pensamientos en otra cosa para que no lo haga y lo logro.

Cuando empieza a darme sueño veo por última vez el rostro de mi esposa y esta vez mis labios dejan un casto beso en su cabeza. Despacio y con sumo cuidado termino de abrazarla y apegarme más a ella —como si eso fuera posible—, antes de caer rendido mis últimos pensamientos van para ella.

«No te voy a dejar, nunca más esposa mía, nunca más cariño.»

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