Luimelia Vientos Celestiales...

By Luimeliamivida

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¿Puede la carta de una ex-amante cambiar toda una vida? Amelia Ledesma es una compositora de éxito comprometi... More

Personajes
01 - Luisa Gómez
02 - Amelia Ledesma
03 - Abuela
04 - Encuentro
05 - Sofía
06 - Cariño
07 - Amigos
08 - Regreso
09 - Celos
10 - Correr
11 - Barbacoa
12 - Conversaciones
13 - Columpio
14 - Tú ganas
15 - Chicago
16 - Mi amor
17 - Nuestra
18 - Halloween
19 - Acción de Gracias
20 - Navidad
21 - Bebé
22 - Vientos celestiales
Epílogo
Secuela

23 - El paraíso

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By Luimeliamivida


Fue una Navidad fabulosa.


Sofía jugó con su piano y le regaló a su hermana pequeña varios peluches, Luisita hizo la cena y Amelia pudo elegir entre tocar el piano o ayudar en la cocina. Así que Sofía y ella se sentaron en sus pianos respectivos.


Miguel y Álvaro fueron a cenar, Sofía volvió a recibir regalos de Papá Noel. También se pasaron el rato haciéndole monerías a María Clara, que sonrió, babeó y sonrió aún más.


Fue Lilian la primera en fijarse en el anillo y le agarró la mano a Luisita, para estudiarlo.


— Vaya, vaya... — suspiró —. Es muy bonito, Luisa. Qué romántico.


Luisita contuvo las lágrimas y asintió. 


— Sí, todo... Ella ha acabado la canción, Lilian.


— ¿Qué? — se asombró Lilian, que no pudo ocultar la sorpresa cuando Amelia regresó a la sala de estar —. Amelia, después de todos estos años, has acabado tu canción, cariño.


— Sí, la canción de mi Luisi, abuela. — Amelia la rodeó con el brazo —. Mamá decía que algún día encontraría a la persona adecuada y sería capaz de terminarla. Y mira que ella tenía razón.


Luisita le dio un beso en la mejilla — Eres preciosa, mi amor.


— Tu mas, mi vida. — Dijo y dejó un beso suave en los labios de la rubia que suspiró con los pelos de punta.


— Pues eso, yo... Bueno yo voy hacer unas tortillas para nuestra hija.


— Vale. Sonrió delante del nerviosismo de su prometida y dejó otro beso en los labios de la rubia que con las mejillas rojas regresó a la cocina.


Amelia se volteó hacia su abuela, que sonrió y la besó a su vez.


— Tu madre estaría muy orgullosa de ti. Seguro que está orgullosa de ti ahora mismo. Y yo también.


— Gracias, abuela.


—¿La querrás para siempre? — le preguntó Lilian.


Amelia asintió — Para siempre. Que Dios se apiade de ella.


El chillido de Miguel desde la cocina interrumpió sus carcajadas y salió corriendo, seguido de Luisita, meneando la cabeza, para abrazar a Amelia con todas sus fuerzas.


— Es maravilloso — se alegró Miguel —. Es... ay, es muy romántico. ¿Y has terminado tu canción para Luisa? Ay, Dios mío, eso... oh, es tan...


— Romántico — completó Lilian.


Amelia puso los ojos en blanco y fue a la cocina.


— Necesitamos champán.


Miguel miró a Luisita. — No bromea, ¿verdad?


— No, me quiere — afirmó, feliz como una colibrí y la siguió a la cocina.


Mientras Amelia abría la botella, Luisita fue por detrás, le rodeó la cintura con los brazos y le besó el cuello. Amelia cerró los ojos mientras se estremeció. Entonces Luisita fue subiendo la mano lentamente y le tomo un pecho.


— Ah, Dios, Luisita... no hagas eso ahora, cariño — gimió Amelia, temblorosa.


Luisita se alegraba de ver que no había perdido la práctica, porque había pasado mucho tiempo y las expectativas sobre cómo sería su primera vez la estaban matando.


— Has tenido mucha paciencia. Ya no voy a hacerte esperar más, mi amor... — murmuró Luisita, masajeándole el pecho muy despacio.


Amelia cerró los ojos de nuevo; tenía la respiración desbocada.


— Después de acostar a las niñas. Guarda una botella de champán — le susurró al oído antes de soltarla.


Amelia dejó escapar un gruñido de impotencia y se volteó hacia Luisita, que mordisqueaba una ramita de apio. Salió de la cocina y Amelia se quedó clavada donde estaba, paralizada y dominada por el ansia.


Amelia echó a Miguel y a Álvaro temprano y Lilian se partía de risa mientras se ponía el abrigo, hasta el punto de que Luisita se moría de vergüenza.


— Vale, vale, ya lo hemos pillado — les dijo Miguel, al salir por la puerta.


— Feliz Navidad — les deseó Luisita.


Los dos se despidieron con un gesto de la mano. A Lilian le dio un beso y meneó las cejas.


Pásenla bien — deseó, y besó a Amelia en la mejilla —. Espero no saber nada de ustedes hasta dentro de unos días.


— Te quiero, abuela — le dijo Amelia —. Pero ya te estás largando.


Lilian soltó una carcajada, les lanzó un beso a ambas y cerró la puerta.


— Amelia... — la riñó Luisita cuando se hubo marchado.


La morena la ignoró y cogió en brazos a Sofía, que dormitaba en el sofá. 


— Muy bien, pitufa, hora de irse a la camita — anunció, y llevó a la adormilada pequeña a su habitación.


Luisita cabeceó, pero se apresuró a apagar las luces, cerrar la puerta con llave y coger el champán. Dentro del baño, se contempló en el espejo que había detrás de la puerta.


— No está mal, con un poco de ejercicio... Bueno, con mucho ejercicio — se dijo.


Se cepilló el pelo, se puso el camisón que le había regalado Amelia por Navidad y la bata de seda a juego, y respiró hondo.


Al llegar a la habitación, Amelia vio el botellero casero dentro del cual había metido el champán en hielo. Sonrió y abrió la botella con un chasquido que lanzó el corcho a la otra punta de la habitación, llenó dos copas y empezó a desabrocharse la camisa.


— Ah, no. Quieta —le ordenó Luisita desde la puerta del baño.


Amelia se dio la vuelta y se quedó con la boca abierta. Luisita estaba...


— Estas... Absolutamente preciosa —musitó, con la boca seca.


Dio un trago apresurado de champán cuando la rubia se le acercó; al llegar a su lado le quitó la copa y dio un sorbo. Amelia sonrió y cerró los ojos, sumergiéndose en el embriagador perfume de su amor, entonces Luisita dejó la copa y empezó a desabrocharle la camisa ella misma.


— Llevo tanto tiempo imaginándote así, amor...


Esta exhaló un suspiro y le acaricio la mejilla de Luisita, que le apartó la camisa de los hombros y le besó la parte superior de los senos. Amelia inspiró bruscamente y se le escapó un gemido quedo, se quitó la camisa lo más rápido que pudo, al tiempo que Luisita le desabrochaba el sujetador y lo dejaba caer al suelo.


— Dios mío, Amelia, tienes un cuerpo precioso — susurró Luisita.


Le agarró los dos pechos a la vez y Amelia se quedó sin habla.


Le temblaban los dedos al desatarle la bata de seda y Luisita, más que dispuesta a ayudarla, empezó a desabrocharse los botones, pero Amelia le apartó las manos.


— Yo solita, cariño.


— No, por favor, nada de hablar como una niña pequeña... a no ser que la situación lo requiera — pidió Luisita en voz baja.


— Perdón, mi vida.


La recorrió un escalofrío cuando la bata se deslizó de sus hombros y le cayó alrededor de los tobillos.


Dios, querían ir despacio, de verdad que sí, pero las dos mujeres ansiaban tanto sentirse la una a la otra que era casi doloroso y lo único que querían era llegar al clímax. 


Se tumbaron en la cama, con la respiración entrecortada, y Amelia le devoró el cuello a Luisita, esta jadeó y le acarició el espeso cabello.


— Amelia, por favor, necesito tenerte ya mi amor, dentro por favor...


Amelia le abrió las piernas a su amada y titubeó.


— Cariño, ¿Estás segura? Quiero decir, no...


Luisita le selló los labios con la yema de los dedos. 


— Amor, estoy bien, no me harás daño.


Amelia sonrió y le besó los dedos. Cuando deslizó sus largos dedos de pianista entre sus húmedos pliegues, dejó escapar un gruñido ronco.


— Por Dios, cariño — gimió, cuando el primer contacto con la mujer que amaba la hizo estremecer.


Luisita arqueó las caderas, buscándola.


— Amelia, amor — la suplicó.


La morena la penetró una y otra vez, con tanta ternura que Luisita estuvo a punto de perder el control. Se sacudió descontroladamente y chilló.


— Amor, sí, sigue, más hondo, por favor — gemía, incapaz de contenerse.


Amelia apenas respiraba y Luisita notó la tensión en su rostro, movió la pierna debajo de Amelia. Al levantarla entre sus muslos, le frotó la entrepierna y se maravilló de lo caliente y mojada que estaba.


— Dios mío, cariño — gritó Amelia.


Le metió los dedos con más fuerza y los gemidos de ambas llenaron la quietud de la habitación.


Amelia se balanceaba sobre el muslo de Luisita, mientras la penetraba todo lo hondo que podía, sumando un dedo y luego otro más.


— ¡Sí, mi amor, sí, síííí! — exclamó Luisita, sofocando un grito.


Agitó las caderas, hundiéndole el muslo a Amelia entre las piernas. Ella intentó contenerse hasta que Luisita estuviera a punto.


— Estoy muy cerca, amor — la advirtió entre jadeos, Amelia metió y agitó los dedos en su interior.


Entonces notó que los músculos de Luisita se tensaban alrededor de sus dedos, se descubrió dando gracias estúpidamente por sus ejercicios Kegels, por saber que Luisita estaba al límite.


— Córrete conmigo, mi vida... — le rogó en voz baja y sensual.


Aquello bastó. Luisita puso todo el cuerpo en tensión y el orgasmo la recorrió como una cascada, arrastrando a su amante al abismo. El clímax fue rápido y poderoso, pero sorprendentemente silencioso.


Luisita se abrazó a Amelia, respingando y sacudiéndose hasta que por fin dejó de temblar. Solo entonces Amelia retiró la mano y Luisita arqueó la espalda, gimió al dejar de sentirla dentro.


— Amelia, te quiero mi amor — murmuró, cuando su amante se tumbó encima de ella para recuperar el aliento.


— Y to — dijo casi sin aliento


La abrazó y repitió su nombre una y otra vez, hasta que Amelia fue capaz de moverse y se echó de espaldas. Enseguida, Luisita se acurrucó a su lado.


— Oh, Dios mío eso fué — susurró Luisita al recuperar un poco de aliento.


Amelia se limitó a asentir, alargar el brazo y servir dos copas de champán.


— Guau — murmuró, y brindó con Luisita.


Estuvieron un rato abrazadas en la cama, bebiendo champán, sin decir nada, hasta que la oyeron


— Mamá — llamaba Sofía


— Esa no puede ser María Clara — opinó Amelia —. ¿Verdad?


— Mamá — insistió


— Te llama a ti — afirmó Amelia, dándose aires de superioridad.


Luisita se incorporó y la observó. — ¿Y por qué no puedes ser tú?


— Porque yo soy «Mami». Tú eres mamá.


Luisita la miró con los ojos entornados, pero tuvo que admitir que tenía razón. Entonces volvió a oírse la vocecilla.


— Mami!


Amelia arrugó la nariz, y esta vez fue Luisita la que le regaló una sonrisa burlona, antes de besarla en el cuello.


— Puff... Ya voy yo — susurró la rubia.


Amelia gruñó y dejó la copa en la mesita de noche. 


— No, cariño, voy yo. Si vas tú te pasarás una hora, arrullándola y haciendo de madre cursi — opinó la morena.


Se dirigía a la puerta cuando Luisita la llamó. — Amor.


La morena se volteó.


— La bata — le recordó Luisita en tono severo.


Amelia se puso colorada. — Siempre se me olvida — farfulló, y se puso la bata.


—Si fuera por ti, criaríamos dos niñas nudistas — comentó dando un sorbo de champán —. ¿Amor?


Amelia miró a su amada: La rubia estaba tumbada de lado y se pasaba una mano por el pecho lentamente. 


— Date prisa, vale?


Amelia se estremeció físicamente. — Ay, Dios, vale, vale. —gimió y salió a toda prisa.


— Eh, pitufa. ¿Qué pasa, cariñito? — la oyó preguntar.


Sofía farfulló algo que Luisita no llegó a entender, así que se levantó y salió al pasillo a tiempo de ver a Amelia con Sofía bajo el brazo, de camino al baño. La niña se reía.


— Deprisa, nena — le decía Amelia.


Luisita se tapó los ojos con la mano.


— Madre del año — sonrió, y dio otro sorbo de champán.


— Ya está, buena chica. Eres muy mayor — la felicitó Amelia apresuradamente. Luisita oyó que, gracias a Dios, tiraban de la cadena y se alegró muchísimo cuando Amelia apuntó —: Espera, lávate las manos antes de que mamá me grite.


A continuación, asistió horrorizada a cómo Amelia salía corriendo del baño con su hija debajo del brazo como un saco de patatas, con los brazos y las piernas colgando.


—  ¡Mami! — protestaba Sofía.


Luisita se tapó la cara otra vez.


— Qué niña más buena, ¿sí? Ya está, pitufa. Felices sueños.


Sofía murmuró algo más.


— Aquí tienes al pez. Te quiero. Buenas noches, cariño.


En un abrir y cerrar de ojos, Amelia estaba de vuelta en la habitación.


— Una parada en tiempo récord, si me permites — se enorgulleció.


Luisita le lanzó una mirada severa.


—¿Qué? — se extrañó Amelia, confundida.


Forzó una risita al quitarse la bata y deslizarse bajo las sábanas con Luisita.


— Amor, nuestra hija no es un saco de patatas — insistió Luisita.


Amelia se apoyó sobre el codo cuando Luisita le pasó la copa de champán.


— Ya lo sé, mi vida. Es... bueno, es un hobbit.


Luisita trató de contener la risa. —¿Por qué la llamas así?


— Porque me encanta cómo se te marca la vena del cuello — respondió Amelia, pasándole la yema de los dedos por la vena en cuestión.


El cálido roce le arrancó un suspiro a Luisita.


— Si las teclas de tu piano pudieran hablar — susurró.


Amelia sonrió y le paseó los dedos por los senos. Luego la tumbó de espaldas afectuosamente y admiró su cuerpo.


— Déjame mirarte — pidió Amelia, recorriéndole con los dedos el contorno de los generosos pechos.


A Luisita le entró vergüenza, porque sus pechos no se habían recuperado tan bien como el resto de su cuerpo. Amelia adivinó lo que le pasaba por la cabeza.


— Te adoro. Adoro saber que has dado tu cuerpo por nuestra hija. Me parece increíblemente sexy — murmuró en voz ronca y sensual.


A Luisita se le sacudieron las caderas instintivamente y la morena, que lo notó, le regaló una sonrisa radiante.


Le encantaba saber que era capaz de excitar tanto a aquella mujer. Su caricia, ligera como una pluma, se centró en el turgente pezón, que se puso duro bajo sus atenciones.


— Me encanta cómo responde tu cuerpo cuando te toco. Nadie más sabrá cómo darte placer, solo yo.


— Es como si hubiera sido la primera vez que me hacían el amor. Nadie me ha hecho sentir nunca como tú. Es como si me tocaras el alma.


Amelia le sonrió y le acarició la curva de la cadera y el estómago.


— Y pensar que solo hace tres semanas que la pequeña María Clara estaba creciendo aquí dentro... — suspiró Amelia, y bajó la mano un poco, enredando los dedos en los suaves rizos.


Luisita sonrió y cerró los ojos. — Por Dios, mi amor, se te da bien...


Amelia se agachó y la besó en la mejilla, en la comisura de los labios y en la boca, caliente y húmeda. Le lamió los labios con la punta de la lengua, hasta que los separó, y entonces le recorrió el interior antes de buscar al fin la sedosa lengua de Luisita.


Cuando sus lenguas se encontraron, las dos mujeres gimieron y las entrelazaron en una suave danza. Amelia se colocó sobre ella, separando las piernas con la rodilla. Luisita se lo permitió con un suspiro de satisfacción, y Amelia se colocó entre sus muslos, empezó a balancearse contra sus caderas.


Mientras tanto, Luisita le masajeó el trasero y se frotó con ella. Amelia gimió, se tumbó encima de su amante, de manera que sus pechos se rozaran sensualmente y sus pezones entraran en contacto.


Aaaaah, Dios — gimió Amelia, arqueando la espalda bajo las caricias de Luisita.


Esta suspiró cuando sus labios se unieron de nuevo en un beso celestial. Luego los labios de Amelia viajaron más al sur y le cubrieron de besos la barbilla y el cuello. Cuando alcanzó su pecho y se metió el pezón en la boca, Luisita se arqueó de golpe.


Miró hacia abajo para verla chupar y le enredó los dedos en el pelo para mantenerle la cabeza en su sitio. Amelia gimió contra su pecho y a Luisita le entraron los temblores; con la mano libre, la morena se concentró en el otro pecho y le pellizcó el pezón con delicadeza, sin dejar de chuparla.


Luisita estaba en el paraíso.


De repente, la ojimiel se apartó de golpe y miró a la rubia, helada.


Tragó saliva y se relamió. Luisita levantó la vista.


— Amor? ¿Qué, Amelia? ¿Qué pasa?


— Yo... tu pecho... He tragado un poco... lo siento. Tu leche... yo... — balbuceó, perpleja.


— Creo que no pasa nada — le aseguró Luisita, aunque frunció el ceño —. No pasa nada, ¿verdad? —preguntó, algo inquieta.


— Voy a averiguarlo.


Amelia saltó de la cama, agarró su móvil y marcó. Mientras esperaba que se lo cogieran, paseaba desnuda por la habitación.


—No estarás llamando a Lilian.


— Dios, no — contestó.


— ¿Estás llamando a la doctora?


Amelia se detuvo en seco y se volvió, roja como un tomate.


— Oh. Supongo que eso habría sido mejor idea —musitó la o morena, con una leve sonrisa.


Luisita abrió los ojos como plato con incredulidad — ¿Y a quién demonios estás llamando? —inquirió, subiéndose la sábana hasta la garganta.


Amelia torció el gesto y habló al auricular. — Hola... ¿Nacho?


— ¿Nacho? — gimió Luisita, desplomándose de espaldas y tapándose la cabeza.


— Esto... hola, Nacho... Sí, o... oye, ¿está Marina? — preguntó Amelia, tratando de aparentar naturalidad.


Estar desnuda en el medio de la habitación, por mucho que apoyara una mano en la cadera, no ayudaba precisamente a aparentar que no pasaba nada.


— Amelia — la voz soñolienta de Marina sonó al otro lado del auricular —. ¿Qué pasa?


— Perdona por despertarte, pero es que tengo una pregunta. Esto — hizo una pausa cuando oyó reírse a Luisita debajo de la sábana, y también se rió —. Tengo una pregunta sobre dar el pecho.


Luisita estalló en carcajadas, bajó la sábana, y observó a Amelia con incredulidad.


—¿Dar el pecho? — preguntó Marina.


— Sí, yo... Bueno, es que resulta que yo... Verás, Luisita y yo estábamos... y yo...


— Ni una palabra más, ya me lo imagino. No pasa nada. La leche de Luisita está perfectamente. Sencillamente deja algo para el bebé.


Amelia suspiro, aliviada.


— Gracias, Marina.


— Pasen bien. Eso sí que es dar el pecho, y lo demás son tonterías. Me muero de ganas de contárselo a Nacho.


Amelia colgó, satisfecha, y le sonrió seductoramente a Luisita.


— ¿Qué ha dicho? — le preguntó cuándo su amante se metió otra vez en la cama y gateó sobre ella como una pantera a punto de atacar.


Amelia se tumbó encima de Luisita y la besó apasionadamente. — Que recordáramos dejar algo para el bebé. Si con esto no despertamos a las niñas, será un milagro — le respondió en voz baja.


La besó entre los pechos y le pasó la lengua por todo el torso, también por la zona del ombligo, sin dejar de estrujarle los pechos con las manos.


— Cariño, te deseo tanto... — murmuró contra su estómago al notar que los músculos de la rubia se estremecían incontroladamente.


Luisita abrió las piernas todo lo que pudo y empujó a Amelia por los hombros.


— Hmmm ¿Quieres algo, cariño? —preguntó con voz ronca—.Dímelo, mi vida. Dimelo que quieres.


— Amelia, por favor... Yo... — calló, porque nadie le había preguntado nunca lo que quería —. Quiero sentir cómo me comes entera, mi amor. Por favor — le suplicó. Su deseo latía cada vez con más urgencia.


Amelia descendió sobre ella y Luisita gimió en alto cuando la besó en el pubis y en la cara interior del muslo. La lamió y le besó la pierna hasta la rodilla y luego volvió hacia arriba, ignorando el palpitante clítoris de Luisita con toda la intención.


Luisita gimoteó, pero si la primera vez había sido demasiado rápido, esta vez la pianista iba a asegurarse de que su novia lo disfrutaba. Se merecía que la mujer que la quería le hiciera el amor lenta y apasionadamente. Siempre.


Amelia le besó la parte superior del muslo y luego le subió un poco las piernas, para acariciarle la parte de atrás. Luisita se estremecía y se mordía el labio, aferrada a las sábanas, para no gritar, así que la morena supuso que ya la había hecho esperar bastante, se inclinó para besar sus tiernos pliegues.


— Aaah, sí... sí, así, mi amor suplicó


Amelia siguió besándola amorosamente unos segundos y finalmente sacó la lengua, saboreó su amor por primera vez.


— Amelia, no pares amor, por favor, no pares — repetía, enredándole los dedos en el pelo.


La pianista suspiró y a continuación le cubrió el clítoris con la boca, chupando con delicadeza.


—Ooooh... —Luisita dejó escapar un gruñido gutural.


Había olvidado aquella sensación, y saber que era Amelia la que le hacía el amor y que nunca sería nadie más que ella era la emoción más exquisita que había experimentado jamás.


Arqueó la espalda cuando la morena la lamió con la lengua plana, de arriba abajo, sin parar, y todo su cuerpo se puso en tensión.


— Ahora, cariño. Córrete para mí — murmuró.


La erótica orden desató una pasión arrolladora que la recorrió en oleadas de gloria hasta entregarle a aquella mujer todo lo que tenía dentro.


— Sí, aaaaaamor — gritó, cuando un nuevo orgasmo volvió a partirla en dos.


Y aun así, notaba un tercero cerca y agarró a Amelia del cabello con todas sus fuerzas para que no se moviera. Para que no parase.


Finalmente, el placer se convirtió en un dolor sordo y ya no pudo soportarlo más. Tiró de sua amada y esta remontó sobre su cuerpo, cubriéndola de besos, entonces Luisita rodó e inmovilizó a Amelia bajo su cuerpo. La pianista gimió, la rubia la besó apasionadamente y le estrujó los senos firmes y suaves.


— Amor, yo también te deseo. Necesito estar dentro de ti. Muy dentro — le había dicho en un bajo susurro.


El sonido de su voz le puso a Amelia el corazón a cien. Entre tanto, su novia agachaba la cabeza y se metía su duro pezón en la boca. La maravillaba lo mucho que le gustaba el sabor del cuerpo de la pianista, comiéndose el pezón con avidez.


— Luisi, cariño, por favor — gruñía.


Luisita estaba completamente concentrada en dar placer a Amelia: le pasó la mano por el vientre y luego bajó un poco más, la morena enseguida abrió las piernas, increíblemente excitada. Sus rizos brillaban de humedad y latían, hambrientos de sus caricias.


—¡Luisita! — gritó, sacudiendo las caderas con anticipación.


La rubia le acarició el pubis empapado, enganchada a su olor, y gimió contra el pecho de la pianista mientras le introducía los dedos entre los pliegues y alcanzaba el clítoris palpitante con la yema de los dedos.


La estudió con insistencia, ansiosa por conocer cada centímetro inexplorado de Amelia. Esta estaba completamente entregada, con los ojos cerrados y perdida en sus caricias.


— Amelia, mi amor, mírame — le susurró apasionadamente —. Puede que hayas conocido a muchas mujeres, pero la única que conocerá tu cuerpo de ahora en adelante seré yo. Eres mía, mi amor, y yo soy tuya. Ahora y para siempre.


—Sí, sí, sí. Soy toda tuya. Nunca había sentido algo tan fuerte por nadie... nunca —gimió asombrada.


Era la verdad, Luisita estaba acariciándole el alma.


— Ahora, mi amor. Córrete para mí — repitió la erótica orden de Amelia.


Esta chilló cuando la rubia le metió un dedo y luego otro. Arqueó las caderas para darle mejor acceso.


— Más, Luisita, dámelo todo, cariño, por favor... —suplicó, aferrada a su amada con los dedos enredados en su melena rubia.


Nunca había pedido ni necesitado tanto de nadie como de Luisita en aquel instante.


— Luisita, ahora, mi vida!


Luisita la penetró con caricias largas y rítmicas hasta que el interior de la pianista se contrajo en torno a sus dedos.


—¡Dios miiioo oooh! —gritó Amelia cuando la recorrió una nueva oleada.


Luisita notó el amor de Amelia resbalarle por la mano, hasta que su cuerpo se sacudió una última vez y la rubia aminoró el ritmo, recibió a morena con ternura en su lento regreso del cielo.


— Estoy completamente muerta cariño — dijo sin aliento Amelia con la voz rota.


Luisita le acarició los pechos.


— Para ya o me desmayaré — le dijo Amelia.


Luisita se rió, pero dejó la mano quieta.


— Ha sido maravilloso — afirmó, y la besó en el hombro.


—Sí, lo ha sido — asintió —. Y pensar que no hemos despertado a las niñas...


— Creo que hemos estado muy cerca un par de veces.


Luisita se echó a su lado y apoyó la cabeza sobre su pecho. 


— Ahora mismo soy muy feliz.


— Yo también, cariño. Es verdaderamente increíble todo eso.


Yacieron abrazadas, sin hablar. Amelia no dejaba de acariciarle el cabello, en gesto ausente pero reverente. La notaba parpadear contra su pecho y sabía que no estaba dormida.


— ¿En qué piensas, mi vida? —susurró.


— Me acordaba del día que viniste a recogernos a la estación de autobuses — respondió afectuosamente, y le acarició el estómago.


Amelia soltó una carcajada y un bostezo al mismo tiempo.


— Jolín, yo no estaba preparada para tener a nadie en mi vida. La primera vez que te vi, yo...


Luisita levanto la mirada.


—¿Tú qué? — inquirió, apoyando la cabeza sobre la mano.


La morena se encogió de hombros y se rió, nerviosa. 


— No entré enseguida. Las vi, a Sofía y a ti, las observé un par de minutos. Te vi con el conductor e imaginé que no tenías dinero para darle. Vi la cara que ponías.


Luisita asintió. — Sí, estaba sin blanca.


Se quedaron calladas un par de minutos, hasta que Amelia volvió a hablar.


— Era completamente irracional, pero estaba cabreada con Laura por ponernos en aquella situación — confesó Amelia.


Luisita asintió de nuevo. 


— Lo entiendo, yo también estaba un poco enfadada con ella. — Respiró hondo y exhaló lentamente —. ¿Te importa que hablemos de Laura? Sé que acabamos de hacer el amor como nunca y deberíamos de hablar sobre el futuro...


— A veces el pasado forma parte del futuro. Claro que no me importa. Nunca hemos llegado a hablar mucho de ella.


Aunque hablaba en serio, Amelia no pudo evitar notar una punzada de inseguridad, que relegó al fondo de su mente para escuchar a Luisita.


— Cuando Laura me dijo que tenía cáncer de huesos, como te conté, me quedé destrozada. Lo sentía muchísimo por ella. Quería consolarla de alguna manera, pero ella se alejó de mí. Se volvió huraña y distante, pero no podía culparla. No tengo ni idea de cómo habría reaccionado yo en su situación. — Hizo una pausa y volvió a inspirar profundamente. Amelia guardó silencio —. Entonces pensé en Sofía y en mi embarazo. Fue surrealista descubrir que estaba embarazada pocas semanas antes de que a Laura le diagnosticaran el cáncer. Era como...


—El mejor momento de tu vida y el peor.


Luisita asintió y siguió mirando al frente.


—Pasó todo muy deprisa — susurró, y se secó una lágrima —. Casi no tuvimos tiempo de hacernos a la idea antes de que empeorara. Enseguida se debilitó y se puso muy enferma. A los seis meses se había ido. Pasó la mayor parte de su tiempo lejos de nosotras.


— Lo sé. Cuando me lo dijiste no me lo podía creer. ¿Por qué crees que hizo eso?


— Decía que no quería que Sofía la viera así. La verdad es que Laura era una mujer muy solitaria y celosa de su intimidad. Me había dicho que quería morir sola, sin que nadie la llorara. Así que en los últimos meses permaneció alejada hasta que no le quedó más opción que ir al hospital. Como te dije, vivía con Joanne.


— ¿Y no te parece raro?


Luisita estuvo de acuerdo. 


— Yo no podía hacer nada. Intenté entenderla y creo que en parte sí la entiendo. Era su vida y era decisión suya cómo quería pasar sus últimos meses. Yo iba a verla cada día. Bueno, siempre que Laura me lo permitía, porque había días que no quería verme. Hubo un tiempo en que pensé que Joanne y ella tenían una aventura.


— ¿Todavía lo piensas?


— No, y a estas alturas, tampoco importa. Cuando Laura perdió el conocimiento y la ingresaron en el hospital, Joanne me llamó y tuvo la amabilidad de cuidar de Sofía mientras yo pasaba prácticamente todo mi tiempo en el hospital. Fue cuestión de días. Laura estaba hasta arriba de morfina y apenas se daba cuenta de que estaba con ella. Era muy triste, Amelia.


Amelia tragó saliva alrededor del nudo que se le había puesto en la garganta y asintió; La rubia alargó la mano y le acarició la mejilla.


— Siento hablar de esto, amor.


— No lo sientas. Laura ha sido parte de nuestras vidas, cariño.


— ¿Dónde la conociste?


— En Chicago. Compartimos taxi desde el aeropuerto. Llovía. Esa noche se quedaba en la ciudad, así que cenamos juntas — explicó Amelia —. Creo que fue el uniforme.


Luisita sonrió cariñosamente. — A mí también me conquistó.


Las dos se rieron. Luego Amelia siguió hablando. — Nuestra relación empezó muy deprisa. Con Laura las cosas eran rápidas y apasionadas. Nunca estábamos quietas demasiado tiempo, y a mí ya me convenía, porque en aquella época yo también me movía constantemente. Entre Chicago y Los Ángeles intentaba coger el vuelo que pilotaba ella... —confesó, y dejó caer la voz, con una sonrisa.


— Lo pasaste bien con ella — dijo Luisita, más a modo de afirmación que de pregunta.


Amelia asintió. — Sí, lo pasamos bien, Luisita. Llevábamos una vida muy... —hizo una pausa y se rio al dar con la palabra adecuada —... muy bohemia. Nunca nos asentábamos en ninguna parte, así que cuando empezó a hablar de tener hijos.


— Te entró el pánico — completó Luisita, con una sonrisa burlona.


— No estoy segura de que «pánico» sea la palabra adecuada, pero me quedé de piedra. Tener hijos era lo último que se me había pasado por la cabeza, aunque hubiéramos hablado de ello. Sabía que ella no pensaba en el futuro. Creo que más bien quería un compañero de juegos. Y no pretendo sonar reduccionista: a Laura le encantaba la idea de tener un hijo, pero no era responsable. Joder, no es que yo lo fuera. Así que el tema abrió una brecha entre nosotras.


— Y eso fue lo que terminó con lo vuestro.


— Sí. Ella me presionaba demasiado y yo estaba harta de discutir, de darle explicaciones y de tratar de entenderla. Hace cinco años hizo escala en Denver y yo volé allá para encontrarme con ella.


Luisita se incorporó en la cama. — ¿A Denver?


Amelia enarcó una ceja. — Sí, ¿por?


— ¿Eso cuándo fue?


— He dicho, hace cinco años. En invierno, justo antes de...


— San Valentín — completó Luisita.


Amelia arrugó el ceño y entonces cayó en la cuenta.


— No me digas que-


— Sí, yo vivía en Denver. Conocí a Laura y empezamos a salir unos días antes de San Valentín, hace cinco años.


Las dos se quedaron en silencio unos momentos. A Amelia le daba vueltas la cabeza, intentando recordar aquella última vez que había visto a Laura.


— Habíamos tenido una pelea terrible. Yo estaba harta de la situación y fui a Denver con la esperanza de arreglarlo de una vez por todas. Las dos nos tranquilizamos y estuvimos hablando casi todo el día y toda la noche hasta que ambas nos dimos cuenta de que se había acabado. El último año nos habíamos distanciado y el amor, sencillamente, se había desvanecido — relató y suspiró profundamente —. Me besó y me dijo: «Nos vemos, Amelia», y salió de la habitación de hotel. Fue la última vez que la vi.


— No me lo puedo creer —se sorprendió —. Mira que es casualidad.


— Pues sí. Supe de ella al cabo de un año. Me llamó de repente y me contó que había conocido a una mujer y que estaba loca por ella.


— Laura me habló de ti. No paraba, la verdad. Estaba harta de oír «Amelia Ledesma esto, Amelia Ledesma lo otro» — rió —. Cuando el abogado dijo tu nombre me entraron ganas de agarrar la grapadora y graparle la lengua a la frente.


Amelia enarcó las cejas con asombro. — Eso es un poquitín extremo, cariño.


Luisita soltó una sonora carcajada, aunque enseguida hizo una mueca y echó un vistazo a la cuna donde dormía María Clara.


— En ese momento estaba embarazada y tenía antojo de helado.


Amelia se rió e hizo que la rubia se acostara de nuevo a su lado. — No me cabe duda.


De nuevo se quedaron en silencio un rato, tumbadas cómodamente la una junto a la otra.


— Luisita?


—¿Mmm? — contestó adormilada.


—¿Crees que Laura sabía que nos enamoraríamos?


La miró a Amelia a los ojos. — No lo sé. Nunca lo sabremos, amor. Pero una cosa es segura.


— ¿El qué?


—Nunca he querido a nadie tanto como te quiero a ti. Me haces sentir amada, mi amor. Eres una buena persona y una buena amiga, y buenísima madre — le dijo, y apoyó la cabeza en su pecho una vez más.


Yo siento lo mismo, cariño. Me siento afortunada por tener una familia contigo. Tu y las niñas sois todo para mi, las queiro muchísimo.


— Y nosotras a ti mi amor, muchísimo — susurró dejandole un tierno beso que pronto las hizo entrar en calor.


Se besaban lento, pero había un toque de erotismo que no las dejaba indiferente a ninguna de las dos, sobre todo por cómo sus lenguas se acariciaban y la forma en la que jadeaban en la boca de la otra cuando movían sus labios.


La rubia acarició el pelo rizado cuando sintió las manos de Amelia recorriéndole la espalda, y mordió su labio con cuidado, notando cómo se estremecía, antes de volver a besarse.


Los dedos de la morena delinearon la columna hasta acabar en las caderas de Luisita, girando sus cuerpos para ponerla de espaldas contra el colchón, jadeando a la vez y mirandose los ojos de antes de besarse de nuevo.


Amelia coló uno de sus muslos entre los suyos, y lo apretó escuchando aquél que es el mejor sonido que había oído jamás: Luisita gimiendo suavemente.


— Hmmm, me vuelves loca mi amor.


Fue escucharlo para sentir los pelos de punta, la besó y movió sus cadera, soltando sus labios, para intentar escucharlo mejor. La vio apretar sus labios y cerrar los ojos cuando la miró, moviéndose de forma lenta y precisa contra ella, antes de bajar a su cuello, pasando su lengua despacio sobre él, y gimiendo ella también cuando escuchó la rubia hacerlo contra su oreja.


Subió hasta su boca otra vez, y la besó con ganas y sintiendo lo bien que enredaban los dedos de la rubia en su pelo una y otra vez. Se coló entre sus muslos, sujetando sus piernas, mientras pasaba su lengua sobre la suya aún en ese beso.


Luisita puso su mano en su costado, y comenzó a delinearlo con fuerza, totalmente excitada y necesitada de ella, sintiendo el calor de su cuerpo sintiendo cómo los labios ardían por culpa de esa boca tan maravillosa de Amelia.


Echó la cabeza hacia atrás cuando la pianista empezó a bajar por su mandíbula hasta llegar a su cuello, besándolo con hambre, antes lamer su clavícula y escote, enterrando su cara entre sus pechos y pasando la lengua una y otra vez con murmullos de placer que le hacía estremecerse. 


Deseaba tener más de Amelia, así que la guió hasta sus pechos, derritiéndose con la sonrisa y la forma en la que la ojimiel la mirava con amor y deseo.


— Hazlo, mi amor — pidió totalmente necesitada de su atención.


— Sí, pero mirame, cariño.


— Hmmm.


Amelia gimoteó antes de abrir su boca y cubrir uno de los pezones de la rubia con aquellos labios gruesos, regalándole de nuevo una vista increíble. Lo succionó antes de golpearlo de forma repetida con la punta de su lengua y conseguir que la rubia tuviese que llevar una mano a la boca para no gemir más alto.


— Aaaahh, Dios.


Observó cómo los labios de la morena rozaban por su piel mientras pasaba al otro pecho y repetía lo que le había hecho al anterior. No recordaba cuándo fue la última vez que alguien le hizo caso de esa forma a sus pechos, y gimió de nuevo contra la palma de su mano con el sonido que realizó Amelia y la manera en la que se tensó en su cuerpo mientras succionaba su pezón con fuerza, casi como si lo necesitase para seguir viviendo.


— Aaah. Ven, mi amor. Dijo y agarró las mejillas de la pianista y la obligó a que volviese a sus labios, besándola con ganas, y aprovechó para morderle el labio inferior, la rubia giro sus cuerpos para poner ahora Amelia de espaldas contra el colchón, y ataco su boca sin piedad, mordiendo su labio otra vez cuando sintió que la morena apretaba los dedos en sus nalgas, gimiendo a la vez en la boca de la otra.


Luisita se separó para mirarla, deseaba tocarla de nuevo y se decidió acariciar su vientre, sintió la mano de la morena sobre la suya que la animó a seguir, y guió su mano hasta cubrirle el pecho.


— Apriétalo, cariño la rubia hizo lo que le dijo, arqueando sus dedos y suspirando al sentir su pezón endurecido contra la palma de su mano — Hmmmm, sigue así, mi vida.


La rubia miró su mano y buscó su otro pezón para pellizcarlo con suavidad, escuchando cómo Amelia jadeaba buscando sus labios. La besó, sacando su lengua para introducirla en su boca mientras se deleitaba con la caricia de su seno, y gimió contra sus labios cuando la mano de la morena se posó también sobre los suyos, masajeándolos suavemente y acariciando su pezón con la yema de su pulgar.


— Oh, mi amor, te deseo tanto su voz ronca le puso los pelos de puntas, y contestó con un murmullo mientras la besaba otra vez.


No pudo evitar gemir al sentir los dedos de la rubia sobre su intimidad,


— Aaah, sigue mi vida, no pares.


Te quiero — dijó Luisita sin aliento con los ojos fijos en los suyos y moviendo los dedos suavemente sobre ella.


— Y yo a ti.


— Así te gusta? preguntó la rubia mientras seguia moviendo los dedos suavemente.


— Me encanta jadeó arqueando la espalda.


— Te quiero probar, puedo?


Ya sabes que sí. dijo y la besó pasionalmente antes de separarse de ella.


— No sabes cuánto he deseado estar haciendo esto. siguió pasando su dedo, tentándola, disfrutando de cómo se sacudían sus caderas buscando más contacto.


— Aaah cariño, sigue... suplicó y la rubia se arrodilló frente a ella y la observó detenidamente, separando más sus piernas y manteniendo esos muslos agarrados mientras la miraba casi sin pestañear.


Era un hecho, que Amelia Ledesma sea su mujer, era preciosa en todos los aspectos; y verla tan mojada solo hacía que se excitase más. Se removió algo incómoda por las pulsaciones tan insistentes que sentía en su entrepierna, pero bien sabía que necesitaba tener ese sabor en la boca. Subió su mirada, recorriéndola y viendo sus ojos oscurecidos, que esperaban a que empezase a degustarla.


— Luisi, cariño, por favor...


La rubia pegó sus labios a ella, sacando completamente su lengua para sentir el sabor de aquellos fluidos que había estado mirando segundos antes, y gimiendo contra la pianista porque era deliciosa. Jodidamente deliciosa. Se separó unos segundos, para mirar aquellos labios íntimos de nuevo, sintiendo su propia boca empapada, y los separó con los dedos, satisfecha con la vista que tenía antes de volver a pasar la lengua, desde su vagina hasta su clítoris, mirándola fijamente a los ojos, los cuales la morena intentaba mantener abiertos en todo momento.


— Oooh, dios!


Luisita apretó los párpados y volvió a gemir cuando pegó completamente los labios a ella y notó los dedos de Amelia enredarse entre sus mechones rubios. No sabía describir el sabor, pero podría llamarlo "Jodidamente adictivo". Pegó su nariz al pubis de su novia, succionándola con fuerza y escuchando otro gemido ahogado por su parte; tuvo incluso que recordarse a sí misma que necesitaba respirar, y se separó de su piel para coger aire, notando sus flujos en los labios.


— Aaah, sí Luisi


La rubia volvió a mirarla, sacando su lengua para golpear su clítoris una y otra vez, observando cómo mantenía su vientre contraído y echaba su cabeza hacia atrás, mordiendo su labio para no gemir alto y desperta a las niñas.


Cogió sus muslos y los puso sobre sus hombros, gimiendo de nuevo cuando la morena apretó su rostro con ellos, notando aún más humedad en su boca. Se iba a morir, eso era así, estaba claro que se iba a morir entre las piernas de la pianista...


Metió la lengua en su interior, creando movimientos de entrada y salida que se escuchaban por toda la habitación, y vio como se apoyaba en su codo, mientras su otra mano mantenía su cabeza cerca de donde la morena la quería.


Oh, Cariño.. Mmmm gimió, y se miraron.


— Dilo, mi amor pidió antes de volver a donde procedía aquel sabor único.


— Aaaah. No puedo mas, voy a... correrme qué bien sonaron esas "r" dichas por su boca. La vio cerrar los ojos de forma automática, frunciendo el ceño y apretando los labios de nuevo. — Aaaahhhh, Dioosss.


Luisita se dedicó a mirarla mientras lo hacía, golpeándole de vez en cuando la boca con los movimientos de sus caderas y tensando su cuello y su abdomen de forma increíble. Y, madre mia, cuando Amelia se corrió casi la rubia tuvo que tocarse ella misma, porque fue increíble, y delicioso, maravilloso, y sexy.


Se levantó tras haberla limpiado del todo, o lo máximo que pudo porque necesitaba tener su boca contra la suya. La besó algo furiosa, escuchándola gemir en su boca


— Joder, cariño.


Amelia la giró dejando la espalda de Luisita sobre la cama que gruñó cuando la morena se puso sobre ella, volviéndola a besar y moviendo su cuerpo de una forma que hizo que la rubia tuviese que sujetarla por la cintura para no desmayarse por la excitación.


— Dios, me pone mucho — murmuró mordiendo el labios de la morena, y esta sonrió lamiendo su labio superior, haciendo que Luisita jadeara volvió a besarla y gimió al sentir los pechos desnudos de su chica rozándola otra vez.


— Dios, mi amor, sigue.


La morena comenzó otra vez con el movimiento de caderas sobre ella y agradeció cuando la rubia se estiró, dejando los pechos a la altura de su boca, Amelia levantó la ceja coqueta y con un movimiento de cabeza. Llevó su lengua hacía uno de los pezones que la esperaban para ser estimulados, estremeciéndose cuando los gemidos de la rubia comenzaron a inundar la habitación.


— Shhhh cariño.


— Sí, vale, pero sigue mi amor, por dios sigue.


Mmmmm son tan perfectos... murmuró, comenzando a chuparlos otra vez — Tan jodidamente perfectos repitió, esta vez mordiéndolos con ternura, sintiendo la mano de Luisita en su nuca, subio despacio dejando besos mojados en el cuello de la rubia.


Sus movimientos de caderas se hicieron más frenéticos mientras Luisita también se movía y sus manos acabaron en los glúteos de Amelia, acompañando sus movimientos.


— Necesito correrme, Amelia murmuró entre gemidos y jadeos, y gimió aún más fuerte cuando la lengua de la pianista se enredó con la suya de manera sensual.


— Mmmmmm, juntas cariño — gimió y dejó besos de fuego en su cuello y su esternón.


— Aaahhh, sí mi amor, juntas dijo cogiendo el rostro de la morena entre sus manos, mordisqueando sus labios


— Te queiro  dijo con voz ronca y Luisita vibró cuando las caderas de Amelia comenzaron a moverse más rápido.


— Aaaah, y yo mi amor siguió moviéndose.


Amelia la cogió levantando su pierna para hacer que las intimidades de ambas encajaran mejor, y adoró la sensación de sentirla tan caliente y húmeda, la pianista comenzó a moverse y friccionarse contra ella, y sus bocas se fusionaron.


— Ooooh Dios mi voy a morir, aaaah


La rubia comenzó a moverse también, acompasando los movimientos de Amelia y esta colocó los antebrazos a cada lado de su cuerpo, mirándola a los ojos con los labios entreabiertos por los jadeos y el cuello tenso.


Luisita pasó la lengua por ese cuello, saboreando su sudor, sintiendo como el fin se aproximaba y como su entrepierna se humedecía más y cosquilleaba de una forma exquisita. Se aferró a los glúteos de Amelia que se movió aún más rápido, volviéndola a besar.


— AAAHHH AMOORR... La rubia comenzó a gemir mucho más fuerte al darse cuenta de que estaba a punto de precipitarse, así que arqueó el cuerpo, gritando el nombre de Amelia mientras la morena seguía moviéndose y acababa con otro grito en su cuello.


— Mi vas a matar dijo Amelia casi sin aliento en el cuello de la rubia que acarició la espalda sudada de la morena con sus uñas y no pudo evitar sonreír.


— Solo con mucho amor, tiene interés, Amelia?.


— Puff, creo que no tienes alguna duda, de eso cariño.


— No. 


Las dos se mirarón y Luisita sonrió a Amelia que subió y bajó las cejas haciendo que la rubia se le agrandase la sonrisa. 




****




Tras alguns minutos en silencio trocando caricias.


— Amor, llamó una rubia casi dormida.


Amelia alzó la cabeza y la besó suavemente en los labios.


 — Ya lo sé, vamos a ducharnos?


— Jaja, sip y esas cosas no se preguntan, mi amor — la morena rio y se besaron de forma dulce.


Terminaron de ducharse y, al salir, Luisita habia dejado en la cama una camiseta que tenía la frase "Soy la Mami de las Hobbit's" con unos pantalones haciendo el conjunto del pijama para que Amelia se pusiera.


La morena soltó una carcajada, y le hizo pensar en lo feliz que ella realmente era en esos momentos. Ella no necesitaba nada más, a nadie más.


— Te gusto lo pijama? — pregunto Luisita mordiendo la sonrisa abrazandola.


— Sí, pero lo cierto es que todo contigo mi gusta, cariño. Te quiero tanto.


— Y yo a ti, mi amor, mucho más. Dijó y la besó.


Ya tumbadas en la cama juntitas, la morena dejó un tierno besó en el pelo de la rubia que suspiró en su cuello. Amelia siguió abrazando con fuerza a la rubia hasta que las dos mujeres se sumieron en un plácido sueño.



FIN

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