Luimelia Vientos Celestiales...

By Luimeliamivida

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¿Puede la carta de una ex-amante cambiar toda una vida? Amelia Ledesma es una compositora de éxito comprometi... More

Personajes
01 - Luisa Gómez
02 - Amelia Ledesma
03 - Abuela
04 - Encuentro
05 - Sofía
06 - Cariño
07 - Amigos
08 - Regreso
10 - Correr
11 - Barbacoa
12 - Conversaciones
13 - Columpio
14 - Tú ganas
15 - Chicago
16 - Mi amor
17 - Nuestra
18 - Halloween
19 - Acción de Gracias
20 - Navidad
21 - Bebé
22 - Vientos celestiales
23 - El paraíso
Epílogo
Secuela

09 - Celos

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By Luimeliamivida


Sofía arrugó la naricilla cuando Amelia le dio a probar los espárragos, y tanto esta como Luisita se rieron.


— Arrrrgh... que asco, Melia — protestó, y se apartó cuando la morena lo volvió a intentar.


Pitufa, la vida no consiste solo en perritos calientes y macarrones con queso.


La rubia puso los ojos en blanco. 


— Madre mía, solo tienes que empezar a pensar como una niña de tres años, no a comportarte como una — apuntó, mientras cortaba el perrito caliente en tres trozos.


Amelia abrió la boca para contestar con alguna ironía, pero la cerró al mirar a Luisita, se había dejado suelta la mellena rubia y le caía sobre los hombros. El azul de la blusa en la palidez de la piel quedava en ella tal como había esperado.


Recordó el abrazo que le había dado un rato antes.


«Relájate, Romeo», se riñó.


Luisita estaba agradecida, aquello era todo. Suspiró y cabeceó.


Por Dios, que suspiro más gordo — comentó, dándole de comer a Sofía y dando cuenta de su plato de pasta al mismo tiempo.


Amelia disimuló una sonrisa al verla comer. No era broma lo de que comía por dos; apenas daba crédito a lo mucho que llegaba a engullir y, aun así, el poco peso que había ganado.


— Oye, ¿tú no tendrías que ir al médico? — se interesó antes de darle el último bocado a su chuletón y apartar el plato. Luisita le echó un vistazo poco sutil y la morena le dio su permiso —. Adelante, estoy llena.


— Bueno, la verdad es que he estado buscando en la guía telefónica — explicó acercándose el plato de la morena —. Con el poco dinero que me quedaba, he estado pagando un seguro médico Premium, así que puedo ir a cualquier ginecólogo.


— Eh, espera. No puedes ir a cualquier médico así sin más — opinó con firmeza. Sacó el teléfono móvil y marcó —. Nacho. ¿Qué ginecólogo tiene Marina? — le preguntó. Escribió lo que le decía en una servilleta —. Gracias. ¿Qué? ...Ah, sí... — se ruborizó y miró a Luisita de reojo —. Todo bien... — farfulló —. Buenas noches, picapleitos.


Colgó y se dirigió a la embarazada. — Muy bien, pues mañana vas a llamar la doctora Julia Eguia. Nacho dice que es la mejor en obstreti-no-sé-qué.


— Obstetricia — replicó con sequedad —. La especialidad es Obstetricia y Ginecología. Y gracias por tu ayuda, pero me gustaría poder elegir a mi médico yo misma.


— ¿Por qué? Ella es la mejor. No discutas, es tu último semestre y...


Luisita echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír. Sofía también se rió, sencillamente porque su madre lo hacía. Sentada a la mesa, Amelia las observó a las dos, hasta que también empezó a carcajearse, sin saber muy bien por qué.


— ¿Qué? ¿Qué es lo que tiene tanta gracia? — quiso saber mientras se reía.


— Es... trimestre. Mi último trimestre — logró explicar entre carcajadas.


Amelia dejó de reír de golpe. 


— Pues no tiene tanta gracia — refunfuñó, dando un trago de agua.


La rubia también se serenó y se secó los ojos. — Lo siento, tienes razón — carraspeó.


Pero Sofía seguía riéndose. — ¿Melia graciosa, mamá?


— Cómete el perrito, cariño — instruyó su madre, pinchando otro trozo en el tenedor.




****



Sofía se quedó dormida en la sillita nueva que había comprado para el coche y las dos mujeres condujeron en silencio un buen rato, hasta que Luisita se aclaró la garganta.


— Gracias por esta noche, por los regalos y por la sillita para el coche — le dijo a la morena echando la cabeza hacia atrás.


Amelia se volvió hacia ella y sonrió. — Bueno, 250 dólares es mucho dinero para tener debajo de la baldosa — comentó, la haciendo reír.


Cuando llegaron a la cabaña, Amelia bajó del coche y, sin decir nada, fue a abrirle la puerta a Luisita para ayudarla a bajar.


— Vamos, tortuguita — murmuró para hacerla rabiar.


Sacó a Sofía del coche en brazos, ya que seguía dormida. Luisita tropezó al subir las escaleras del porche y la morena la sostuvo.


Cogidas del brazo, las dos caminaron en la oscuridad.


— Agárrate bien, no vayas a caerte. Se me olvidó dejar encendida la luz del porche.


Luisita obedeció y se agarró a Amelia con más firmeza, al llegar a la puerta principal, la rubia fue perfectamente consciente de la mirada de Amelia y trató de evitar levantar la vista, así como de controlar el pulso, que se le disparaba. 

El aire romántico de la luna sobre la terraza no ponía las cosas fáciles, precisamente. Su luz de plata las iluminó a las tres mientras Amelia abría la puerta. Por un momento, Luisita creyó que iba a decirle algo, pero Sofía se despertó justo entonces y se agitó en brazos de la pianista.



— Será mejor que la acueste — opinó Luisita con voz queda.


No le pasó por alto que Amelia se estremecía al oírla y se sonrió. 


— No tengo sueño, mamá — protestó.


Como estaba demasiado cansada para discutir, Luisita se dejó caer en el sofá, se quitó los zapatos y estiró los dedos de los pies con una mueca de dolor.


— Mamá, pies — anunció su hija, y le frotó los tobillos.


Luisita soltó una sonora carcajada. — Gracias, pastelito.


Cerró los ojos con un suspiro; al poco notó que un par de manos más fuertes le levantaban los pies.

— Mira, pitufa. Aprende de una experta.


Luisita enderezó la cabeza justo cuando Amelia tomaba asiento en el sofá, se colocaba el pie de la embarazada sobre el regazo y se lo frotaba afectuosamente.

Esta suspiró de nuevo y se relajó contra el respaldo. — Te dejo parar dentro de un año.


Amelia se rió sin dejar de masajearle los pies cansados. 


— Aupa pidió la pequeña, con un bostezo.


Luisita gimió y fue a levantarse, pero Amelia se le adelantó. 


— Tú relájate. Yo acuesto al hob-... pitufa. Enseguida vuelvo — dijo con firmeza —. Sofía, dale las buenas noches a mamá.


La niña se cruzó de brazos, tozuda. — No tengo sueño, Melia — refunfuñó.


Amelia miró a la pequeña y puso los brazos en jarras. — ¿Y cómo vamos a ir a pescar mañana si no te vas a dormir? — la retó, y también se cruzó de brazos.


Luisita miró alternativamente a la morena y a la mini rubita, sin abrir la boca. Cuando su hija buscó su mirada, se limitó a encogerse de hombros. 


— Si quieres ir a pescar, será mejor que te vayas a la cama.


Sofía agarró su pez, le dio a su madre un beso de buenas noches y le dio la mano a Amelia.


— ¿Qué te pones para dormir?


— Pijamita — contestó —. ¿Tú llevas pijamita, Melia?


Da igual — murmuró.


Las dos desaparecieron por el pasillo y Luisita no pudo menos que preguntarse qué se ponía Amelia para dormir. Se la imaginó desnuda, pero apartó el pensamiento de su mente al oírla darle las buenas noches a su hija desde la habitación y darse cuenta de que ella seguía tumbada en el sofá.


— ¿Qué estoy haciendo? — murmuró.


Y empezó a incorporarse trabajosamente. — ¿Adónde vas? — le preguntó Amelia desde el pasillo.


La rubia se ruborizó. — Es que se me hacía raro esperar. No... no es necesario que...


—  Solo déjame, vale?


La rubia asintió, Amelia se acercó y retomó su posición, cuando volvió a masajearle los torbillos, a Luisita se le escapó un suspiro involuntario de satisfacción.


— No tengo ni idea de cómo debe de ser estar embarazada — comentó mientras le masajeaba los pies —. Pero a veces se te ve con la lengua fuera, del cansancio. Además, soy una maestra masajista. Las hay que pagarían millones por esto.


— ¿Como la mujer con la que estabas la otra noche? — espetó. Enseguida se dio cuenta de lo que acababa de decir y abrió los ojos —. Lo siento.


Los ojos de Amelia adoptaron un brillo travieso al tiempo que le trabajaba los tobillos. 


— No. Verónica no paga.


— ¿Verónica? ¿Se llama Verónica?


<<Tiene celos?>> pensó Amelia, se esforzó por ocultar la sonrisa y se limitó a asentir.


— ¿Y vais en serio? — quiso saber, y se había puesto un cojín debajo de la cabeza para poder verla mejor.


Amelia arrugó la frente un segundo. 


— Si lo que preguntas es si somos pareja, entonces no. ¿Era esa tu pregunta? — aclaró, hundiéndole los dedos con firmeza en el arco del pie, primero en uno y después en el otro.


— Pues, sí. Supongo que sí. Me refiero a si duermes con alguien -


— Luisita, dormir dormimos poco — repuso. Enseguida añadió —. De todas maneras, me temo que mis días con ella están a punto de terminar.


Por algún motivo, Luisita dio saltos de alegría en su interior. Por fuera, en cambio, era la viva imagen de la preocupación. — ¿Y cómo es eso?

— Bueno, ella toca el chelo...


Luisita soltó una sonora carcajada, pero calló al ver la expresión de Amelia. 


— Perdona, creía que era un chiste.


— Es chelista de estudio. Nos conocimos hace dos años, cuando trabajé en una película, y empezamos a salir. Entonces me surgió la oportunidad de componer una pieza muy buena y... bueno... necesitaba a una chelista.

— Y naturalmente escogiste la mejor.

La morena se puso roja como un tomate, evitó mirar a la sonriente Luisita a la cara y le frotó el pie con demasiada fuerza un segundo.

— Nepotismo. No se puede llamar de otra manera.

— ¿Y qué problema hay? — preguntó con un bostezo.


— Que es un desastre como chelista — espetó sucintamente.


— Y ahora tienes que decirle que no sirve y, cuando lo hagas...


— Adiós muy buenas, Verónica.

Luisita supo que para Amelia iba a ser un mal trago, por la expresión desamparada de su rostro.  — Debería entenderlo, si se lo dices de la manera adecuada.


La miró. — ¿Eso qué se supone que quiere decir?


— Es que no eres precisamente la persona más diplomática que conozco.


—¡Eh! ¿Acaso no he llevado a Sofía a la cama? ¿Y no conseguí que se echara la siesta?


— ¿Acaso no tiene tres años?


Amelia abrió la boca para replicar, pero volvió a cerrarla. 


— El ego de Verónica es más grande que el mío.


Luisita esbozó una sonrisa traviesa. — ¿Tanto?


Amelia le cogió un pie con las dos manos y apretó fuerte.


Entonces la hizo reír haciéndole cosquillas.


— ¡No, no, no, no! chilló


— Shhhh, vas a despertar a la niña — la riñó y al ver que Luisita se llevaba la mano al estómago, la soltó de inmediato —. ¿Estás bien?


La rubia asintió y se mordió el labio. — Solo se está moviendo — le cogió la mano a Amelia —. Mira, ¿lo notas?

La morena hizo ademán de retirar la mano de manera instintiva, pero luego se la dejó tomar con cautela y Luisita la colocó sobre su vientre delicadamente.


— Ahí — informó.


Aguardaron en silencio un momento, luego uno más, hasta que de repente Amelia sintió movimiento bajo la palma y abrió los ojos de golpe.


— ¿El bebé? — susurró.


Luisita asintió con una sonrisa. — Seguramente la hemos despertado — le dijo. Amelia tenía la mirada fija en sus manos puestas sobre el estómago de Luisita — Dicen que los bebés oyen cosas — susurró.


La morena cabeceó, maravillada. — Soy una mujer hecha y derecha y jamás había experimentado algo así. Gracias, Luisita.


Esta regaló una sonrisa cariñosa. — Un placer.


Las dos permanecieron como estaban, con las manos entrelazadas sobre el vientre, a la espera de que el bebé volviera a moverse. — Creo que se ha dormido.


— Es asombroso — suspiró Amelia, meneando la cabeza otra vez.


Al levantar la vista se dio cuenta de que Luisita tenía los ojos llenos de lágrimas —. Eh, ¿qué te pasa?


Ella parpadeó para contener las lágrimas y negó con la cabeza. 


— Nada, de verdad. Es que ahora mismo soy muy feliz.


Yo también, no sé cómo explicarlo. Estoy muy agradecida de poder formar parte de esto. Eres una mujer extraordinaria. Cuando pienso en todo lo que has pasado con lo joven que eres...


Bueno, tampoco es que tú seas tan vieja, ¿sabes? — objetó con voz suave.


Amelia apoyó el brazo en el respaldo del sofá y le acarició la barriga con la otra mano. A Luisita le costaba tragar saliva: hacía mucho tiempo que no la tocaba ninguna mujer. Sin embargo, la morena pareció percatarse de golpe de lo que estaba haciendo y apartó la mano como si se hubiera quemado.


— Lo siento, no debería acariciarte la panza de esa manera — farfulló en tono de disculpa.


— No me importa... La verdad es que me gusta.


Luisita no estaba del todo segura que decir eso hubiera sido una buena idea, pero habría jurado que la expresión de Amelia se tocaba de esperanza.


— Luisita, sé que... — empezó.


Pero el llanto de Sofía desde el dormitorio la interrumpió. Amelia se incorporó de un salto, ayudó a la rubia a levantarse y fueron corriendo a la habitación. Cuando llegaron se sentaron a ambos lados de la niña, que lloraba en sueños. Instintivamente, la pequeña se agarró a su madre, que la acunó amorosamente.


— Shhhh, mi amor. Mamá está aquí.


Las tres permanecieron sentadas en la oscuridad hasta que la respiración acompasada de la niña se serenó. Su madre volvió a acostarla en el centro de la cama y le acarició el pelo. Amelia miró a Luisita con el ceño fruncido.


— ¿Le pasa algo? — trató de susurrar.


Sin embargo, la voz le salió demasiado alta y despertó a Sofía. Luisita suspiró y Amelia le sonrió avergonzada.


— ¿Melia? Momir — murmuró Sofía, estirando la manita hacia la compositora y la agarró en la camisa.


— Hola, cariño. Vuelve a dormirte.


— Vamos Momir, pofiii — insistió con un bostezo, sin soltarle la camisa.


— ¿Por qué no duermes aquí? — ofreció Luisita en voz baja —. Yo puedo irme al sofá.


— De ningún modo. Podemos... Bueno, podemos dormir las dos aquí. Sí?


La rubia sonrió y asintió con la cabeza. — Sí.


— Bueno, voy a cerrar la cabana y ya vengo.


Vale.


Melia, mamá.


— Shhhh, mi amor. No pasa nada, Amelia vuelve enseguida. — Oyó cómo Luisita tranquilizaba a su hija en voz baja, al salir de la habitación.


Luisita se cambió tan deprisa como le permitían la barriga y los pies, porque no quería que Amelia entrara y la encontrase sin ropa.


— Qué sexy sería — se dijo en tono sarcástico mientras se apresuraba a ponerse el camisón. Se le escapó un respingo de dolor —. No, si aún me voy a adelantar el parto solo porque no me vea en camisón...


A continuación se metió en la cama al lado de Sofía. Cuando la morena volvió a la habitación a oscuras, Luisita la oyó abrir el cajón y, aunque intentó permanecer con los ojos cerrados y en silencio, la curiosidad pudo más, entreabrió un ojo y contempló cómo ella se desnudaba bajo la luz de la luna.


Tragó saliva tan ruidosamente que lo raro fue que no despertara a Sofía. Bajo la suave luz plateada de la noche, la curva de los pechos de Amelia le arrancó un escalofrío por toda la espalda.


No podía quitarle ojo de encima: Amelia tenía un cuerpo muy hermoso. 


La moreba acabó de vestirse y se deslizó entre las sábanas con una carcajada.


— ¿Qué es tan gracioso? — preguntó la rubia en voz queda.


— Perdona, no quería despertarte — repuso en un susurro desde el otro lado de la cama. Luisita giró la cabeza hacia ella, cuyo rostro estaba oculto a medias en la penumbra —. No tengo pijama, pero no quería darle a la pitufa una lección de anatomía demasiado temprana — rió con suavidad.


— Bueno, te lo agradezco — repuso sonriendo —. Buenas noches, Amelia.


— Buenas noches, Luisita.


La morena bostezó y, al cabo de un segundo, su respiración se volvió acompasada y profunda. Luisita escuchó la respiración de la pianista y la de su hija durante unos segundos y luego sonrió, se tapó con la manta y reprimió la risita que le hacía cosquillas en la garganta: quería decirle a Amelia que la madre de Sofía había recibido su lección de anatomía en lugar de la niña, mientras se había desnudado bajo la luz de la luna.




****



La rubia se despertó por la mañana temprano, una suave brisa agitaba las cortinas, y la luz de los primeros rayos del amanecer entraba a raudales en el dormitorio. 

Al mirar a su hija la sorprendió verla casi encima de Amelia, que dormía tumbada de espaldas. Descubrió que la niña se había dado la vuelta mientras dormía y estaba echada de lado con la cabeza apoyada en el hombro de Amelia, y el brazo de la pianista sobre la espalda de su hija en gesto protector. Se quedo mirando y sonriendo con la imagen tierna de las dos dormidas.

Luisita sabía que debía moverse, pero la verdad es que estaba demasiado cansada y demasiado cómoda. La brisa de finales de verano la acarició suavemente, volvió a sonreír mirando la pianista protegiendo su hija en sueños y delante de esa imagen volvió a quedarse dormida.




****




Sentadas a la mesa del desayuno, a Luisita le pareció que Amelia parecía preocupada al ponerle el plato vacío delante.


— Gracias — murmuró distraída.


— ¿Qué te pasa? — se interesó Luisita.


<<Muy bien>>pensó—. Se ha dado cuenta de que esto ha sido un error. Una noche durmiendo conmigo y con mi hija ha sido una dosis de realidad demasiado grande para la señora Ledesma.»


— Pensaba en Verónica dijo Amelia.


La rubia puso los ojos en blanco mientras le daba el desayuno a Sofía. Le había entrado malhumor de golpe, sin que pudiera evitarlo.

«Dios, estoy impaciente por volver a tener el control sobre mis hormonas», se lamentó mentalmente.

La pequeña, que estaba comportándose como una niña gruñona de tres años, le empujó la mano.

— No, que asco refunfuñó.


Así que las tres mujeres estaban de mal humor.


— Bueno, a mí me parece que tienes dos opciones — opinó tratando de intentar darle otra cucharada a su hija —. O le dices que su talento musical no está a la altura o sigues acostándote con ella — espetó. El irracional enfado hormonal se filtraba por todos sus poros —. Vaya, qué decisión más difícil: ¿integridad o sexo? Mmm... ¿Por cuál se decantará la egomaníaca Amelia Ledesma?


Amelia le lanzó una mirada acerada. — Pero... ¿Qué coño te pasa? Gracias por el consejo — ladró, y dejó la servilleta —. Mierda.

— Mierdda — repitió Sofía.


Luisita la fulminó con la mirada.


— Joder, pitufa — la riñó.


La niña se rió — Jodér, Melia.


— ¡Amelia! — protestó Luisita.


Amelia rugió y echó la silla hacia atrás para levantarse. — Jesus, ¿es que no la sabes controlar?


— JEsús, no sabes rió Sofía, aunque calló cuando la morena le dirigió una mirada torva.


— Es que si solo sabes decir palabrotas, haz el favor de callarte — ordenó Luisita.


La morena se levantó y salió de la cocina hecha una furia, con Luisita pisándole los talones. Esta obligó a Amelia a volverse y la miró a los airados ojos sin pestañear.


— Ya es bastante difícil criar a una niña de tres años no lo crees? — empezó.


Amelia soltó una carcajada sonora y grosera.


— ¿Tres? Esa cría tiene tres años pero se comporta como si tuviera cuarenta — se indignó, como si la niña fuera ella —. Y deja a Verónica fuera de esto. No es asunto tuyo con quién me acuesto.


— Y a Dios doy gracias. Muy bien, acuéstate con tu chelista sin oído. Sois tal para cual.


— Pues muy bien, ¡lo haré!


— ¡Perfecto! — gritó maldiciendo las lágrimas que afloraban a sus ojos.


Amelia tragó saliva y dio un paso hacia ella.


— Ni se te ocurra...


Sofía también se había puesto a llorar. Amelia se llevó la mano al cabello exasperada, pasó junto a la rubia y se puso las zapatillas deportivas y salió por la puerta.


— Meliaaa! gritó Sofía llorando


Luisita fue junto a su hija con paso cansado y la cogió en brazos.


— Quiero ir con Melia, mamá... — lloró forcejeando para que su madre la soltara.


Cuando estuvo en el suelo, la niña corrió a la puerta delantera y apoyó la carita en lo marco de la puerta.


— ¡Meliaaaaaaaaaaaaa! — gritó golpeando la puerta.

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