No te esperaba || PRÓXIMAMENT...

By jakirasaga

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El señor Wolf no cree en el amor. Eso es para pobres diablos, suele decir. El señor Wolf solo ama el dinero y... More

Bienvenida + disparador + whatever
No te esperaba
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XIII
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XXX
XXXI
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XXXIII
XXXIV
XXXV (I)
XXXV (II)
XXXVI
XXXVII
XXXVIII
XXXIX
XL
XLI
XLII
XLIII (Final)
EPÍLOGO
AVISO AVISADOR
🌟UN ULTRA AVISO AVISADOR QUE LES CONVIENE LEER😁🌟
NUEVO AVISO AVISADOR

III

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By jakirasaga

Hace tiempo...

—Señorita, ¿podría explicarnos el resultado? —le dijiste a la joven del laboratorio luego revisar el el resultado dentro del sobre. 

¿Recuerdas el cruce de emociones que sentías? Quizás incertidumbre, miedo, anhelo. Aquel resultado que no comprendidas ni esperabas en la prueba de embarazo cuantitativa, guardaba entre sus números la decisión sobre el futuro. Los treinta me respiraban en la nuca y sentía que se me iba el tren. 

Solía escuchar que todo llega en su justo momento, cinco años de matrimonio habían transcurrido entre estudios y tratamientos para embarazarme, pero nunca era nuestro turno.

Buscando la causa biológica a mi mayor penuria, me detectaron aquella lesión pre cancerígena en el cérvix y buscamos una segunda opinión cuando planteó una histerectomía total como solución. Me rehusé a renunciar a mi mayor sueño y pronto nos encontramos frente a una nueva doctora que hasta se asustó ante la propuesta del médico anterior y a diferencia suya, ella tomó mis manos para inyectarme esperanza. 

El día pactado para la conización, antes de ingresar al quirófano, entraste conmigo por algunos minutos, apretaste mis manos para transmitirme valentía y fuerza, aunque tus ojos café lucían enrojecidos y brillosos, habías llorado antes de ingresar, lo sabía bien; pero guardé silencio y escogí abrazarte. 

Los resultados de aquella intervención llegaron una semana después y saltamos de alegría cuando la doctora contó que los bordes estaban libres de lesión, lo que se tradujo en un éxito. Estaba lista para los estudios y el tratamiento que encargado de equilibrar el funcionamiento de mis hormonas. 

Fue así como luego de casi dos años de medicación, un calendario de ovulación, estudios y tratamientos invasivos, al fin nos dieron luz verde para engendrar, pero otro largo año pasó entre pruebas de embarazo fallidas.

Por eso, aquel día temblaba, aunque intenté mantener la compostura, no sabía si podría soportar otro negativo, pero algo en mi interior me dijo que sería distinto.

—¡Felicidades, señores Wolf, el resultado es positivo!

Miré a la jovencita, anonadada, había escuchado lo que dijo, pero mi cerebro no consiguió comprenderlo, por eso una vez más me encontré repitiendo la pregunta y ella sonrió al dar vuelta a la hoja para explicarme desde el interior de la ventanilla que nos separaba:

—Es positivo, mire, el nivel hormonal de su resultado indica que está dentro de un rango de siete a ocho semanas de gestación, por lo tanto, ¡felicidades, mamita!

Tomé el papel en completo shock y te miré junto a mí, lucías pálido, no pude evitar reír y cuando al fin lo procesaste, me envolviste en un fuerte abrazo, para luego cargarme sobre tus caderas por todo el largo corredor blanquecino hasta salir de la clínica, una vez afuera, gritaste como el propio demente y yo no podía parar de reír. Sin embargo, bastó subir al auto para verte temblar. 

Esa parte de nuestro matrimonio fue de cuantiosa felicidad, hacíamos todo juntos, no perdías una consulta, lloramos al escuchar los latidos de nuestro bebé por primera vez. Pintamos y preparamos su alcoba, bueno, tú te hiciste cargo como el fantástico arquitecto que aún eres, diseñaste un hermoso y seguro espacio para nuestro retoño. 

—Amadeus.

—Tobías, ¿lo dices de verdad? 

—¿Por qué no?

—Prefiero algo más normal, ¿qué tal si juntamos nuestros nombres?

—Tobias más Odalys, da como resultado, Todalys, Tobialys, Obias... ¿Sabes qué? Descartemos esa idea.

Discutíamos nombres para el bebé, a la sombra de un gigantesco baobab del jardín botánico; yo sentada en el césped, recostada al enorme tronco; tú acostado en la hierba, reposando la cabeza en mis piernas, con la oreja izquierda pegada a mi abultado vientre para no perderte ni un sonido o movimiento. Tú con tu obsesión por la música clásica empezabas a enfermarme y es que, ¿cómo creías que llamaría a nuestro hijo Beethoven, Ludwing o cualquier locura que se te ocurría? 

—Me gusta Tadeo —te dije y guardaste silencio, luego me devolviste una sonrisa al asentir.

—También a mí, enlístalo. 

Y lo hice, escribí el nombre en la libreta, debajo del renglón: niño. Habíamos decidido mantener la incógnita sobre el sexo hasta el nacimiento; Tadeo se sumó a una lista corta de opciones en las que habíamos coincidido como: Odette, Tyna y Tamara para niña mientras que Ozy, Tobías (como buen egocéntrico que siempre fuiste), Oscar, Johann (el único músico cuyo nombre sonó más normal) y Tadeo fueron las opciones para niño. 

Todo iba viento en popa, el embarazo corría con normalidad, el bebé era bastante activo y eso me llenaba de alegría, en pocas semanas al fin conoceríamos al fruto de nuestro amor. Tú, cada día estabas más paranoico con el tema del parto, bastante entendible, yo también temía. 

No obstante, ninguno estuvo preparado para lo que se nos vino encima; tocó practicar una cesárea porque a las cuarenta semanas aún no había señales de parto. En ese quirófano que primero se llenó de risas y bromas porque las enfermeras querían saber si sería niño o niña, nadie se atrevió a decirme lo que pasaba, todo se tornó un absoluto silencio, sabía que algo no iba bien desde un par de minutos después de anunciar que sacarían al bebé. La anestesista que me narró cada parte del proceso, guardó silencio y abandonó su puesto para acercarse al frente a ver lo que ocurría. No hubo llanto, la sábana verde me impedía ver al frente, entonces alguien al fin lo dijo: 

—Es una niña, ha nacido con síndrome de down.

Lloré y maldije también, pedí una explicación, tú te acercaste a mí, consternado. 

Era nuestra bebé, debíamos amarla y cuidarla, pero yo solo la rechacé, me encerré en mi desgracia y te culpé por eso, por haberle hecho eso a nuestra hija. Te odié mucho más cuando apenas un mes más tarde debimos decirle adiós. 

El dolor y la rabia pudieron más que cualquier otro sentimiento y empecé a vivir en su alcoba, abrazada a su almohadita como ni siquiera lo hice con ella. 

—Oda, debes parar —me dijiste un día, yo estaba dentro de la bañera mientras tú me atendías porque ni siquiera sabía cuánto tiempo transcurrió desde la última vez que abandoné la recámara, pero escucharte decir eso, me llenó de ira—. Quédate conmigo, por favor.

Pero tus palabras solo me causaban dolor, creí que querías hacerme olvidar a mi bebé y salí de allí, con toda la rabia, sin siquiera secarme.

La pérdida fue el punto de quiebre sin retorno, nada volvió a ser igual entre nosotros, ambos sufrimos, pero en lugar de afrontarlo juntos, yo te aparté, te cargué de culpas y no supe manejar mi dolor ni mucho menos ver el tuyo. 

Un día dejé de llorar, me duché por mi cuenta, preparé de cenar y te esperé; me miraste de una manera preciosa como hacía tiempo que no.

—Oda, ¿qué celebramos? —dijiste mientras me abrazaba por la espalda, yo sonreí y giré la cabeza para encontrar nuestros labios en un beso que ambos habíamos necesitado. 

—Mi regreso —susurré en tus labios—, perdón por ausentarme. 

Sonreíste, me abrazaste muy fuerte, quizás como nunca antes y entendí el motivo a la perfección porque te correspondí de la misma manera. 

Te sentaste a la mesa en el lugar indicado por mí, pero yo en vez de hacerlo frente a ti, me ubiqué a un lado para estar juntos y disfrutamos una noche de risas que por meses nos perdimos. Sin embargo, todo volvió a desmoronarse cuando al estar en la habitación, recurriste a preservativos.

—Soy tu esposa, Tobías, ¿por qué?

—Oda, e-es me-mejor así, po-por ahora... 

—¡No!

—Oda, comprende —suplicaste.

—¡Tú comprende! Tobías, han pasado meses, ¡podemos reintentarlo!

Debí escucharte, ver el miedo en tus temblorosos ojos, pero no, me enfurecí, grité, te recriminé, te acusé de infiel y una vez más me encerré en la habitación de Odette; mucho más furiosa porque tú tenías a otra persona.

Te escuché en la puerta, no parabas de llamarme, me suplicabas comprensión, pero no. Yo solo deseaba un bebé y ya que tú no querías dármelo porque probablemente tenías a otra persona, yo haría igual.

Él apareció, estaba dispuesto o eso creí y cometí el error más grande al ceder, estaba enojada contigo por todo y no me importó que tú nos descubrieras porque ya habías dejado de amarme. 

Firmar el divorcio sería el principio de mi nueva vida junto a él, el futuro padre de mi hijo, pero no, resultó una mentira, él estaba casado, ya tenía una familia y solo quería pasar el rato.

Error tras error cometí hasta que ella apareció. Jessica y yo nos hicimos grandes amigas y logró convencerme de lo que por años me negué a hacer, buscar ayuda profesional, me recomendó a un gran terapeuta y por él es que he logrado ver cada uno de mis malos pasos. Jessica y yo iniciamos una hermosa relación, nos casamos y todo fue perfecto hasta que mi obsesión retornó. 

—Lys, mira, podemos adoptar —me dijo sentada en el borde de la cama, mostró algunos folletos sobre el proceso y la miré confundida. Yo quería mi propio bebé.

—¿Qué? ¿Lo dices de verdad, Jess? ¡No quiero al hijo de alguien más!

—Pero, linda, no lo veas así. ¡Sería nuestro bebé!

—Claro, con la sangre y genes de otro —repliqué con ironía y ella se levantó de la cama, muy molesta.

—¡Lys, crecí en un orfanato! ¿Tienes idea de cuántos niños esperan una oportunidad como esta? 

—Lo sé, Jess, perdóname por cómo lo dije, pero es mi sueño.

—Comprendo, linda, pero no podemos pagar un tratamiento de fertilización, ¿tienes idea de lo que eso cuesta? Y encima, ¡a riesgo de que falle! —Suspiró cansina y negó con la cabeza antes de atravesar la puerta—. Solo piénsalo, Lys. 

Pero no había nada que pensar, para Jess era sencillo decirlo, jamás pasó lo que yo. Sentir la vida crecer dentro de ti con sus golpes y movimientos. No quería renunciar a esa experiencia. 

Pasamos enojadas, sin hablarnos un par de días hasta que fui a buscarla en su trabajo a la hora de salir para disculparme porque, quizás ella tenía razón. Al llegar te vi allí, le coqueteabas, pero solo me acerqué cuando abandonaste la tienda. 

—Hola, Jess —le dije y volví a mirar a la salida un momento antes de fijar la atención en ella. 

Sin decir otra palabra, Jessica sonrió con algo de burla.

—Es un simple cliente, Lys, además, creo que le falta percepción para captar indirectas porque básicamente le hice ver que no me interesa y le mostré mi aro de matrimonio mil veces. 

Sonreí.

—Siempre ha sido un poco tonto —le dije.

—¿Lo conoces? 

—Sí —respondí con una sonrisa y asentí con la cabeza—. ¿Recuerdas que estuve casada hace años? —Reí en alto ante su rostro de sorpresa.

—Lys, ¡¿el papucho ricachón es tu ex marido?! 

—Sí, Tobías Wolf, aunque tienes demasiada razón, está mucho más guapo ahora. Quita esa cara de celos que yo debería tener porque te busca a ti. 

—Nah, no me interesa. 

Hablamos por todo el camino a casa, también me disculpé por mi actitud y las cosas volvieron a ser miel y rosas de nuevo, aunque una nueva idea apareció en mi cabeza. Te pido que no la culpes a ella porque solo lo hizo después de mucho insistirle y sé que algo se rompió entre nosotras luego de eso.

—¡Estás loca, Lys! —gritó cuando le hice la propuesta. 

—Jess, escúchame, es un hombre conocido y sería solo una vez.

—¡Nooo! 

—Jess... 

—No me acostaré con él, ni siquiera aceptaré salir. Jess, entiendo tu deseo, pero yo, yo no quiero cargar con un embarazo... 

—No tendrías que hacerlo. No es esa la idea... 

Fueron muchos días para intentar convencerla hasta que accedió. 

Salió contigo algunas veces y aunque fue por mi petición, me dolía. Ganaste una cita de San Valentín sin saber que todo fue planeado por mí.

Lo siento... 

Adrede se embriagó aquel día, necesitaba estar dopada para soportar lo que tú harías conmigo.

                                         

*************

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