XXI

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Un nuevo silencio se sembró en la oficina, Ed mantenía la mirada fija en mí y los nervios crecían, esparciéndose de forma desmesurada por todo mi cuerpo. Me maldije por no abordar el tema con él antes, sabía que esa información en manos de Harry no me traería nada bueno, aun así me porté como el peor de los cobardes, un traidor.

-Insiste en reintentarlo.

-Te juro que he intentado contarte.

Ambos hablamos a la vez y por inercia me llevé una mano a la boca luego de procesar sus palabras. Ed ladeó la cabeza, lucía confundido al entender las mías y procedió a indagar:

-¿Contarme qué, Tob?

Me levanté del asiento y a paso veloz caminé hasta el mini bar portátil donde permanecía resguardado el coñac que convidaba a los visitantes, serví una copa y la tomé en un tirón.

«Maldita sea, debí escucharlo antes», me reclamé mentalmente, Ed seguía esperando una respuesta. Ante mi nervioso comportamiento, vino conmigo, posó su robusta mano en la botella y me impidió servir otro trago.

-Tob, ¿qué ocurre? -preguntó en tono bajo sin apartar su penetrante mirada de mí. Tragué en seco, incapaz de comenzar a emitir un sonido. Entonces, una vez más, él se encargó de solapar el silencio-: Tobías, ¿por qué mi plática con Harry detona este comportamiento en ti?

-Lo siento, Ed -contesté bastante nervioso-. Creí que Harry te había contado y por eso estabas aquí.

Un sonoro suspiro dejé escapar antes de girarme para caminar hacia el ventanal, apoyé una mano contra el cristal y permanecí en silencio, contemplando la negrura del cielo salpicado de estrellas, a la vez, la ciudad con sus luces esparcidas por doquier, parecía un reflejo del firmamento. Inhalé y exhalé hondo varias veces en un vano intento de calmar el nerviosismo, pero bastó escuchar los pasos de Ed al acercarse para volver a alterarme.

-¿Puedes dejar de hacerte el misterioso, Tob? -inquirió Ed junto a mí con los brazos cruzados sobre el pecho y apoyado de espaldas al cristal; su inquisidora mirada no dejaba la mía.

-Algo pasó hace varios meses, para ser exactos, después de San Valentín, Ed. -Comencé a contarle en tono bajo, la verdad, no sabría decir con certeza qué tan nervioso soné, pero podía sentir el corazón en la garganta-. ¿Recuerdas el accidente de Ricky con los frutos secos?

Ed asintió con la cabeza sin dejar de mirarme una sola vez y volví a tragar hondo, pero en ese gesto me llevé también las palabras que se habían quedado contenidas en mi garganta y así un nuevo e incómodo silencio volvió a sembrarse.

-¿Qué con eso, Tob?

Sentí su pregunta igual que un puñal en el pecho, quizás el mismo nerviosismo me hizo escuchar su tono algo severo y con mayor razón tuve miedo de continuar.

-Tob, ¿hace cuánto estamos juntos tú y yo? -esa pregunta me obligó a cerrar los ojos y mandó mi cabeza al pasado.

Recordé cientos, no, miles de momentos. Travesuras, risas, lágrimas y secretos pasaron veloces como una película de nuestras vidas desde que tenía uso de razón hasta aquella noche en que su pregunta me estremeció.

-Conozco todo de ti, hermano, creo que incluso más de lo que te conoces a ti mismo -continuó él y así me devolvió al presente, a ese temido y evadido instante, así que puse la atención en él-. Por eso sé que algo te carcome y ese algo está ligado a Ricky.

No dije nada, mis ojos temblaron, fue esa la respuesta.

-A ti también te gusta él, ¿cierto?

Pude escuchar el martillar del corazón con mucha fuerza, directo en mis oídos y un escalofrío recorrió mi cuerpo igual que corriente al oír sus palabras. Mi cabeza se movió por inercia en una acelerada negación.

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