La vida de Ux

By NSanchez0000

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Uxue es una adolescente que, por culpa de la crisis, se encuentra de la noche a la mañana obligada a empezar... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
GLOSARIO

Capítulo 10

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By NSanchez0000


 Me despierta mi madre cuando la comida está casi lista. Al final no he dormido tantas horas como me hubiera gustado, así que estoy agotada. La ducha me espabila y mientras me desenredo el pelo frente al espejo pienso de nuevo en Ángel. En mi mente se reproduce una de esas escenas a cámara lenta como en las películas románticas y pestañeo varias veces para regresar a la realidad. ¡No! De verdad, tengo que dejar de pensar en él en todo momento. Me voy a volver idiota si sigo así...

Me pongo ropa cómoda y me uno a mis padres en la mesa del comedor.

—Veo que ya has vuelto a las andadas —afirma mi padre.

No sé a qué se refiere.

—Lo dice por tu cara de resaca —me explica mi madre señalando con el dedo.

—Para vuestra información os diré que mi cara no tiene nada que ver con el alcohol y sí con haber dormido fatal esta noche.

Se miran preocupados.

—¿Está todo bien? ¿No te habrás metido en problemas? ¿Las chicas se están portando bien contigo?

Vaya interrogatorio.

—Sí. No y sí. Paula y sus amigas se están portando genial conmigo y el resto de gente también. No tenéis de qué preocuparos. Echo de menos a mis amigas pero los jóvenes somos jóvenes en todas partes. Todos hacemos las mismas cosas para divertirnos, ya sabéis...

La verdad es que no sé si saben, pero ambos asienten para no parecer unos carcas.

—Tu padre va a empezar a trabajar —me anuncia mi madre con orgullo.

—¿De verdad? —Estoy sorprendida.

—Para funciones de mantenimiento del ayuntamiento. Ya sabes, tendré que arreglar pequeños desperfectos, cambiar las luces de las farolas, reconstruir una valla que se caiga...

Quién nos iba a decir que lo único que hacía falta era cambiar de lugar para que cambiara nuestra suerte.

—Me alegro un montón, aita.

Podremos tener algo de dinero que dadas las circunstancias no nos vendrá nada mal.

—Sí, estamos muy contentos. Yo me ocuparé de la casa, la huerta... tengo ganas de que salgan los primeros tomates. ¿Te imaginas? ¡Una ensalada de nuestra propia huerta!

Les miro y no les reconozco. Hacía tiempo que no les veía así de bien. Hasta yo sonrío, ¡como si me importara ni lo más mínimo esa huerta!... pero la felicidad es contagiosa.

Después de comer mis padres se plantean ir a la ciudad al cine y a tomar algo. Insisten en que yo les acompañe pero les convenzo de lo absurdo de llevarme, ya que pagar una entrada de cine, al precio que están, para que me quede dormida, no tiene ningún sentido. Bajaré a la playa y descansaré un rato al sol...

Cuando ya se han ido, me cambio de ropa. Aún no hace calor como para ponerme en bikini, así que opto por unos pantalones cortos, camiseta de tirantes y zapatillas. Meto en una bolsa de tela unas cuantas cosas: el móvil, una toalla, un libro, las magdalenas caseras que ha hecho mi madre y un botellín de agua. Salgo por la ventana y me doy cuenta de que he utilizado tantas veces esa salida como la puerta de casa.

Camino por la orilla con los pies en el agua y el sol templando cada poro de mi piel. Aprovecho ahora que la temperatura es agradable, seguramente en pleno verano, será imposible pasear sin que te dé un golpe de calor. Miro hacia la raya donde parece que el mar termina y sé que podría ser feliz aquí. Al vivir en una ciudad te acostumbras a su ritmo, al ruido, a la gente... pero ahora, con este silencio roto solo por el murmullo de las olas, me doy cuenta de lo sencillo que es todo y lo fácil que me resulta disfrutar de un lugar como este. Mi playa...

Y la de Aquiles. Justo cuando me siento junto a mi bolsa, le veo acercarse trotando con la lengua colgando y el pelo agitándose de arriba a abajo. Llega a mi lado en un santiamén y me mete el hocico por debajo del brazo, buscando que mi mano le acaricie la cabeza.

—Tú eres un perro muy listo —le digo mientras le rasco detrás de las orejas. Emite un ruido, parecido a un bostezo y creo que con eso me está respondiendo afirmativamente—. ¿Dónde has dejado a tu dueño?

Busco a mi alrededor y veo a Ángel donde el camino llega a la playa, con el móvil en la mano. Al instante suena el mío. Lo saco de la bolsa con curiosidad y leo.

—¿Aceptas compañía?

Voy a fastidiarle un poco.

—¿La de Aquiles? Por supuesto, es mi chico favorito.

Miro hacia él con disimulo y le veo sonreír.

—¿Me vas a hacer rogar?

—Debería... pero no voy a ser tan mala.

Guardo el teléfono y espero pacientemente a que llegue hasta nosotros. No voy a negar que cuando decidí bajar a la playa era con la esperanza de coincidir con él. Se sienta a mi lado y Aquiles decide tumbarse a nuestros pies.

—Eres un vendido. Sales a pasear conmigo y en cuanto la ves a ella, echas a correr.

—Es que soy irresistible. Ningún macho es inmune a mis encantos. ¿Verdad Aquiles? —le pregunto mientras le rasco la barriga y este se estira panza arriba para dejarse hacer.

—Seguro que es así.

Lo dice tan serio que levanto la vista y le miro. Siento la misma tensión que por la noche mientras le tocaba la mejilla y me echaría a sus brazos si no fuera porque sigue sin gustarme que ayer se pegara con el idiota de Mateo. Tendrá que hacer méritos para que se me olvide del todo.

Como veo que él sí es inmune a mis encantos, dejo de mirarle y me centro de nuevo en Aquiles.

—¿Por qué es tan desconfiado con el resto de la gente? ¿Ha salido a su dueño o hay algún otro motivo?

Ángel le da unas palmaditas en el morro.

—¿Se lo contamos, chico? ¿Confías en ella?

Aquiles me da una lengüetada de aprobación en la mano. Él me mira pero parece que tiene dudas.

—No hace falta que me lo cuentes. Parece un gran secreto.

—No es eso, es que no lo sabe nadie. Ni mis padres. No es nada malo, es solo que no me gusta dar explicaciones a la gente.

Me siento incómoda, no quería sonsacarle.

—A mí tampoco tienes que dármelas. Es solo que tenía curiosidad. No entiendo por qué a mí me ha aceptado cuando con el resto se pone a la defensiva.

—solo por el hecho de que a Aquiles le gustas ya te has ganado saberlo. —Se detiene un momento antes de comenzar la historia—. El verano pasado fui de monitor ayudante a unos campamentos infantiles, era un puesto de aprendizaje a cambio de que este año pueda ser monitor principal y cobrar por ello. Estábamos en Málaga en una zona rural y en mi tiempo libre, solía salir a andar en bici por la zona y visitar pueblos de los alrededores. Uno de los días, a mitad del paseo, escuche un aullido tan desgarrador que casi me la pego del susto. Si lo hubieras oído...

Le observo mientras me lo cuenta y puedo ver la tristeza en sus ojos. Se remueve un poco y sé que le está costando hablar de ello.

—Me acerqué a una casa abandonada y la rodee intentando encontrar el origen del sonido. Cuando llegué hasta él, no me lo podía creer. Era un perro, estaba atado con una cadena a uno de los postes de la casa y parecía que llevaba bastante tiempo allí. Estaba tan flaco que se le notaban las costillas y casi no se podía mantener de pié. Me fijé en que tenía una profunda herida en el cuello, al parecer había estado intentando liberarse de la cadena, pero lo único que había conseguido era hacerse daño. No lo pensé, busqué alrededor de la casa un balde o algo para llenar de agua y me acerqué al río para llenarlo. El pobre animal bebió hasta saciarse, tenía el río tan cerca y aun así, vete a saber cuántos días llevaría pasando sed. Intenté acercarme a él, me enseñó los dientes y vi que era muy pronto para eso. No sabía qué hacer, fui a la tienda del pueblo y compré una bolsa de comida para perros y una cizalla. De primeras pensé en comprarle un filete, pero si llevaba varios días sin probar bocado lo más seguro es que le sentara mal. Volví, vacié un puñado de pienso delante de él y me senté a una cierta distancia. Después intenté de nuevo soltarle, pero estaba claro que seguía desconfiando de mí. Como de momento no podía hacer más, le dejé agua y comida y volví al campamento. No pude dormir en toda la noche. No hacía más que pensar que si se moría esa noche, sería por mi culpa, por no haber conseguido soltarle. Al día siguiente, en cuanto pude, volví a su lado. Esta vez estuvo más receptivo, e incluso se sentó al verme llegar con la bolsa de pienso. Le cambié el agua y añadí un nuevo puñado de comida a su montón, pero ese día tampoco me dejó soltarle. Dos días más tarde, su aspecto había mejorado, aunque la herida del cuello me seguía preocupando. Así que hice lo único que se me ocurrió. Busqué al veterinario más cercano y le llevé hasta el lugar. Rápidamente se dio cuenta de la situación y me felicitó por haberme ocupado de él. A mí me daban igual sus felicitaciones, yo lo único que quería era que le curara. Cuando intentó acercarse a él, por supuesto le enseñó todos los dientes, pero a diferencia de los días anteriores a mí sí me dejó tocarle. Entre los dos, conseguimos cortar la cadena y el veterinario se encargó de curarle la herida. Mientras se la desinfectaba, en vez de quejarse, me daba lengüetazos por toda la cara y sé que me estaba agradeciendo lo que había hecho por él. Como vimos que no tenía chip, me lo llevé al campamento conmigo. Por suerte, los monitores no lo consideraron un problema y pude tenerlo en mi habitación. Cuando llegó la hora de regresar, visité por última vez al veterinario, que esta vez le colocó un chip con mis datos y el nombre de Aquiles. Le puse un collar que tapara la marca de su herida y nadie más supo lo que había ocurrido en realidad. El día que mis padres llegaron a recogerme, se encontraron con que en vez de volver uno, volvíamos dos, pero no protestaron. Me conocían lo suficiente como para saber que yo no cambiaría de opinión.

Termina su historia y me doy cuenta de que estoy llorando como una idiota. Me intento secar las lágrimas y le suelto el collar a Aquiles. Remuevo con los dedos su pelo hasta dejar al descubierto la cicatriz que recorre todo su cuello.

—¿Cómo fueron capaces de dejarle allí atado? No lo entiendo. ¿Qué mal había hecho para merecer semejante castigo? Mi pobre Aquiles...

—Gente sin conciencia hay en todas partes —dice Ángel encogiéndose de hombros.

Ahora le miro con otros ojos. Acabo de descubrir en él una bondad que nunca hubiera imaginado. Y soy la única que lo sabe...

—Normal que sea tan desconfiado con todo el mundo. Somos el enemigo para él.

—Tú no.

Me sonríe y eso me hace sentir bien. Seguramente el que Aquiles me acepte, me ha hecho ganar puntos con él.

—Lo que no entiendo es por qué no se lo has contado a tus padres. Vale que no quieras ir de salvador canino por ahí, pero a tus padres...

—Digamos que lo quise guardar para mí.

Me pongo colorada hasta las orejas al entender que ahora yo también soy partícipe del secreto. Va a resultar que él también confía en mí.

—Gracias por contármelo.

—Ha sido idea de Aquiles —dice para quitarle importancia.

Le ato de nuevo el collar y de pronto levanta la cabeza olisqueando el aire. No lo duda y mete la cabeza en mi bolsa.

—¿Qué has olido por ahí? —Meto la mano en ella y comienzo a sacar su contenido. El móvil, el libro, hasta que llego a las magdalenas. Aquiles saca la lengua y sé que eso es lo que estaba buscando—. ¿Quieres?

No espero a que me responda. Saco una de la bolsa y le quito el papel. Se la acerco al hocico y durante unos segundos la olisquea con interés. Por un instante creo que no se la va a comer, pero de pronto desaparece de mi mano y veo cómo la mastica con entusiasmo. Mientras Ángel está entretenido hojeando mi libro.

—"Haruki Murakami. El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas". Si se entera nuestra profesora de literatura, te hace la ola.

—No creo que sea para tanto —intento quitarle importancia a mis gustos literarios.

—No, claro... el mundo está lleno de chicas de 16 que leen libros así.

Me río por su comentario.

—¿Quieres que te lo deje? A mí me ha gustado mucho.

—Sí, ¿por qué no? Pero, ¿lo has terminado? Puedes dejármelo más adelante.

—Tranquilo, lo estaba releyendo. Mi economía actual no incluye poder comprar nuevos libros, así que me conformo con los que tengo. Cuando termines ese, te puedo dejar alguno más. Con lo que lees, no te va a durar un asalto.

Me mira entrecerrando los ojos.

—¿Por qué crees que leo mucho?

"Ay, Dios. Ya he hablado más de la cuenta". Si le digo la verdad, se va a dar cuenta de que me paso más tiempo mirando lo que hace él que atendiendo en clase.

—No sé, te he visto leyendo por debajo del pupitre... y en los descansos. Me he fijado que cada día es un libro distinto —confieso.

—Ya.

Me gustaría saber qué está pensando en estos momentos. Seguro que se ha dado cuenta de que estoy colada por él y por eso no me pierdo ningún detalle. Este silencio me incomoda y no sé cómo salir de él. Por suerte, a él sí se le ocurre qué decir.

—Te puedo prestar algún libro cuando quieras. Me imagino que tendré unos cuantos que no te has leído. Siempre será mejor que releer los que ya tienes, ¿no?

—Gracias.

De nuevo, me observa en silencio. No lo soporto.

—¿Me puedes decir qué estás pensando? Sé que estás en tu derecho de no hacerlo, pero me estoy poniendo nerviosa.

Su gesto se vuelve serio y creo que no ha sido buena idea pincharle para que me lo diga.

—Es solo, que estaba pensando hacer una cosa...

¿Una cosa? ¿El qué? El cosquilleo de mi estómago se ha convertido en un huracán que sube hasta mi pecho haciendo que se me entrecorte la respiración.

—¿Y qué te detiene? —me atrevo a preguntar.

Mira al mar un segundo antes de volver a mis ojos y después a mis labios.

—Es que no sé si es buena idea, pero... ¡qué demonios!


Ya sé, ya sé... ¡cómo se me ocurre dejar el capítulo así! Es para crear un poco de expectación... jajajaja. ¿Qué creéis que va a hacer Ángel? Se aceptan apuestas.

Gracias por vuestros votos y comentarios, me encanta charlar de Uxue y Ángel.

Si os he dejado con la intriga, decídmelo y así me daré más prisa en subir la continuación. Besitosss.

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