Engendrando el Amanecer III

Autorstwa emesan

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Arco de Philippe. Vassili continúa escribiendo después del desenlace de su historia con Sorata. ¿Cómo conti... Więcej

Capítulo I Muros de Cristal - Parte I
Capítulo I Muros de Cristal - Parte II
Capítulo I Muros de Cristal - Parte III
Capítulo I Muros de Cristal - Parte IV
Capítulo XI Muros de Cristal - parte V
Capítulo XI Muros de Cristal - Parte VI
Capítulo XI Muros de Cristal - Parte VII
Capítulo XI Muros de Cristal - Parte VIII
Capítulo XI Muros de Cristal - Parte IX
Capítulo XI Muros de Cristal - Parte X
Capítulo XII Secretos A Plena Luz - parte I
Capítulo XII Secretos a Plena Luz Parte II
Capítulo XII Secretos a Plena Luz - Parte III
Capítulo XII Secretos a Plena luz - Parte IV
Capítulo XIII Philippe, el Estratega - Parte II
Capítulo XIII Philippe, el estratega - Parte III
Capítulo XIII Philippe, el estratega - parte IV

Capítulo XIII Philippe, el estratega - Parte I

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Autorstwa emesan

Pasar tiempo a solas con Maurice se convirtió en una ilusión al tener a la familia Gaucourt en el Palacio de las Ninfas. Los niños acaparaban a su tío, ávidos de historias sobre el nuevo mundo y las tertulias entre los adultos se hacían interminables. Política, filosofía, teología, música, teatro y, por supuesto, chismes de palacio, dominaban nuestras sobremesas; se podía bromear con que teníamos consejo de ministros cada día.

Sin embargo, la pequeña Corinne era el centro de atención. Su bautismo se celebró como una fiesta familiar y pude ver otra faceta del Duque de Alençon: le fascinaban los niños. Cargaba a la bebita cada vez que Adeline se lo permitía y jugaba con los otros niños compitiendo en alcahuetería con Théophane.

Solo Micaela se atrevía a disputar a la pequeña con el devoto padrino, mientras que Raffaele y yo nos resignamos a que no podríamos sostener a la niña cuando ellos estuvieran cerca. Maurice no mostró interés por consentir a su nueva sobrina, decía que tenía suficiente con Leopold, de diez años, Oscar, de ocho, y Théophane-segundo, de apenas tres, robándole su tiempo.

Los tres niños se mostraban más inquietos que de costumbre porque su madre estaba dedicada a su hermanita, así que eran necesarias dos de las institutrices y varios sirvientes para que su inagotable energía no se desbocara.

El único momento en el que dejaban de jugar y corretear era cuando su padre estaba presente, entonces se acercaban a él y lo admiraban como si lo que estuviera diciendo o haciendo fuera algo asombroso. Saqué como conclusión que Joseph, tan inquieto para los negocios como sus hijos para los juegos, no pasaba suficiente tiempo con ellos.

Fue precisamente debido a este afán que aprovechó la primera oportunidad para proponerle a Philippe una reunión con Clément, lo que trajo como consecuencia imprevista que el Duque se enterase de la existencia de Xiao Meng. Raffaele tuvo que componer una historia convincente y llena de omisiones para explicar cómo lo habíamos conocido.

La reunión se llevó a cabo esa misma semana. Al ver llegar a Clement y a Xiao Meng, supuse que permanecerían varias horas en el despacho junto con Joseph y Philippe, por lo que hice planes para escapar al lago con mi pelirrojo, pero al eunuco se le ocurrió decir que yo era su patrón y terminé encerrado con ellos.

Me quedó claro que Philippe y su sobrino pretendían convertir a Clément en socio y tapadera del comercio ultramarino que querían emprender. Para eso ya disponían de varios barcos que habían adquirido.

—No te preocupes, Vassili —afirmó Joseph cuando manifesté mis reservas—, a nadie le parece extraño que el Duque de Alençon obtenga nuevos barcos porque, al igual que otros nobles, financia su propio ejército.

—No tenía idea.

—No suelo hablar de eso —se apresuró a decir Philippe—, después de todo, mis hombres y mis naves están al servicio del rey Fernando. Cuando vengo a Francia es para holgazanear.

En aquel momento no dudé de sus palabras, pero con el tiempo llegué a la conclusión de que con gusto volvería sus cañones contra el soberano de Nápoles si Luis XV se lo ordenaba.

Aunque es mejor no adelantarme, quiero presumir de los descubrimientos que fui haciendo sobre el Duque y de cómo logré descifrarlo. Seguro alguien podría acusarme de haber tardado en darme cuenta incluso de lo que resultaba evidente, pero no podía ser de otra manera, Philippe me deslumbraba.

Unas horas después, durante la cena, al escucharnos comentar sobre nuestra reunión, Maurice se quejó de que su hermano no invirtiera ese tiempo e ingenio en la política. Joseph acalló sus quejas al anunciar que pensaba ganarse un lugar en el Parlamento.

—Es mal momento —intervino preocupado Philippe—. Su Majestad está harto del Parlamento y quiere reducir su influencia.

—Entonces es más necesario que nunca —afirmó Joseph—. El Parlamento es el único medio con que contamos para moderar al Rey. ¡Imaginen si se le ocurre embarcar a Francia en otra guerra!

—Con el matrimonio del Delfín, dudo que esa guerra sea contra Austria —se lamentó Philippe, al tiempo que degustaba una copa de vino—. Y ya me gustaría que pudiéramos enfrentar a Inglaterra, pero está claro que no ganaríamos, al menos no mientras Choiseul lleve las riendas.

—También hay otras cosas que el Rey descuida, por ejemplo, la ciudad de París es un caos, desde los tiempos de Luis XIV no se hacen mejoras a las cloacas y...

Joseph enumeró todo lo que, según su opinión, se debía hacer para mejorar nuestra hermosa ciudad y el resto del reino. Philippe estaba de acuerdo con la mayoría de sus propuestas, pero insistía en que era necesario frenar el avance de Inglaterra y para eso se debía invertir en mejorar nuestra armada naval. Para él la guerra siempre estaría en el horizonte y lo mejor era procurar las condiciones para ganarla.

Théophane y Raffaele también expusieron sus opiniones y, por la expresión que se dibujaba en su rostro, estoy seguro de que Micaela maquinaba en silencio cómo hacer que el Imperio Español fuera aún más grande.

Escuché sin atreverme a abrir la boca porque desde muy joven solo me había cultivado comentando chismes de palacio y criticando a los jesuitas. En cambio, Maurice se involucró apasionadamente en la conversación. Sus ideas discreparon con las de la mayoría porque insistía en que había que lograr que los pobres tuvieran una vida digna. Afirmó con vehemencia que "si alguien no tiene posibilidad de labrarse un porvenir se debe a que abunda la injusticia en la sociedad".

Joseph esgrimió que la plebe podía trabajar mientras que los nobles lo tenían prohibido y mi pelirrojo le describió las condiciones desventajosas en que los obreros eran contratados, la amenaza constante del desempleo, los altos costos del pan, los impuestos que ahogaban sobre todo a los campesinos y la rigidez de la sociedad que negaba cualquier aspiración de quién quisiera aprender un oficio que no hubieran realizado sus padres.

—Y no olvides a los que no tienen fuerzas para trabajar —concluyó Maurice con aplomo—. Dios creó este mundo para que fuera un hogar para todos y hoy nos hace la misma pregunta que le hizo a Caín: "¿Qué has hecho con tu hermano?". Por tanto, dedicar nuestra vida a buscar solo nuestro propio beneficio es contrario al plan de Dios. ¡Tenemos que ayudar a nuestros hermanos, empezando por los más pobres!

—¡Es gracioso oírte hablar de hermanos cuando lo primero que hiciste fue darle la espalda a tu familia y largarte al Paraguay!

—Joseph, no es necesario exaltarse... —suplicó Philippe.

—Deja que siga —intervino Théophane desde el otro extremo de la mesa—. Yo también estaba preguntándome lo mismo: Mucho hablar de amor al prójimo y abandonó a su familia.

—¡Si vamos a hablar de abandono, padre mío, tengo mucho que decir! —replicó Maurice dando un golpe a la mesa.

Con esto teníamos declarada una guerra, pero los hijos de Joseph irrumpieron en el comedor, felices porque Micaela, a quien llamaban "primo Miguel", había prometido darles pastel. Nadie había notado cuándo la ninfa se levantó de la mesa para ir al salón en el que comían los niños con sus nodrizas. Estuve a punto de aplaudirla por lograr calmar los ánimos.

Sigo echándole la culpa a Joseph de aquel incómodo momento, por ser tan necio como para buscar ganar un debate sacando a la luz los esqueletos que la familia no terminaba de enterrar. Aunque puedo entender que perdiera los estribos porque los argumentos de Maurice resultaban incómodos y derribaban sus tesis de progreso. Quizás, en lugar de buscar quién tenía razón, debíamos preguntarnos cuál horizonte resultaba más humano.

Joseph pensaba que los nobles debían recuperar su protagonismo en la organización del reino y ser libres de producir su propia riqueza, sin depender de rentas asignadas a capricho por el rey.

Maurice consideraba que la injusticia y la desigualdad se enseñoreaban en nuestra sociedad, impidiendo que la mayoría obtuviera mejores condiciones de vida, por lo que aquellos que contábamos con privilegios teníamos la obligación de ayudar a quienes carecían de estos. Repetía que "lo que nos sobra a nosotros, en realidad le pertenece a los pobres".

Si queríamos librarnos de tal obligación, tendríamos que cambiar la sociedad a una más justa y fraterna. Ponía como ejemplo a las Reducciones, porque gracias a su experiencia en una de ellas estaba seguro de que era posible un mundo en el que nadie pasara hambre.

En el fondo, Joseph solo aspiraba a repartir el poder absoluto del rey con la nobleza, mientras que Maurice quería derribar los muros que separaban a nobles y plebeyos. Es irónico que el hermano mayor se creyera el más ambicioso de los dos.

Por todo esto resulta asombroso, mi querido Maurice, la forma en que tus ideas han calado en la mente y el corazón de Joseph, convirtiéndole en uno de los parlamentarios más molestos para Versalles.

Supe que en uno de sus discursos hizo un llamado a la fraternidad para salvar a Francia. Trajo a la mente de todos el recuerdo de las viudas y los huérfanos que generan las guerras, a los campesinos que pierden sus tierras porque las malas cosechas les impiden pagar los impuestos, las mujeres atrapadas en una cárcel de sumisión e insignificancia, todas las personas que enferman y mueren jóvenes por el hambre, la dureza de su trabajo o por no poder pagar un doctor... llegó a asegurar que todos ellos eran signo de que Francia estaba de cabeza.

Seguro dirás qué ha sido un milagro del cielo y yo te señalaré a ti como el gran autor de ese prodigio. Después de todo, soy la prueba patente de cuánto eres capaz de cambiar a una persona.

Continuando mi relato, después de aquella cena quise hablar a solas con Maurice, pero en su lugar encontré a los hijos de Joseph jugando dentro de la habitación secreta. Estaban bajo el cuidado de una de las institutrices, la que parecía tener menos experiencia; el pequeño Théophane cabeceaba luchando contra el sueño mientras ella intentaba convencerlo de irse a dormir. El niño insistía en quedarse con sus hermanos y estos no pensaban irse a la cama hasta que su tío regresara como lo había prometido.

Resolví la situación sugiriendo que se acostaran un rato en la cama de Maurice. Los tres quedaron encantados con la idea y el pequeño Théophane me tendió los brazos para que fuera yo quien tuviera el honor de poner fin a su lucha contra Morfeo.

Una vez en mi habitación, me resigné a que tendría que pasar el tiempo contemplando la luna y las estrellas por la ventana. Los astros brillantes, que rompían la oscuridad de la noche, parecían burlarse de mí porque no era capaz de conseguir lo que quería. Lancé un suspiro aceptando la derrota y al instante sentí unos brazos rodeando mi cintura.

—Necesitaba estar contigo, Vassili —escuché decir a Maurice—, hay demasiada gente en esta casa.

—Ya lo creo. A donde quiera que voy encuentro a un Gaucourt, incluso en mi habitación —bromeé dándome vuelta para verle a la cara. Tenía los ojos amarillos.

—¡Estoy agotado y aburrido!

—Solo tú te aburres los días de fiesta —bromeé dándole un golpecito en la nariz con mi dedo.

—Y el aburrimiento me pone de mal humor —suspiró recostando su frente en mi pecho.

—Sé cómo alegrarte...

Le hice mirarme y acaricié su labio con mi dedo tal como había visto a Philippe hacerlo con Tamalut. Él contuvo el aliento y se estremeció anhelante. Sonreí por mi victoria, me acerqué lentamente y rocé su boca permitiéndole elegir el siguiente paso. Por supuesto que me besó con esa pasión que le caracterizaba.

—¡De verdad lo necesitaba! —susurró feliz cuando al fin nos separamos.

—¿Y te basta con un beso o quieres algo más? —insinué seductor.

—Bien sabes la respuesta, ¿no es cierto? —respondió dándome un beso en el cuello que provocó que me recorriera una oleada de calor.

Mantuve la calma, quería que las cosas fueran a mi manera. Sujeté su mano y levanté su brazo como si quisiera bailar con él. Me siguió la corriente y dimos algunas vueltas interpretando una danza llena de dicha y seducción. ¡Cuánta espontaneidad mostraba Maurice! ¡Un año atrás no lo habría creído posible!

Al acercarnos a la cama, le quité la chupa dándole un beso por cada broche que abría. Al terminar, él me quitó la casaca con un solo ademán. Continué desvistiéndolo lentamente, se dejó hacer a pesar de mi torpeza y lentitud involuntaria. Una vez desnudo, se echó en la cama y me tendió la mano con expresión tentadora.

—¡Parece que Monsieur Maurice está de humor para jugar! —exclamé fingiendo sorpresa.

—Nada de eso, Vassili; me tomo en serio lo que estamos haciendo. Los juegos son para los niños.

—Entonces... debo esmerarme —respondí con malicia al tiempo que deslizaba mi mano por su muslo, acercándome a su miembro.

—Adelante, siempre me sorprendes.

Escucharle decir aquello con tal convicción me excitó aún más y por un instante no supe qué hacer. Él preguntó si no pensaba terminar de desvestirme y se sentó en la orilla de la cama para ayudarme a desabrochar la chupa y el calzón, cosa que me enterneció.

De repente empezó a hablar de cómo se sentía por la discusión con su hermano y su padre. ¡No podía creerlo! ¿Acaso había dilatado tanto el momento que él había perdido el interés? No, aquello era algo que debía de haberlo estado molestando desde la comida aunque, como siempre, él mismo no se hubiera dado cuenta, y ahora se hacía perceptible en el peor momento.

Tuve la tentación de obligarlo a dejar todo eso a un lado y concentrarse en lo que estábamos haciendo, pero se veía realmente frustrado. Me senté junto a él y dejé que hablara cuanto quisiera, una vez que pareció calmarse, le dije lo que me creí apropiado.

—Joseph y tu padre parecen estar todavía resentidos por tu partida al Paraguay. Si les dices que lamentas haberte marchado en la forma que lo hiciste, seguramente tendrán mejor disposición.

—Pero yo no me arrepiento. Marcharme al Paraguay fue lo mejor que he hecho en mi vida y, si tuve que engañarlos para irme, fue porque ellos no me dejaron otra salida. Y, al fin y al cabo, soy yo quien tiene motivos para estar disgustado: ¡mi padre se desentendió de mí primero y luego me arrancó del noviciado!

—Es probable que tú padre crea que sacarte del noviciado también fue lo mejor que podía hacer.

—Eso no lo dudo. Por eso somos irreconciliables.

La manera en que bajó sus hombros e inclinó su cabeza mostraba la sensación de derrota y tristeza que debía dominarle. Para mí fue claro que Maurice amaba a Théophane y a Joseph como su verdadera familia, una familia con la que ya no lograba congeniar.

—Si quieres puedo hablar con Joseph sobre lo que sientes. Quizá así sea menos...

—No, de ninguna manera. Mi hermano es tu patrón, no quiero que tengas problemas con tu trabajo por mi culpa. Es más, perdona por arruinar los pocos momentos que podemos estar juntos.

—Bueno, cambia esa cara. De qué sirve ser amantes si no podemos ayudarnos con estas cosas. Está visto que ni tú ni ellos van a aceptar que el otro tiene razón, así que tratemos de encontrar una solución que no implique ofenderlos más ni renunciar a tus convicciones. Por ejemplo... mañana podrías pedir disculpas por haber gritado y golpeado la mesa sin no mencionar nada más. Puede que eso baste para contentarlos.

—Eso puedo hacerlo porque de verdad lamento haber perdido los estribos... ¡Eres un genio Vassili!

—Solo estoy menos involucrado que tú en el conflicto. Cuando algo nos duele, lo vemos con menos claridad.

Su rostro mostró tal alegría y gratitud que me sentí dichoso. Me abrazó con fuerza y lo oí sollozar.

—¡Eres mi refugio ante todas las tormentas, las que tengo dentro y las que me rodean!

Acaricié su melena roja queriendo hacerle sentir tranquilo, esperé a que me mirara y lo besé de nuevo lentamente.

—Sabes que te amo y siempre voy a estar a tu lado. Ahora deja que aleje de ti todo ese agobio con mis besos.

Quería hacer las cosas con delicadeza y lentitud, pero nuestras caricias y besos ganaron ímpetu. Maurice volvió a recostarse en la cama y yo me deshice de lo que me quedaba de ropa para colocarme sobre él.

El bálsamo ya estaba preparado junto a la almohada y me deleité con el hecho de que mi amanta me había estado esperando en mi habitación mientras yo lo buscaba en la suya.

Cuando metí mis dedos dentro de él, gimió de placer y cerró los ojos, como si se abandonara en mis manos. ¡Realmente me estaba enloqueciendo! ¡Ahora mostraba una sumisión que competía con la de Micaela!

Acaricié sus muslos al mismo tiempo en que lo besaba y, cuando ya no me fue posible resistir más, me fundí con él y nos convertimos en una sola carne, hambrientos y demandando más en cada embestida, en cada beso, en cada roce de nuestra piel. Apenas si nos quedaba aliento para llamarnos el uno al otro.

Fui incapaz de pensar, solo podía sentir y dejarme llevar. Él se imponía como una fuerza de la naturaleza que nada podía detener: Sus manos presionando mi espalda, sus piernas rodeando mi cadera, sus labios adueñándose de mi boca... ¿Quién le hacía el amor a quién? ¿Quién entregaba y quién se daba? ¿Se podía pedir algo más placentero y pleno que convertirme en una sola llama con Maurice?

—¡Te amo! —declaró cuando lo llevé al éxtasis.

—¡Eres mi todo! —respondí con el escaso aliento que me quedó después de mi ascenso a la gloria.

Los dos seguimos unidos, mirándonos mientras sonreíamos sudorosos y agotados. Con besos inagotables continuamos nuestra conversación que ya no necesitaba argumentos. El mundo podía ser injusto y estábamos condenados a escondernos de nuestras familias, pero nos teníamos el uno al otro y eso era más que suficiente.

Dormimos felices, olvidando todo lo que nos rodeaba. Hasta que alguien llamó a mi puerta a la mañana siguiente.

—Vassili, perdona que te moleste —oímos decir a Philippe—. Estoy buscando a Maurice.

El mundo se tambaleó. Saltamos de la cama sin saber qué hacer. Creo que los dos deseamos tener allí una puerta secreta por la cual escapar. Maurice recogió su ropa del suelo, yo me puse el camisón que no había necesitado antes y pedí a Philippe que esperara un momento.

—Solo quiero saber si sabes dónde está —respondió el duque.

—Debió ir a orar en la iglesia, como lo hace todas las mañanas —Hice señas a Maurice para que entrara en el armario, luego abrí la puerta fingiendo estar soñoliento.

—Nadie lo vio salir —replicó preocupado Philippe— y parece que no ha dormido en su habitación ni en la habitación secreta.

—¿En serio?... que extraño.

—Los niños pasaron ahí la noche y han hecho un desastre en su cama.

—¡¿Un desastre...?!

—Ahora mismo Adeline los está regañando. Seguiré buscando a Maurice, es probable que haya dormido en alguna de las habitaciones vacías.

—Me vestiré y te ayudaré a buscarlo.

—Muchas gracias.

Sonreí y Philippe también sonrió por lo que pareció creerme todo, pero Tamalut, plantada tras él, parecía ser capaz de ver más allá al escrutarme con sus bellos y profundos ojos.

Me di cuenta de que las manos me temblaban cuando al fin pude cerrar la puerta. De inmediato Maurice salió del armario furioso.

—¡¿Qué habrán hecho esos tres?!

—¡Olvida eso, tu tío casi nos descubre!

—Debemos usar la habitación secreta la próxima vez... Aunque él tiene una llave.

—¡¿Qué?! ¡Pero si escondí mis libros de apuntes ahí!

—No creo que mi tío revise mis gavetas —replicó mi amante sin darle importancia al vital asunto—. ¿Ahora cómo saldré de aquí? ¡Y quería tomar un baño!

—También olvida eso. ¿Qué vas a decir cuando te pregunten dónde dormiste?

—Que dormí en otra habitación, tal como dijo mi tío, y que fui a caminar antes del amanecer porque estoy harto de tener tanta gente en esta casa.

—Bien, pero omite la última parte, tu familia está feliz con esta reunión.

Después de vestirnos, salí para asegurarme de que el corredor estuviera libre de mirones inoportunos y le indiqué a Maurice que podía marcharse. Tomamos caminos contrarios, yo me dirigí a su habitación y él bajó las escaleras.

Al llegar encontré a Joseph y a dos de las institutrices presenciando como los pequeños transgresores enfrentaban el juicio de su madre. Las sábanas que ella tenía en sus manos, junto con la enorme mancha del colchón y cierto olor, me hicieron concluir que su crimen había sido mojar la cama.

—¿Y bien? —decía Adeline—, ¿quién de los tres fue?

—Por el tamaño de la mancha, debieron ser los tres —aseguró con calma Joseph, frunciendo la nariz.

—¡¿No les da vergüenza?!

—No queríamos, mamita —dijo Oscar.

—¡No, no queríamos!— replicó el pequeño Théophane.

—Soñé que estaba haciéndolo en la bacinilla —declaró Leopold.

—¡Yo también! —dijeron al mismo tiempo los otros dos—. ¡Qué curioso!

—Basta, no es algo para reírse —los regañó la encantadora juez, quien enseguida se volteó hacia la institutriz—. ¿Hizo que usaran la bacinilla antes de dormir?

—No lo hice, señora, lo siento.

—¿Y por qué los acostó en la cama de Monsieur Maurice?

—Es que ellos querían esperar a su tío. Le ofrezco mis disculpas.

La mujer me miró y estoy seguro de que le pasó por la cabeza acusarme de no haber hecho bien su trabajo, pero por suerte no dijo nada. Daba igual, yo ya había asumido que tenía parte de la culpa y estaba pensando en cómo librar a los desafortunados niños del castigo.

—Tío Maurice dijo que estaba aburrido y se fue —comentó Oscar cómo si le doliera recordarlo.

—Típico de él —se quejó Joseph.

—¡¿Qué es esto?! —chilló Maurice al entrar—. ¡Mi cama!

—¡Perdónanos tío! —se adelantó Leopold.

—¡Es tu culpa por dejarnos solos! — gritó Oscar molesto.

—Sí, tu culpa —afirmó el pequeño Théophane con convicción.

—¡¿Mi culpa?! —rugió Maurice— ¡Qué desfachatez!

En ese momento me di cuenta de que yo era más culpable de lo que creía, porque, además de haber acostado a los niños en esa cama, también fui la razón por la que habían sido abandonados.

Traté de interceder, pero no había manera de salvarlos porque su crimen seguía a la vista y apestaba cada vez más. Al final Adeline les dio un tirón de oreja a cada uno, Maurice los desterró de su habitación y Joseph intentó escapar aprovechando la confusión.

Fue evidente que para los tres pequeños iba a ser terrible no poder jugar en la habitación secreta, porque se echaron a llorar desesperados cuando escucharon la sentencia, mientras que el tirón de orejas solo les arrancó un "ay".

—Pueden jugar en el jardín —dije compadeciéndome.

—Mamita no quiere que ensuciemos nuestra ropa —se acercó para decirme en confidencia Leopold.

—Entonces... ¡su padre puede llevarlos al lago! —sugerí con falso entusiasmo, esperando que me siguieran la corriente.

Joseph giró sobre sí mismo, cuando estaba a un paso de la puerta, para verme alarmado.

—¡Sí! —Los tres pequeños se apresuraron a rodearlo—. ¡Llévanos al lago!

—Quizá mañana... o pasado mañana —respondió Joseph con una convicción que no inspiraba confianza.

—Hoy pueden jugar en el salón de Nuestro Paraguay —dije al ver la cara de decepción de los niños.

No esperaron a que terminara de hablar, ese lugar los había fascinado desde que se lo mostramos. Salieron corriendo perseguidos por sus nanas alarmadas. Adeline me miró furiosa.

—¡Así parece que los estamos premiando! —me regañó.

—¡Eres un alcahuete! —agregó Maurice.

Pedí disculpas y prometí que cuidaría de los niños por un rato, así pude escapar antes que tiraran de mis orejas también. Pasé un buen rato escuchando a los tres pequeños componer las historias más asombrosas sobre su arribo al Paraguay. ¡Su imaginación parecía ilimitada!

Sin embargo, la alegría que me provocaba verles jugar pronto se convirtió en desasosiego. Caí en cuenta de que Leopold tenía casi la misma edad que Edmond y Liselotte, y no pude evitar compararlos.

Los hijos de Joseph eran tres niños llenos de alegría y sin ninguna sospecha de la malicia que imperaba en el mundo. Contaban con sus padres, un abuelo y un tío que los protegerían siempre, tenían un futuro brillante ante ellos y sus sonrisas no estaban empañadas. Mientras que a los niños de Odette les habían arrebatado toda la belleza de la infancia.

Sentí que una espada me atravesaba el corazón y la escena dejó de ser encantadora para convertirse en un agravio. ¿Por qué unos niños corrían con mejor suerte que otros? ¿Por qué los destinos de todos los seres humanos parecían determinados desde el nacimiento? ¿Quién era el infame que decretaba nuestra suerte? ¿O acaso Maurice tenía razón y todos nacíamos libres para construir nuestra vida eligiendo siempre lo mejor, pero a la mayoría se les cercenaba ese derecho?

La respuesta era obvia. Detrás de la desgracia de los niños de Odette había rostros bien definidos y la dicha de los hijos de Adeline se la había procurado ella, junto con el resto de la familia Gaucourt. Por tanto, no existe una providencia a quien culpar porque todos los crímenes tienen autores que recorren las calles o pasean por palacios con impunidad. Sentí la urgencia de hacer algo para corregir toda la locura de este miserable mundo.   





Nota de la autora

¡Feliz San-Va-lentin!

Pensaba actualizar le jueves para volver a las tradición del Juernes, pero me di cuenta que hoy es el día del amor y la amistad :* Muack! Feliz día!

¿Qué les pareció primera parte de este nuevo capítulo? Me gusta el título y todo lo que vamos a desarrollar en adelante.  Philippe va a mostrar una de las facetas escondidas, veremos si lo siguen queriendo cuando termine su arco. Yo lo amaré con locura por siempre.

Gracias por su paciencia con esta historia. La buena noticia es que ya en Patreon está publicada otra actualización y, si te haces mecenas, la lees antes.  La otra buena noticia es que tengo casi todo el capítulo transcrito, esperando a ser corregido y embellecido antes de  enviarlo al beta-lector, así que puede que estemos viendo el fin de los largos meses sin actualizar.  Rogad al creador que así sea, porque tengo que luchar contra mi peor enemigo: yo misma. 



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