Cuando cierro los ojos se van...

By PsiqueMaichen

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Isaac no conoce más allá del internado de monjas donde ha sido criado desde su infancia. Su padre niega que l... More

Nota
Anuncio
Reparto y datos
Carta
Permiso
Daniel
Luna
Necesitas buenos amigos
Salida
Demasiado bullicio
Violeta
Excusas para acercarse a los chicos lindos
¿Tal vez era un fantasma?
Una triste carta
Recuerdo
Piano
Adonis
¿Fuga?
Castigo
Ya no había futuro
Ya, bebito
Navidad
Copos de nieve en un lugar secreto
Regalos
El cuento de Isaac
Pesadillas
Terrence
¿No recuerdas?
Conversaciones frías
El pasado coexistiendo con una pesadilla
El inicio de la primavera
Albert
Reviviendo el pasado
Los ángeles enamorados del músico
Las estrellas florecieron
Las ilusiones del amor
El ocaso llegará
Repentina decisión
Mientras esperaba
Lana Fajro
El refugio de las ilusiones del amor
Fiesta de cumpleaños/ parte 1
Fiesta de cumpleaños/ parte 2
Fiesta de cumpleaños/ parte 3
Parte dos del libro
Bach
Milagro
Corazón roto
Fantasmas
Afecto muerto
Una mala decisión
Aroma a rosas
La muerte de un futuro triste
Destellos de otra realidad
Unión
Los amantes
Lo que aprisionan los santos
Él lo sabe
Rumores que son verdades
No le debía fidelidad
Falsa calma
La pesadilla de Albert
Tiempos difíciles
Un espacio dentro de otro espacio, donde no existe la vida ni la muerte
La nueva realidad
El final que soñó


El propósito del anillo 

(Epílogo) El camino correcto

El anillo

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By PsiqueMaichen


Caminé al lado de Albert, sin cuestionarle. Mi instinto me decía que lo siguiera. Extrañamente, no había monjas cuidando el dormitorio, era como Albert decía, bajaban la guardia los fines de semana, más porque la mayoría de alumnos iban a sus hogares y otros usaban el permiso para salir.

Terminamos plantados enfrente de la vieja reja que daba acceso al bosque. Pensé en Daniel, en todas las veces que escalamos la reja para estar juntos en paz, en aquella capilla donde las miradas juiciosas no llegaban. El suelo se encontraba tapizado por el follaje de caramelo. El otoño estaba presente en todo lo que mirara. El sol tierno de la mañana se veía ausente detrás de las grises nubes que se iban despejando con el aire. Albert escaló la reja y yo lo miré extrañado. No pensaba en él como una persona que le gustara meterse en problemas. Lo recordaba más como el chico que se mantenía al margen de todo y hablaba poco. Fue agradable conocer otra faceta de él. Se encontraba decidido. Fui detrás de él. Caminamos por el bosque, escuché el follaje quebrarse ante mis pisadas y los cantos lejanos de los pájaros. Inexplicablemente, al estar cerca de él, todo era normal, no había de esas cosas que me alteraban.

—¿Qué sucede? —le pregunté cuando no soporté más el silencio.

—No hay tiempo, si dudo... no lo lograré —habló Albert en un apacible hilo de voz que detonaba tristeza.

—¿Lograr qué?

—¿Alguna vez has tenido un sueño tan vívido que parece ser real? —preguntó.

—Seguido.

—Quiero cambiar ese sueño... Y solo lo lograré si soy más audaz.

—¿Qué pasaba en tu sueño? —curioseé.

Albert se detuvo y sin dejar de ver hacia el horizonte, habló:

—Estabas muerto.

Al escucharlo el corazón se me estrujó. No dudé en lo que decía, algo dentro de mí sabía que su sueño podría volverse real.

—Seguro fue una pesadilla —comenté risueño.

—Eso espero. Podré mi granito de arena para que no suceda. Iremos ya a ver a la bruja. —Tomó mi mano y me hizo caminar con él.
Me percaté de que le temblaba y le sudaba la mano. Cuando Daniel me tomaba la mano, lo hacía con seguridad y que su agarre me reclamaba como suyo.

—¿Por qué quieres cambiar eso? —pregunté tímidamente.

—No podría soportar perder a alguien más. —Siguió caminando.

—Albert...

—No te preocupes, regresaremos antes de la inspección —aseguró.

Caminamos por un largo rato, salimos a una de las muchas carreteras que dividían el bosque. Esperamos a que pasara algún taxi, pero el tiempo transcurría con velocidad y no se vislumbraba ninguno en la gris carretera, únicamente transitaban de manera esporádica carros particulares. Albert, sonrojado, decidió pedir un aventón a los carros que se aproximaban. Le ayudé al ver que podría morir de vergüenza. Se detuvo un granjero que pasaba por el lugar y nos ofreció llevarnos cerca del centro de la ciudad en la caja de la camioneta. Ocupamos lugar encima del heno que cargaba la camioneta. Sonreí avergonzado, era todo tan ilógico, pero ameno.

En el movimiento vi a los árboles mezclarse con el viento y el entorno. Después, llevé mi mirada en Albert, su cabello de sol naciente se agitaba con el aire. Me pareció que era el rayo más tierno del sol de otoño. Llevó algunos mechones ondulados detrás de su oído. Ahí fue cuando contemplé los dedos de su mano, tan finos y delicados como las patas de una araña, y como su propia complexión. Era algo sublime que se debía prestarle la atención debida o desaparecería con el ruido más fuerte que su propia voz. Al parecer, percibió el peso de mi mirada, me correspondió y sonrió con una ternura digna de él. Le sonreí sutilmente. La culpa llegó, sabía que si Daniel se enteraba de esto se enojaría. Odié aquella sensación que me aprisionaba, la idea de hacer enojar a alguien que amaba por mis actos.

Llegamos al centro de la ciudad, al rústico lugar vistoso que conocía y me dio varias impresiones de mi vida. Donde vi por primera vez a Violeta, conocí la historia de su hermano Bach gracias a la curiosidad de ella. Conocí a Adonis, el hombre con el que estaba obsesionado Daniel. Y donde conocí a una bruja.

Caminé al lado de Albert hasta adentrarnos a un pasillo angosto que daba la vista de los ventanales de algunas casonas y crecían enredaderas florales. Se encontraba la extraña tienda entre los ventanales y ramas aferradas a los muros.

Cuando entré a la tienda sonó una sutil campanilla, me invadió las fosas nasales el aroma del incienso y vi detrás de un aparador de cristal a una mujer extraña. Era esbelta, elegante, misteriosa, alta e intimidante como la muerte. Me sorprendió, irradiaba una energía extraña de su ser que agitaba con el apacible ambiente del lugar. Sus ojos evocaban el recuerdo de unas espléndidas esmeraldas, su piel era de luna y sus cabellos de una noche estrellada. Me sonrió con ternura al verme.

Entonces, antes de articular un saludo, para mí, todo el entorno se oscureció y solo quedó el brillo de su mirada como lámpara que atenuaba las tinieblas. No podía moverme. Escuchaba los latidos de mi corazón asustado. Repentinamente vi un ojo abrirse en el centro de su frente, resplandecía similar a un bosque en primavera, fijó su ver en mí. La energía del ojo invadió la privacidad de mis pensamientos, sin solicitarme permiso, hurgó en lo más profundo de mi ser. Deseé que no llegara en el rincón de mi mente donde vivía Daniel y se encontraban resguardados nuestros momentos más íntimos. No tenía certeza de saber qué tanto miró.

—Para los oídos humanos no hay palabras que expliquen lo que te pasa —dijo sin mover sus rojizos labios. Su voz era clara y aterciopelada—. La Tierra es de los humanos, lo prohibido debe ser secreto para ellos. No temas de lo que eres. La locura no es el mal que te aflige, querido. Es tu falta de entendimiento. Naciste para escuchar lo que ha muerto, ese fragmento de los fallecidos que permanece anclado en la Tierra y se aferra a la amada vida. Los apodan fantasmas, y quienes no los ven creen que no existen. Tú decides, los escuchas, los ayudas o dejas que el transcurso del tiempo los borre. Sin embargo, hay más que fantasmas, y lo sabes. Como las maldiciones en forma de estatuas que se alimentan de las energías de las emociones y aprisionan a los fantasmas.

«¿Qué debo hacer?», pensé.

—Necesitas mucho que aprender —habló de nuevo sin articular ninguna palabra.

«¿Cómo puedo aprender?», pregunté pensando.

—No ignores tus sueños, cambia lo que tengas que cambiar y no dudes de lo que sientes. Lo demás lo aprenderás con el tiempo, la misma vida te llevará a encontrar la verdad que buscas. —Se delineó en su pálido rostro una sutil sonrisa—. Y recuerda, el pasado, el presente y el futuro fluctúan constantemente. Cada decisión que tomas te lleva a un camino diferente.

«Es tan complicado de asimilar, no lo entiendo del todo. Necesito saber más», pensé afligido.

—Puedo ayudarte si tanto deseas cambiar todo, pero olvidarás todo lo que has vivido.

Estiró su fúnebre mano y resplandeció en la negrura.

«¿Olvidaré todo? ¿Y qué será de mi familia, mis amigos y de mí?», pregunté.

—Serán un recuerdo lejano y ellos te olvidarán con el pasar del tiempo, olvidarán cómo es tu rostro, tu voz y todo lo que compone tu ser. Serás para ellos una figura sin rostro, alguien que conocieron, pero un día, de la nada, dejó de ser parte de sus vidas.

La mano ofrecida resplandeció con más intensidad. Me otorgaba la imagen mental de una puerta abierta de par en par donde un paraíso bañado con la luz de un sol blanco me esperaba. Dudoso, intenté acercarme a la mano. Sin embargo, en mi mente cruzó fugazmente un recuerdo protagonizado por Daniel, me sonreía con ternura y me rodeaba con su brazo mientras mirábamos la lluvia caer.

«Aún no puedo irme, sé que si lo hago, alguien muy importante para mí morirá».

—Morirá porque lo olvidarás y su destinó ya no te preocupará. Tienes que tener en cuenta que no es tu responsabilidad salvarlo.

«Sé que no es mi responsabilidad, pero decidí tomarla. No quiero ser como los demás, huyen y le dan la espalda cuando creen no poder con él. A mí también me dieron la espalda y me abandonaron. ¿Qué tiene de malo querer ser empático con alguien que amo? Sé que no es perfecto y que ha cometido muchos errores. Quiero intentar todo lo posible antes de rendirme. No dudo en lo que dices, no hay pruebas ni nada, pero sé que es verdad. Por el momento me conformo con saber que no estoy enloqueciendo, pero no huiré».

—Nadie experimenta en carne ajena. Es tu vida y tú decides cómo vivirla.

Ella sonrió y volví al momento. No había pasado ni un segundo desde que entré en la tienda.

—Hola, buen día —saludó Albert—. Mira, Isaac. Ahí están las muñecas que te decía. —Señaló Albert en la vitrina donde se exhibían diversas muñecas de porcelana.

—Bienvenidos —correspondió el saludo sonriendo—. Las muñecas son usadas para contener fantasmas agresivos —informó con una encantadora entonación la bruja.

Caminó y resonó el eco de sus elegantes zapatillas rojizas en el suelo laminado. Eché una mirada a las vitrinas, me vi reflejado en los cristales antes de enfocar la mirada en las bonitas muñecas. Me atemorizó la forma tan realista que poseían algunas en sus rostros. Eran tan reales que no dudé que en un momento cobrarían vida. Poseían tanta vida que me evocaron el recuerdo de las estatuas de los santos. No eran esculturas pétreas, una extraña energía irradiaba en la figura de estas. Especulé que tal vez podían contener los fantasmas debido a que poseían una fuerte similitud con el cuerpo de los humanos.

—¿De verdad? —preguntó Albert emocionado—. Por cierto, él es mi amigo, del que te hablé la otra vez.

—Claro. —Sonrió y abrió una de las vitrinas donde se exhibían extraños anillos—. Vas a necesitar esto—. Estiró su mano, tenía un delgado anillo que parecía hecho de cristal, pero había un brillo iridiscente extraño en él. Poseía una carga de energía muy fuerte.

La miré perplejo. Ella se acercó, tomó mi mano y dejó el anillo en la palma. Lo contemplé sin decir nada, me pareció un objeto irreal. Era ligero y cálido, similar a sujetar la mano de alguien. Algo en mi interior me decía que ese anillo no existía aún, que era un objeto atemporal. Tal vez me lo dijo la bruja en pensamientos, pero no la escuché, solo me llegó el conocimiento.

—¿Por qué lo va a necesitar? —preguntó Albert.

—Su anterior dueño me dijo que un día llegaría alguien que lo necesitaría, tendría muchas dudas y creería que está volviéndose loco. Esa no es su forma real, algún día se mostrará tal como es. —Llevó su intensa y a la vez divertida mirada hacia mí—. Considéralo como un amuleto de la buena suerte.

Mientras hablaba la bruja, en un parpadeo visualicé en pensamientos vívidamente una escena y vi una versión adulta de mí. Vestía un oscuro traje hecho a la medida y llevaba el cabello bien peinado. Lo que más llamó mi atención fueron los ojos sosegados enmarcados por unos anteojos de marco negro, no había rastro de angustia y desesperación. Me agradé más con aquella apariencia. Sin decir nada, esa versión adulta de mí entró en la tienda, saludó con cierta familiaridad a la bruja y le hizo la entrega de un anillo plateado mientras le explicaba que lo necesitaría alguien.

—Haces trampa en ir y venir, cambiando las cosas —dijo ella con una amigable entonación mientras recibía el anillo.

—¿A caso la vida no se trata sobre sobrevivir? —preguntó mi yo adulto—. El anillo lo va a necesitar un sobreviviente.

—¿Qué contiene? —investigó, llevando su mirada al anillo plateado.

—Susurros de conocimiento y una promesa hecha que jamás se cumplirá.

—¿Y si se llega a cumplir?

—Sabes bien que la muerte no se puede eludir, solo posponer. Fui engreído creyendo que podía hacer la diferencia.

—Seguramente fuiste feliz cada vez que lograbas cambiar algo —dijo ella.

—¿Qué es la felicidad? Cada quien tiene su propio concepto de ella. Siempre habrá personas que serán felices cuando dejen de sufrir.

—Sigo creyendo que hubiera sido mejor no abrir la puerta, siempre puedes intentar alejarte de la persona que te incitó a hacerlo. —Recargó sus brazos por encima de un mostrador que tenía más joyas.
Ella emitía el brillo de una preciosa joya.

—Esa opción ya no existe. Agradezco tu ayuda.

—Un placer, colega, vuelve cuando quieras. —Esbozó una alegre sonrisa.

Me dio miedo ver aquella escena, y a la vez me emocionó. Una sensación de irrealidad me abrazó y reconfortó. Había futuro y podía aferrarme a este. No obstante, me entristeció no ver a Daniel a mi lado.

—¿Y el anillo le ayudará con su problema? —preguntó Albert, trayéndome a la realidad con su amena entonación.

—Él no tiene ningún problema. Cuando estés listo, vuelve aquí —me dijo.

—¿Cuánto es el por anillo? —preguntó Albert mientras hurgaba en el bolsillo de su pantalón.

—Es un obsequio. —Sonrió plena—. Ese anillo esperaba por él.

—Gracias —murmuré avergonzado.

—Es muy amable —aclaró Albert.

—Tú también, jovencito —dijo con una apacible entonación—. Hiciste bien en hacer algo que usualmente no harías. Debes seguir guiándote por tus instintos, por muy alocados que los consideres. Vuelvan cuando lo necesiten. —Juntó sus manos y sonrió complacida.

Salí de la tienda junto con Albert, ambos desconcertados. Albert insistió que pasáramos por un helado antes de regresar, según sus palabras, aún había tiempo suficiente, y era verdad. El sol estaba en su apogeo, no quedaban nubes grises y no había mucha gente transitando por las empedradas calles. Los negocios y las personas parecían ser espejismos lejos de mi alcance. Terminé sentado en una incómoda sillita de una mesa redonda que eran parte de la heladería. Fui simple con mi antojo, pedí un helado de vainilla con cobertura de chocolate.

—Ahora que lo pienso, ella no dijo mucho. ¿Para qué servirá el anillo? No lo aclaró —preguntó Albert y mordisqueó un poco de la bola de helado que sostenía con la mano.

—No lo sé. Tal vez es la promesa de un mejor futuro. —Lo saqué de mi bolsillo y se lo entregué—. Todo fue muy raro. —Llevé detrás de mi oído un mechón de mi cabello que se empeñaba obstaculizarme la vista—. Ella me habló en pensamientos —le conté en un tono de voz confidencial y un poco avergonzado.

—¡Qué te dijo! —Sus ojos de bosque se incendiaron de emoción.
Me sorprendió la reacción de Albert, creí que me llamaría loco. Esbocé una sutil sonrisa.

—En resumen, que no estoy loco y que puedo ver fantasmas.

Gustoso, lamí lo que comenzó a derretirse de mi helado.

—Lo sabía, pero a mí no me creías —reclamó con una gentil entonación.

—Aún es difícil que lo crea, pero prefiero creer en eso que pensar que estoy loco.

—Deberías usarlo, como ella te dijo. —Regresó el anillo después de analizarlo con su curiosa mirada.

—Debería.

Intenté ponerme el anillo en diversos dedos, pero no entraba por completo en donde lo probaba, excepto por el índice de mi mano izquierda. Me extrañó.

Le agradecí a Albert por todo. Me quitaba mucho peso de encima al estar a su lado. Miré las nubes avanzar lentamente por el cielo. Escuché el chorro de las fuentes cercanas y el gorjeo de las palomas que caminaban torpemente por el lugar. Estaban acostumbradas a que los humanos las alimentaran, ya no volaban, algunas brincaban impulsadas por sus alas, otras caminaban dando pasitos rápidos. Me sentí una paloma, estaba tan acostumbrado al internado, y a Daniel.

—Deberíamos fugarnos y jamás volver al internado —dijo repentinamente Albert con una seriedad que no reconocí en él.

—¿Bromeas, cierto? —Fijé mi mirada en él.

—No es broma. Ella dijo que siguiera mi corazón y siento que si volvemos... pasaran cosas malas. —Desvió su mirar de mí—. No quiero que él te haga daño.

—¿Y qué haríamos si huyéramos? Eso sería complicado... Dos hombres huyendo juntos. Además, creo que la vida no se trata de huir. —Miré los dedos de mi mano, chorreaba el helado a pesar de intentar mantenerlo firme—. Daniel no es como piensas, está tan perdido y solo como nosotros, pero usa una cruel fachada para protegerse. No me hará nada malo, no lo permitiré. —Limpié con una servilleta el helado derretido de mi mano—. No quiero dejarlo solo, no quiero que las cicatrices de su brazo sigan siendo más y que un día sean tantas que ya no le quede sangre para levantarse. No quiero ser como los demás que huyen ante los problemas y se priorizan en todas las situaciones. —Sonreí seguro de mí mismo—. Tampoco... quiero ser una carga para ti. Escaparnos del internado nos arruinaría de cierta forma la vida.

—Ese es el problema cuando convives mucho con alguien—expresó un tanto melancólico—, le das una parte de ti, y después no quieres dejar ir a esa persona que tiene mucho de ti. Tal vez piensas que si abandonas a Daniel, te abandonas a ti. No es tu responsabilidad su vida. Él decide si vive o muere, nadie más tiene el control sobre eso.

—Tal vez no sea mi responsabilidad, pero quiero intentar hacer la diferencia. Él me importa, y si muere, no me lo perdonaré. Sé que me ha mentido, me duele, pero... no significa que él ya no pueda mejorar como persona.

—Me hubiera gustado poder hacer lo mismo por Bach. —Esbozó una triste sonrisa—. Pero sé bien que no hubiera hecho la diferencia nada de lo que hiciera. Él decidió dejar de sufrir. —Llevó su triste mirada hacia el cielo—. Hay personas que no son aptas para esta tierra de locos. No logran endurecer sus corazones para poder sobrevivir. Cuentan con demasiada amabilidad y bondad. Bach se refugiaba en los libros, no podía con la realidad que lo rodeaba.

—Lo lamento... —Callé de golpe.

Por un momento no tuve consideración de la situación de Albert y hablé sin filtros.

—Dejar ir a las personas hacia su destino también es un acto de amor —concluyó él.  



----------Nota de autor--------

Holaaaa. ¿Les gustó el capitulo? 
Si les gusta, no olviden darle amor a la novela. Mientras esperan nuevo capítulo, les invitó leer En mi melancólica soledad con ellos, ya que hay referencia de esa obra con esta y más en este capítulo. Digamos que una sucede en el pasado y otra en el presente, pero en el mismo universo.  :P
Abrazos de mapaches para todos <3

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