Mi Señor de los Dragones

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Los Señores de los Dragones, como Bakugou, son seres longevos que amaestran dragones y dedican sus días a luc... More

Canción
Presentación
I: 500 años
II: Hacia Mangaio
III: Es una palabra antigua
IV: Sanguia en las mejilias
V: La Misión del Caballero
VI: Posada llena
VII: Loco do merda
VIII: Mapas
IX: Vida familiar
X: ¿Qué significa eso?
XI: Historias del pasado
XII: Diferencias
XIII: ¿Qué hay en el cielo, Deku?
XIV: No lo digas
XV: Los dragones no son malos
XVI: Chizochan
XVII: Bakuro
XVIII: ¿Por qué eres un guerrero?
XIX: Perdóname
XX: Volcán
XXI: Qué terrible es la destrucción
XXII: Morir
XXIII: Rasaquan
XXIV: Festival de los Diez Días
(Extra 1) A menos que quieras seguir
(Extra 2) Deadvlei, Leitrim y Anathema
XXV: Esposa
XXVI: Momochan
XXVII: El Señor de los Dragones del Centro
(Extra 3) Mashinna
XXVIII: Hermanos
XXIX: La bonita, o la otra
XXX: Viento negro
XXXI: Llámame, y yo vendré
XXXII: Serendipia
XXXIII: Sangre Vieja
XXXIV: Señores poderosos
XXXV: Mensajes
XXXVI: Maestra
XXXVII: Guardián de los Secretos
XXXVIII: Tatuaje
XXXIX: Criaturas similares
XL: Los secretos de las Sombras
XLI: Tiempos menos simples
XLII: Destinados a luchar
XLIII: Le están derrotando
XLIV: Ocaso
XLV: El Señor de los Dragones de Farinha
XLVI: Seichan
XLVII: La Vida del Bosque
XLVIII: El Monte de los Dragones
XLIX: Lágrimas
L: Los que quedan
LI: El guerrero y el protector
LII: Salvadores del Reino
LIII: Decisiones y decepciones
LIV: Serenidad y furia
LV: Una oportunidad
LVI: Búsqueda
LVII: Una trampa
LVIII: Malas Nuevas
LIX: No viene a luchar
LX: Por todas mis sombras
LXI: Caballero y guerrero
LXIV: Adamat

LXII: Enemigo del Reino

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Extracto de "Historia del Reino de Drom", de Dragostei.
Página 2, párrafo 1
"Al principio, hubo siete tribus. La Tribu de los Pieles Rojas, que eran Criaturas del Agua. La Tribu de los Árboles Altos, que eran Gente del Bosque. La Tribu de los Guerreros, que eran Caminantes de la Tierra. La Tribu de la Gente de la Arena, que eran Gente del Bosque. La Tribu de los Ríos, que eran Criaturas del Agua. La Tribu de los Artesanos, que eran Caminantes de la Tierra. Y la Tribu de los Anihila, que eran Sombras de las Montañas".


———


El interior del Karakorum, también llamado el "Palacio de las Noches", hace honor a su nombre. Adere, una de las mensajeras reales, trata de convencerse de que no ha quedado ciega o sorda mientras avanza por el interior del salón principal, o lo que ella asume que es el salón principal, dado que ya no alcanza a ver ni siquiera a los mechones que usualmente caen por su frente, mucho menos al guía que la trajo hasta aquí. Tampoco logra escuchar el sonido de sus pasos, el de su respiración o el de la tela de su ropa al moverse. Es como si la oscuridad se lo hubiese tragado todo y ella hubiese pasado a formar parte de ella. Ya no diferencia arriba de abajo, norte de sur, avanzar de quedarse quieta. Ni siquiera está segura de seguir moviéndose.

Es hasta que un brazo fantasmal se atraviesa frente a ella y la hace chocar contra él, arrancándole un respingo y casi haciéndola tropezarse, que por fin recupera la noción de seguir existiendo.

Desgraciados Chisaki, ¿tanto les costaba salir a hablar con ella o enviar a algún sirviente para que le transmitiera sus mensajes?

Adere, intentando serenarse, eleva la vista y cree alcanzar a ver algo a cierta distancia suya. No sabe cómo eso sería posible, pero una suerte de silueta que es todavía más negra que la oscuridad se delinea por encima de ellos, ¿flotando? O quizá montada encima de algún gran trono invisible. Sea como sea, ella enfoca la vista ahí. Tiene la sensación de que la sombra le observa de vuelta. Toma aire.

—El Sagrado Rey de Drom —jura que está hablando, pero ningún sonido se escucha dentro del lugar. Aun así, prosigue—, me ha enviado con un mensaje importante para los Chisaki. Sin embargo, antes de transmitírselos, me gustaría saber por qué están movilizando a un grupo tan grande en dirección a la capital. Uno casi diría que lidera un ejército.

Deja de hablar y se esfuerza por no parpadear. La silueta se mueve apenas. Y luego habla.

—Estás en lo correcto —Adere no le escucha. No obstante, sabe lo que ha dicho. La piel se le eriza entera—. Es un ejército. Tenemos a un Señor de los Dragones desaparecido y eso es un problema.

Los nervios se le deshacen un poco, solo porque lo que acaba de percibir es mucho más importante que ellos.

—¿Un Señor de los Dragones desaparecido? —repite—. ¿De qué está hablando?

—El Señor de la Montaña de la Mañana. Se suponía que el Comandante lo había asesinado, pero nunca dimos con su cuerpo. Por otro lado, lo que queda de su manada de dragones sigue rondando su viejo territorio, lo que significa que todavía le reconocen como su Señor. Los dragones sin Señor, por lo regular, buscan una nueva manada a la cual unirse. Eso significa que el pequeño Mirio anda suelto y eso sin duda es peligroso para el reino.

Andere se queda pensativa un momento. Engranajes se van encajando unos con otros dentro de su cabeza y, para cuando se da cuenta, ya hay una gran maquinaria construida ahí. La maquinaria de un complot.

Por supuesto, todo tiene sentido.

—El Comandante traicionó al reino —dice, sin poder contenerse. Su interlocutor guarda silencio. A ella no le importa, lo que acaba de descubrir es tan tremendo que necesita decirlo en voz alta cuanto antes (si bien no puede escuchar sus propias palabras), así que agradece que él le dé la oportunidad de explayarse—. Seguramente Mirio fue parte de su plan. Debió haberlo reclutado cuando se encontró con él y por eso le dejó ir. Farinha fue atacada. Uno de los atacantes fue el hijo del Comandante y el otro fue un Señor de los Dragones aún no identificado, aunque sospechábamos que era Bakugou, pero, si dice que Mirio está desaparecido, entonces, ¿pudo ser él?

—¿Farinha fue atacada? —aunque no puede escucharle, Andere igual percibe la sorpresa de la Sombra. Por supuesto, las Sombras de las Montañas no están acostumbradas a no enterarse de las cosas y mucho menos unas tan poderosas e influyentes como los Chisaki.

A Andere también se le hace un poco extraño. Si bien ella había sido enviada a transmitir el mensaje del Rey a los Chisaki, esperaba que estos ya supiesen la mayor parte de lo que había ocurrido en Farinha y Marcelle.

—Sí, por el hijo del Comandante y por...

—Eso no tiene ningún sentido.

Ella calla. La Sombra también. Andere se muerde el labio antes de decir algo más.

—El hijo del Comandante fue capturado, pero el otro no, ¿puedes ayudarnos a localizarlo con tu ejército?

Se hace otro breve silencio antes de que haya una respuesta.

—Por supuesto.

Cuando Andere pone pie fuera de Karakorum, repentinamente la luz, los colores, los sonidos y las sensaciones son demasiado. Se desploma en la terraza del palacio de madera y da un par de arcadas. Por suerte, alguien le arrima un trasto para que vomite dentro y no manche la madera con sus indignos fluidos. Karakorum es una reliquia de tiempos primigenios y si ella la dañara probablemente le cortarían la cabeza. Las tres filas de ruedas de la construcción gruñen mientras giran sobre el camino terroso, dos búfalos de las montañas halando de ellas. Tienen las bestias el tamaño de una casa, dos pares de cuernos gigantes sobre la cabeza y un largo pelaje color tierra. Su avance no se detiene ni siquiera cuando Andere tiene que descender, por lo que se ve forzada a saltar y esquivar a las otras criaturas y construcciones que van avanzando por los alrededores, la antigua Ciudad de las Noches puesta en movimiento, misma que, por lo que Andere sabe, no fue construida por los Chisaki ni son ellos los dueños originales.

No está segura de cómo es que la Ciudad nómada cayó en sus manos, pero lo que sí sabe es que, según las leyendas, los primeros ocupantes de aquellas edificaciones de tela y madera y los primeros Señores del Karakorum, fueron los ya extintos Anihila.


———


El suelo tiembla y una ráfaga de viento se les lanza encima. Niebla y Red alcanzan a duras penas a mantenerse en pie, pero, de inmediato, los dos corceles se dan la vuelta para emprender la retirada y toma una buena dosis de convencimiento por parte de sus jinetes evitar que escapen.

No es para menos. Unperalles, tan grande como el propio Castillo del Rey, ha aterrizado y les observa desde la distancia con una pupila del tamaño de la rueda de una carroza, gris y sumergida en un lago de brillante azul que cubre al resto del globo ocular. De su cabeza surgen cuatro cuernos de plata, lisos y fulgurantes, y una cresta repleta de diamantes de diferentes formas y tamaños. Sus escamas brillan a pesar de las nubes tormentosas que ha traído consigo y que bloquean la luz del sol.

Shouto y Disturbio Rojo descienden de sus caballos, porque, si bien estos han aceptado no huir, ninguna clase de persuasión parece ir a lograr convencerlos de que se dirijan hacia la bestia. Cuando Shouto toca la tierra con los pies, nota un ardor repentino en las manos. Se las mira y no halla nada extraño en ellas. Están rajadas por sus nuevas cicatrices, pero no tienen ninguna herida abierta, ¿qué significaba entonces ese dolor? De momento, decide hacer caso omiso y vuelve a elevar el rostro.

Entonces empieza a avanzar. Y admite que, aunque hasta hace un momento todo esto parecía tener mucho sentido, comienza a tener sus dudas. A Unperalles le tomaría exactamente un latido acabar con él, y quizá hasta menos, tomando en cuenta todas las armas que tiene a su disposición. Zarpas gigantes, cuernos colosos y unas fauces bestiales. Bastaría un aleteo para mandarlos muy lejos. Pero Unperalles tiene que estar ahí por un motivo. Y, aunque siente un temblor recorriéndole brazos y piernas, Shouto sigue avanzando.

—Jefe, realmente espero que sepas lo que estás haciendo —el tono de Disturbio es cauteloso, pero el sonido de sus pasos detrás suyo no se detiene. Shouto se lo reconoce. De entre todos los valientes, el Disturbio Rojo del Norte en definitiva tiene su fama bien merecida.

—La verdad es que no lo hago —revela con sinceridad—, así que no tienes que venir si no quieres.

Se hace silencio. Excepto por los pasos de los dos y por el sonido constante de la respiración gutural del dragón. De repente, Shouto ve algo cerca de la cresta.

Y se detiene. El guerrero le imita. Los dos se quedan quietos y mudos, hasta que...

—Bien —dice Disturbio—, parece ser que alguien vino a terminar el trabajo.

Ojos rojos les observan desde un costado de la cresta de Unperalles. Piel muy blanca y pelo dorado. Una expresión cansada, pero firme.

El Señor de los Dragones Yuga espera a que lleguen hasta él. A pesar de la distancia, Shouto nota que sus manos están sangrando.


———


La plaza principal del primer nivel de Farinha ha estallado en caos. Inasa ladra órdenes para que sus caballeros contengan a la muchedumbre enardecida y eviten que terminen matándose entre ellos. Su temor no es para menos. Un dragón, una criatura que el ciudadano promedio de Farinha no ve ni una sola vez en su vida y casi relega a meras leyendas, acababa de pasarse por la plaza, al parecer con la intención de rescatar a su Señor, mismo que se suponía que era un enemigo del reino, un asesino y alguien que ya debería estar muerto.

Inasa siente culpa por el alivio que ha invadido cada milímetro de su cuerpo desde que Yuga levantó las manos y, con la pura fuerza de sus dedos, evitó que su espada siguiera descendiendo hasta su cuello. Una parte de él sigue enojada, decepcionada, traicionada. Sabe que Yuga es el enemigo. Que tiene que acabar con él en nombre de la paz del reino.

Pero...

—¡Comandante! —uno de sus caballeros exclama desde cerca. Inasa, todavía sobre la tarima, se vuelve hacia él—. ¡¿Le seguimos?!

Inasa reprime las ganas de reírse. Seguirle para qué. Bastaba con ver el tamaño del Unperalles para saber que ni todos ellos juntos con un millar de cañones y Magias de respaldo podrían acabar con esa bestia.

Si Yuga quisiera... si Yuga quisiera, habría acabado con ellos hacía...

Siglos, se dice. Nada nunca impidió que dos hombres tan poderosos como él y su padre tomaran este reino para sí mismos.

¿Por qué ahora y por qué de esta manera? No tiene sentido. Dentro suyo, Inasa anhela recibir cualquier clase de explicación. A estas alturas, quizá estaría dispuesto a escuchar a alguien que fuese a decirle que a Yuga lo habían hechizado o algo así. Nunca escuchó de la existencia de ninguna magia que permitiera controlar a otra persona, pero quien sabe.

—¿Comandante?

Inasa es devuelto a la realidad. Al griterío, a su gente corriendo, de nuevo asustada, a los caballeros que esperan sus órdenes. Aún con su espada ensangrentada en manos, él niega con la cabeza.

—Es demasiado peligroso —responde—, y, en todo caso, ni los más rápidos de nuestros sementales podrían igualar la velocidad de un dragón.

—¡¿Pero entonces qué haremos?! ¡No podemos dejarlo libre!

Inasa lo sabe.

—Debo consultar con el Rey. Por ahora, activaremos los planes de emergencia. Debemos considerar que tenemos un enemigo peligroso suelto y Farinha tiene que poder defenderse. Vuelvan a llamar a Marcelle y a Maresca.

Inasa siente un tirón en el pecho. Sus órdenes son idénticas a las que Yuga diera antes de todo este desastre. Chasquea la lengua. Maldita sea, ¿acaso hacen justo lo que su enemigo quería?

E-ne-mi-go, deletrea en su cabeza, una palabra que no le sienta bien. No para Yuga.

Maldita sea, ¡maldita sea! No sabe qué hacer. Así que decide obedecerse a sí mismo e ir a hablar con el Rey.

Para cuando Inasa arriba al castillo, momentos después, tiene el cuerpo encrespado de nervios, ansiedades y un enojo tremendo. Enojo por haber dejado a su prisionero ir. Enojo por lo que Yuga hizo. Peor aún, enojo hacia sí mismo por estar contento de no haberlo matado.

Debo hacerlo y deberé hacerlo si es lo que el Rey comanda, se dice mientras los pies le dirigen a una de las habitaciones del castillo.

Una que visitó muchas veces antes. Rara vez solo. Normalmente, solo iba ahí en compañía de Yuga, o a veces también de Tetsutetsu.

Se planta frente a las bonitas puertas de caoba pesada, incrustadas en rubíes y amatistas. Opulencia y belleza, algunas de las cosas que Yuga disfruta, pero no porque sea avaro, o presumido. Es simplemente algo que le hace feliz, como a ciertas personas les hace feliz cuidar flores o coser vestidos. A Yuga le gustan las joyas, los objetos brillantes, como la plata bien pulida o las pulseras de oro, las piedras preciosas, la madera lisa y olorosa. Inasa recuerda con cierta vergüenza esa ocasión de su adolescencia en la que ahorró parte de su sueldo por un año para poder regalarle una peineta llena de perlas para su cumpleaños.

La ilusión en los ojos granate. El abrazo dulce y el perfume a rosas.

Cierra los ojos e intenta deshacerse de ese ahora triste recuerdo. Luego, vuelve a abrirlos y toca un par de veces antes de entrar, sin esperar a que el inquilino de dentro le responda.

La habitación que le recibe es preciosa. Diseñada con esmero y cariño por Yuga para su progenie, por supuesto, tenía que ser hermosa. Ventanas cubiertas por largas cortinas de seda que se encharcan en el suelo, con tejidos de hilo dorado. Alfombras mullidas, una bajo la cama, otra bajo la salita que está junto a la chimenea. Maderas viejas y de colores ricos y lustrosos. Almohadas grandes y llenas de plumas, cuadros de los mejores artistas de Maresca decorando las paredes.

El pequeño reino de Eri.

Inasa ve a la cabecita que se asoma detrás del dosel de la cama. Grandes ojos rubíes se enfocan en él, miedo y preocupación en su expresión. Inasa ha dejado su espada lejos, pero seguro que, de todas formas, Eri puede sentir el olor de la sangre. Ve cómo sus ojitos se encharcan. Siente otra punzada en el pecho.

—Eri —intenta no demostrar ninguna emoción (y fracasa estrepitosamente)—, necesito comunicarme con el Rey.

El niño baja la mirada, sus largos cabellos rubios, casi platinados, cayendo a ambos lados de su cabeza. Asiente con suavidad antes de volver a ocultarse. Cuando resurge de los doseles, está vestido y preparado, aunque su expresión sigue siendo de desaliento. Inasa le ve dirigir las dos manos a un costado de su cabeza y es solo hasta que empieza a bajarlas que nota lo que aferra entre ellas. La peineta de perlas.

Se le hace un nudo en el estómago.

—¿Qué haces con eso? —no sabe si suena brusco o, por el contrario, inusualmente dulce. A pesar de cuánto trata ser autoritario y distante con Eri... ¿cómo podría?

Las grandes irises se elevan hacia él.

—Todavía huele a él —dice el niño antes de seguirse peinando. Inasa se quiere morir y, aunque sabe que no debería, termina por brindar consuelo al infante.

—Tu padre está bien, Eri.

El pequeño guarda silencio un instante.

—Lo sé —murmura después—. Lo siento. Y Unpy se ha ido con él. Pero abuelo me ha dicho algo y estoy preocupado. Papá...

No dice más. Inasa parpadea.

—¿Tu abuelo? ¿El Comandante Toshinori? ¿Cómo que te dijo algo? ¿Cuándo fue eso?

—No sé. Hace poco. Mientras dormía.

Inasa resopla. Por supuesto, cosas de Señores.

—Bien, necesito que vayamos a hablar con el Rey ahora mismo. Te entregaré el mensaje que debes darle. Vamos.

Se gira y Eri le sigue. Escucha sus pasitos detrás suyo y a cada zancada su pesar se acrecienta. Sí, es cierto lo que le dijera antes a Yuga. Eri no es un niño normal. No es un niño como pueden serlo los hijos de las otras razas. Ha vivido más que el propio Rey, quien es ya un anciano. Más de lo que Inasa puede aspirar a vivir. Su apariencia es, por tanto, engañosa, pero eso no evita que cuando Inasa le mire no vea en él más que inocencia. Un pequeño apegado a su padre como cualquier otro infante, que anhela juegos y cariños.

Un chiquillo como cualquier otro.

Y uno al que, justo ahora, están usando como herramienta, ya que nadie más que él puede ir a ver al Rey sin hacer el proceso de purificación de diez días. Ni siquiera Inasa.

Se siente cruel.

Y quiere pedir perdón.

Pero tan solo continúa avanzando. Desgraciadamente, pasan ahí por donde dejó su espada y nota cómo Eri se la queda viendo. Pero ninguno dice nada.

—¡Comandante!

Caballero y pequeño Señor se detienen cuando escuchan el llamado. Inasa ve a uno de los suyos llegar hasta él, parece agitado.

—El Caballero de la Orden del Dragón Shouto Todoroki solicita hablar con usted.

Los ojos de Inasa se abren con sorpresa.

—¿Está vivo?

El caballero asiente.

—Parece ser que salió hoy del hospital. Dice que tiene un mensaje urgente que necesita comunicarle.

Inasa frunce el ceño. Se queda pensativo un momento. Luego, voltea a ver a Eri.

—Dile al Rey lo que tu padre ha hecho, Eri. Dile también que Shouto Todoroki está vivo y que voy a hablar con él. Dile que espero órdenes.

El pequeño asiente.

—Comandante, ¿podemos confiar en él?

Inasa se vuelve hacia el caballero.

—Más vale que sí —replica con cierta sequedad—, de lo contario, si nos traiciona, las consecuencias para él y para los suyos podrían ser lamentables. Su familia puede ser poderosa, pero no pueden contra un reino entero. Escóltalo.

El caballero asiente apresuradamente y termina por retirarse en compañía del niño. Inasa camina a grandes pasos hacia donde sabe que debe estar el Todoroki.

Cuando ingresa a una de las salas de reuniones del castillo, Inasa se topa con una melena roja y otra de dos tonalidades.

—Buenos días.

—Comandante —Shouto hace un saludo de respeto con una mano sobre el pecho. El Disturbio Rojo le imita—. Gracias por recibirnos.

Inasa recorre con los ojos las múltiples cicatrices, manchas y marcas que ahora decoran al cuerpo del Todoroki. Al menos las partes visibles, que seguramente bajo la ropa habrá aún más.

No obstante, lo remarcable es que el chico esté vivo.

—Creí que morirías, Todoroki.

—Parece ser que todos pensaron lo mismo. Que esté aquí ahora es obra de Nemuri Kayama.

—Llegó justo a tiempo. Junto con un montón de sus Magias. La coincidencia llama la atención.

Shouto parpadea.

—No estoy seguro de lo que insinúa.

Inasa suspira.

—Y yo tampoco, Todoroki. Cuando entiendas algo de todo este embrollo en el que estamos metidos, por favor ilumíname. Siéntense.

Les indica un par de los elegantes sillones dorados de la sala. Él ocupa uno también.

—Mi caballero me dijo que tenías un mensaje importante para darme.

—Sí. Es sobre Yuga.

Inasa hace una mueca con los labios.

—Huyó de su sentencia montado en el dragón más peligroso de todo Drom, ¿qué pasa con él? ¿Ya sabes por qué nos atacó?

—Acabo de hablar con él.

Inasa enarca una ceja.

—¿Cómo dices?

—Estaba a punto de marcharme de Farinha junto con Disturbio para ir a hablar con mi padre. Entonces, Yuga se apareció sobre el Unperalles. Dice que Bakugou ya está viniendo y que se está dirigiendo directamente a la capital.

—¡¿Qué?! —Inasa se pone de pie de golpe—. ¡¿Cómo que ya está viniendo?! ¡Eso es imposible! ¡Nuestros mensajeros ya nos lo habrían advertido!

—Yuga me dijo que iría a intentar retrasarlo, pero que no sabía si lo lograría. Bakugou desciende de una línea que se especializa en la lucha. Yuga, a pesar del poder de su padre, no posee las mismas fuerzas y habilidades. Dice que sospecha que quien heredará la fuerza de Toshinori será su hijo.

Inasa siente a un remolino de aguas frías dándole vueltas por dentro. Nada tiene ningún sentido.

—Pero Yuga es... esto es ilógico, ¿por qué primero nos ataca y ahora va a arriesgar su vida por nosotros?

—Le pregunté dos veces por qué nos había atacado y no me respondió ninguna. Disturbio es testigo —el Todoroki mira a su compañero de reojo—. Como sea, no sé si también lo hacía con usted, pero Yuga se la pasa hablándome en metáforas y acertijos y no logro entender la mitad de las cosas que dice.

—Creo que todos los Señores son así. O al menos los del castillo lo son... —pausa. Endurece la expresión—. ¿Has hablado con tus familiares, Todoroki? Les enviamos mensajeros, pero aún no regresan. ¿Podría ser que están trayendo a Bakugou para luchar contra Yuga y así acabar con los traidores? En ese caso, no nos convendría que Bakugou cayera.

—Pero, ¿cómo sabría mi padre que los excomandantes traicionaron al reino?

—No lo sé. Supongo que él sabría cosas, sobre todo cosas relacionadas a Señores.

—Cabe la posibilidad. En ese caso, nosotros tendríamos las de ganar. Si los Señores de la línea principal de verdad traicionaron a Drom y mi padre está usando a los que están de nuestro lado para combatirlos, entonces, justo ahora, Yuga está solo, y mi padre tiene a otros, no solo a Bakugou —ahora es él quien pausa. Baja el rostro y, cuando vuelve a hablar, su voz es más tenue—. Hay solo un problema con todo eso.

—¿Cuál?

—Yuga me mandó aquí para que le pidiera que fortificara a Farinha. Si Yuga quiere apoderarse del reino, esa petición no tiene sentido. Realmente parece que quiere que seamos capaces de defendernos, pero, ¿defendernos de qué? Si nuestro enemigo no es él, ¿entonces quién? Si asumimos que mi padre y él están enfrentados y que él tiene las de perder, entonces él no va a regresar. Y, si no regresa, no puede atacarnos, así que, ¿contra quién nos defendemos? —vuelve a elevar la vista. Luce turbado. Inasa también lo está.

—Todoroki —le llama con cautela, voz honda—. ¿Estás considerando la posibilidad de que la Orden del Dragón sea el verdadero enemigo?

El caballero guarda silencio por unos buenos minutos, sin retirar las irises desiguales de Inasa. Termina por desviar la mirada.

—Espero que entienda que esa es la última posibilidad que voy a considerar. De momento, asumiré que, en efecto, estamos bajo amenaza, todos sabíamos que Bakugou iba a perder el control tarde o temprano y ese es el motivo inicial por el que llegué hasta aquí. Fortifiquemos a la ciudad. Marcelle ya ha caído y, si bien Maresca tiene importancia estratégica, proteger a Farinha sigue siendo prioridad. El asesinato del Rey y de su sucesor sería catastrófico, podría provocar nuevas guerras por el poder. Ya sea que Bakugou venga solo, o acompañado, tenemos que estar preparados. Nos preocuparemos de por qué Yuga está loco después.

Inasa le mira largamente. Luego, se vuelve a sentar. Baja la cabeza y suspira. Se siente derrotado. Derrotado por una verdad que se le escapa, ¿Yuga es su enemigo o no?

—Ya envié los mensajes pertinentes, desde que Yuga huyó. Ojalá que él pueda comprarnos el suficiente tiempo, si eso es lo que ha ido a hacer, porque tanto los mensajes como la gente y los recursos, tardarán en llegar.

—¿Hay algo que podamos hacer para atrasar su llegada aún más? —inquiere Disturbio Rojo. Inasa le mira.

—Pues ahí tienes dos opciones. O encontramos al otro Señor que nos atacó y lo convencemos de que nos ayude, aunque no tenga motivo alguno para hacerlo, o mandamos al hijo de Yuga tras él con los dragones que quedan aquí.

—¿Yuga tiene un hijo?

—Sí, tiene algo más de doscientos años, un chiquillo de unos siete en apariencia.

—¿Quiere mandar a un niño de siete años a luchar?

—Te acabo de decir que tiene más de doscientos. Ni tú ni yo viviremos lo que para él no ha sido más que una larga infancia.

El Disturbio se calla. Se muerde el labio. Luego, agrega.

—Sigue sin parecerme correcto. Sea de la raza que sea, un niño debería tener derecho a ser un niño y a que lo protejan.

—¡Pues soy todo oídos a tus propuestas! —Inasa lanza los brazos al aire, frustrado.

—Lo otro podría no ser tan descabellado —interviene el otro caballero—, Aizawa podría saber cómo encontrar a ese Señor.

—Excepto que Aizawa también está desaparecido, jefe.

El Todoroki mira a su compañero.

Sí —admite—, pero, si el reino realmente le importa y si todo lo que dijo de ser nuestro aliado era verdad, entonces no dudo que pronto nos encontraremos con él —regresa su atención a Inasa—. Le mantendré informado, Comandante.

Inasa asiente y nuevamente se pone de pie, dando así por terminada la reunión.


———


—¡Mirio! —Tamaki estira la mano, pero será que las piernas del Señor son mucho más largas, o las suyas simplemente demasiado lentas, que, para cuando cierra los dedos, tratando de asirse a su ropa, Mirio ya se ha escapado de su agarre. Tamaki frunce el ceño, contemplando la idea de seguirle como sombra, pero, antes de que tenga que hacerlo, Mirio por fin se detiene.

Están a mitad de una calle de Farinha. Tamaki hace lo posible por hacer a sus presencias pasar desapercibidas por medio de su magia, pero ocultar la presencia de Mirio es soberanamente difícil. Es como tratar de cubrir al sol con un dedo. Su luz siempre termina escapándose por los costados. Siente a la fatiga empezar a calarle, y eso que apenas han dado un par de pasos fuera del refugio. Mirio había salido sin previo aviso y sin importarle los llamados y advertencias de Tamaki.

¿Piensas dejarme aquí? —cuestiona, no molestándose más en usar la Lengua Común, ahora que sabe que él le puede entender a la perfección. Mirio le ve por encima del hombro, la luz inagotable de su mirada cayendo sobre él y haciéndole sentir pequeño.

Pico y Cola están aquí. No te preocupes.

—¿A dónde se supone que estás yendo? Sabes que no debemos abandonar el refugio.

Mirio se rasca la mejilla. Tamaki entorna los ojos. Mirio no tendría que lucir tan confundido ante una pregunta tan sencilla.

Me están llamando.

Tamaki pone los ojos en blanco.

¿Otra vez con eso? ¿Quién te llama? ¿Es más importante que yo?

Mirio no responde enseguida y, aunque Tamaki no quisiera admitirlo, aquello cala. Entrecierra más los ojos y emite un ligero gruñido.

Muy bien. Haz lo que quieras.

Desactiva su magia, sintiendo un alivio inmediato, y luego se da la vuelta, encaminándose hacia el refugio.

Muy en el fondo, espera que Mirio le siga. No obstante, antes de volver a entrar, echa un vistazo al lugar en el que Mirio había estado.

Y lo halla vacío.


———


Mirio escucha los susurros que comienzan a perseguirle. Nota las miradas que se desvían y se pegan a él, los pasos que se detienen, los dedos que le señalan.

Realmente no comprende el motivo y tampoco logra causarle la bastante curiosidad como para tratar de entender lo que dicen. Los ignora y continúa su camino entre calles de piedra y muros viejos cubiertos por enredaderas. El sol brilla en lo alto. Las callejuelas son estrechas y serpenteantes.

No tarda mucho tiempo en concluir que está perdido.

Ha estado intentando encontrar una ruta que lo lleve hacia afuera, pero, cada vez que cree que está yendo en la dirección correcta, encaminándose hacia las murallas que ve a lo lejos, se topa con una calle cerrada o con un camino que se tuerce en otra dirección. Empieza a frustrarse y a considerar la posibilidad de escalar alguno de los edificios para tener una mejor visión. Se detiene en una encrucijada, mirando hacia la azotea de una construcción particularmente elevada, y nota que el volumen de las voces a su alrededor ha aumentado de forma considerable, mientras que algunos grupos de gente se están amontonando en las cercanías. Sigue sin importarle, hasta que un grito y una sensación punzante en la espalda interrumpen sus cavilaciones. Gira el rostro para encontrarse con una expresión fiera, cejas abundantes y mechones plateados, así como una bonita armadura de metal pulido que centellea bajo la luz del mediodía.

—Tienes valor para pasearte así como si nada por la ciudad, desgraciado —espeta el individuo, al tiempo que sostiene una larga espada en una de sus manos, la punta de la cual está clavada a un costado de Mirio, pinchándole pero sin llegar a hacerle daño—. ¿Qué rayos intentas hacer?

Mirio se da la vuelta lentamente, sintiendo al filo rozar su ropa.

—Estoy buscando la salida —se explica. Escucha a los susurros alborotarse y el tipo de pelo plata enarca una ceja.

—¿Cómo que la salida?

—De este sitio. Necesito dirigirme hacia el sur. Ayudar a alguien.

—¿A quién?

—...

Mirio no está muy seguro de a quién.

Pero necesita irse.

—¿Puedes ayudarme, Fuerza Plata?

—... ¿Cómo me llamaste?

El tipo le recuerda a aquel chico pelirrojo que conoció. El amigo de su Sombra.

Mirio insiste.

—¿Puedes ayudarme?

—¿Estás bromeando?

El Señor ladea la cabeza, un poco frustrado. Suspira y, decidiendo que no va a obtener nada de aquel, opta por volver a darse la vuelta para empezar a escalar el edificio. Excepto que, en el momento en que alza un brazo para aferrarse a la parte superior de una ventana, la espada se clava con más fuerza en él. Probablemente no le ha herido, pero sí le ha dolido. Mirio vuelve a girar el rostro.

—¿Qué quieres? ¿Por qué haces eso?

El tipo le contempla con el cejo fruncido, estudiándolo, como si intentara vislumbrar algo en él. Tras un momento, relaja la fuerza con que le clava el arma y le responde.

—¿Quieres hallar la salida?

Mirio asiente con algo de esperanza, ¿ahora sí le iba a ayudar?

—Ya veo —pausa. Luego, hace un gesto hacia algún sitio—. Yo me conozco una ruta secreta, más rápida y sin gente, te la puedo mostrar.

El rostro se le ilumina a Mirio.

—¡Genial! ¿Puedes mostrármela ahora?

—Sí —le da un toquecito con el filo del metal—, camina. Es hacia allí.

La gente les observa alejarse. Los cuchicheos no se acallan. Pero los dos los ignoran.

Mirio va avanzando hacia donde la Fuerza Plata le indica, sin entender por qué mantiene su espada pegada a él, pero sin que le preocupe demasiado. Se siente animado de saber que por fin podrá salir de ahí e ir a ayudar a esa persona, aunque no está seguro de cómo la hallará.

Un problema a la vez.

Irónicamente, se percata de que no están dirigiéndose hacia el sur, que es donde están las puertas de la ciudad y hacia donde él quiere ir, sino hacia el norte. Cada vez hay menos gente, lo que al menos significa que ya nadie se les queda viendo ni hablando a sus espaldas, que si bien le daba igual, sí empezaba a ser un poco molesto. Tras un rato, no obstante, se detiene de improviso, sintiendo el filo volviéndole a pinchar dado que su acompañante no se había parado al mismo tiempo que él. Mirio le ve por encima del hombro. Necesita corroborar que van en la dirección correcta.

—¿Estás seguro de que es por aquí?

—Sí —responde el otro con rapidez—, tenemos que encontrar una puerta. Es una puerta secreta de la que muy pocos tenemos llave y, tienes suerte, porque yo soy uno de esos pocos que la tienen.

—¿Y esa puerta lleva hacia la salida?

—Sí, apresúrate —le pica con el filo. Mirio suspira y retoma el andar.

Terminan en una zona extraña de la ciudad. Han descendido un montón de escalones, lo que significa que están prácticamente en el piso más bajo, y las murallas que rodean a la ciudad no se ven muy lejos de ellos. Sin embargo, lo inusual de esa zona es lo callada y vacía que está. Hay ahí varios edificios a medio derrumbar, puertas y ventanas clausuradas con tablones de madera y maleza salvaje que crece por todas partes.

—¿Qué es este lugar? —inquiere Mirio con curiosidad, pero sin detenerse, para no alentar al otro a volver a clavarle la espada.

—Es una zona vieja de la ciudad. Aquí solía haber burdeles y otros negocios turbios. Hacían peleas con Gentes del Bosque del norte. Entre otras cosas. Cuando el Rey actual comenzó su regencia, decidió clausurarlo todo.

Mirio aspira largamente. Después asiente.

—Sí —dice—, aquí huele a tristeza.

El otro no responde. Siguen avanzando hasta que, finalmente, Mirio vislumbra lo que cree que es lo que estaban buscando. Está sobre una pared oblicua, misma que forma parte de la base de la colina de la ciudad. Es una puerta de metal rectangular instalada sobre la pared, a cierta altura del suelo. Hay matorrales creciendo a los alrededores y algunos incluso pasan por sobre ella, lo que hace que parezca una cosa olvidada y sin importancia.

Encaja con lo que la Fuerza Plata dijera, una ruta "secreta". Mirio sonríe.

—¿Es ahí?

—Sí —dice el otro con sequedad.

Se detienen al final de la pared inclinada. El chico mira a Mirio. Luce molesto, aunque Mirio no entiende porqué. Con la mano libre, rebusca algo en una bolsita que cuelga de su cinto y termina por extraer una llave de considerable tamaño. La sostiene en la mano un momento, observando al Señor con lo que parece ser duda. Mirio va a decirle que se apresure, pero, antes de que lo haga, el otro habla.

—Antes de dejarte entrar —dice con mortal seriedad—, necesito preguntarte algo.

—¿Sí? ¿Qué cosa?

El chico inhala con profundidad, como si estuviese nervioso y tratara de calmarse.

—Tú eres el Señor de los Dragones Bakugou, ¿no es así?

Mirio ladea la cabeza.

¿Qué clase de pregunta era esa?

—No —los ojos del chico se abren más—, sí soy un Señor de los Dragones, pero no soy Bakugou. Mi nombre es Mirio.

—¿Mirio? ¿El chico del norte? ¡¿Qué no se supone que el Comandante Toshinori te mató?!

Mirio parpadea.

—No estoy muerto.

Silencio. El muchacho le observa con una serie de emociones que Mirio no logra identificar en su totalidad. Sea como sea, se está impacientando.

—¿Eso era todo lo que querías saber? ¿Ya vas a abrir la puerta?

—No lo entiendo.

—¿Qué cosa?

—¿Por qué no me atacas?

—¿Y por qué habría de hacerlo?

—¿Por qué me creíste y viniste hasta aquí?

—¿Eh?

—¿Por qué te comportas como si fueses idiota?

Mirio frunce el ceño y suelta un leve gruñido.

—No soy idiota, ¡abre la puerta! —la señala, como si no fuese evidente de qué puerta habla. La Fuerza Plata mira hacia ahí, luego devuelve la vista a él. Termina por asentir.

Una vez que retiran la placa de metal, Mirio es el primero en entrar, seguido de la Fuerza Plata. Se adentran a un túnel que estaría oscuro si no fuese porque, al final de este, parece haber algo que brilla un montón y que echa un poco de luz al resto del corredor. Cuando emergen de él, desembocan en una suerte de gran galería tremendamente fulgurante. Es preciosa, pero Mirio se siente extraño en el momento en que pone pie ahí. Es como una cueva, pero todo, desde el suelo y las paredes hasta el elevado techo, está forrado por una bella piedra que resplandece, produciendo una luz propia que no parece provenir de ningún sitio más.

Hay algo en ella que a Mirio le resulta familiar, pero no logra recordar qué es.

—Avanza —la espada vuelve a clavársele a un costado. Mirio ve al chico.

—Me siento raro —le confiesa—, ¿hacia dónde es?

El guía no le responde, tan solo hace un movimiento con la cabeza. Mirio toma esa dirección.

Conforme van avanzando, más extraño se siente Mirio. Débil y cansado, como si ahí no hubiese suficiente aire para respirar. La fatiga incluso hace que empiece a sudar y se sienta mareado. Tan solo responde a la pauta que le dan los piquetes en las costillas, anhelando salir pronto de ahí.

En algún momento, llegan frente a un elevado muro. Mirio alza la vista, tratando de ver qué tan lejos llega. Apenas se alcanza a ver el techo, muy lejos de ahí. Cuando Mirio baja de nuevo el rostro, siente de repente una punzada intensa que le atraviesa a un lado del cuerpo. Baja la vista y ve la tela de su camisa levantada, hay algo puntiagudo debajo de ella. Y se empieza a manchar de un color rojizo. Luego, una patada le empuja hacia adelante, haciéndole estrellarse rostro primero contra la pared. Antes de que logre reaccionar, percibe a uno de sus brazos siendo alzados y a algo acomodándose alrededor de su muñeca. Luego, se repite el procedimiento con el otro brazo. Mirio queda de rodillas frente al muro, los brazos levantados, el dolor intenso entre las costillas de su costado derecho, el metal aún insertado en su cuerpo. Gira la cabeza para ver a la Fuerza Plata por encima del hombro. Éste le contempla de vuelta.

—¿Por qué? —cuestiona Mirio. No lo entiende. Él no le hizo nada a esta persona.

El otro le ve con una expresión perturbada, como si tampoco entendiera lo que acababa de hacer. Pero, luego, adquiere un mohín de firmeza.

—Soy un Caballero de las Fuerzas Reales de Drom y mi función es proteger a mi gente. No permitiré que un Señor de los Dragones vuelva a hacerle daño. Tú destruiste a Pompeya. Y no sé qué es lo que hagas aquí, no sé si tú fuiste el otro Señor que atacó a Farinha, o si llegaste para ayudar a Yuga y a Bakugou, pero tu acto de inocencia no va a convencerme. Eres un enemigo del Reino y serás tratado como tal.

Dicho esto, el caballero va dando unos pasos hacia atrás. Mirio apoya la cabeza contra la fría pared, sintiendo que se desvanece.

No entiende del todo lo que ese chico ha dicho.

Pero hay una parte dentro suyo que sospecha que tiene razón.


———


NOTAS: Aquí está la actualización que les prometí en diciembre, ¡solo me atrasé un mes, oigan! c:

De aquí nos vamos de corrido hasta el final.

Gracias por su tremenda paciencia, tanto a los lectores de largo kilometraje (que están aquí desde que esto empezó), como los que acaban de llegar, los que apenas están empezando, los que ya la leyeron tres (o cinco) veces y demás!

Estoy haciendo lo posible por organizar mis tiempos para avanzar más rápido. Ya por fin logré darle forma a los acontecimientos finales (hay mil cabos por unir, muchos flancos por relatar, varios arcos por concluir, y todo eso se me ha estado haciendo complejo), así que no debe costarme tanto traer las próximas actualizaciones.

Como mínimo les prometo que no volvemos a echarnos medido año de hiatus.

¡Los quiero y nos vemos lo más pronto posible! ¡Gracias por leer!

P.D.- Para quienes no se hayan enterado, ya está disponible el 'Cuaderno de notas anónimo'. Detalles de cómo conseguirlo aquí:

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