ROSA AZUL

By NahomyRodriguez

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La despedida de soltero de Angelo Rossi -uno de los arquitectos del momento en Barcelona- es el último lugar... More

SINOPSIS
PERSONAJES
PLAYLIST
[AMBIENTACIÓN] Pent-House de Samuel Campbell
[AMBIENTACIÓN] Apartamento de Angelo Rossi
[AMBIENTACIÓN] Apartamento de Johanna Cano
[AMBIENTACIÓN] Oficinas Rossi
[AMBIENTACIÓN] Oficinas Johanna Cano
[CAP1] La despedida de soltero
[CAP2] La propuesta
[CAP3] El boceto
[CAP4] Viernes
[CAP5] Sábado
[CAP6] Domingo
[CAP7] 7 años después
[CAP8] La inauguración
[CAP9] Tenemos que hablar
[CAP10] ¿Me olvidaste?
[CAP11] Un solo día
[CAP12] Amigos
[CAP13] Nina
[Cap14] La Verdad
[Cap15] Celos
[Cap17] Heridas del pasado
[Cap18] Una tarde para dos
[Cap19] Victoria Vega
[Cap20] Mentiras
[Cap21] La pesadilla del ángel

[Cap16] Ángeles y demonios

97 13 12
By NahomyRodriguez

A las cinco de la tarde, cuando las instalaciones del edificio Rossi empezaban a vaciarse, un toque en la puerta de la oficina de Joanna sacó a la castaña de sus pensamientos, era Angelo.

Se sostuvieron la mirada en silencio como en otras ocasiones, pero esta vez, con el recuerdo de lo sucedido en las escaleras aun escociéndoles la piel.

—¿Qué haces aquí? —preguntó ella mientras recogía los diseños en los que había estado trabajando.

—Vine a disculparme —respondió él desde la puerta—. Me comporté como un patán y dije cosas que te hirieron. No fue mi intención.

—Lo sé. Pero eso no cambia nada.

—Joanna...

—No, no Angelo —impuso ella con seriedad dejando los bocetos a un lado—. Estoy molesta. Molesta contigo y con la situación. Así que ahora mismo no estoy para que me presiones.

—Nunca te he presionado y lo sabes —replicó él de inmediato. Ofendido.

Ella le miró consiente de que seguiría diciendo cosas hirientes hasta que no se le bajase el enojo. Terminó de recoger, se guindó su bolso al hombro y se acercó.

—Te quiero Angelo. Te quiero... —le recordó—. Pero ahora mismo no sé cómo lidiar con esto. Lo siento.

Joanna pasó de largo saliendo de la oficina, y él resopló con cierto aire amargo.

—¿No sabes o no quieres?

La insinuación de Angelo la hizo detenerse, volviéndose a él.

—¿Perdón?

—Como escuchaste. Sé que soy yo el de los problemas. El centro de la "situación". El que está casado, el que aceptó una paternidad que no le correspondía, y el que está a puertas de un divorcio complicado —apuntó recordando las acusaciones de la castaña hacía unas horas—. Créeme, es difícil olvidarlo.

—¿Qué intentas decir?

—¡Que no eres la única que tiene miedo aquí, Joanna! —exclamó notando como ella miraba alrededor nerviosa, temiendo que los escucharan—. Yo también arriesgo, yo también pierdo si esto se descarrila. Pero a pesar de todo, he sido yo el que ha estado dispuesto a luchar por nosotros desde el principio. Lo estuve hace siete años, y lo sigo estando.

Joanna tragó grueso sin saber cómo responder.

—Dices que me quieres, pero...

—No te atrevas a dudar de lo que siento. Me ha costado mucho aceptarlo en voz alta como para que lo pongas en duda.

—Dame una sola razón para no hacerlo —exigió él firme en su postura—. Tu fuiste la que me dijo una vez que luchara por lo que me hacía feliz ¿Cómo puedo creer que yo soy esa felicidad si lo único que has hecho desde que nos conocimos es huir?

Joanna se había quedado una vez más sin respuesta. Intentó decir algo, lo que fuese, pero no pudo. No tenía argumentos para defender lo indefendible.

—Lo siento, Angelo. Pero no tengo cabeza ni tiempo para seguir discutiendo contigo. Tengo un compromiso —cortó dándose la vuelta para marcharse.

—Por favor, no vayas.

La suplica en la voz de Angelo consiguió que la castaña se detuviese una vez más. Respirando hondo para aliviar el fuerte apretón que este le había dado a su corazón en ese instante.

—Angelo...

—No venía solo a disculparme —la interrumpió—. Venía a invitarte a salir conmigo esta noche. Y bajo el riesgo de que me embarques, te estaré esperando de todas formas. Tú sabes dónde...

—Ya cancelé el almuerzo con él hoy. No puedo fallarle de nuevo.

—¿Pero puedes fallarme a mí? —Aquello era lo que más le dolía. Sentir que, de alguna forma, no era suficiente para ella.

Joanna no dijo nada, pero tampoco se volvió para mirarlo a la cara. Estaba a punto de derrumbarse y no quería que la viera en ese estado.

—No puedo estar detrás de ti como un perro faldero toda la vida, Johanna. No es justo para ninguno de los dos. Y no puedo estar distraído peleando contigo cuando debo enfocarme en mi hija. Si vienes, sabré que estamos juntos en esto, y si no vienes...

Ni si quiera se atrevió a decirlo, la sola idea le abatió tan fuerte que las palabras se atascaron en su garganta haciéndole u nudo difícil de tragar.

Joanna se acomodó el bolso al hombro, y con una punzada atravesándole el pecho, emprendió camino a la salida haciendo lo que aparentemente hacía mejor, huir. Se odió por ello, pero no se detuvo ni para mirar atrás. Bajó por el ascensor esta vez, pidió un taxi y se marchó a casa.

Angelo se quedó ahí, solo y en silencio en las oficinas Cano mientras las luces se apagaban. Sintiéndose tan perdido que, por un momento no quiso moverse. No supo si aquella especie de ultimátum había sido la mejor idea, pero ahora mismo, no estaba seguro de nada.

Abandonó finalmente las instalaciones y desde su coche llamó a Samantha pera avisar que no iría a casa. Habló con Lucía para darle las buenas noches, y tomó vía a ese lugar que hacía años no visitaba. A su departamento de soltero en el Gótico.

Llegó al piso pasadas las siete, encendió la luz del recibidor y los recuerdos lo noquearon como una avalancha. No parecía ser el mismo lugar, pero, aunque las cortinas estuviesen cerradas y los muebles cubiertos por sábanas blancas, lo era.

Se quitó la chaqueta lanzándola sobre la mesa del comedor, se soltó un par de botones de la camisa aliviando la asfixiante sensación que le aprisionaba el pecho, y se abrió una cerveza de las que había comprado de camino. Le quitó la tela al sofá, se dejó caer sobre este, y en medio de aquella oscuridad, se empinó el primer sorbo con detenimiento. Sería una larga noche.


***


Al otro lado de la ciudad, Joanna entraba a casa con el insoportable peso de la culpa hundiendo sus pisadas al caminar. Dejó su bolso en el sofá, se encaminó al baño para darse una ducha, y solo cuando estuvo bajo el agua empezó a llorar como hacía mucho tiempo no se lo permitía. Principalmente porque Angelo tenía razón. Era una maldita cobarde.

Él dudaba de sus sentimientos y no podía reprochárselo. ¿Con qué cara? ¿Con qué argumentos? Tal vez lo que sentía por él no era suficiente. Tal vez ella no era suficiente. No sabía querer de la forma en que lo hacía él. ¿Y cómo podría saberlo? Angelo había sido el primero en mostrarle la puerta a aquellos sentimientos hacía siete años atrás, la había abierto para ella prometiéndole que sería dulce y maravilloso. Pero no lo fue. Ella salió corriendo, negándose a sí misma la oportunidad de aprender a querer sin miedo, descubriendo en cambio lo amargo del dolor y la añoranza.

Salió de la ducha por obligación, porque tenía una cita pautada y no quería llegar tarde. Se envolvió en su albornoz color vino, y secándose el cabello con una toalla, se detuvo frente a su armario en el vestidor para elegir lo que se pondría esa noche.

Se arregló el cabello, se maquilló, se atavió finalmente con un ajustado vestido azul de tirantes, y viéndose frente al espejo suspiró sintiéndose falsa y vacía porque muy en el fondo se había vestido pensando en Angelo. Su corazón estaba considerando la invitación sin pedir permiso, y su subconsciente parecía estar de acuerdo con este.

Respiró hondo, sacudió aquellos pensamientos de su cabeza, y teniendo que ponerse de puntillas para alcanzar la caja de los tacones que pensaba usar, perdió el equilibrio chochando contra la repisa. Tumbando así varias cajas menos la que quería.

Tuvo intenciones de refunfuñar, pero al mirar lo que había ahora en el piso, no lo hizo. Una de las cajas se había abierto, y de esta habían escapado viejos bocetos de cuando era pequeña. No recordaba haberla dejado entre sus zapatos durante la mudanza, así que supuso que la habría confundido por su tamaño. Más no fue aquello lo que le había apretado el pecho, fue el dibujo que hacía siete años no veía. El que había hecho con tanta ilusión en la terraza de aquel apartamento.

Se sentó en la butaca del vestidor con dibujo en mano. Estaba descolorido por el tiempo, pero aun se podía apreciar las dos figuras con las que se habían identificado en aquel entonces. Un ángel y su pequeño demonio. Él había caído por ella, y ella se había entregado sin miedo alguno. ¿Dónde había quedado ese demonio? ¿Dónde había quedado su valentía?

Su móvil sonó arrastrándole de regreso a la realidad. Era un mensaje de Sam avisándole que había llegado al restaurante y la estaba esperando.

Joanna miró el dibujo una vez más, respiró hondo y lo guardó en su bolso. Se apresuró en ponerse los primeros tacones que encontró en su vestidor, y salió pitando a pedir un taxi en la calle. Llegaría tarde.


***


Angelo llevaba tres cervezas, y echado aun en el sofá, no dejaba de pensar en Joanna. Habían pasado más de dos horas y no había señales de ella.

Se la imaginaba entrando al restaurante al que Sam llevaba a todas sus conquistas, y a este tratando de seducirla toda la velada. Nunca se imaginó sentir una rabia igual. Nunca pensó que podría celar a alguien de aquella manera. Y aunque fuesen solo amigos, aunque ella no quisiera nada con el rubio, si Joanna no aparecía esa noche en su departamento se volvería loco. No soportaría perderla de aquella forma. No soportaría que la felicidad se le escapase de entre las manos cuando había decidido luchar por ella, mucho menos por culpa de una situación que no podía controlar.

Joanna significaba tanto para él, que la idea de que alguien más disfrutase de la maravillosa mujer que era, lo desesperaba. No solía ser egoísta, pero con ella había aprendido a serlo. La magia que habían conocido juntos era solo de ellos, y no quería compartirla con nadie más.

Se puso de pie empezando a perder la cabeza. Caminó de aquí para allá como perro buscando dónde echarse, y abandonando la cerveza en la mesa del comedor, revisó su móvil cuando lo sintió vibrar dentro de su pantalón.

Su corazón dio un brinco. Era un mensaje de Joanna. Lo abrió y se quedó helado viendo el contenido. Le había enviado una foto del dibujo que había hecho de ellos. Quiso preguntarle qué significaba aquello, pero una llamada entrante se lo impidió.

—¿Sigues siendo ese mismo ángel? —preguntó Joanna al otro lado del teléfono sin rodeos.

Angelo tardó en responder.

—Nunca dejé de serlo, mi pequeño demonio.

Ella hizo silencio y él se angustió asimilando aun lo que estaba pasando.

—¿Estás con él?

—Estoy aquí.

Angelo no comprendió hasta escuchar el ascensor abriéndose en su apartamento. Dejó el teléfono junto a la cerveza, y apresuró el paso hasta el recibidor. Era ella.

—Viniste...

Joanna asintió sin saber qué decir exactamente. Se había dejado llevar por su corazón y aunque seguía teniendo miedo, estaba ahí.

—Tu caíste una vez por mí. Ahora me toca a mi aprender a volar por ti.

Angelo no se había esperado escuchar algo así. Pero si alguien podía entenderlo, era él. Se sintió dichoso, conmocionado y feliz como un niño chico. Por lo que la sonrisa que se le dibujó en el rostro en ese momento, fue de las más bonitas que Joanna le había conocido.

—¿Cómo entraste? —preguntó viéndola acercarse con paso decidido hacia él.

—Le dije al portero que me estabas esperando.

—Cosa que no es mentira —apuntó cogiéndole del rostro con ambas manos cuando la tuvo cerca, perdiéndose en sus oscuros ojos mientras su exquisito olor a rosas lo envolvía.

—Tenías razón... no te quiero.

Él le miró confundido.

—Esas palabras no se acercan a lo que siento por ti —aclaró Joanna—. Por eso tengo tanto miedo. Porque es más grande y fuerte que yo. Esta es la muestra, aquí estoy, muy en contra de lo que dice mi cabeza. Aquí estoy.

—Cielo... —A Angelo podría bien salírsele el corazón del pecho en ese momento.

—No digas nada. Solo bésame. Bésame mi ángel.

Él se tomó un segundo para asimilar lo que Joanna le estaba entregando en ese momento, y jalándola hacia su rostro la complació haciéndose con su boca sin desperdiciar un segundo más. Exhalando con profundo sosiego al liberarse de todas las cadenas que los habían reprimido hasta ahora. Rindiéndose a la fogosa pasión que habían descubierto en sus besos hacía tiempo atrás. Y que, habiendo despertado esa mañana en las escaleras de las oficinas, ahora los quemaba consumiendo cada fibra de sus cuerpos. Encendiendo un goce intenso que los dejó extasiados cuando sus bocas se separaron.

—Pensé que no vendrías —susurró un jadeante Angelo. Acariciando el rostro de su Nina preciosa—. Que estabas tan enojada por las cosas que te dije que...

—Aún lo estoy —interrumpió ella con una sonrisa divertida—. Así que esto no significa nada.

—Cielo, ambos sabemos que eso no es verdad...

Significaba todo y mucho más. Después de esa noche todo cambiaría.

Sonrieron cómplices y sus bocas se fundieron nuevamente. Ella dejó su bolso caer al piso, le rodeó con los brazos apretando su nuca, y corriendo los dedos por su sedoso cabello oscuro, le jaló de este por el simple gusto de escucharlo gruñir excitado contra sus labios. Había extrañado su forma de enardecerse por ella.

—Demonio travieso —jadeó él fascinado con que se acordara de lo mucho que le ponía que hiciera eso.

Ella sonrió con malicia jalándole nuevamente del cabello, apartándolo de su rostro y boca esta vez. Viéndolo hacer el gesto más sexy que le había visto hacer en mucho tiempo mientras soltaba otro sensual gruñido y miraba fijamente sus labios con un deseo casi animal.

—Mi fogoso ángel —susurró ella acercándose muy lentamente a besarlo de nuevo.

Angelo exhaló fuerte y la llevó contra la pared del recibidor apretándole las nalgas encima del vestido mientras le comía la boca con ardorosas ganas. Profundamente absortos en el sensual encuentro de sus lenguas y la forma tan libre en que empezaban a disfrutarse.

Pararon cuando les hizo falta un poco de calma para asimilar lo mucho y lo rápido que se estaban excitando. Joanna aprovechó para verle a los ojos, tomándose un segundo para encontrarse de formas que no habían tenido la oportunidad de hacerlo hasta ahora. Porque solo en ese momento volvían a ser los mismos amantes que alguna vez habían entregado el alma sin medir las consecuencias. El pasado se volvió presente frente a ellos, y el tiempo pareció detenerse una vez más dentro de aquel apartamento.

Con la respiración agitada y sus corazones latiendo con tanta potencia en sus pechos, juntaron sus frentes, dejando que sus cuerpos se reconocieran sin restricciones esta vez. Él le quitó el abrigo dejándolo caer al suelo y lentamente acarició sus brazos mientras detallaba sus curvas ajustadas en aquel sexy vestido azul.

—¿Te vestiste para mí? —preguntó con voz oscura mientras dibujaba el escote de la prenda con sus dedos.

Ella sonrió sutilmente acariciándole el rostro y el cabello.

—¿Por qué crees que llevo este color?

Él sonrió con ilusión bajándole los tirantes.

—Porque eres mi rosa azul. Única... y solo mía —impuso antes de lanzarse a por su blanca piel para morder suavemente su hombro mientras le permitía a sus manos recordar las curvas de aquel femenino y carnoso cuerpo que lo desquiciaba tanto. Besando el camino por todo su cuello hasta el lóbulo de su oreja donde exhaló con disfrute. Había extrañado tanto su exquisita piel y como esta se derretía caliente bajo sus labios.

—Solo tuya... —aseguró ella desabotonándole la camisa para liberar sus fuertes hombros.

Él terminó de quitarse la camisa para ella, sintiéndola acariciar su pecho con deleite mientras se desabrochaba también el pantalón, dejando este abierto cuando las manos de la castaña bajaron hasta su abdomen y la sensación lo abrumó haciéndolo sisear de gusto.

Joanna sonrió contra su boca robándole un beso, tomándose su tiempo para tocarlo, acariciando sus costados, su espalda baja y finalmente sus nalgas al meter las manos dentro del pantalón. Para Johanna el cuerpo de aquel hombre seguía siendo una perfecta y varonil obra de arte que este había pulido con los años. Cada músculo, lunar, peca o cicatriz. Todo él era una delicia maciza y sensual que se moría por volver a probar entera.

Angelo bajó despacio el escote del vestido para liberar sus pechos, y al ver que no traía sujetador se hizo con ellos acunándolos en sus manos, apretándolos incluso. Juntando sus frentes mientras disfrutaban de aquel instante en que rompían la línea de la intimidad y empezaban a tocarse con obscenidad.

Ella tembló y él disfrutó de ello. Apretó más fuerte sus pechos y pellizcó sus pezones alimentando su ego con sus gemidos. Johanna coló su mano dentro de la ropa interior de Angelo, sobó su caliente erección y sació la sed por su placer cuando este jadeó contra sus labios. Se estaban gozando sin pudor alguno.

Angelo empujó su pantalón al piso para que ella pudiese disfrutar mejor de su miembro, mientras que su boca encontraba camino a sus pechos para saborear sus pezones. Emitiendo gratos sonidos de satisfacción cuando los sintió duros contra su lengua. Había añorado tanto sus preciosos pechos. Tan grandes, suaves y redondos. Que ahora que los tenía en su boca, no quería dejar de saborearlos mientras la escuchaba gemir complacida.

Continuó bajando por su cuerpo con su boca, arrodillándose frente a ella para terminar de quitarle el vestido. Lo bajó por sus piernas forzándolo un poco para que abandonase sus divinas caderas, y una vez la prenda tocó piso, mordió sus gruesos muslos escuchándola jadear. Acarició sus piernas, besó su vientre, y finalmente la sintió sacudirse cuando lamió su sexo por encima de sus húmedas bragas. Gruñendo cuando esta le jaló del cabello en respuesta.

Le bajó las bragas regresando a su centro para comérselo despacio, y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no sucumbir a las enormes ganas de quedarse horas disfrutando de su feminidad mientras la escuchaba gimotear llena de placer. Había extrañado tanto su forma tan sensual de gemir.

Se irguió poniéndose en pie, apartó el pantalón, se quitó el bóxer y la cargó en peso para llevarla hasta el sofá. Se sentó con ella a horcajadas sobre él, y dejando que sus lenguas se entrelazaran en besos cargados de pasión, tuvo que aferrarse a las nalgas de Joanna con fuerza cuando sintió su polla hundiéndose en ella suave y sin prisa. Estaba tan ajustada y jugosa como la primera vez. Y él seguía estando tan grande y divino como ella lo recordaba.

Soltaron sus bocas para mirarse a los ojos embriagados de deseo. Y a juzgar por la sorprendida y extasiada expresión de sus rostros, ambos parecían haber olvidado lo bien que se sentía cuando sus sexos se fundían el uno con el otro encajando a la perfección.

Sonriendo cómplices gimieron juntos cuando ella empezó a moverse sobre él. Angelo la ayudó cogiéndola de la cadera, imponiendo el ritmo y la potencia con que penetraba su centro. Pausado y profundo al principio. Disfrutando de cada centímetro que entraba y salía de ella.

Joanna encontró sostén en los anchos hombros de su ángel para cabalgarlo cada vez un poco más rico. Acelerando a medida que el placer los iba envolviendo. Viéndolo cerrar los ojos entre gemidos cuando el disfrute amenazaba con derrumbar su autocontrol.

Él, ansioso por más, la giró contra el sofá, se acomodó bien entre sus piernas, y mirándola a los ojos se enterró entero en su interior. Siseando de gusto al ver tanta lujuria dibujada en el hermoso rostro de su demonio.

Aquello parecía un sueño, tan surreal que saber que estaba sucediendo en verdad le desquiciaba encendiendo haciendo que la deseara más y mas a cada segundo.

Comenzó a follarle bien a gusto, con todas esas ganas que llevaba acumuladas desde hacía tanto tiempo. Y escuchándola gemir fuerte, siseó cuando esta le arañó los brazos producto del placer. Lo que encendió a su bestia más salvaje incitándolo a aumentar la rudeza de sus estocadas.

Sus cuerpos calientes emitían un sexual y húmedo sonido al chocar uno contra el otro. Sus quejidos de goce llenaban la sala avivando cada vez más el erótico afán de tenerse. La necesidad se volvió insoportable, sus movimientos erráticos, y sus gemidos constantes. El nivel de excitación era tal, que estaban alcanzando el clímax. Y sin importarles el no haber durado mucho tiempo, se dejaron llevar disfrutando de cada sacudida mientras se corrían juntos. Sintiendo que sus sexos se deshacían mientras él la llenaba hasta la última gota.

Jadeantes se quedaron quietos por un rato. Frente con frente, boca con boca, negados a la separación de sus cuerpos. Dejándose consumir por el momento. Con el eco de sus respiraciones ambientando el apartamento mientras se relajaban. Pareciéndoles mentira encontrarse así de nuevo. Juntos, desnudos y satisfechos.

No habían dicho una sola palabra desde hacía rato. Ninguna podría describir lo que estaban sintiendo. Hasta que él se percató de los rosetones que le había causado en cuello, pechos y hombros.

—¿Te hice daño? —preguntó preocupado.

Ella sonrió enternecida.

—No. Es por la barba —indicó acariciándole la misma.

—¿Quieres que me la quite?

—¡No! —impuso como si hubiese dicho alguna locura—. Me encanta. Te queda tan sexy

Él se sonrojó robándole un beso.

—Podría rebajarla un poco.

—Esa idea me gusta más. Así podría disimular que nos hemos estado besando sin necesitar tres kilos de base para cubrir la prueba del delito.

Angelo rio avergonzado.

—¿Alguien te preguntó algo hoy?

—No.

—Bien... —musitó quedándose pensativo. Con una expresión demasiado cargada de preocupación como para que Joanna lo pasara por alto.

—¿Qué sucede?

Angelo le sostuvo la mirada un instante.

—¿Estás segura de querer hacer esto?

—¿Te refieres a convertirme en tu amante?

Él asintió y ella respiró hondo viendo hacia el techo del apartamento. Pensando al respecto.

—No lo sé —admitió soltando el aire con pesadez. El tema la inquietaba despertando su ansiedad.

—No quiero que seas mi amante.

—Pero es el único título al que puedo optar —recalcó ella.

Angelo resopló con frustración.

—Lo siento. Lo siento mi amor.

Ella sonrió acariciando su rostro y peinando su cabello con los dedos.

—No es tu culpa. No es culpa de nadie. Es... Es esta maldita situación que nos tocó vivir.

—Podemos esperar hasta después del divorcio —propuso él buscando opciones acordes a lo que ella merecía.

Johanna rio pareciéndole adorable su idea.

—¿Qué es tan gracioso?

—Que creas que tu y yo podemos esperar —respondió viéndolo sonreír—. Míranos. No han pasado ni dos semanas desde que nos reencontramos y aquí estamos. Dónde todo empezó.

Angelo miró alrededor y sonrió, en ese mismo sofá habían tenido sexo por primera vez hacía siete años.

—Y dónde nunca debió terminar —continuó ella.

Él volvió la mirada hacia Johanna sintiendo que el corazón le daba un vuelco.

—Nunca lo hizo, cielo. Nunca terminó —aseguró acariciando su rostro para dibujar su labio inferior con el pulgar—. Solo nos tomamos una pausa.

—Y vaya que nos la tomamos en serio, porque mira que siete añ....

Angelo rio acercándose a besarla para hacerla callar. Estampando un jugoso y profundo beso en sus labios que poco a poco les calentó de nuevo la piel. Incitando a sus cuerpos a frotarse excitados mientras se acariciaban de forma indecente en busca de ese punto en que el goce los hacía jadear.

Él fue el primero en apartar su boca, adorando la expresión de éxtasis que dejaba en la castaña cada vez que la besaba de aquella forma en la que aparentemente seguía gustándole tanto.

—Te amo —susurró Johanna abriendo los ojos para encontrarse con los azules de él llenos de brillo.

—Y yo a ti, cielo —respondió mientras se sostenían la mirada, compartiendo una cálida sonrisa.

—Me encanta cuando sonríes así, como un niño chico en navidad.

Angelo se sonrojó un poco.

—La vida me acaba de dar el mejor regalo después de Lucía, así que supongo que tiene sentido.

—A veces eres tan cursi —replicó Johanna solo por fastidiarlo.

—Habló la mujer reacia y difícil a la que no le gusta lo romántico, pero se apareció esta noche en mi apartamento para decirme que me ama y que está dispuesta a todo por mí. Solo te faltó la serenata.

Ella solo la carcajada sin argumentos para defenderse.

—Es tu culpa, tú me dañaste cuando te conocí.

Angelo abrió los ojos, incrédulo.

—¿Yo? Usted ya venía dañada de fabrica señorita. Después de todo tu eres el demonio aquí ¿no?

Ella le miró con aprensión pinchándole los costados a modo de cosquilla.

—Pero vaya que te gusta este demonio...

Él rio tratando de huir de sus manos, y para detenerla terminó por alzarla en peso para sentarse con ella a horcajadas sobre él nuevamente. Sosteniéndole la mirada mientras Joanna le acariciaba el pecho.

—¿Estás realmente segura de que quieres esto? —preguntó una vez más. Quería cerciorarse.

Ella asintió resoplando hondo.

—No te voy a mentir. Me aterra lo que pueda pasar. Pero no puedo no estar contigo. No quiero —aseguró siendo completamente sincera con él y con ella misma—. Además, si algún día alguien se atreve a señalarme como la zorra del dueño de las oficinas Rossi, prefiero estar gozando de los privilegios de serlo si me va a tocar el título de todas formas.

Angelo rio. Había extrañado sus ocurrencias.

—Si alguien se atreve a llamarte zorra, más le vale que yo no sea su jefe, cielo.

Joanna se le unió en la risa.

—De igual no creo que nadie sospeche nada. Mas bien piensan que no nos soportamos. Como siempre nos ven discutiendo.

—Y será mejor que sigan pensando eso —propuso.

Ella asintió, parecía estar de acuerdo.

—El que me preocupa es Sam. Creo que sospecha algo.

—¿Por qué lo dices? —preguntó Johanna al notar la enorme angustia que se dibujaba en los ojos de Angelo.

Este suspiró acariciándole los muslos.

—Hoy tuvimos una discusión —contó—. Éramos dos hombres celosos discutiendo por una misma mujer. Por ti.

Johanna abrió los ojos sorprendida.

—¿Estás seguro de que era por mí?

Angelo asintió.

—Totalmente. Lo conozco y sé que buscaba irritarme haciendo comentarios sobre ti. Quería comprobar si me afectabas. A la final lo consiguió, me hizo enojar y estuve a punto de golpearlo.

El recuerdo de ese momento en que casi le rompe la cara a su mejor amigo, le avergonzaba y entristecía a partes iguales.

—Nunca imaginé que llegaría el día en que pudiésemos discutir de esa forma.

La culpa le sentó a Johanna como un puñetazo en el estómago.

—No quiero que se peleen por mí. No quiero que su amistad se quiebre por mi culpa.

—Nuestra amistad se quebró hace mucho, cielo —aseguró él apartándole el cabello del rostro—. Y solo yo tengo la culpa de ello. Solo yo puedo arreglarlo.

—Tenemos que decirle la verdad, Angelo.

Él asintió.

—Déjamelo a mí. Soy yo quien le debe muchas explicaciones. Le contaré sobre nosotros, sobre Nora y Lucía. Toda la verdad —aseguró respirando hondo. La idea le asustaba, pero haría lo correcto—. Solo te pido una cosa.

—Lo que sea.

—No salgas más con él.

Ella le miró con aprensión.

—No te lo pido por celos —aseguró con una sonrisa culpable, pero ella le escudriñó más aun con la mirada—. Está bien, un poco por celos —admitió a regañadientes—. Pero también te lo pido como su amigo. Le estás haciendo daño. Sam no entiende que las mujeres pueden querer tener amigos del sexo opuesto, para él si aceptas sus invitaciones es porque quieres algo más que una amistad.

Johanna respiró hondo pensando al respecto. Entendía su punto y tenía sentido.

—Está bien —aceptó—. De igual creo que en el fondo solo aceptaba salir con él para darte celos.

Los azules ojos de Angelo se abrieron de par en par, sorprendido.

—¿Ah sí? Pues lo consiguió demonio travieso —indicó pinchándole los costados ahora él a ella para hacerla reír.

Angelo se le quedó mirando con una pequeña sonrisa en los labios.

—Extrañaba tu risa.

Ella le sostuvo la mirada con la misma complicidad y se acercó a su boca para morderle el labio inferior.

—Yo extrañaba todo de ti mi amor —susurró antes de besarle.

Él respondió a sus carnosos labios embriagándose con el sensual encuentro de sus lenguas.

Johanna sonrió contra su boca disfrutando de sus grandes y cálidas manos recorriendo sus curvas como si las dibujara una vez más. Estrujando sus caderas, sus muslos y finalmente sus nalgas. Haciéndole jadear cuando la apretó contra su cuerpo con rudeza, empujando sus senos contra su fuerte pecho, y su vientre contra su nueva erección. Amaba esa forma tan firme y erótica en que Angelo la seducía buscando excitarla.

Ella le sostuvo la mirada acariciando su rostro. Aspirando el mismo aire cargado de lujuria.

—¿No tienes hambre? —preguntó en voz baja.

—Sí, pero no hay nada en el apartamento.

—¿Pedimos algo?

—No. Pienso comerte a ti tota la noche, cielo.

—Me gusta esa idea...

Angelo sonrió travieso y cogiéndola por la nuca la empujó contra su boca para comérsela.

Johanna jadeó fuerte dejándose llevar, rindiéndose a él en un intenso despliegue de necesidad que les subió rápidamente la temperatura.

Él le acomodó laspiernas alrededor de su cadera y se puso de pie con ella en peso mientras sebesaban. La sostuvo por las nalgas, y así la llevó por todo el pasillo hasta lahabitación. En la cama estarían más cómodos para todo el tiempo perdido quepensaba recuperar esa noche. 

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